Durante décadas, revolucionarios de diferentes latitudes denunciaron el mito del socialismo ruso y a los partidos dirigidos por Moscú por lo que realmente eran: fuerzas de la contrarrevolución internacional. Pero la contrarrevolución se seguía afirmando y cada vez hubo menos revolucionarios para gritar la verdad y menos oídos para interesarse en los hechos reales. La liquidación física de militantes revolucionarios (en Rusia o en España, pero también en otros países de Europa, Asia, América… adonde la GPU los designaba como blancos a liquidar) se generalizó simultáneamente, con una enorme capa de cemento ideológico, en la que todo aquel que no reconocía “los éxitos del socialismo” era considerado agente del imperialismo. Las depuraciones gigantescas, que se iniciaron en los años 20 y 30, fueron decisivas en todas partes, para liquidar a los revolucionarios y a la revolución misma como perspectiva proletaria real. Hay que señalar que la versión “comunista” no solo convenía a quienes la habían creado, a los marxistas leninistas de Moscú o del exterior, sino que el resto de la burguesía mundial se complacía en que “eso” fuera el “comunismo”, en que el “socialismo” que tanto habían temido se pareciera tanto a la gran fábrica y se mostrara tan capaz de disciplinar en el trabajo a millones de seres humanos. ¡En que ese “comunismo” no pusiera en cuestión ni a la mercancía, ni al estado! ¡Marx había sido superado! La burguesía de todos los países se regocijaba en constatar que los “comunistas”, fuera de la contienda interimperialista en el reparto del mundo y por su influencia sobre las masas, ya no eran peligrosos revolucionarios que organizaban huelgas insurreccionales y querían abolir el dinero y el estado, sino que se habían vuelto colaboradores racionales, demócratas, progresistas, posibilistas, sindicalistas, colegas parlamentarios, … con los que no solo se podían entender, en los diferentes aspectos del progreso social, sino incluso consultar y decidir juntos las diversas políticas de gestión (¡y represión!) de la fuerza de trabajo.
Precisamente, gracias a esa confusión e identificación sistemática de socialismo con URSS, de “comunismo” con la política contrarrevolucionaria de los partidos que portan ese nombre y con los diferentes frentes únicos, unidos, populares y antiimperialistas, que los mismos conforman juntos a otras fuerzas socialdemócratas (“socialistas”, “libertarios”, progresistas, …), la contrarrevolución se perpetuó, se desarrolló en reproducción ampliada y el desencanto de las grandes masas proletarias con respecto al “comunismo” fue cada vez mayor. La defensa del programa comunista, como práctica y como consciencia actuante, fue perseguida inquisitorialmente y reducida a su más mínima expresión semisecreta, como en las primeras épocas sectarias del movimiento comunista. Durante todo el siglo XX la contrarrevolución mantuvo su hegemonía totalizadora, la historia fue rescrita por quienes ganaron. En base al esfuerzo de los interesados hombres de estado en la URSS y al de los intelectuales orgánicos del capitalismo internacional, el “socialismo real”, negación absoluta del socialismo a secas (sin capital, sin mercancía, sin estado…), pasó a ser la verdad absoluta: la única alternativa “real” al “capitalismo”. La maniobra de avalar como “Real”, lo que decían los hombres del Estado Ruso sobre su propio mundo (que evidentemente concordaba con los intereses de la burguesía mundial), fue una gran operación publicitaria de gran envergadura y que tuvo un éxito total. Eso pasó a ser considerado como la explicación materialista, realista, hasta tal punto que el termino “socialismo real” fue digerido por gran parte de sus propios críticos que hasta llegaron a adoptar aquella absurda denominación. Los profesores de Economía Política Marxista –sic-, fabricadores de la ideología, en particular en los países de Europa del Este recitaban: “si, es verdad que Marx había dicho que en el socialismo no existiría ni dinero, ni mercancía, ni trabajo asalariado… pero ahora, que existe el socialismo, vemos que aquel se equivocó, que ‘realmente’ todo eso sigue existiendo y existirá hasta el comunismo”. ¡Lo que no era más que un círculo vicioso, se transformó en la explicación científica por excelencia! Esa era la “realidad” del socialismo para la economía política y para la ciencia en todo el mundo. ¡Ya hace mucho tiempo que Marx denunciaba a los hombres de ciencia por buscar exponer no la verdad, sino lo que es agradable a la policía! El terrorismo de estado fue perfeccionado con la consecutiva descalificación generalizada de todo aquel que dijera que eso no era socialismo, o que simplemente pensara que la humanidad tenía intereses contrapuestos, no con tal o cual país, sino con la sociedad mercantil generalizada. El realismo estatal encerraba a la humanidad en su lógica: ¿Si usted no está de acuerdo con el socialismo que existe realmente en Rusia, con el socialismo de que otro país está de acuerdo?”. La lucha revolucionaria quedaba así relegada a una utopía que no partía de la “realidad socialista”.
Pero ¿de donde viene esa “Realidad”?. No viene del hecho de que Stalin, antes de ser quien fue, había sido un buen monaguillo, aunque tal vez hasta este hecho, anecdótico y sin importancia, tenga mucho que ver: en toda la ideología dogmática desarrollada por el estado estalinista hay huellas eclesiásticas (3).Viene del hecho de que toda la ideología dominante en el capitalismo es de origen judío/cristiano (o si se quiere judío/cristiano/musulmán), que hasta los términos, que parecen más verdaderos, son puro producto de la ideología y particularmente de la concepción religiosa monoteísta. Así, “la realidad”, contrariamente a lo que se puede pensar, no surge de la vida y las relaciones sociales de ningún país, sino que, por el contrario, “la realidad” es un término culto creado por los teólogos, al igual que el “socialismo real” que tampoco proviene de la sociedad sino de las ideas, de la fe. Como dice Agustín García Calvo: “el nombre (realidad) no viene de la lengua corriente, es un nombre que viene de las escuelas de teólogos que inventaron ese termino para aplicarlo a Dios, naturalmente que tenía que ser la Realidad de las Realidades. Lo que pasa es que luego este nombre que viene de las escuelas ha tenido tanto éxito que ya hay por todas partes mucha gente que declara que tal o cual cosa es Real, que Realmente pasa esto, que la Realidad es así, hijo mío y declaraciones por el estilo” (4) “… la Realidad está constituida por Ideas que al mismo tiempo son creencias. No se debe distinguir entre Ideas y Fe. Ideas y Fe vienen a ser lo mismo” (5) Como con Dios, la Realidad estalinista no parte de lo que realmente sucede sino del conjunto de ideas dominantes validadas por toda la clase dominante y su fe profunda en que el mundo solo puede ser así.
El socialismo, el comunismo, en tanto que sociedad en donde no existe la mercancía, ni el dinero, ni la explotación del hombre por el hombre… fue, desde entonces, reducido al rango de “utopía”. No faltaron incluso aquellos que defendieron una sociedad sin mercancía y sin estado pero, en nombre de.. La Utopía. Y construyeron así toda una reivindicación de la utopía que, en los hechos, acepta el mito de que el socialismo “real” eran esos gigantescos campos de trabajo y concentración, que se autodenominaron “países socialistas”. Grupos autodenominados anarquistas, que muy confusamente habían criticado aspectos del estalinismo (6) (¡cuando no se habían hecho totalmente cómplices de él, como la CNT española en la década del 30, que llego hasta el extremo de hacer la apología de la URSS y del propio Stalin!), aceptaban en los hechos el mito de los países socialistas, llamándolos de esa manera y llamando “comunistas” a los partidos que habían masacrado a los comunistas en todas partes. Hoy mismo, muchos de los que declaran anarquistas han renunciado a llamarse comunistas o anarcocomunistas, como lo hacían en el pasado, y no tienen vergüenza en llamar “comunistas” a los partidarios del estado y del “socialismo real”, a los propios represores y contrarrevolucionarios. Contribuyen, así, a la mentira burguesa más gigantesca de todo el siglo XX, y aún vigente ahora: el comunismo sería un gran campo de concentración. Los que, en nombre de la anarquía, proceden de esta manera, no solo traicionan a generaciones y generaciones de anarquistas comunistas, sino que se sitúan del lado de todos los estados del mundo, del estado mundial contra el proletariado, en su necesidad de denigrar el comunismo.
La construcción ideológica estalinista propiamente dicha, sobre las supuestas etapas y distinciones entre socialismo y comunismo, fue totalmente secundaria en toda esta imposición mediática. Fue más importante la monopolización de los medios de fabricación de la opinión pública y la acción de la policía política estalinista en todo el mundo, reprimiendo a los verdaderos revolucionarios y comunistas, que las imbéciles explicaciones “para marxistas” sobre el hecho de que había que distinguir entre socialismo y comunismo, que en el primero si había dinero, mercancía, trabajo asalariado… pero que en el segundo, no. Y por si todo eso fuera poco, cuando la crisis misma de la acumulación capitalista en Rusia empezó a empujar al cuestionamiento de las diversas fracciones burguesas en ese país, por ahí por mediados de la década del 60, ellas mismas no dudaron en cagarse en todo eso, a los efectos de intentar otra operación mediática. En medio de la crisis económica y política de la burguesía rusa, en medio de las contradicciones al interior de la clase dominante que se expresan en las demandas de reformas y autonomía financiera de las empresas, el PC de la URSS declara sin vergüenza que el socialismo ya estaba superado, que se entra en pleno comunismo… pero por supuesto con la misma sociedad mercantil de siempre, ahora en plena bancarrota. Con ello la confesión del carácter capitalista de la sociedad rusa y del imperio soviético, que Bordiga ya había previsto, fue postergada unos años más. Con la caída del muro cayeron mitos y máscaras, pero la confesión misma fue disimulada por enormes operaciones mediáticas y nos vendieron, así, las supuestas “transformaciones operadas a la caída del muro” o incluso la “vuelta al capitalismo”. Todo se organizó para ocultar la verdad histórica, era mucho más rentable ideológicamente, para la contrarrevolución mundial, el afirmar que se volvía al capitalismo, que admitir que nunca había habido socialismo, ni comunismo, ni nada parecido.
Los trotskistas se tragaron todo esto sin denunciar nunca el verdadero carácter capitalista de la URSS (con la honrosa excepción de la última compañera de Trotsky y de Munis que por eso mismo rompió con el trotskismo), sin decir claramente nunca que la propiedad estatal no liquida el carácter privado de la propiedad, sin denunciar las raíces del estalinismo. Las fórmulas del estado obrero deformado o/y degenerado y sus llamados a una revolución exclusivamente política sitúa, a los trotskistas de todo pelo y color, en abierta complicidad con el estalinismo: se niega la necesidad de una revolución social. Las críticas a la burocracia, a la corrupción, a la “degeneración del socialismo”, como en cualquier otro país capitalista, corresponden, no a la crítica proletaria del capitalismo en Rusia, sino a una serie de ajustes de cuentas al interior de la clase dominante y no aspira, para nada, a cuestionar el sistema social en su globalidad, sino a la gestión política de la sociedad.
La máxima expresión de la contrarrevolución fue la guerra misma, lo que la burguesía mundial catalogó como “Segunda guerra mundial”. Y ello en todos los terrenos. La guerra terminó de destruir físicamente al proletariado que la contrarrevolución había logrado liquidar política e ideológicamente. De los millones de proletarios luchando por la revolución social en 1917, 1918, 1919…, 20 años después no quedaba nada. El aislamiento de los grupos verdaderamente revolucionarios es el peor de la historia – “es medianoche en el siglo”. El proletariado mundial, salvo contadas y breves excepciones, había sido reducido a una inmensa masa productora y reproductora de capital mundial, que se movilizaba nacionalmente para defender su propia explotación. El socialismo nacional, el nacional socialismo, la democracia, el frente único, el frente popular, el frente de liberación nacional eran diferentes estructuras y banderas para ese mismo objetivo (7): trabajar mucho por la patria y preparar así la guerra. Esa gigantesca farsa tenía como verdadero objetivo el terminar de domar al proletariado para hacerlo cómplice de su explotación, para transformarlo en pueblo ruso, pueblo yanqui, pueblo francés, pueblo alemán… en carne de cañón del imperialismo mundial.
Como broche de oro, ese mundo de la verdad única, y de la guerra por todas partes, constituyó un gran enemigo absoluto y misterioso, que justificaría todas las barbaries de la civilización occidental, cristiana y democrática. Así, luego de que todos habían coqueteado con los fascistas y habían hecho pactos con los nazis, en la medida de que fascistas y nazis van perdiendo la guerra, se esconde el origen de esos partidos (en realidad variantes de la socialdemocracia y versiones diferentes del socialismo nacionalista) y se los va definiendo como el enemigo absoluto. La atrocidad fascista nazi debe redefinirse no solo como peor que todas las otras atrocidades, sino que fue definida como la atrocidad en sí, como la atrocidad que está prohibido comparar con cualquier otra. Hay que dejar chiquito a las decenas de millones de muertos en los campos de concentración estalinistas, a Hiroshima, a Nagasaki,… a Dresde, a las matanzas en Grecia, a los campos de concentración aliados. Hasta se inventaron palabras, procedimientos, leyes, prohibiciones para que el verdadero genocidio no sea el cometido por las Cruzadas, ni por la Inquisición, ni el cometido contra los indios de América, ni contra los negros de Africa, ni contra los liquidados en las bombas atómicas tiradas en Japón, ni contra los liquidados en el Congo belga, ni por los campos de concentración leninoestalinistas, sino el cometido por ese enemigo en sí. El proletariado mundial vencido y humillado fue así arrodillado ante el totalitarismo democrático bendecido por todos, incluidos los supuestos comunistas. El cuco del fascismo y el nazismo servía, así, para legitimar el integrismo democrático. El comunismo, que había surgido y que se había desarrollado en contraposición total con la democracia, a la que siempre había definido, con razón, como dictadura de la burguesía, como dictadura que había que derrotar totalmente, había sido totalmente asesinado por los que, en su nombre, se plegaban a la gran cruzada democrática. Yalta y otras fiestas capitalistas anteriores y posteriores, en donde los representantes de los más poderosos del mundo se abrazaban, fueron la canonización general de esos valores. A la humanidad esclavizada se la condenó a someterse frente a quienes repetían la famosa frase de Churchill de que el sistema democrático es el peor de los sistemas a excepción de todos los otros. El totalitarismo del mal menor se hizo omnipotente y toda crítica fue obligada a plegarse al mismo: “de lo único que podemos quejarnos es de no tener bastante democracia”.
¡El integrismo democrático había vencido!
¿Es que acaso fue una cuestión militar? Sin lugar a dudas no. Aquí y allá los proletarios destruyeron ejércitos y potencias militares, pero los proletarios que triunfaban eran prisioneros de un partido y una concepción que los llevaba, no a la destrucción del capitalismo, sino a su defensa, no a abolir el trabajo asalariado, sino a desarrollarlo. Ese partido fue globalmente la socialdemocracia, en sus diversas versiones u organizaciones formales, y muy especialmente el leninismo.
Como desarrollamos en muchos de nuestros trabajos, la socialdemocracia es específicamente un partido burgués para los proletarios, es decir un partido que en nombre del socialismo, el comunismo, la anarquía, el socialismo revolucionario, el comunismo anárquico…, llama a desarrollar el capitalismo y hace pasar la dominación burguesa como positiva para los proletarios. Así se presenta la dictadura de la burguesía, la democracia, como un paso hacia el socialismo, el mismo desarrollo económico del capitalismo como parte del camino hacia el socialismo. En cada uno de los grandes procesos revolucionarios del siglo XX, Mexico, Rusia, Alemania, España…, la potencia del proletariado armado y triunfante, pero dirigido por la socialdemocracia histórica, fue puesta al servicio del trabajo asalariado, del desarrollo del capital y la revolución misma fue liquidada.
El día que asumió la presidencia del país, Friedrich Ebert declaró finalizada la revolución y en nombre del socialismo la necesidad de desarrollar el capital. “A partir de este momento -dijo- hay que desarrollar el capital pacíficamente, porque sólo un capital llevado hasta los límites de su desarrollo podrá ser socializado”. Se resume así todo el programa de la socialdemocracia: no solo “viva el capital”, sino que “el socialismo es el reparto de los frutos del progreso del capital”. No hay ni una sola ruptura entre capitalismo y esa socialización. Palabras más palabras menos es lo que defendió Lenin apenas asumido el poder: “el capitalismo de Estado sería un paso adelante en nuestra República de los Soviets. Si por ejemplo en seis meses lográsemos instaurar el capitalismo de Estado, ello sería un triunfo enorme [...]. El capitalismo de Estado sería un inmenso paso adelante, incluso si [...] ello lo pagamos más caro que en el presente. [...] El capitalismo de Estado es, desde el punto de vista económico, infinitamente superior a nuestra economía actual. [...] Nuestro deber es el de insertarnos en la escuela del capitalismo de Estado de los alemanes” (8) Unos años después, y en la misma medida en que se reprimía al proletariado en toda Rusia (sangrientas represiones del proletariado agrícola, de las huelgas de Petrogrado, de la revuelta de Kronstadt), Lenin insistiría en su “táctica” (9) de desarrollar el capitalismo a toda costa y a no temerlo: “Hay que desarrollar por todos los medios y a toda costa el intercambio, sin temor al capitalismo… Esto podrá parecer una paradoja ¿el capitalismo privado en el papel de coadyudador del socialismo? Pero no es ninguna paradoja, sino un hecho de carácter económico absolutamente incontrovertible… se deduce de modo absolutamente inevitable la importancia primordial que tiene en estos momentos el intercambio local, en primer término, y en segundo término también la posibilidad de que el capitalismo privado preste la ayuda al socialismo” (10). La CNT española, en los años 36 y siguientes, en nombre del antifascismo y del frente popular antifascista, impuso la misma política de renuncia a la revolución y de desarrollo del capitalismo. La renuncia a la lucha contra el estado, la contribución al mismo se basa en el argumento de que había que hacerle la guerra a los fascistas pero sobretodo en trabajar mucho y reorganizar la producción.
El frente popular y los sindicatos basarían su estrategia constructiva en el trabajo. En todos los casos, en nombre de la revolución y el socialismo futuro se liquidó toda organización autónoma de proletarios, se reorganizaron las fuerzas represivas y toda la fuerza del proletariado se la puso al servicio de la producción. La apología de la gran industria y los esfuerzos productivos del estado, la apología del trabajo y la represión de los grupos proletarios que luchaban contra la explotación (¡hasta en las colectivizaciones!), el taylorismo y el stajanovismo, el sindicalismo estatal, los campos de trabajo, el brutal aumento de la tasa de explotación fueron el común denominador del proceso contrarrevolucionario dirigido por quienes se llamaban comunistas, socialistas, anarquistas…La clave de la contrarrevolución es precisamente este tipo de partido y de programa que dirigen al proletariado hacia la defensa del capitalismo y busca disciplinarlo en el trabajo. Siempre en nombre de un futuro mejor y socialista, siempre en nombre del trabajo, esa fuerza ideológica preconiza el mal menor y llama, explícitamente o no (¡todo llamado a trabajar más es invariantemente un llamado al desarrollo del capital!), al desarrollo del capitalismo. Toda la fuerza y energía proletaria es liquidada, así, en el trabajo, en el frente productivo o/y en el frente de batalla.
El programa económico social de la socialdemocracia en general, y de Lenin en particular, es entonces el desarrollo del capital apoyando lo que denominan el capitalismo monopolista de estado, que en realidad se resume a la estatización (cambio meramente jurídico) de la propiedad privada. La revolución se resume, para ellos, a la política, a un cambio (violento o no) en la dirección del estado; y es muy importante tenerlo en cuenta porque esta será la concepción leninista y la concepción realmente puesta en práctica en la política económica y social de los bolcheviques tanto en lo interno como en lo externo (11). Según Lenin “…en un estado verdaderamente democrático y revolucionario, el capitalismo monopolista de estado significa inevitablemente, infaliblemente, un paso o pasos adelante hacia el socialismo…Pues el socialismo no es otra cosa que la etapa inmediatamente consecutiva al monopolio capitalista del estado puesto al servicio del pueblo entero y que, por eso mismo, ha dejado de ser un monopolio capitalista” (12) Como se ve la misma dictadura del proletariado no se concibe como destrucción de todas las relaciones sociales, sino por el contrario, como control del capital que por eso mismo pasa, según cualquier socialdemócrata o Lenin, a ser socialismo (13). ¡Qué lejos se está de Marx que siempre denunció la ilusión de poder controlar gubernamentalmente al capital! Lo que se llama revolución es en realidad “revolución” (14) exclusivamente política y reformismo económico social. No se destruye el capital sino que el estado controlado por quienes toman el poder se apropia del capital y lo “dirige” (15), como en toda “revolución” burguesa. Y como toda “revolución” burguesa, el interés manifiesto es que se trabaje lo más posible. Para ello, Lenin patrocinaba, ya desde antes de la toma del poder, las medidas más radicales, incluido el trabajo forzado, que se concretarían algo más tarde en los campos de trabajo obligatorio y que serían un modelo internacional que luego los nazis imitarían. Si considerar que ese sistema económico, basado en los campos de trabajo forzado, era para el estalinismo, y en gran medida para el trotskismo, sinónimo de socialismo (o “estado obrero”), puede parecer hoy una exageración, es necesario subrayar que no lo es en absoluto y que para el mismísimo Lenin era, no solo, “un paso inmenso” hacia el mismo, sino que era una garantía que no admitía vuelta atrás:
“El servicio de trabajo obligatorio instituido, regulado, dirigido por los Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos, no es todavía socialismo, pero ya no es más capitalismo. Es un paso inmenso hacia el socialismo, un paso luego del cual es imposible, siempre en democracia integral, volver hacia el capitalismo, al menos que se use la peor violencia contra las masas…” Lenin en “La catástrofe inminente y los medios para conjurarla” de octubre de 1917.
El marxismo leninismo es paradigmático en ese sentido. No en el sentido de que sea “original” con respecto a la socialdemocracia, porque todo su programa es socialdemocrático, sino porque, cuando la socialdemocracia era cuestionada, en todo el mundo, la misma resurge con nuevos bríos bajo esta nueva forma marxista leninista para imponerse por doquier. Al aparecer como opuesto a la socialdemocracia y reivindicando “el comunismo”, el marxismo leninismo conferirá una nueva juventud a aquel viejo y putrefacto programa.
Todo partido de la burguesía tiene como proyecto social desarrollar el capital, es decir el trabajo. La única especificidad de este partido es dirigirse especialmente a la clase que tiene interés objetivo en destruir esta sociedad, en declarar que tiene ese mismo objetivo, pero, desde su origen, esa declaración no es más que un anzuelo para cumplir mejor su función de encuadrar a los proletarios y someterlos al trabajo, al desarrollo del capital.
Consecuentemente con ello, y contrariamente al comunismo, la socialdemocracia no se define nunca contra el capitalismo sino por su desarrollo, por su progreso y dentro del mismo dice representar al “factor trabajo”. No se define contra la dictadura democrática de la burguesía sino por su mejora. Su programa es, en nombre de la igualdad social, el de la realización de la democracia. De ahí su apelación. Su objetivo es el de democratizar las reivindicaciones sociales o, dicho de otra forma, el de transformar las exigencias proletarias en reformas democráticas. Como expresaba Marx, su función es la de limar las puntas revolucionarias del programa del “partido social” para hacerlo democrático.
Por eso las estructuras básicas de ese partido son el sindicato y el parlamento, es decir los principales organismos de encuadramiento político/social del estado, que tienen por misión el transformar las reivindicaciones proletarias en reformas económicas o políticas. De ahí que la socialdemocracia identifique sistemáticamente dos cosas que son tan opuestas como los intereses de las clases que representan: la reivindicación y la reforma. La primera es la exigencia proletaria y la segunda lo que el capitalismo y el estado puede realizar para calmar aquella exigencia, limitándola a las necesidades de valorización del capital (17). Resumiendo, esos aparatos del estado burgués, parlamento y sindicatos que la socialdemocracia dice utilizar, cumplen siempre la función de transformar una reivindicación proletaria, que tiende a imponerse por la acción directa contra el capital, en una reforma sindical o política (legislación parlamentaria) que el estado burgués concede con el objetivo social (sea consciente o no este proceso) de impedir que aquella acción cuestione la esencia del capital y el estado.
La democratización, el progreso, el desarrollo… son para la socialdemocracia no solo algo positivo en sí, que beneficiaría a todo el mundo, sino el objeto mismo de sus afanes. Esa es otra de las grandes trampas, porque el progreso, en esta sociedad, no puede ser más que progreso del capital (¡piénsese en la guerra que incuestionablemente está ligada a toda la historia del progreso capitalista y que no es precisamente un progreso para los seres humanos!), que desarrollo de la explotación. Las tareas democráticas burguesas no pueden ser otra cosa que el desarrollo de las fuerzas productivas del capital. El presentar su propio progreso como progreso en sí, su propio desarrollo como igual al desarrollo de la humanidad, es una condición indispensable de todo partido de la clase dominante para asegurar su dominación.
Como partido de la clase dominante para los explotados, como partido democrático para integrar las reivindicaciones sociales, es lógico que su objetivo sea al mismo tiempo la distorsión permanente del programa de la revolución, del programa comunista. Para eso, en todos los países y épocas históricas, la socialdemocracia tiene en su interior, al lado de las fracciones abiertamente democráticas y opuestas a la revolución, fracciones que, en nombre de la revolución, presentan un conjunto de reformas democráticas. Aunque el objetivo siempre es el desarrollo del capital, “para mejorar la situación de la clase obrera”, mientras las primeras son directamente parlamentarias y gradualistas, las segundas hablan de revolución, intentan tomar el poder y utilizan la violencia en el terreno político (lo que en los hechos corresponde a las luchas intestinas por el poder político), pero su “revolución” no es más que un conjunto de reformas (en general estatizaciones, nacionalizaciones, colectivizaciones, socializaciones, comunizaciones (18)) que se supone mejorarían la situación de los proletarios. Contrariamente al comunismo, que es ruptura social del orden establecido, destrucción total del capitalismo, es decir de todas las relaciones sociales de producción burguesa, ese proyecto “revolucionario” plantea la reforma como un conjunto de mejoras del edificio social que en general se limitan al ámbito de la distribución, de la repartición. La trampa está en llamarle revolución a ese reformismo radical para dirigir la rabia revolucionaria del proletariado hacia el reformismo.
La socialdemocracia no representa en ningún caso los intereses del proletariado contra el capitalismo, sino, como ella misma lo dice, los intereses del trabajo en el capitalismo. La trampa está en presentar como sinónimo de la contradicción entre burgueses y proletarios a la dupla capital trabajo y definirse en la misma como partidario del polo trabajo. Concedámosle este mérito, la socialdemocracia es el partido del trabajo (19). Esta confusión es corriente, incluso en sectores que se pretenden continuadores de la izquierda comunista (20). Quien está en contradicción con el capital no es el trabajo, sino el trabajador y no lo está en tanto que trabajador sino en tanto que ser humano. El trabajo no solo no es contradictorio con el capital, sino que es su esencia, el trabajo es la materia misma del capital capitalizándose. En la contradicción proletariado/burguesía, el trabajo, el máximo trabajo, está necesariamente del lado del capital contra el ser humano. Este, en tanto que trabajador, no se opone al capital sino que al contrario le da vida, renuncia a su vida para afirmar la vida del ser que lo vampiriza. Como trabajador no vive como ser humano, sino que renuncia a su humanidad. Como trabajador no es su propia vida, sino que es vida del capital, es capital reproduciéndose. En efecto, el capital es también trabajo acumulado y en el proceso de producción subsume al trabajo vivo. Más aún, si desde el punto de vista del proceso de trabajo, el trabajo aparece como el sujeto activo del mismo, al transformar los medios de trabajo, desde el punto de vista del proceso de valorización es el trabajo muerto que dirige al trabajo vivo. Por eso, toda apología explícita del trabajo es necesariamente apología implícita del capital y apología de la subsunción del trabajo en el capital. ¡Por eso en la sociedad mercantil generalizada toda apología abierta del trabajo es apología encubierta de la explotación de clases! ¡Piénsese en toda la historia del leninismo y el marxismo leninismo en Rusia, en China, en Cuba, en Albania, en los países de Europa del Este, en Vietnam, Laos, Camboya, Corea,…! ¡y también en los países en que los marxistas leninistas apoyaron “críticamente” los diferentes frentes, gobiernos y estados “populares”, “antiimperialistas”, “progresistas”…!
La contraposición programática entre comunismo y socialdemocracia encuentra aquí su máxima nitidez: mientras que el comunismo lucha por la abolición del sistema de trabajo asalariado, punto decisivo del proceso hacia la abolición del trabajo mismo, la socialdemocracia es el partido del trabajo, el partido de la generalización del trabajo. Por eso mientras el comunismo, como movimiento social, renace en toda lucha contra la explotación y opresión, mientras el comunismo expresa la oposición proletaria a todo el progreso de la valorización y a la industrialización misma, la resistencia contra todo aumento de la extensión e intensidad del trabajo, la socialdemocracia es, por el contrario, el partido de la gran industria, de la masificación del trabajo, de los grandes movimientos para trabajar lo más posible, de los llamados al trabajo voluntario, al trabajo de emulación socialista, a los sábados comunistas, de los campos de trabajo, de los campos de concentración (inventados precisamente para eso).…
Lenin en “Una gran iniciativa” (julio de 1919) que lleva el significativo subtítulo de: “El heroísmo de los obreros en la retaguardia, los sábados comunistas” dice: “Y esos obreros hambrientos… organizan ‘sábados comunistas’, trabajan horas extraordinarias sin ninguna retribución y consiguen un aumento inmenso de la productividad del trabajo a pesar de hallarse cansados, atormentados y extenuados por la subalimentación ¿No es esto un heroísmo grandioso?¿No es el comienzo de una transformación de importancia histórico universal? La productividad del trabajo es, en última instancia, lo más importante lo decisivo para el triunfo del nuevo régimen social… El comunismo representa una productividad del trabajo más alta que el capitalismo, una productividad obtenida voluntariamente por obreros conscientes y unidos que tienen a su servicio una técnica moderna. Los sábados comunistas tienen un valor excepcional como comienzo efectivo del comunismo y eso esto es algo extraordinario, pues nos encontramos en una etapa en la que se ‘dan solo los primeros pasos en la transición del capitalismo al comunismo’ (cómo dice, con toda razón, el programa de nuestro partido)”
La apología que hace Lenin del trabajo y del aumento de la productividad del trabajo, como fundamental en la transición hacia el comunismo, es totalmente contrarrevolucionaria y en los hechos una apología del capital. Lo que Lenin defiende aquí no tiene nada que ver, a pesar de la apariencia, con el hecho lógico, de que en plena lucha revolucionaria pueda suceder que sectores del proletariado tengan puntualmente que trabajar y que ese trabajo, coyunturalmente, sea considerado parte de la lucha revolucionaria tendiente a la abolición del trabajo asalariado y del trabajo a secas. Aquí lo que queda en evidencia es, por el contrario, que Lenin, como todo socialdemócrata, no concibe el comunismo como una sociedad que ha abolido el trabajo, sino como una sociedad que lo afirma. Queda en evidencia que Lenin no concibe la transición hacia el comunismo como un proceso en donde se lucha por trabajar lo menos posible, como un proceso de destrucción del trabajo asalariado y del trabajo mismo, sino como una sociedad en la que se trabaja “voluntariamente” cada vez más. Más aún, que Lenin, como cualquier patrón o economista vulgar, identifica productividad con la extensión del tiempo de trabajo. En efecto, si leemos bien, constatamos que en el caso considerado, es mentira lo que Lenin dice: que habría un aumento de la productividad del trabajo. En el ejemplo citado NO hay ningún aumento de la productividad del trabajo, sino que, como el propio Lenin nos informa, los sábados comunistas implican más trabajo, implican que los proletarios trabajan horas extraordinarias sin ninguna retribución. Lo que consiguen así no es para nada “un aumento inmenso de la productividad”, sino que el mismo trabajo sigue produciendo lo mismo y lo que sucede es que los trabajadores trabajan más. El trabajo no es más productivo sino que se trabaja más. El trabajo sería más productivo si trabajasen lo mismo (o si trabajasen menos), si tuviesen el mismo desgaste humano produciendo un resultado mayor, lo que como Lenin lo confiesa, al decirnos que trabajan más, no es para nada el caso. Como además lo hacen “sin ninguna retribución”, lo que aumenta no es la productividad sino la tasa de sobretrabajo, el sobretrabajo dividido por el trabajo necesario, el porcentaje que va para el capital (¡pues ni Lenin niega que éste sigue existiendo!) en relación con el que se apropian los proletarios, es decir la mismísima tasa de explotación y, en última instancia, la tasa de ganancia del capital. ¡Lo que aumenta no es la productividad del trabajo, sino la explotación y es esto lo que Lenin celebra! La productividad del trabajo queda constante pero lo que aumenta es la productividad del capital: con el mismo capital se obtiene más. La confusión entre una y otra cosa es típica de los capitalistas y hombres de estado. Es lógico para ellos, lo que les interesa es obtener más capital, más cosas con el mismo capital. Para ellos, es exactamente lo mismo que ese resultado sea obtenido poniendo más máquinas o modernizándolas (en ese caso sí puede haber aumento de la productividad) o poniendo jefes y, si se quiere, látigos para que los trabajadores trabajen más (más tiempo o más intensamente). Pero para los trabajadores no es para nada lo mismo: un aumento de la productividad del trabajo no significa nunca trabajar más sino menos para obtener lo mismo, en cambio un aumento de la extensión del tiempo de trabajo siempre significa más desgaste humano, más tripalium, más tortura.
Vemos entonces que Lenin, cuando afirma “El comunismo representa una productividad del trabajo más alta que la del capitalismo”, no entiende para nada lo mismo que Marx, un proceso por el cual, una vez abolida la sociedad mercantil, el aumento de la productividad del trabajo permite trabajar cada vez menos (menos tiempo de trabajo y además trabajo menos intenso), hasta su abolición total, sino totalmente al contrario: para Lenin, como para todo socialdemócrata, el comunismo es la realización de una sociedad del trabajo. No conocemos ningún texto leninista, ni de otro de los bolcheviques que integraron el estado, que haga, al menos, una crítica del trabajo y asuma el proyecto comunista de abolición del trabajo. Más aún para la socialdemocracia, para el leninismo y el estalinismo, los discursos, las canciones, las banderas y símbolos del “comunismo” siempre contienen loas al trabajo y la apología de los medios mismos con los que se trabaja. Nada más lógico entonces que los martillos y las hoces, hayan sido consagrados como los símbolos del leninismo, del trotskismo, del estalinismo, del maoísmo…, los símbolos históricos de los partidos del trabajo, de los partidos del tripalium, de los partidos de la tortura, de los partidos de la sumisión del ser humano a la no vida. En plena contrarrevolución internacional, la apología marxista leninista del trabajo, como sinónimo de realización del ser humano, llegó a subsumir totalmente el movimiento obrero mundial, hasta tal punto que toda crítica del trabajo, podía ser catalogada (como todas las posiciones revolucionarias) como “pequeño burguesa” y la misma lucha silenciosa, pero persistente de los proletarios en todo el mundo para trabajar lo menos posible (trabajo a desgano, indisciplina, baja del ritmo, ausentismo, sabotaje, …) como contrarrevolucionaria. Tal vez la película “Tiempos Modernos” de Chaplin, en la que tantos proletarios se identificaron, nos libró de que los PC del mundo sustituyeran los martillos por las cadenas de montaje en los panfletos y banderas. ¡Hubiese sido coherente con lo que ellos defendían y siguen defendiendo hoy! El progreso, el perfeccionamiento, de la explotación del hombre por el hombre.
Aunque lo hemos hecho muchas veces, merece subrayarse la contraposición total que hay entre Marx, que siempre defendió la lucha por la supresión total de los dos polos de la relación capital/trabajo asalariado, así como del trabajo mismo, con respecto a la socialdemocracia que invariantemente se definió por el polo trabajo del capital, por los intereses del trabajo en el capitalismo. ¡Cómo si en la práctica el capitalismo pudiera tener otros intereses que no sean el trabajo! ¡Cómo si la economía nacional del capital pudiese tener otros intereses que el desarrollo del trabajo!
El propio Lenin fija así la actividad de los sindicatos en Rusia en pleno poder bolchevique: “Los sindicatos deben desplegar su actividad en todos estos aspectos, no desde le punto de vista de los intereses de cada departamento, sino desde el punto de vista de los intereses del trabajo y de la economía nacional en su conjunto” (21) ¡Los intereses del trabajo (22)!y ¡de la economía nacional en su conjunto! Ambos aspectos solo pueden ser intereses capitalistas, Marx pasó toda su vida a señalar la contraposición total e invariante entre los intereses del ser humano y los intereses de “la economía nacional en su conjunto”, entre los intereses del ser humano y los “intereses del trabajo”
El progreso del trabajo y del partido del trabajo es necesariamente progreso del capitalismo y extensión e intensificación de la explotación. El proletariado es la contraposición viviente de ese progreso del capital y la explotación. Claro que esto no quiere decir, como pretende la socialdemocracia, que ello implica luchar por la vuelta de la rueda de la historia para atrás. El proyecto revolucionario no es volver a las cavernas. Este es el tipo de descalificativo barato que utilizan nuestros enemigos en toda discusión. La lucha por la disminución de la jornada de trabajo o contra el aumento de la intensidad del trabajo o también por aumento del salario, es decir en general toda la lucha contra el aumento de la tasa de explotación (con el que el capital intenta siempre contrarrestar la tendencia a la disminución de la tasa de ganancia), que caracteriza desde siempre a la lucha de los explotados y que es necesariamente resistencia al desarrollo del capital, también empuja el desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad y obliga, por ejemplo, al capital a sustituir trabajo por fuerzas tecnológicas y por lo tanto también al desarrollo de las fuerzas productivas. Pero hay una diferencia abismal en plantear, como siempre hizo el movimiento comunista, el progreso del capital como contradictorio con la humanidad y afirmar que, gracias a la resistencia contra ese progreso, el mismo es algo menos nocivo, que hacer la apología a secas del progreso como si fuera algo neutro. ¡Cómo si el progreso de la sociedad del capital beneficiase al ser humano!
La transformación comunista de la sociedad no partirá de las cavernas sino obligatoriamente, nos guste o no (¡y en realidad no nos gusta!), del imponente (en el sentido fuerte de esa palabra) desarrollo de las fuerzas productivas del capital, que serán apropiadas por el ser humano. Pero justamente, como ese impresionante progreso no es neutro, ni beneficia a todas las clases (sino que efectivamente es también progreso contra el ser humano), el comunismo debe cuestionar todo, absolutamente todo. No basta con la destrucción de las relaciones de producción capitalista, sino que resulta indispensable cuestionar absolutamente todas las fuerzas de producción existentes e irlas sustituyendo en la medida de que sea posible. En efecto, desde el pan que comemos hasta la máquina más perfeccionada, desde el último computador hasta el tractor, desde el hospital a la escuela, desde el armamento hasta las oficinas, desde las casas a los cuarteles…, todo lo que asume o asumió la forma mercantil está necesariamente marcado (concebido) por la dictadura del capital. Nada, absolutamente nada de este mundo tecnológico es neutro, todo objeto o medio de trabajo es el resultado de la dictadura de cientos de años del capital contra el ser humano, del valor contra el valor de uso, que hacen a estos tan inhumanos. La misma ciencia, verdadero dogma religioso de la sociedad burguesa (y muy particularmente de la socialdemocracia), lejos de ser algo que beneficiaría a ambas clases, está, hasta la médula, determinada por la dictadura del valor en proceso, por la tasa de ganancia del capital. Por lo que, si bien es cierto que no se puede destruir todo y empezar de cero, sino necesariamente se parte de lo que se hereda, es indispensable cuestionar todas las fuerzas productivas que heredará la humanidad del capitalismo para irlas sustituyendo lo más rápido que se pueda. Es clave, en el proceso de dictadura del proletariado, la sustitución total de esas fuerzas productivas concebidas para aumentar la explotación por fuerzas productivas determinadas por criterios humanos, que no requieran más trabajo, ni más intensidad del trabajo sino que, al contrario, lo disminuyan y lo tiendan a suprimir, que estén determinadas por las necesidades humanas, por la buena salud de los seres humanos (ejemplo alimentación) y no por la ganancia de los empresarios que hoy contamina todo. Se trata no solo de abolir la dictadura social del capital, sino de abolir todo valor de uso que ha sido producido bajo la dictadura del valor, incluso el más anodino y necesario para los hombres, porque en su concepción tiene concentrado muchos siglos de opresión, de dictadura del valor contra el valor de uso. Todo “bien” lleva, en su seno, esa opresión histórica. Pongamos el ejemplo más banal, el pan (23) (y no por ejemplo las armas, los contadores de gaz o los edificios de bancos, las cárceles, los parlamentos… ¡qué se trata simplemente de abolir lo más rápido posible!) no solo está contaminado por los pesticidas, herbicidas y otras porquerías químicas que se le pone al trigo, a la levadura y al pan mismo, en su proceso final, por ejemplo, para conservarlo, para transformarlo, para venderlo, sino que no está concebido en función de las necesidades humanas sino de ganar lo más posible: en su concepción no entra por ejemplo la necesidad de consumir fibras, ni de que sea un producto verdaderamente fresco (sino que parezca: conservantes, colorantes, preservativos…), que corresponda a la evolución histórica del aparato digestivo humano (incompatibilidad cada vez más generalizada con el gluten, degeneración de los cereales, etc.). El pan no se ha ido modificando, a través de los siglos, en función de las necesidades humanas, sino, bien por el contrario, en función de la rentabilidad del capital que produce y distribuye el pan (no de todo el capital, ejemplo reducción del valor de la FT) . Por ello ha “mejorado” únicamente como soporte del valor valorizándose. El valor de uso se ha ido adaptando a las necesidades de la tasa de ganancia, es decir que en ese mismo proceso ha empeorado como pan, como valor de uso de la humanidad. Este ejemplo permite ver hasta que punto la dictadura de la tasa de ganancia se concreta en la “putrefacción”, en el degeneramiento de la cosa misma. Por ello, la dictadura del proletariado tiene que cuestionar todos los valores de uso aplicando, en forma consecuente, esos dos criterios de base en todos los sectores productivos: dictadura total de lo que el ser humano requiere y menos trabajo. Es decir que la destrucción de la dictadura del valor tiene que llevarse a las últimas consecuencias, destruyendo toda aquella herencia. O como decía Engels, sobre el estado, solo podrán conservarse, los valores de uso de la sociedad actual, “en los museos de la historia”.
El comunismo es ese movimiento histórico de contraposición a la sociedad del capital y, como tal, es heredero de toda la resistencia de la humanidad contra las sociedades de clase. Desde la resistencia de la comunidad primitiva contra la explotación y opresión, a la resistencia de los esclavos contra la esclavitud (o/y la lucha de otras clases explotadas y oprimidas contra sus explotadores y opresores, luchas que fueron diferentes según las diversas regiones del mundo), a la lucha del proletariado contra el capital hay una línea invariante de objetivos y medios, y solo puede superarse como revolución comunista mundial. En contraposición con eso, la socialdemocracia es heredera de todas las clases dominantes del pasado, que han presentado su progreso como el progreso de toda la humanidad (24) En coherencia con eso, los progresistas socialdemócratas ven el pasado con ojos racistas y civilizadores porque como progresistas son los herederos de los colonizadores, de los conquistadores que, junto con la espada, llevaron la cruz y la biblia de los inquisidores a todo el planeta. A veces lo reconocen así, a veces no. La socialdemocracia siempre discutió si era buena o mala la colonización, hubo fracciones que protestaron y algunas que se opusieron, pero nunca hicieron una verdadera lucha abierta contra la burguesía y el estado de las potencias colonizadores. Además, la socialdemocracia siempre se definió a favor del carácter civilizador del capital, siempre defendió la separación histórica entre la comunidad humana y los medios de vida, es decir la expropiación de las comunidades primitivas, en nombre del progreso. Ese progreso, que permitió el asalariado, lo defendieron todos, desde Bernstein a Kautsky, desde Erbert a Lenin, desde Proudhom a Abad de Santillán, desde Stalin a Mao, desde Trotsky a Fidel Castro, desde Ho Chi Min a Rocker … Lo que ocultan o relativizan, con sus apologías del desarrollo de las fuerzas productivas del capital y la famosa “necesidad de las tareas democrático burguesas”, es que ese progreso siempre se hizo y se hace a sangre y fuego, que ese progreso significa millones de muertos en todas partes, que contra ese progreso resistieron nuestros compañeros “comunistas primitivos”, que el proletariado se constituyó como clase, no en base al apoyo a ese progreso, sino peleando, resistiendo contra él con todas sus fuerzas. ¡Qué el proletariado se constituyó en clase e intentó conformarse como partido y fuerza autónoma, en una lucha a muerte contra el progreso del capitalismo! Lo que ellos piden es que el proletariado renuncie a esa resistencia, que acepte el progreso de sus enemigos. ¡Pero como no lo hace, lo reprimen! ¡Como no acepta, lo mandan a los campos de concentración! La socialdemocracia no se siente nunca heredera de esa resistencia histórica. Al contrario, los socialdemócratas se sienten mucho más afines con los defensores de la “revolución francesa” (25), síntesis suprema de realización de las tareas democráticas que ellos se encargan de imponer al proletariado. Nunca se solidarizaron con quienes lucharon en todo el mundo contra los efectos civilizadores del capital.
La contraposición programática entre comunismo y socialdemócrata que constatamos hoy es, en el fondo, la misma que hubo en toda la historia del capitalismo. El primero luchando contra la separación histórica entre el ser humano y sus medios de vida y por lo tanto contra toda explotación. La segunda afirmando esa separación, a favor del progreso, del trabajo, de la explotación. La humanidad resistiendo al permanente aumento histórico del tiempo y la intensidad de trabajo, la socialdemocracia llamando al progreso, al desarrollo del trabajo asalariado y al trabajo mismo.
-Así, esa política implica necesariamente la política del mal menor (27) que, en los hechos, consiste en oponerse a la revolución social en nombre del “realismo”, en nombre del posibilismo. Así, todo cuestionamiento, que va a la raíz de la sociedad, es rechazado en nombre de las “condiciones realmente existentes”. Es esencial e invariante, en la socialdemocracia, el decir que “las condiciones para hacer la revolución no están dadas”. ¡Nunca están dadas! Y por lo tanto hay que preferir el menor de los males, es decir aceptar la política reformista del capital o, en el caso de los más radicales, en nombre de la revolución de mañana luchar por las reformas hoy.
-Evidentemente esto está ligado a todo un esquema de preferencia burgués, cuyo principal objetivo es la liquidación de la lucha del proletariado por la revolución y su transformación en lucha interburguesa: se prefiere la izquierda a la derecha, el progresismo al conservadurismo, lo demócrata a lo dictatorial, lo republicano a lo fascista, lo popular a lo aristocrático, la liberación nacional al imperialismo (28)… Desde el punto de vista comunista, lo importante no es discutir, en cada caso, si esto es realmente más o menos malo que aquello, si tal o cual político o política será mejor o peor para los proletarios, sino denunciar la esencia de esa zanahoria: llevar al proletariado a luchar por intereses que no son los suyos, sacarlo de la lucha revolucionaria y hacerlo servir de carne de cañón no solo en tal o cual lucha burguesa, sino hasta de todas las guerras imperialistas en donde, siempre, se podrá argumentar que uno u otro campo es mejor que el otro.
-El posibilismo, el mal menor, el cuadro de preferencias burgués determina otra característica esencial de la socialdemocracia: el frentismo. Como la política exclusivamente revolucionaria, exclusivamente proletaria… nunca “es realista”, siempre “es utópica”, como la insurrección es, siempre según ellos, “puro aventurerismo político”, siempre es necesario saber renunciar a “ir por el todo”, a la lucha final. ¡Cómo en España en que la CNT, en el momento clave de junio del 36, decide no ir por el todo sino ingresar al comité de milicias antifascista!” someterse a la colaboración interclasista, primer estribo para montar al estado, antes de la integración total al mismo. La argumentación posibilista se presenta invariantemente como vía para conquistar aliados, para ir a las masas, para ser creíble, para no asustar a los timoratos, para desarrollar el frente más amplio posible con otros sectores sociales. El frentismo es el complemento indispensable de esa política de renunciación, de mal menor, de supeditación de los proletarios a la democracia, a la burguesía, al frente democrático, al frente popular, al frente único, al frente antiimperialista, al frente unido…
- El apoyo a la llamada liberación nacional es en realidad una forma particular de frentismo, en nombre del progreso del capital (nacional) y la oposición a tal o cual imperialismo se llama a hacer un frente con tal o cual fracción de la burguesía. La liberación nacional es un anzuelo que busca enganchar al proletariado en un frente nacional para usarlo como carne de cañón en la guerra imperialista (29).
- Se puede decir que en la práctica todas las zanahorias son buenas para sacar al proletariado de su terreno de clase, de su práctica revolucionaria. Todo reclamo económico o social, transformado en “algo más realista”, en reforma, puede servir para hacer marchar al proletariado, bien sometidito, como el burro detrás de la zanahoria; toda la cuestión es la capacidad de neutralización de la crítica radical y de convocación hacia el cambio reformista. La socialdemocracia tiene invariantemente como objetivo la liquidación de la autonomía del proletariado, su transformación en base de apoyo de tal o cual fracción burguesa progresista, o/y de un capitalismo con jeta o careta algo más humana.
- Cuando ese objetivo no se logra cabalmente, cuando no se logra someter el proletariado a esas zanahorias más clásicas para destruir la autonomía de clase, cuando no se lo logra encuadrar en el posibilismo y el realismo politicista, cuando resulta difícil transformar al proletariado en furgón de cola de tal o cual frente, se utilizan otros mecanismos más sutiles pero que tienen exactamente los mismos objetivos. Un ejemplo de ello es la política del apoyo crítico. Así cuando no se logra que los proletarios apoyen un régimen social que los explota y oprime, cuando salta a la vista que la explotación y la represión aumentan, cuando las críticas proletarias son inevitables, se recurre a un tipo de formalismo crítico que disimule el apoyo, al “apoyo crítico” (que, aunque a menudo nos olvidamos, siempre debiéramos escribir entre comillas, porque así lo llaman, aunque lo de “crítico” queda reducido, en la práctica, a una cuestión de oportunidad). Concretamente se argumenta que “lo otro” podría ser mucho peor, que esta opción, aunque no es la buena, es mejor que la otra, que por eso “hay que apoyarla críticamente”, “que hay que preservar los logros”, que “no hay que hacer el juego de la derecha”, que no se debe “entrar en el juego del capitalismo” buscando, así, que las críticas queden en un cuadro respetable, no revolucionario. Fue así que el trotskismo (y otros socialistas influenciados por ellos) logró atenuar y canalizar políticamente una parte importante de las críticas que se hacían al poder en Rusia: no había que “hacerle el juego al capitalismo”, “había que preservar los logros de la revolución”. Esa concretización política del mal menor y del apoyo crítico, que se expresa también en los frentes únicos, que funcionan como anzuelos de los frentes populares, genera la confusión general y funciona como enganche de izquierda para el apoyo del statu quo. Ese hermano menor del estalinismo, que es el trotskismo, se contrapuso terminantemente a la denuncia del carácter capitalista del estado en Rusia y dividido, entre su ala de derecha y su ala de izquierda, apoyó “críticamente” toda la política de su hermano mayor (“big brother!) (30). Es difícil decir si, de no existir esta política de canalización política de la contradicción social, el proletariado hubiese tenido la fuerza de reemprender el camino de la revolución, pero es seguro que, desde el punto de vista de la dominación, esa política de apoyo crítico es una colaboración decisiva para su reproducción, y no es exagerado decir que si el trotskismo en Rusia no hubiese existido, Stalin hubiese tenido interés en inventarlo. ¡Aunque más no sea para atribuirle todos los fracasos y sabotajes que, contra la producción burguesa, hacía el proletariado! ¡Hasta en esto había complementariedad entre los hermanos! Al acusar a todo saboteador de trotskista, se impedía la unificación de los verdaderos saboteadores del capitalismo, en su lucha por la revolución social.
- Pero el apoyo crítico no es utilizado solamente en ese caso extremo, también sirve de complemento de izquierda de cualquier política frentista. Todo frente popular, todo frente antifascista, todo frente “antimperialista”, tiene sus apoyadores críticos. Son una especie de brigada de reclutadores de los desconformes. Son los que impiden que la ruptura llegue a su raíz. Son los que más posibilitan que la crítica radical y total de esos frentes, de encuadramiento burgués de los proletarios, sean denunciados por lo que son. El trotskismo, que formalmente se opone al frente popular en nombre de otro frente (¡el “frente único” con la socialdemocracia, que en el fondo es otro frente popular!), con su táctica de “apoyo crítico” aportó una enorme contribución a la sumisión generalizada del proletariado, a la desaparición de la autonomía de clase, a su transformación en carne de cañón de la guerra imperialista en Europa y en el mundo entero.
- Además, los trotskistas no son los únicos apoyadores críticos. ¡Cuántas veces en nombre del anarquismo se apoyó a los defensores del estado! ¡Cuántas veces en nombre del comunismo se llamó a la defensa de las medidas económicas de tal o cual gobierno invocando el apoyo crítico! ¡El antifascismo mismo, que desde hace ya 80 años es el modelo de frentismo y de reclutamiento de proletarios para la guerra imperialista, siempre funciona con apoyadores críticos que se dicen marxistas leninistas, anarquistas, comunistas, trotskistas, libertarios! La Segunda Guerra Mundial, que comenzó con la liquidación de la tentativa revolucionaria en España y su transformación en guerra fascista antifascista, fue un modelo en ese sentido. La CNT, en nombre del mal menor y del apoyo crítico al antifascismo, colaboró en la liquidación del proletariado revolucionario en España y también en la guerra imperialista. Esa es una historia emblemática de cómo transformar la lucha del proletariado por sus intereses en su exacto contrario, lo que, como se sabe, terminó con la transformación de los proletarios en carne de cañón que entronizó mundialmente a Stalin, Churchill y Roosvelt. ¡Si será útil el mal menor, el apoyo crítico, el frentismo… que ha logrado, en nombre del comunismo y del anarquismo, disolver la fuerza del proletariado e imponer la mayor sumisión de clases de la historia! Si hoy sigue utilizándose tanto el cuco del fascismo (¡hasta el extremo de inventar cualquier cosa para darle veracidad!) es porque ningún otro frente burgués histórico logró tanta adhesión como el antifascista, porque es el ejemplo supremo de totalitarismo e integrismo democrático.
- Lo que la socialdemocracia presenta como táctico, el mal menor, el frente,…, es en realidad estratégico. Lo supuestamente estratégico, el socialismo, la revolución, pasa a constituir en realidad un conjunto de principios ideales que sirven de anzuelo, pero que no tienen, ni tendrán, nunca una concreción. Así, es en nombre del comunismo o el anarquismo, por los que luchan los proletarios, que los partidos, que se autodenominan de esa manera, llaman a preferir tal o cual fracción de la clase dominante, tal o cual política o grupo de poder. Claro que eso siempre se hace en nombre de la táctica, se declara que el objetivo final sigue siendo el comunismo o el anarquismo. Pero así, se puede pasar toda la vida esperando que al fin se luche por el objetivo final. En realidad la socialdemocracia nunca lucha por ese objetivo final, nunca llama a los proletarios a esa lucha, lo que, contrariamente a lo que se declara, muestra que el mismo no es para nada su objetivo, sino más bien un anzuelo para que se apoye, críticamente o no, a todos los males menores que nos proponen. Esa es la historia de la izquierda burguesa, podrán pasar 100 o 200 años, siempre es, y será, en nombre de ese futuro inalcanzable, que la socialdemocracia engancha proletarios hoy, para limpiarle las botas a tal o tal fracción de la clase dominante.
- El dualismo entre principios y táctica, entre programa máximo y programa mínimo, entre histórico e inmediato, entre político y económico… está omnipresente en todas las teorías, todos los discursos, todas las maniobras, todas las explicaciones socialdemócratas. El principal de todos esos dualismos es cuando claramente nos dicen, como Ebert y Lenin, que citamos antes, que hay que desarrollar el capitalismo (¡de estado o no!) en nombre del socialismo, que gracias a ese desarrollo podremos lograrlo después. Toda la obra de Lenin es, como resumimos luego, la apología de la táctica, de la maniobra, de la capitulación, del apoyo o el compromiso con tal o cual fracción de la burguesía, de la oportunidad, de las bondades del capitalismo y de trabajar lo más posible,… en nombre de preservar “el socialismo” o la “patria socialista” que, en los hechos, solo funciona como anzuelo adonde se fueron a ensartar todos los que lo siguieron.
- Pero en general es menos explícito y directo. Cuando es sutil puede tener hasta decenas de mediaciones antes de llegar a los mismos objetivos. En nombre del socialismo, se llama al apoyo crítico de tal frente, en nombre de ese frente a apoyar un gobierno y el estado, en nombre de ese gobierno y ese estado en colaborar al envío de tropas de pacificación de la ONU a tal o cual país. Es imponente con la facilidad con que se utiliza, así, a los proletarios como carne de cañón, es imponente con la facilidad con que se moviliza por objetivos completamente contrarios a lo que se decía defender, es imponente el grado de especialización de los líderes socialdemócratas en este tipo de “táctica”. En nombre de las necesidades de los trabajadores se llama a la defensa del salario, en nombre del salario se llama a la defensa de la fuente de trabajo, en nombre de esa fuente de trabajo se llama a ser comprensivo con la necesaria rentabilidad de la empresa y de la economía nacional, en nombre de la rentabilidad de la empresa y de la economía nacional a hacer sacrificios, en nombre de todo eso se termina invariantemente utilizando a los proletarios como base de apoyo de la burguesía nacional y carne de cañón de la guerra imperialista.
- Justamente todo aquel dualismo no tiene otro objetivo que ese, que sacar al proletariado de su terreno de clase y llevarlo a defender los intereses del capitalismo y la economía nacional. Es clave, en la dominación de clase, este oscurecimiento de los objetivos. Desde el punto de vista revolucionario, la cuestión es bien simple en todos los casos, países, épocas, circunstancias,… los intereses de los explotados y los explotadores no solo son diferentes, sino opuestos, antagónicos. Cómo no se puede negar que el capitalismo y el comunismo son cosas diferentes (¡aunque tampoco faltaron quienes en nombre del comunismo dirán que no son tan diferentes! (31)), la clase dominante debe necesariamente introducir estas dicotomías. “El ‘renegado’ Kautsky y su discípulo Lenin” (32) lo confesaban, cuando consideraban diferentes los intereses inmediatos e históricos por los que luchaba el proletariado, y que era la socialdemocracia la que aportaba la consciencia socialista, que era un producto de la ciencia: ¡la famosa introducción de la consciencia de clase desde afuera, por parte de los intelectuales y científicos, de toda la socialdemocracia y el leninismo, es precisamente esto! Es así que nos dirán que en el futuro lucharemos por el socialismo o/y el anarquismo pero que ahora, por cuestiones prácticas, tácticas, inmediatas… o como carajo lo llamen… hay que hacer justo lo contrario y apoyar a tal o cual política capitalista. “No ahora no hay condiciones para imponer el programa máximo, por lo tanto luchemos por el programa mínimo…” “Es verdad que este gobierno es burgués pero debemos apoyarlo porque es menos malo que el fascismo” “Ahora no podemos exigir aumento de salario”…
- A la claridad y unicidad del programa comunista se opone la oscuridad y dualismo del programa socialdemócrata. Nosotros proletarios, no tenemos diferentes intereses económicos y políticos. Nuestros enemigos solo pueden asegurar la dominación dividiendo y oponiendo ideológicamente lo que es una unidad. Si los proletarios se aferran a sus propios intereses, necesariamente luchan contra el capital y el estado y, aunque no lo sepan, o solo lo sepa una pequeñísima minoría de entre ellos, están necesariamente luchando por la revolución comunista. El dualismo entre programas, entre táctica o estrategia, entre tal o cual aspecto del programa, no puede venir, en absoluto, del proletariado, sino de la dominación ideológica de la burguesía y, prácticamente, reproduce esta dominación. La dualidad no está en los intereses del proletariado, ni en su programa, ni en su propia vida. En todos los casos su interés es único y contrapuesto siempre a todo el capital, a todas sus fracciones. El hecho de que se pueda presentar tal o tal programa, táctica, principio, frente,… como bueno para el proletariado, al mismo tiempo que se le pide sacrificios, es necesariamente algo que proviene de la clase dominante. Contrariamente a lo que dicen los socialdemócratas, como Kautsky o Lenin, en su defensa de la introducción, en la clase, de la consciencia socialdemócrata, el interés económico del proletariado es el mismo que su interés político, la verdadera lucha por sus intereses económicos es una lucha revolucionaria. Por ello esa introducción ideológica socialdemócrata, desde el exterior, desde la ciencia, desde ese dios de la socialdemocracia, es necesariamente antagónica con la totalidad de los intereses del proletariado.
- Así, nuestro interés es resistir a todo aumento de la tasa de explotación; esa lucha es inseparable de la lucha contra la explotación misma y por su supresión. Mientras el capital tiene siempre interés en aumentar la explotación, gracias a lo cual puede contrarrestar el aumento de la tasa de ganancia, el interés económico del proletariado es siempre luchar contra ese aumento. Ahora bien, es imposible pedirle a los proletarios que luchen contra sus propios intereses, por eso la socialdemocracia, como todo partido de la clase dominante, cuando se dirige a los explotados tiene por objetivo convencerlos de que es imposible luchar contra todo el capital y el estado y, consecuentemente con ello, convencerlos de que, aunque los objetivos finales (o políticos, o principistas…) son tales y cuales, hoy lo mejor es, precisamente,… lo contrario. Solo así, en nombre del socialismo, se lo podía y se lo puede reclutar para apoyar el desarrollo del capitalismo.
- Este fenómeno ha hecho creer, a muchos revolucionarios, que la socialdemocracia no defiende los intereses históricos del proletariado, pero si sus intereses inmediatos; y justifican, así, el papel histórico del sindicalismo. Ello es absolutamente falso, la socialdemocracia y el sindicalismo nunca defienden los intereses del proletariado, sino su recuperación estatal; y la confusión proviene de confundir la reivindicación con la reforma, el reclamo proletario inmediato, que una lucha expresa, con lo que los patrones o el estado están dispuestos a conceder: la reforma.
Sin embargo, la política que caracterizará al estado ruso, desde la toma del poder bolchevique, y la imposición de la política “leninista” o bolchevique, a los grupos y partidos que iban rompiendo con la socialdemocracia, existe desde la consagración de los bolcheviques como sinónimo de los verdaderos revolucionarios, fenómeno operado desde la insurrección de octubre y la idealización del papel que los bolcheviques habrían desempeñado en la misma, que se expandirá por doquier. Es en esa medida, que puede hacerse extensiva la denominación de leninismo, bolchevismo o marxismo leninismo (que podemos considerar como sinónimos), a esa política inaugurada con Lenin en el poder. Es así que utilizamos dicha denominación aquí, desde que Lenin mismo gobierna, dándole así un carácter más general, que nos parece totalmente pertinente, incluso antes de que se consagrara formalmente la misma, a la muerte de Lenin.
Si el marxismo ya había sido una ideología de completa falsificación de la obra de Marx (que llevó a declarar al propio Marx: “yo no soy marxista”), para afirmar la concepción socialdemócrata de partido, que en nombre del socialismo pusiera al proletariado al servicio del capital, el leninismo y el marxismo leninismo pasarían a ocuparse de las franjas más activas del proletariado en lucha por la revolución social, particularmente de aquellas que se denominaban comunistas ( y que de alguna forma habían iniciado una ruptura con la socialdemocracia formal), con el mismísimo objetivo de ponerlas al servicio del capital y el estado.
Como el resto de la socialdemocracia, el marxismo leninismo llama revolución socialista o comunista, no a la destrucción del capitalismo, a la abolición del trabajo asalariado y las relaciones de producción mercantiles, sino por el contrario, a la toma del poder político para la realización de un conjunto de reformas económicas. Ese dualismo político y económico corresponde, evidentemente, al dualismo de siempre de la socialdemocracia, del que hablamos antes. Lenin mismo definió todo su programa “comunista” en su célebre frase: “El comunismo es el Poder soviético más la electrificación de todo el país” (33). ¡En toda la obra de Lenin, como en la de Stalin o en general de otros socialdemócratas, no hay nada, absolutamente nada, concreto en cuanto a la destrucción de la dictadura del valor, el dinero, la mercancía;… nada claro y explícito en cuanto a la abolición concreta de las relaciones de producción y explotación propias a la sociedad burguesa! Contrariamente a la apariencia de radicalidad que el leninismo tuvo en su época, su concepción de la revolución socialista es completamente reformista, contrarrevolucionaria. Se reduce a tomar el poder para modernizar el capitalismo y, complementariamente con ello, se estatiza, es decir se hace pasar la propiedad privada (jurídica, formal) a manos del gobierno. Ese tipo de reforma nacional fue lo que inició el leninismo y terminó de concretar el estalinismo en Rusia, lo que en los hechos fue la forma que encontraron de reorganizar y modernizar las relaciones de producción capitalistas. El marxismo leninismo, como ideología, sirvió para presentar esa modernización, en nombre de Marx y de Lenin, primero, como un paso hacia el socialismo (sin olvidar que para Lenin paso al socialismo y desarrollo del capitalismo es lo mismo), luego, con la ideología del socialismo en un solo país, como el “socialismo” mismo. Así, el “socialismo” pasó a ser en todo el mundo sinónimo de un desarrollo acelerado del capitalismo, basado principalmente en el trabajo, en la apología del elemento trabajo y trabajador del capitalismo. Aunque la generalización de los campos de concentración, los campos de trabajo forzado (¡qué Rusia desarrolló antes que Alemania!) se ocultaron, especialmente frente al exterior, fueron el elemento esencial del marxismo leninismo y de la construcción del “socialismo” en el mundo. Toda la producción de la Unión Soviética y su potencia en la competencia interimperialista era función de forzar al máximo el trabajo en todas las ramas productivas. Dada la diferencia comparativa tecnológica desfavorable a Rusia con respecto a otras potencias, ese tipo de desarrollo capitalista, en donde predomina la plusvalía absoluta (aumento de la extensión y de la intensidad del trabajo), es el único que el estalinismo logró realizar. Los campos de trabajo forzado como realidad económica y como amenaza generalizada marcaron el ritmo y las fluctuaciones de la gestión de la explotación y las aceleraciones y crisis de la producción “socialista”. Si llamarle a esa monstruosidad capitalista “socialismo” fue una invención genial de la contrarrevolución marxista-leninista, es decir del estado estalinista (ese país de la “mentira desconcertante”), se comprende enseguida que dicha denominación fue acogida con complacencia por la burguesía mundial. Nada le había dado tantos beneficios a la clase dominante mundial para dominar a sus esclavos asalariados. ¡Este fue el mayor negocio capitalista del siglo XX!
Contra el comunismo, la socialdemocracia presenta, invariablemente, las nacionalizaciones y estatizaciones como parte del programa socialista, y hasta como la cuestión central del pasaje al socialismo. Contra los comunistas de izquierda en su propio partido, que denunciaban el desarrollo del capital y las estatizaciones como tendencias al capitalismo de estado, Lenin defendió abiertamente al capitalismo de estado, como un paso hacia el socialismo. Como el concepto mismo de revolución, sustentado en la destrucción de las relaciones sociales basadas en el valor, es ajeno al proyecto leninista, es totalmente lógico que para Lenin no haya mucha diferencia entre capitalismo de estado y socialismo (ni en general entre capitalismo y socialismo), o que la misma se reduzca a quien tiene el poder. De ahí que para los leninistas todo es cuestión de “toma del poder” y nunca de destrucción del poder del capital. ¡Cómo si el poder fuese algo que se toma y se usa para otra cosa! ¡Cómo si el estado fuese solo un instrumento! ¡Cómo si la revolución proletaria fuera una mera revolución política! Es lógico también que, a la muerte de Lenin, se haya dado el pasito final llamándole “socialismo” a ese capitalismo jurídicamente estatizado (34) y que, luego, el marxismo leninismo fuera la doctrina general de todo lo que se autoproclamó “campo socialista”.
El marxismo leninismo en la URSS será simplemente este desarrollo del capitalismo efectuado en nombre de la “gran revolución de octubre”. Todo lo que no coincide en absoluto con lo que Marx había indicado como socialismo, se explicará aduciendo que Marx está superado por la teoría de Lenin y luego de Stalin, que corrigieron los errores de aquel. Más aún, el estalinismo globalizará, así, una nueva teoría (en realidad una modernización y adecuación de la teoría socialdemócrata presentada como nueva), en la cual el dualismo, propio a la socialdemocracia e imprescindible para poner al proletariado al servicio de la contrarrevolución estalinista, será presentado como la teoría del marxismo modernizada, como la teoría del marxismo corregida por Lenin y Stalin y aplicable a la época imperialista. La teoría de lo nuevo, de que la época había cambiado, de que el capitalismo había cambiado pasando de su fase competitiva a su fase monopólica, imperialista (35), fue la clave del leninismo y de la revisión general de la teoría de Marx que culminaría con el estalinismo. Todo lo que no coincide con Marx sería explicado, por el leninismo y luego por el estalinismo, no como resultado de su propio revisionismo, sino justificado por el cambio de época. Lenin tenía siempre en la boca la expresión “Marx no pudo haber previsto que…”. Merece destacarse el hecho de que la teoría de Lenin, sobre el imperialismo como estado supremo del capitalismo, tiene como fuentes, reconocidas por Lenin mismo, la derecha revisionista de la socialdemocracia, particularmente del libro de J.B. Hobson “El Imperialismo” (1902) y del de Hilferding “El Capital Financiero” (1912). Dicha concepción, que Lenin reproduce, y que es la de los principales jefes socialdemócratas, es dominante en los Congresos socialdemócratas de Chemnitz y de Basilea. Como se sabe, la platónica denuncia del imperialismo, que toda la socialdemocracia efectuó en esos y otros congresos, no le impidió ser el partido con mayor capacidad de reclutar proletarios para la guerra imperialista iniciada en 1914.
El reformismo mismo es defendido por Lenin, utilizando ese procedimiento revisionista, afirmando que “ahora” la relación entre reforma y revolución es diferente a la que había establecido Marx. “Sólo el marxismo ha definido con exactitud y acierto la relación entre las reformas y la revolución, si bien Marx tan sólo pudo ver esta relación bajo un aspecto, a saber: en las condiciones anteriores al primer triunfo más o menos sólido, más o menos duradero del proletariado aunque sea en un solo país…Después del triunfo del proletariado, aunque sea en un solo país, aparece algo nuevo en la relación entre las reformas y la revolución. En principio el problema sigue planteado del mismo modo, pero en la forma se produce un cambio, que Marx, personalmente no pudo prever, pero que sólo puede ser comprendido colocándose en el terreno de la filosofía y de la política del marxismo… Hasta el triunfo del proletariado, las reformas son un producto accesorio de la lucha de clases revolucionaria. Después del triunfo, ellas (aunque a escala internacional sigan siendo el mismo ‘producto accesorio’) constituyen, además, para el país en que se ha triunfado una tregua necesaria y legítima en los casos en que es evidente que las fuerzas, después de una tensión extrema, no bastan para llevar a cabo por via revolucionaria tal o cual transición” (36) En vez de la contraposición clara entre reforma y revolución, Lenin, diciendo que “Marx no lo previó, ni lo podía prever”, sostiene que el reformismo sería una especie de ayuda de la revolución, de repliegue indispensable para que la revolución avance, con lo que podrá justificar cualquier cosa.
Junto con ese argumento, de lo que Marx no había previsto, el leninismo reafirmará toda la ideología socialdemócrata de la falta de condiciones para realizar la revolución, del atraso generalizado de las condiciones económicas y la consciencia de las masas. Toda la política contrarrevolucionaria se justificará diciendo que el atraso de las masas no permite otra política. En Rusia, todo lo contrarrevolucionario se justificará por el atraso del país o de la falta de consciencia de las masas, ocultando tanto la potencia del capitalismo en ese país como la fuerza y consecuencia que había mostrado el proletariado en la lucha. Así, para Lenin, no se podía pasar del capitalismo al socialismo en Rusia por el atraso de las masas: “No cabe dudas de que en un país donde la inmensa mayoría de la población está formada de pequeños productores agrícolas, sólo es posible llevar a cabo la revolución socialista a través de toda una serie de medidas transitorias especiales, que serían completamente innecesarias en países de capitalismo desarrollado, donde los obreros asalariados de la industria y de la agricultura constituyen una mayoría aplastante… Sólo en países donde esta clase se halla desarrollada en grado suficiente, el paso directo del capitalismo al socialismo es posible…” (37) Y luego, para defender la necesidad de restablecer el comercio, que el proletariado insurrecto había comenzado a destruir, Lenin insiste en que no se puede pasar al socialismo y que es indispensable más capitalismo: “…no es posible retener el poder proletario en un país increíblemente arruinado, con un gigantesco predominio de los campesinos, igualmente arruinados, sin ayuda del capital(sic), por la que, lógicamente cobrará intereses desorbitados” (38). ¡Con el argumento del atraso, el leninismo hace pasar al capital como si fuese algo neutro, como si se tratara de una cantidad de dinero, o de tecnología, que podría ayudar al socialismo y no como lo que es: una relación social de explotación y dominación que liquida toda posibilidad de socialismo!
Pero, junto con la importancia de la ola revolucionaria en todo el mundo y la imagen que adentro de la misma se va forjando la revolución proletaria en Rusia, el marxismo leninismo adquirirá una importancia mundial, no solo como ideología para encuadrar a capas radicales del proletariado, sino como dirección formal del proletariado. En efecto, será esa dirección rusa que liquidará la fuerza revolucionaria del proletariado que, con muchas dificultades, se había ido constituyendo como fuerza afuera y contra la socialdemocracia.
Como es sabido, la ruptura con la política contrarrevolucionaria de la socialdemocracia, que desarrolló el proletariado en todo el mundo desde principios de siglo XX y que puso el capitalismo en cuestión (México, Rusia, Hungría, Alemania…), se expresó también en núcleos o grupos de militantes que llamaban a la ruptura total con la socialdemocracia, especialmente cuando la participación de ésta en la carnicería imperialista (en nombre del socialismo, del comunismo, del anarquismo…) dejó en evidencia el carácter contrarrevolucionario de aquel partido. Esa ruptura, que existió a diferentes niveles en todos los países, tenía por objetivo la constitución del proletariado en partido aparte y opuesto a todo el orden establecido, y se expresó, particularmente, en núcleos de revolucionarios que llamaban, en oposición a la política contrarrevolucionaria y proimperialista de la socialdemocracia, a la revolución social.
1. Contra la política defensista, socialimperialista y centrista de la socialdemocracia se llamaba a la lucha abierta contra el capitalismo, contra todos los estados. Contra la guerra imperialista, los revolucionarios oponían el derrotismo revolucionario, la guerra contra “su propia” burguesía y “su propio” estado en todas partes, la revolución social mundial. Contra la guerra y contra la paz burguesa, guerra revolucionaria contra la burguesía y los estados de todos los países; revolución comunista mundial.
2. Contra el apoyo al polo progresista del capital y la defensa de las tareas democrático burguesas, la acción directa contra el capital, la democracia, el estado.
3. Contra la división programa máximo programa mínimo de la socialdemocracia, se luchaba por la defensa de todos los intereses del proletariado y por la revolución social.
4. Contra la defensa de la democracia, la lucha contra la dictadura burguesa en todas sus formas.
5. Contra el parlamentarismo, el electoralismo; la acción directa contra sus explotadores y dominadores directos.
6. Contra el sindicalismo (contra el economicismo y el politicismo), la lucha afuera y contra los sindicatos, verdaderos aparatos del estado y del reclutamiento imperialista. Esa lucha se concretó en la creación de nuevas asociaciones proletarias y estructuras revolucionarias (consejos, soviets, otras organizaciones unitarias, núcleos comunistas …) en ruptura total con el capital y el estado.
7. Contra el colonialismo y la liberación nacional, en que se dividían los socialdemócratas, la lucha del proletariado contra los burgueses y los estados de todos los países.
8. Contra el partido de masas, el partido electoral, el partido parlamentario; la organización de los comunistas en núcleos revolucionarios capaces de dirigir el partido y la revolución comunista.
9. Contra la socialdemocracia formal en todas partes, organización específica de los revolucionarios.
10. Contra todo frente con la burguesía, contra todo frente con la socialdemocracia.
11. Contra la utilización del estado o la toma del poder del estado, la destrucción de todos los aparatos estatales y la destrucción del estado mismo.
Si nuestro interés fuera el individuo militante Lenin, podríamos, aquí, entrar a juzgar en que medida el mismo fue parte integrante de esa ruptura. Constataríamos que Lenin forma parcialmente parte de esa ruptura, por su práctica contra la guerra imperialista, su derrotismo revolucionario, así como sobre la defensa de la revolución violenta, en contra de la mayoría de los socialdemócratas, incluyendo a sus propios compañeros de partido. Al mismo tiempo veríamos que Lenin, por su concepción global del capitalismo y la ideología de las “tareas democrático burguesas”…, siguió siendo integralmente socialdemócrata y considerando que en Rusia solo se podía hacer una “revolución burguesa”. Entraríamos así a preocuparnos de sus incoherencias y nos concentraríamos en su política fluctuante, vacilante, y dubitativa en los momentos decisivos (que ¡hasta en pleno período insurreccional sostuvo la posibilidad de una revolución pacífica!). Pero a nosotros no nos interesa la práctica contradictoria, y oscilante, del individuo militante Lenin. Lo que nos interesa, por el contrario, es como el nombre de ese militante Lenin pasa a asociarse a una práctica social decisiva, a una concepción que será internacionalmente determinante. Es en ese sentido que sí nos interesa Lenin, en la medida que su nombre fue ideológicamente asociado a una visión que impondrá el estado en Rusia y que dirigirá a los partidos comunistas en todo el mundo hacia su liquidación. Nos interesa el leninismo, en la medida en que, así definido, es clave en todo el proceso contrarrevolucionario del siglo XX, mucho más allá del militante llamado Lenin. El culto de la personalidad, de quien fuera a su vez presentado como el padre de la revolución rusa, contribuyó evidentemente a sobredimensionar la importancia de ese individuo y a darle más fuerza a la política contrarrevolucionaria, dirigida desde Moscú, desde la fundación de la Internacional Comunista (que abreviamos en lo que sigue como: “IC”).
Debemos, sin embargo, subrayar que la política socialdemócrata de los bolcheviques es característica dominante de ese partido desde siempre y explica las posiciones oscilantes del mismo, desde su constitución y particularmente durante el proceso insurreccional de octubre de 1917, entre democracia burguesa y lucha proletaria, entre apoyo a los gobiernos provisorios o continuidad de la lucha proletaria hacia la insurrección. Al respecto, nos parece sumamente ilustrativo el tomar los mismos puntos generales de ruptura en ciernes, que enumeramos antes y que expresaban los sectores más radicales del proletariado en los años 1917/21, y situar al leninismo en relación a esa ruptura; primero con Lenin, Trotsky, Zinoviev… a la cabeza del estado y de la Tercera Internacional y luego con Stalin como jefe supremo.
1. Esa política derrotista revolucionaria, que situará a los bolcheviques a la cabeza de la insurrección proletaria en Rusia junto con otras minorías revolucionarias, es totalmente abandonada, por la dirección del partido y el estado, desde los primeros días del poder en base a la firma de una paz separada con el militarismo alemán (40). No solo se traiciona, así, la consigna de “transformación de la guerra imperialista en revolución comunista mundial”, sino que se sacrifica y aísla a sectores del proletariado que habían hecho o estaban en plena insurrección. Es una práctica concreta, contra la insurrección proletaria que estaban en plena gestación en Alemania y una verdadera entrega, del proletariado insurrecto en Ucrania y otras regiones, a la represión contrarrevolucionaria.
2. El leninismo reimpondrá, desde el principio, la vieja política socialdemócrata de realización de las tareas democrático burguesas y desarrollo del capitalismo (41), tanto en Rusia, bajo la consigna de “control obrero”, como en todos los países, defendiendo el polo trabajo del capitalismo.
3. Tanto en el terreno nacional, en donde se reclama sacrificios, trabajo y hasta taylorismo, como en el terreno internacional, en donde los leninistas impondrán la política de entrismo en los sindicatos; se reintroduce aquella separación entre programas mínimos y máximos y se defiende abiertamente el minimalismo, el gradualismo, el etapismo, el reformismo, el desarrollismo, el democratismo...
4. Si bien se critica la democracia como dictadura del capital, se preconizan diferentes tácticas, en donde se trata diferente a los diferentes partidos del capital, preconizándose la “táctica de las carta abierta” y luego del frentismo con diferentes partidos democráticos y particularmente con la socialdemocracia. La política del leninismo para el proletariado es, también, la realización de la democracia más democrática posible “la democracia proletaria es un millón de veces más democrática que cualquier democracia burguesa” (42)
5. Se considera infantilista la ruptura con el parlamentarismo. El viejo parlamentarismo socialdemócrata es impulsado ahora bajo la denominación del “parlamentarismo revolucionario”. Fue un verdadero parlamentarismo, por más salsa Lenin que la IC le pretendió agregar. En la práctica, el parlamentarismo llevará a liquidar, electoralistamente, a los partidos surgidos para la revolución. La fase electoralista y legalista, al mismo tiempo que alejó a los partidos de la acción directa, será sumamente útil a la represión, para fichar a los cuadros revolucionarios.
6. Contra la ruptura, el leninismo defenderá el sindicalismo, para lo cual, en muchos casos, utilizará, también, el adjetivo engañoso de “sindicalismo revolucionario” y llamará, permanentemente, al trabajo en los sindicatos socialdemócratas.
7. Se proclamará la necesidad, una vez más en nombre de las tareas democrático burguesas y el “necesario” desarrollo del capitalismo, de la lucha por la liberación nacional. En los hechos, esta política no solo implicará el apoyo al nacionalismo burgués, la complicidad con diferentes fracciones burguesas e imperialistas, sino el abandono de toda política autónoma proletaria, la liquidación de las minorías comunistas en todos los países. Subrayamos que esa política, aunque haya sido diseñada para aquellos países o naciones considerados colonias o semicolonias, se concretará en una política contrarrevolucionaria de supeditación del proletariado a la burguesía en todas partes (43).
8. El leninismo, con su política de “ir a las masas”, aplicará la misma y vieja receta socialdemócrata electoralista, parlamentarista y liquidadora de la organización estrictamente comunista, que es indispensable en la constitución del proletariado en partido opuesto a todo el orden establecido.
9. Se buscará hacer innumerables frentes, con la socialdemocracia formal, y se aconsejará, a las minorías en ruptura, disolverse dentro de las estructuras y partidos centristas (44)
10. La política frentista funciona en todos los casos, con el viejo argumento socialdemócrata del mal menor, y conduce a la defensa de la democracia bajo diferentes formas.
11. El leninismo nunca luchará por la destrucción del estado, sino que, por el contrario, defenderá, como la socialdemocracia, la utilización de aquel para la realización de los intereses proletariados, la toma del poder; reduciendo así la “revolución” a un cambio político, a un cambio en la administración del capital.
Luego de la muerte de Lenin, toda esa política será confirmada por el marxismo leninismo, dirigido por Stalin. La diferencia entre ambas épocas es que en la época de Lenin se trató, en nombre del socialismo, de desarrollar el capitalismo en Rusia y se hablaba abiertamente de las supuestas virtudes del mismo o/y del capitalismo de estado. En la época de Stalin, basándose en la consolidación de la estatización jurídica del capital, se dirá que todo eso es socialismo, que el país es ahora socialista. Es verdad que en la época de Lenin ya éste hablaba de “patria socialista” o de “socialismo”, en sus discursos y en sus llamados al sacrificio, al trabajo y a la defensa de la patria; pero frente a la crítica de los comunistas de izquierda, de su propio partido, Lenin admitirá, claramente, que se trata no de la realidad socialista de ese país, sino de una formula de propaganda. Claro que, incluso, esta deformación de la realidad, en nombre de la necesidad de la propaganda, este oportunismo, que hasta el propio Lenin reivindicará, le servirá a la burguesía soviética, al stalinismo, para la defensa del capitalismo, en nombre de la teoría del socialismo en un solo país. Los campos de trabajo y de concentración, que se habían fundado en la época de Lenin, en base de la vieja ideología de defensa del trabajo, se generalizarían durante toda la época stalinista, hasta convertirse en característica central de la organización del trabajo, represión social y desarrollo capitalista en ese país.
Muy rápidamente, retomamos la enumeración de las rupturas contra la socialdemocracia, que habían caracterizado la época revolucionaria, para ver como el stalinismo se situó en continuidad con el leninismo y la socialdemocracia.
1. No queda absolutamente ninguna huella de la política derrotista revolucionaria. El stalinismo consolidará a Rusia, como una potencia imperialista más, utilizando su poderío militar para dividirse el mundo con las mayores potencias militares del globo. El mismo hará pactos, con todas las potencias incluidos los nazis, participará en todas las guerras y concluirá como abanderado del pacto de Yalta. Como potencia imperialista reprimirá las revueltas proletarias que se desarrollan en su órbita.
2. Se había pasado de la reorganización del capital al desarrollo normal y acelerado del mismo, en base a las campañas stajanovistas (trabajar más tiempo y más intensamente) y a aumentar así, al máximo posible, la tasa de plusvalía (tasa de explotación).
3. En todas partes se defiende el dualismo programático que permite el máximo de sacrificio del proletariado y la apología del trabajo en nombre de tal o tal reforma o/y del “socialismo”.
4. No queda nada de la crítica de la democracia como dictadura del capital. La defensa de la democracia es generalizada, se sostiene que el socialismo en construcción tiene “la constitución más democrática del mundo” y, en todas partes, se preconizarán frentes populares con los demócratas o/y con los nacionalistas (incluidos los fascistas), siempre con sectores abiertamente burgueses.
5. Se defiende el parlamentarismo en general y se participa en todo proceso electoral, como siempre lo había hecho la socialdemocracia.
6. La apología de los sindicatos es general, se participa en todo tipo de sindicato y otros aparatos estatales.
7. Constituidos en fuerzas del estado burgués en todas partes, los PC stalinistas trabajarán, con otros partidos burgueses, para la consolidación de las liberaciones nacionales y llevar adelante las guerras imperialistas en nombre del bloque imperialista ruso.
8. Todos los partidos stalinistas se consolidan como partidos de masa y participan en todos los niveles estatales: los parlamentos, la represión, las instituciones internacionales, los gobiernos…
9. Los “PC” son partidos totalmente socialdemocratizados con la única especificidad de responder y defender los intereses del capital y el imperialismo ruso.
10. Se participa en todo tipo de frentes burgueses y se reprime a las minorías y en general a los proletarios que rechazan dicha política.
11. En todas partes los partidos marxistas leninistas son partidos estatales (idem que en el punto 8).
Sin embargo, el bolchevismo, el leninismo… desde 1917, adquirió una imagen completamente diferente a esta realidad. Con la insurrección de 1917, como reivindica Lenin “El bolchevismo ha venido a ser un fenómeno mundial” en total oposición a lo que fue en su origen… “el bolchevismo, al iniciarse la Revolución de Octubre, era considerado como una curiosidad” (45) Las dos clases de la sociedad vieron, entonces, al bolchevismo no como era en realidad, sino como la concretización misma del comunismo. Para los proletarios de todos los países, el bolchevismo pasó a ser el ejemplo mismo del movimiento revolucionario consecuente; para la burguesía mundial, pasó a ser equivalente del terrorismo generalizado contra sus propiedades, contra su futuro, contra sus vidas. El mismo terror, que la burguesía siente entonces, y las espectaculares medidas antiterroristas que adopta, prestigia al bolchevismo frente a los sectores revolucionarios del proletariado y contribuye a darle esa imagen de radical, tan alejada de la realidad: “Después de la revolución proletaria en Rusia y de sus victorias a escala internacional, inesperadas para la burguesía y los filisteos, el mundo entero se ha transformado y la burguesía es también otra en todas partes. La burguesía se siente asustada por el “bolchevismo” y está irritada contra él hasta casi perder la razón; precisamente por eso acelera, de una parte, el desarrollo de los acontecimientos y, de otra, concentra la atención en el aplastamiento del bolchevismo por la fuerza, debilitando con ello suposición en otros muchos terrenos... Los millonarios de todos los países se conducen hoy de tal modo en escala internacional que debemos estarles reconocidos de todo corazón. Persiguen al bolchevismo con el mismo celo que lo perseguían antes Kerenski y compañía y, como estos, rebasan también los límites y nos ayudan igual que Kerenski. Cuando la burguesía francesa convierte el bolchevismo en el punto central de la campaña electoral, injuriando por su bolchevismo a socialistas relativamente moderados o vacilantes; cuando la burguesía norteamericana, perdiendo por completo la cabeza, detiene a miles y miles de individuos sospechosos de bolchevismo y crea un ambiente de pánico propagando por doquier la nueva conjuraciones de bolcheviques; cuando la burguesía inglesa, la más ‘seria’ del mundo, con todo su talento y experiencia, comete inverosímiles tonterías, funda riquísimas ‘sociedades para la lucha contra el bolchevismo’ crea una literatura especial sobre éste y toma a su servicio, para la lucha contra él, a un personal suplementarios de sabios, agitadores y curas, debemos inclinarnos y dar gracias a los señores capitalistas. Trabajan para nosotros, nos ayudan a interesar a las masas por la naturaleza y significación del bolchevismo. Y no pueden obrar de otro modo, porque han fracasado ya en sus intentos de ‘hacer el silencio’ alrededor del bolchevismo y ahogarlo. Pero al mismo tiempo, la burguesía ve en el bolchevismo casi exclusivamente uno de sus aspectos: la insurrección, la violencia, el terror; por eso procura prepararse de modo particular para oponer resistencia y replicar en este terreno…(46)”
La propaganda burguesa, incluida, muy especialmente, la que realizan todos los sectores de la socialdemocracia, acusando al bolchevismo de antidemocrático, prestigian a los leninistas frente a las masas. ¡“Trabajan para nosotros”, se jacta Lenin, y era verdad! Pero esa propaganda NO trabaja para la revolución, porque los bolcheviques no eran lo que esa propaganda decía (47). Dicha propaganda sirve, por el contrario, a la recuperación de los revolucionarios en ese proyecto híbrido, centrista, que, en los hechos, reproducía la ideología socialdemócrata, aunque la misma se pintara, ahora, con más color rojo. Así, no solo a los bolcheviques se los ve como totalmente partidarios de la “insurrección, la violencia y el terror” (¡cuando defendían más bien la democracia, el parlamento, el sindicato…y hasta las cooperativas de consumidores!), sino que cuando la burguesía injuria “por su bolchevismo a socialistas relativamente moderados o vacilantes” no es una tontería, tan grande como Lenin cree, sino que está generando una confusión ideológica generalizada. Esa confusión es fundamental en la dominación mundial burguesa, pues sirve para esconder la verdadera ruptura que el proletariado estaba intentando, detrás de organizaciones formales que no empujaban para nada a esa ruptura. Pues sirve para reencuadrar al proletariado en opciones, estructuras, programas, que no son los suyos.
Es típico de la sociedad burguesa, y de dominación ideológica de masas, esa cultura de lo formal, esa concentración de la espectacularización del mundo en lo formal. La ruptura, que el proletariado y su vanguardia estaba operando, queda totalmente oculta detrás del mito de los bolcheviques y Lenin, y de otro conjunto de socialdemócratas centristas, que buscaban volver a fundar la Segunda Internacional, pero luego de una lavada jeta, y que querían llamarle Tercera Internacional. El Partido y los jefes formales que aparecen en escena, y que dirigirán la Internacional Comunista y los Partidos “comunistas” en todas partes (los Lenin, Levi, Zinoviev, Trotsky, Stalin, Kamenev, Radek, Clara Zetkin, Dimitrov, Gramsci, Codovila, Ghioldi,…) CONTRA LA REVOLUCIÓN, esconden el verdadero desarrollo del partido del proletariado en constitución y terminarán por liquidarlo.
Aquella propaganda, aquel trabajo burgués “para nosotros”, se concretó, desde el punto de vista del proletariado, en el hecho de que lo que decían los bolcheviques, aunque fuera reaccionario, era entendido como revolucionario. En el mundo entero, los militantes revolucionarios creyeron que los leninistas eran la encarnación misma de la lucha contra el capitalismo, contra la democracia, contra la socialdemocracia, contra el sindicalismo, contra el parlamentarismo y que realmente luchaban en todos los frentes contra el capitalismo y el estado. En esos mismos años Lenin y los suyos, al mismo tiempo que negociaban con presidentes, generales y ministros y se consolidaban como sucesores del zaarismo en el estado nacional ruso, llamaban a reintegrar los sindicatos, a organizar elecciones, a participar en los parlamentos, a desarrollar el capitalismo, a hacer frentes y alianzas con los socialdemócratas y frentes únicos, populares y nacionales supuestamente antiimperialistas. Todo el prestigio, que esa organización y partido formal habían conquistado, serviría para liquidar y aislar a las minorías revolucionarias, que acarreaban la ruptura real con la socialdemocracia, y para consolidar internacionalmente, en la llamada Internacional Comunista, una política oportunista, contrarrevolucionaria. La emergencia misma de la Internacional, en vez de ser entonces la concreción histórica del partido del proletariado revolucionario, será la reproducción ampliada del socialoportunismo de la socialdemocracia y de la Segunda Internacional.
Resulta importante subrayar que, desde el punto de vista del espectáculo, es lo mismo que había sucedido unos años antes con la socialdemocracia en Alemania e internacionalmente. La conformación formal, de dicha organización, se había concretado en base a un programa formal (Programa de Gotha), que Marx y Engels criticaron violentamente, anunciando que se desolidarizarían públicamente del partido (“estaríamos obligados a intervenir públicamente contra tal depravación del partido y de la teoría” (48)), dado que se los tenía como responsables del mismo. Pero esa crítica se mantuvo en privado y nunca hicieron esa declaración pública de denuncia de la socialdemocracia, que Marx y Engels habían anunciado. Ello le sirvió a los jefes de ese partido podrido, para presentarse como continuadores de la obra de aquellos.
¿Pero, porqué Marx y Engels no denunciaron ese programa y ese partido por lo que realmente era? Según ellos, porque ese programa confuso y reformista, ese programa burgués, pasó a ser considerado como subversivo y comunista por todas las clases sociales. Así, dice Engels que la prensa, en lugar de ridiculizar ese programa, lo consideró radical: El programa “es desde todo punto de vista desordenado, confuso incoherente, ilógico y vergonzoso… pero esos burros de periodistas burgueses… tomaron ese programa totalmente enserio y vieron en el mismo lo que no se encontraba y lo llegaron a interpretar incluso como comunista. Los obreros parecen hacer exactamente lo mismo. Esta circunstancia real es la única que nos a permitido a Marx y a mi, el no desolidarizarnos públicamente con ese programa: mientras nuestros adversarios y nuestros obreros prestarán a ese programa esas intenciones, nosotros podremos callarnos” Evidentemente, esa callada de boca fue el error, más grande, de la vida de Marx y Engels, pues al callarse concedieron y sirvieron al enemigo. Aquel espectáculo de revolucionarismo socialdemocrático servía al enemigo, porque era precisamente eso: solo espectáculo. Gracias al mismo, la burguesía, la socialdemocracia, se fortificó en el nefasto encuadramiento de los proletarios, utilizando también el nombre de aquellos revolucionarios.
El bolchevismo, el leninismo, el marxismo leninismo, al ser identificado internacionalmente con la revolución rusa y con la revolución a secas, gozaría, entonces, del mismo mito espectacular que había gozado la socialdemocracia, pero con un tinte todavía más radical, porque supuestamente, “habían hecho la revolución” (49). Como con la socialdemocracia, enemigos y partidarios considerarían a los partidos dirigidos desde Moscu como comunistas, como revolucionarios… cuando no eran más que partidos burgueses para los obreros. Esta confusión fue decisiva en el encuadramiento de proletarios radicales, en todo el mundo, por parte del leninismo y el estalinismo. Y también en el aislamiento y liquidación de los grupos de vanguardia revolucionaria consecuentes.
En efecto, los bolcheviques y el marxismo leninismo se transformarían en una verdadera autoridad moral de todo el movimiento revolucionario, con capacidad para imponer la práctica de cada partido, u organización formal, que se reivindicaban del comunismo y la revolución. Pero como no impulsaban, en absoluto, la verdadera ruptura revolucionaria, reimpondrán la vieja política de los centristas, llevando a que los “partidos comunistas” sean una nueva versión de la socialdemocracia, con el agregado de defender los intereses imperialistas del estado ruso. Esa política contrarrevolucionaria, aislará y contribuirá a la represión de los grupos de militantes revolucionarios y particularmente de lo que, en algunos países, se autodenominarán fracciones comunistas, o fracciones de la izquierda comunista. Los “partidos comunistas” culminarían su evolución como fuerzas de choque y de represión contrarrevolucionaria en todo el mundo y participarán abiertamente en la carnicería imperialista denominada “segunda guerra mundial”.
Presentación de los textos siguientes
En el próximo número publicaremos la segunda parte de este texto y veremos las características más importantes del leninismo como liquidador activo de la ruptura comunista. Seguirán diferentes textos, tanto en este número de Comunismo, como en otros materiales de nuestro grupo, en el que se verá la práctica de esta política contrarrevolucionaria dirigida desde Moscú y expresiones de la lucha contra ella. En este número presentamos dos textos, redactados por diferentes autores y en diferentes épocas, pero que tienen como punto común la denuncia de la política contrarrevolucionaria del leninismo y que ilustran lo desarrollado en este texto. |
“El socialismo solo es socialismo a una triple condicion: reconocer la política parlamentaria, la defensa nacional y el alto valor del sindicalismo”
E. Vandervelde, agosto 1919, Congreso de Lucerna de la II Internacional
Los socialistas no se equivocaron, ni traicionaron en 1914. Lo único que hicieron fue manifestar diferentemente su apoyo a las necesidades de restructuración dictadas por el capital. La fuerza de ciertas fracciones comunistas de izquierda se expresó, entre otras cosas, en la tentativa de precisar la frontera de clase, entre la lucha proletaria y el reformismo burgués, por la crítica del parlamentarismo y del sindicalismo. En efecto, la más poderosa ola revolucionaria que conoció el mundo, durante este período, se manfiesta por la emergencia de partidos comunistas que expresaban, en el fuego de la lucha de clases, niveles de ruptura eminentemente mas consecuentes que las directivas que el partido Bolchevique iba imponer al interior de la IC. La mayoría bolchevique, unificada en torno a Lenin, y del prestigio que gozaba como “jefe victorioso de la insurrección de Octubre”, sometía la táctica revolucionaria a las contingencias de la defensa del estado ruso ocupado por los bolcheviques y no a las necesidades de la revolucion, es decir a las prioridades del programa comunista. ¡Lo que se verificaría particularmente activo para transformar ese impulso, hacia la constitución de un centro internacional de la organización de la revolución comunista mundial, en órgano de defensa de los intereses del estado nacional ruso en el extranjero!
La creación, en Amsterdam, en 1920, de un centro mundial para la revolución en Europa occidental, en torno al cual se regrupan principalmente, durante un tiempo, los grupos comunistas “germano-holandeses”, “belgas” e “ingleses”, marcó, en los momentos más álgidos de la lucha de clases, el empeño de esas organizaciones por romper radicalmente con el programa socialdemócrata. En este sentido, la conferencia de Amsterdam, en enero 1920, que tenía que definir exactamente las tareas de este centro, fue mucho más representativa del movimiento revolucionario internacional y de la importancia de las izquierdas que el primer, y sobre todo el segundo, congreso de la IC. Ejemplos de ello fueron la resolución que, a iniciativa de Sylvia Pankhurst, se redactó para preparar la organización de una huelga internacional en caso que estallara la revolución en un país, la resolución que rechazaba, implicitamente, el gradualismo de Gramsci:
“La concepción de que los obreros deben... adquirir gradualmente, por sus uniones industriales, el poder en la industria se confunde con las proposición del socialismo parlamentario, que considera que los obreros tienen que conquistar gradualmente el espacio de los asuntos del estado en base al control del estado burgués”
Boletín del Buró auxiliar de Amsterdam de la IC No.2, Marzo 1920
Asimismo, el Buró de Amsterdam saludará la cereación, en abril, del KAPD (Partido Comunista Obrero Alemán) y preconizará la ruptura con las organizaciones de la II Internacional. Con respecto al sindicalismo y al parlamentarismo, el Buro se encuentra mucho más próximo de las concepciones del KAPD, por ejemplo, que de las de la IC. Esta última preferirá derribar el Buró de Amsterdam, transfiriéndolo a Berlín, para neutralizar el desarrollo de la organización de la lucha alrededor de posiciones contradictorias a las que defendía la mayoría bolchevique y el Comité Ejecutivo de la IC. Así, si el movimiento proletario había permitido superar (¡más bien poner de lado!), en el fuego de la acción revolucionaria, toda una serie de límites programáticos, aún ligados a la influencia socialdemócrata en los rangos bolcheviques, con el retroceso del movimiento y la reorganización de las fuerzas de la contrarrevolución resurgieron, aún más intensamente, las insuficiencias de los comunistas en Rusia y cada vez más transformaron a los bolcheviques en agentes radicales, en factores activos de al derrota del proletariado. Como siempre, la contrarrevolución se infiltra por las más mínimas brechas que comporta la fuerza revolucionaria y, puesto que el programa del capital es impersonal, ella se hará defender mañana por los mismos que querían destruirla definitivamente ayer. En el 2º Congreso de la IC, Lenin afirma que “el parlamento es siempre la arena de la lucha de clases”, preconiza el entrismo en los sindicatos y el Comité Ejecutivo de la IC empuja a las fracciones de izquierda, organizadas en partidos comunistas, para que se fusionen con las fracciones de izquierda de la socialdemocracia. ¡La contrarrevolución avanza! En Francia, se pedirá a los PC fusionar con los francomasones “centristas” (¡entiéndase contrarrevolucionarios!) Cachin y Froissart. En Italia, el Partido Comunista, apenas constituído sobre la base de una ruptura con el PSI, recibe la orden de fusionar con la fracción del PSI (Lazzari, Serrati, Maffi), a la que se quiere integrar en la IC. En Alemania, la IC, luego de haber llamado al KAPD a integrarse en el KPD de Levi (lo que nunca hará y provocará su exclusión de la IC en el 3er congreso), llama a este último a fusionarse con la izquierda del USPD, lo que se concretará, en diciembre 1920, constituyendo el VKPD. Apenas formado, y “empujando un poco más lejos la política llevada adelante por la IC”, el VKPD enviará, en enero 1921, a todas las organizaciones, desde los sindicatos más reaccionarios hasta el KAPD, una “carta abierta” para organizar la acción común. La tesis es muy simple: si las organizaciones aceptan trabajar con el VKPD, es todo el movimiento, guiado por el “partido”, que se fortifica, si rechazan se desenmascaran delante la clase y pierden la influencia que tenían. Aplicación estricta de la táctica preconizada por Lenin, en su libro sobre “La enfermedad infantil...”, la táctica de la “carta abierta” de Levi es considerada, desde el 3er Congreso de la IC, como la táctica genial para ganar a las masas bajo el nombre de “frente único obrero”. La misma presupone evidentemente un brutal cambio, de apreciación en la naturaleza de clase de la sociademocracia, operado entre el 2do y 3er congreso de la IC. El programa del proletariado se ahoga en la opinión de la masa, el “partido” no es más que una organización formal que adiciona las cifras y negocia con el gobierno. Muy pronto la lógica de la política de las concesiones, llevada por la IC, la conduce a preconizar (siempre tácticamente, según ellos) la alianza de los comunistas con la socialdemocracia, para constituir una alternativa de poder (en Alemania por ejemplo) aspirando a gestionar conjuntamente, al interior de un “gobierno obrero”, los intereses del capital. La IC se transforma en su contrario de lo que necesitaban los proletarios: en una fuerza anti-comunista y contrarrevolucionaria.
En Bélgica, esa misma política frentista conducirá a la fusión del grupo de War Van Overstraeten, militante comunista de izquierda, con el de los reformistas radicales, Jacquemotte y Massart. La izquierda comunista en Bélgica enfrentará, así, las duras realidades del frentismo preconizado por la IC. Como en otras partes esto conducirá a la liquidación del comunismo como fuerza autónoma emergente.
En esa entonces, el Partido Comunista se reconoce plenamente en la posción de las izquierdas. Van Overstraeten fustiga el parlamentarismo. El congreso de comunistas belgas adopta una serie de tesis contra el parlamentarismo, demostrando como “desvía a los trabajadores de sus verdadermos medios de lucha y mantiene la pasividad de las masas”. Las tesis definían al parlamento como el órgano político central del estado burgués, surgido del orden económico capitalista, y denunciaban la utilización socialdemócrata del estado mostrando como las reformas democráticas fueron siempre efectuadas contra la lucha del proletariado y en la medida de los intereses burgueses. De la misma manera, en relación con los sindicatos, el PCB expresa, en esa entonces, su voluntad de luchar contra lo que define como organismos del estado burgués, oponiéndo la acción directa de los obreros a las negociaciones sindicales. Los comunistas denuncian a los sindicatos por lo que son: saboteadores de la lucha, rompe huelgas. “El servilismo sindicalista de turno acaba de adoptar hábiles disposiciones para evitar las huelgas y los movimientos espontáneos. Tan pronto surgue un conflico, los delegados tienen como deber buscar el máximo acuerdo con la patronal” (Informe de la delegación del PCB (Van Overstraeten) a la IC, 1920).
Conviene sin embargo subrayar que, si bien Van Overstraeten estigmatiza al servilismo sindicalista por haber adoptado tomado “hábiles disposiciones para evitar las huelgas y los movimientos espontáneos”, su crítica del sindicalismo se limita, desgraciada y básicamente, a la crítica de los jefes sindicales, “burócratas”, al servicio del POB. En efecto, Van Overstraten, al no criticar al sindicalismo como estructura del aparato burgués, termina reproduciendo una carencia histórica muy frecuente en el movimiento revolucionario. Así, considera que en su forma orignal y pretendidamente no corrupta, sería “una garantía de posibilidades de fidelidad continua a los instintos y a los impulsos de la clase” y por ello defiende, lo que él denomina, un “sindicalismo de combate”, cuya “fuente única... es la revuelta del asalariado, erigiéndose sobre la base del taller y de la fábrica para crear y verificar continuamente la coalición obrera”. Por ello, denuncia o sostiene que la revuelta obrera es traicionada , y “remplazada por artimañas políticas, manejos ilícitos de los comités, tomados del más bajo parlamentarismo de partido”, por la burocratización del sindicato y estima que “a pesar de que los sindicatos esten también afiliados al POB”, había que “permanecer en su interior para desenmascarar el reformismo de mayorías y minorías”. “Practicamos (el entrismo)” afirmaba abiertamente Van Overstraeten (3) en junio 1921. Aunque, algunos meses de colaboaración con el grupo de Jacquermote debilitarán esas críticas irresueltas con el sindicalismo.
Finalmente, el PC ve, en el “democratismo”, una fuerza de atomización que continuamente tiende a disminuir, destruir, los esfuerzos de la lucha directa del proletariado constituyendose en clase. “El Comunismo moderno nació de una acción violenta contra el democratismo. Esta acción es una cuestión de vida o muerte para el movimiento revolucionario. Ella es la necesidad que impone, en Bélgica, la creación del PC”. Esta posición, nos permite constatar la determinación fundamental, que ejercen las necesidades de la lucha en las rupturas programáticas de los comunistas en Bélgica, lo que los conduce a converger con la práctica militante de los comunista de izquierda en otros países. Así, se concretarán varios contactos entre los comunistas de Bélgica, los “tribunistas” holandeses y el KAPD. También publicarán, de la izquierda comunista italiana, varios textos, como las tesis sobre el parlamentarismo aparecidas en “Il Soviet”, en 1920. La posición político-geográfica de los comunistas en Bélgica, los ponía en una especie de situación “decisiva” entre las izquierdas comunistas “italiana” y “alemana”. Así, la izquierda comunista belga, por sus posiciones con respecto al parlamentarismo, a la democracia y sobre todo al sindicalismo y frentismo, se encontraba políticamente más próxima a la izquierda comunista alemana, aunque esta última realiza una crítica notablemente más radical del sindicalismo. En cambio por su actitud en la lucha contra el degeneramiento de la IC, así como contra las maniobras burocráticas de ella en relación al reflujo de la lucha de clases y la práctica revolucionaria que se debía adoptar en dichas condiciones, el grupo de Van Overstraeten tuvo una actitud muy similar a la de la izquierda “italiana”, con toda las debilidades que eso inducía. En efecto, los comunistas de izquierda belgas, como la fracción reagrupada entorno a Bordiga (que rompe con el PSI para formar el PC de Italia, en enero 1921), terminarán cediendo a las conminaciones “frentistas” de la IC. También como la izquierda”italiana”, prefirieron aceptar la fusión con los socialdemócratas de izquerda, para no ser expulsadas de la Internacional, con todas las concesiones programáticas que ello implicaba y que terminó por liquidar, también en Bélgica, las fuerzas comunistas autónomas que se estaban forjando.
El otro PCB, el de Van Overstraeten, radicalmente opuesto a la fusión con los “Amis de l’Exploité”, publicará una serie de artículos, particularmente virulentos, en los que denunciaba el programa democrático social, de organización de la apatía de masas, de estos. A continuación publicamos el primero, entre ellos, titulado “Lo que nos separa”, publicado en “l’Ouvrier Communiste”, de junio 1921. Dos artículos lo precederán: “Transformación exterior”, 25 de junio 1921 y “El falso PC”, 2 de julio 1921. En estos dos artículos el PCB, también “reconocido”, explicaba su posición intransigente contra la fusion en base al formalismo disciplinario con respecto a la IC: “No tenemos la “enfermedad infantil” de afilación a la 3ª Internacional... Es por la acción y en la acción que encontraremos a aquellos con los que acordamos” Vanden Borre. Desgraciadamente, los internacionalistan no mantendrán, por mucho tiempo, esta posición y desde julio, al acercarse el 3er Congreso de la IC, los ataques contra el PCB reformista cesaron. Coenen y Van Overstraeten, que representan la delegación del PCB al 3er Congreso, reconocieron la necesidad de la fusión, a pesar de todas las reservas que oponían en un informe al Comité Ejecutivo de la IC. El 13 de julio, Van Overstraeten es recibido, al mismo que tiempo que Jacquemotte (representante de la izquierda del POB) por el CE de la IC y se llega al acuerdo de la fusión que será nefasta. La IC, cada vez más “bolchevique”, hace depender los intereses del movimiento comunista internacional de la problemática específica del estado ruso. Se confunde la defensa intransigente de los intereses proletarios mundiales con la lucha por preservar “a todo precio” (es decir a coste de un cuestionamiento del programa comunista) el territorio sobre el cual el proletariado había hecho la insurrección. Así, los bolcheviques terminaron totalmente determinados por el desarrollo del estado capitalista en Rusia. Las repercusiones, al interior mismo del movimiento comunista internacional, y particularmente en la IC, fueron enormes. Esta ideología, de mantener, cueste lo que cueste, el supuesto “bastión proletario” en Rusia, extendido a la ideología, también formalista, de preservar las “fuerzas” del partido, en tanto que adición cuantitativa de militantes, encontró lamentablemente un eco favorable en algunas fracciones de izquierda comunista, lo que llevó a esos callejones sin salida de las fusiones. Eso ponía en evidencia que la ruptura que esas fracciones habían efectuado no había ido a la raíz de los problemas, que estas fracciones no eran consecuentes en su ruptura con la socialdemocracia, dado que se volvía a la misma estrategia masista y oportunista.
Frente al retroceso de la revolución, este voluntarismo, de preservar el territorio ruso, se enfrentará a la extensión de la revolución. De la misma manera, los esfuerzos desmesurados por mantener/crear partidos de masas se opondrá a las tentativas de conservar intacta, a contra corriente, toda la fuerza del programa comunista. La izquierda belga, a la imagén de lo que pasará con la izquierda italina, cederá al inmediatismo aceptando su sometimiento a las primeras conminaciones frentistas de la IC (que pretendían reagrupar, sobre bases totalmente confusas y formales, grupos que expresaban desacuerdos programáticos esenciales). El 3 y 4 de septiembre 1921, tiene lugar, en Bruselas, el congreso de unificación de los PC “enemigos”, el grupo de Van Overstraeten dejará sus plumas, su antiparlamentarismo, su concepción anti democrática de la lucha, sus primeras críticas al sindicalismo. Contrariamente a la ilusión momentánea, lo que se afirma entonces no es el comunismo sino el oportunismo. Al abandonar las principales rupturas programáticas, lo que se está afirmando es la socialdemocracia con nueva pintura roja.
El texto que publicamos expresa solamente una pequeña parte de las contribuciones de la izquierda comunista internacional. Ilustra, puntualmente, el hecho que, luego de la insurrección de octubre 1917 en Rusia, la mayoría de los PC desarrollaron posiciones netamente más en ruptura con la socialdemocracia que los bolcheviques. Estos gozaban de un prestigio formal, de una reputación, que no merecían en absoluto: en la práctica no rompían con el viejo programa socialdemocrático. A pesar de ciertas incoherencias (en especial, cuando “L’Ouvrier Communiste”, para denunciar a Levi y Serrati, como “negadores de la revolución”, parece oponer a la revolución “desde arriba” la revolución “desde abajo” para marcar su decisión de marchar “al lado” de las fracciones obreras en su lucha, negando, así, parcialmente, el necesario rol de organización de la acción espontánea y directa del proletariado y reduciendo, a veces, la lucha a la “iluminación”, a la concientización de los “cerebros proletarios”), el texto expresa una clara y firme decisión de organizar la revolución comunista. Coloca la frontera de clases entre organizadores y negadores de la revolución, en la práctica de vanguardia, de defensa del programa comunista, es decir en la acción comunista real y no detrás de las declaraciones formales y las rupturas “de opereta” con los partidos socialdemócratas, totalmente desacreditados frente a los proletarios combativos. Por eso la ruptura se afirma contra el parlamentarismo, contra el sindicalismo, contra la formación del partido de masas, contra el democratismo, contra el frentismo. Esa fue la fuerza del núcleo comunista reagrupado entorno a War Van Overstraeten, es decir el haber marcado su desacuerdo (sin ir, desgraciadamente, más lejos ¡hasta el rechazo puro y simple!) con una disolución en una fusión liquidacionista.
“Si se evitó las peores consecuencias, esto se lo debemos a la moderación de los camaradas de Izquierda; pero si ellos soportaron, sin rechistar, los golpes fue únicamente por abnegación a la causa del partido y no por que los creyeran justificados” (Tesis de Lyón-1926)
La “Izquierda italiana” no vio que justamente su moderación es la que hizo inevitable las peores consecuencias: la confusión programática, la disolución de las fronteras de clase, la caución aportada a un organismo contrarrevolucionario, el abandono de sus rupturas clasistas... Además su “no rechistar” solo podía significar un recrudecimiento de la represión, una acentuación de las maniobras burocráticas, el aceleramiento del proceso de eliminación de todo aquello que se mantenía como revolucionario en los PC que eran aún dirigidos por comunistas de izquierda.
En la medida que se va respetando y aceptando la consigna de unidad, para eliminar a todos aquellos que se oponen a la política contrarrevolucionaria de la IC, se acepta el sacrificio de las rupturas revolucionarias que habían permitido delimitar y defender las posiciones esenciales del movimiento comunista. Acá interviene directamente la cuestión de la táctica; cuestión que condensa toda una serie de inconsecuencias, renuncias, etc, propias a varias “izquierdas comunistas”, con la excepción valiosa de la izquierda alemana (6). Así, por ejemplo, las tesis sobre la táctica del PC de Italia (Tesis de Roma, 1922) separaba la acción táctica “directa”, que designaba la acción del partido “cuando la situación le incita a tomar, independientemente de todos, la iniciativa de atacar el poder burgués para derribarlo o golpearlo”, de la acción táctica “indirecta”, que designa los momentos en los que “hay que examinar, sin falsos apriorismos doctrinales o sentimientos tontos y puritanos, el problema de la oportunidad táctica de coaliciones con los elementos políticos de izquierda”
Como se puede observar, todo esto contiene la incomprensión de la unidad dialéctica entre estrategia (o “los principios”, como dicen los kautskistas) y táctica, entre la organización de la acción comunista, correspondiente a un nivel de lucha existente y el programa. La táctica no puede separarse, ni se puede hacer concesiones con respecto, del programa: jamás los comunistas deben apoyar o aliarse con fuerzas políticas que solamente existen para oponerse al desarrollo de la lucha. En ningún momento el proletariado tiene un camino a recorrer con la burguesía. El único punto de contacto es la ruptura, el antagonismo abierto, el enfrentamiento. El proletariado se sitúa, por su práctica, afuera y en contra de toda organización, ideología, fuerza burguesa. Como nos mostraron las últimas decenas de años de contrarrevolución, la burguesía se cubre de atavíos “rojos”, los más resplandecientes, para resquebrajar la combatividad proletaria y reorganizar la contrarrevolución. Nuestra única garantía, frente a las múltiples formas que puede tomar la contrarrevolución, se encuentra en la perpetua referencia al comunismo en y por la lucha. El comunismo no existe simplemente como reivindicación de la revolución, sino que se manifiesta como el mismo contenido de ella, es decir como contenido en el movimiento comunista, en la lucha por imponer el comunismo. Es así que podemos comprender la unidad indisociable del programa comunista invariante y la táctica que lo afirma. Un ejemplo de ello puede encontrarse en la cuestión del frentismo, el comunismo es la afirmación intrínseca y exclusivamente presente en la lucha del proletariado por erguirse en clase y destruir a la burguesía a fin de disolverse y desaparecer como clase. Esta posición programática implica el rechazo total de todo tipo de táctica “revolucionaria”, “temporaria”, “indirecta” o con otra denominación, de todo tipo de acuerdo o frente con cualquier fracción de la burguesía. Programa y táctica no pueden separarse, jamás la táctica puede ser neutra, ella tiene un contenido de clase. Por ello, si las consignas pueden variar, según el estado de la lucha de clases, en definitiva siempre expresan la misma tensión hacia un mismo objetivo. La acción revolucionaría se desarrolla según los diferentes niveles de las fuerzas en presencia. Se dirige y centraliza a partir de consignas, directivas, que formalizan una estructura organizacional correspondiente al nivel de la lucha que contiene ya los elementos fundamentales para constituir una organización de la lucha a nivel superior, la Internacional. En ningún momento, los comunistas se extravían en proyectos en donde se esconde, se hace confusa, para finalmente recuperar, la lucha proletaria. Este fue uno de los grandes límites de las izquierdas italianas y belgas, es decir el no haberse mantenido en sus experiencias programáticas, surgidas de sus rupturas sucesivas con la socialdemocracia, para romper, con la IC, cuando se impuso la contrarrevolución en todas las directivas de la IC.
Entre el contenido de lucha expresado en el texto de Vandeborre que publicamos, entre la lucha intransigente contra la socialdemocracia y la lucha de argumentos, a la que llegan las izquierdas italianas y belgas en 1926, pretendiendo convencer a la dirección del PC de Italia, dirigido por la contrarrevolución, con la ideología de “evitar el envenenamiento de la atmósfera del partido”, hay una línea de clase determinante. Se trata de dos actitudes opuestas. La primera, en su rechazo de ceder al chantaje del aislamiento, en su rechazo de someterse al discurso de la unidad a todo coste, expresa la necesidad de mantener la lucha por el comunismo en el cuadro bien delimitado de las rupturas revolucionarias y, todo esto, a pesar de la sucesión de mareas revolucionarias y contrarrevolucionarias. La segunda es una actitud de conciliación, de suicidio programático. Será ésta la actitud que adoptará la “izquierda”, a todo lo largo de su presencia al interior de la IC. Ello concretará su debilitamiento frente a la involución de una organización, que no tenía en absoluto por función el desarrollo mundial de la revolución y que se consolidaba como una nueva versión de la socialdemocracia internacional.
Afortunadamente la historia no se detuvo en las tristes proposiciones para conciliar lo irreconciliable, es decir a las Tesis de Lyón. La izquierda italiana (7), una vez excluida del PC de Italia y de la Internacional, poco después del 3er Congreso del PC de Italia en Lyón 1926, se fue transformando, poco a poco a partir de 1928, en un organismo centralizado y totalmente independiente del PC y que será conocida por la publicación de la revista en italiano “Prometeo”. A pesar de que programáticamente siguió marcada por todos los contra golpes, de los años “silenciosos”, pondrá en cuestión su experiencia para llegar a la comprensión de la necesidad de sacar, en base de las experiencias adquiridas, un “balance” de la ola revolucionaria más importante de la historia. En noviembre 1933, aparece el primer número del Bulletin théorique de la Fraction de gauche du PCI (Boletín teórico de la Fracción de izquierda del PCI) en francés: “Bilan” (Balance), fruto de la colaboración con militantes de otros países y cuyo objetivo explícito fue el de “someter a la criba de la crítica y a la luz de los acontecimientos los congresos de la IC y de los diferentes partidos”. Así, comienza otro importante período de clarificación programática en la historia de las izquierdas comunistas a nivel internacional.
Siempre nos hemos sentido forzados a alzarnos contra los Jacquemotte y los Massart. Nunca “L’Exploité” (El Explotado), organización de los ex socialistas revolucionarios, pudo indicar al proletariado de este país la verdadera lucha a llevar contra su burguesía. Siempre se contentó con pintar de falso rojo las pálidas proposiciones democráticas de los social-patriotas. Sus obedientes jefes longuettistas (8) no supieron, ni al interior de las organizaciones ni en el seno de las masas, sostener el lenguaje claro necesario a los trabajadores sometidos y domesticados por el putrefacto régimen burgués, régimen que contribuyen a mantener con su trabajo. Sus viejas fórmulas de la “lucha de clases de preguerra” resumían todas sus concepciones sobre la acción revolucionaria impuesta a las masas en las condiciones actuales de la economía capitalista, condiciones, sin embargo, muy diferentes de aquellas que precedieron el conflicto de 1914.
En ninguna ocasión hemos visto forjarse, en los “Amis de l’Exploité”, la voluntad de acción que hubiese podido demostrar su rompimiento con las formas de lucha reformistas, sobre las que se construye la socialdemocracia. Su oposición en las asambleas del PO, sus ataques contra sus dirigentes aburguesados, siempre fueron tan imprecisos y tan desprovistos de base teórica que, hasta en las filas de los trabajadores hostiles a la colaboración ministerial, engendraban, por su superficialidad, confusión e incertidumbre.
En vez de señalar, a la clase obrera, que un duro combate puede liberarla y que tendrá que soportar, en esta lucha, los sacrificios más duros, que ella tiene que sublevarse constantemente contra la opresión burguesa y contra la tiranía de la burocracia sindical; que solamente puede contar con sus propias fuerzas para atacar a los patrones y para forjar las armas necesarias a la instauración de la dictadura proletaria, los jefes extremistas confinarán su propaganda a algunas reformas “revolucionarias” y a la oposición a la colaboración ministerial.
¿Acaso es necesario recordar el Wilsonianismo en el que estaban impregnados algunos números de “L’Expoité” de la post guerra? ¿Acaso debe recordarse el seguidísimo y el interés de reconstrucción centrista que animaron tan largo tiempo a sus mejores redactores? ¿Acaso debe recordarse el acuerdo de los jefes socialistas revolucionarios de la izquierda con los jefes reformistas de la derecha del POB sobre el programa en la crisis del paro? ¿Acaso todos ellos no aceptaron las reivindicaciones eminentemente comunistas de la requisición, por parte del Gobierno, de las materias primas y de las fábricas? Y, ¿acaso debe recordarse también sus declaraciones contre el impuesto sobre los salarios, por el impuesto sobre el ingreso, contra la guerra, etc.? Todas ellas son manifestaciones, a cada cual más, platónicas y empapadas de la más pura demagogia.
Claro está que lo haremos y recordaremos al nuevo partido mucho más que todo esto. Con la más vigorosa crítica analizaremos su acción pasada y demostraremos claramente su impotencia.
Las palabras pronunciadas por Jacquemotte y Massart, si no fuesen una declaración de guerra al Partido existente podrían ser recibidas con beneplácito y requerirían de nuestra parte una actitud enérgica. Estamos bien decididos a no situarnos en el terreno de los formalismos. No tenemos la “enfermedad infantil” de la afiliación a la IIIª Internacional. Esta afiliación se impone por la necesidad de acuerdo en la acción revolucionaria internacional.
Desde hace un año, la feroz lucha que llevamos tiende a que esta afiliación sea un lazo viviente, nos vinculamos a los otros Partidos comunistas del mundo a partir de una actividad revolucionaria consciente de las necesidades de la lucha internacional.
Lentamente, con grandes dificultades, hemos llegado a agrupar una fracción de proletarios consagrados a la propaganda comunista, que no se ha contentado con aceptar platónicamente las tesis de la IIIª Internacional sino que se ha dotado de la base teórica necesaria a la acción de vanguardia revolucionaria en Bélgica. Ha contribuido a la construcción de las tesis de la IIIª Internacional y ha intentado aplicarlas en las formas de la vida económica que existen en nuestro país.
Con el examen de las experiencias de la lucha obrera, el estudio constante de los acontecimientos que se desarrollan bajo nuestros ojos, la experiencia de nuestra propia acción, procuramos determinar las directivas de nuestra lucha en base de los principios de la Internacional comunista.
Rechazamos el parlamentarismo, pues solamente puede perjudicar la acción revolucionaria, combatimos la formación de partidos de masas, pues inevitablemente están condenados, como toda la socialdemocracia, al reformismo y a la traición.
Llamamos a las masas para que luchen contra la burguesía, como también contra los jefes sindicales y contra todo lo que le impida la acción espontánea y directa de los trabajadores.
No tenemos la pretensión de organizar la revolución, esta no se organiza desde arriba. Massart puede ponerse de acuerdo, en esta cuestión, con Serrati y Lévi, nosotros marcharemos al lado de las fracciones obreras en sus duras y mortales luchas contra la reacción, incluso cuando el movimiento vaya hacia una derrota momentánea, cuando debilitadas, abandonadas por sus jefes se lanzan al asalto del capital, porque sienten vibrar en ellas aquello que ninguna burocracia, fuera ella comunista, puede darle: la voluntad de atacar.
Un Lévi, un Serrati, organizadores de la revolución, adversarios de la acción espontánea de los trabajadores, fueron, en las luchas del proletariado de Italia y Alemania, los negadores de la revolución.
Nosotros luchamos, tanto al interior de nuestras organizaciones como en las filas de los trabajadores, para hacer desaparecer del cerebro proletario la ideología pequeño burguesa que lo ata aún psicológicamente a la sociedad presente.
Los comunistas tienen que liberarse de las fútiles concepciones humanistas y tienen que enseñar a los proletarios a afirmarse como fuerza, actuando con violencia, sin someterse a consideraciones engañosas y sentimentales.
Es por ello que solamente queremos tener a nuestro lado a los elementos más seguros. Muchas debilidades socialdemócratas se encuentran en los rangos de las vanguardias revolucionarias, para que no seamos implacables con respecto a todos aquellos que permanecen sumergidos en contemplaciones estériles.
Sean cuales fuesen los resultados de las negociaciones eventuales, continuaremos a combatir, con la máxima fuerza y con la máxima firmeza intransigente, el embauque y la demagogia.
Por la acción y en la acción nos encontraremos con aquellos que acuerden con nosotros.
V.G.
L’ouvrier communiste, que al principio se llamó Reveil Communiste (Despertador Comunista), tuvo como principal animador al militante revolucionario Michelangelo Pappalardi y se distingue, de otras agrupaciones en la época, porque desde un principio critica al conjunto de la «herencia» leninista. Primero en desacuerdo con las oscilaciones oportunistas de la fracción comunista italiana frente a Trotsky (participación de esa fracción en la oposición de izquierda y en la publicación -«Contre le courant»-, es decir «Contra la corriente»), las divergencias de este grupo se extendieron, luego, a un conjunto de puntos esenciales: la cuestión sindical (ver el texto presentado), la cuestión «rusa», la cuestión del partido, la cuestión nacional, etc. Poco a poco, esos núcleos de militantes se aproximarán a las experiencias y a las posiciones de otras izquierdas comunistas y, particularmente, a las de las llamadas izquierdas germano-holandesas (KAPD). Desgraciadamente, esa actitud anti doctrinaria, de tentativa de síntesis de los aportes de las distintas izquierdas comunistas, se convirtió luego en una adopción acrítica de las tesis consejistas y en la degeneración de L’Ouvrier communiste, hasta su hundimiento en el pantano de la ideología anarquista, particularmente bajo la influencia de la pareja A.-D. Prudhommeaux. Parte de ese grupo reintegrará, desde entonces, la fracción comunista italiana que, a partir de 1933, crea la revista Bilan (Balance, ver nuestras numerosas presentaciones de ese grupo), y desde allí seguirá desarrollando un trabajo esencial de critica del conjunto de la «herencia leninista» (1).
El texto « ¿Conquistar los sindicatos o destruirlos? » no debe tomarse como una postura definitiva al respecto, sino como un punto de partida importante para la comprensión y la práctica invariante de los comunistas, contra y fuera de todas las estructuras del Estado burgués, incluyendo las seudo-obreras. En ese sentido, el artículo sigue llevando la huella de la época en la que fue producido. Así, cuando rompe con la ideología leninista, que sostiene que hay que «conquistar a toda costa los sindicatos», lo hace basándose en un análisis que reutiliza, en parte, los conceptos leninistas, o sea esencialmente socialdemócratas. Es el caso de «aristocracia obrera» como una explicación formal y economicista de la «corrupción» y de la «traición» de los sindicatos y de la socialdemocracia. Ya hemos criticado el concepto burgués de «aristocracia obrera» (2), basado en una comprensión «económica, mecanicista vulgar y sociológica de la clase». En nuestra revista Le communiste n° 10-11, en su día pusimos en relieve el proceso fundamental del asociacionismo obrero contra todas las barreras capitalistas, incluidas las que impone el capital en el seno mismo del proletariado. Por otra parte, una base implícita del texto, que publicamos a continuación, sigue siendo el análisis decadentista del modo de producción capitalista que, supuestamente, implicaría diferenciaciones en los intereses y las necesidades de los proletarios según las épocas. También hemos criticado ampliamente esa tesis reformista (3), afirmando la invarianza de las posiciones comunistas, lo que a su vez es producto de que las necesidades e intereses históricos del proletariado son siempre los mismos. Lo que cambian no son por lo tanto aquellas posiciones esenciales, sino que las mismas resultan cada vez más nítidas a través de todas y cada una de sus luchas. Como dice Bordiga en la reunión de Nápoles de 1951 en las que se abordó el tema las «Lecciones de las contrarrevoluciones» (Invariance Número 4): «No tenemos que olvidar que el reformismo empezó precisamente afirmando y pretendiendo probar que nada es estable, que todo se transforma de manera microscópica y que el capitalismo de 1855 no era el de 1789. El marxismo respondió y responde que existen momentos de crisis, pero que no engendran distintos tipos de capitalismo (...) El capitalismo siempre es uno, desde su nacimiento hasta su muerte» (4).
Del mismo modo, si bien es cierto que L’Ouvrier communiste denuncia abiertamente el carácter contrarrevolucionario del Estado en la Unión Soviética, lo hizo usando fórmulas y explicaciones erróneas y próximas del trotskismo tales como «Estado bonapartista» y «revolución no puramente proletaria». No puso en evidencia el carácter mundial de la dictadura del capital y, por lo tanto, la existencia en Rusia de un Estado puramente capitalista, administrado y defendido por una clase burguesa y no por una «casta burocrática». Ver al respecto la polémica que se desarrollará entre L’Ouvrier communiste y el grupo Prometeo.
Además, L’Ouvrier Communiste, aunque pretenda criticar la separación entre las luchas denominadas económicas y las llamadas políticas, reproduce dicha dicotomía socialdemócrata en varias formulaciones, sin ver hasta que punto la lucha proletaria (así como el capital al que enfrenta) es una e indivisible. No hay más que una sola lucha del proletariado, que expresa, a distintos niveles de intensidad, de fuerza, de conciencia, etcétera, los mismos intereses y necesidades globales: la destrucción de arriba abajo del sistema de la esclavitud asalariada. El movimiento comunista es un movimiento social que abarca pues todos los aspectos de la realidad social, precisamente para destruir a esta última como totalidad y no como una suma de aspectos parciales. No hay pues un «movimiento económico» que es supuestamente el embrión de «un movimiento político»: solo hay un movimiento social (determinado en su intensidad por el antagonismo entre proletariado y burguesía) que se enfrenta al conjunto de la sociedad y a su Estado. También hay, en el texto, una serie de análisis que preludian la desviación consejista, que los «Grupos obreros comunistas» conocerán ulteriormente sobre todo cuando le dan un valor «en sí» a los consejos, como si fueran antagónicos a los sindicatos contrarrevolucionarios. Es decir, como los consejos fuesen en sí la solución revolucionaria. Ahora bien, toda la historia del movimiento obrero y, en particular, la experiencia revolucionaria en Alemania entre 1918 y 1923, nos muestra que la revolución no es una cuestión de forma de organización sino de contenido, ya sea revolucionario o contrarrevolucionario (contenido, pues, que determina su «forma» aún cuando esta es la herencia de un pasado proletario). Por eso, la apreciación de Rosa Luxemburgo (que nunca rompió realmente con la socialdemocracia, ni con las concepciones pacificas, democráticas, sindicalistas, parlamentarias, reformistas,...) que afirmó haber «sacado las lecciones de la gran guerra» no nos convence en absoluto. Para nosotros, el «luxemburguismo» solo fue uno de los últimos obstáculos radicales que impidieron la ruptura con la socialdemocracia y con los sindicatos desacreditados por su participación activa en la guerra. El luxemburguismo siguió manteniendo casi todas las posiciones burguesas de la socialdemocracia. En Alemania solo los ISD-IKD (opuestos a Luxemburgo y reales precursores del KAPD) materializaron un momento importante en el rompimiento con la contrarrevolución socialdemócrata. «El «luxemburguismo» no es más que la versión liberal del leninismo (y más tarde del estalinismo), no es por casualidad que el luxemburguismo unificó luego a todo el democratinismo desde los estalinistas hasta los humanistas. La ideología luxemburguista es, como su prima leninista, la perfecta continuación de la tradición socialdemócrata, que como otros, a pesar de utilizar el nombre de Marx, no es más que una vulgar mezcla de Proudhon y de Lassalle.
De igual manera, la subestimación de la acción de las minorías revolucionarias, y del papel de vanguardia que deben desempeñar los comunistas, es un preludio de la degeneración de L’ Ouvrier communiste hacia la ideología consejista.
Hemos realizado estas observaciones (podrían relevarse otras) para potenciar una mejor utilización militante y crítica de esta «memoria obrera». Solo nos falta volver a afirmar la importancia de la actividad de L’Ouvrier communiste que, más allá de sus límites en una época de afirmación contrarrevolucionaria y enorme aislamiento de las minorías revolucionarias, ha intentado reapropiarse, basándose en la experiencia vivida del proletariado, de nuestro patrimonio colectivo e impersonal de clase. Uno de los principios esenciales de ese patrimonio es que la naturaleza pasada, presente y futura del sindicalismo es contrarrevolucionaria. Más globalmente, esas minorías revolucionarias son la expresión histórica de la ruptura entre comunismo y socialdemocracia en su expresión leninista, de la denuncia del carácter capitalista del estado ruso y del hecho, en esos años innegable, de que todas las “tácticas leninistas” (sindicalismo, parlamentarismo “revolucionario”, “liberación nacional”, introducción de la conciencia desde el exterior de la clase…) lejos de servir al proletariado habían servido y servirían siempre a la contrarrevolución.
Sin embargo, si nos referimos a la época actual, hay que constatar que los sindicalistas han especulado de forma indigna con la vieja opinión de Marx, para atribuir a las formas sindicales la exclusividad del papel revolucionario. En Francia e Italia se desconoce en general el hecho de que Marx, como observador escrupuloso del desarrollo de la lucha de clases y como adversario incansable de cualquier conclusión dogmática, revisó su punto de vista a la luz de la experiencia histórica. Se dio cuenta de que los sindicatos, estancados en los pantanos de la resistencia económica, ya no eran los órganos naturales de la lucha de clases, contrariamente a lo que siguen afirmando los epígonos de la escuela leninista (Trotskistas, Bordiguistas, Brandleristas...), y de que su función se limita a resistir la tendencia de los capitalistas de disminuir lo máximo posible los gastos de existencia del capitalismo.
Está probado que esa resistencia de los sindicatos no puede aportar ninguna mejora real y general en la situación obrera. En los límites de la sociedad capitalista, la lucha económica no permite al obrero más que perpetuar su vida de esclavitud, incluso cuando las crisis de desocupación dejan sin medios de existencia a una gran parte de las masas.
Por otro lado, Marx constató que los sindicatos no desempeñaban el papel de educadores revolucionarios del proletariado, papel que, según él, era el elemento esencial de la lucha de clases hacia la victoria del socialismo. Es evidente que ningún revolucionario debía perder de vista ese punto de vista fundamental, que contenía en sí mismo la liberación del proletariado y de toda la sociedad. Lo que Marx no podía saber todavía, era que las organizaciones sindicales acabarían en los pantanos de la colaboración de clase como pudimos comprobar durante y después de la guerra.
Tras la guerra mundial y la revolución rusa, en el movimiento comunista se enfrentaron dos tendencias que daban al problema sindical soluciones completamente distintas. Los leninistas preconizaban la necesidad de conquistar los sindicatos, sea remplazando a los jefes reformistas por jefes comunistas, sea revolucionando los sindicatos reformistas. Los extremistas de Alemania y los tribunistas de Holanda preconizaban, la destrucción de los sindicatos oponiendo, como instrumentos de lucha directa de la clase proletaria, los consejos revolucionarios que surgieron espontáneamente en Alemania, durante los movimientos insurreccionales de 1918 y 1919.
Obviamente, estas dos tendencias se manifestaron con grados intermediarios. Hubo quien, ya fuera comunista o sindicalista, preconizó el abandono de los sindicatos reformistas para formar sindicatos revolucionarios. De hecho, el leninismo remarcó, sobre todo durante la guerra, la naturaleza contrarrevolucionaria de los sindicatos y la naturaleza burguesa de su burocratismo. Pero curiosamente dicho análisis no lo empujó a adoptar una posición más radical al respecto. En 1920 la escuela leninista, basada en la necesidad que resentía de captar la simpatía de las masas, condujo al movimiento revolucionario a entrar en el vicioso círculo de la conquista de los sindicatos. En realidad, la teoría según la cual los sindicatos eran los órganos naturales del proletariado no tenía ninguna justificación histórica. Si bien en sus orígenes podían haberlo sido, durante y después de la guerra ya habían dado prueba de su degeneración. Convirtiéndose, entonces, no sólo en órganos no-revolucionarios, tal como Marx los había definido, sino también en órganos que habían llevado a la colaboración de clase y a la victoria de las fuerzas contrarrevolucionarias. Por eso tuvimos tanto disgusto cuando leímos el discurso de Bordiga, del 2° congreso del Komintern, acerca de la cuestión parlamentaria, que sostenía que «el sindicato, aún cuando es corrupto, sigue siendo un centro obrero». Esa afirmación es tan infantil que cualquiera podría deducir su inconsecuencia. Bordiga, al querer legitimar la teoría leninista de la conquista, legitima la posibilidad de dicha conquista incluso en órganos sindicales reaccionarios y corporaciones fascistas. Esa manera de concebir el problema sindical es abstracta y a-histórica. Si los sindicatos se corrompen no es por la existencia del reformismo. Al contrario, el reformismo es un producto de la evolución de los sindicatos en un sentido contrarrevolucionario. El revisionismo, en Alemania, se desarrolla dentro de la socialdemocracia y la domina, pero tiene sus raíces y su fuerza en los sindicatos. La teoría de la conquista de los sindicatos, que admite la regeneración sindical, parte evidentemente del punto de vista de que son las fuerzas exteriores las que han corrompido a los organismos de resistencia proletaria y que hay que echar esas fuerzas para poner, en su lugar, a fuerzas revolucionarias. Si se parte del punto de vista de que la corrupción sindical, como fenómeno histórico, encuentra su fundamento en la naturaleza del sindicato, no tiene ningún sentido el querer conciliar las nuevas formas revolucionarias con las formas caducas y corruptas de la lucha de clases. Sin embargo, según la teoría de la conquista de los sindicatos, las elites políticas revolucionarias, cuyo embrión se encontraba ya en la socialdemocracia internacional, antes y durante la guerra, y que se manifestaron en los núcleos y partidos comunistas al acabarla, son los órganos surgidos para revolucionar las masas en el viejo organismo sindical. ¡Pero se va más allá! Los consejos de fábricas, que no son el producto de una acción de manipulación de las masas (especialmente los que se formaron en Alemania después de la guerra) y que entran en su forma y actividad revolucionaria en conflicto con los sindicatos. no tienen ninguna importancia para los partidarios de la teoría de la conquista de los sindicatos. Efectivamente, la teoría de la conquista de los sindicatos, cegándose con el conflicto entre sindicatos y consejos, redujo a estos últimos al rango de órganos legalizados, subordinados, a la línea contrarrevolucionaria de la CGT alemana. Así la naturaleza antidialéctica de esta teoría se pone en evidencia con la experiencia histórica del movimiento alemán. Niega el conflicto entre los consejos revolucionarios y los sindicatos, es decir entre las fuerzas proletarias en la fábrica y la burocracia sindical. Pretende emplear las nuevas fuerzas políticas para regenerar a los sindicatos, pero toda la actividad de los conquistadores de los sindicatos no impide que esas formas, que quedan por regenerar, se corrompan cada vez más. No impide la aplicación del arbitraje obligatorio: es más, las fuerzas que luchan por conquistar los sindicatos están obligadas a maniobrar dentro del ámbito de la colaboración de clase. El leninismo, que siempre se ha enorgullecido de estar por la destrucción del Estado, no comprendió que los órganos corruptos también debían destruirse. Con respecto a los sindicatos, se manifestó totalmente reformista por no decir reaccionario. La actividad revolucionaria de las elites políticas del proletariado no debería considerar nunca a los sindicatos dentro del proceso histórico, no debiera ocultar nunca los conflictos ni pretender resolverlos con un sistema de estrategia hacia atrás. El fracaso de esa estrategia leninista es hoy incuestionable, considerando los resultados que acabamos de resaltar nadie lo puede negar. Es totalmente inconsecuente el que quienes quieren conquistar los sindicatos se cojan a esa teoría como a un salvavidas, pues la experiencia histórica la ha condenado definitivamente. A las organizaciones corruptas no se las conquista sino que hay que destruirlas.
El «extremismo infantil», al que el leninismo (reforzado por sus éxitos temporales) dirigió sus críticas en 1920, no varió su teoría sobre la destrucción de los sindicatos; a pesar de la ola de entusiasmo leninista que, en ese entonces, cegó la mente de muchos revolucionarios. Y es que esa teoría no era abstracta, ni anti-dialéctica, ni pretendía aplicar sistemas anodinos a la historia. El leninismo logró, a través de la gran difusión de sus teorías y de sus concepciones, propagar una caricatura del extremismo. El mismo Bordiga contribuyó a desfigurar el extremismo al asemejarlo al sindicalismo, en su discurso del 2° congreso del Komintern, cuando la teoría «destructiva» del extremismo justamente es antisindicalista. El sindicalismo idealiza las formas sindicales, ve en ellas la renovación eterna de las fuerzas revolucionarias. En el sindicato, el socialismo logra su objetivo, sus formas perfectas. En resumen, para esa teoría, el sindicato es la única forma, la forma eterna que siempre se rejuvenece en la lucha de clases. Así, el sindicalismo, identifica la lucha de clases con el sindicato y, en eso, no se alejaría mucho del leninismo, si la cuestión del partido no estuviese allí para separarlos.
El radicalismo o extremismo se dio cuenta de las modificaciones que el proceso histórico aportó a las formas de la lucha de clases. Vio bien que lo que es corrupto nunca podrá sanarse. Es el producto de las experiencias de la historia de la lucha de clases en Alemania; es una fuerza viva que sobresale del desarrollo de la revolución. No es una teoría abstracta, como lo es el sindicalismo, no es un anacronismo en la revolución proletaria de Europa occidental, como lo es el leninismo. En Alemania, el revisionismo había preconizado la colaboración de clases y, teniendo sus raíces en las organizaciones sindicales, había invadido todos los medios socialdemócratas. La guerra estalla, el revisionismo triunfa. La burocracia sindical y la aristocracia obrera ya habían infectado a la socialdemocracia y a los sindicatos. Eran el producto del desarrollo capitalista y de las formas meramente económicas que había asumido la lucha de clases. Esas formas puramente económicas de lucha por las reivindicaciones parciales alimentaron, en el seno de la clase obrera, el social-chovinismo y la creencia de que las mejoras del proletariado eran posibles dentro del régimen capitalista. Obviamente, ese prejuicio llevaba a los obreros a creer que su bienestar dependía, ante todo, de la supremacía de su patria capitalista (ese prejuicio sigue siendo común hoy en día entre los obreros franceses). Así la lucha por los medios de existencia llevó, a través de las formas sindicales, a la colaboración de clases. La guerra integró el aparato burocrático de los sindicatos en el aparato gubernamental de la burguesía (lo que también ocurrió en Francia con la CGT). La colaboración de clases fue proclamada oficialmente por los órganos sindicales, que negaron la posibilidad de la lucha de clases durante la guerra y que incitaron a los obreros a la guerra capitalista, como fieles lacayos del imperialismo.
La clase obrera alemana se encontró, así, frente a un fenómeno histórico que convertía a órganos, originalmente clasistas, en armas dóciles en manos del capitalismo. Sin duda alguna, los sindicatos habían luchado por las ocho horas, por los aumentos de salarios, habían sabido aprovechar los momentos de coyuntura económica para arrebatarle al capitalismo concesiones que tuvo que respetar, inclusive durante los periodos de crisis. Pero esas concesiones eran relativas, considerando el desarrollo gigantesco del capitalismo y de sus ganancias. Eran, como lo mostraron los eventos posteriores, extremadamente precarias.
Los resultados de la lucha, por los medios de subsistencia, llevaron a la formación de sindicatos que abarcaban a millones de obreros. En la cumbre de esos organismos se formó un aparato burocrático centralizado y numeroso. Esa capa burocrática, centraba sus fuerzas en la parte más privilegiada de la clase obrera, la aristocracia obrera. Ésta, que nunca comprendió las aspiraciones de las capas inferiores del proletariado, no podía tener un carácter revolucionario y clasista. Al contrario, se alejó totalmente, en sus costumbres, de la clase de la cual provenía. Así, su ideología se volvió capitalista y conservadora. Efectivamente, la conservación de esta capa social solo era y sigue siendo posible por medio de la perpetuación del régimen capitalista. La meta de la revolución proletaria es la supresión de todo lo que es parasitario en la sociedad. Ahora bien el burocratismo no es más que un fenómeno parasitario que el auge del capitalismo ha desarrollado y que las clases explotadoras han, en su interés, favorecido y sostenido. El burocratismo estatal tuvo un crecimiento increíble bajo la dominación burguesa incluso en países en los cuales al principio solo era un elemento menor. El burocratismo sindical funcionó, en su desarrollo, junto con el burocratismo de Estado. En Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, esos dos elementos sociales no se diferencian en absoluto. No es nada extraordinario que el burocratismo sindical haya absorbido la ideología burguesa ni que haya intentado, ciertas veces con éxito, la mistificación de la ideología proletaria y la corrupción de la propia clase obrera. Al alejarse de la clase obrera, como fuerza histórica revolucionaria y colaborar con el capitalismo, la burocracia sindical idealizó su condición social en una teoría de colaboración interclasista y, naturalmente, extendió dicha teoría a toda la clase obrera.
Hay quienes explican el fenómeno de colaboración entre sindicatos y Estados como un fenómeno transitorio, como una consecuencia de un periodo de calma en la lucha de clases. Esos elementos idealizan al sindicato. Hacen de él una forma eterna de la lucha de clases. No comprenden la diferencia que existe entre el proceso entero de la lucha de clases y sus formas, que no siempre son las mismas. Creen incluso que, como a diferencia de ellos, nos oponemos a la idealización de las formas (que los hace identificar “lucha de clases” con “forma sindical” NDR) estamos negando la lucha de clases.
El mismo Trotsky no se dio cuenta de que las formas naturales de la lucha de clases, hace algún tiempo, ya no son los sindicatos. Afirma, en su documento acerca de 1917, que en otros países que Rusia, los órganos de la revolución serán probablemente, además de los comités de fábrica, los sindicatos. Esta es una evidente confusión. El eclecticismo lleva a Trotsky a sostener que esas dos formas de la lucha de clases son idénticas. Según esa concepción, el sindicalismo puro se mezcla con el radicalismo, la antitesis histórica de esas dos formas desaparece y la ideología burocrática es asimilada a la ideología puramente proletaria. El reformismo hace frente único con la revolución. Por cierto, es sorprendente que los elementos de «Revolución Proletaria» no se hayan apercibido todavía de aquel argumento que León Trotsky les atribuye con tanta ligereza. A través de la idealización de los sindicatos, esos elementos han desembocado, hoy en día, en la idealización de la apología del laborismo. Louzon, el líder teórico de la liga sindicalista, ha logrado encontrar el punto de unión entre lo económico y lo político en el laborismo ingles y belga, sobre la base de un determinismo geográfico que no tiene nada que ver con el determinismo histórico y materialista. Resolvió, práctica y consecuentemente, los problemas de la revolución en el terreno ideológico de la liga sindicalista, que Loriot planteó teóricamente en su folleto. Le dio una forma viva al espectro ideológico de Loriot. Chambeland fue más allá, acercando prácticamente la liga sindicalista al laborismo y haciendo una apología muy diplomática de la conciliación obligatoria, a posteriori. Pierre Naville, que aún no ha encontrado una forma precisa para su surrealismo revolucionario, añade un toque apologético a ese cuadro laborista: ¡La honradez revolucionaria! No es posible imaginar nada más grotesco que atribuir al sindicato el papel de dirección en la revolución. ¡El sindicato, que ha quebrado todos los movimientos revolucionarios, con su colosal e infecto burocratismo! ¡El sindicato que en Rusia es, hoy en día, el arma del Estado bonapartista para mantener el régimen del triangulo en las fábricas soviéticas! ¡El sindicato que, en Italia, ya no se encuentra más que en las formas de la pura opresión del proletariado, a través de las corporaciones!
Quienes han idealizado el sindicato hasta verlo como el órgano más sensible, e incluso más revolucionario durante la dictadura del proletariado, no han considerado los resultados de un siglo de lucha de clases. No han visto, y siguen ahora sin ver, que, si bien por un lado, la lucha de clases ha creado al sindicato, hoy en día para alcanzar formas mas elevadas, formas revolucionarias, ya no puede realizarse a través de las organizaciones sindicales. No comprenden que si el punto de partida de la lucha de clases suele ser puramente económico, el desarrollo de la conciencia va, históricamente, más allá del impulso puramente económico. Dicha concepción rebaja la dialéctica materialista al nivel de una teoría puramente utilitarista. Quienes la sostienen no han comprendido que las formas económicas de la lucha de clases contrastan con las formas revolucionarias, precisamente porque las primeras ponen un límite a estas últimas.
Sin duda la lucha económica ofreció, y sigue ofreciendo, un campo de experimentación que, por cierto, se encuentra cada vez más reducido. Incluso las agitaciones económicas son muchas veces (no siempre) el punto de partida de agitaciones revolucionarias. Esa tendencia de los movimientos económicos a convertirse en movimientos políticos es un fenómeno que se explica por la naturaleza de las clases. Pero esa tendencia espontánea no puede servir a la realización de la revolución por sí sola. De lo contrario, la revolución ya se habría realizado hace tiempo.
El elemento de espontaneidad revolucionaria encontraba sus límites en la falta de experiencia de la clase obrera. Esos límites llevaban a las masas a sus posiciones económicas iniciales. Los sindicatos han sido y son la expresión organizada de esos límites.
En ciertos periodos, la espontaneidad de la lucha de clases y sus movimientos tienden a generalizarse y a ser cada vez más potentes. En Alemana e Italia, en la época de mayor efervescencia revolucionaria, desembocaron en la formación más o menos incompleta de los consejos de fábrica. En Italia la espontaneidad del movimiento revolucionario revistió una forma original desde el punto de vista histórico. En la ocupación de fábricas, la espontaneidad del movimiento llevó a la clase obrera hasta la expropiación directa de las fábricas, sin ser realizada por el decreto de algún gobierno constituido, sino por la acción de las masas obreras más avanzadas. Por cierto, no se debe confundir esa acción revolucionaria con la acción puramente sindical, la cual nunca ha llegado más allá de la defensa de una escala móvil y de una política de tarifas, un absurdo desde el punto de vista revolucionario. El movimiento de los metalúrgicos italianos rebasa precisamente los límites de lo que se suele llamar lo económico. Aquí se nos podría hacer notar que, desde el punto de vista marxista, nada es puramente económico y que todo movimiento económico es un movimiento político embrionario. Hemos puesto de relieve de que todo movimiento económico del proletariado tiende a convertirse en un movimiento político y hemos remarcado también que existen fuerzas que reducen esos movimientos al ámbito de lo económico. Y es que el elemento económico tiene un doble aspecto; se desarrolla basándose en un dilema: la lucha por los medios de existencia o la lucha por la revolución. Hasta la fecha, hay muy pocos ejemplos en que ese dilema haya encontrado una solución histórica revolucionaria, y cuando ha ocurrido siempre ha sido fuera de las formas de organización sindical. El ejemplo de la ocupación de las fábricas nos muestra el camino que tomará la revolución en un porvenir próximo en Italia. Superó, en su espontaneidad, a todos los métodos precedentes de lucha. Además se presentó como un fenómeno de unidad real. Primero fue una iniciativa de los metalurgistas, pero después se extendió entre otras categorías. De no haberse detenido dicho movimiento habría alcanzado a toda la clase obrera. Muchos creen que fue el producto de la acción sindical de la federación metalurgista. En sus memorias Angélica Balabanoff pretende disminuir la importancia de ese movimiento, aludiendo a un movimiento similar que, al parecer, fue provocado por los fascistas previamente a la ocupación de las fábricas en septiembre 1920. Sin darle importancia al gran movimiento de septiembre y sin analizar en absoluto sus causas y su desarrollo. Es obvio que para ella, como para tantos más, solo se trató de una acción puramente sindical.
La ocupación de septiembre fue precedida por dos movimientos muy significativos, el de los consejos de fábrica en Torino y el de la ocupación de la Kliani y Silvestri en Nápoles. El primero fue llevado, por los elementos comunistas de Ordine Nuovo (5), hacia un terreno puramente reformista de control de la producción. La ocupación de la Fliani y Silvestri fue un síntoma muy significativo de las tendencias revolucionarias que agitaron a las masas italianas. Este movimiento, que no tuvo lugar en el centro industrial de Nápoles lo que incrementó su aislamiento, se resolvió con la resistencia de los obreros frente a las fuerzas policiales y por el asesinato de un miembro del Soviet, que se había constituido dentro de la fábrica ocupada. La gran ocupación de septiembre de 1920 fue provocada por la ocupación espontánea por parte de los obreros de algunas fábricas de Liguria y de Milán. Fue tras esos movimientos cuando la Federación de los Metalurgistas tomó la iniciativa de ocupar fábricas, lo que por lo demás habría ocurrido aun sin la voluntad de los dirigentes del movimiento sindical. Y no fueron solo los obreros de esa organización, sino la totalidad de los obreros metalúrgicos los que participaron en dicho proceso... Los dirigentes de la Federación declararon que el carácter del movimiento era puramente económico. El movimiento de los consejos, que se desarrolló durante la ocupación de las fábricas, preocupó, extremadamente, a los funcionarios sindicales, que le propusieron, tal y como lo habían hecho los Ordinovistas en Torino, el papel reformista de control de la producción. Es bastante raro y contradictorio que Bordiga se haya servido de este argumento para condenar al «Oridinovismo» y, que a su vez, reivindique el papel clásico de la CGT italiana. Bordiga demuestra no haber comprendido la realidad del conflicto que tuvo lugar durante la ocupación de las fábricas en Italia. Evidentemente, para él, la tradición clasista de la CGT italiana ganó sobre los consejos que incluso le parecieron ser órganos reformistas. Obviamente, la forma con la que los ordinovistas y reformistas italianos intentaron dar a los comités de fábrica fue reformista. Pero su forma real tendía a realizarse como hegemonía política y en esto era revolucionaria. El desarrollo ulterior de la ocupación de las fábricas hubiera atribuido a los consejos de fábrica el papel de dirección política. No obstante, los límites de lo económico, representados por la Federación Metalúrgica, por la CGT italiana y por todas las organizaciones sindicales (Unión sindical Italiana, Federación de Estibadores, Sindicato de Ferroviarios...) y políticas, le impusieron los límites económicos a los movimientos o, lo que es lo mismo, aceptaron ese hecho sin oponer resistencia. Entre ellos también se hallaban los elementos que, cuatro meses más tarde, fundaron el Partido Comunista en Livorno. El movimiento de septiembre 1920 en Italia da prueba, una vez más, que si el punto de partida económico puede llevar al proletariado hasta posiciones espontáneamente revolucionarias, los sindicatos tienden a llevarlo nuevamente a su punto de partida. La victoria de los consejos en Italia hubiera significado el fin de las organizaciones sindicales. La aristocracia obrera en Italia se había desarrollado poquísimo y la burocracia sindical era, comparada con la de otros países, relativamente limitada, aunque no era ni menos corrupta ni menos astuta.
Las organizaciones sindicales, encabezadas por socialistas de extrema izquierda, anarquistas y sindicalistas revolucionarios fueron órganos que se opusieron a la marcha de la revolución, a la par de los demás. La cercaron en los límites de lo económico y provocaron la ofensiva reaccionaria y el fracaso del proletariado. Aquellas organizaciones cuyo maximalismo verbal, por parte de sus jefes, expresaba por lo general el temor de las masas revolucionarias, fueron, en el proceso revolucionario de la lucha de clases en Italia, organismos contrarrevolucionarios. El camino de la revolución en Italia, como en el de otras partes, no es el de los sindicatos. La tentativa de renovación de la experiencia sindical, tras el fin ignominioso de este movimiento, es un anacronismo contrarrevolucionario. Colaborar en la restauración de órganos, que la revolución ya ha definido como enemigos, significa trabajar en el sentido de la contrarrevolución.
«Prometeo» ha constatado que negamos toda forma de organización de masas en Italia. Desde que nos fuimos de la fracción bordiguista, empezamos a pensar con un cerebro más libre. Miramos la realidad sin ningún compromiso disciplinario ni cretinismo dogmático y era un tanto distinta a la que se nos había hecho ver. La realidad que vimos y examinamos no era el sueño de nuestro pensamiento, sino la historia del movimiento clasista en Italia. Efectivamente, existen organizaciones de masas en Italia, son las corporaciones fascistas que, a la par de los sindicatos en Alemania, en Rusia, etc.., son las cárceles de la conciencia de clase, del espíritu proletario. Las corporaciones son, con respeto a los sindicatos, lo que el fascismo es con respecto al reformismo. Es decir, dos cosas perfectamente análogas y complementarias. Esa es la experiencia extraída en lo espontáneo: allí donde los sindicatos no se caracterizaron por una potente burocracia y una fuerte corrupción de la aristocracia obrera, igualmente cumplieron un papel contrarrevolucionario, llevando a los obreros progresivamente a la colaboración de clase o al fascismo económico.
La enorme influencia que tuvo el movimiento de los consejos de fábrica en las corrientes ideológicas de Alemania puso de relieve la importancia y la significación histórica del conflicto entre sindicatos y consejos revolucionarios y demostró la necesidad de destruir los sindicatos.
Reconozcamos primero que, aún antes de la guerra, Rosa Luxemburgo ya había planteado el conflicto entre la lucha por el trozo de pan y la lucha por la revolución, especialmente en el folleto «Sozial-reform oder Revolution». Como la teoría no es capaz de resolver de antemano los problemas, Rosa Luxemburgo no podía prever las formas concretas de esa lucha. Los consejos aportaron esa solución histórica al gestarse y desarrollarse en las fábricas como órganos de la lucha revolucionaria. No porque, simplemente, fueran organismos preferibles a los sindicatos por su estructura organizadora, sino porque fueron el producto de un nivel elevado de conciencia histórica.
En Francia, se desconoce o ignora la influencia que ejerció el movimiento de los consejos sobre los mejores teóricos y combatientes revolucionarios, como Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.
En el «Discurso sobre el Programa», pronunciado el 30 de diciembre de 1918 en el Congreso de fundación del Spartacusbund y cuya traducción se encuentra en los números 11 y 12 de Lutte de Classes, Rosa Luxemburgo realizó la siguiente apreciación sobre el movimiento de los consejos revolucionarios:
«Compañeros, ese es un campo enorme por labrar. Es preciso preparar desde abajo el poder de los consejos de obreros y soldados, pues cuando derribemos el Gobierno Ebert- Scheidemann u otro parecido no será más que nuestro último acto.
(...) Debemos tomar el poder y debemos plantear el asunto de la toma de poder de la siguiente manera ¿qué es lo que cada consejo hace, puede hacer o debe hacer Alemania?
(...) «La dirección de las luchas económicas, y su amplificación en vías cada vez más extensas, debe estar en manos de los consejos obreros».
Al atribuir la dirección de la lucha económica a los consejos de fábrica, Rosa Luxemburgo, en realidad, ¿no estaba negando el papel desarrollado por los sindicatos en la lucha de clases, no se basaba acaso en la lección de la primera guerra mundial y su colaboración directa con el gobierno, bajo la consigna «No a la lucha de clases en tiempos de guerra»? ¿No veía acaso en los consejos la expresión directa de la universalidad de la clase obrera, guiada por sus elementos más explotados y más revolucionarios, en oposición, en tanto que organismo de clase, con la maquinaria dominada por los burócratas sindicales alimentados con privilegios corporativos? Seguramente, Karl Liebknecht estaba de acuerdo cuando exclamaba:
«La socialdemocracia y los sindicatos alemanes están podridos desde los pies a la cabeza... Han aniquilado el edificio, antaño tan soberbio, de las organizaciones obreras. Han llevado al movimiento proletario a una lucha intestina mortífera que durará años... Una lucha que no paralizará las fuerzas revolucionarias del proletariado, que no las debilitará tampoco, porque las fuerzas de los luchadores, liberados del fetichismo disciplinario y de la organización burocrática acelerarán la marcha hacia la revolución.»
Más tarde, poco antes de su muerte, el héroe proletario, escribió en sus «Anotaciones políticas» contra los reformistas Legien y Kirdorf: «Sí a la unidad de espíritu de lucha, ¡siempre! - No a la unidad de forma que mata al espíritu de lucha; ¡jamás! La destrucción de una organización que representa una cadena para la clase obrera (en referencia a la Confederación alemana del Trabajo) equivale a devolverle su fuerza de combate. Conservar y reformar esa cadena equivale a precipitar a la clase obrera en la desdicha».
Aquí, Karl Liebknecht no sólo proclama la necesidad de destruir los sindicatos reformistas, también golpea de antemano a los partidarios de la conquista de los sindicatos. Cuando Lenin se reía con desdén del «infantilismo» alemán, también se refería a Liebknecht y Rosa, pues se dirigía a los representantes más clarividentes y valerosos de la parte más consciente del proletariado mundial. La historia ya hizo justicia en su inexorable desarrollo. Los mismos leninistas, en la última sesión del ejecutivo del Kommintern, tuvieron que reconocer el fracaso de la teoría que defiende que hay que conquistar los sindicatos y hoy admiten que los sindicatos reformistas están enteramente soldados a la maquinaria estatal de la burguesía y que los millones de adherentes de la Confederación alemana del Trabajo se encuentran bajo la absoluta dominación, numérica e ideológica, de la aristocracia obrera. Este reconocimiento no se produce porque los leninistas de la III Internacional sean revolucionarios sinceros, que reconocen sus errores, sino porque el Estado bonapartista ruso no puede ejercer su influencia en la clase obrera internacional, más que entre los miembros cuya situación y organización no estén vinculadas con los diversos estados nacionales de las demás burguesías, de manera profunda y reforzada. Y este es el caso de los aristócratas obreros y de la burocracia reformista. El estalinismo abandona las posiciones que ya no le dan capacidad de maniobra. El giro a la izquierda del neocapitalismo ruso, que le atribuye a la burocracia soviética el papel de liquidación del leninismo, no es la última sorpresa que nos reserva. Al mismo tiempo, la burocracia soviética se pretende leninista, táctica que ha sido definitivamente abandonada tras los acontecimientos en Europa occidental.
Hoy en día, los teóricos y apologistas de la conquista de los sindicatos, los defensores de la tradición y la unidad sindical se basan en el descontento de los miembros aristocratizados y reformistas de las secciones occidentales de la III internacional. Esos miembros aspiran a una colaboración más fructífera que la que los encadena a Moscú y a una colaboración con su propia burguesía y su propio gobierno. Los derechistas de todos los países, encabezados por burócratas destituidos del leninismo exaltan la neutralidad sindical y aspiran al laborismo. Esto implica que encontremos en la oposición de derecha al antiguo comunista de izquierda Paul Froelic, en la última etapa de su lenta degeneración, que en 1919 en la «Correspondencia Comunista de los Consejos» (n° 11) había proclamado:
«Los sindicatos no tienen, ni hoy ni mañana, el más mínimo papel que representar. Se han convertido en un obstáculo para la revolución y, por consiguiente, no queda más que destruirlos... La organización necesaria para la lucha revolucionaria es la organización desde las fábricas, la que el PC alemán deberá edificar».
Es absolutamente imposible no reconocer que la situación en Alemania, en 1919, exigía una ruptura completa con la Confederación General del Trabajo y una tarea revolucionaria teniendo como base los consejos de fábrica. Aquella fue, en efecto, la orientación primitiva del Spartacusbund (“Liga Espartaquista”) y del Partido Comunista. En el tercer Boletín de Combate del Partido (6 de mayo 1920), se proclamaba que los consejos obreros no podían mantener los vínculos con las organizaciones. En la reunión plenaria de los consejos de los suburbios berlineses (octubre 1920), fue votada por unanimidad, y bajo la preponderante influencia del Partido Comunista, una resolución que afirmaba entre otras cosas que «no había que conceder lugar alguno a las organizaciones que no fueran fundadas sobre el puro sistema de los consejos de fábricas”. La Internacional, bajo la dirección de Lenin, usando la autoridad de haber sido los héroes de octubre y teniendo el apoyo de social-demócratas y, sobre todo, el prestigio ilimitado de la Revolución rusa, le impuso al Partido Comunista alemán un cambio completo de dirección, contra esa corriente espontánea de la conciencia revolucionaria en Alemania.
Se entra en la organización reformista para conquistarla y se abandona los consejos como base de la acción. El divorcio entre el movimiento de los consejos y el Partido Comunista; la incorporación de los consejos al movimiento reformista y al Estado, con la complicidad de los comunistas oficiales; el aislamiento de los núcleos de resistencia revolucionaria y proletaria, que subsistieron y siguen basándose en los consejos de fábricas, produjo, a partir de 1921, una fase de degeneración en la que los consejos obreros fueron legalizados, sindicalizados y, por lo tanto, vaciados de su contenido revolucionario original.
Una vez más se demostró que no se puede garantizar a ninguna organización contra la degeneración, cualquiera que sea la naturaleza de su origen o de su estructura. Los sindicatos también tuvieron su época de trabajo sano y útil, pero mientras que fueron artificialmente protegidos contra la ascensión revolucionaria de las masas por los mismos dirigentes comunistas, en Alemania, por el contrario: los consejos fueron artificialmente llevados hacia la degeneración por esos mismos comunistas.
El nacimiento del movimiento a favor de los consejos revolucionarios tiene menos de doce años y ha coincidido con la ascensión y el apogeo revolucionario en Europa occidental. Es probable que ese mismo movimiento, con formas distintas pero análogas, esté destinado a realizar en el porvenir, la labor revolucionaria que se había propuesto en 1919: la destrucción de los sindicatos y la toma del poder bajo la forma de la dictadura directa de la clase obrera.
Para preparar el éxito del próximo impulso de la clase obrera europea, la élite de los proletarios alemanes en lucha, reunidos en el Partido Comunista Obrero y en otras organizaciones como la Unión General Obrera (que al parecer y desgraciadamente ha renunciado a una parte de su intransigencia), luchan desde hace más de diez años contra el leninismo, teniendo como base los organismos de fábrica y, como terreno el marxismo revolucionario.
En cuanto a nosotros, debemos aclarar que nuestra posición no presenta ninguna originalidad: participamos en una experiencia revolucionaria menos completa que la de nuestros compañeros alemanes y fue, especialmente, difícil sacar conclusiones de la historia porque no nos fueron impuestas por la práctica. Particularmente complicado fue librarnos de la autoridad y de la disciplina de los jefes. Al estar aferrados a la tradición bordiguista, tuvimos que realizar grandes esfuerzos para desarraigar de nuestro pensamiento el sistema de prejuicios que nos ocultaba la realidad. Una realidad sacada directamente de la lucha de nuestros compañeros alemanes y que hoy nos proporciona una gran alegría entenderla.
Como dejamos entrever, anteriormente, el proceso revolucionario en Italia desembocó en un conflicto entre sindicato y consejo de fábrica que, prácticamente, no cristalizó en el movimiento ideológico. En Alemania, rebasó los límites de lo puramente objetivo o espontáneo y se reflejo en la ideología con una particular energía. El consejo obrero domina tanto en la lucha revolucionaria como en el pensamiento de los ideólogos proletarios. No hay en los últimos ningún dogmatismo, ningún aspecto de estabilidad definitiva, ya que esas evoluciones del pensamiento marxista son el reflejo de una realidad revolucionaria y proletaria pura que precisamente explica el conflicto con el eclecticismo leninista.
Karl Marx caracterizó el origen del movimiento sindical de la siguiente manera: “La tendencia general de la producción capitalista no se traduce por el aumento del salario medio normal, sino por su disminución”. Para defenderse contra “la agresión del capital” dirigida contra el nivel de existencia de la clase obrera, el proletariado tiende a oponer su resistencia a la tendencia general del capitalismo. Para Marx, en 1864, esa resistencia económica del proletario tenía resultados positivos porque el alza de los salarios no significaba aumento del precio de las mercancías y, en consecuencia, existía una reducción general de las ganancias capitalistas. En efecto, Marx se opuso a la tesis del inglés Weston según la cual los salarios regulan los precios de las mercancías (“si los salarios aumentan, los precios aumentan” decía Weston), comprobando que esa tesis no es más que una tautología. Le opuso su teoría del valor de cambio. Es obvio que esto también vale para un mercado “libre”. Marx ya tenía razón en 1864, cuando el monopolio no era más que una simple tendencia; ahora el capitalismo monopolístico y trustificado (distinto del capitalismo sin competencia de Bujarin) tiene la manera de oponerse a la disminución de los precios o de oponerse, con su alza, a una disminución de las ganancias en el caso que suban los salarios nominales. En realidad, el aumento de los salarios reales ya no existe desde hace muchos años para la totalidad de la clase obrera. La lucha por los precios ha dejado de representar un objetivo positivo común a todos los obreros. Esa lucha solo da resultado a las capas limitadas de obreros, cuando no llega a implicar, si se generaliza su éxito, una reacción del capitalismo con el aumento de los precios... (coalición, inflación...).
En el estado actual del capitalismo, para el proletariado, como clase, el movimiento sindical es un callejón sin salida. En el siglo pasado, los sindicatos representaban órganos de unificación del proletariado en su resistencia a la disminución de los salarios pero, hoy en día, representan órganos por los cuales se introduce desigualdades de condiciones y situaciones en la clase proletaria. Para la mayoría son un instrumento inútil y, para otros, un medio para constituirse privilegios y salvaguardarlos con compromisos de clase.
El movimiento sindical no puede, en sí mismo, ser ni toda “la lucha de clases” ni toda “la escuela del socialismo”. Eso fue señalado, por Marx en la obra ya citada, los sindicatos “faltan a su meta general porque se limitan a una guerrilla contra los efectos inmediatos del sistema actual, en lugar de obrar para su derrocamiento y en vez de emplear la fuerza organizada de la clase obrera para su emancipación definitiva, es decir, la supresión del salario”.
Debido a su clara evolución, el carácter reaccionario de los organismos sindicales frente a la revolución mundial es un hecho indiscutible, pero los derechistas lo explican diciendo que la naturaleza misma del sindicalismo es un movimiento elemental de las masas obreras. En lugar de considerar las formas ideológicas como, únicamente válidas para esa época, pudiendo convertirse después en algo contrarrevolucionario, aseguran que el fracaso de los sindicatos demuestra el fracaso de la iniciativa y de la espontaneidad obrera. No hay duda de que el sindicalismo ha sufrido una continua regresión desde su legalización, a fin del siglo pasado. Sin embargo, los derechistas asimilan lo económico a lo espontáneo, identifican la estructura archiburocrática de los sindicatos con una creación autónoma del proletariado. Pretenden, como Lenin, que “la clase obrera por su sola fuerza, no puede alcanzar más que la conciencia trade-unionista (es decir sindicalista)”. Por eso el proletariado no puede ser sensible más que a una de las caras de la realidad, no es capaz de reaccionar más que a ciertos aspectos de su propia condición, y solo logra sistematizar sus reacciones de una manera tan incompleta que implica una impotencia definitiva, si no fuera por la intervención providencial del “revolucionario profesional”. En el ¿Qué hacer? Lenin separa la ideología política comunista del desarrollo histórico del proletariado. Para él, la conciencia revolucionaria del proletariado es un reflejo de la ideología socialista, que es a su vez, “el resultado natural y fatal del desarrollo del pensamiento de los intelectuales socialistas-revolucionarios”. Así pues, para Lenin, el socialismo es “un elemento importado desde afuera y no algo que surge de él espontáneamente”.
Con esta base teórica se entiende bien porque Lenin llegó en 1919 a la teoría de conquista de los sindicatos. Pretendió introducir en los sindicatos la ideología y la conciencia socialista desde fuera. O sea que Lenin no ve grados en la conciencia revolucionaria. Esa conciencia es un a priori, que no evoluciona a medida que la lucha de clases evoluciona. La ideología socialista sigue siendo, en su sustancia, algo inmóvil. En efecto, si Lenin hubiese considerado al proceso de la ideología socialista y la lucha de clases como procesos separados (lo que hubiese sido otro error), que evolucionan paralelamente, no hubiera podido hablar de elemento importado desde afuera. ¿Cómo se puede imponer un elemento desde afuera si este no es preciso y si se repite sistemáticamente en la lucha? Vemos claramente que, para Lenin, el pensamiento socialista es una cosa completa, una ciencia exacta a la cual el proletariado no contribuye en absoluto. El grado de conciencia revolucionaria en las masas se descarta. Éstas tienen tan solo la posibilidad de absorber, por grados, la conciencia socialista que planea sobre sus cabezas. Lenin no vio la relación que existe entre el desarrollo de la lucha de clases y la ideología socialista, que tiene justamente grados. La conciencia proletaria evoluciona e influye en el desarrollo de la ideología socialista. Lenin cae así en la metafísica y las verdades definitivas. ¡Este es el feudo de su pensamiento filosófico! En su libro Materialismo y empiriocriticismo, en el cual sostiene argumentos muy justos contra el Machismo, ignora las relaciones dialécticas existentes entre lo subjetivo y lo objetivo. Puede parecer contradictorio que en ese libro sea lo objetivo lo que, sobre todo, es condenado a la inmovilidad. Lo mismo ocurre en el ¿Qué hacer? El error fundamental de la teoría de la conquista de los sindicatos se desprende de aquella rigidez metafísica del pensamiento de Lenin, este mismo resultado de las condiciones objetivas de Rusia, donde la revolución no podía ser puramente proletaria. Esas son huellas evidentes de la naturaleza equivoca de la ideología de Lenin, semiburguesa y semiproletaria.
La base marxista no tiene más que esto de definitivo: la liquidación de lo definitivo, de la inmovilidad metafísica. No busca conquistar los sindicatos desde arriba de la masa proletaria. Estudia las formas de la lucha de clases de las cuales saca conclusiones, que no tienen nada que ver con la supuesta estrategia a priori del leninismo. No nos impone formulas dogmáticas que se convierten después en armas de reacción. Por lo demás, para Marx, la clase obrera solo podrá romper sus cadenas por medio de su propia iniciativa y con su única fuerza. Es evidente que Marx asimilaba el desarrollo de la ideología proletaria a esa fuerza. La ideología comunista no es una simple tradición de intelectuales burgueses, que han analizado y condenado la estructura económica y política de la sociedad burguesa. También es una fuerza en constante desarrollo, y que siempre se enriquece con nuevos elementos. Esos progresos de la ideología revolucionaria son subordinados al desarrollo de la lucha de clases. No es cierto lo de que la clase obrera, dejada a sus propias fuerzas, solo pueda alcanzar la conciencia trade-unionista (sindicalista). El ejemplo italiano, en el que todas las fuerzas políticas que decían pertenecer a la clase obrera desempeñaron un papel contrarrevolucionario, es la prueba de que la espontaneidad de la clase obrera ha sobrepasado, en la acción, a todos los elementos ideológicos. Los consejos son una prueba patente de ello, en Alemania y también en Rusia. Y la constitución artificial de partidos comunistas en Francia y otros países no ha elevado de ninguna manera el nivel ideológico del proletariado. La ideología recibe la influencia de la lucha proletaria y se encuentra condicionada por la dialéctica de las fuerzas antagonistas. Cuando la clase proletaria sea agresiva y cuando sus ataques se hagan cada vez más furiosos, asistiremos a un nuevo desarrollo de la ideología socialista. Desde luego la fuerza y el dinamismo de las masas siguen existiendo en el periodo de retroceso de las fuerzas revolucionarias y durante ese período el arma de la crítica prosigue su incesante investigación. Pero cuando el retroceso se transforma en un largo periodo de estancamiento, asistimos a una descomposición cada vez más intensa en las organizaciones políticas e, incluso, a su desmoronamiento.
Si la ideología y las formas políticas de la lucha de clases son una simple parte del desarrollo revolucionario, ¿por qué el proletariado no ha logrado vencer en su reciente ofensiva contra el capitalismo?
Respondimos a esta pregunta en otro texto, diciendo que era porque el proletariado aún no había alcanzado un grado suficiente de experiencia y conciencia revolucionaria. No porque faltara un partido verdaderamente revolucionario, sino porque hacían falta las premisas de este partido. ¿Hay que admitir la imposibilidad de que se forme una conciencia política en el seno de la clase obrera? Rosa Luxemburgo enfocó ese problema en un artículo escrito antes que empezara la guerra y respondió negativamente. No es posible que el proletariado, como clase, pueda alcanzar el nivel ideológico alcanzado por la burguesía francesa antes de la revolución porque no tiene los medios económicos para lograrlo. El proletariado todavía no ha conseguido los medios materiales necesarios para desarrollar la ciencia, como lo había hecho la burguesía antes de la revolución. No tiene la posibilidad de desarrollar sus fuerzas intelectuales hasta utilizarlas como un incentivo para un nuevo cambio técnico y social de la sociedad. Pero esta constatación no debe llevarnos a una negación total de las fuerzas espirituales del proletariado que ya han dado prueba de su potencia. En su discurso sobre el programa, Rosa Luxemburgo ya veía nítidamente que las energías revolucionarias tenían sus raíces en la masa viviente del proletariado. Ella también condenó la teoría de la conquista de los sindicatos. Un siglo de lucha económica nos ha proporcionado suficiente experiencia para comprender que ese método, dado el desarrollo internacional del capitalismo, no es una solución en si y que las organizaciones basadas en ese método solo pueden desembocar en la colaboración de clases.
Un nuevo aspecto de estructura no es una garantía eterna para preservarnos eternamente de la deriva oportunista. Más cuando esos organismos efectivamente se proponen convertir las luchas económicas del proletariado no en movimiento revolucionario sino en un compromiso con el patronato. La participación en todas las luchas parciales del proletariado es totalmente necesaria, pero la constitución de organismos permanentes basados en las formas inferiores de la conciencia y de la lucha clasista no tiene ninguna razón para existir en un tiempo en el cual la revolución puede surgir en cualquier momento. Todo órgano que busca en un camino engañoso la salvación de la clase obrera, cuando eso solo se encuentra en la toma de poder es, por consiguiente, un agente de la contrarrevolución. Es precisamente la razón por la cual el método leninista es reaccionario. Consiste en acompañar e inducir a las masas en su equivocación para obtener de ellas una confianza (bien mal colocada) y encabezarlas. Es un método que encadena a la conciencia obrera con los errores del pasado y que le proporciona amparos a la contrarrevolución. Ya sabemos que se nos objetará que incluso el reformismo sindical es la vanguardia de las masas, y que las masas son pasivas y no pueden llegar directamente en el terreno de la lucha política. Sería suponer que las masas, en el impulso de los acontecimientos, no pueden ponerse en movimiento por ellas mismas para el asalto. Lo que significaría que los amparos edificados ante las masas sólo serán obstáculos para ellas en el momento de la revolución. Los partidos políticos y los actuales sindicatos organizan principalmente a la parte del proletariado que puede conseguir algo del capitalismo o que se imagina que lo puede hacer. Entonces, ¿por qué motivo las capas inferiores y profundas de la clase obrera, que ya no esperan nada, y que lo sufren profundamente, habrían de participar hoy en día en tal organización? Para ello, habría que mentirles, hacerles creer que recogerán algo luchando en el sentido reformista, de manera transigente, o incluso de manera agresiva. ¿Por qué no se les dice de una vez la realidad? ¿Por qué no se les dice que los sindicatos son los órganos de la aristocracia obrera y que los partidos están corruptos por su adaptación al régimen que pretenden abolir? ¿Por qué no decirles que durante la crisis mortal del capitalismo, la clase proletaria, debe de concretizar, en las organizaciones de fábricas, los resultados de su experiencia y tomar conciencia, por sí misma, de los desarrollos históricos acelerados que la ponen frente a su tarea o a su suicido? ¿Qué debe de lanzarse a cuerpo descubierto a la pelea en la que los proletarios “ tienen un mundo que ganar y solo cadenas que perder”?
Cuantos más años pasan, más valoramos el esfuerzo de estos compañeros, en esa época tan difícil, remando contra toda la corriente marxista leninista y sus apoyadores críticos trotskistas, consejistas, bordiguistas.
Merece ser subrayado que este texto, así como otros materiales de ese mismo grupo, es una de las mejores expresiones de la mal llamada la izquierda comunista internacional. Más allá del título, más allá de la cuestión sindical en sí, más allá incluso de la crítica a la concepción socialdemócrata y leninista de la importación de la teoría científica y de la concepción leninista de partido y de la “rigidez metafísica” que ella implica y que queremos subrayar, este texto es una tentativa de crítica global del leninismo, que, en nombre de la “táctica” y de la “ida a las masas”, había impuesto una política totalmente contraria a la ruptura comunista que se había expresado en lo mejor de la ola revolucionaria de 1917/21. Ese texto es un eslabón fundamental en la tentativa del balance de la revolución y contrarrevolución que hicieron las izquierdas comunistas y que, de una u otra forma, liga, por su unidad programática, a los militantes que en Rusia rechazaban la política capitalista e imperialista de Lenin, a los grupos del KAPD tratando de reorganizar una internacional verdaderamente revolucionaria, a los militantes de Prometeo y Bilan, y a muchos otros grupos que continuaron y continúan ese mismo e indispensable esfuerzo.
Como representante del verdadero movimiento comunista internacional, el texto denuncia no solo posiciones, sino expresiones organizadas concretas como los gramscianos, “los socialistas de extrema izquierda”, “los anarquistas y sindicalistas revolucionarios”…; así como también las organizaciones sindicales de masa concreta en la que los bordiguistas sostenían que se debía trabajar: “existen organizaciones de masas en Italia, son las corporaciones fascistas que, a la par de los sindicatos en Alemania, en Rusia, etc.., son las cárceles de la conciencia de clase, del espíritu proletario”.
El leninismo es denunciado por su papel internacional de liquidacionista de los grupos revolucionarios, por haber utilizado todo el prestigio que le había dado la revolución rusa contra la revolución internacional. “La Internacional, bajo la dirección de Lenin, usando la autoridad de haber sido los héroes de octubre y teniendo el apoyo de social-demócratas y, sobre todo, el prestigio ilimitado de la Revolución rusa, le impuso al Partido Comunista alemán un cambio completo de dirección, contra esa corriente espontánea de la conciencia revolucionaria en Alemania”
El texto sitúa a “L’ouvrier communiste” como una de las mejores expresiones de la llamada izquierda comunista italiana, tanto por la posición clara contra el entrismo en los sindicatos, como por la denuncia del leninismo. No solo por afirmar que: “con respecto a los sindicatos se manifestó totalmente reformista por no decir reaccionario”, sino porque denuncia muchos otros aspectos como la caricatura y falsificación que hará de las posiciones de los comunistas de izquierda. También nos parece fundamental la crítica de las ambigüedades de Bordiga en la cuestión sindical, así como por su contribución a falsificar las posiciones, de lo que los compañeros llaman “el extremismo”, es decir las posiciones de la izquierda comunista internacional y particularmente de la izquierda comunista alemana. Importante también, que esos compañeros hablen de inconsecuencia, de infantilismo y de querer legitimar al leninismo mismo, que será el gran límite de Bordiga. En general los grupos bordiguistas posteriores, en vez de retomar esta crítica radical de la izquierda comunista italiana, reproducirían las Tesis de Roma y otros documentos que recogen esas posiciones centristas y oportunistas de Bordiga que aconsejan no solo el entrismo en los sindicatos, sino hasta la aceptación de la disciplina de las grandes centrales sindicales. Por eso, en la cuestión sindical los bordiguistas funcionarán, como la mayoría de los grupos de la izquierda burguesa, llevando a militantes que se reclaman de la “izquierda comunista”, a funcionar como colaboracionistas de todo tipo de sindicato.
El texto denuncia perfectamente el papel contrarrevolucionario de los sindicatos y de todo trabajo en su interior, pero quedan formulaciones, como si los mismos contribuirían a la “resistencia económica”, quedan que no son correctas. Para nosotros, ni siquiera es correcto decir que los sindicatos se limitan “a resistir la tendencia de los capitalistas de disminuir lo máximo posible los gastos de existencia del capitalismo”. Si bien, las asociaciones proletarias parten de esa resistencia, y muchas veces van más lejos, cuando no es el caso, y luego de un cierto ciclo, se terminan transformando en aparatos del estado. Los sindicatos, a los que se refieren los compañeros de Pappalardi, son evidentemente estos, es decir los mismos que conocemos nosotros con ese nombre. Dichos sindicatos, a pesar de la apariencia que ellos mismos quieren dar, no representan en absoluto una verdadera resistencia económica de los proletarios. Aunque los sindicatos tienen su razón de ser, en esa resistencia, son la expresión de la canalización burguesa de las necesidades y reivindicaciones proletarias. No expresan los intereses del proletariado en su lucha contra la explotación, sino que expresan la digestión por el capital y el estado de aquella resistencia. Son efectivamente la expresión burguesa de los intereses proletarios, su codificación reformista. Representan al trabajo subsumido en el capital, a la sociedad misma, a la conciliación de intereses que la hace persistir, a la economía nacional. Como tales representan a la clase social que tiene interés en su reproducción: la burguesía. De alguna manera, es lo que tal vez creemos expresan los compañeros de L’Ouvrier Communiste, cuando dicen que, si los sindicatos se corrompen no es por el reformismo, sino que el reformismo “es un producto de la evolución de los sindicatos en un sentido contrarrevolucionario”. En efecto luego queda muy claro que, para esos compañeros, no es algo exterior lo que corrompe, como creen los que critican la corrupción y quieren conquistar a los sindicatos, sino que los sindicatos mismos son contrarrevolucionarios y por eso se corrompen los dirigentes.
Esto nos permite comprender y valorar mejor otras afirmaciones que se encuentran en el texto y que no habíamos valorado lo suficiente en la introducción que hiciéramos antes. Los compañeros entienden, no que los sindicatos defienden los intereses económicos del proletariado, como expresan a veces, sino que como órganos contra la revolución, su objetivo es el encerrar a los proletarios en las reivindicaciones económicas, o mejor dicho aún en las reformas económicas y la colaboración de clases necesarias al buen funcionamiento de la economía nacional. De ahí a hacerlos participar en la guerra imperialista no había más que un paso. Esa política “llevaba a los obreros a creer que su bienestar dependía ante todo de la supremacía de su patria capitalista (ese prejuicio sigue siendo común hoy en día entre los obreros franceses)”. Es decir que hay partes del texto que son perfectamente claras, en cuanto a la diferencia entre intereses económicos de los proletarios y su transformación en reformas sindicales, conciliación y política imperialista: “Así la lucha por los medios de existencia llevó, a través de las formas sindicales, a la colaboración de clases. La guerra integró el aparato burocrático de los sindicatos en el aparato gubernamental de la burguesía. La colaboración de clases fue proclamada oficialmente por los órganos sindicales, que negaron la posibilidad de la lucha de clases durante la guerra y que incitaron a los obreros a la guerra capitalista, como fieles lacayos del imperialismo”
A este éxito de la política sindical al servicio del capitalismo, que los compañeros de L’Ouvrier Communiste intentan explicar, no lo habíamos subrayado como se merece en nuestra introducción: “No es nada extraordinario que el burocratismo sindical haya absorbido la ideología burguesa ni que haya intentado, ciertas veces con éxito, la mistificación de la ideología proletaria y la corrupción de la propia clase obrera. Al alejarse de la clase obrera, como fuerza histórica revolucionaria y colaborar con el capitalismo, la burocracia sindical idealizó su condición social en una teoría de colaboración interclasista y, naturalmente, extendió dicha teoría a toda la clase obrera”.
Es verdad que, en otras partes, se hace una cierta oposición entre lo económico y lo político, aunque hoy, nos parece exagerado hablar de “dicotomía socialdemócrata en varias formulaciones”, como habíamos dicho en la vieja introducción, dado que hay suficientes tentativas de relativizar esa oposición tal como la socialdemocracia lo formula. Pero es evidente que cuando se presenta como un dilema “lucha por los medios de existencia o la lucha por la revolución” es un error. Para nosotros en ese tipo de formulaciones los compañeros cometen el clásico error de aceptar como “lucha por los medios de subsistencia” la política sindical (lo que hace que aparezca como separado u opuesto lo que en realidad no lo es), que como indicamos es la traducción de esa lucha en términos digeribles por el capital y el estado, en términos burgueses de la economía nacional. Esa no es la verdadera lucha por los medios de existencia, que si es consecuente conduce a la lucha revolucionaria contra el capital y el estado. Son los sindicatos (y todas las fuerzas socialdemócratas) que se han encargado de que sus obreros no luchen por ello, sino que se conformen con las reformas. Es decir con las migajas que patrones y sindicatos utilizan como zanahorias. Pero relativicemos una vez más, por momentos los compañeros expresan también esto, perfectamente.
Justamente es, en torno a estas cuestiones, que creemos, que nuestra vieja introducción plantea algunos problemas de interpretación rígida o simplista, que en vez de aclarar caricaturizan u oscurecen el texto de Pappalardi y sus compañeros. Así nuestra introducción dice que la crítica al leninismo se “hace basándose en un análisis que reutiliza, en parte, los conceptos leninistas, o sea esencialmente socialdemócratas” y luego enumera básicamente dos elementos:
1) “Es el caso de «aristocracia obrera» como una explicación formal y economicista de la «corrupción» y de la «traición» de los sindicatos y de la socialdemocracia. Ya hemos criticado el concepto burgués de «aristocracia obrera».
2) “Por otra parte, una base implícita del texto que publicamos a continuación sigue siendo el análisis decadentista del modo de producción capitalista que, supuestamente, implicaría diferenciaciones en los intereses y las necesidades de los proletarios según las épocas”
Leyendo y releyendo lo que escribieron, no solo en ese artículo sino en otros, los compañeros de “L’ouvrier communiste”, consideramos que ninguna de estas afirmaciones es correcta, que si bien nosotros rechazamos la explicación dominante sobre la aristocracia obrera o la teoría de la decadencia, el texto no cae en ninguna de ambas cosas y el error, de entonces, se basó en la asimilación de algunas frases o conceptos con las interpretaciones dominantes.
1) Concretamente, no es correcto decir que el concepto de “aristocracia obrera” es burgués o leninista, dado que, justamente, fue acuñado, en forma más o menos vaga y confusa, por los sectores revolucionarios del proletariado a mediados del siglo XIX para denunciar a la burocracia sindical y socialdemócrata, a la “aristocracia del trabajo” (Bakunin), a capa de obreros aburguesados ( Engels) que defendían el capitalismo contra la revolución y que eran retribuidos por asegurar la dominación de la burguesía contra los proletarios. El término aristocrático tenía el sentido clásico de aristocracia entre los obreros, capa que por su tipo de vida e ideología defiende al capitalismo entre los proletarios y que, más concretamente, defiende la política burguesa para los proletarios: sostienen que el interés del proletariado es la defensa de la economía nacional, de la patria. Aunque haya también formulaciones poco claras, nos parece que es en ese sentido que lo utilizan los compañeros, cuando la ponen como capa privilegiada, de donde saca su fuerza la burocracia partidaria y sindical, que como dicen ha “infectado a la clase obrera”, imponiéndole la ideología del “socialchovinismo”, de que “su bienestar dependía ante todo de la supremacía de su patria capitalista” y no de su lucha contra el capital. Lejos de ser una explicación economicista, ésta es una denuncia clara y concreta de la contrarrevolución socialdemócrata, de la acción del partido burgués para los obreros, para transformar la lucha por los intereses proletarios en su contrario la lucha por los intereses de la patria. Es decir ponen el acento en la función política reaccionaria de esa aristocracia entre los obreros y en ninguna parte pretenden dividir capas en función de lo económico, como hacen los leninistas o/y los partidarios del cambio desigual. Por eso nos parece abusivo decir que los compañeros hacen una “explicación formal y economicista de la «corrupción» y de la «traición» de los sindicatos y de la socialdemocracia” como afirmamos entonces. Lamentablemente en aquella introducción, nosotros, por la simple mención del concepto de “aristocracia obrera”, asimilamos toda la explicación de Pappalardi y sus compañeros con la explicación general burguesa, con la que el marxismoleninismo ha construido y según la cual existirían, verdaderas clases, con diferentes intereses, adentro de la clase obrera misma, que es a lo que realmente respondemos en el texto que citamos “Aristocratie ouvrière: une formule de division”. En efecto, la fórmula de la “aristocracia obrera”, que ha desarrollado el marxismo leninismo, atribuyendo dicho término a sectores enteros de la economía o a países enteros, en base a la superganancia monopólica, y como novedad de la época imperialista y monopólica, es evidentemente una explicación formal y economicista, que nosotros rechazamos totalmente, pero que no es la que expresan los compañeros. La ideología leninista de la “aristocracia obrera” es, como decimos, una fórmula de división y de confusión que no solo ha servido y sigue sirviendo al estado y a la burguesía incluso para reprimir a los sectores claves de la clase obrera acusándolos justamente de ser la “aristocracia obrera”. En Rumania, en Rusia, en Bulgaria,… así como también en el Chile de Allende el estado reprimía a los mineros o/y a los astilleros diciendo que ya ganaban mucho más que los otros y que eran la aristocracia. Pero todo el asco que podemos sentir con esta ideología de división y represión no justifica el error cometido al atribuirle dicha teoría a los compañeros de “L’ouvrier communiste”.
2) Lo mismo debe decirse, sin dudas, del concepto de decadencia. La visión de los compañeros no es fundamentalmente decadentista, en el sentido común y socialdemócrata del término, como dos fases diferentes del capital, como si el capitalismo hubiese cambiado de naturaleza, lo que como sabemos es la puerta abierta para todo revisionismo. Los compañeros de l’Ouvrier Communiste, como cualquier militante revolucionario, hacen comparaciones de épocas y de formas de organización, de fases de lucha y de fases de retroceso, de fases en las cuales tales asociaciones servían a los proletarios en su lucha y de fases en las que las mismas fueron recuperadas por la contrarrevolución y lo expresan (con toda la dificultad de expresar algo contracorriente, dinámico y no solo contra el medio en el que se mueven sino contra toda la ideología y lenguaje dominante) como pueden. Las fórmulas no son, ni podían, ser claras, (tampoco hoy pueden ser totalmente claras, ¡el lenguaje es también parte de la ideología dominante!) y, como vimos con lo económico y político, hay veces que los términos parecen oponerse, a pesar de que los compañeros digan claramente que no existe la oposición entre económico y político, pero de ahí a atribuirle la concepción completa de la teoría de la decadencia, es también un error de nuestra introducción.
Para terminar este postfacio queremos subrayar la importancia que tenía en la época la denuncia del papel de los sindicatos en el régimen fascista y en el régimen leninista, el papel claramente estatal y contrarrevolucionario de los sindicatos en el fascismo y en el estalinismo, el sindicato como forma de la pura opresión fascista a través de las corporaciones, el sindicato como arma del estado en Rusia, como cárceles de la consciencia de clase. Y sobretodo la denuncia que hacen los compañeros del extraordinario paralelismo, entre esos dos sistemas sociales surgidos de la acción de la socialdemocracia y el sindicalismo:
“Efectivamente, existen organizaciones de masas en Italia, son las corporaciones fascistas que, a la par de los sindicatos en Alemania, en Rusia, etc.., son las cárceles de la conciencia de clase, del espíritu proletario. Las corporaciones son, con respeto a los sindicatos, lo que el fascismo es con respecto al reformismo”.
Los pocos que piensan en destruir esta sociedad inhumana, y que se atreven a decir lo que piensan, son aislados y marcados como vándalos o locos. La paradoja es que los partidarios del diálogo democrático, los que rechazan la violencia callejera, hace rato que están violentando las reglas más elementales de la convivencia democrática. ¿No saben que los liceos son propiedad del Estado? ¿Acaso cerrar las puertas de un liceo y ocuparlo durante semanas, no es violentar el orden dominante? Paralizar las clases ¿no es un acto de violencia contra el normal funcionamiento del sistema de enseñanza? Tratar de obligar al gobierno a derogar una ley, ¿no es violentar un sistema político basado en el dominio de una minoría elegida? Pero estos mismos jóvenes que han violentado el sistema de enseñanza de un país entero, se horrorizan cuando uno lanza piedras contra un vehículo blindado que podría reventar un cuerpo humano sin dificultad.
Los estudiantes se juntan en asambleas para decidir actos arbitrarios, hacen ocupaciones ilegales, bloquean el sistema educacional, levantan barricadas con sillas y mesas, cierran los accesos con cadenas y candados, usan palos para defenderse de los ataques externos, ejercen una autoridad inflexible en los liceos tomados… ¡pero se escandalizan si uno defiende la violencia de clase! Los estudiantes están ejerciendo una bella dictadura de clase en sus liceos, ¡pero no quieren que uno critique con piedras la hipocresía democrática! Los estudiantes no entienden lo que ellos mismos están haciendo. En vez de hacerse responsables de sus actos y llevarlos hasta sus últimas consecuencias, les preocupa quedar bien ante la opinión pública. ¿No saben que si los dueños de la sociedad deciden desprestigiarlos para facilitar la represión, les bastará con exhibir unas cuantas imágenes trucadas en los noticiarios? ¿No saben que la opinión pública es un producto fabricado por los medios? En la sociedad de clases, las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante.
Como no comprenden lo que ellos mismos están haciendo, los estudiantes no se dan cuenta de lo peligroso que es el juego que están jugando. No entienden lo peligroso que es ahora conformarse con objetivos limitados. No se dan cuenta que en estos pocos días, han puesto a esta sociedad patas arriba y la han sacudido a cachuchazos, y que están a punto de despertarla de su letargo. No ven que con sus métodos de lucha, con su actitud intransigente y con su coraje, están haciendo que muchas falsas ilusiones caigan hechas pedazos. No entienden que su acción es revolucionaria. Y que en esta sociedad, los que emprenden acciones revolucionarias y no las llevan hasta el final, cavan su propia tumba. ¿Esperaremos a que nuestros enemigos de clase nos liquiden para comprender lo lejos que habíamos llegado?
El conflicto en los liceos ha puesto en alerta a la clase propietaria, a la clase política, a los milicos y mercenarios del capital, a los burócratas y aprendices de burócrata… En fin, a todos ésos que defienden el orden y la ley del capitalismo. Es difícil darse cuenta de esto si uno cree lo que dicen los medios de incomunicación. Porque los medios de incomunicación ocultan lo esencial, lo más importante: cuando más parece que todo está bajo control, cuando más parece que el orden reina sin rival, es cuando más acecha el peligro de un estallido…
El gobierno fue sobrepasado por los estudiantes. A su vez, muchos representantes estudiantiles habían sido sobrepasados por las asambleas. El lunes esos representantes se negaron a hablar con el gobierno; el martes su voluntad de diálogo palideció ante al espíritu confrontacional que inundó las calles; el miércoles, mientras seguían los disturbios, los representantes le dieron un ultimátum al gobierno: o te doblegas, o esto se va a poner peor. Es verdad que muchos de esos “representantes” sólo representan a sus propios partidos políticos. Pero también es cierto que están encadenados al poder de las asambleas, y que no pueden decir nada sin su aprobación. Hagan lo que hagan los voceros oficiales, son las asambleas las que tienen el sartén por el mango. Y esto es lo que tienen en sus manos: si el fuego que se encendió en los liceos se extiende a los demás sectores del proletariado, será imposible apagarlo. En todas partes las autoridades serán ignoradas, insultadas o expulsadas, y cada vez más gente va a desconocer el privilegio fundamental de toda clase dominante: su derecho a gobernar. Ese cuestionamiento, y no la ley LOCE (2) ni el pase escolar, es lo que puso en guardia a los dueños del sistema. Si algo puede hacer saltar por el aire el orden capitalista, no será la reforma de ninguna ley escrita, sino la perturbación de estas relaciones sociales. Esa perturbación es lo que los estudiantes secundarios empezaron y tendrán que saber continuar si no quieren cargar un fracaso vergonzoso por el resto de sus vidas.
Hasta ahora, no lo han hecho nada mal. Rechazaron la mediación de la iglesia y apedrearon la casa de un obispo, rechazaron hablar con el jefe sindical de los profesores, atacaron un edificio municipal haciendo huir a las “autoridades”, han convertido el centro de Santiago en un campo de batalla por varios días seguidos… Insolentes y confiados, están decididos a no transar nada, a no dar un paso atrás. Armados sólo con la fuerza de su orgullo y con su organización, han dejado al gobierno en ridículo. Y en esta feliz aventura, todo el mundo los apoya.
Esto ha hecho sospechar a los millonarios que sus dominios no están bien fortificados. ¿Cómo – se preguntan -, cómo pudimos confiarle el cuidado de nuestros negocios a estos Zilic y a estas Bachelet, a estos inútiles que ceden ante las presiones de unos niños, arriesgando la estabilidad de nuestra hacienda? Estos gobernantes que no saben gobernar, estos perros guardianes que se dejan patear el culo por cualquiera, tienen intranquilos a sus amos. ¿No ven cómo se agitan los ricos en sus lujosos aposentos? Están inquietos porque se dan cuenta que con esos perros guardianes, sus propiedades no están a salvo.
Los amos de la sociedad ya lanzaron su primera advertencia: “No estamos dispuestos a modificar nada en la ley de educación”, dijeron los jefes de la UDI, para que nadie vaya a creer que el patrón es tan débil como su perro guardián. Al poco rato, los apoderados del elitista colegio privado “Verbo Divino” donaron $ 500 mil en alimentos a los liceos en toma de Santiago, con este doble mensaje oculto: “a estos niños los hacemos comer de nuestra mano… aquí mandamos nosotros”. Al final, los empresarios entendieron que el asunto es más serio, y han aprobado la movilización “porque es necesario reformar el sistema educacional”. Pero todo esto no son más que señales, como se dice en lenguaje periodístico. Y la clase propietaria sabe por experiencia que las señales sirven para ganar tiempo, para confundir al enemigo, para desviar pequeñas escaramuzas, pero no para ganar batallas decisivas. Por eso desde el primer día, por puro instinto de conservación, la burguesía emprendió el camino de la represión física, camino que ya no abandonará más. ¿O es que alguien es tan ingenuo para creer que las bandas nazis que están hostigando a los liceanos actúan por cuenta propia? ¿Acaso alguien ignora que esos escuadrones de choque son entrenados y abastecidos por los pacos, por la policía civil y por oficiales del ejército? Esos nazis cuentan con el beneplácito del poder judicial y de todos los poderes del Estado, y están actuando como fuerza para-militar (como los antiguos Patria y Libertad) contra los estudiantes, porque éstos son una verdadera amenaza para el sistema.
Desde hace unos días, y de aquí en adelante, esta crisis seguirá la lógica implacable de la lucha de clases. La burguesía va a cerrar filas en torno a la institucionalidad, el orden y la ley, al mismo tiempo que organiza la represión ilegal contra los insurgentes, echando mano a sus esbirros policiales, militares y otros implicados en el negocio de la seguridad. No faltarán las campañas ciudadanas a favor del diálogo, la paz y la democracia, campañas en las que masas de borregos saldrán a la calle para lamer gustosamente las botas que les patean el culo. Y claro, estas campañas las financiará el gobierno, esa jauría de burócratas y burgueses menores siempre acobardados por el poder de los grandes inversionistas. Será divertido: Zilic y Bachelet, a coro con sus empleados, seguirán fingiendo que las protestas sirven para modernizar el país, para dar la impresión de que todo estaba dentro de sus planes, que todavía tienen el control de la situación. Pero si este lunes quedaron en ridículo, en adelante no harán otra cosa que hundirse cada día más en la confusión y la cobardía. Y todo el mundo verá con sus propios ojos que esa pandilla de hipócritas e incompetentes, que va por ahí gritando “¡resolveremos este problema todos juntos!”, no tiene y nunca ha tenido ningún poder real en la sociedad.
La oposición de izquierda se agitará en convulsiones tratando de agarrar un pedazo del gobierno del cuál quiere formar parte, antes de que sea demasiado tarde. Con tal de no quedarse otra vez sin pan ni pedazo, los jefes del PC y sus hermanos menores, así como los mafiosos de la CUT, tendrán que demostrarle a la Concertación que son capaces de manejar una crisis. Si al principio se mantuvieron al margen, ahora están interviniendo con cautela, como ese estúpido Héctor Pavez, que después de vociferar por todos lados: “el conflicto es sólo de los estudiantes” para evitar que la rebelión se contagiara a otros sectores, ahora está obligado a apoyar el paro nacional para no ser el hazmerreír de todos. Ni siquiera este oportunismo canallesco va a funcionar. A continuación el colegio de profesores, unido a alguna fraudulenta asociación de padres, va a tratar de aparecer como mediador oficial. Y al final, cuando todas estas maniobras fracasen, el frente izquierdo-sindicalista ayudará a reprimir a los rebeldes. Entonces, cuando los burócratas hayan demostrado que eran capaces de controlar el estallido, puede que les den un ministerio, o algo más barato.
Para nosotros los proletarios, los millones de hombres y mujeres, jóvenes y viejos sin rostro y sin nombre, que vivimos de nuestro trabajo, que soportamos una resplandeciente variedad de miserias; a nosotros que hemos sido reducidos a estadísticas en gráficos dibujados por imbéciles, lo único que nos queda es destruir desde la raíz, y para siempre, esta sociedad enferma. Los estudiantes ya empezaron: aunque todavía estén presos de la ideología democrática, aunque todavía hablen como unos súbditos pedigüeños, su intransigencia frente a la autoridad, su decisión de tomarse los liceos y de combatir a los esbirros en la calle, nos muestra el camino a seguir. Ahora se trata de ir adelante, y de ir por todo. Hay que cuestionar la autoridad allí donde se encuentre y tenga la forma que tenga. Si nos detenemos ahora, estamos perdidos. Los defensores del viejo mundo capitalista ya empezaron a disparar contra nosotros. El martes 30 de mayo los dueños de un colegio balearon a un grupo de niñas que querían tomarse el establecimiento. Esa misma mañana, un guardia disparó contra otro grupo de jóvenes amotinados. Al día siguiente, los pacos abusaron sexualmente de un grupo de liceanas en una comisaría. Esta sociedad podrida dirá que fueron accidentes, “excesos”, pero la verdad es ésta: cada vez que las clases dominantes ven amenazado su derecho a mandar, su derecho a la propiedad, reaccionan así: asesinando, amenazando, torturando, violando, secuestrando. ¿Acaso no lo han hecho siempre?
Esto ya empezó, y no va a terminar. Nuestros enemigos de clase ya nos están apaleando, están disparándonos, violándonos. El enfrentamiento es inevitable, está aquí, y la única decisión que hay que tomar es cómo responderemos a la agresión. Si nos detenemos ahora, pagaremos un precio muy alto por haber desafiado a la autoridad. Para prevenir revueltas en el futuro, nuestros enemigos van a llenar los liceos de drogas duras, pondrán cámaras de vigilancia en las salas de clases, fomentarán el soplonaje, la competencia y la discordia…
Nadie está al margen de este enfrentamiento. Estás condenadx a tomar parte, lo único que puedes decidir es en qué lado estás.
Compañerxs, hay que:
1. Incentivar entre la gente movilizada las discusiones que cuestionen los cimientos de la sociedad de clases (el trabajo asalariado, la propiedad privada y el estado), de la cuál el conflicto actual es sólo un efecto.
2. Multiplicar las acciones directas como sabotaje y enfrentamiento contra los guardianes de este orden.
3. Transformar las tomas en ocupaciones activas que funcionen como centros de operaciones de organización y propaganda. Reventar los candados de las oficinas y fotocopiadoras de los lugares tomados para producir panfletos, afiches y boletines. Utilizar todas las dependencias que se necesiten para hacer asambleas y conspiraciones.
Si no pasamos a la ofensiva ahora, si no convertimos este movimiento en una lucha de toda nuestra clase, si no luchamos por el poder, tendremos que decirle a nuestros hijos que a nosotros también nos derrotaron. Por eso compañerx, fotocopia esta hoja y échala a correr. Consíguete un arma, levántate y… ¡a luchar!
Estudiantes, trabajadores y cesantes… un mismo trabajo a realizar: el combate contra la sociedad de clases.
Panfleto difundido durante los combates del 30 de mayo...DESDE AHORA, TODO RETROCESO SERÍA UNA DERROTA. Y la única forma de avanzar es hacer que los poderosos coman su propia mierda. La burguesía apuesta siempre a dividir a los explotados, maniobrando para que cada sector levante sus propias demandas y se olvide de los demás. Así, los estudiantes luchan sólo por sus propias demandas, los trabajadores por las suyas y así también los pobladores. Esta capacidad para dividirnos es la mayor arma de nuestros enemigos y en eso consiste su violencia contra nosotrxs. Pero nuestra realidad es una sola: somos una misma clase: el estudiante está condenado a ser trabajador, el trabajador es un esclavo a sueldo: por eso está sentenciado a luchar. Por eso es vital entender la lucha como una sola. Por eso, el peor golpe para el Estado y las clases dominantes será romper estas falsas paredes que mantienen esta falsa desunión. Por eso NINGUNA TOMA DEBE BAJARSE HASTA QUE SE CUMPLAN ESTAS CONDICIONES: - Derogación inmediata de la ley L.O.C.E. y de la Ley Anti-terrorista. - Fin de la PSU y de cualquier filtro competitivo para estudiar. - PASE ESCOLAR, MATRÍCULAS Y ARANCELES GRATUITOS en todos los niveles de la enseñanza. - Libertad a todos los luchadores mapuches presos. - Retiro inmediato de las tropas chilenas de Haití. - Condonación total de las deudas habitacionales y entrega de viviendas GRATUITAS para todos .ELIGE UN ENEMIGO GRANDEY TENDRÁS QUE HACERTE GRANDE PARA ENFRENTARLOACHICA TU MIEDO, PORQUE CUANDO TU MIEDO CRECETÚ TE HACES PEQUEÑX. “reguero de polvora” <encendamoselpolvorin@gmail.com> |