COMUNISMO

Dictadura del proletariado para la abolición del trabajo asalariado

Organo central en castellano del Grupo Comunista Internacionalista (GCI)


COMUNISMO No.47 (Julio 2001):

Tentativas burguesas de canalización de las luchas proletarias a escala internacional y la lucha invariante por la ruptura proletaria

Tentativas burguesas

de canalización de las luchas proletarias a escala internacional

y

la lucha invariante

por la ruptura proletaria

CONTRA LAS CUMBRES Y ANTICUMBRES (1)

* * *

Características generales de las luchas de la época actual

En Comunismo nº 33, publicado en julio de 1993, presentamos un balance general de las luchas que caracterizan la actual fase del capitalismo, haciendo abstracción de los elementos particulares de tal o cual enfrentamiento. Nada importante ha cambiado desde entonces en dicha caracterización general. Al contrario, vemos en la actualidad una afirmación de aquellos rasgos generales con importantes tentativas internacionales de canalizar las revueltas proletarias y signos evidentes de rupturas por todas partes, pero caracterizadas todavía, desde el punto de vista proletario, por el mismo tipo de fuerzas y debilidades analizadas entonces. La catástrofe actual de la sociedad capitalista, que se sigue concretando y agudizando (2), y la tendencia a la radicalización de las contradicciones y los enfrentamientos vuelven a poner al orden del día la cuestión de la dirección revolucionaria y de la destrucción de la dictadura internacional capitalista. Frente a la barbarie actual y como única alternativa resurge la cuestión del proyecto social del proletariado, de la revolución social, de la destrucción de la sociedad mercantil.

Este texto, al mismo tiempo que analiza brevemente el desarrollo de la correlación de fuerzas internacionales entre la burguesía y el proletariado, es un arma de denuncia de las («nuevas») tentativas burguesas por canalizar la energía proletaria, en particular mediante las cumbres y las anticumbres, que parecen dominar la realidad internacional, así como de las diferentes ideologías seudoradicales que el enfrentamiento va determinando. Es simultáneamente un producto de las discusiones actuales entre proletarios que se plantean abiertamente la cuestión internacional del poder, de la destrucción de la dictadura universal del capital y una contribución a la lucha del proletariado mundial por su autonomía. Es pues un arma de la lucha por forjar una dirección propia en ruptura con todas las ideologías que pretenden mantenernos atados al viejo carro socialdemócrata decorado para la ocasión con nuevos atavíos.

En el artículo de 1993 señalábamos ya que las formas tradicionales de encuadramiento burgués habían ido perdiendo todo atractivo para el proletariado; y que las formas tradicionales de lucha, tanto las «huelgas» organizadas por los sindicatos, como las manifestaciones pacíficas, y el mismo sistema político nacional con sus circos electorales, no lograban ningún entusiasmo. Y subrayábamos que «las viejas mediaciones estatales han ido perdiendo su capacidad de válvulas de escape, el proletariado, que algunos consideraban ya muerto y enterrado, cuando reaparece, lo hace con todo: sin aceptar mediaciones, sin que se lo pueda parar con huelguitas, manifestaciones pacíficas o promesas de elecciones».

Eso nos permitía constatar que el tipo de luchas que caracterizan el período actual es el de explosiones violentas e incontroladas del proletariado contra la propiedad privada y todas las fuerzas sociales y políticas que la defienden. Estas explosiones de rabia proletaria contra el capital, caracterizadas por la acción «violenta y decidida del proletariado que ocupa la calle y enfrenta violentamente a todos los aparatos del estado», se han seguido repitiendo. El conjunto de países donde se habían producido este tipo de explosiones ­Irak, Venezuela, Birmania, Argelia, Marruecos, Rumania, Argentina, Estados Unidos (Los Ángeles)­ ha seguido ampliándose: Albania, Indonesia (varias ciudades), Bangladesh, Ecuador, Argentina de nuevo (Santiago del Estero, Neuquén...), Bolivia, Argelia otra vez (Cabila).

En todos esos casos constatamos la misma incapacidad de la burguesía para dar un encuadramiento a las luchas; el enfrentamiento violento contra todo lo que representa la sociedad actual, incluyendo siempre los partidos y los sindicatos de la oposición democrática; la expropiación, más o menos organizada por grupos de vanguardia, de la propiedad burguesa. «Barriendo con prejuicios ancestrales, desafiando el terrorismo de estado, los proletarios toman lo que necesitan, intentando destruir así todas las mediaciones a las que el capital los condena: dinero, salario, trabajo...».

Ante esta tendencia del ser humano a reapropiarse directamente de su propia vida, constatábamos, en el texto de 1993, que la burguesía contraataca invariantemente con «zanahoria, garrote y desinformación», con la manipulación informativa y el ocultamiento sistemático del contenido universal de todas estas revueltas presentando las mismas como «de estudiantes», «de mineros», «de los palestinos», «de los kurdos», «de los musulmanes», «de los beréberes»... (3). Veíamos que el contraataque burgués se basa en dar algunas concesiones y desarrollar una represión selectiva, pero que en todos los casos busca aislar al proletariado de sus elementos de vanguardia. En aquel texto analizábamos también las debilidades de las luchas proletarias actuales (poca duración de las revueltas, derrota de las mismas, carencia de asociacionismo proletario permanente, ausencia de prensa obrera, de memoria histórica, desconocimiento del programa revolucionario...) así como las necesidades y posibilidades de combatir dichas debilidades y de transformar ese proceso discontinuo de revueltas y derrotas en un proceso ascendente hacia la revolución social (4).

La necesidad de reorganización de la izquierda burguesa: tentativas de renovación

La izquierda burguesa actual tiene el mismo programa de siempre de la socialdemocracia: mal menor, democratismo, populismo, parlamentarismo, sindicalismo, pacifismo, ayuda al denominado «tercer mundo»... Pero en esta sociedad donde la desvalorización del capital lleva un ritmo desenfrenado, donde las mercancías deben llevar el cartel de nuevas para venderse, donde la producción ideológica es parte de la producción de mercancías, las viejas ideas de la clase dominante deben ser permanentemente recicladas para poder jugar su papel de contención social. A esa tendencia obedecen, antes que nada, las tentativas de renovación de la izquierda burguesa, así como a la moda del uso del «neo»: «neo» izquierda, «neo» marxismo, anti «neo»liberalismo... (5).

Sin embargo, la razón inmediata para dicha renovación proviene además de la necesidad general del capital de dar respuesta a ese vacío sentido por la burguesía ante cada gran revuelta proletaria en la que éste actúa directamente afuera y en contra de todas las mediaciones tradicionales de contención de la lucha de clases.

El tercer elemento, decisivo para la obligación de la izquierda burguesa de reciclarse y asumir nuevos atavíos para esconder su putrefacto cuerpo y espantosa jeta, lo constituyó la catástrofe socioeconómica de los países que la burguesía llamaba socialistas y la consecuente deterioro general de su imagen: ni el apoyo crítico típico del trotskismo y el maoísmo radical quedó en pie. Habiendo quedado tan en evidencia que el sistema que tanto defendieron (críticamente o no) había sido siempre la más brutal explotación para el proletariado y que sin que mediara ninguna revolución ni contrarrevolución social ­¡que tanto habían anunciado! (6)­, la misma clase dominante declaraba abiertamente preferir «el capitalismo y la democracia», todo el izquierdismo burgués internacional se vio obligado a olvidar sus amores de siempre y tuvo que buscar otros versos para ser creíble. Sólo algunas fracciones izquierdistas del espectro socialdemócrata (7) siguen obsecuentemente aferradas a la defensa (crítica o no) de ese monstruoso engendro stalinista que fue el «socialismo en un solo país» mediante el apoyo al castrismo.

Pero la izquierda burguesa no tiene ninguna autonomía, ni siquiera terminológica con respecto a la derecha, siempre va a la cola de ella. Por eso, las vestiduras con que se fue cubriendo estaban determinadas, sin duda, por la evolución y las contradicciones del ciclo del capital mundial; incluso cuando parecen opuestas no son más que lo mismo, dado vuelta. En efecto, a las ideologías generales de la burguesía mundial ganadora de la segunda guerra mundial ­democracia, derechos humanos, antiterrorismo, antiautoritarismo, antifascismo... (8)­, las fracciones más perjudicadas por el libre cambio le fueron agregando diferentes ideologías que eran la negación simple de lo que la burguesía dominante y librecambista internacional iba imponiendo. Al mismo ritmo que la clásica política liberal (¡que de «neo» no tiene nada!) fue adoptando una terminología diferente (mundialización, aldea global, globalización...), la vieja izquierda burguesa seudoantiimperialista fue definiéndose en base al prefijo «anti»: antineoliberalismo, antimundialización, antiglobalización... Los partidarios de la liberación nacional de siempre en todos los países, luego de los catastróficos resultados en todas partes y la caducidad de su discurso burgués, se reciclan también, por supuesto, en la «anti» globalización...

En realidad no hay nada nuevo bajo el sol del capitalismo. Todo eso no es más que simple palabrería barata o, mejor dicho, terminologías inventadas por el capital internacional, con seguridad diseñadas por agencias de publicidad, para mejorar la imagen del capital y, por supuesto, para imponer sus objetivos actuales como algo nuevo. El capitalismo siempre fue mundial, siempre fue global; más aún, históricamente el punto de partida del capitalismo no es la nación (como dice Marx: el mercado mundial precede al nacional) sino la revolución del mercado mundial (que ya existía desde mucho antes), operada a fines del siglo XV a través de la generalización del valor a escala mundial, que se concluye en el siglo XVI, la imposibilidad de acumulación capitalista sin conquistar la producción, en fin, la subsumsión histórica de la humanidad al capital. Lo global antecede siempre en la historia del capital a lo particular y local. El liberalismo es la política general de la fracción hegemónica del capital desde antes del origen del mercado mundial, del dinero mundial, lo que nos remonta a más de mil años, y dicha política se contrapone necesariamente desde entonces a los intereses de fracciones proteccionistas. Por lo tanto, el liberalismo y el antiliberalismo (tengan o no el prefijo neo adelante), el globalismo y el antiglobalismo, el mundialismo y el regionalismo... no son más que diferentes expresiones de la lucha de siempre entre fracciones burguesas, unas interesadas en mantener el proteccionismo fuente de su acumulación y otras, más coherentes con la aplicación irrestricta de la ley del valor a nivel internacional, en quebrarlo (9).

Si hoy se hace tanto ruido, en todos los medios de fabricación de la opinión pública internacional, con respecto a esas tendencias, tan bien y caricaturalmente representadas en las cumbres internacionales y en las anticumbres burguesas, es precisamente para encandilar al proletariado con una lucha que no es la suya, para responder a esas explosiones de rabia proletaria adonde los explotados del mundo intentan reanudar la lucha en un terreno clasista. La socialdemocracia, como partido histórico de la contrarrevolución para el proletariado, intenta volver a extraerlo de la calle y la acción directa, y mantenerlo sometido a un conjunto de mediaciones que hacen de él una masa de maniobras y una fuerza de apoyo de la lucha interburguesa (10).

Ideas y personajes de la izquierda «neo»

En los años setenta y ochenta se llamaban «nueva izquierda» y reagrupaban un amplio espectro de ideologías socialdemócratas que reclamaban más democracia, más socialismo, más antiimperialismo, más estatismo, más populismo y que se quejaban de las grandes empresas, los monopolios... Ahora se llaman antiglobalización, antineoliberales, antimundialización, anti Fondo Monetario Internacional, anti comercio mundial... Hablan en nombre de la sociedad civil y la ciudadanía difusa y se definen por una lucha contra el capital financiero y multinacional, la mayoría de ellos por la aplicación de la «tasa Tobin»... Pero en realidad siguen siendo el mismísimo perro con diferente collar.

Toda la burguesía de izquierda constataba su incapacidad para encuadrar al proletariado de cada país... pero como la basura ecológica se recicla, a modo de ese papel grisáceo que nos proponen, incita a responder a lo que llaman «globalización», «mundialización». Se intenta focalizar todo en las reuniones más importantes del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización del Comercio Mundial, así como de otras instancias del estado mundial del capital.

Viejos sindicatos y partidos políticos burgueses, quemados ecologistas o feministas, economistas keynesianos, movimientos por la paz, libertarios (11) de todo pelo y color, filántropos, periodistas, tercermundistas y antiimperialistas, organizaciones no gubernamentales y estructuras humanistas, agricultores en quiebra, y protectores de animales buscan en la convocatoria a esas protestas una nueva virginidad política. Los viejos y descredibilizados personajes vuelven a aparecer en público convocando a verdaderas misas ciudadanas en oposición a las reuniones en la cumbre que realizan los representantes oficiales. Verdaderos cortejos carnavalescos pacíficos y sumisos, encuadrados policial y sindicalmente (por ejemplo por la potente Confederación Europea de Sindicatos), coloridos y folklóricos, con personajes tan dispares como los comités de apoyo a la seudoguerrilla de Marcos o esa caricatura de paisano radical llamado Bové, quien ya ha sido bautizado como el Walesa del Roquefort (por coherente en sus objetivos burgueses), pasando por viejos personajes de la izquierda champagne, intentan así constituir una «opción global» que en realidad no tienen nada de original con respecto al viejo socialismo burgués del siglo xix. Por supuesto que tampoco falta el apoyo a la «antiglobalización» y la «antimundialización» efectuada por personajes y organizaciones abiertamente de derecha, nacionalistas, fascistas y pronazis como en Francia, el ex ministro de la represión, Charles Pasqua, o la juventud del partido de Le Pen, el Frente Nacional.

El común denominador de todo esto es, por supuesto, el hacer al capitalismo supuestamente «más humano», más democrático; el profundizar la dominación democrática y la ciudadanización de la especie humana. Las consignas contra la globalización, el FMI, el Banco Mundial y el neoliberalismo dejan abiertamente en evidencia que de lo que se trata no es de destruir el capitalismo, sino de perpetuarlo.

Ideología de la antiglobalización

La Asociación Attac (Acción por una Tasa Tobin de ayuda a los ciudadanos), cuyo nombre entero es ya todo un programa, es la confluencia de viejas estructuras y personajes socialdemócratas del mundo, a quienes se les han juntado nuevas caras y constituye sin dudas la institución internacional más importante de la llamada antiglobalización. Sin embargo existe otro conjunto de redes, federaciones y organizaciones donde se mezclan agrupaciones ideológicas, sindicatos, partidos políticos, sociedades caritativas, organizaciones religiosas y ONGs como el Centro Tri-Continental, la Marcha Mundial de Mujeres, el Jubileo 2000, el Jubileo Sur, la Alianza Social Continental, la Acción Global de los pueblos, el periódico Le Monde Diplomatique, la «Asociación Ya Basta», el Movimiento de Resistancia Global, Vía Campesina... (12)

Estas organizaciones, a pesar de presentar caras diferentes, plataformas formales distintas, resultan, como dijimos, del reciclaje de la izquierda burguesa, que intenta por todos los medios ganar algo de la credibilidad perdida y presentar, frente a la catástrofe del capitalismo actual que el proletariado vive a diario, una alternativa reformista que responda a las explosiones cada vez más incontroladas del proletariado internacional. Sólo para fijar ideas y mostrar hasta que punto el programa de dichas organizaciones es el viejo programa reformista burgués de siempre, citamos algunos puntos básicos de la plataforma constitutiva de la Asociación Attac, así como también del Foro Social Mundial de Porto Alegre, por constituir expresiones bien representativas y generales.

Attac ni siquiera pretende luchar contra el capitalismo sino contra lo que denomina la globalización financiera, y propone como medida la Tasa Tobin y la obstaculización de la especulación. Dicha plataforma comienza así: «La globalización financiera agrava la inseguridad económica y las desigualdades sociales. Menoscaba las opiniones de los pueblos, las instituciones democráticas y los estados soberanos encargados de vigilar el interés general... Les sustituye una lógica estrictamente especulativa, expresando los intereses de las empresas trasnacionales y los mercados financieros».

La caracterización que dicha organización hace del mundo se basa en el viejo método socialdemócrata de ver las consecuencias, negándose a ver las causas determinantes, y analizar algunas manifestaciones particularmente nefastas y notorias del capitalismo, ignorando de hecho que las mismas son el producto necesario e inevitable de este sistema social. Tal como la socialdemocracia basó su revisionismo en la supuesta novedad del imperialismo (13), Attac lo basa hoy en la supuesta novedad de la globalización financiera. Tanto ayer como hoy había que encontrar cosas nuevas para justificar una política de reformas del capital. En ambos casos, de lo que se trata es de sacar al proletariado de su lucha contra los fundamentos mismos de la sociedad capitalista.

La teoría socialdemócrata del imperialismo y el ultraimperialismo (Kautsky) constituyen siempre la clave de esa maniobra. Tanto ayer como hoy, esa teoría imagina al capitalismo como habiendo entrado en una fase diferente al pasado que hace que varíe su propia naturaleza. Según ella, el capitalismo en su fase imperialista se centraliza formalmente, en uno (o varios en disputa) centros de decisión mundial sobre la base de la concentración del capital financiero (definido como la fusión del capital bancario y el capital industrial), las grandes empresas monopolistas internacionales, la exportación de capitales, y la lucha entre las empresas y los gobiernos en el reparto del mundo.

Tanto a principios del siglo xx como hoy, lo nuevo sería la dominación mundial por parte del capital financiero y los monopolios, como lo teorizara entonces explícitamente el socialdemócrata de derecha Rudolf Hilferding. Esta teoría la retomó más tarde totalmente Lenin en su popular panfleto sobre el imperialismo. Tanto en ese entonces como hoy, con Attac y los otros grupos «antiglobalización», la socialdemocracia pretende oponerse a ese capital financiero reivindicando más democracia y más control estatal del capital: «las opiniones de los pueblos, las instituciones democráticas y los estados soberanos».

Como puede verificarse detrás de estas asociaciones, de estas nuevas o viejas caras, detrás de estas plataformas no hay absolutamente nada nuevo: sino el viejo y putrefacto programa de la socialdemocracia, que siempre reivindicó un capitalismo «más social» (sic), «más humano» (sic), contra la deshumanización notoria producida por el capitalismo mismo. También hoy como ayer se reivindican «las opiniones de los pueblos», es decir el populismo contra el clasismo proletario, «las instituciones democráticas» contra la posición clásica de lucha contra las mismas por imponer la dictadura del proletariado, en fin, «los estados soberanos encargados de vigilar el interés general» contra la posición clásica de los revolucionarios de destruir el estado burgués, de demolirlo totalmente y, junto con él, toda esa mierda de la soberanía del estado (¡cuanto más soberano es el estado, más oprimidos son sus súbditos!, como dijeran Marx o Bakunin), las fronteras, las naciones, las leyes migratorias, los pasaportes, las guerras...

Attac es una expresión sociademócrata abierta que, como tal, denuncia el aumento de la riqueza y la pobreza, y pretende que la opinión ciudadana y la presión sobre los estados regule los excesos del capitalismo. En sentido histórico es una expresión de derecha de la socialdemocracia porque no reivindica ninguna oposición al capitalismo mismo, sino, al contrario, a la libertad que el capitalismo desarrolla para realizar sus objetivos. Patrocina el control de esa libertad (¡que ni siquiera quieren abolir!) por parte de los gobiernos. No critican para nada al capital productivo, ni por supuesto la explotación capitalista misma (la extorcación de la plusvalía es legitimada implícitamente) sino las excesivas ganancias del capital, en relación al aumento inocultable de la miseria de las masas, y la especulación no productiva. Como si se pudiera, una vez más, atacar las consecuencias sin atacar las causas.

Su plataforma constitutiva dice: «La libertad total de circulación de capitales, los paraísos fiscales y la explosión del volumen de transacciones especulativas arrastran a los estados a una enloquecida carrera por ganarse los favores de los grandes inversores... Este proceso tiene por consecuencia el crecimiento permanente de las ganancias del capital en detrimento de los trabajadores, con la consecuente generalización de la precariedad y la extensión de la pobreza».

Attac ni siquiera oculta que su gran temor sea la revolución social y que su función sea evitarla aunque lo digan con su terminología a la moda: «Responder al doble desafío de una implosión social y de un sentimiento de desesperanza política exige un compromiso cívico y militante».

Aprovechemos, porque es también una moda, para señalar que en todos esos medios de la actual socialdemocracia librepensadora, de la movida libertaria, todos los conceptos clásicos han sido revisados, reinterpretados y republicitados extrayéndoles todo su contenido clasista. Por su importancia decisiva subrayemos la falsificación que se hace del concepto mismo de explotación, clave de la constitución del proletariado como clase mundial homogénea. Así la explotación no sería, como para nosotros, la extorcación del plusvalor que evidente y objetivamente unifica en su desgracia a toda la humanidad proletarizada y ha sido históricamente decisiva para el reconocimiento mundial de proletariado como clase, sino realmente cualquier cosa. Así se dice «realmente me hacían trabajar tanto que me explotaban», ¡cómo si el trabajo no fuese siempre explotación!; así se dice: «los trabajadores de tal país son explotados»,¡cómo si los de los otros no lo fueran!; así se nos dice «las multinacionales son explotadoras», ¡cómo si las empresas locales no lo fueran!; así se dice: «los monopolios explotan y destruyen los recursos de la tierra», ¡cómo si no fuese el capital el que todo explota y destruye y que él mismo no fuese el que dicta la acción de todas las empresas!; así se dice: «los imperialistas nos explotan», ¡como si pudiese haber burgueses no imperialitas o patrones que no explotan!... En fin se nos quiere hacer creer que lo que vivimos no es explotación, que la explotación no es la regla de este mundo, sino la excepción, el caso extremo, que en general se encuentra muy lejos, cuánto más lejos mejor para la socialdemocracia: «en la campaña de un país del tercer mundo». La receta correspondiente es que hay que «solidarizarse con su miseria y ser más austeros y protestar menos aquí». De más está decir que «solidarizarse» no tiene nada que ver con el concepto clasista de lucha, sino que partiendo del concepto judeocristiano de culpa y pecado se pide un comportamiento caritativo. Se trata de toda una visión del mundo típica de la clase dominante y su socialismo abiertamente burgués.

Por supuesto que dicha falsificación determina muchas otras como el concepto mismo de proletariado, que se hace todo lo posible por no mencionarlo y cuando se lo menciona es para referirse a une mera categoría sociológica (a los obreros, como impuso el stalinismo), pero nunca al sujeto revolucionario en devenir, lo que permite escamotear su perspectiva revolucionaria y el hecho de que el mismo contiene el único proyecto social alternativo al mundo actual: el comunismo, la comunidad humana mundial.

Volvamos a Attac para constatar que las medidas propuestas están en total coherencia con su visión socialdemócrata del mundo: gravar al capital financiero, mayor control estatal de las ganancias y los paraísos fiscales, más democracia: «Con este propósito, los abajo firmantes se proponen crear la Asociación Attac (Acción por una Tasa Tobin de ayuda a los ciudadanos)... con el fin de obstaculizar la especulación internacional, tasar los rendimientos del capital, sancionar los paraísos fiscales, impedir la generalización de los fondos de pensiones y, de una manera general, reconquistar los espacios perdidos por la democracia en beneficio de la esfera financiera y oponerse a todo nuevo abandono de la soberanía de los estados bajo el pretexto del «derecho» de los inversores y los mercaderes...».

El Foro Social Mundial que se realizó en Porto Alegre en enero de 2001 y que dado su éxito sus organizadores piensan reeditar todos los años es un verdadero ejemplo de reunión en la cumbre (paralela y ejemplo por excelencia de anticumbre) de la izquierda burguesa internacional, una expresión desarrollada de la vieja ideología socialdemócrata pero elegantemente vestida acorde a la moda de las cumbres y las anticumbres. El programa del mismo se parece como dos gotas de agua al invariante programa burgués de la izquierda: «demandando una reforma agraria democrática con usufructo por parte del campesinado de la tierra, el agua y las semillas, exigiendo la anulación de la deuda externa y la reparación de las deudas históricas, sociales y ecológicas que la deuda externa provoca, la eliminación de los paraísos fiscales, el cumplimiento efectivo de los derechos humanos, la oposición a toda forma de privatización de recursos naturales y bienes públicos, la demanda de soberanía para los pueblos, un planeta desmilitarizado». (14)

El Pronunciamiento de los movimientos sociales, que expresa el programa de todas las asociaciones, las redes, los sindicatos, los partidos... presentes en Porto Alegre está lleno de perlas de la burguesía donde se imagina un capitalismo sin las nefastas consecuencias inherentes al mismo, un capitalismo que no genere pobreza, ni miseria, ni desocupación; un capitalismo que no destruya la naturaleza, un capitalismo no excluyente, ni patriarcal, un capitalismo sin racismo; en síntesis, un capitalismo justo y equitativo en el que todo el mundo viva bien. «Demandamos un sistema de comercio justo que garantice el pleno empleo, soberanía alimentaria, términos de intercambio equitables y bienestar.» Es decir, el discurso invariante de los burgueses según el cual el capitalismo, corrigiendo algunos excesos o injusticias, sería... ¡una sociedad del bienestar! ¡Apologías tan descaradas de la sociedad burguesa ni siquiera las realiza hoy la derecha, que dice abiertamente que eso es imposible!

Otro de los puntos recurrentes de toda la ideología antiglobalización es el de aumentar la ayuda a lo que ellos denominan Tercer Mundo y algunos hablan de llegar a un 7 por ciento del PIB. Lo que por supuesto ocultan los defensores de este programa es que tal ayuda al desarrollo no va para los hospitales y las escuelas y otros proyectos empresariales del desarrollo del capitalismo, como la mayor parte de la gente cree, sino que va también (si no principalmente, como en ciertos países) a financiar los ejércitos locales (para que estos compren armas en los países que dan dicha ayuda), a financiar la formación de oficiales de policía antisubversivos y antidisturbios (así se beca a los torturadores argelinos, congoleños, peruanos... que se van a formar a Francia, Bélgica, Argelia...), a pagarle a Shell los gases lacrimógenos que fabrica con materias primas del famoso «Tercer Mundo»..., a asegurar la realización de masacres («genocidios», «holocaustos») como los de Burundi...

Esta es, a grandes rasgos, la ideología de la antiglobalización que desarrolla la socialdemocracia, o, mejor dicho, la derecha de ese partido; pues existen expresiones mucho más de izquierda que corresponden a otras fracciones de ese partido histórico de la burguesía para el proletariado. En efecto, todo el izquierdismo burgués que antes se definía por el supuesto socialismo de tal o cual país, o por la defensa de tal o cual «estado obrero» por más degenerado que se considerara que fuera, ahora muy de capa caída, ya no habla de tal o cual país socialista en positivo, y mucho menos de campo socialista, pero se sigue definiendo por el anticapitalismo. Como analizamos a lo largo de este texto, estos izquierdistas, junto con la extrema izquierda de los liberales, que hoy se denominan libertarios, tratan de responder al desarrollo mismo de las contradicciones de clase y, en particular, a las tendencias del proletariado a afirmar su ruptura con toda la sociedad burguesa. Volvamos entonces al análisis de estas contradicciones para poder situar y comprender mejor esas expresiones.

Cumbres, anticumbres y lucha proletaria

Sin duda se mistifica la importancia de las cumbres y las anticumbres, pues el capital no necesita conferencias internacionales, ni reuniones cumbres para funcionar como funciona. Al contrario, la clave de la homogeneidad en la toma de decisiones del capital estriba en el hecho de que la dictadura de la tasa de ganancia existe en todas partes, es la ley de todas las decisiones, es la esencia de cualquier directiva económica, es la clave de toda vida (o mejor dicho: contravida humana) del capitalismo en todas partes. No sólo el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, las multinacionales y los gobiernos, los parlamentos y las administraciones locales, los acuerdos entre estados y los consorcios, los trust y las pequeñas empresas aplican en sus decisiones grandes, chicas y medianas el criterio de rentabilidad del capital (propio o de sus administrados), sino que desde el director y el gerente de una empresa al último trabajador del planeta están obligados a aplicar dichos criterios si quieren seguir en sus puestos; aunque uno se complazca y el otro sufra con la enajenación de su vida que esto implica. El capital se caracteriza precisamente por su democracia, por cooptar entre sus súbditos a quienes más inescrupulosamente sirven sus apetitos de ganancia, a quienes más despiadadamente son capaces de imponer su despotismo: sea como directores, sea como gobernantes, sea como funcionarios internacionales, sea como administradores locales, sea como jefes sindicales o como torturadores... Piénsese simplemente en cuanto dirigente obrero ha sido cooptado por el gobierno del capital, desde Noske a Lula, pasando por Walesa. La otra cara de esa democracia por la que se coopta a los dirigentes obreros para servir al capital es evidentemente el despotismo cotidiano que impone el valor en proceso, contra la vida humana. Dictadura omnipotente de la tasa de ganancia que además desarrolla la competencia entre los proletarios y la lucha de todos contra todos, siempre al servicio de esa imposición del mayor ritmo de acumulación posible.

Pero, más allá de la mistificación que se hace sobre la importancia del centralismo formal del que puede dotarse el capital, es claro que el capitalismo tiene centros de decisión (reuniones, instancias, lugares, organismos, personas...) que, en un momento dado, centralizan ciertas decisiones globales que obedecen a esa dictadura omnipresente de la tasa de ganancia. En ellos se anuncian en general medidas que atacan el nivel de vida de los proletarios, al tiempo que se fijan acuerdos entre las fracciones más importantes y decisivas de la burguesía. Dichas reuniones se anuncian públicamente en todos los medios de difusión porque buscan lograr cierta adhesión de la población a esos dirigentes del capital y a las medidas que surjan de esas reuniones en la cima del poder del capital. Y además nos dicen: aplaudan que nos reunamos, pues normalmente los mandamos a la guerra. Claro que esas reuniones obedecen también a negociaciones entre diferentes fracciones del capital y a la necesidad de constituir constelaciones u organismos que mejoren su correlación de fuerzas frente a otras fracciones, como es el caso de los mercados comunes regionales. Es decir que esas cumbres y anticumbres tienen por función además la de poner en escena y espectacularizar la importancia de las polarizaciones burguesas, que el capital necesita para canalizar la protesta proletaria.

Por lo tanto, aunque se mistifique la importancia decisoria de esas cumbres, aunque la espectacularización de las mismas y de su seudocontestación constituye una necesidad de la reproducción de la dominación burguesa, es normal que el proletariado haya considerado desde siempre las reuniones en la cima de los burgueses como un ataque contra su propia vida, tanto si esas reuniones son en un país como si son entre las burguesías de diferentes países, si son gubernamentales, de partidos políticos, de sindicatos o de la estructuración de esas fuerzas a escala internacional. Por ello en todas las épocas y en todos los países esas reuniones suscitaron grandes protestas, manifestaciones violentas, luchas callejeras, estallido de bombas, enfrentamientos violentos, muchas veces armados. Contra el mito de que los actuales enfrentamientos suscitados por reuniones cumbres serían nuevos (la fabricación de la opinión pública requiere siempre la presentación como «nuevo» de viejas cosas) podríamos citar innumerables ejemplos en todos los continentes desde hace muchos años, pero para el presente texto basta con recordar las grandes batallas callejeras que el proletariado en América llevó adelante en las décadas de los sesenta y los setenta contra las diferentes cumbres internacionales en ese continente contra las reuniones de la OEA, contra las de la Alianza para el Progreso, contra las del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y las del GATT, contra las Conferencias de Presidentes... incendiando empresas, ocupando fábricas y centros de estudio, haciendo manifestaciones violentas, poniendo bombas en locales estatales, declarando huelgas, enfrentando a la policía, a los cuerpos especiales de represión y, en muchos países, al ejército...

En la actualidad, una vez más, ese enfrentamiento de clase se hace patente. Davos, Seattle, Niza, Praga... son expresiones del mismo. Una vez más, hasta ahí adonde las distintas fracciones del capital internacional van a cocinar a los proletarios del planeta, el proletariado reemerge. Por un lado, las cumbres oficiales y las anticumbres socialdemócratas, las conferencias en los salones oficiales y el cortejo de carneros dominados por la socialdemocracia, es decir la seudoprotesta oficial. Por el otro, el proletariado, desbordando todos los cortejos, tratando de imponer su acción directa (15), rompiendo vidrieras y expropiando lo que se pueda, atacando locales oficiales y la propiedad burguesa en general, incendiando todo lo que suene a estatal, criticando y denunciando a viva voz y por medio de volantes, panfletos y revistas a las ONG, a Attac, a los partidos y sindicatos.

Es decir, que incluso en esas madrigueras de burgueses, a pesar de todas las fuerzas recuperadoras presentes, se enfrentan también las dos clases de la sociedad, la burguesía y el proletariado, la conservación del orden social burgués y su cuestionamiento generalizado. Entre la derecha y la izquierda pueden hacer todos los espectáculos de lucha habidos y por haber, todos los medios de difusión se encargan de validar las opciones «mundialización» y «antimundialización», pero inevitablemente la crítica al capitalismo que portan los proletarios presentes los empuja a romper el encuadramiento y resurgen dos proyectos sociales antagónicos de siempre: la continuidad de la catástrofe capitalista o la revolución social.

Independientemente de la discusión que existe hoy en el seno de nuestra clase sobre como debe situarse el proletariado y que iremos abordando en el desarrollo del texto, sobre si hay que participar o no en tal o cual tipo de cortejo, sobre cual es el significado de la consigna de situarse afuera y contra de esas conferencias y anticonferencias (¡que es nuestra posición!), sobre si esa es la acción directa que unifica y desarrolla su fuerza internacional contra el capital o por el contrario eso lo lleva a someterse a un espectáculo que lo aleja de su verdadera acción directa, no puede caber dudas de que esas explosiones expresan la rabia de nuestra clase contra los burgueses reunidos y «decidiendo la suerte del planeta» (16). En ese sentido resulta sumamente alentador el proceso de autonomización proletaria que nuestra clase empieza a manifestar durante las cumbres y las anticumbres, y que se concreta en la ruptura del encuadramiento sindicalista propuesto, en las importantes expresiones de violencia contra las mismas, contra la propiedad privada, contra las diferentes estructuras estatales. El mismo ha dejado cada vez más en evidencia que la verdadera contraposición no es entre Davos y Porto Alegre, entre la Organización de Comercio Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y Attac... sino como siempre entre el capital (con su derecha y su izquierda) y el proletariado.

A pesar de que, como explicamos más adelante, la autonomía del proletariado en esas luchas es todavía muy relativa, estas expresiones de la guerra de clase en las que se expresa el antagonismo siempre creciente entre la humanidad y el capitalismo ha vuelto a plantear en la comunidad de lucha que se ha ido desarrollando, en particular entre las minorías de vanguardia, algunas cuestiones centrales como la del internacionalismo proletario, la necesidad internacional de constituirse en fuerza, la cuestión de la lucha internacional contra el poder del capital y el estado mundiales. Aunque, como veremos, se está lejos socialmente de encontrar las soluciones, es sumamente alentador que miles de militantes a través del mundo vuelvan a plantearse y a discutir cuestiones centrales de la revolución social. Es evidente que este hecho, sumado a la continuidad de las explosiones a repetición en diversas partes del mundo constituye un paso importante del movimiento revolucionario.

Canalización burguesa, espectacularización y falsificación

Claro que jamás los medios de información van a presentar las cosas en base a la polarización real burguesía-proletariado. Su función es, por el contrario, la de disimular los antagonismos de clase, canalizarlos en contradicciones interburguesas, espectacularizar estas oposiciones para esconder los verdaderos antagonismos, transformar a la masa del proletariado mundial en espectadores pasivos de las conferencias y las anticonferencias, y a los sectores más decididos del mismo en espectadores activos que aplauden o abuchean según la ocasión. A estos últimos se los autoriza y empuja también (para darle mayor credibilidad al espectáculo), a gritar consignas y realizar acciones más o menos violentas, sin por supuesto poner en cuestión ni el espectáculo mismo, ni su función de payasos de un circo que los utiliza. Para los medios de falsificación de la información sólo existen las conferencias oficiales y la contestación dirigida por Attac y sus acólitos, más por supuesto algunos exaltados que expresarían la misma contestación que Attac pero en forma más violenta. Para ellos, la oposición sólo existe entre cumbre y anticumbre, por ejemplo entre Seattle y Porto Alegre, aunque estén forzados a mostrar también imágenes de los revoltosos y los desconformes.

Recordemos sin embargo que ni siquiera ese tipo de espectáculo de cumbres y anticumbres es nuevo. Por ejemplo, durante los preparativos de las dos guerras denominadas primera y segunda guerras mundiales, las conversaciones de paz entre las potencias mundiales que conducían inevitablemente a la guerra, iban pautadas por congresos más o menos paralelos de pacifistas y socialdemócratas, que ya tenían la misma función de ahora de espectáculo y encandilamiento generalizado para extraer al proletariado de la acción directa. Desde hace unos quince años, el ritmo de ese espectáculo de reuniones cumbres y anticumbres se ha ido haciendo cada vez más frenético: reunión de Río sobre el porvenir del planeta con antireunión paralela, festejos y antifestejos por los quinientos años del descubrimiento de América, nuevas conferencias sobre la destrucción del planeta y anticonferencias ecológicas en los cinco continentes...

El Foro Social de Porto Alegre de enero de 2001 es el ejemplo supremo de espectáculo mediático montado por el capital para presentar todas las oposiciones habidas y por haber como una simple cuestión interburguesa. Según los fabricantes de la opinión autorizada, el Foro de Porto Alegre sería la verdadera respuesta a Davos y, para darle toda «la realidad» que el espectáculo es capaz de producir (¡que, como esos jabones con olor a manzana que tienen más olor a manzana que las manzanas, siempre parece más verdadero que lo que realmente está pasando!) se va hasta el extremo de construir lo que sus fabricantes denominaron un «escenario simbólico de la pasión» en base a un debate directo «mediante teleconferencia entre la fría Davos y la caliente Porto Alegre»... (17)

«El equipo de Davos, encabezado por el financiero y especulador Goerges Soros, trajes oscuros, gomina y corbatas, seriedad y silencio. Del lado de Porto Alegre, un abanico de razas, vestimentas coloridas, idiomas, voces y público. La discusión duró cuarenta minutos, a lo largo de los cuales cientos de personas agolpadas ante los televisores rompían en aplausos o en abucheos, reían o gritaban consignas. Soros y su equipo (formado por Mark Malloch, consultor de Naciones Unidas; John Ruggie, también consultor de la ONU, y Bjorn Edlud, presidente de una multinacional Suiza) se esforzaron en mantener una calma diseñada por algún asesor de imagen, mientras afirmaban estar preocupados por la pobreza y señalaban que ya antes de la actual globalización y de la deuda externa los niños morían de hambre en África. Desde Porto Alegre, Bernard Cassen (Attac) respondía con precisión exigiendo la tasa Tobin sobre las operaciones financieras y especulativas y la cancelación de la deuda externa. Rafael Alegría (Vía Campesina) habló de los efectos de la globalización sobre la desarticulación de los servicios estatales, del aumento del desempleo y del imposible acceso de los campesinos a la tierra. Pero la pasión se desató en dos minutos mágicos: Hebe Bonafini (18), de Madres de plaza de Mayo, dijo con voz entrecortada pero firme: «Señores ustedes están luchando contra nosotros. Son hipócritas sus respuestas. ¡Respondan! ¿Cuántos niños matan ustedes por día?» Del lado de Davos, Georges Soros dibujó una sonrisa y se quedó así, en silencio. Entonces Bonafini le gritó: «Señor Soros: ¿Se está matando de risa ante la muerte de miles de niños?» Ante los televisores, la gente en Porto Alegre se partía las manos en honor de la Madre de Mayo. Soros seguía con su mueca presentándose a un cartel satelital.»

Todos los medios de difusión trabajan para hacer así desaparecer al proletariado y la lucha contra la sociedad capitalista detrás de ese espectáculo entre Soros y la izquierda, entre el FMI y Attac, entre «mundialización y antimundialización». Así, por ejemplo, en la cumbre de Niza, como lo dice muy correctamente un volante que ha circulado internacionalmente: «La prensa burguesa mintió. Mintió descaradamente. Según ella los manifestantes contra la globalización capitalista se habían unido al cortejo ciudadano convocado por la Confederación Europea de Sindicatos (CES). ¡Qué más quisieran los capitalistas y sus gobernantes, sus voceros y lacayos, que ver unirse a la juventud proletaria que lucha contra el capitalismo a los tramposos desfiles organizados por la leal oposición al sistema burgués. En realidad en las calles de Niza, se distinguieron dos movimientos diferentes, opuestos... Dos movimientos así, en escena. El primero burgués (aunque arrastre todavía a muchos proletarios engañados) conducido hacia el refuerzo del estado capitalista por los dirigentes reformistas al servicio de éste. El segundo, proletario, denunciando, a vos en grito, el capitalismo y atacando sus intereses.» (19)

Es sumamente importante denunciar la contraposición real entre el movimiento del proletariado y todas las anticumbres y las misas ciudadanas organizadas por Attac y compañía como han hecho muchos compañeros y grupos a contracorriente. Sin embargo pretender que las dos manifestaciones diferentes coincidan con los dos movimientos sociales diferentes, una reformista y otra anticapitalista como se dice luego en ese mismo volante, es ver las cosas en forma demasiado pura y poco dialéctica. En efecto, a pesar de las grandes diferencias, ambas contienen la contradicción de clases. La manifestación socialdemócrata encuadra a los proletarios como corderitos. La otra (que en Niza en vez de salir a las 14 horas como la que organizó la socialdemocracia salió a las 17 horas), con consignas radicales, tiende hacia la ruptura proletaria pero contiene en su seno un conjunto de posiciones e ideologías centristas de la mismísima socialdemocracia que analizamos más adelante. La misma se concreta, por ejemplo, en el hecho de que la inmensa mayoría de esos manifestantes creen poder enfrentar al capitalismo sin enfrentar (de la misma manera) a la socialdemocracia (que es también el capitalismo) y en el hecho de que sepan organizarse afuera de la socialdemocracia pero tengan mucho mayor dificultar en organizarse contra ella.

La fiebre de las cumbres oficiales y paralelas y la mentira de los proyectos burgueses alternativos

No hay dudas, sin embargo, de que en el último período (dos años, más o menos) la moda de las cumbres y las anticumbres pega un salto cualitativo, al mismo ritmo que se radicalizan las protestas proletarias en contra de las mismas. Cada cumbre ya no puede prever sólo la organización de las reuniones generales y las comisiones, el alojamiento de los congresales y los anticongresales, las misas oficiales y las de los ciudadanos demócratas organizados por la «antiglobalización», sino que debe prever también el desbordamiento y las rupturas proletarias con todo eso y, por lo tanto, prever fuerzas represivas especiales, fortificación de controles en las fronteras, concentración de cuerpos de choque, equipos especiales de filmación, fichaje y difusión, servicios especiales de guardaespaldas y matones para congresales y anticongresales, vehículos para el transporte de tropas, tanquetas, alambrados para bloquear las manifestaciones, preinstalación de servicios de inteligencia de policías de todo el mundo, formas de hacer llegar los congresales o de evacuarlos si los ataques llegan hasta los centros oficiales, movilización especial de los servicios de salud pública y atención de heridos, armas, gases, máscaras, así como la preparación de calabozos y centros de reclusión para recibir un gran número de arrestados. Solo a título de ejemplo, el Congreso del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial en Praga habría dejado 170 policías heridos, 123 manifestantes heridos y unos 900 arrestados, y los daños materiales a la propiedad privada se estiman en un millón de dólares, lo que evidentemente es insignificante en relación con lo que le cuesta de más cada reunioncita de esas, en donde según se dice que está previsto hasta la evacuación por helicóptero de las personalidades, la defensa aérea y antimisiles (20). Por supuesto que todo esto (con las deformaciones y falsificaciones de rigor) es repercutido en todo el mundo dándonos una impresión de que efectivamente estamos ante un enfrentamiento histórico de suma importancia que, según algunos, sería entre globalización y antiglobalización, entre neoliberalismo y antineoliberalismo, y, según otros, entre capitalismo y anticapitalismo, entre la internacional del capital y la internacional de la revolución.

Si bien estos enfrentamientos forman parte de los enfrentamientos históricos de siempre, entre la preservación del mundo de la propiedad privada y la lucha proletaria por la revolución social:

* imaginarse que ahora sí se está imponiendo una correlación de fuerzas para impedir la política internacional actual del capital mundial es desconocer totalmente el funcionamiento mismo del capitalismo;

* imaginarse que hay un verdadero enfrentamiento entre proyectos diferentes (neoliberalismo y antineoliberalismo; globalización y antiglobalización) y que la izquierda burguesa realmente tiene un proyecto capitalista diferente es también desconocer la esencia misma de la formación social burguesa y no entender la función misma de ese conglomerado de fracciones capitalista;

* en fin, imaginarse que el proletariado al fin descubrió mediante lo que se llama «acción directa», durante estas cumbres y contracumbres, la vía actual del internacionalismo proletario, o que hemos entrado, en base a esas acciones, como ya dicen algunos grupos, en un enfrentamiento directo entre la internacional capitalista y la internacional revolucionaria es no sólo desconocer también el funcionamiento del capitalismo, sino desconocer, deformar y falsificar el programa mismo de la revolución, la estrategia revolucionaria, y conduce inevitablemente a hacer obra de confusión desempeñando un papel centrista (impedir la ruptura necesaria) en el movimiento proletario.

Explicamos los dos primeros puntos de inmediato. El último, que atañe mucho más al desarrollo mismo del proletariado y a su afirmación revolucionaria, lo tratamos en los capítulos siguientes.

La política internacional que hoy se llama neoliberal o lo que se denomina globalización no tiene alternativas válidas, a largo plazo, pues obedece a las leyes mismas del sistema que desde que existe es mundial, global y funciona fundamentalmente sobre la base de la famosa mano invisible del mercado, es decir, la ley del valor. Contrariamente a lo que se dice, esto no es «una» política del capital entre muchas otras, es por el contrario el funcionamiento «natural» al que tiende siempre el capital, la ley que en última instancia se impone. Las políticas económicas diferentes sólo pueden limitar o corregir muy parcialmente su aplicación (en realidad, la de la ley del valor) en forma restringida en el tiempo y/o el espacio. Los populismos de todo tipo (de Getulio Vargas a Perón; de Cárdenas a Naser), los llamados países socialistas, así como el fascismo, el nazismo, el franquismo... fueron las expresiones más durables en este sentido. Todas estas tentativas históricas de desarrollar proyectos diferentes de desarrollo capitalista a largo plazo (limitando la aplicación de la ley del valor basándose en el proteccionismo) tenían que tener una duración limitada, más allá del cual el fracaso era inevitable.

De la misma manera y por las mismas razones no se puede hacer «más humano» un sistema que no lo es. Tampoco se puede hacer un capitalismo que proteja la naturaleza ni un capitalismo sin guerras. Lo que se ha hecho con la toma de conciencia burguesa de la «ecología», por ejemplo, no ha sido para nada el mejoramiento de la producción capitalista en general para proteger la naturaleza, sino al contrario la transformación de «lo verde» y «lo natural» en mercancía. La constante búsqueda de la máxima rentabilidad coexiste con la creciente adaptación de las empresas a vender cualquier cosa con imagen ecológica (21) lo que por supuesto agudiza la dictadura capitalista contra la naturaleza amenazando a todas las especies y en particular a la especie humana. De la misma forma no se puede pacificar el mundo capitalista y para lo único que sirven todas las políticas pacifistas del capital es para utilizar la paz como arma de guerra.

Hoy todo eso resulta cada vez más difícil de esconder. Además, la catástrofe real del capital es de tal magnitud que incluso los márgenes de maniobra que había en el pasado para realizar políticas económicas algo diferentes se han reducido mucho: el capitalismo tiende hoy mundial e irreversiblemente a unificar su política, la izquierda y la derecha muestran cada vez más que hoy sólo existe una política capitalista posible (¡y no faltan las declaraciones de izquierdistas llegados al poder en este sentido!). Así los «antineoliberales y antiglobalización» de oposición, en la medida en que son cooptados para participar en las decisiones, se vuelven inevitablemente «neoliberales», «proglobalización» y se sienten forzados a aplicar lo contrario de lo que dijeron. No, no es que sean voluntaria y solamente unos cínicos y unos mentirosos, sino que es verdad que el capital los fuerza a realizar su política mucho más de lo que esos izquierdistas podían imaginar antes.

La capacidad de restringir la aplicación regional de la ley del valor internacional se ha hecho, con el propio desarrollo del capital, cada vez menor, tanto en el tiempo como en el espacio. Hoy sería inconcebible el funcionamiento del capitalismo ultraproteccionista como funcionó, durante décadas, en Rusia, China, Albania... y el régimen capitalista cubano y los reaccionarios líderes castristas tienen sus días contados. El stalinismo, como modelo ultrarreaccionario (en el sentido de cerrar las fronteras para intentar oponerse al progreso en el desarrollo de las fuerzas productivas al que tiende normalmente el capital internacionalmente según la ley del valor) de desarrollo del capital, no fue barrido de la faz de la tierra por una cuestión de ideas democráticas o por haber utilizado masivamente los campos de concentración (¡el capitalismo los empleó siempre!) sino por la inviabilidad de impedir la aplicación irrestricta de la ley del valor eternamente. En efecto, cuanto mayor sea el desfasaje entre, por un lado, el desarrollo de las fuerzas productivas a nivel mundial y la desvalorización internacional que eso provoca y, por el otro, la restricción proteccionista a dicha desvalorización en un espacio productivo dado (o en un sector determinado), más rápido se llega en dicho espacio a la catástrofe y la implosión económicosocial del tipo que ocurrió en Europa del Este.

Todo esto se sigue acelerando con el desarrollo de las contradicciones del capital y resulta cada vez más difícil mantener subsidiadas economías o sectores enteros. Desde el punto de los gobernantes locales, cuya misión es invariantemente brindar la mejor tasa de ganancia para atraer capitales (política acordada siempre con los organismos crediticios internacionales, particularmente con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial) esto no sólo quiere decir aumentar la tasa de explotación todo lo posible, sino además no tasar a los sectores rentables para (redistribución del plusvalor) financiar los sectores no rentables. Es ese proceso inevitable el que explica la tendencia a la homogeneización de la política burguesa en el largo plazo. Por eso, si bien todavía los diferentes políticos burgueses hacen un discurso algo distinto (¡y cada vez menos!), cuando de gobernar se trata todos terminan aplicando con mayores o menores matices la misma política del Fondo Monetario Internacional. Ésa es una de las razones que llevan a la supuesta «traición» de todos los izquierdistas en el gobierno, que terminan haciendo lo que se considera «la política de la derecha», o de los ecologistas que terminan patrocinando hasta el esfuerzo de guerra nacional e internacional (y hasta de la OTAN), y, en general, la destrucción de la tierra y la vida humana. Si hacen «la política de la derecha», es porque, desde el punto de vista del capital, no hay otra (22) que la de ser rentable, que la de atraer capitales sobre la base de la rentabilidad. Si sigue habiendo diferencias en el discurso no es entonces por representar políticas económicas diferentes, sino porque frente al proletariado, en determinadas ocasiones, sólo se pueden hacer pasar las medidas de austeridad cuando son presentadas en nombre de la izquierda o la ecología.

Por dicha razón, ni siquiera desde el punto de vista capitalista se puede esperar nada extraordinariamente diferente de ese conglomerado de fracciones capitalistas que en el discurso se opone a la política del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Solo constituyen fracciones burguesas diferentes en el cómo pretenden canalizar a los proletarios que se sienten legítimamente agredidos por todo el progreso del capital y que sienten nostalgias de un mundo «menos agresivo y destructivo», que, sin embargo, se fue para no volver nunca más (23). Expresan así esa nostalgia imbécil de la protección de la producción local sin la pata encima de gigantes empresas mundiales que no tienen prejuicios en destruir todo en nombre del capital. No es otro proyecto sino la utópica lamentación de impotencia de la gestión local y «más ecológica». Un volante de la CNT española de Barcelona el 23 de setiembre del 2000 terminaba precisamente con esta consigna que expresa bien esa reivindicación ideológica, utópica y reaccionaria del conglomerado de fracciones burguesas que se definen «contra la globalización»: «Apoya la economía local, ecológica y autogestionada».

Claro que, además, el desarrollo de esos seudoproyectos constituye la expresión ideológica de diferentes intereses proteccionistas de diferentes fracciones burguesas particulares y localistas, que, como tales, empujan a la lucha (y a las guerras) imperialista. De lo que se trata no es entonces de realizar un capitalismo más humano (a pesar de que sea esto lo que declaren), porque el capitalismo siempre fue inhumano y el antagonismo entre capitalismo y humanidad tiene necesariamente que agravarse, sino que buscan encuadrar al proletariado con esas utopías reaccionarias para empujarlo a defender sus intereses, a servirle de furgón de cola de sus intereses locales, regionales, nacionalistas... y por eso no debe llamarnos la atención que en muchos países la extrema derecha también se manifieste por la «antiglobalización». Su verdadero proyecto social no es entonces el que dicen, sino el recredibilizarse frente a los explotados, para dirigir y canalizar la inevitable y siempre creciente rabia proletaria contra todo lo que pasa en este mundo hacia la lucha entre fracciones burguesas y la guerra imperialista.

El papel del proletariado en el tinglado de las cumbres y derivados: la cuestión de la autonomía proletaria

Todo el tinglado está montado para presentar las protestas durante Seattle, Davos, Praga... como la verdadera alternativa al mundo actual. Incluso más allá de las fracciones abiertamente socialdemócratas, se consideran esas jornadas cumbres, esas batallas de calle como la esencia misma de la lucha que se contrapondría al desarrollo actual del capitalismo, como la quintaescencia del internacionalismo proletario al fin descubierto. Concentrémonos, por lo tanto, en este capítulo, en el papel que se le atribuye actualmente a la acción del proletariado en esas cumbres, para determinar nuestros intereses y definir la política proletaria frente a dichos tinglados.

Para profundizar la cuestión resulta indispensable preguntarse ¿cuál es la diferencia entre este tipo de expresiones de la lucha de nuestra clase contra las cumbres y las anticumbres y las luchas proletarias que en la actualidad se caracterizan, como dijimos, por sus saltos de calidad fulgurantes (aunque los mismos se produzcan en forma esporádica y sin continuidad) concretizados en luchas sumamente violentas, que atacan todo el espectro político y que se desarrollan oponiéndose a toda mediación, como las que ha habido en las últimas décadas por ejemplo en Rumania, Venezuela, Albania, Argelia... o, más recientemente, en Indonesia, Ecuador...? ¿Cuál es la interacción entre ambos tipos de lucha o formas de expresiones proletarias?

A título de ejemplo, y para facilitar la comprensión general, comparemos las luchas que hubieron en Seattle con las que se produjeron a principios del 2000 en Ecuador (24). En ambos casos, fracciones del proletariado chocan con el capital, miles de proletarios se enfrentan a diferentes estructuras nacionales e internacionales del estado capitalista mundial. En ambos casos se choca con los cuerpos represivos que protegen la propiedad privada y los centros de decisión del capital. En ambos casos se enfrenta tanto a los dirigentes locales del capital como a los dirigentes internacionales de éste.

Sigamos ahora con las diferencias (25). Aunque esta comparación la hacemos para combatir concepciones más sutiles, comencemos por poner en evidencia los prejuicios más burdos, derivados de la ideología dominante socialdemócrata. Según la visión de Attac y compañía, las luchas en cada país no pueden ir muy lejos porque el centro de decisiones del capital, mejor dicho del capital financiero, son el Banco Mundial y el FMI, y en esas cumbres se decide la suerte del planeta. Es obvio que ellos no reconocen que el movimiento proletario en Seattle es el mismo que en Ecuador, pero si lo aceptasen dirían que el de Seattle es internacional y decisivo, y el otro local, indígena, economicista y sin mayor importancia. Concretamente dirían que gracias a las protestas en Davos, Seattle, Washington... adonde se enfrenta el centro del sistema, al capitalismo le resulta cada vez más difícil imponer las medidas preconizadas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

Respondemos: en la lucha en Ecuador, los proletarios enfrentan no sólo a la burguesía local, sino a la burguesía internacional. El proletariado con su acción se contrapuso a todos los planes de austeridad patrocinados por las famosas instituciones Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial. La generalización de ese movimiento impondría una correlación internacional de fuerzas que pondría en cuestión todo aumento de la tasa de explotación y su desarrollo cualitativo, la explotación misma. En cambio, el movimiento proletario contra las cumbres y anticumbres a lo máximo que puede aspirar, contra los planes de aquellos organismos, es a impedir que dichas reuniones se realicen, a terrorizar a los congresales o en general a quienes representan el capitalismo mundial en su toma de decisiones, pero no se podrá impedir que las decisiones se tomen de todas formas; con seguridad con menos bombos y platillos, en cuartito cerrado, en contactos interburgueses secretos... Por más limitada geográficamente que parezca, aquella acción es capaz de imponer una relación de fuerzas (tal vez no sea el caso de Ecuador pero si de muchos otros ejemplos históricos) internacional contra el capital que bloquee todas las medidas de ataque contra el proletariado (como sucedió recientemente en Bolivia en la cuestión del agua corriente, que el capital internacional y nacional quiso imponer). En cambio, la acción de Seattle, por más general y espectacular que sea, es difícil que se traduzca en una relación de fuerzas que, por ejemplo, impida un aumento de la tasa de explotación.

Estos últimos días se suspendió la reunión del Banco Mundial prevista en Barcelona para el mes próximo (junio 2001) y nuestros enemigos hablarán de triunfo. Para nosotros, aunque se llegara a barrer esas conferencias de la Tierra o se llegara a destruir todos los edificios de reunión de los organismos internacionales no se podría así impedir que las medidas continuasen aplicándose país por país. Por supuesto que había que dejar claro esto contra el mito inverso. Pero ello no desmerece en absoluto la lucha de los proletarios que, cuando se prevén conferencias y anticonferencias, luchan contra ellas e inspiran un pánico cada vez mayor en congresales, milicos, gobernantes y socialdemócratas en todas partes. Más, como iremos viendo en lo que sigue, estos sectores podrían llegar a ser decisivos en la generalización de la lucha, en la conciencia y en la dirección internacional.

Sigamos, entonces, con la comparación. En Ecuador ese movimiento es el resultado de un conjunto de luchas parciales de diferentes sectores proletarios que defienden sus intereses y enfrentan «a sus propios» burgueses, «a sus propios» sindicalistas, «a sus propios» partidos socialdemócratas... y que, al principio, exigen diferentes reivindicaciones y/o medidas, hasta que el descontento es tan generalizado que la lucha proletaria copa la calle, todas las exigencias particulares se generalizan (26) y se ataca los centros de decisión del estado en ese país: parlamento, poder judicial, presidencia, locales de los partidos políticos...

En Seattle, el movimiento está constituido por quienes quieren atacar lo que consideran los centros decisorios del capital y el estado mundial. Ello es válido tanto para los proletarios que marchan como corderitos en los desfiles socialdemócratas como para los que los desbordan o los que van para enfrentar también a la socialdemocracia y se organizan afuera y muchas veces en contra de ella. El punto de partida de los que van a Seattle es aparentemente más global, más politizado (27) y más determinado por la voluntad política que por el interés inmediato, que por el interés social. Los que van parten de sus posiciones, de sus ideas revolucionarias, aunque por supuesto que las mismas sean también, a su vez, el resultado de la conciencia de los intereses inmediatos generalizados del proletariado.

El movimiento del Ecuador, como producto social de los intereses proletarios que se van generalizando, al contraponerse a las expresiones del capital y el estado que encuentra enfrente, contiene, representa y asume directamente los intereses del proletariado internacional contra el capital y el estado mundiales. La lucha consecuente por sus intereses lleva a los proletarios a una contraposición práctica con las tentativas de encuadramiento socialdemócrata, independientemente de las ideas de los protagonistas. En Ecuador, el movimiento proletario es empujado por sus intereses surgidos y desarrollados en ese movimiento a la ruptura con todo tipo de encuadramiento socialdemócratas. En Seattle, por el contrario, solo las posiciones políticas y la claridad programática permite desarrollar y profundizar la ruptura con la socialdemócrata.

En Ecuador, el proletariado sólo puede defender los intereses por los cuales desencadenó el movimiento rompiendo el encuadramiento socialdemócrata, asumiendo su autonomía de clase; en este sentido está forzado a hacerlo. Cuando decide ir a lo que considera el centro de decisiones del capital, a Quito, es porque no aguanta más, porque quiere reventar a los que lo están hambreando. ¡Ya es un ataque! Porque entonces todos aconsejan la calma y el «retorno a sus hogares». No sólo nadie lo ha convocado a Quito, sino que no hay ninguna cumbre o anticumbre para «acogerlo». Sólo lo esperan las fuerzas represivas; harán lo posible para que no llegue. Y a pesar de ello, el proletariado impone su determinación. El encuadramiento sindical y de la izquierda burguesa por supuesto que va también, para no perder el tren, pero sigue al movimiento para encuadrarlo.

En Seattle, por el contrario, la razón inicial son las cumbres y ellas determinan los lugares, las fechas. No es la organización de la fuerza proletaria la que decide ir a Seattle, sino que son las convocatorias al proletariado a desfilar como cordero que lo invitan a ir. Y sólo al lado, y en alguna medida afuera y en contra, van grupos de proletarios a pelear también contra este encuadramiento. Por supuesto que a éstos sí que no se los convoca, a éstos se los teme. Es contra éstos que las fuerzas represivas se organizan. Es contra éstos que se hacen controles en la frontera. Estas fracciones proletarias en ruptura van a Seattle por sus posiciones programáticas, van para marcar y desarrollar esa ruptura con todo el capital. Sólo la percepción de los intereses del proletariado internacional transformados en conciencia de clase y en posiciones (y en todos los casos filtrados por la ideología burguesa, aunque se luche contra) le permitirá contraponerse a la socialdemocracia y desarrollar la autonomía proletaria. Más aún, la mayoría de los proletarios que van a Seattle a desarrollar la lucha proletaria pertenecen a una organización, a una red (como está de moda decir ahora), a una movida, a un grupo, o son considerados por éstos como formando parte de su periferia organizada.

Es una diferencia importante. La ruptura en Ecuador está determinada por el desarrollo inevitable de los intereses antagónicos; en Seattle depende casi exclusivamente de los programas y las banderas de los grupos que actúan. Ello hace que en los tinglados estilo Seattle adquiera una importancia aún mayor la discusión política con los grupos y las organizaciones participantes, que la crítica programática de las organizaciones que pretenden impulsar y desarrollar la ruptura proletaria tenga una importancia decisiva así como también la denuncia de toda ideología centrista, que se caracteriza por impedir la ruptura y/o por querer, en nombre de los límites de la conciencia proletaria, empujarlo a jugar el papel de ala extrema de la socialdemocracia, jugando el papel de hacer más violenta la protesta de la izquierda burguesa.

Esta crítica compañera que realizamos es parte del movimiento mismo de ruptura que se desarrolla en la actualidad tanto en Seattle como en Ecuador, o en cualquier otra parte del globo. A pesar de las diferencias señaladas en uno u otro caso, se trata de un mismo movimiento del cual asumimos su práctica, de nuestro movimiento, de nuestra pelea mundial contra todo el capital. Pero cuando, en el interior del mismo, hacemos una balance crítico de las fuerzas y las debilidades de un movimiento como el de Ecuador sentimos que lo más importante es su dinámica práctica y el análisis de las banderas, los grupos políticos y las posiciones lo consideremos en un segundo plano. En Seattle, en cambio, como el punto de partida de la agrupación de fuerzas son las posiciones políticas, el análisis y la crítica de las mismas debe ser puesto en primer lugar, sin olvidar por supuesto que también ahí lo que está en juego es la lucha autónoma del proletariado internacional contra la sociedad burguesa, contra todos los reciclajes de la izquierda burguesa por impedirlo. En los subtítulos siguientes analizaremos cómo se plantea en esos tinglados la lucha por la autonomía del proletariado, dando prioridad a las posiciones políticas de los protagonistas con respecto a la autonomía física de cada manifestación de calle.

Sin embargo, antes de pasar a ese análisis nos parece imperioso dejar claro que también la autonomía en la calle es sumamente importante y que por eso la consigna «afuera y en contra las cumbres y las anticumbres» y la crítica de los proletarios a los que se los hacen marchar como corderitos es fundamental. El Grupo Comunista Internacionalista, a través de varios volantes y otras acciones de propaganda, ha expresado claramente esta posición en dichas luchas.

También es fundamental (y lo hemos asumido en la medida de nuestras fuerzas), el criticar en la práctica a las columnas radicales de las manifestaciones y empujarlas a no participar en los cortejos socialdemócratas ni siquiera «para desbordar la manifestación» o «para radicalizarla». Pero en lo que sigue, por el hecho de que la ruptura proletaria en estas ocasiones sólo puede operarse por la ruptura política, por el avance programático y organizativo de las fracciones más radicales es que, como hemos dicho, nos concentramos en las posiciones programáticas expresadas en dichos tinglados.

La violencia de clase. ¿Revolucionarios o activistas y oportunistas?

Entremos más en el terreno de la ruptura clasista. Dejemos ahora los corderitos y concentrémonos en las franjas proletarias que más nos interesan, los militantes o grupos militantes más cercanos a nosotros que van a esos tinglados decididos a enfrentar al capital y el estado, que asumen como decisiva la lucha contra la socialdemocracia, que se reivindican revolucionarios y van ahí para desarrollar la lucha revolucionaria.

Es sin lugar a dudas un salto de calidad el considerarse revolucionario; el asumir en forma voluntaria, organizada y consciente una actividad dirigida a destruir el capitalismo y el estado. Al respecto, debiéramos señalar, en la comparación efectuada anteriormente, que cuando el movimiento de Ecuador decae sólo quedan, en el mejor de los casos, algunos pequeños grupos de militantes revolucionarios que tratan de extraer las lecciones y contactarse con otros revolucionarios a través del mundo y que, en Seattle, al contrario, ya existen minorías que se organizan permanentemente y que darán constancia a su organización independientemente de tal y cual fecha, lo que es una afirmación importantísima de la tendencia del proletariado a organizarse en fuerza y una afirmación histórica de la militancia revolucionaria. Nosotros somos parte de ese mismo proceso y dentro del mismo consideramos indispensable la crítica compañera.

Pero no se es revolucionario en función de la voluntad, sino de la práctica social, del papel práctico que se desempeña, de lo que se defiende en la práctica. Y ello es válido tanto para los militantes como para las organizaciones políticas. Es la práctica social, el proyecto social real el que sitúa a un grupo, a un militante, de un lado o de otro de la barricada.

La historia está llena de ejemplos de organizaciones que en nombre de la revolución defendieron la contrarrevolución, de estructuras políticas nacionales e internacionales que en nombre del socialismo, el comunismo y/o el anarquismo defendieron exactamente lo contrario: el capitalismo y su estado. La base de todos los oportunismos, de todas las renuncias al programa de la revolución, el determinante decisivo de la traición se encuentra siempre en la ideología del mal menor, en la política «realista», en el «no asustemos a los proletarios con planteos radicales», en el «las masas no comprenderán», en el etapismo, en la disolución del programa revolucionario para «ir a las masas», en fin, en la sustitución del programa comunista por un conjunto de reformas parciales o programas puentes que conducen siempre a la defensa del capital. La contrarrevolución no tiene infinitas maneras de imponerse, las formas de la misma son en última instancia siempre las mismas, por eso es tan importante extraer las lecciones del pasado de las luchas revolucionarias y de la imposición de la contrarrevolución.

En las organizaciones y grupos presentes en Davos, Seattle, Praga... tanto por los panfletos, volantes y publicaciones, como por las discusiones que hemos tenido, lo primero que constatamos es que el principal elemento unificador y demarcatorio, entre los que se dicen revolucionarios, es el de asumir y reivindicar la violencia de clase y, por supuesto, la violencia organizada de minorías de la clase (28). Contra toda la ideología de la «no violencia» tan común en los cortejos oficiales, que favorece enormemente el trabajo policial hasta el punto de permitir a los agentes del orden de fichar, cagar a patadas, gasear y humillar a miles de seres humanos sin que estos reaccionen, resulta totalmente lógico e inestimablemente importante que los grupos que se reivindican de la revolución asuman y llamen a la violencia revolucionaria. Se trata también de un invariante necesario, de un elemento de base de la ruptura con la ideología socialdemócrata y a nivel internacional está afirmando objetivamente la tendencia proletaria a la ruptura con todo el teoricismo y los ideólogos de salón.

Esa asumación social de la violencia como algo elemental, como una necesidad humana indispensable contra la sociedad del capital, vuelve a ponerse al orden del día en todos los movimientos del proletariado. Hay una evidente toma de conciencia internacional de la necesidad de la violencia minoritaria de clase contra la ideología pacifista socialdemócrata, lo que es y será decisivo en la actual tendencia del proletariado a reemerger como fuerza a nivel mundial. Sin dudas dicha tendencia actual se debe a la agudización de todas las contradicciones del capital, pero también a la acción y la denuncia que las minorías revolucionarias llevamos adelante durante estas últimas décadas. Y ello lo queremos dejar bien claro, porque es un punto fuerte y muy válido del movimiento actual y de sus expresiones de vanguardia, se encuentren éstas en Seattle, Ecuador, Paris, Moscú...

Hoy como ayer todo grupo que se oponga a la violencia de las minorías proletarias en nombre del antisustitucionismo, del antiterrorismo, de la mítica «violencia de la clase en su conjunto» constituye en los hechos una parte de la socialdemocracia y del estado burgués.

Sin embargo ese elemento no es suficiente para una verdadera ruptura. La violencia en sí sola no constituye una verdadera frontera demarcatoria entre reforma y revolución, como el izquierdismo burgués nos trata de hacer creer. Entre la reforma (que también utiliza la violencia para defender el sistema) y la revolución hay un verdadero abismo de clase, de proyecto social, de programa. El proletariado necesita organizarse prácticamente afuera y en contra de la socialdemocracia, delimitar lo más posible los campos. La afirmación práctica del proletariado como clase independiente implica al mismo tiempo la delimitación teórica, de métodos y de objetivos con respecto a las fuerzas burguesas. Es absolutamente insuficiente y desarrolla la confusión el creerse que esa demarcación pueda realizarse exclusivamente sobre la base de la oposición entre la violencia y la no violencia.

Pero en el movimiento presente en esos tinglados constatamos un gran desprecio por la teoría revolucionaria, por el programa de la destrucción del capitalismo, por la lucha por acuerdos programáticos precisos, por la cuestión del partido, por la cuestión del poder. Al contrario, a la sombra de la socialdemocracia y como su expresión violenta se ha desarrollado toda una ideología que en nombre de la libertad o de lo «libertario», de la «acción directa» y de la «práctica revolucionaria» niega o le quita importancia a todo aquello. Dicha concepción se basa en «la actividad», en «lo práctico», en la unificación basada en la «lucha en la calle». Nuestra posición es de crítica despiadada de dicha concepción, que ha conducido siempre al oportunismo.

En primer lugar hay que decir claramente que la posición de negar la importancia de la teoría revolucionaria, de la discusión programática, es, evidentemente, y aunque moleste a sus defensores reconocerlo, una teoría «revolucionaria» bien precisa. El no a la delimitación del programa revolucionario del proletariado, conjuntamente con la apología de la «acción directa» en lo inmediato y de lo libertario en lo político es un programa totalmente concreto, que, por otra parte, tampoco es nuevo: no son los primeros en declarar «el objetivo no es importante, el movimiento es todo». Los oportunistas del siglo xix y principio del xx, comenzando por el propio Bernstein, basaron su concepción en dicha máxima.

De más está decir que ese movimentismo, ese empirismo, también se considera estratégicamente fuerte por atraer a las masas a la acción sin ahuyentarlas con planteos como el de la necesaria dictadura del proletariado para abolir el trabajo asalariado. Desde el punto de vista del proletariado, esta ausencia de dirección, de programa y de perspectiva, de organización permanente y de asumación de la necesidad de centralizarse es una gran debilidad histórica, que una vez más hoy permite que nos sigan maniobrando. Desde el punto de vista de los grupos que desarrollan, sostienen e impulsan esa práctica empirista y antiprogramática es una enorme puerta para todos los oportunismos, para el frentismo, para el mal menor y en general para el pasaje al campo de la socialdemocracia, al campo de la contrarrevolución.

Precisamente lo que más le está faltando al movimiento existente hoy en el mundo, dadas las características de las luchas proletarias en la actualidad (tanto las de un tipo como las de otro) es la perspectiva, la continuidad, la dirección revolucionaria, la preparación insurreccional, es decir afirmarse como fuerza que sabe adonde va, que lucha por darse una centralización y por dotarse de una dirección. El proletariado sólo se siente una clase cuando reaparece violenta y fulgurantemente en esas grandes luchas y sólo al nivel que las mismas se desarrollan que, hasta ahora, es limitado geográficamente. Ésa es la gran debilidad actual de nuestra clase, que no llega entonces a reconocerse en cada lucha en el otro extremo del planeta y que, en cada caso, el movimiento parecería que partiera de cero sin ninguna acumulación de su experiencia histórica. Al no sentirse clase mundial, ni reconocer su propio pasado, no puede tampoco afirmar (ni conocer) el programa revolucionario de destrucción del capitalismo. Por eso, todas las ideologías libertarias, practicistas, movimentistas, que oponen la «acción directa» al programa revolucionario son hoy más nefastas que nunca y juegan el mismo papel que los oportunistas de siempre: impiden la ruptura revolucionaria con la socialdemocracia.

El hecho de que esos grupos y organizaciones se consideren revolucionarios, luchando contra el capital y el estado no los sitúa en el campo de la revolución si su práctica real es precisamente la de defensa de esa ideología empirista, antiteoría revolucionaria, que va invariantemente acoplada a la práctica activista.

La mayoría de esos militantes que se dicen revolucionarios consideran que la actividad central de la revolución es la de agitar, la de activar, la de suscitar la lucha del proletariado, la de realizar campañas permanentemente contra tal o cual empresa multinacional, contra tal o cual institución del capital y, por supuesto, contra las cumbres burguesas. Lo que resulta criticable no es, desde nuestro punto de vista, que dichos activistas se consideren profesionales de la revolución, que se organicen y que traten por todas las fuerzas a su alcance de desarrollarla, sino el que consideren que la revolución sería el resultado de la generalización de esa acción, de ese activismo (29) y no de las luchas históricas de una clase social. Esa ideología de la especificidad de la acción agitativa, del reclute para ella, de la ilusión de destruir el capitalismo por la generalización del activismo (¡hay quienes creen que se triunfará si se siguen agregando cientos o miles de autobuses para ir a la próxima reunión cumbre!), pone en evidencia el desconocimiento y el desprecio objetivo por el movimiento histórico al que pertenecen, por la relación entre las luchas llevadas por ellos y otras luchas proletarias actuales o las luchas revolucionarias del pasado; es decir, sobre lo que es el programa revolucionario. El activismo cierra así los ojos sobre el arco histórico de la lucha comunista contra el capital, defiende «la actividad» contra la teoría revolucionaria, «la acción directa» contra la necesidad de organizarse en fuerza política, en partido revolucionario, en fuerza centralizada para abolir el orden social capitalista. Incluso cuando habla de organización, el activismo no habla nunca de constitución en fuerza mundial, de desarrollar la permanencia y la centralización, de partido mundial, sino al contrario de redes informales, de unificación por actividad, de ponerse de acuerdo para tal o cual campaña. Reiterando la vieja separación socialdemócrata entre práctica y teoría, despreciando a ésta última y utilizando como argumento que actúa en nombre de la masa, de la voluntad de los que luchan, de la democracia de los obreros, el activismo conduce siempre a la degeneración de los grupos políticos. En nombre de lo inmediato terminan corriendo detrás de las masas y sacrificando lo esencial del programa.

Como decía Amadeo Bordiga en una de sus mejores épocas: «Una desviación banal, que se encuentra al origen de los peores episodios de la degeneración del movimiento, es la de subestimar la claridad y la continuidad de los principios (30) y empujar al «ser político» a hundirse en la actividad del movimiento que indicará las vías a tomar. Es la de no pararse para decidir, refiriéndose a los textos, pasándolos por el tamiz de las experiencias anteriores, sino continuar sin paradas lo vivo de la acción... Nunca hubo un traidor y vendido a la clase dominante que haya abandonado el movimiento sin haber argumentado: primero que era el mejor y más activo defensor «práctico» de los intereses obreros; segundo que actuó así debido a la voluntad manifiesta de la masa de sus discípulos...». (31)

¿Internacional revolucionaria? ¡Mentira activista!

El activismo se refleja en la concepción según la cual la internacional revolucionaria se constituye sobre la base de la acción inmediata. Hoy, diferentes grupos que cuestionan el planteamiento socialdemocrático clásico, se hacen presentes en los tinglados de las cumbres y anticumbres, y en toda su propaganda sostienen que estamos ante un enfrentamiento entre la internacional capitalista y la internacional revolucionaria. Por ejemplo, el secretario internacional de la FSA-AIT llega a titular su informe sobre Praga como La internacional Capitalista contra la Internacional Anarcosindicalista.

Para nosotros, por más fuertes que hayan resultado algunos enfrentamientos de nuestra clase contra las cumbres y las contracumbres, por más violentos que hayan sido los desbordamientos, los enfrentamientos contra la policía o la rotura de vidrieras, nos parece totalmente inapropiado hablar de internacional revolucionaria, porque una internacional revolucionaria tiene necesariamente que ser mucho más que eso, no sólo en términos cuantitativos o de violencia expresada, sino en términos cualitativos. Vanagloriarse de esa acción del proletariado e identificarla con una internacional revolucionaria es una grosera distorsión de los hechos y de lo que debe ser una internacional revolucionaria. Y ello por varias razones.

La primera de ellas es que los niveles de autonomía del proletariado, a pesar de esa acción en la calle, son muy relativos, ya que la acción misma en la calle no está determinada por el proletariado mismo, en cuanto a qué lugar, fecha, modalidades... que son impuestas por el enemigo de clase (32). El lugar y las fechas son decididas en las cumbres y/o cumbres paralelas, y si bien forma parte de nuestra protesta el tratar de impedir su realización o manifestarnos contra las mismas, no hay una autonomía de acción si dependemos de sus cumbres para manifestarnos.

Justamente, muchos grupos militantes o compañeros próximos extraen de Seattle y Praga la lección de que «no hay que ir a meterse en la boca del lobo», «que debiéramos ser nosotros los que decidimos adónde, cuándo y cómo nos manifestamos» (33). En efecto, uno de los puntos más fuertes entre las minorías que impulsan la acción violenta es que cada vez se toma mayor conciencia de ello, y que diferentes organizaciones y grupos manifiestan la necesidad de organizarse independientemente de los tinglados montados: existen diferentes asociaciones, redes y asambleas que comienzan a darse esos objetivos. Nosotros pensamos que justamente en esa crítica y tendencia a organizarse de manera diferente se está forjando una comunidad de lucha que podrá ser decisiva en el futuro para ir marcando, con su práctica, la dirección que necesita el proletariado.

Pero en esos tinglados, hay que decirlo claramente, los niveles de autonomía del proletariado, aunque se desarrolle la violencia de clase, son débiles, muy débiles. Ello facilita enormemente el trabajo policial de preparación, conocimiento del terreno tanto para la «batalla» como para la filmación, el fichaje y la identificación de los elementos más peligrosos.

Más aún, debemos comprender que la burguesía ha tenido un éxito importante en tales operativos. En efecto, constatamos una excelente división del trabajo en la canalización, la dispersión y la represión del proletariado: se convoca a la máxima cantidad de gente posible, se duerme a la mayoría de ellos con paseos de corderos detrás de los clásicos grupos pacifistas y se trata de que los que quieren ir más lejos formen cortejos aparte o de otro color con el objetivo de expresarse violentamente y romper vidrieras, lo que por supuesto facilita la acción de la policía. Dormideras para la mayoría y palo y fichaje para los que quieren el enfrentamiento constituyen una división idónea del trabajo burgués contra el proletariado, que siempre utilizaron nuestros enemigos. Es como si tamizaran el movimiento, seleccionando e identificando perfectamente a los que hay que tener bien fichados, a los que hay que arrestar.

Incluso la ideología que predomina en muchos de esos grupos activistas facilita esta división del trabajo. En efecto, el hecho de que no se definan afuera y en contra de los cortejos oficiales de protesta, sino que muchos acepten constituir otras columnas en los mismos cortejos contribuye al trabajo realizado por el estado. Más todavía, en algunos casos, quienes aparecen a la cabeza de los desbordamientos de calle no son otra cosa que las «secciones jóvenes» de los mismos grupos o las fracciones izquierdistas de la misma socialdemocracia (maoístas, trotskistas, guerrilleristas...), cuya acción no es para nada contra la socialdemocracia, contra los planteos de humanizar el capitalismo, sino para «radicalizar» (34) dichos planteamientos.

Otra cosa muy distinta sucedería si los sectores más decididos del proletariado actuasen para impedir esta división del trabajo; si se actuase rechazando esta separación entre quienes van a desfilar como corderos y quienes van a «romper», organizando la violencia para reventar antes que nada el mismo cortejo oficial de protesta, y empujar así al conjunto a la protesta violenta, para enfrentarse no sólo a los policías oficiales, sino a los policías sindicales y de izquierda que aseguran junto con los otros la división necesaria del trabajo y el terrorismo de estado.

Pero se nos dirá que no existe una correlación de fuerzas para enfrentarse a la burguesía de izquierda, que las fuerzas de choque de la izquierda y los policías sindicales pueden todavía asegurar el orden pacífico de su manifestación; pero eso confirma una vez más la falta de acción realmente autónoma.

Más todavía, eso muestra que la ideología que domina en ese medio es la del mal menor, que hace que la organización de la violencia proletaria no se exprese nunca abiertamente contra la socialdemocracia y las anticumbres, sino contra la derecha y las cumbres oficiales, que se constituya al lado de la socialdemocracia (¡como si así pudiera el proletariado conquistar su autonomía!) y se vaya a estrellar no contra ésta (¡que en el entrevero queda muy bien parada a pesar de las críticas verbales que la acusan sólo de «pacifismo, y otras desviaciones»), sino contra el escudo de toda la burguesía: la policía oficial (35).

Todo eso es típico del izquierdismo burgués para desviar al proletariado de su crítica de la sociedad. Una dirección revolucionaria debe luchar precisamente por lo contrario, por impedir el éxito de la división del trabajo que hace la burguesía entre discursos dormideras y palo y fichaje. Mucho más importante que enfrentarse a policías preparados y que están esperando, sería atacar a socialdemócratas menos preparados y que todavía no se la ven venir, así como atacar a los policías cuando no nos están esperando, cuando lo decidamos nosotros. Para el proletariado, resulta nefasto el marchar al lado de la socialdemocracia o en columnas con colores diferentes pero junto a ella, como para radicalizar sus manifestaciones. Se requiere organizarse afuera y en contra de esos paseos socialdemócratas, constituirse en fuerza para impedirles, también a ellos, realizar sus foros porto alegres. Sería decisivo estructurar la fuerza proletaria, decidir nuestros propios objetivos y no considerar, como Attac, el Foro de Porto Alegre y Tutti quanti, que el enemigo es el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

Enfrentarse a los mismos objetivos que la socialdemocracia, pero de forma más violenta y radical, es caer en el mal menor y aceptar el principio del frentismo. Se trata del mismo principio que, en nombre del antifascismo, llevó a marxistas leninistas, anarquistas sindicalistas y trotskistas a ponerse del lado del estado burgués contra la revolución (primero en 1936 y 1937 en España, y luego en todo el mundo).

Hasta ahora sólo se habla de impedir por la violencia las reuniones del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial..., pero no de Attac, no de la Internacional Socialista, no de los Foros Sociales... lo que muestra a las claras la debilidad de nuestra clase y sobre todo el predominio del centrismo, incluso en las manifestaciones más radicales del proletariado.

En esas manifestaciones conjuntas con la socialdemocracia contra los mismos enemigos de ella, a pesar de las columnas y los colores diferentes, se está todavía en los pañales de la autonomía de clase. El proletariado, para autonomizarse, debe romper también con tanto (autoproclamado) «autónomo» que lo empuja en permanencia a continuar en cortejos fundamentalmente socialdemócratas y a ir a las mismas misas ciudadanas que los socialdemócratas organizan (aunque sea para radicalizarlas) y por lo tanto que le impiden una verdadera autonomía de clase.

¿Guerrilla urbana? ¿insurrección?

Se dice también que ese tipo de enfrentamiento es una especie de «guerrilla urbana, de insurrección, o de prácticas insurreccionales», concepción que puede ser muy interesante cuando realmente la misma se organiza sobre bases propias, y no las que predominan en la actualidad. La verdadera lucha revolucionaria insurreccional no puede basarse en ir adonde nos están esperando para darnos palo, no puede consistir en ir a enfrentarse con muchos menos medios a un enemigo mucho más preparado, potente y que además nos está esperando. La burguesía y los jefes represivos nos envían para enfrentarnos a la tropa mercenaria mejor preparada, y la utilizan de escudo mientras se quedan muy bien preservados atrás, ¡¿qué más pueden desear que el hecho de que nuestra fuerza se reviente contra su escudo protector y que ellos queden intactos?!

Más aún, las leyes de la insurrección se basan en todo lo contrario; en la concentración de fuerzas proletarias contra un enemigo que no espera el ataque; elegir el lugar y el momento en función de nuestros objetivos y atacar a donde y cuando menos nos esperan; eludir el combate militar cuando el enemigo es superior; hacer creer una fecha y golpear antes, cuando todavía no lo esperan, o después, cuándo están cansados de esperar; evitar la resistencia en puntos fijos, utilizar la dispersión frente a un enemigo que avanza y la concentración sólo para el ataque ahí adonde nadie espera; atacar los centros de acuartelamiento y preparación de la represión antes que dicho acuertelamiento y organización de la tropa para obedecer tenga lugar; golpear a los capitalistas, los gobernantes y los jefes de la represión en sus propias casas; impedirles dirigir las terroristas operaciones represivas sea arrestándolos, sea rodeándolos o cortándoles las vías de acceso para la dirección de las tropas...

Más aún, el interés de la insurrección no es enfrentar y destruir a los policías en general (¡aunque por supuesto deba ser implacable con todo agente del orden consecuente!), sino destruir la coherencia de cuerpo de la represión y lo que por el momento se patrocina; por el contrario, enfrentarse contra la fuerza que la burguesía pone de escudo favorece ese famoso espíritu de cuerpo.

Por eso merece toda nuestra crítica esa concepción «guerrillerista» que se ha puesto de moda. Porque es más bien una caricatura, pues se empuja a la lucha aparato contra aparato, que siempre favorece al estado. Parecería que la «dirección de las operaciones insurreccionales» quisiera ­a falta de perspectiva revolucionaria­ vanagloriarse de los policías heridos y la cantidad de heridos y fichados que quedan en nuestras filas. Sobran los relatos de izquierdistas burgueses en Internet o los vídeos que circulan en donde se suman heridos y se reproducen imágenes de enfrentamientos espectaculares, haciendo creer que eso hará avanzar la revolución social. Ver por ejemplo las ferias de intercambio de imágenes de «acciones» y «revueltas» en Internet, como por ejemplo Indymedia, donde los activistas aseguran benévolamente un trabajo que sólo puede servir al espectáculo y a... la policía.

La lucha revolucionaria tendrá heridos, presos y muertos proletarios, pero nuestro interés es que sean los menos posibles. ¡Estamos cansados de tantas víctimas! Todos los ejemplos históricos muestran que cuando una insurrección proletaria se desarrolla no hay muchas víctimas, que cuando se atacan a los jefes de la represión y el estado burgués, el número de compañeros caídos es muy reducido y que, al contrario, el mayor número de víctimas se produce siempre, cuando se nos llaman a resistir o manifestar contra la potencia represiva concentrada del estado.

Falta de programa revolucionario, espectáculo de la violencia

Ligado a todo eso está, una vez más, la falta de programa y perspectiva que existe en dichos enfrentamientos; la falta de una crítica profunda y real de la sociedad burguesa; la falta de una estrategia de liquidación de la sociedad capitalista. Sin todo ello, hablar de internacional de la revolución contra internacional del capital, como muchos hacen, es falsificar el contenido mismo de lo que es una internacional revolucionaria. ¿De qué internacional revolucionaria nos hablan? ¡De la columna de tal o cual color en la mismísima manifestación socialdemócrata! ¿Y cuál es la diferencia entre las columnas?¡¿Qué algunas se enfrentan violentamente a los monstruos FMI y BM?!

El secretario de la FSA-AIT no tiene reparos en decirnos que ellos eran el bloque azul (blue) que debían mostrar ­televisión mediante (36)­ a los pobres del mundo que había en Europa quien luchaba contra el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial: «Aquello fue una tromba desencadenada de guerra de clase, sabíamos que aquél no era nuestro método de trabajo, pero todos sabíamos que debíamos mostrar a los pobres y moribundos proletarios del mundo que aquí, en Europa, hay gentes valientes que no sólo moralizan y critican, sino gentes que no temen confrontar físicamente al FMI y el BM, que están determinadas a impedir su congreso, que arriesgan su vida y su salud para reventar el macabro acontecimiento de ingenieros del hambre y la destrucción ecológica».

Véase hasta que punto esa violencia está sindicalmente encuadrada para que no desborde y se le ocurra atacar, por ejemplo, a la izquierda burguesa, lo que por supuesto no se puede garantizar cuando la manifestación proletaria no está encuadrada por sindicalistas (llámense libertarios o anarcosindicalistas), como la que se da, por ejemplo en el momento en que escribimos este artículo en Cabila, Argelia, donde toda la prensa reconoce que los revoltosos atacan por igual a los partidos oficiales y los partidos de la oposición (37). Véase la pretenciosa diferencia establecida entre los especialistas del cambio social, los anarcosindicalistas, y los proletarios del mundo. Véase la eurorracista distinción entre lo decisivo que sucede en Europa y la miseria en otra parte. ¡Cómo si los proletarios del mundo fueran moribundos que esperasen a que los señores sindicalistas europeos les mostrasen el camino! ¡Qué falsificación más gigantesca del movimiento actual del proletariado!

Wohlmuth agrega: «Pero la calle en lucha era algo muy diferente a lo usual. Poco a poco, conocíamos a todos aquellos que con gran valentía habían cargado contra la línea de los policías, sabíamos que, en ese momento, las fuerzas del capital y el estado no eran atacados por punks, hooligans o adolescentes aburridos, en suma por alborotadores callejeros sin un sentido político, en medio de los grupos atacantes veíamos doquiera banderas rojas y negras y los escudos y máscaras antigás con los distintivos AIT-IWA». Y para que quede bien claro que no se trata de un desbordamiento genérico, de la destrucción de la propiedad privada, como los que precisamente hace el proletariado contra todas las fuerzas burguesas, sino sólo contra la derecha, añade casi en tono de disculpa: «Éste no es nuestro estilo de trabajo; [...] pero frente al hecho de que 10.000 políticos y economistas están en Congreso en el centro de Praga negociando y planificando la miseria y la muerte de millones de personas, esto era quizás lo único que podíamos hacer. Son los políticos y los capitalistas los que tienen que avergonzarse por los daños materiales y personales, no los valientes revolucionarios del bloque rojinegro que demostró en la calle Lumir que Seattle ya no es válido como símbolo; he aquí el nuevo ¡Praga!».

Todo esto nada tiene que ver con una internacional revolucionaria contra el capital, cuyo ABC sería, al contrario, poner en evidencia el papel que juega la derecha y la izquierda del capital; demostrar que atacar al Fondo Monetario Internacional sin atacar a sus complementarios de Attac contribuye en última instancia a fortificar el enemigo del proletariado; que sólo tiene sentido hablar de internacional revolucionaria a partir de una práctica organizada afuera y en contra de las manifestaciones socialdemócratas. La internacional revolucionaria que necesita el proletariado para triunfar contra el capital no puede nunca pretender que ataca el capital enfrentándose sólo a una fracción de él, pues eso no hace más que fortificarlo a largo plazo.

Sí, por supuesto que se trata de definir los objetivos de la manera más precisa posible. Se trata de afirmar la lucha del proletariado contra el capital y el estado sin olvidar a la socialdemocracia que es la parte de él especialmente destinada para domarnos. Hemos encontrado grupos proletarios en Seattle, Praga, Buenos Aires... que levantan ese tipo de consignas, pero la falta de autonomía política y organizativa del proletariado hace reaparecer, incluso en los sectores en ruptura, viejas consignas sindicalistas que por más que cacareen contra el capital le hacen el juego. El eslogan «más intenso» en dicha columna blue, en Praga, según dice Wohlmuth, era: «Contra el capital, trabajo anarcosindicalista!».

Más todavía, lo que necesitamos hoy los proletarios es desarrollar un asociacionismo de clase, afirmar hoy el centro del programa revolucionario, que nada tiene que ver con sindicatos (¡llámense anarquistas o no!), la lucha por la revolución proletaria internacional, la cuestión central de la lucha contra el poder del estado, la lucha por su destrucción, por el poder revolucionario del proletariado, la cuestión de la insurrección proletaria, de la dictadura contra el mercado y la tasa de ganancia. Hablar de internacional revolucionaria sin esos elementos de base nos parece no sólo contraproducente, sino directamente tramposo, y sostenemos que eso sólo sirve a la reacción. ¡Que algunos lo hagan conscientemente y otros quieran de esa manera hacer avanzar la revolución, lamentablemente, no cambia las cosas!

Acerca de la crítica de las falsas rupturas: ruptura proletaria contra centrismo

Antes de continuar la crítica de las falsas rupturas, lo que siempre es importante para nuestra clase, debemos volver a situar dicha cuestión en el contexto actual de la correlación de fuerzas entre las clases. En todo ese tinglado de cumbres y manifestaciones de colores, el proletariado es, como vimos, el principal convidado a aplaudir y marchar en los cortejos oficiales.

Como la impostura es demasiado grosera, porque quienes pretenden con estos espectáculos situarse a la cabeza de las protestas son las mismas caritas, las mismas estructuras y los mismos programas socialdemócratas. Y aunque logren domar a muchos (¡siempre hay y habrá carneros!), el proletariado desborda y tiende, en la medida en que sé autonomías, a situarse totalmente afuera y en contra de esas misas ciudadanas.

Pero esa ruptura no se opera de la noche a la mañana. Todas las afirmaciones de la misma son todavía parciales, y es esa parcialidad de la ruptura de nuestra clase lo que le permite a diferentes fracciones de la socialdemocracia reinterpretarlas, recanalizarlas y sobre todo impedir que la ruptura sea total. Por supuesto, estas fracciones, que toman puntos decisivos de la crítica comunista y dicen defender la revolución, tratan por todos los medios de que se siga enganchado o dependiente y bajo la férula socialdemócrata. Ése es el papel clásico de las fracciones que los revolucionarios definen como centristas, porque, a pesar de que retoman puntos fundamentales del programa revolucionario, frenan el salto de calidad indispensable que consiste precisamente en situarse fuera y en contra de toda organización capitalista.

Tanto ayer como hoy, contra el viejo revisionismo y oportunismo de la socialdemocracia, que sostenía que el desarrollo del capitalismo sería cada vez más favorable a los proletarios y que por lo tanto había que desterrar la revolución y adoptar la evolución (38), se desarrolla el centrismo. Retomando una crítica proletaria contra la socialdemocracia, que opone al reformismo abierto de ésta la lucha revolucionaria contra el capital y el estado, el centrismo actúa pareciendo asumir las mismas banderas, pero se opone al llamamiento a constituir un partido aparte, afuera y en contra de la socialdemocracia; un partido contrapuesto a las elecciones, el parlamentarismo, el sindicalismo, el frentismo... y que lleve a las últimas consecuencias la guerra social contra el capital y el estado. En este sentido, aunque el centrismo retome aspectos centrales de la crítica proletaria, en la medida de que no sólo no lleva esta crítica a sus consecuencias necesarias, sino que se opone con todas sus fuerzas a ello, no deja de ser parte de la socialdemocracia y constituye así el último baluarte del capital.

Por naturaleza, el centrismo es oscilante entre las banderas revolucionarias que levanta y la política de impedir la ruptura con la socialdemocracia histórica, de ahí que muchos consideren que se encuentra suspendido entre las clases. Pero, en realidad, la política oscilante realizada en nombre del proletariado no está ni puede estar en el medio de nada, sino que frena la constitución del proletariado en fuerza y cumple una función objetivamente contrarrevolucionaria; constituye en los hechos una fracción extrema de la socialdemocracia.

En los tinglados actuales contra las cumbres, la necesaria ruptura proletaria sigue chocando con un conjunto de ideologías presentes en muchos grupos y organizaciones, que, a pesar de hablar de lucha contra el capital y el estado, impiden la misma. Estas barreras centristas son las que queremos denunciar.

¿Anticapitalismo? ¿Contra el estado?

Ante la rabia proletaria contra las cumbres y las anticumbres, ante el carácter ridículo y timorato de la crítica oficial de Attac y otras estructuras socialdemócratas ­que en todo son cómplices de las otras­, miles y miles de proletarios durante esas manifestaciones (y no sólo ahí) han opuesto a esta crítica burguesa, el ABC de la crítica de nuestra clase. Decenas de grupos en los cinco continentes, centenas de volantes, pedradas, molotov, panfletos y artículos denuncian las críticas que hacen los socialdemócratas del Fondo Monetario y el Banco Mundial, y le contraponen la lucha contra el capital y el estado. Pero no basta decir que se es anticapitalista para luchar contra el capitalismo, no basta decirse anarquista o comunista para luchar contra el estado. Cuando se va al contenido mismo de esa crítica se puede constatar, por un lado, mucha confusión en lo que ello significa y, por el otro, una ideologización de un conjunto de seudo rupturas que en los hechos constituye una posición centrista que impide la verdadera ruptura proletaria y su práctica insurreccionalista.

Así hay toda una moda «anticapitalista»; muchísimos grupos y organizaciones se llaman «anticapitalistas», aunque en su práctica muchas veces constatamos que únicamente denuncian las multinacionales, los monopolios, el capital financiero, el «imperialismo» (39), tal país o el Fondo Monetario Internacional y las otras instituciones similares; lo que en realidad resulta un apoyo apenas disimulado de la ideología de humanización del capitalismo de la socialdemocracia. El «anticapitalismo» de ese tipo tampoco es nuevo, es también una vieja historia socialdemócrata. Ya desde la época de Marx había todo tipo de ideologías anticapitalistas, de socialismos, que aquél denunciaba ya como socialismo burgués y pequeñoburgués. Fue más tarde que la socialdemocracia teorizó lo de que «el capitalismo, ahora, era monopólico e imperialista» (40) y poder justificar de esta manera el oportunismo y el reformismo, y contribuir a la guerra imperialista en nombre de un capitalismo más democrático.

Hoy está lleno de estos anticapitalistas burgueses que invariantemente defienden un estado burgués contra otro. Más aún, también aquí vemos fracciones enteras de la burguesía internacional que siempre apoyaron, con el cuento del socialismo, la política capitalista e imperialista del bloque ruso, cuando no fueron directamente parte del mismo estado ruso, y que ahora están tratando de reciclarse. Entre ellas se encuentran muchos sectores izquierdistas que siempre hablaron de anticapitalismo, para mejor defender en la confrontación imperialista una fracción contra otra. Por ejemplo, en la Guerra del Golfo, en sus contradicciones «con los yanquis», no apoyaban al proletariado sino al partido baasista, la guardia republicana y Saddam Hussein.

Desde nuestro punto de vista es imprescindible denunciar esas posiciones como hace, muy correctamente, un volante repartido en Canadá en abril del 2001 firmado «Libertarios»: «Pero mucho más insidiosa porque se encuentra próxima a nosotros, marchando a nuestro paso, es esta nueva tendencia al extremo de la ciudadanización respetable: se trata por supuesto de toda esa movida que se proclama «anticapitalista», «antiautoritaria», «autogestionaria» y Tutti cuanti. ¡¡¡Bajo el nuevo anticapitalismo: el capital!!!»

«A esta ala radical, que conoce mucho de retórica anticapitalista y maneja bien las declaraciones de principios, estaríamos tentados de responder: ¡Sigan parloteando, papagayos! (41). En los hechos, ellos culpan al capital financiero, a las corporaciones, es el viejo antiimperialismo que vuelve por la puerta de atrás. El socialismo pueril de ayer se transformó en un anti-capitalismo de calidad, complementado por una exigencia de democracia total. Todas las separaciones capitalistas son magnificadas como identidades reales a salvaguardar y promover (sexo, edad, raza, nacionalidad, roles sociales o económicos, minerales, vegetales y cosmos, la lista es infinita...). Esta ala turbulenta mezcla bien tímidamente la jaula de sus mayores más respetables, pero sólo para acusarlos de traición. Además, actúa en general como tropa de choque de los partidos y los sindicatos, que a su vez se sirven de ellos como de espantapájaros.»

Nos parece también sumamente adecuada la crítica que realizan estos compañeros «libertarios» de la ideología afinitaria, tal como se ha puesto de moda en la actualidad, que en vez de empujar al proletariado a su unificación sobre la base de la homogeneidad de intereses, perspectiva y proyecto social, fortifica todas las divisiones y separaciones del capital magnificándolas como identidades reales a salvaguardar: cultura, sexo, raza, edad, región... y hasta a veces creencias, sectas, opiniones, religiones... Hasta la música de moda puede ser un criterio de afinidad, pero la agrupación sobre la base de ello sólo puede separar a los proletarios en celdas desarrolladas por la sociedad burguesa, cuando lo que se necesita es romper todas esas celdas y desarrollar una fuerza homogénea contra el capital (42).

Expresiones contradictorias de la ruptura proletaria

Pero ese «anticapitalismo», típicamente burgués e izquierdista, coexiste todavía (aunque luchemos contra esa coexistencia) con una crítica profunda a la socialdemocracia, que denuncia su papel burgués, que está expresando bien o mal, la incipiente y dificultosa ruptura que el proletariado lleva adelante contra la socialdemocracia a nivel internacional. Esta ruptura es por supuesto dificultada, obstaculizada, por esa ideología izquierdista de la socialdemocracia que también está en pleno proceso de reciclaje de basura y se tiñe de «anticapitalismo» y «antiestatismo».

En algunos casos, las rupturas proletarias son claras y demarcatorias; en otros, se encuentran todavía teñidas de esa ideología izquierdista de los años sesenta y setenta en donde siguen volviendo por la puerta de atrás el marxismo leninismo, el trotskismo, el castrismo, el guevarismo, el antimperialismo burgués y la conciliación de todo ese cóctel bajo la bandera de moda de lo libertario.

Para expresar esa contradicción hemos elegido como ejemplo el Manifiesto de los jóvenes anticapitalistas contra el Foro Social Mundial (ver recuadro).

Manifiesto de los jóvenes anticapitalistas contra el Foro Social Mundial

Desde Seattle, pasando por Washington, Londres, Minau, Melbourne, Seúl, Praga hasta Niza, una y otra vez decenas de miles de jóvenes anticapitalistas han denunciado, con la acción directa, a los grandes monopolios y a los organismos internacionales como el FMI, el Banco Mundial y la Unión Europea. Estas instituciones son las responsables de la explotación de millones de trabajadores, la destrucción del medio ambiente, y de sumir a millones de personas en las más bajas condiciones de pobreza. La denuncia de estos jóvenes anticapitalistas es muy clara cuando gritan por las calles del mundo que «El capitalismo mata, matemos al capitalismo» y «Abajo el FMI».

Ahora, aquí, en Porto Alegre, en el Foro Social Mundial, las ONGs, las burocracias sindicales y las direcciones de los partidos institucionalizados cambian el contenido de la lucha de los jóvenes anticapitalistas por la reaccionaria política de la «humanización del capital». Humanizar el capital con los ministros franceses que persiguen inmigrantes, que son parte del gobierno que, junto con la OTAN, bombardeó Yugoslavia matando a miles de personas y reprimió a los anticapitalistas en Niza; humanizar el capitalismo con los banqueros y las multinacionales; humanizar el capitalismo junto con gobiernos que, como el PT, siguen pagando la deuda, reprimieron la huelga de los profesores de Rio Grande do Sul y la ocupación del MST (Movimiento Sin Tierra) de un predio público federal en Porto Alegre, reprimen diariamente a los vendedores ambulantes y los sintecho en las ocupaciones urbanas portoalegrenses, y siguen dando dinero a las multinacionales.

En verdad, la estrella [se refiere a la estrella que es el símbolo del PT ­Partido de los Trabajadores­, de Lula] que dirige esa prefectura y gobernación, que se dicen democráticos y populares, interesados en las elecciones de 2002, resolvieron servir de tubo de ensayo para una nueva forma de gestión del capitalismo sustentada en una socialdemocracia (43) que permite la explotación burguesa y agrada a las clases medias con engaños de democracia, como el Presupuesto Participativo que busca impedir la protesta social cooptando los movimientos populares. Completan este cuadro los demás partidos de «izquierda», que, incluso criticando esa política, capitulan en vez de hacer un cuestionamiento más contundente.

Humanizar el capitalismo es utópico y reaccionario. Por eso, jóvenes anticapitalistas del Campamento de la Juventud nos sentimos parte del movimiento anticapitalista y solidarios con los jóvenes, que en Davos, denuncian el Foro Económico Mundial. Y decimos que: el Foro Social Mundial es un engaño de los que quieren desviar la lucha anticapitalista hacia una política de colaboración de clases y elecciones, continuando la aplicación de la miseria del capitalismo. Por eso, nosotros realizamos nuestros propios talleres encaminados a la construcción de una red nacional anticapitalista al grito de «Abajo el Foro Económico Mundial, el FMI, el Banco Mundial y la OMC», a los cuales el Foro Social Mundial no es una alternativa, «Abajo el Plan Colombia», «Viva la Intifada Palestina», «No al pago de la deuda externa», «No a las privatizaciones».

El capitalismo mata, matemos al capitalismo. Cabe a la juventud, los trabajadores y el pueblo pobre capitalista, fieles al espíritu de Seattle, Niza, Praga y Davos, impedir que la intervención anticapitalista sea distorsionada y utilizada por sus enemigos (44).

Dicho documento hace una crítica proletaria del Foro Social Mundial que organizó, como vimos, la socialdemocracia en Porto Alegre. Por todas partes deja clarísimo que «otro mundo es posible... ­eslogan dominante en la anticumbre de Porto Alegre­ sólo destruyendo el capitalismo». Nos parece muy importante que este punto decisivo se concrete también en la denuncia a los partidos y los sindicatos de la socialdemocracia, por su práctica social cotidiana represiva y antiproletaria, particularmente a los partidos socialdemócrata brasileros, como el Partido de los Trabajadores de ese Walesa brasilero que es Lula. De ese manifiesto vale la pena destacar también la denuncia frontal que se hace de la ideología, tan presente en las cumbres y las anticumbres, de humanizar el capitalismo, así como del hecho de que el capitalismo es quien mata y que, por lo tanto, hay que matar al capitalismo.

Sin embargo, dicho manifiesto a pesar de constituir una contribución a la crítica de este mundo (¡por eso lo publicamos!), tal vez por ser el resultado de un gran número de grupo con programas políticos diferentes, resulta confuso y denota la falta de ruptura, en otros puntos. A través de los ejemplos que damos a continuación, afirmamos la crítica que el proletariado hace y empujamos a la profundización de la ruptura con la socialdemocracia y sus expresiones centristas. Estas críticas, se las de intentaremos llegar a los distintos grupos que firman el texto.

* No se habla de proletariado contra el capitalismo, sino de «jóvenes anticapitalistas» (y hasta de «pueblo pobre»), lo que es una concesión a la moda (¡y lo del pueblo, a la socialdemocracia frente populista!).

* Se hace responsable al FMI, el Banco Mundial, el OMC y la Unión Europea de la «explotación de millones de trabajadores», lo que es una típica concesión al antiimperialismo y el antimonopolismo socialdemócrata dominante en el FSM de Porto Alegre. No son estas instituciones «las responsables» de la explotación, como nos quiere hacer creer la socialdemocracia, sino el capitalismo mismo, cada empresa capitalista grande, mediana o chica, las burguesías de cada país, sean estos países grandes, medianos o pequeños (45).

* Se dice «Viva la Intifada Palestina» y no la lucha del proletariado en Palestina contra el capital y el estado. Se habla como si en Palestina no hubiese las mismas contradicciones de clase que en todas partes, lo que ligado al punto anterior resulta problemático. Esa consigna en Palestina no es clasista; peor todavía, es la que levanta la burguesía de la O.L.P. y los estados nacionales árabes (como el de Libia). En Brasil o en cualquier parte del mundo no puede tampoco, y por la misma razón, ser una consigna proletaria. Al contrario, la misma favorece a la burguesía, así como a sus aliados imperialistas y hasta a la policía torturadora de dicha región, que también apoya a la «Intifada Palestina».

* Se levantan consignas típicas de luchas de fracciones interburguesas como: «No al pago de la deuda externa» (46), que como explicamos es una negociación entre fracciones del capital internacional. El no pago de la deuda no alteraría en absoluto la tasa de explotación y por lo tanto no mejoraría la suerte del proletariado. Sólo beneficiaría a la burguesía nacional. Son los gobiernos de derecha o de izquierda, una vez más, quienes pretenden que nuestra miseria se debe a que «nuestro estado» y «nuestra burguesía» están endeudados; son ellos y toda la concepción socialdemócrata quienes siempre tratan de convencernos de que la deuda no es de los burgueses, sino «del pueblo de tal o cual país».

«No a las privatizaciones», ¡cómo si el hecho de que el capital cambiase de mano aumentara o disminuyera la miseria de nuestra clase! ¡Es la socialdemocracia la que siempre sostuvo que la estatización del capital mejora la situación de la clase obrera! ¡Cómo si en los países en donde el capital es jurídicamente más estatal hubiese menos miseria, como sostienen las fracciones leninistas, trotskistas y stalinistas de la socialdemocracia!

Por supuesto que en todos estos puntos que criticamos encontramos como común denominador el hecho de que la crítica revolucionaria del capital está todavía impregnada de una crítica «antiimperialista», tercermundista, es decir, de una crítica burguesa. En todos ellos encontramos reivindicaciones de la socialdemocracia, a pesar de la seudorradicalización:

* la socialdemocracia habla de pueblo; aquí, de pueblo pobre;

* la socialdemocracia concentra toda la responsabilidad en el librecambismo y las políticas del FMI, el Banco Mundial...; aquí se dice que el capitalismo mata, pero se considera responsable a estas instituciones de la explotación;

* la socialdemocracia siempre sostuvo las liberaciones nacionales y por lo tanto la guerra imperialista; aquí se apoya a la «Intifada Palestina» y no al proletariado en lucha contra el capitalismo en Palestina (contra el estado de Israel, contra el de la OLP, contra el capital y el estado a secas);

* la socialdemocracia ­como la derecha­ siempre presentó la deuda de los burgueses como un problema de países, para buscar la solidaridad de los proletarios con los burgueses de cada país; aquí se acepta la cuestión de la deuda como un problema de todos y no sólo de los burgueses, y se reivindica el «no pago de la deuda» lo que sólo sirve para movilizar el proletariado en apoyo a esa acción de no pago que sostienen algunas fracciones de las burguesías nacionales e internacionales que se beneficiarían directamente con ello, pero con lo que el proletariado no tiene nada que ganar;

* en fin, se sigue oponiendo las privatizaciones a las estatizaciones y defendiendo a estas últimas, al estado capitalista como propietario frente al capital privado; es la clásica posición socialdemócrata, tan cara a los marxistas leninistas de defensa de la estatización jurídica de los medios de producción (47).

Es cierto que, algunos de estos puntos como los últimos dos, amplios sectores de la socialdemocracia los abandonan por oportunismo, pero eso no le otorga a los mismos ningún carácter proletario, ni su defensa hace avanzar un solo centímetro (sino al contrario) la lucha contra el capital y el estado.

¿Destrucción de la mercancía?

Es lógico que los revolucionarios retomen hoy la crítica que siempre hizo el proletariado de la mercancía; que las luchas del proletariado hoy tiendan a asumir, de forma cada vez más clara, el objetivo de destruir la sociedad mercantil.

Pero muchas veces, esa tendencia es comprendida y propagandeada de forma totalmente inmediatista y se pretende que se destruye el mundo mercantil y el imperio de la mercancía, en base a acciones como las efectuadas en Seattle.

Así, el Llamado por un Black Bloc en la Cima de las Américas del 20 al 22 de abril del 2001 planteaba: «Un espectro recorre América, es el espectro del casseur (48) anarquista. Su máscara negra bien conocida, hecha necesaria por el desarrollo vertiginoso de la vigilancia electrónica, es hoy reconocida como el símbolo de un terrorismo social que nos parece, más que nunca, un imperativo humano y un deber moral. Los casseurs y casseuses de Seattle, esperamos, habrán abierto la vía de la destrucción del imperio mercantil. Atacando el corazón mismo de la fortaleza norteamericana, que nadie imaginaba tan frágil, al objeto del culto moderno capitalista, quebrando las vidrieras que reflejan nuestro estatuto de consumidores y consumidoras fieles; las y los que asumen la revuelta (49) dieron el único contenido liberador posible a la lucha contra la mundialización de los mercados. De golpe, una lucha que parecía encerrarse definitivamente en el precipicio del compromiso servil, que nos presentan desde hace sesenta años los mismos sindicatos colaboradores y las mismas burocracias de la subcontratación estatal comunitaria; de golpe, dicha lucha se hace peligrosa... Al atacar directamente los objetos puestos en la vidriera, los casseurs y casseuses de Seattle no hicieron más que saciar sus deseos de posesión de esos productos, demasiado a menudo inaccesibles, que la publicidad nos hace desear como el súmmun de la felicidad. Ellas y ellos atacaron sobretodo al objetivo principal hacia el cual tiende todo el sistema de opresión actual; ellos y ellos atacaron la principal realización de nuestra sociedad: la mercancía».

El proletariado en todas esas acciones expresa de forma elemental su crítica a la sociedad burguesa y, de paso, también contra todos los programas que proponen un capitalismo más humano, y es correcto afirmar que la misma expresa incipientemente la contraposición proletaria al mundo de la propiedad privada y la mercancía. Pero imaginarse que se destruye la mercancía o que ésta es la vía para hacerlo es cerrar totalmente los ojos a la perspectiva revolucionaria; es confundir una acción totalmente limitada y de protesta elemental con la revolución misma.

La apropiación y/o destrucción de las mercancías particulares es un acto elemental de toda revuelta proletaria. Como ataque a la propiedad privada y como acto de protesta siempre fue parte de toda revuelta, pero no es un acto de destrucción de la mercancía. La mercancía no se puede destruir atacando físicamente la cosa, sino que hay que destruir su otro polo, el valor; no se la puede abolir atacando su inmediatez como objeto, para abolirla es imprescindible destruir la forma social de la cual es esencial. Entre esta forma elemental de mostrar la reprobación por el capitalismo y la destrucción del capitalismo falta ni más ni menos que lo fundamental: la revolución social misma, la insurrección proletaria, la dictadura revolucionaria del proletariado, la destrucción despótica del mercado, «de la igualdad, la libertad, la fraternidad» que le son inherentes, la demolición de la propiedad privada, la democracia, la ley del valor y, con ello y de forma absolutamente imprescindible, la organización de la producción social en función de las necesidades humanas (50).

Se podrá decir que se habla simbólicamente, que se quiere reivindicar una dirección, que eso es lo que se quiere trasmitir en cuanto a la destrucción de la mercancía (51). Sin embargo, no es así, el ciego optimismo e inmediatismo es evidente y contraproducente cuando se afirma: «Nosotros anarquistas (¡no todos los casseurs y las casseuses!) en revuelta, o simplemente ciudadanos responsables, romperemos todo bajo nuestro pasaje. Y por la mañana barreremos los vidrios rotos y las mercancías que habremos transformado en proyectiles, haciéndolas de esa manera, al menos una vez, útiles, serán las ruinas de la opresión las que serán barridas».

Imaginarse que se puede barrer las ruinas de la opresión sin una revolución social, que se puede destruir el capitalismo sin revolución, sin dictadura revolucionaria, es tan utópico, por más piedras que se tiren, por más mercancías y vidrieras que se destruyan, como imaginarse un capitalismo más humano como dicen los de Attac y/o los burgueses del foro de Porto Alegre. Es la misma ilusión imbécil que pretender destruir la policía dándole palos a algunas centenas o decenas de representantes del orden. No, y mil veces no, el capitalismo en su funcionamiento normal siempre ha destruido y destruye (en general para impedir la desvalorización de ese tipo de mercancías en particular) permanentemente mercancías, sin que esto atente para nada contra la mercancía: liquidación y quema de stocks, destrucción durante las guerras... Bien al contrario, la destrucción particular de una mercancía afirma siempre el mundo de la mercancía y el de la valorización.

En fin, sostener que el proletariado al fin descubrió, sobre la base de lo que se llama «acción directa», durante estas cumbres y contracumbres, la vía actual del internacionalismo proletario o que hemos entrado, en base a esas acciones, como ya dicen algunos grupos, a un enfrentamiento directo entre la internacional capitalista y la internacional revolucionaria, es no sólo desconocer totalmente el funcionamiento del capitalismo, sino del programa mismo de la revolución, de la estrategia revolucionaria, y conduce inevitablemente a hacer obra de confusión, desempeñando un papel centrista (al impedir la ruptura necesaria) en el movimiento proletario.

Simplemente, para reafirmar como ese tipo de ideología activista lleva a «olvidar» aspectos fundamentales del programa revolucionario, citemos una vez más ese llamado por el Black Block que pretende luchar contra el capital, el estado y el patriarcado, y que sin embargo dice en un texto titulado Abajo los reformistas: «El orden social debería hacerse por la solidaridad de intereses y la libre asociación, y no por la opresión de las ideas y las gentes. El estado, incluso si está compuesto por personas «elegidas», está también formado por funcionarios. Hay que comprender que esos funcionarios no existen por necesidad, sino por el resultado de la ausencia de democracia en nuestro sistema».

Es decir, que ni siquiera se critica a la democracia, sino que se atribuyen los males del estado a la ausencia de democracia, como hace cualquier tipo de reformista. Se nos dirá que esta posición socialdemócrata no es compartida por muchos de los militantes organizados en esa movida que se denomina Black Bloc, y estamos seguros de que es así, lo lamentable es que sobre cuestiones tan decisivas y centrales del programa socialdemócrata, como la famosa denuncia de la ausencia de democracia, pueda haber posiciones tan contrapuestas. Es una consecuencia inevitable de la ideología libertaria, del libre pensamiento. Para nosotros, por el contrario, la crítica a la democracia es la clave de la crítica al estado burgués. No es reivindicando más democracia que se destruye el estado, sino al contrario, aboliendo práctica y autoritariamente la famosa democracia, por más pura que ésta sea (52).

¿Comunización?

Otra ideología centrista, supuestamente nueva, es la que hoy se denomina «comunización». Se dice, por ejemplo, en el mismo volante que citamos antes por su válida crítica al seudoanticapitalismo y firmado por «libertarios»: «Para tender a la producción de nuevas relaciones sociales, los ataques contra el capitalismo deben contener ya una comunización de la lucha y de las relaciones que se derivan de ella. No hay ningún proyecto positivo, ninguna afirmación proletaria posible en el interior del capital».

Por supuesto que estamos de acuerdo en que en la lucha contra el capital debemos desarrollar relaciones nuevas y que no puede haber ninguna afirmación proletaria posible en el interior del capital. El problema es esa «palabrita», que en algunos medios seudorrevolucionarios se ha puesto de moda: «comunización»; como si el comunismo se fuese haciendo poco a poco, como si el comunismo pudiese desarrollarse sin destruir el capitalismo antes, como si el comunismo pudiese surgir sin demoler el capitalismo de arriba abajo, como si el mercado capitalista pudiese desaparecer sin el ejercicio de un despotismo humano contra el mismo. En el fondo, esa teoría tampoco es tan nueva. Desde principios y particularmente en las primeras décadas del siglo xx, también sectores de la socialdemocracia desarrollaron la misma teoría, sólo que la llamaban «socialización»; la sociedad se «socializaría» poco a poco.

Por supuesto que los sostenedores de la teoría de la «comunización» considerarán este paralelismo ofensivo y protestarán diciendo que se trata de algo muy diferente. Sin embargo, en la práctica, en los dos casos se está introduciendo una concepción gradualista y negando abiertamente el salto cualitativo mismo de la insurrección revolucionaria, de la dictadura contra la tasa de ganancia y el valor, sin lo cual hablar de socialización o comunización es desarrollar la confusión y servir a la reacción.

Por otra parte, la ideología de la «comunización» actual surge de un grupo que nunca rompió con la socialdemocracia, con el leninismo, ni con el eurocentrismo: Theorie Communiste. Típico grupo eurocentrista para el cual todo lo que pasa en Europa lo hace׫el proletariado», y todo lo que sucede lejos, las masas populares (¡llegando hasta el extremo de calificar la revuelta proletaria en Irak en 1991 de «sublevamiento popular»!), sostiene abiertamente que lo que hubo en Rusia en la época de Lenin fue la dictadura del proletariado, cuando para los revolucionarios internacionalistas es claro que dicha dictadura fue contra el proletariado y, más en concreto, la vieja dictadura capitalista, como lo hemos demostrado en los diferentes trabajos efectuados por nuestro grupo al respecto (53). Con dichas bases (que asimilan el programa proletario al desarrollo del capitalismo defendido por Lenin) y la teorización según la cual la cuestión de la transición revolucionaria estaría históricamente superada, porque el programa del proletariado habría sido realizado por el capital (54), consideran que el proletariado podría negarse a sí mismo y realizar el comunismo, (¡y esto es abiertamente revisionista!) sin fortificarse como clase e imponer su dictadura.

Por muy linda y atractiva que pudiera parecer esta teorización, no queda nada clara la cuestión esencial de la revolución misma, de la insurrección y la acción revolucionaria y dictatorial de destrucción de la sociedad burguesa, ¿Cómo el proletariado puede negarse, sino es constituyéndose en fuerza? No, no dentro, del capitalismo como pretende la socialdemocracia, sino organizándose afuera y en contra de él. Organizándose fuera de sus estructuras, parlamentarias, sindicales, en contra de los cortejos y las manifestaciones de borregos, constituyéndose en fuerza contrapuesta a todo eso. Sólo constituido en fuerza internacional, en partido revolucionario de destrucción del mundo burgués, el proletariado puede, en ese mismo proceso, autonegarse y destruir el capital y el estado. Hacer creer que el mundo pudiera «comunizarse», si no es por la potencia organizada del proletariado en partido, es colaborar con todo el espectro político izquierdista burgués, que se empeña en negar justamente lo más importante: la ruptura violenta y total del orden capitalista por medio de la revolución; el salto de calidad, la conspiración revolucionaria y la insurrección, la organización internacional del proletariado en partido comunista, su obra destructiva de toda la sociedad burguesa. Sin ello, hablar de comunismo es utópico y reaccionario.

Si lo que les molesta a los compañeros «libertarios» que escriben este volante es la terminología clásica de los revolucionarios de lucha por el partido revolucionario, por la dictadura revolucionaria del proletariado o por un semiestado proletario..., que empleen la terminología que quieran, pero que no renuncien a lo esencial: la lucha insurreccional, la destrucción por la violencia del capitalismo. Muchos revolucionarios, desde Bakunin a Flores Magón, utilizaron terminologías diferentes, como dictadura de los hermanos internacionales, dictadura de la anarquía, dictadura de los consejos obreros y hasta «partido liberal», pero no renunciaron a lo principal, y por eso fueron consecuentemente revolucionarios: la necesidad de la concentración de la violencia revolucionaria, la necesidad de la lucha armada revolucionaria, la necesidad de liquidar por la violencia, de clase contra clase, el capitalismo.

Por el contrario, lo que sucede en ese medio no es una cuestión de palabras; con esa historia de la comunización sin dictadura revolucionaria del proletariado están realmente renunciando a la revolución social (55).

¿Acción directa?

Históricamente, frente a la socialdemocracia, en tanto que fuerza burguesa de contención y canalización de la lucha proletaria que basa su estrategia en la representación y la mediación en los sindicatos, los parlamentos, las elecciones, el apoyo a delegados y líderes políticos..., el proletariado contrapuso siempre la acción directa. La acción sin intermediarios, ni delegados, la acción directa asumida por todos, la huelga y la manifestación, la ocupación de la calle, la violencia revolucionaria, la insurrección, la dictadura revolucionaria. Dicha acción es por supuesto directa, porque para asumirse no requiere mediaciones, delegaciones y en este sentido es el contrapuesto histórico mismo a la acción democrática, a la vida ciudadana.

Hoy, en Davos, Seattle, Praga... algunos grupos de militantes se llenan la boca con eso de acción directa y la asimilan simplemente a la acción violenta en la calle como si fuesen sinónimos.

Sin embargo, una vez más, si bien la violencia es una característica necesaria de la acción directa, la misma no es suficiente para que se pueda hablar correctamente de acción directa. Cuando el proletariado históricamente contrapone su acción directa al parlamentarismo, el sindicalismo, el electoralismo... de la socialdemocracia, se está asumiendo una acción que no tiene ningún tipo de mediación, de delegación, de elegir representantes, y que al mismo tiempo es generalizable, reproducible en todas partes y por todos los proletarios.

Es decir, que la clave de la acción violenta en la calle para ser directa, en el sentido histórico de la palabra, es que no se base en delegaciones y que potencialmente sea realizable por los proletarios estén adonde estén. La clave de esta acción directa que contraponemos a la socialdemocracia es precisamente que cualquier grupo proletario puede asumirla ahí adonde esté, contraponiéndose por dicha práctica a la delegación, a la mediación, que es un elemento clave de la democracia y, por lo tanto, de toda dominación política burguesa.

En cambio, la acción directa que se reivindica en Seattle, Praga, Davos... no es precisamente ésa, sino que se mitifica la violencia misma como sinónimo de acción directa, aunque, en la práctica, para realizarla haya que enviar delegados a ese centro donde se desarrollaría la acción directa por excelencia.

Atención, lo que afirmamos no es que la acción que se lleva adelante en esos tinglados no sea parte de la acción directa del proletariado. Por supuesto que lo es. Lo que criticamos es que muchas de las organizaciones presentes no empujan a la acción cotidiana de lucha aquí, ahora y en todas partes (el capital está en todas partes), sino que magnifican su propio activismo y su propia «acción directa» que llevan a todos a esos tinglados como la más válida de todas. La mitificación misma de Davos, Seattle, Praga..., como centros decisivos del capital, unido al hecho de que se le atribuyan a esos enfrentamientos características semiinsurreccionales, que, como vimos, no los tienen, hace que dichos grupos consideren que la «acción directa» por excelencia es la de ir a pelear contra el capitalismo ahí, a los mismos lugares y siguiendo el mismo calendario que los congresos burgueses, como si esto fuese la esencia de la acción directa contra el capitalismo mundial; como si todo lo otro fuese local o menos importante. Se olvidan que, además de los proletarios de esos lugares, que como es normal salen a la calle a enfrentarse a ese tipo de cumbres, lo que por supuesto impulsamos, quienes pueden ir a las conferencias para desarrollar la «acción directa» en la calle no pueden ser más que unos puñados de militantes, de delegados del proletariado de diferentes países, y que por lo tanto se sigue manteniendo una mediación. Y el que estos delegados tiren más piedras y molotovs no cambiará el hecho de que se trata de una mediación, en la que la mayoría del proletariado debiera sentirse representado, ¡Cómo dice el sindicalista citado anteriormente «para que los pobres del mundo vean...» que en Europa hay sindicalistas... que lo representan!

Por supuesto que es una gran cosa que el proletariado de cada país donde se realizan esas fiestas capitalistas descienda a la calle y ataque con toda su rabia esos eventos, y también que otros grupos de proletarios de otros países colaboren en la organización de dichas acciones en ese país y más aún que las organicen (y/o coordinen y centralicen la organización) también en otras partes. No es eso lo que criticamos, la coordinación y la organización más allá de fronteras es fundamental en la conformación y fortificación de la comunidad de lucha que destruirá el capital.

Lo que sostenemos es que la mayoría de los proletarios de otros países no pueden, ni tienen ningún interés en ir todos al lugar de tales eventos, y que por lo tanto ésa no puede ser la perspectiva, contrariamente a lo que publican todo tipo de grupos centristas que ya miden los próximos «triunfos» en función de los miles de activistas o las centenas de autobuses que irán a la próxima cumbre.

Los que van a tales eventos no pueden ser más que una pequeña minoría que tienen condiciones muy especiales para eso: condiciones laborales excepcionales, tanto en tiempo libre como en remuneración, para los desplazamientos. En algunos casos, grupos de cientos de proletarios y militantes revolucionarios hacen un enorme esfuerzo para enviar a algunas decenas de militantes a dichos eventos, pero resulta evidente que en general sólo los aparatos sindicales y los partidos políticos previstos para funcionar por delegación y que son fundamentales en la dominación democrática pueden permitirse este tipo de desplazamiento en permanencia. No hay que extrañarse entonces si en las calles de las ciudades adonde se desarrollan tales tinglados predominen, además de los policías y los servicios secretos de muchos países, los delegados políticos y sindicales.

No, y mil veces no, la acción directa proletaria es la de todos los días contra los patrones, contra la burguesía que se tiene enfrente, contra los partidos y los sindicatos que quieren encuadrarnos. Sí hay que generalizarla, sí hay que hacerla mundial, sí hay que coordinarla, sí hay que fomentar el intercambio militante entre países, sí hay que luchar juntos en todas partes contra el capital mundial, pero imaginarse que cuantos más vayan al mismo lado será mejor es absurdo. El proletariado mundial no se concentrará en una sola ciudad porque no se trata de destruir la mercancía en tal o cual ciudad o país, sino en el planeta entero y que para eso no se trata de enfrentar a la policía de tal o cual país, sino de destruir el poder burgués en todas partes.

Es nefasto y contraproducente para el movimiento creer que los proletarios del mundo irán de forma cada vez más masiva a expresarse contra esas conferencias hasta reventar el capitalismo. Eso no sólo es hacerse ilusiones estúpidas, sino deformar el concepto mismo de acción directa. El proletariado combativo no irá a esas manifestaciones burguesas por más que lo inviten, a lo máximo irán algunos grupos que lo representen y los delegados sindicalistas que quieren representarlo. Incluso el interés mismo de los grupos revolucionarios que van no es el de hacer la apología de la «acción directa» que desarrollan esos representantes, sino, por el contrario, centralizar la acción directa del proletariado que debemos impulsar en todas partes.

Interés proletario e ideología centrista

Resumamos algunos aspectos de la contradicción entre el interés proletario y la ideología centrista.

El interés del proletariado es el de la unificación programática y la descentralización operativa, la unidad de dirección y perspectiva revolucionaria y simultánea, y contradictoriamente la acción en todas partes contra el mismo enemigo.

Pero la ideología dominante, incluso entre los grupos en ruptura con la socialdemocracia, parecería empujar precisamente a lo contrario: concentremos todas las fuerzas en tal parte del globo a tal día y tal hora (y lo peor, siguiendo los dictámenes de las cumbres y las anticumbres), pero que políticamente cada uno haga lo que quiera, que cada grupo se constituya según sus afinidades, que cada cual se unifique según sus ideas (y por supuesto nada de centralización).

El interés del proletariado es uno solo y mundial, y sólo puede imponerlo unificándose contra todas las divisiones producidas por la sociedad del capital, cuya máxima es la lucha de todos contra todos. Mujeres, viejos, niñas, desocupados, árabes, negros, mineros, obreros agrícolas, «estudiantes», jóvenes, asiáticos, latinoamericanos, europeos, africanos, amarillos, «sin tierra», habitantes de las favelas, cayampas o villas miserias, escolares..., independientemente de lo que crean, piensen o les hayan hecho creer y pensar, todos tienen el mismo interés en abolir la sociedad burguesa.

Pero la ideología dominante usa cualquier cosa para imponer las divisiones de raza, sexo, cultura, religión, etnia... e incluso entre los grupos en ruptura sigue predominando la ideología de la libertad y la afinidad, que, en vez de desarrollar la unidad proletaria, repercute en nombre de la especificidad, la libertad de cada uno y de lo local, todas las separaciones de la sociedad burguesa y llama a constituirse en tantas agrupaciones como divisiones ha impuesto el capital, no sólo de cultura, raza, religión..., sino de gustos y costumbres, como los grupos de amantes de tal música, los homosexuales, los protectores de animales, los coleccionadores de latas de Coca Cola...

El interés de la revolución comunista es volver a poner a la orden del día la crítica al capital hasta en sus fundamentos, la destrucción del trabajo asalariado, la mercancía, el estado... y, para ello, poner como siempre en el centro la cuestión del poder, de la necesidad de la insurrección proletaria, de la destrucción del estado.

Pero la ideología que predomina es que cada cual imagine los cambios como quiera, que cada uno haga la crítica que sea al capitalismo, que cada grupo elabore los planes que quiera y se agrupe por afinidades..., como si el capitalismo pudiese ser destruido sin destruir el poder armado de la burguesía, como si hubiera treinta y siete maneras de destruir la formación social burguesa, como si todos estos siglos de enfrentamientos de clase no hubiesen delimitado en la práctica lo que es revolucionario y lo que es contrarrevolucionario.

El interés de la revolución comunista es la acción proletaria en todas partes contra el capital mundial, la acción directa contra la burguesía y el estado que se tiene enfrente (56), la generalización de dicho enfrentamiento contra el capital y el estado mundial.

La ideología que predomina, incluso en muchos de los grupos proletarios en ruptura con la socialdemocracia que centran su actividad en esas cumbres y contracumbres, es poner el mayor esfuerzo en el envío de activistas a esas manifestaciones.

El interés proletario es la ruptura total e irreversible con la socialdemocracia y todo su programa: ruptura con la democracia, con el antiimperialismo, con el tercermundismo.

La ideología dominante, en nombre de la libertad, empuja a una unidad sin principios, sin programa, sin rupturas claras, y una y otra vez se cae en las redes de la socialdemocracia que empuja al apoyo crítico de la democracia.

El interés proletario es la organización como fuerza, como potencia internacional, coordinando y centralizando programáticamente las acciones de todas partes.

Cuanto más descentralizado sea el accionar y más centralizada la dirección, más potencia de lucha tendrá el proletariado (57).

La ideología activista está por el contrario por la descentralización política, y la centralización operativa; por ninguna unidad de dirección, y todos en el mismo tinglado.

Pero el movimiento del proletariado es uno solo

Sin embargo, el movimiento del proletariado mundial, nuestro movimiento, es uno solo, tengan o no conciencia de ello los protagonistas en cada caso; sepan o no que luchan por lo mismo los que entraron en Quito peleando, como los que rompen vidrieras en Seattle, o los que ahora se están enfrentando al estado burgués en Argelia, y podríamos agregar, provocativamente, los sin tierra de Brasil, los desertores y derrotistas revolucionarios del mundo entero o los «anticapitalistas» y «antiestatistas» que constituyen pequeños grupos para enfrentarse en las barricadas al capitalismo.

Pero ninguno de esos movimientos, que estalla separadamente, es consciente hasta qué punto son el mismo movimiento de abolición de las condiciones existentes. El proletariado todavía no se ha reapropiado como clase ni de su propia experiencia, ni de su propia fuerza. En otros artículos explicamos las razones de esa inconciencia generalizada de clase que hoy caracteriza al proletariado; en muchos de ellos explicamos las razones históricas de ello: el triunfo de la contrarrevolución en el siglo xx y el ocultamiento consecuente de toda la historia de la lucha revolucionaria.

En este artículo optamos por concentrarnos en las barreras actuales que impiden al proletariado, en sus diferentes expresiones internacionales, sentirse una misma clase revolucionaria para terminar con el tema del «qué hacer», del «aquí y ahora». Para ello volvamos a nuestros ejemplos de Ecuador y Seattle, como paradigmas de la actual separación existente entre movimientos, que aparecen como totalmente distintos.

A pesar de la separación existente y la inconciencia de que se trata de un mismo movimiento, es evidente que en uno y otro caso el proletariado choca contra los mismos enemigos y en alguna medida con los mismos límites ideológicos. En uno y otro caso, el enfrentamiento con el capitalismo, la separación que se da en el terreno, tendiendo a organizarse afuera y en contra de su fracción socialdemócrata, no es teorizada ni asumida prácticamente de forma permanente, por eso, la misma, cuando el movimiento deja la calle, vuelve siempre, aunque de muy diferentes maneras, a atrapar el carro que se le va.

Ahora bien, la cuestión de la ruptura con la socialdemocracia y la asumación del movimiento del proletariado mundial como un solo movimiento es sin embargo el mismo problema. Sólo haciendo esa ruptura permanente y organizada, sólo sobre la base de llevar hasta las últimas consecuencias la crítica desarrollada aquí, el proletariado de todas partes se irá reconociendo a sí mismo. Y recíprocamente, sólo reconociéndose como un mismo movimiento, organizándose como tal a nivel internacional, el proletariado podrá asumir la ruptura con la socialdemocracia de forma permanente. Sólo así, cada acción directa del proletariado en cualquier parte se vivirá en las otras como la afirmación del mismo ser orgánico y podrá dotarse de una verdadera dirección internacional; sólo así tendrá sentido hablar de enfrentamiento histórico entre internacional del capital e internacional revolucionaria.

¿Qué hacer?

El análisis de la correlación de fuerzas objetiva no tiene por objeto, para nosotros, la contemplación del mundo «tal como es»; al contrario, dicho análisis es para los revolucionarios la base de la acción subjetiva. No se trata de describir el mundo, sino de transformarlo.

Desde Ecuador a Seattle, estamos todos en la misma galera, todos en la misma sociedad capitalista y peleando como podemos contra ella. Se trata de una comunidad de lucha que se afirma y se demarca.

Nosotros estamos profundamente implicados en ambos tipos de movimiento a través del mundo, luchando porque cada expresión de lucha del proletariado asuma esa contraposición a todo el capital y consecuentemente con ello la conciencia de pertenecer a un mismo movimiento mundial de abolición del capital y el estado. Por supuesto que, cuando decimos nosotros, no nos referimos sólo a nuestro pequeño grupo formal, sino a las minorías revolucionarias organizadas que, a contracorriente, luchan por la constitución del proletariado en clase, y por lo tanto en partido a nivel mundial, y que, contra la moda y los eternos inventores de lo «neo» que dicen que eso está superado, no tienen miedo en afirmarlo.

Lo desarrollado aquí es al mismo tiempo centralización del debate que crece en el seno de esas minorías revolucionarias y parte de la acción de las mismas, que mal o bien coordinadas entre sí luchan, desde Albania a Bolivia, desde Rusia a Irán..., contra la corriente para afirmar esa fuerza única del proletariado mundial. La denuncia de la socialdemocracia que realizamos en este texto o que gritamos en cualquier asamblea o barricada forma parte de esa misma comunidad de lucha. La crítica sin contemplaciones del activismo y el centrismo efectuada por nuestros compañeros en los cinco rincones del mundo, también.

Pero eso no nos impide dar consignas positivas en la gestación de la dirección que el proletariado necesita, ¿Qué hacer entonces para empujar a la reunificación del proletariado y conjuntamente a su ruptura con la socialdemocracia? ¿De dónde puede venir un salto de calidad en ese sentido?

En principio puede venir de todas partes. La generalización geográfica de un movimiento como el que se desarrolló en Irak hace algunos años, Albania o Ecuador puede ser decisivo en dicho salto de calidad. Si los mismos no se extendieron más fue por la incapacidad del proletariado en otras partes a identificarse con él y tomar el mismo camino. Sin embargo, en un período que se caracteriza por la inexistencia de asociaciones permanentes de proletarios a nivel mundial, sólo la coordinación y la centralización de las minorías comunistas de las regiones en lucha abierta con las de otras partes del mundo podrá darle continuidad a ese movimiento y tender a unificar la dirección del mismo.

Es decir, que, incluso en ese caso, la acción voluntaria y consciente de las minorías revolucionarias será decisiva. Concentrémonos entonces en qué es lo que tienen que hacer éstas.

Y más concretamente ¿debemos impulsar esas idas masivas a las cumbres y las anticumbres «para enfrentar al capital y al estado» o por el contrario debemos organizarnos de otra manera e impulsar otra perspectiva?

Aunque nosotros reconocemos en todo ese movimiento proletario de ruptura contra las cumbres y las anticumbres como nuestro movimiento, defendemos en el interior del mismo, por todo lo expuesto aquí, la consigna de organizarse afuera y en contra de las cumbres y las anticumbres, y desarrollar nuestra fuerza de otra manera, en otras fechas, y tanto organizativa como políticamente con total autonomía con respecto a la derecha y la izquierda del sistema.

Pero se nos dirá ¿cómo entonces internacionalizar el movimiento? ¿Cómo unificar la lucha si no es concentrando nuestras fuerzas en un lugar, un día determinado?

A pesar de todas las críticas efectuadas, consideramos fundamental esos intentos de organización de minorías para la acción directa, que por el momento dependen de esas cumbres y anticumbres; pero dentro del mismo defendemos una perspectiva mucho más demarcadora en el programa, en la acción, como hemos expuesto. Defendemos la perspectiva de decidir momentos, fechas en las que en todas partes los proletarios salen a la calle a enfrentarse al capital que irá afirmando la conciencia de pertenecer a la misma clase, que tiene exactamente los mismos enemigos en todas partes, ¡Cómo fue el primero de mayo! ¡Como seguimos luchando para que vuelva a serlo! Al respecto, debe señalarse que diferentes grupos y organizaciones que van rompiendo con el activismo estéril y contraproducente que venimos criticando y que se oponen a «ir todos a tal ciudad en tal fecha», ya proponen organizarse de otra manera y sin depender de los calendarios de las cumbres.

Pero entiéndase bien que esto debe efectuarse con una ruptura total con todo el espectáculo activista que se ha montado en los tinglados de las cumbres y las anticumbres. No debe tratarse para nada, como pretenden los sindicalistas, de «mostrar a los pobres y moribundos proletarios del mundo», televisión mediante, que «aquí, en Europa, hay gente valiente». No debe partirse de esa separación de «los moribundos» por un lado y «los que saben» por el otro; de consagrar el dualismo entre «los que no pueden hacer nada» y «los activistas» que luchan en tal o cual tinglado tal como la mentalidad del espectáculo desarrolla.

Al contrario, en cada acción de ese tipo defendemos que la misma debe tender a organizarse en todas partes, que se pueda llevar adelante en todos los rincones del planeta, aunque nunca vayan a reunirse las cumbres y la socialdemocracia no organice nunca allí anticumbres. La acción directa se contrapone totalmente a la lógica del espectáculo. El espectáculo muestra a los actores y paraliza a los espectadores, que como mucho aplauden, y lleva a un enfrentamiento espectacular entre especialistas de la represión y especialistas del cambio social. La acción directa de la vanguardia proletaria es por el contrario la que empuja a su reproducción por doquier.

El salto de calidad en este sentido es la ruptura con ese concepto de solidaridad que expresa en el fondo un concepto fundamentalmente caritativo, y que nace de la educación judeocristiana: se actúa por los pobres y los moribundos de allá lejos. Al contrario, los revolucionarios decimos abiertamente que nada lo hacemos por los «pobres del mundo», sino porque nosotros mismos somos en todas partes explotados y oprimidos por el mismo sistema social; porque nosotros tenemos en todas partes los mismos intereses y los mismos enemigos; porque somos la misma carne y la misma lucha histórica de los explotados de siempre contra todos los sistemas de explotación y opresión. La revolución social no es una necesidad de tal o cual grupo de activistas, sino del proletariado mundial.

Tampoco tenemos que mostrar nada y mucho menos en televisión o Internet (aunque utilicemos tal o cual medio de comunicación), sino al contrario practicar un tipo de acción directa en todas partes que sea perfectamente reproducible por el proletariado en todas partes.

Un avance decisivo, que impulsamos, es que los militantes y revolucionarios del mundo, que hoy se definen por su lucha contra el capital y el estado, que saben de la importancia histórica que tiene la ruptura con la socialdemocracia (la organización en fuerza afuera y en contra de ella), que en vez de juntar fuerzas para ir a las cumbres y las anticumbres, nos concentremos en el tiempo pero no en el espacio. Por considerarlo mucho más fuerte y eficaz que enviar «a todos» a tal o cual ciudad, por considerarlo acorde con la acción directa y porque empuja a su reproducción en todas partes, defendemos la coordinación para actuar tal día y tal hora en todos los países contra los mismos objetivos. Ya existe embrionariamente en diferentes partes una tendencia revolucionaria que empuja hacia ello. En España, por ejemplo, en esas jornadas que llaman «jornadas de lucha social o jornadas anticapitalistas» ya se expresa, en forma minoritaria, una tendencia a definir otros objetivos, a fijar otras fechas, a desarrollar otras formas de lucha que no sean la lucha contra las cumbres, ni el espectáculo activista.

Pero el salto de calidad necesario consiste en que esa potencia de lucha que se manifiesta exclusivamente como manifestaciones contra las cumbres y las anticumbres se asuma como parte del mismo movimiento del proletariado en Ecuador, Albania, Indonesia... y que, cuando mañana haya otra explosión de ésas, sepamos concentrar nuestras fuerzas para afirmar la solidaridad con la misma. Pero no la solidaridad del espectáculo, no la demostración de que aquí se hacen cosas por «los moribundos» proletarios del mundo allá. Sino, al contrario, hacernos fuertes en todas partes, generalizando el movimiento proletario que se da en un país; saliendo a la calle y enfrentándonos a la burguesía y el estado que tenemos enfrente para afirmar prácticamente que somos el mismo movimiento de abolición de la sociedad burguesa, que tenemos exactamente los mismos objetivos por los que está luchando el proletariado en ese país que en ese momento está en plena efervescencia contra el sistema social burgués.

En efecto, la mayor desgracia de esas explosiones proletarias en diferentes partes del mundo, como lo hemos repetido en cada ocasión, en todas nuestras publicaciones, en los diferentes países e idiomas, es precisamente su aislamiento, que la burguesía mundial sigue atacando paquete por paquete, país por país, al proletariado y que, cuando esas respuestas proletarias se desarrollan, los proletarios de los otros países ni se enteran de la lucha que aquéllos desarrollan. E insistimos que ha sido la burguesía mundial contra el proletariado de cada país. En efecto, la debilidad de la acción proletaria, por ejemplo en los países europeos y en Estados Unidos, permitió que la OTAN haya podido intervenir alegremente, sin un derrotismo revolucionario consecuente en sus países de origen, para desarmar y reprimir al proletariado insurrecto en Albania. Y lo peor es que toda esa fuerza proletaria que se expresa contra las cumbres y las anticumbres, por la ideología activista dominante, ni siquiera es consciente de que nuestra fuerza es también aquélla, y que aquí y ahora se puede impedir que el proletariado quede solo mientras la burguesía recibe el apoyo incondicional de sus pares.

Si hay algo que fundamental en toda esta lucha contra los tinglados de las cumbres y las anticumbres, es que muchos proletarios se organizan queriendo enfrentar el capitalismo mundial, que se logra concentrar fuerzas, que se logra golpear al mismo tiempo contra el mismo enemigo, que ya hay minorías que en nombre de la revolución descienden a la calle para afirmar el internacionalismo proletario y que se vuelve a discutir el cómo y el qué hacer. Lo importante es también que las cuestiones centrales de la lucha proletaria, de la destrucción del capitalismo y el estado, del cómo, el cuándo y la estrategia revolucionaria vuelven a ser terreno de la polémica.

Pero todavía no somos capaces de dirigir bien esa fuerza que logramos concentrar, todavía no somos capaces de impedir que la zanahoria y el garrote liquiden el movimiento de tal o cual país en el mayor y más triste aislamiento.

Utilicemos esa fuerza capaz de manifestar, romper, atacar a la burguesía y el estado en cada país, haciéndolo coincidir con el movimiento explosivo de tal o cual país para impedir que se lo aísle; levantemos en esas luchas la bandera revolucionaria de unificación de la lucha contra el capital; mundialicemos la realidad y la conciencia de nuestro movimiento; desarrollemos la fuerza única del proletariado internacional.

Asumamos entonces esa tendencia histórica del proletariado a reconstituirse y reconocerse como clase, a afirmar su programa revolucionario, a constituirse en fuerza, en partido mundial de destrucción del capitalismo.

Notas

1. En este texto denominamos «cumbres» a las reuniones de diferentes organismos internacionales del capital mundial que suscitan las protestas proletarias. Denominamos «anticumbres» a todas las protestas oficiales organizadas por la izquierda burguesa, por sus partidos y sus sindicatos oficiales, consistan éstas en manifestaciones callejeras, en cumbres paralelas, así como en reuniones o foros alternativos.
2. Ver: La catástrofe capitalista, en Comunismo nº 32.
3. Ver al respecto: América: ¡Arriba los que luchan contra el capital y el estado!, en Comunismo nº 45.
4. Ver nuestro artículo: Características generales de las luchas de la época actual, en Comunismo nº 33.
5. Claro que tampoco hay que creerse que esto de decir que son nuevas las viejas cosas sea nuevo. En este sentido, la pretensión burguesa de producir tantas ideas como mercancías recorre, al menos, todo el siglo xx: ideas modernas, economistas neoclásicos, neoclasicismo, nueva ola, new age...
6. Es difícil imaginar los rebusques y las piruetas ideológicas que deben haber tenido que encontrar estos marxistas leninistas para explicar como el paso del «capitalismo al socialismo» requiere una revolución violenta y como ¡la inversa! no la requirió.
7. Lo de izquierdista, como lo de izquierda, no tiene en realidad una base objetiva, sino que es algo totalmente ideológico y cambia en función de las regiones. Así, por ejemplo, en América Latina, la defensa obsecuente del stalinismo y el castrismo pasa todavía por una política de izquierda, mientras que en los países del Este se asimila al fascismo y en general a la extrema derecha.
8. Postulados del terrorismo de estado burgués que se hacen universales a partir entonces.
9. Una explicación más detallada de las contradicciones generales entre las fracciones capitalistas puede encontrarse en Comunismo nº 46, tanto en la Presentación general de la revista, como en el artículo La guerra en los Balcanes y la agudización de la lucha entre los estados burgueses, en ese mismo número.
10. Claro que, como veremos, también se le complica aquí, porque el proletariado desborda todas esas tentativas de encuadramiento socialdemócrata y desarrolla su ruptura también en Seattle, Washington, Praga...
11. No queremos, ni pretendemos aquí criticar a los compañeros revolucionarios que se llaman a sí mismos libertarios o anarquistas. Hemos explicado suficientemente nuestra posición al respecto, que no depende de ninguna denominación o ideología, y, en próximas publicaciones, explicaremos más globalmente la relación entre comunismo y anarquismo. De lo que se trata aquí es de combatir la ideología dominante, que se basa en realidad en el famoso libre pensamiento burgués, la famosa divisa «cada cual o cada grupo que haga lo que quiera», en el individuo y la famosa «libertad de crítica» que tuvo una enorme influencia en los tinglados de Seattle, Davos, Porto Alegre..., y que acompaña siempre a la ideología activista e inmediatista, constituyendo en todos los casos una traba a la necesaria organización del proletariado en fuerza política unificada, capaz de dotarse de una dirección única para la acción y preparación insurreccional.
12. A título de ejemplo, el Foro Social Mundial de Porto Alegre, del que hablaremos luego, fue organizado por todas estas organizaciones, casi todas internacionales, y el apoyo nacional del Partido de los Trabajadores de Brasil, la Central Única de Trabajadores de ese mismo país, y la representación oficialista del Movimiento Sin Tierra, también de Brasil.
13. El imperialismo es un fenómeno muy anterior a la fecha en la cual la socialdemocracia lo hizo célebre. El capitalismo siempre fue imperialista y la lucha imperialista entre las clases dominantes por apropiarse de las fuerzas de producción precede incluso al capitalismo como modo de producción. Si la socialdemocracia y el marxismo leninismo en particular (incluido por supuesto todas las formas de stalinismo, trotskismo, maoismo y castrismo) hicieron del imperialismo un fenómeno nuevo, fue para justificar todas los cambios oportunistas en su política en nombre precisamente de que las cosas habían cambiado. Así, la renuncia a la lucha contra el capitalismo y su sustitución por la lucha contra el imperialismo (confundido en general con tal o cual país) constituyó la norma general.
14. Síntesis textual del programa efectuada en el número dedicado al Foro Social Mundial, bajo el título del mismo, Es posible otro mundo, por Hika (P.K. 871, 48080 Bilbo España o hikadon@teleline.es).
15. Más adelante, el lector entenderá por qué decimos «tratando de imponer su acción directa» y no asumiendo su acción directa.
16. Ya dijimos que el creerse que el futuro del capital mundial se decide principalmente en ese tipo de conferencias es una mitificación, lo que por supuesto no implica que los burgueses no deban centralizarse formalmente para realizar acuerdos, intentar delinear planes e imponer políticas económicas más uniformes, como las que caracterizan al Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Por su parte, la burguesía de cada país utilizan cada vez más dichos alineamientos y las negociaciones y exigencias con esas instituciones para justificar toda política de ajuste de cinturones. De ahí la «natural» rabia proletaria contra todo eso, y que en cada país también se enfrente a cada misión de esos organismos o cada paquete de medidas que quieran implementar.
17. Lo que está entre comillas no son exageraciones nuestras, sino fruto de las pasiones virtuales de los protagonistas mismos de Porto Alegre y lo extraemos de forma textual de diferentes informes de participantes en dicho Foro, en particular del número dedicado, por la revista Hika, al Foro Social Mundial ya citado en la nota 14.
18. Algunos compañeros que leyeron este texto antes de llevarlo a imprenta decían que no podíamos criticar a Hebe Bonafini, luchadora proletaria de años, en especial ahora que lleva una dificilísima lucha contra la corriente y la recuperación democrática de una fracción de las Madres. Digamos simplemente que el objetivo no es ése, sino denunciar el espectáculo burgués contrarrevolucionario que se hace, y lamentamos mucho que alguien tan admirable por su lucha como Hebe Bonafini se haya prestado a eso. Nuestro interés es, como decimos en todo el texto, llamar a militantes como ella a no hacerse hoy cómplices de la socialdemocracia y el espectáculo de la contestación, a situarse afuera y en contra de ella. Tengamos muy claro que a la seudocontestación socialdemócrata le viene de perilla que haya militantes históricos revolucionarios como Hebe Bonafini para mostrar la cara radical del Foro de Porto Alegre y la «antiglobalización», dirigida por Attac y el resto. Todo frentepopulismo utilizó a militantes proletarios para afirmar sus intereses: en 1936, en España, el Frente Popular, que luego liquidó la revolución social, se afirmó también gracias a militantes como Durruti, que contra la posición histórica de los revolucionarios llamó a votar por el Frente Popular.
19. El extracto pertenece a un volante firmado por el Movimiento Anticapitalista Revolucionario (Ap. de Correos 265, 08080, Barcelona, España) que expresa bien y sin tapujos la contraposición real entre burguesía y proletariado. Sin embargo, no podemos dejar de señalar que eso de la «juventud proletaria» (en vez de hablar de proletariado) es una concesión a la moda. En dicho documento se recomienda para «una información verdadera de lo ocurrido en Niza..., la lectura del Boletín de Contrainfomación de Barcelona (http://www.sindominio.net/zitzania), año III, nº 144».
20. Cuando se produjo la cumbre de Washington se publicó el dato de que se habían gastado ¡32 millones de dólares! en seguridad. No tenemos ni idea de lo que incluye dicha cifra y mucho menos de lo que, habiéndose publicado, no incluye la misma «por razones de seguridad».
21. Véase en nuestro número anterior: ¡La eco-guerra ya se encuentra en el mercado!, Comunismo nº 46, página 53.
22. Claro que dentro de esa política general pueden haber matices, como el régimen de Sadam Hussein, en Irak, o el de Chávez, en Venezuela, pero, repetimos, no comparables con un fenómeno generalizado y mucho más duradero como fue el stalinismo.
23. Porque la catástrofe capitalista sigue y seguirá agudizándose, y el volver la rueda de la historia para atrás es una utopía reaccionaria. Sólo destruyendo el capital la humanidad puede construir otro mundo, que por supuesto no tendrá nada en común con el capitalismo de hace unas décadas.
24. Ver con respecto al movimiento del proletariado en Ecuador nuestro Subrayamos: América: ¡Arriba los que luchan contra el capital y el estado!, en Comunismo nº 45. La comparación que hacemos puede ser válida si en vez de ese país se toma cualquier otra gran revuelta proletaria, como la de Venezuela, Albania, Irak...
25. Nuestro interés no es la separación de esos movimientos, sino insistir en el contenido único del movimiento del proletariado y en la necesidad de su centralización revolucionaria. Sin embargo, por el momento, la separación y la distinción existe; el desconocimiento, incluso entre los propios protagonistas (de uno y otro ejemplo), de que se trata de un solo movimiento es tan grande que hemos considerado pertinente insistir en las diferencias y hasta llevar las tendencias que existen en uno u otro caso a su expresión extrema (presentando las diferencias en forma mucho más pura de como se dan en la realidad), para que sea posible exponerlas. En efecto, ese análisis de las diferencias más extremas permite al mismo tiempo el desarrollo de la crítica compañera diferente en el interior de cada una de sus expresiones, y simultáneamente mostrar que estamos ante un mismo movimiento. La caricatura siguiente permite comprender la metodología: si dijéramos el movimiento en Ecuador parte de la miseria económica y el de Seattle de la conciencia política, resultaría evidente que dicha separación es una caricatura, pero la misma puede ayudarnos a vislumbrar las acciones diferentes en uno y otro caso, al mismo tiempo que ayudar a comprender, o mejor dicho a asumir, que se trata de un mismo movimiento, como se insiste al final de este artículo, del movimiento social por la abolición del capital. Si no lo hiciéramos así, y sólo insistiéramos en que todo es un solo movimiento, que todo es lo mismo, lo que es verdad en última instancia, sería casi imposible realizar una explicación basada en la comparación como la que desarrollamos aquí.
26. La socialdemocracia, el marxismo leninismo, el anarcosindicalismo hablan del paso de lo económico a lo político o de la transformación de las luchas inmediatas en luchas históricas, como si las mismas fueran de naturaleza diferente, y en general atribuyen dicho cambio al aporte de la conciencia o del accionar político del partido. Para nosotros, que rechazamos dicha separación (ver las Tesis de orientación programáticas, GCI, números 15, 31, 32 y 33), se trata de la generalización de las reivindicaciones inmediatas. Esto es posible porque las contradicciones mismas de clase contienen su generalización, pues toda lucha contra las condiciones concretas de explotación, contra las medidas burguesas de auteridad (aumento de la tasa de plusvalía), aunque la misma se desarrolle en un solo lado, contiene la lucha contra esta sociedad de explotación. La acción política de los elementos de vanguardia no es el determinante de este salto, sino que, por el contrario, lo es el desarrollo de los intereses del proletariado, que no puede obtener la victoria en ninguna lucha particular, que no puede obtener satisfacción en ninguna reivindicación particular y que tiende, incluso contra la intervención de los activistas políticos, a generalizarse en lucha contra el capital y el estado. En general, como decimos en la tesis número 15 (ver ídem), el salto cualitativo se concreta en la superación de las organizaciones que expresan reivindicaciones parciales (organizaciones de trabajadores, asociaciones clasistas, comités de fábrica...) y el paso a organizaciones territoriales donde se encuentran todos los proletarios ­mujeres y hombres, ocupados y desocupados, viejos y niños...­ como los consejos obreros, los comités de abastecimientos, las asambleas de una o varias ciudades.
27. Ya a mediados del siglo xix, Marx criticaba la pretensión de que un movimiento fuese más global por el hecho de ser más político y basarse en la voluntad política revolucionaria, y mostraba que por el contrario la rebelión proletaria, aunque se diera en un solo distrito, contiene la totalidad. Ver a propósito de esta discusión con Ruge: Notas críticas al artículo 'El Rey de Prusia y la reforma social. Por un prusiano'.
28. Sean conscientes o no, los proletarios que asumen y reivindican la acción violenta minoritaria están rompiendo con la democracia, aunque la misma se llame «democracia obrera»; están asumiendo el hecho de que la acción revolucionaria no tiene nada en común con las consultas democráticas o los congresos, que el proletariado sólo puede constituirse en fuerza, coordinando y centralizando las diferentes expresiones que asumen sin ninguna consulta previa las diferentes tareas revolucionarias. Es a través de ese proceso, de esa afirmación de la comunidad de intereses y de lucha, que el proletariado se va reconstituyendo como clase, y por lo tanto organizándose en partido, opuesto a todos los partidos existentes.
29. Una crítica de esa ideología tal como se presenta hoy puede encontrarse en el texto Abandona el activismo, publicado en inglés, en Reflections on June 18. Contribution on the politics behind the events that ocurred in the city of London on June 18, 1999. Edit. Collective, octubre de 1999. Existe versión en castellano. El texto tiene varias contribuciones interesantes, sin embargo, debemos señalar que sus autores tienen una concepción ideológica e intelectualista en la medida en que no analizan el activismo como parte de la práctica social del proletariado internacional, de sus fuerzas, sus debilidades (y por lo tanto de la correlación de fuerzas en relación al capital), como un producto objetivo del movimiento, sino exclusivamente como el producto subjetivo de «los activistas», y más aún en la medida en que realizan dicha crítica sin realizar ninguna contrapropuesta revolucionaria, sin reivindicar la actividad revolucionaria específica que ha caracterizado siempre a las fracciones más decididas del proletariado, sin reivindicar la necesidad de la organización revolucionaria internacionalista.
30. Nosotros no retomamos nunca la palabra «principios» para definir nuestro movimiento histórico, porque el mismo no parte de principios. Recuérdese que la primera formulación de lo que luego fue el Manifiesto del Partido Comunista, de 1847, efectuada por Engels, llevaba el título de Principios del comunismo, y que los propios Marx y Engels consideraron inadecuada esta formulación.
31. Ver Falso recurso al activismo, en Invariance, número 3.
32. Claro que se podrá decir que la clase explotada siempre actúa determinada por la clase que domina, que el capital es el sujeto de esta sociedad y que el proletariado sólo puede aparecer como negación. Si bien esto es verdad, en el caso analizado no estamos ante una reacción espontánea y generalizada del proletariado ante una ataque burgués, adonde, si bien este último determina la acción también por el ataque, no sabe nunca cómo reaccionará, cuándo decidirá su acción, ni qué tipo de acción desarrollará. Al contrario, en el caso de las cumbres, esto último también está totalmente determinado e incluso se conoce públicamente de antemano.
33. Extractos de panfletos de compañeros, conversaciones y cartas recibidas.
34. «Radicalizar» en el sentido inmediato y erróneo que utilizan la mayoría de esos grupos, en realidad seudorradicales, significa darle un carácter violento al cortejo socialdemócrata, desbordar con la «acción directa» (ver la crítica más adelante de esta utilización del término «acción directa») la misa de Attac, pero que en el fondo se oponen a la única política que le interesa al proletariado, que es la de situarse afuera y en contra de esa manifestación contrarrevolucionaria. Para nosotros, radicalizar quiere decir, por el contrario, ir a la raíz, luchar por destruir las raíces mismas de la sociedad burguesa, es decir, por destruir sus fundamentos, la mercancía, el valor, el trabajo asalariado..., «pequeñas cuestiones» programáticas de las que esos grupos ni hablan.
35. Éste es uno de los grandes problemas del proletariado. La socialdemocracia no debe ser criticada por tener desviaciones, sino por ser parte del capital; no debe ser denunciada por pacifista, sino que debe ser enfrentada por la violencia revolucionaria porque su pacifismo no es más que un elemento ideológico para aplicar mejor su violencia contrarrevolucionaria (¡recordar que la socialdemocracia siempre usó la violencia... contra la revolución!).
36. ¡La «acción directa», con tanta mediación, también se transforma en una caricatura!
37. He aquí la gran preocupación de la burguesía, en especial la partidaria de la liberación nacional, expresada por un periodista francés: « [...] Los jóvenes en Cabila no creen en nada, sólo creen en la violencia, no les interesa en absoluto el independentismo, las organizaciones independentistas hacen todo lo posible, pero no logran controlarlos».
38. Bernstein quería suprimir en Marx su «hegelianismo», porque le molestaba todo eso de la transformación de la cantidad en calidad, de la transformación de la evolución de la contradicción en revolución..., y su «blanquismo» porque le horrorizaba todavía más la cuestión de que aquella revolución proletaria implicaba necesariamente la conspiración revolucionaria y la insurrección. Hoy también está de moda en el movimiento esta tendencia a eludir la ruptura, el salto de calidad, la revolución, la insurrección.
39. El «antiimperialismo» es en realidad siempre la defensa del capitalismo imperialista. Ser antiimperialista sin ser anticapitalista no sólo es un absurdo, porque todo capitalismo es necesariamente imperialista, porque todo estado (es imperialista, pues), al mismo tiempo que asegura la explotación y opresión de «su» proletariado, representa en el campo de la lucha imperialista a una fracción burguesa contra otra, sino que en los hechos es procapitalista. Ello se traduce en la oposición exclusiva a tal o cual fracción, tal o cual institución (OTAN, FMI, BM, como antes el Pacto de Varsovia) o tal o cual país, lo que en los hechos es capitalista y por añadidura totalmente imperialista.
40. La esencia del capitalismo es invariante. Todas las oposiciones entre fases del capitalismo competitivo y el monopólico, de libre competencia e imperialista, sólo sirvieron como cobertura ideológica del oportunismo, para su defensa del «buen lado» del capitalismo: «democracia», industrialización, y en realidad a tal o cual bloque en la guerra imperialista.
41. Resulta difícil traducir del francés esta expresión: cause toujours, mon lapin.
42. La organización del proletariado en fuerza histórica requiere una estructuración totalmente antagónica con esas divisiones burguesas. Tanto más rica será una organización proletaria cuanto más sepa mezclar en sus células proletarios de culturas, sexos, orígenes, edades, razas, prácticas anteriores... diferentes y superar las barreras y las casillas que el capital nos impone hacia la reformación de la comunidad humana mundial.
43. ¡¡¡Qué le habrán visto de nueva!!!
44. Firman este volante las siguientes organizaciones: Juventude Em Luta Revolucionaria, Jornal Espacio Socialista, Comité Marxista Revolucionario, Anarko-Punks, Movimiento Che Vive (RJ), Coletivo pela Universidade Popular (Porto Alegre), Secretaria Estadual de Casas de Estudiantes de Goiás, Grupo Cultural Semente de Esperança, Açao Global por Justicia Local, Resistencia Popular - RJ/PA, Núcleo Zumbi Zapatista - Abc Paulista, Estrategia Revolucionaria, Socialismo Libertario-Brasilia, Federación Anarquista Uruguaya, Açao Revolucionaria Marxista (RJ), Frente de Luta Popular, Juventude Avançar na Luta, Liga Bolchevique Internacionalista, Agrupación En Clave ROJA, Espaço Popular. Dirección de contacto: gnilock@hotmail.com.
45. Considerar que estas instituciones son las que explotan es evidentemente una revisión, una falsificación del concepto mismo de explotación como explicamos en otra parte de este mismo artículo.
46. Ver nuestro artículo La cuestión de la deuda: basta de versos, en Comunismo nº 19, y Deuda externa: las fantasías sin salida, en Comunismo nº 21, y en Cuadernos para pensar y actuar, revista editada en Argentina.
47. Lo que se llama erróneamente capitalismo de estado, como si el capitalismo cambiara de naturaleza por la estatización jurídica, que no coincide necesariamente con la real concentración, centralización y estatización económica del capital, tal como lo hemos expuesto en reiteradas ocasiones.
48. Hemos decidido no traducir este término y dejarlo en francés, porque en castellano cualquiera de las traducciones propuestas tiene una significación social todavía más peyorativa que en francés. La palabra casseur, casseuse, viene de casser, es decir, «romper», y significa literalmente «rompedores» y «rompedoras». La prensa burguesa utiliza otros como rompetodos, destroyers, alborotadores, folloneros, hooligans, gamberros, kaleborrokas (término utilizado en el País Vasco)...
49. En el original francés que nosotros traducimos dice: les emmeutières et emmeutiers, literalmente «las revoltosas y los revoltosos». Más allá de nuestro rechazo a la moda de lo políticamente correcto de la izquierda en general, de poner cada sujeto en femenino y masculino o con la @, pretendiendo así mostrar que los autores se oponen así (¡!) al patriarcalismo de la sociedad capitalista, debemos señalar que, al no poner esos dos sujetos en función de los sexos, no quisimos para nada distorsionar el contenido, cuando decidimos traducir por: «las y los que asumen la revuelta». En efecto, esta última traducción es la que nos parece más correcta en el sentido que los autores le quisieron dar al texto, pues las palabras «revoltosas» y «revoltosos», en castellano, son totalmente peyorativas e incluyen hasta la falta de perspectiva de la revuelta. También se hubiese podido traducir como «amotinadas» y «amotinados», pero esto hace referencia a un tipo de revuelta particular, un motín, que nos parece también inadecuado.
50. En diferentes insurrecciones proletarias, como en Alemania, en 1919, o España, en los años treinta, los revolucionarios cuando imponían la violencia de clase en una ciudad quemaban por ejemplo el dinero, en su combate por destruir el dinero y el capital. Pero es claro que estamos en un caso totalmente diferente; se trataba de un acto simbólico en pleno desarrollo insurreccional de la revolución.
51. Sin por supuesto entrar aquí en todas las confusiones que estos «anarquistas» aceptan de la ideología dominante. Un solo ejemplo basta: decir «contra la mundialización de los mercados» implica un condensado muy grande de concesiones a la ideología de lo nuevo de la socialdemocracia.
52. Sería imposible citar aquí todos nuestros trabajos de crítica a la democracia que ponen en evidencia que la misma es la clave de la dominación capitalista. Sólo mencionaremos dos: en Comunismo nº 1: El mito de los derechos y libertades democráticas, y en Comunismo nº 32: Memoria obrera: La mitificación democrática.
53. Ver nuestra serie de trabajos sobre el período de 1917 a 1923, y en particular: Comunismo nos 15 y 16: Rusia, contrarrevolución y desarrollo del capitalismo, en especial los artículos La concepción socialdemócrata de transición al socialismo y Contra el mito de la transformación socialista. La política económica y social de los bolcheviques y la continuidad capitalista; y en Comunismo nos 17 y 18, en especial el artículo La política internacional de los bolcheviques y las contradicciones en la Internacional Comunista.
54. Citemos una perla de dicha concepción que no requiere ningún tipo de comentarios: «¡De todas formas, el programa del proletariado había sido realizado por el capital! La república democrática universal existía: era la ONU (Organización de las Naciones Unidas) más el FMI (Fondo Monetario Internacional). El desarrollo de las fuerzas productivas también: eran las cadencias infernales más la alimentación».
55. No consideramos pertinente ni importante entrar en otras elucubraciones de Theorie Communiste, porque es un grupo de iniciados que ha redefinido todo y una discusión al respecto implicaría larguísimas aclaraciones terminológicas. Digamos simplemente que los aspectos más sobresalientes de este grupo, como la teoría de la superación del programatismo, la superación histórica de la transición, la teoría de la autonegación del proletariado sin su afirmación como clase, se basan en utilizar como sinónimo de «programa», el programa de la izquierda de la socialdemocracia; como concepción de la transición la leninista, como afirmación del proletariado, la afirmación del poder de los bolcheviques en Rusia... Si definimos por el contrario aquellos términos en función de la crítica comunista contra los bolcheviques (crítica reiniciada durante la Tercera Internacional por lo que se llamó Izquierda Comunista alemana, italiana..., y en general internacional), toda esa construcción basada en los conceptos socialdemócratas no presenta absolutamente ningún interés.
56. Lucha de siempre, que durante la guerra, se concreta en el derrotismo revolucionario. Ver Invarianza de la posición de los revolucionarios frente a la guerra. Significado de la consigna de siempre de «derrotismo revolucionario, en Comunismo nº 44.
57. Centralización de la dirección, dirección centralizada no quiere decir para nada (¡aunque la antiautoritaria ideología dominante ponga el grito en el cielo!) jefecillos, burocracia o régimen de cuartel, como tenemos invariantemente en el capitalismo y el estado capitalista, y hasta en los grupos marxistaleninistas o los libertarios, sino todo lo contrario; que por más descentralizada que sea la acción, el proletariado revolucionario sepa adonde hay que dirigir el movimiento; que cada parte del movimiento sepa adonde concentrar sus fuerzas y como golpear, incluso simultáneamente al enemigo; que cada parte o fracción local del proletariado mundial actúe como partes de un mismo cuerpo. Eso es lo que los revolucionarios denominan «centralismo orgánico», en contraposición al centralismo democrático del capitalismo.

Acerca del mito de la globalización

«Bretton Woods era un sistema global, así que lo que realmente ha ocurrido ha sido un cambio desde un sistema global (jerárquicamente organizado y en su mayor parte controlado políticamente por Estados Unidos) a otro sistema global más descentralizado y coordinado mediante el mercado, haciendo que las condiciones financieras del capitalismo sean mucho más volátiles e inestables. La retórica que acompañó a este cambio se implicó profundamente en la promoción del término «globalización» como una virtud. En mis momentos más cínicos me encuentro a mí mismo pensando que fue la prensa financiera la que nos llevó a todos (me incluyo) a creer en la «globalización» como en algo nuevo, cuando no era más que un truco promocional para hacer mejor un ajuste necesario en el sistema financiero internacional».

Globalisation in question, David Harvey, 1995.

 
«Una parte de la burguesía desea remediar los males sociales con el fin de consolidar la sociedad burguesa. A esta categoría pertenecen los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que pretenden mejorar la suerte de las clases trabajadoras, los organizadores de beneficencia, los protectores de animales, los fundadores de las sociedades de templanza, los reformadores domésticos de toda raya. Y hasta se ha llegado a elaborar este socialismo burgués en sistemas completos.»

Manifiesto del Partido Comunista, 1847



Estados Unidos

Prisiones y libertades en «el mejor de los mundos»

* * *

«Estados Unidos no es un país libre. Las condiciones económicas de los obreros son las mismas que en Europa. Un esclavo asalariado es un esclavo en todos lados, sea cual sea el país en que nació, sea cual sea el país en que vive.»

Parsons, Correspondencia, febrero de 1884.

A pesar del carácter cada vez más catastrófico del desarrollo capitalista en todo el mundo, Estados Unidos sirve aún de referencia positiva a todo un conglomerado de cretinos que, vestidos de winners (ganadores), desde principios de los años noventa, y mientras vigilan la evolución de sus últimas inversiones en la bolsa, se aseguran a sí mismos de la perennidad del sistema. Así desarrollan una imagen histórica de «América eterna», símbolo imperecedero del «Nuevo Mundo» y emblema de un capitalismo en eterno progreso. Aunque que este «Nuevo Mundo» haya enterrado los sueños de millones de inmigrados que viven gracias a las basuras en Nueva York, no hay un solo intelectual que en uno u otro momento no se haya sentido obligado a hacer revivir los gastados clichés de una tierra adonde se puede llegar insignificante y pobre y partir ilustre y rico.

El cine, la novela negra y los periódicos sensacionalistas fomentan una imagen de Estados Unidos como el país de todos los excesos, en el que sobrevivir se juega en términos de «ganar o reventar», pero en última instancia se trata de hacer creer en la idea de un país, por supuesto imperfecto y contradictorio, en el que libertad y riqueza no son incompatibles y en el que cada uno tiene finalmente la posibilidad de triunfar.

Estas imágenes espectaculares no resisten la más mínima observación crítica de la realidad social norteamericana, a pesar de lo cual dichas imágenes siguen teniendo internacionalmente una fuerza material adecuada para convencer de que detrás de los excesos de esta sociedad se esconde un verdadero mundo libre. Así, las imágenes caóticas de criminales perseguidos en helicópteros y de niños que se matan a balazos en las escuelas se encuentran revueltas en el mismo lodo con las películas hollywoodienses que muestran el triunfo y el éxito junto con los retratos de personajes falsamente rebeldes, todo lo cual tiende a presentar progresivamente como natural un mundo hecho de violencia e injusticia en el que el hombre es lobo para el hombre, pero en el que cierta libertad de comportamiento y de éxito justifican los disgustos de la guerra de todos contra todos.

Pero, una vez desgarrado el velo de la mentira y la ideología, aparece rápidamente que Estados Unidos sólo es una concretización más de un mundo en el que las «libertades políticas» no son otra cosa que una mampara para ocultar la esclavitud asalariada (ver destacado acerca de la «libertad política»), un mundo en el que no reina la libertad de conducta y actitud, sino más bien y esencialmente la libertad de explotar o ser explotado.

Evidentemente, el yuppie internacional no tiene ninguna intención de elevar su capacidad de abstracción más allá de su portafolio, que le sirve de ombligo, y es totalmente indiferente a esas nociones de explotación. Éste, como todos los que lo apoyan, reproduce, con los ojos fijados en Estados Unidos, una concepción de la libertad surgida de la total sumisión al «work, shopping and tv» (trabajo, compras y televisión) y a las trivialidades de moda que difícilmente esconden su servilismo hacia, un universo insulso y sin brillo en el que el individuo empuña su presunción de vivir libre, jurando que solamente vive cuando trabaja y que sólo existe cuando consume.

El capitalismo impone de forma universal su dictadura y, al mismo tiempo, esta concepción de la libertad y el triunfo se impone, claro está, por todo el mundo, desde París, Pekín y El Cairo hasta Moscú, Teherán y Bagdad. Pero para los apologistas del dinero y el brillante, Estados Unidos de América tiene esa pequeña cosita de más que lo transforma en ejemplo inimitable, en figura de portada. La estatua de la Libertad a la entrada de Nueva York recuerda, a todos aquellos que se preparan a desembarcar, que acá no se habla de explotación, clases sociales o plusvalor, y que si se utiliza el vocablo «capitalismo», sólo puede ser como sinónimo de «paz, riqueza y desarrollo», «el mejor de los mundos», «la América», «un mundo sin límites en el que todo es posible», «el país más libre, en el más libre de los mundos.»

He aquí algunos fragmentos escogidos entre los numerosos aspectos que recubren la libertad en el reino de la democracia...

Se calcula que en 1970, en Estados Unidos, había 200.000 detenidos; en 1980 había 315.000; y en 1990 había 739.000. Diez años más tarde, como fruto de la «tolerancia cero», la «década de las esposas», el número de prisioneros en el reino del individuo libre alcanza niveles delirantes. Hoy dos millones de personas se encuentran detrás de los barrotes norteamericanos como saludando al progreso y a la modernidad del nuevo milenio. La población carcelaria se ha multiplicado por 10 en treinta años, y se erige como una especie de gran país encarcelado bajo los pliegues de la bandera estrellada. ¡Hoy hay más proletarios vestidos de preso, que soldados uniformados en todas las fuerzas armadas estadounidenses!. ¡Dos millones de presos, lo que equivale a más de un cuarto de toda la población presa del mundo, según cifras oficiales (1). Un cuarto de los detenidos del mundo entero se encuentra encadenado a los pies de ese inmenso carcelero que es la estatua de la Libertad.

Pero la célebre estatua estadounidense no es únicamente un gran carcelero,, sino también un Big killer, un gigantesco verdugo. En 1999, un centenar de condenados a muerte fueron ejecutados. ¡Se trata del mayor número de presos ejecutados desde el fin de la guerra de 1940-1945! El récord precedente se dio... el año anterior: 68 ejecuciones en 1998. Y estas cifras no van a disminuir: de 50 estados, 38 hacen funcionar las cámaras de muerte en Estados Unidos. Durante las elecciones, los diferentes candidatos a la presidencia se libraron a un sórdido duelo con respecto al número de condenados que envian al matadero. El actual presidente, George W. Bush, ex gobernador de Texas, ordenó personalmente desde 1995, 112 ejecuciones. Su rival en las últimas elecciones presidenciales, John Ellis, gobernador de Florida, trata de actuar tan bien como él, acelerando las condenas en ese estado. Así, en Estados Unidos, cada año 300 nuevas personas son condenadas a la pena capital. Pero como los verdugos «solo» ejecutan una centena por año, en la actualidad hay 3.565 condenados que esperan en los famosos «corredores de la muerte».

Penas cada vez más duras, detenciones cada vez más largas; ésa es la clave de la política que lleva la burguesía a escala internacional, y la vanguardia, el modelo, es Estados Unidos.

Castigar. Castigar para dar miedo y forzar a los proletarios a aceptar cualquier trabajo bajo cualquier tipo de condición para evitar la prisión o la muerte. Castigar duramente, para disuadir a todos aquellos, cada vez más numerosos, que dirigen su vista a la crítica de la propiedad privada. «Trabajar o reventar» debe ser la única opción posible. De lo que se trata, entonces, es de reprimir brutalmente a aquel que robe al rico, que saquee en los centros comerciales, que sobreviva arreglándoselas de cualquier forma. Castigar duramente a aquel que, a pesar de su condición de proletario, no acepta nada. Incluso cuando ni siquiera hay posibilidad de encontrar trabajo, y revienta de hambre, es necesario que el infierno vivido en la tierra le parezca preferible a la cárcel, la tortura o la inyección letal. Castigar para dar el ejemplo.

Castigar... y producir beneficio. Pues el capitalismo no tiene fronteras y con certeza no serán los muros de una prisión lo que lo detendrán.

En Estados Unidos, el mundo de la libertad de empresa comprendió rápidamente que un prisionero no puede vivir a expensas del estado, y que tiene que trabajar para no ser una carga. Si el prisionero trabaja, se transforma en un esclavo (2) que puede ser muy rentable. Así, ya en 1986, un tal Warren Burger, antiguo juez de la Suprema Corte de Justicia, lanzó un llamado para transformar las cárceles en «fábricas enclaustradas», sosteniendo que las prisiones no deben ocasionar gastos al estado, mejor todavía para transformarlas en fuentes de beneficio para él. En la actualidad, esto es un hecho consumado, y la tendencia es la explotación creciente de los presos. Por un salario de más o menos un dólar por hora, los detenidos/esclavos son forzados a trabajar, sea bajo la cobertura de «programas de rehabilitación» o bajo la amenaza de severas penas y prolongamiento de la condena. En Oregón, la marca de blue jeans (vaqueros) Prison Blues (¡sic!) preve la realización de un volumen de negocios de l,2 millones de dólares por año. En otras regiones, como Texas, Louisiana, Arkansas, el estado obliga a los presos a trabajar en los campos, sin paga alguna, bajo el control de la caballería armada.

¿No hay trabajo afuera de las prisiones? No es grave, ¡hay adentro de las mismas! Éste es el sentido de la observación sarcástica que hace un militante estadounidense anti cárceles: «Colmo de la ironía, al mismo tiempo que la desocupación aumenta en el exterior, la delincuencia y el número de encarcelamientos que ella provoca aumentan. Que nos puede impedir pensar que, de aquí a algún tiempo, sólo encontraremos empleos que necesiten mucha mano de obra no calificada en las prisiones y los países del tercer mundo, adonde la gente trabaja en las mismas condiciones. La fábrica enclaustrada coincide con la prisión sin muros» (3) Paul Wright, Esclavos del estado, mayo 1994.

Pero los apologistas de la libertad y la democracia capitalista se refugian detrás de la noción de exceso para afirmar que el número elevado de prisioneros y su utilización como esclavos no son más que el producto de los defectos de la democracia, la cual siempre se puede mejorar y que las prisiones o las condenas, por más moralmente inconvenientes que sean, finalmente sólo son el precio doloroso que hay que pagar para que la mayoría de la gente pueda vivir en libertad, en seguridad y en un buen entendimiento social.

Aprovechemos, entonces, la ocasión para hablar ahora un poco de los hombres libres, esos habitantes de la prisión sin muros, para retomar la imagen de nuestra última cita. Una metáfora muy explícita del mejor de los mundos actuales que bajo la expresión de la democracia, en tanto que dictadura de las leyes mercantiles sobre el hombre, llega a negar con éxito las paredes tras las cuales es diariamente explotado el proletariado.

He ahí el triunfo de la democracia que logra hacer ordinario, trivial, un mundo basado en la violencia contra aquellos que trabajan y en el que esas víctimas cotidianas no llegan a percibir más a sus guardianes o sus explotadores, y aún menos la reclusión a la que se encuentran sometidos.

Sin embargo, nunca el medio en donde vive el hombre ha estado más abarrotado de límites, barreras, guetos, alambrados, sistemas de alarmas, cámaras, barrotes, milicos... Sin lugar a dudas, jamás rimaron tanto mercancías en libertad con humanidad encarcelada.

Los Ángeles, la segunda ciudad de Estados Unidos, una de las más grandes del sueño americano. La costa del oeste, el surf, Hollywood y Berverly Hills. La vanguardia de lo que la sociedad del capital propone como futuro.

Los Ángeles se encuentra dividida en dos realidades sociales que se afrontan geográficamente en espacios también cercados. Por un lado, los barrios fortificados en los que viven los ricos, y donde reina el dinero y todo lo que suena a bien, y por el otro, espacios de terror también cercados en los que se concentra a los proletarios más desposeídos; espacios en los que los milicos llevan una verdadera guerra para impedir que las protestas, resultantes de esta situación generen una reacción contra la propiedad privada, contra las residencias burguesas.

En ambos casos, Los Ángeles se presenta como una verdadera fortaleza, una «ciudad carcelaria», según la expresión de Mike Davis, que agrega: «Constatamos una tendencia sin precedentes a combinar el urbanismo, la arquitectura y los dispositivos policiales en una vasta empresa de seguridad» (4).

La seguridad en Los Ángeles se ha transformado en una verdadera psicosis. Para evitar la promiscuidad, la burguesía se aísla en ciertos barrios, se encierra en mansiones construidas como fortalezas y contrata a agentes de seguridad privada.

En Beverly Hills o Bel Air, las mansiones son recompuestas de manera que se pueden integrar dispositivos de seguridad ultra sofisticados, según un nuevo concepto a la moda en el sector, la «seguridad absoluta». Los arquitectos se inspiran en la actualidad en las técnicas secretas utilizadas para la construcción de cuarteles generales militares o embajadas norteamericanas en el extranjero. Es más, integran «piezas antiterroristas», a las que se accede a través paredes corredizas y de puertas secretas. Las asociaciones de ricos propietarios, cuando pagan por su seguridad, no sólo compran agentes de seguridad, sino una concepción entera de inteligencia y protección que incluye sistemas de alarma, patrullas, escoltas personales y «respuesta armada».

La burguesía, que hoy en día quiere conservar su libertad, se entierra en verdaderos silos anti misiles, supervisados por un ejército de esbirros armados hasta los dientes que protegen los jardines sembrados de carteles que anuncian: «Acérquese y tiramos» (armed response). Los barrios burgueses se encuentran rodeados de verdaderos cordones de seguridad, con especies de aduanas que prohíben el acceso a todo no residente (5). La desventaja para la burguesía se encuentra en que esas barreras indican el lugar en el que hay que edificar las barricadas cuando se asalte la propiedad. La policía y el ejército estadounidense lo comprendieron claramente cuando, apenas habían estallado los motines en Los Ángeles en 1992, concentraron el máximo de sus fuerzas para proteger dichos barrios.

Pero la ciudad de la libertad no se limita a los campos atrincherados de capitalistas, sino que todo la planta urbana está constituida por propiedades acuarteladas, barrios cercados y fortalezas.

Todo lo que podía subsistir como espacio de confluencia entre personas de barrios diferentes, todo lo que podía suscitar el encuentro, la discusión y/o el juego ha sido suprimido. Las calles no pertenecen más a los peatones, se han transformado, bajo la «audacia» de los urbanistas (6), en simples redes de evacuación de automovilistas vigilados, por todas partes, por cámaras de la policía. Los parques son eliminados, y en los que quedan se caza al proletario sin techo que se iba a refugiar. Las playas de Los Ángeles, célebres por las vueltas nocturnas que los numerosos muchachos hacían sobre su tabla hawaiana, se cierran hoy por la noche; la policía patrulla en vehículos 4 x 4 y helicópteros. Los mega complejos comerciales y las inmensas galerías mercantiles de alta gama, verdaderos sustitutos de la represión completa de toda sociabilidad, se han multiplicado. Ahí, en un ambiente repleto de luminosidad, se codean vendedores de tecnología de punta, con gentes llenas de cirugías estéticas que vienen a comprar sus adornitos de oro.

En los barrios proletarios, el estilo «prisión» se encuentra por todos lados. Claro que, la dificultad de distinguir el estilo arquitectónico de escuelas, hospitales y prisiones siempre ha existido: la originalidad de Haagen Development, una de las redes de centros comerciales más grandes de California del Sur, reside en el hecho de haber concebido, en Watts y otros barrios pesados de Los Ángeles, supermercados que retoman abiertamente el plan panóptico que Jeremy Bentham había propuesto para su prisión modelo del siglo xix. Como en una cárcel, el observatorio circular y central donde están instaladas las oficinas de vigilancia y un puesto policial controla todo lo que pasa en el local y a su alrededor: la apertura de las puertas a los proveedores, las cámaras de vídeo equipadas de detectores de movimientos, las poderosas iluminaciones persuasivas... Y para coronar todo y confirmar claramente el universo carcelario en el que se encuentra el comprador, el centro Martin Luther King, nombre del mercado de Watts, se encuentra rodeado de alambrados de hierro forjado de 2,40 m de alto, similares a las que protegen las grandes propiedades privadas en los barrios burgueses aunque, por supuesto, menos distinguidos.

Con esta lógica de libertad y seguridad ciertos barrios proletarios, en los que dominan las viviendas sociales han sido cercados con alambrados. Así, Imperial Courts, un barrio adyacente al centro comercial anteriormente citado, se encuentra totalmente cercado con alambrados y se ha instalado un puesto de policía que realiza permanentes controles de identidad obligatorios. Los milicos se encargan a menudo de recordar a aquellos que no son dueños de nada lo que para ellos implica ese paraíso de libertad: cualquier visitante que no vive en el sector es controlado y detenido para verificar su identidad; los que viven ahí si se quedan hasta más tarde de lo previsto son conducidos a prepo a su casa por la policía. «Éste es el precio de vuestra seguridad», les dicen.

En el siglo xix, la burguesía había adoptado las ideas más progresistas para mantener al proletariado bajo su control: las falanges de Owen, Fourier y Cabe, habían sido adaptadas a los paisajes industriales que concentraban las viviendas obreras en las proximidades de su lugar de trabajo, limitando, así, los peligros de vagabundeo y aventuras que pudiera comportar si las viviendas se encontraban demasiado alejadas de su lugar de trabajo. A principios del tercer milenio, la democrática policía estadounidense rodea, en nombre de la seguridad, a los barrios obreros de gigantescos alambrados, y para que cada uno tenga más libertad en su barrio detiene, cachea, controla y confina a los proletarios a sus distritos respectivos.

Como se puede observar, el conjunto del panorama urbano se presenta cada vez más como un gran puesto policial, como una inmensa cárcel. Todo esto en el sentido literal de la expresión, puesto que el aumento de la seguridad y la represión implican, al mismo tiempo, más espacio para, por una parte, administrar y formar a los policías y, por la otra, para encerrar a aquellos que, cada vez más numerosos, infringen las leyes. Esto se traduce, en especial, en la enorme bulimia de espacio que engulle la LAPD («policía de Los Ángeles»). Así, East Los Ángeles, que ya reagrupa en un rayo de cinco kilómetros seis prisiones federales, es decir, cerca de 25.000 prisioneros (la mayor concentración carcelaria de Estados Unidos), ha puesto en pie un verdadero proyecto de urbanización policial con el objetivo de responder a las necesidades crecientes en materia de prisiones. «... quieren hacer de nuestro barrio una colonia penitenciaria», denuncia un miembro de una asociación de lucha contra la construcción de nuevas prisiones.

Por otra parte, los servicios de represión vinculados a la inmigración se desarrollan también en la ciudad: confrontados, también ellos, a una superpoblación récord, requisan moteles y apartamentos administrados por empresas privadas para utilizarlas como prisiones auxiliares y encerrar a los que solicitan asilo y a los detenidos sin papeles.

Los apartamentos que sirven de cárceles se encuentran también en los barrios habitados; las torres repletas de presos colindan con los hoteles para turistas; los edificios anónimos de arquitectura futurista disimulan las prisiones para narcotraficantes. Hoy no se sabe si es la prisión la que está en la ciudad o si es la ciudad la que está en prisión. Desde el punto de vista arquitectónico, esto se traduce en la tentativa por diluir, cada vez más, el espacio carcelario en el espacio urbano. «Así, no sin ironía ­observa otra vez Mike Davis­, cuando los inmuebles y las casas se parecen cada vez más a las prisiones o a las fortalezas, la arquitectura de las prisiones tiende a adoptar una apariencia estética»(7).

Burgueses recluidos en refugios, barrios obreros encerrados detrás de alambrados, parques y playas prohibidas al público, supermercados «panópticos», paisajes carcelarios omnipresentes. «La libertad es la prisión», podría haber dicho Georges Orwell. Y todo esto bajo la mirada atenta de la LAPD que, mucho más progresista y futurista que lo que cualquier apologista del desarrollo continuo habría soñado, decora el panorama californiano con esas cámaras vídeo que se encuentran en cada cruce de calles, con sus patrullas motorizadas o aéreas, sus brigadas antiterroristas, sus sistemas de comunicación ultra sofisticados...

Los helicópteros de la LAPD aseguran, con una promedio de 19 horas de vigilancia por día (mucho más que el ejército británico en Belfast), el orden en los barrios llamados «ultra sensibles». La policía de Los Ángeles administra, igualmente, un enorme centro de informaciones y servicios secretos, cuyo mando se ha instalado en un verdadero búnker acondicionado en el sótano del ayuntamiento, y cuya infraestructura se esconde en una instalación subterránea. La etapa siguiente en la garantía de «libertad y seguridad» es la identificación electrónica generalizada de los bienes y las personas, una propuesta del ex jefe de policía de Los Ángeles, Ed Davis, hoy senador republicano en California (8). ¿Cuál es la divisa de la policía de Los Ángeles? To protect and serve (proteger y servir) ¡Quién pudiera dudarlo!

Pero, mucho más que el número de ordenadores, cámaras o helicópteros que disponen los milicos en las ciudades, lo que expresa, sin lugar a dudas, más la inhumanidad de estos sistemas de urbanización capitalista en plena descomposición es el ensañamiento con el que seres humanos, completamente devorados por la imbécil «libertad» de esta dinámica del dinero, que busca sin reposo hacer más dinero, piensan, razonan y crean, siempre en lógica del aumento de la ganancia, instrumentos para joder a la humanidad ­y particularmente a la humanidad no rentable, excedente­ para hacerle mal en el sentido propio del término, para degradarla.

¿Qué les puede quedar de orgullo a esos sujetos ­funcionarios, urbanistas, políticos, fabricantes...­ que se pasan el tiempo concibiendo los medios más siniestros para agredir a nuestra clase, para aterrorizarla hasta lo más profundo de su ser, que se ensañan particularmente contra aquellos que no tienen más nada, que los persiguen y los expulsan hasta de los parques públicos, los subterráneos y los metros?

«En la cruzada sin piedad que la ciudad lleva contra los pobres y los sintecho, los espacios y los equipamientos públicos están concebidos para hacerles la vida imposible [...]. Hubo varias tentativas de desplazar masivamente a indigentes: algunos fueron así deportados hacia especies de chacras en el límite del desierto, otros fueron confinados en campos de montaña. La operación más conocida fue la transformación de un viejo ferry del puerto en centro de reclusión. No obstante, estas «soluciones finales» fueron rechazadas por los políticos del lugar adonde los «sin nada» eran llevados, pues aquellos se mostraron poco favorables a acoger a esta población en sus circunscripciones. Retomando deliberadamente el lenguaje de la guerra fría, la ciudad ha desarrollado la idea de alojar a los sintecho en contenedores en el perímetro de Skid Row, sobre la parte este de la Quinta Avenida, transformando de hecho el barrio en un vasto depósito de mendicidad a cielo abierto. Los efectos perniciosos de esta estrategia se hicieron sentir rápidamente. La concentración bajo un espacio restringido de toda la desesperación y toda la pobreza, combinada con la ausencia de una política de vivienda social, ha convertido a Skid Row en el barrio probablemente más peligroso del mundo, en el que los «Degolladores», los «Buitres de la Noche» y otros depredadores hacen reinar el terror. A los comienzos del atardecer, los sintecho intentan escapar hacia el Nickle, para encontrar un rincón más seguro en otro barrio del centro. Para frenar estos desplazamientos, la ciudad aprieta un poco más el garrote, fortaleciendo la persecución policial y la instalación de equipos o dispositivos disuasivos.

Una de las cosas más alucinantes y que se ven más a menudo de estos equipos son los nuevos bancos de la red de transportes públicos, Rapid Transit District. Los mismos tienen forma de barrilete para que uno solo pueda sentarse poco y para que la espera sea lo suficientemente incómoda y que sea imposible de acostarse o relajarse. Estos bancos 'anti vagabundo' (9) fueron masivamente instalados alrededor de Skid Row. Otra gran bufonada de invención es la utilización ingeniosa del sistema de riego instalado en el Skid Row Park, en el cruce con la Quinta avenida y la Hell Street. Para impedir que los sin techo vengan a dormir en el parque, como si se quisiera reservar el mismo al tráfico de drogas y a la prostitución, el sistema de irrigación se pone en funcionamiento en forma irregular y nocturna para asegurarle una ducha a cualquier indeseable que se encuentre durmiendo. El sistema tuvo éxito y fue rápidamente adoptado por comerciantes para evitar la presencia de los sintecho en los alrededores de sus inmuebles. Vimos también la instalación de cercas especiales en los contenedores de basura de restaurantes y comercios. Aunque todavía nadie propuso en Los Ángeles, poner cianuro en las basuras, como sucedió en Phoenix hace algunos años, hemos podido ver un célebre restaurante de pescados invertir 12.000 dólares en lo se considera lo último de lo último en materia de lucha contra la fuga de los restos de las mesas hacia las bocas de los hambrientos. El dispositivo consiste en una vagoneta equipada con barrotes de un centímetro de grosor y cadenas de un acero especial con pinchos sádicos dirigidos hacia aquellos que pudieran estar tentados por el precioso montón de espinazos y cabezas de pescado en descomposición y de papas fritas rancias» (10).

La violencia burguesa ataca sin descanso, y por todos los medios, a todos aquellos que sólo son propietarios de su fuerza de trabajo. Este ensañamiento es tan despiadado como infinito, y no se detiene frente a la penuria y el desposeimiento total. Al contrario, hay que aterrorizar aún más a aquellos que no tienen más fuerza para trabajar para que sirva de ejemplo. Hay que perseguir al indigente, perseguir al sintecho y todos los que vagan sin esperanza de un lado para otro de la ciudad sin ninguna posibilidad de supervivencia. Y cuando esos proletarios utilizan la poca fuerza que les queda para desplomarse en un parque bajo un árbol, hay que acosarlos constantemente, inventar nuevos métodos de terror para despertarlos durante la noche, de improviso, mojarlos con agua fría y expulsarlos hacia... ninguna parte.

¡Golpear a un hombre que está tirado! Esa es la valentía que les queda a los explotadores, a todos esos burgueses hipócritas que han blindado sus deseos en cajas fuertes; a todos esos detestables politiqueros demócratas o republicanos que se refugian vergonzosamente bajo las enaguas de piedra de la estatua de la Libertad para perpetuar sus crímenes.

Restaurantes de lujo y estacas sádicas, indigencia y «soluciones finales»; en el país de la libertad todos los golpes bajos están permitidos. Libres de reventar de hambre, los sintecho de Los Ángeles disfrutan también de la libertad de hacinarse en un desierto, de ser desplazados hacia las montañas o confinados en un viejo ferry; y a los que la presencia de éstos inoportuna, se les da el derecho de molerlos a golpes. El refinamiento del estado en el ejercicio de la tortura ni siquiera tiene como límite lo ridículo: ¡Asientos para impedir que se sienten!

«Hombres libres» encerrados en sus barrios, enterrados en sus mansiones, atrincherados en inmensas mansiones cárceles con una apariencia cada vez más orwelliana. Prisioneros cada vez más numerosos, presos utilizados como esclavos. El ideal capitalista irradia la tierra entera de su verdadera divisa: «Explotar, vigilar y castigar».

Históricamente, el encarcelamiento y la represión del proletariado son, evidentemente, indisociables del capitalismo y por supuesto que no datan de hoy. Desde las Workhouses europeas del siglo diecinueve, hasta el gueto de Varsovia durante la llamada segunda guerra mundial; desde los barrios obreros ingleses de principios del siglo veinte a los actuales campos de la banda de Gaza; por todo el mundo y durante todas las épocas, el estado burgués defendió el progreso y el desarrollo capitalista, concentrando, con más o menos autoridad, franjas enteras de proletarios detrás de alambrados, campos de concentración, hospitales, viviendas de protección social...

La caza despiadada de proletarios desprovistos de todo recurso no tiene tampoco nada de nuevo. En Londres, a principios del siglo xx, ya había 35.000 sintecho, como se les llama hoy. Ya entonces la administración británica les impedía dormir de noche en la vía pública.

Finalmente, entre el pasaje del libro de Mike Davis que hemos citado, donde describe la suerte de los «desclasados» en Los Ángeles en 1996, y los relatos de Jack London en El pueblo de abajo (11) que hablan de los barrios miserables de Londres en 1902, no existe gran diferencia. Quizás algo más de refinamiento en la persecución moderna como esos sistemas de riego nocturno que funcionan en complemento de los aporreamientos. Quizás un poco más de cinismo por parte de los burgueses actuales: «En las sociedades civilizadas, las calles no se hacen para dormir. Hay dormitorios para eso», declaró el alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, en noviembre 1999.

Nada nuevo bajo el cielo polvoriento del capitalismo, sino una confirmación suplementaria en Norteamérica, de la relación existente entre el espectáculo capitalista ­hecho de triunfo, tecnología y moda­ y su pueril trivialidad ­hecha de miseria, represión y encarcelamiento­. Cuanto más desarrolla el capitalismo la libertad de emprender y explotar, más desarrolla en el otro polo el encarcelamiento y la represión (12).

En Estados Unidos, como en todas partes, el capitalismo se refuerza controlando y encarcelando masivamente, y la «mayor democracia del mundo», como ella adora que se le llame, se parece cada vez más a una enorme cárcel.

Pero, sin que se de cuenta ella contiene también una tempestad social, una tormenta que sólo pide reventar. No se puede mantener eternamente un sistema solo con represión y cárcel para un número siempre creciente de seres humanos. ¡Cada día, mil proletarios estadounidenses entran en la cárcel y salen quinientos!

El director de un instituto que trata los problemas de la justicia en Washington, Jason Ziederberg, se preguntaba: «¿Qué pasará cuando de aquí a cinco o diez años salgan de prisión un millón de jóvenes detenidos que la cárcel habrá ciertamente endurecido y amargado?».

Y ¿qué pasará cuando los proletarios «de afuera», despedidos por miles de las empresas que no los necesitan más, amontonados cada vez más numerosamente en guetos, controlados, inspeccionados, y golpeados, busquen organizar su propia respuesta de clase?

¿Qué pasará cuando el proletariado se canse de escuchar a los políticos llamar «libertad» a la cárcel en la que viven, y decida volver a tomar su futuro en mano y superar las cuestiones de clanes, etnias, naciones, para ofrecer una respuesta generaliza al estado burgués?

El capital es incapaz de concebir que la subversión de su orden se pueda producir fuera de los cerebros atiborrados de intenciones revolucionarias; incapaz de comprender que ésta surge directamente de la propia existencia del capital, de su propia materia en descomposición. La burguesía no puede captar que minorías, luego grupos y masas de proletarios se asocien espontáneamente para atacar la propiedad privada, para crear su propia fiesta en las calles, sus propios juegos (13) y lanzar las bases de la derrota del Viejo Mundo, organizándose en consecuencia. La burguesía se ha despertado más de una vez con resaca frente a la incapacidad de comprender el vínculo que existe entre las torturas crecientes que el estado inflige a los explotados, y el odio de la sociedad de clases que determina al proletariado a salir repentinamente a pelear a la calle.

En Los Ángeles, o en cualquier otra parte del mundo, un día u otro se producirá lo que se produjo en Watts, en 1965, o en Southcentral, en 1992, con la diferencia de que cada sublevación engendra su cortejo de lecciones suplementarias, y que, asociado a la descomposición cada vez más profunda del mundo capitalista, nos acerca cada vez más al momento en el que el proletariado de Los Ángeles, de Estados Unidos y todo el mundo junte su rabia con el conjunto de lecciones históricas de su clase, se organice en partido y asuma sus objetivos internacionalistas. Y de esa resaca la burguesía y todo su sistema de muerte corren el riesgo de no despertarse.

Notas

1. Según las estadísticas oficiales, en la actualidad hay ocho millones de seres humanos encarcelados en el mundo entero, cifra que todo el mundo sabe se encuentra por debajo de la verdad, no solamente porque los estados sustraen voluntariamente a millones de prisioneros de toda información pública (sobre todo los prisioneros políticos), sino también porque manipulan las cifras y los criterios; así, por ejemplo, los miles de solicitantes de asilo, encarcelados como verdaderos detenidos, no están incluidos en estas cifras. Tampoco están incluidos en las mismas tantos otros proletarios como los recluidos en campos de refugiados, los encerrados en hospiales psiquiátricos,...
2. En Estados Unidos, la esclavitud no ha sido realmente abolida, en el sentido preciso del término. En efecto, como dice Paul Wright, en su artículo sobre el trabajo en las prisiones norteamericanas (Le Goulag américain, travail forcé aux Etats-Unis, Editions L'Esprit Frappeur), la decimotercera enmienda («Sobre el territorio de Estados Unidos no existirá [...] esclavitud, ni servidumbre voluntaria, excepto para castigar un crimen del cual un individuo haya sido debidamente reconocido como culpable») ha permitido que muchos esclavos negros que habían sido «liberados» al fin de la guerra de Secesión, por el hecho de ser «debidamente reconocidos como culpables» de crímenes, fueran encerrados en las prisiones del estado en las que en los hechos volvieron a su situación anterior: trabajar sin paga alguna. «La única diferencia desde esa época ­agrega Wright­ es que el estado es mucho menos transparente con relación a las prácticas esclavistas. »
3. Este extracto, como las informaciones a propósito del trabajo en las cárceles, las sacamos de Prison Legal News, un mensual consagrado a todos los aspectos de la vida carcelaria en Estados Unidos. Como selección de textos utilizamos The Celling of America, an inside look at the US prison industry» y su traducción fracesa: Le Goulag américain, travail forcé aux Etats-Unis (El Gulag americano, el trabajo forzado en los Estados Unidos), ediciones de L'Esprit Frappeur.
4. La mayoría de las informaciones que damos aquí con respecto a Los Ángeles vienen del libro City of Quartz (Los Ángeles, capital del futuro), de Mike Davis, Ediciones La découverte (1997) y particularmente del capítulo cuarto, Los Ángeles fortaleza. El autor da gran número de datos que permiten delimitar la realidad de las clases sociales y el capitalismo en Estados Unidos, pero recae en el más puro reformismo cuando se trata de plantear una acción concreta. Ello evidencia los límites de la comprensión que se encuentra en dicha descripción de la realidad social. Mike Davis lleva adelante una campaña por una propuesta de ley que preconiza la organización de una fuerza de paz urbana destinada a ayudar y supervisar un proceso de tregua entre las bandas en Los Ángeles: es decir quiere más milicos. Esto muestra, una vez más, que el reformismo conduce, incluso cuando se pretende original, a la reivindicación de nuevas fuerzas represivas.
5. Esta realidad no es patrimonio exclusivo de la ciudad de Los Ángeles, los burgueses construyen, desde Francia a Brasil, pasando por Rusia, la India y en todo el mundo, enclaves impenetrables, barrios enteros residenciales protegidos por fuerzas paramilitares, esperando utópicamente, encontrar una seguridad definitiva. Aún más globalmente, cada ciudad designa los barrios para los habitantes con más medios económicos. Así, por ejemplo, últimamente un diario italiano da la lista de los barrios pacificados en las grandes ciudades italianas: l'Olgialta en Roma, Posillipo en Nápoles, la Collina en Turín, Milano 3...
6. Los habitantes de Bruselas, en el corazón de Europa, conocen bien las «audacias» de los arquitectos. En la capital europea, «arquitectura» es, desde hace decenas de años, un insulto comúnmente utilizado como sinónimo de «imbécil» o «incapaz». Esta asociación entre arquitecto e imbécil data de la construcción del Palacio de Justicia, un imponente y monstruoso edificio de piedra construido en altura sobre los barrios obreros de la época, en el mismo lugar en el que antes se erigía el patíbulo. La profesión ha confirmado recientemente que merece esta expresión peyorativa: los arquitectos destruyen barrios enteros de la ciudad para instalar enormes torres que serán utilizadas como escritorios por la burocracia de todos los organismos de centralización de Europa y las sedes de las grandes empresas. Hoy «Bruselizar» significa vaciarla de sus habitantes y remplazar las casas por rascacielos. Una ciudad «bruselizada» es una ciudad sin alma, deshumanizada, donde todo corredor lleva a otro buró.
7. City of Quartz, p. 231.
8. En su libro escrito en 1996, el autor de City of Quartz hallaba alucinante la propuesta de este senador de «instalar un satélite geoestacionario para luchar contra los robos de automóviles en la región». Este sistema existe de hecho desde hace muchos años en diferentes países europeos, no solo para localizar autos robados, sino también para permitir a las empresas de transporte, por ejemplo, vigilar la velocidad, el desplazamiento y las interrupciones que efectúan los chóferes de los camiones. Lo que hace cuatro años parecía del dominio de la ficción, hoy es una terrible banalidad.
9. Habría que conservar en un museo estas «perlas» que son los valores de uso producidos por el capitalismo. ¿Podría otra civilización imaginarse la confección de un objeto tan retorcido y perverso como lo es esa «cosa», elaborada para sentarse asegurando al mismo tiempo a su utilizador una incomodidad..., para que verdaderamente no se siente? ¿Podría entenderse la existencia de cosas parecidas en otra sociedad diferente que la capitalista y la democrática? En el mismo orden de ideas hay que observar que los grandes centros comerciales son universalmente concebidos de manera que donde exista un lugar de descanso (bares, McDonalds, cafeterías...) éstos son lo suficientemente inconfortables para sólo permitirnos sentarnos el tiempo que requiere el consumo.
10. City of Quartz, p. 213.
11. El pueblo de abajo, de Jack London, Ed. Phebus, 1999.
12. Los medios de comunicación y en general todo el sistema de desinformación buscan siempre hacernos creer lo contrario, es decir, que solamente los polos «positivos» son el resultado del sistema capitalista, mientras que todo lo que es «negativo» sería producido por la falta de desarrollo capitalista, por la ausencia de progreso.
13. «Es como un juego de televisión en el que todo el mundo gana», afirma una joven saqueadora que participó en los motines de 1992 en Los Ángeles (City of Quartz, p. VI, nota 14).

La "libertad política", un mampara para esconder la explotación

Periodistas, sociólogos, historiadores, filósofos..., todos ideólogos del capital adoran jugar con matices y practicar el eufemismo cuando hablan de la explotación. Pero antes que nada, hay que decir que hacen todo lo posible por no utilizar nunca el termino «explotar», por considerarlo demasiado brutal, sinónimo de aprovecharse, de abusar, expoliar, arruinar; prefieren disimular el contenido real de la relación social capitalista detrás de toda una serie de anuncios llamativos que publicitan «la libertad política» y el «sistema democrático». Y si por azar (tradúzcase por interés), los políticos o artistas hacen reproches al sistema, siempre hablan de «exceso de liberalismo» o de «problemas de empleo», evitando sistemáticamente generalizar esos aspectos parciales bajo un vocablo tan agudo como el de «explotación». A lo máximo que llegan es a incriminar la sobreexplotación, es decir, una explotación excesiva, confirmando así paradójicamente a través de esta denuncia del «abuso» (1), que la explotación forma parte de una realidad aceptable y natural.

La ideología burguesa evita, cuando elogia hasta provocar nauseas las «libertades políticas», definir precisamente la relación social que existe entre el explotador y el explotado. Un acto tan frecuente, como el de proporcionar cada mes unas 160 horas de su vida a otros para que extraigan de ello beneficio, recibiendo a cambio una pequeña parte del valor creado, bajo la forma de salario, que simplemente asegura los gastos de manutención de la fuerza de trabajo, no es identificado como explotación del hombre por el hombre, sino como una banal y extremadamente natural relación de empleado a empleador. Así definida, la relación de explotación es brutalmente transfigurada en un libre contrato; en el cual confluyen voluntades diametralmente opuestas de dos partes ­extorcar plusvalía para el explotador, supervivir para el explotado­ y la posición social antagónica es ahogada, nivelada, reducida a la igualdad jurídico política del mundo de compradores y vendedores de mercancías. En esta relación, cada uno debe aceptar humildemente su condición y se le solicita, si no está satisfecho, de votar a otro candidato en las próximas elecciones. Como el explotador tiene globalmente más buenas razones para aceptar humildemente su condición, es sobre todo al explotado al que se incita a servirse de esas libertades políticas y a ir a las urnas a elegir un nuevo representante político, es decir, alguien cuya función esencial consiste precisamente en garantizar la perpetuidad de la igualdad en derecho de explotador y explotado..., perdón, del comprador y el vendedor de la fuerza de trabajo. El estado llama a eso, de una manera más lacónica, democracia.

La ventaja de la que dispondría el proletario armado de «libertades políticas», entre las cuales se encuentra la de elegir a su opresor, constituiría así la esencia de su libertad. El capital machaca, con todo el poder de sus medios de comunicación, este discurso sobre las «libertades políticas» hasta el cansancio para desviar de la forma más eficaz posible la atención de sus víctimas, para impedirles considerar real lo que resulta evidente, es decir, el carácter totalmente ajeno a toda humanidad del hecho de ser explotado, la violencia aterrorizante de esta relación de explotación. Se destierra del vocabulario los términos «explotado» o/y «proletario» y se insiste sobre la libertad política acordada a aquel que es forzado a venderse para vivir, para que escape a su ojos la realidad económica de la que es prisionero. La perversidad del sistema democrático sólo tiene parangón en el cinismo de pretender que es libre de expresión un hombre que vive amordazado por el terror de no encontrar un medio que le permita alimentar a sus hijos ¡Es como si acordásemos al paralítico la libertad de caminar..., o que lo persuadiésemos de que el derecho de escoger muletas equivale a recobrar sus piernas! La ideología dominante ha naturalizado, a fuerza de insistir sobre la posibilidad «política» que tiene el explotado de defenderse como mercancía fuerza de trabajo, la relación entre explotador y explotado hasta convertirla en una relación tan inocente como aquella que puede tener una madre con su hijo. Así, el gran campo concentración para trabajos forzados, que constituye este mundo adonde la mayoría de las personas ­proletarios­ fueron separadas de sus medios de vida y obligadas a trabajar para vivir, ha sido transformado en el imaginario colectivo en un ineludible y legítimo prerrequisito de existencia, en una situación que, a través de una hábil distorsión de significados, responde, universalmente, desde entonces al dulce nombre de libertad.

1. Evidentemente es totalmente absurdo hablar de «sobreexplotación». Vulgarmente, este término engloba la idea según la cual en ciertos casos el capitalista «exagera» y paga un salario muy bajo. En realidad, el capital busca permanentemente la reducción de la parte del tiempo de trabajo que el proletariado consagra a la reproducción de su fuerza de trabajo, lo que se materializa en la tendencia permanente a la reducción de los salarios. El verdadero sujeto no es la sobreexplotación, sino simplemente la explotación. No reprochamos a la burguesía el hacer trabajar al proletariado mucho tiempo por poco dinero, sino que combatimos el principio en sí de la explotación (es decir, que al proletario se le extorque la diferencia entre lo que produce y los gastos que ocasionan la reconstitución de su fuerza de trabajo), en el interior de una lucha global contra la esclavitud asalariada y por la abolición práctica de una sociedad en la que una clase social explota a la otra.