CONTRA EL TRABAJO
«En el comunismo natural y primitivo, incluso si la humanidad era entendida reducida a los límites de la horda, el individuo no buscaba sustraer el bien a su hermano, sino que estaba dispuesto a inmolarse sin miedo alguno por la supervivencia de la gran fratría (hermandad).» Bordiga, En Janitzo no se teme a la muerte.
Y chocando siempre con las imbecilidades vehiculizadas por «nuestros catedráticos», se demuestra cada vez más claramente que estas sociedades primitivas, este comunismo natural, eran sociedades de abundancia en las que, además reinaban ritos de redistribución de las riquezas, de destrucción de los excedentes (ejemplos del potlach en los iroqueses)... (2)
Si bien vemos en el comunismo primitivo una prefiguración embrionaria de la futura comunidad humana, también es cierto –no pretendemos retomar el mito del «paraíso perdido»– que dicho comunismo era imperfecto, limitado. Y ello porque estaba estrictamente determinado por las condiciones naturales exteriores, las tempestades, los deshielos, los terremotos..., que producían ciertos momentos de penuria y, en consecuencia, la necesidad de producir reservas, de acumular. La disolución de la comunidad natural por el cambio –determinada, por un lado, por la acumulación de excedentes para el cambio y, por otro lado, por la existencia de penuria, de la que, históricamente, la primera y esencial es la de mujeres tiene lugar primero en la periferia de la comunidad y va luego determinando poco a poco el paso de la sociedad de recolección-caza a la sociedad de agricultura-ganadería, es decir, a la producción para cambiar, a la aparición del valor y, a continuación, de la moneda como intermediaria del cambio, a la expropiación de los hombres, la destrucción del comunismo primitivo y a la aparición de las sociedades clasistas y del Estado –órgano de defensa de los intereses de la clase dominante –, proceso que, condensado aquí en unas líneas, toma en realidad miles de años.
La alineación, enajenación o, más correctamente, la extrañización (3), en su sentido marxista de desposesión o sin-nada-ni-nadie-en-que-o-quien-asirse, aparece con la disolución de la comunidad primitiva; pero en las sociedades primitivas preexistía una alienación anterior a dicha extrañización: la alienación natural. Claro es, que esta alienación natural era cualitativamente diferente de la alienación-extrañización cada vez más desarrollada en las sociedades de clase y llevada a su apogeo –dominación total– en el modo de producción capitalista. En efecto, la alienación natural es ocasionada por la necesidad de explicar, comprender, los fenómenos naturales incomprensibles y aparentemente supraterrestres que determinan el conjunto de la vida comunitaria. Por esto, todos los cultos, mitos, divinidades... de estas comunidades retoman los elementos esenciales de la vida humana y de la reproducción de la especie: fecundidad, vida, Sol, Luna, fuego...
«La religión, como la propia palabra indica, religa (une de nuevo) a los seres. Sólo aparece cuando la actividad de los hombres ha sido fragmentada, de igual forma que también ha sido fragmentada su comunidad. Retoma los ritos, la magia, los mitos de las sociedades precedentes. Antes no había religión.» Camatte, A propos de l’alienation, en Capital et Gemeinwesen.
Ésta también es la razón por la que estos mitos, ritos..., expresiones de la vida comunitaria primitiva, son en mucho mayor grado el esbozo de la conciencia humana que el de la falsa, mistificada conciencia: la religión.
«El mito, en sus innumerables formas, no fue un delirio de espíritus que tenían sus ojos físicos cerrados a la realidad –natural y humana de manera inseparable, como para Marx–, sino que es una etapa imprescindible en el camino único de la conquista real de la conciencia, que en las formas de clase construye a través de grandes y espaciados trastocamientos revolucionarios y que tan sólo en una sociedad sin clases tendrá un desarrollo libre. [... ] Pues bien, aquellos mitos y aquellas místicas eran revolución; el respeto y la admiración que por ellos tenemos en tanto que luchas que constituían los escasos y lejanos movimientos hacia adelante por los que la sociedad humana progresó, no disminuye en nosotros por el hecho de que sus formulaciones sean caducas y que las de nuestra doctrina tengan una textura muy diferente.» Bordiga, Comentarios de los Manuscritos de 1844.
Sin que estos fenómenos sean, en absoluto, comprendidos, el hombre primitivo les encuentra una solución, una razón mística; pero lo importante es que esta mistificación no es exterior a su vida, no es inhumana: la realidad es deformada, mistificada tan sólo por los propios límites del hombre primitivo. Esta alienación aún tiene carácter humano. Las representaciones de la vida primitiva –convertidas con el valor en esto que se llama «el arte»–, incluso si deformadas por la mística no están aún totalmente separadas de la vida misma; «el arte» aún no es la representación muerta de algo que sobrevive, y ello porque aún existe un arte de vivir.
La disolución de la comunidad genera, al mismo tiempo que la separación entre los hombres, todas las separaciones; la alienación se convierte en totalmente inhumana. A medida que se desarrollan los diferentes tipos de sociedades de clases, se intensifica en mayor grado la desapropiación del hombre, su desposesión material y, en consecuencia, la de su conciencia.
«En la forma del cambio, del dinero y de las clases, desaparece el sentido de la perennidad de la especie, mientras que surge el innoble sentido de la perennidad del peculio, expresada en la inmortalidad del alma que contrata su felicidad al margen de la naturaleza de un dios usurero que detenta dicha banca odiosa. En las sociedades que pretenden haber ascendido desde la barbarie a la civilización, se teme la muerte individual y el hombre se postra ante las momias, incluso en los mausoleos de Moscú, de infame historia.» Bordiga, En Janitzio no se teme a la muerte.
En esta contradicción, el proletariado es el polo negador, es el partido de la destrucción. Y así como el capitalismo resume la historia de las clases dominantes, así el proletariado resume y hace posible el combate que siempre han llevado adelante las clases explotadas (por ejemplo: Espartaco, T. Münzer, los anabaptistas, los enragés, los levellers, los diggers...) (4). Ésta es la razón de que, como decía Marx, si bien «la clase poseedora y la clase proletaria representan el mismo estado de alienación del hombre», sólo es el proletariado quien encarna, personifica, en la miseria la revuelta contra esta miseria, «la revuelta a la que es empujado necesariamente por la contradicción entre su naturaleza humana y su vida real, que es la negación manifiesta y decisiva de dicha naturaleza». La Sagrada Familia, 1845.
El capitalismo, que cierra el ciclo del valor (al generalizar al mundo entero la producción mercantil, expresada en la fórmula D-M-D’), libera al siervo de su última atadura, la adscripción a la gleba; pero al mismo tiempo que lo libera de esta adscripción a la tierra, rompe el último lazo que aún unía al hombre con la naturaleza, lazo que, además, permitía que el hombre subsistiese ya que, en las relaciones sociales feudales, una parte del fruto del trabajo del siervo le pertenecía, mientras que la otra pertenecía al señor. Al siervo liberado –es decir, al proletario moderno– no le queda otra propiedad suya que su fuerza de trabajo y sus hijos. (5)
«Luz, aire..., la limpieza animal más elemental deja de ser para el hombre una necesidad. La suciedad, ese empantanamiento y descomposición del hombre se convierte en su elemento; el hombre vive en esa cloaca –en el sentido literal de la civilización. Un completo abandono contra natura, una naturaleza pútrida, se convierten en el elemento en el que vive.» Marx, Manuscritos de 1844.
En y por esta miseria total encuentra el proletariado su fuerza destructiva; no teniendo nada que perder, lo puede ganar todo. Como decía Lenin: «Lo que queremos: todo». Y también encontramos ahí, en la extrema atomización del «ciudadano proletario», en su «liberación», la base de la comunidad del capital, la negación de las clases: la democracia. (6)
«La sociedad feudal se encontró descompuesta en sus cimientos, el hombre, pero el hombre tal como realmente era su cimiento: el hombre egoísta. Pues bien, este hombre, miembro de la sociedad burguesa, es la base, la condición del Estado político. El Estado lo ha reconocido a dicho título en los derechos del hombre. Pero la libertad del hombre egoísta y el reconocimiento de dicha libertad es, antes que nada, el reconocimiento del movimiento desenfrenado de los elementos espirituales y materiales que constituyen su vida. Así, pues, el hombre no fue emancipado de la religión, sino que recibió la libertad de religión, no fue emancipado de la propiedad sino que recibió la libertad de propiedad; no fue emancipado del egoísmo de la industria, sino que recibió la libertad de industria.» Marx, La cuestión judía.
La emancipación, la liberación, realizada por la sociedad burguesa es, en consecuencia, la libertad de hacerse explotar plenamente; la completa desposesión del proletariado es su libertad de –para no morirse de hambre– tener que vender su fuerza de trabajo. En este acto obligado y forzado de compra-venta de la fuerza de trabajo humana se encuentra culminado el proceso histórico de deshumanización. La alienación-extrañización es total: el hombre es tan sólo una simple mercancía, una cosa muerta. La alienación del hombre es el trabajo asalariado, el trabajo alienado, la alienación del trabajo. Este acto de venta –cambio mercantil– separa totalmente al obrero, al productor, de los medios de producción. Está obligado a venderse para poder valorarse con relación a los medios de producción que le son extraños y exteriores a pesar de que, de hecho, no son otra cosa que trabajo humano cristalizado.
«Su vida propia, que es lo que el trabajador pone en el objeto deja entonces de pertenecerle a él para pertenecer al objeto. Por tanto cuanto mayor es esa actividad, tanto más irreal se hace el trabajador. Lo que es producto de su trabajo no es él. Por tanto, cuanto mayor es este producto, tanto menos es él mismo. La extrañación del obrero en el producto significa no sólo que su trabajo se convierte en un objeto, en una existencia externa, sino que su trabajo se convierte en una existencia extraña, independiente, ajena, en un poder autónomo frente a él; que la vida que el trabajador ha transmitido al objeto se le enfrenta hostil y extraña.» Marx, Manuscritos de 1844.
El producto del trabajo es, pues, un objeto extraño al obrero y que le domina. No es el obrero quien domina la máquina, es el capital, es la relación social, la esclavitud asalariada, quien domina totalitariamente la vida del obrero. De este modo, también la relación social capitalista aparece como una potencia exterior, extraña, en cierta forma «natural», que domina al proletario, y que, además, se presenta como eterna. La alienación del trabajo se pone de manifiesto, además, en que el trabajo no es para el obrero una necesidad natural a la que se somete voluntariamente, sino que, por el contrario, es el único medio que se le deja para poder satisfacer sus necesidades vitales. La lucha histórica del proletariado contra la alienación capitalista es la lucha de los proletarios contra el trabajo:
«El carácter exterior al obrero del trabajo aparece en el hecho de que no es su bien propio, sino el de otro, de que no le pertenece, de que en el trabajo el obrero no se pertenece a sí mismo, sino que pertenece a otro. Es la pérdida de sí mismo.» Marx, Manuscritos de 1844.
Pero esta «pérdida de sí mismo» es lo que al mismo tiempo da al obrero la posibilidad material de tomar conciencia de dicha pérdida, de luchar, de destruir este sistema de esclavitud asalariada.
«O sea: la transformación del trabajador en un mero objeto del proceso de producción es sin duda objetivamente producida por el tipo de producción capitalista (a diferencia de lo que ocurría durante la esclavitud y la servidumbre), por el hecho de que el trabajador se ve obligado a objetivar su fuerza de trabajo, separándola de su personalidad total y venderla como mercancía que le pertenece. Pero, precisamente por la escisión que se produce así entre objetividad y subjetividad en el hombre que se objetiva como mercancía, la situación resulta susceptible de conciencia. En formas sociales anteriores, más espontáneas, el trabajo está determinado ‘inmediatamente como función de un miembro del organismo de la sociedad’ (Marx, Contribución a la crítica de la economía política), en la esclavitud y en la servidumbre, las formas de dominación se presentan como ‘muelles inmediatos del proceso de producción’; con lo que se hace imposible a los trabajadores, sumidos en esa conexión con toda su personalidad indivisa, llegar a tener conciencia de su situación social. En cambio, ‘el trabajo que se representa a sí mismo en el valor de cambio’, está ‘presupuesto como trabajo del individuo aislado’. Y se hace trabajo social por el hecho de que toma la forma de su contrario inmediato, la forma de la generalidad abstracta. [... ] Ante todo, el trabajador no puede llegar a ser consciente de su ser social más que si es consciente de sí mismo como mercancía. Su ser inmediato le inserta –como se ha mostrado– en el proceso de producción como puro y mero objeto. Al revelarse esa inmediatez como consecuencia de múltiples mediaciones, al empezar a quedar claro todo lo que presupone esa inmediatez, empiezan a descomponerse las formas fetichistas de la estructura de la mercancía: el trabajador se reconoce a sí mismo y reconoce sus relaciones con el capital en la mercancía. Mientras siga siendo prácticamente incapaz de levantarse por encima de esa función de objeto, su conciencia será la autoconciencia de la mercancía, o dicho de otra manera, el autoconocimiento, el autodescubrimiento de la sociedad capitalista, fundada en la producción y el tráfico de mercancías.» G. Luckacs, La reificación y la conciencia del proletariado.
Esta larga cita explica el proceso permanente y tendencial que va de la «conciencia de sí de la mercancía» en el proletariado atomizado, de la «no-clase», a la constitución de la clase en sí, en clase consciente y organizada en partido (7).
Hemos visto, pues, que lo que caracteriza esencialmente al modo de producción capitalista es que:
«Ante todo, produce mercancías. Pero lo que lo distingue de los demás modos de producción no es el producir mercancías, sino más exactamente esto: que el carácter dominante y decisivo de dicha producción es ser una producción de mercancías. Esto implica, en primer lugar, que el obrero mismo aparece únicamente como vendedor de mercancías y, por lo tanto, como obrero asalariado libre, por lo que el trabajo aparece esencialmente en tanto que trabajo asalariado... Los agentes principales de este modo de producción, el capitalista y el obrero asalariado, como tales son únicamente encarnaciones, personificaciones, del capital y del trabajo asalariado.» Marx, El capital.
Así pues, es la mercancía lo que determina la vida. Para existir bajo el capitalismo, todo debe tomar la característica de mercancía, es decir, la cualidad de ser cambiable: tener un valor de cambio (8) además de su soporte, que es el valor de uso. La fuerza de trabajo humana se convierte, pues, en algo extraño al hombre, se convierte en una mercancía, se convierte simplemente en una cosa muerta, inhumana: esto es la objetivación. De ello resulta que para los proletarios:
«Las relaciones sociales entre sus trabajos privados aparecen como lo que son, es decir, no como relaciones inmediatamente sociales entre personas en sus propios trabajos, sino, por el contrario, como relaciones propias de cosas entre las personas y relaciones sociales entre las cosas.» Marx, El capital.
Bajo el capitalismo, el hombre no es sino lo que aporta, lo que posee como valor para cambiar. El dinero es lo que ocupa por entero el lugar de la comunidad, pues la única cosa común entre los hombres es el poseer dinero en mayor o menor cantidad. El dinero es quien religa a los seres humanos separados, extrañados; su relación es totalmente inhumana: es monetaria. El capital ha aparecido históricamente bajo la forma de dinero. El dinero es la mediación universal: todo debe pasar a ser, convertirse, en dinero (ver el capítulo sobre el dinero en Grundrisse, de Marx). Un ejemplo de esta comunidad del dinero es el matrimonio, donde –más allá de los discursos sobre el amor loco o el flechazo– la realidad no es otra que la puesta en común (y bajo contrato dinerario) de la miseria. «El dinero mismo es la comunidad y no puede tolerar ninguna otra comunidad por encima de él.» Marx, Grundrisse.
El obrero se presenta, pues, como propietario de la mercancía fuerza de trabajo, y se vende con ella a sí mismo como cosa. Por consiguiente, el proceso de extrañación es doble: primero se manifiesta en la separación de las fuerzas humanas y de los productos del trabajo respecto de sus creadores, y a continuación en su autonomización; consecuencia de esto es la dominación del hombre por la forma material, objetiva, de su propio trabajo (9). El carácter fetichista de la mercancía queda así al descubierto: bajo el capitalismo, todas las relaciones sociales, humanas, tienen que tomar el carácter de mercancía (10) y de este modo aparecen como una relación entre cosas muertes, no humanas.
«Lo misterioso de la forma mercantil consiste sencillamente, pues en que la misma refleja ante los hombres el carácter social de su propio trabajo como caracteres objetivos inherentes a los productos del trabajo, como propiedades sociales naturales de dichas cosas y por ende en que también refleja la relación social que media entre los productores y el trabajo global como una relación social entre lo objetos, existente al margen de los productores. [... ] Lo que aquí adopta, para los hombres, la forma fantasmagórica de una relación entre cosas, es sólo la relación social determinada existente entre aquellos. [... ] A esto llamo el fetichismo que se adhiere a los productos del trabajo no bien se los produce como mercancías y que es inseparable de la producción mercantil.» Marx, El capital.
La característica general del modo de producción capitalista (producción mercantil generalizada) reside, pues, en el hecho de que las relaciones de producción entre los hombres se establece no solamente para las cosas, sino, también y sobre todo, por medio de las cosas, Siendo la mercancía (y su carácter fetichista) la mediación obligada de toda producción, todas las relaciones entre personas –y, en particular, las relaciones entre proletarios y burgueses– se encuentran por ello veladas, mistificadas, cosificadas. La forma general de este fenómeno es la reificación. Y la relación entre hombres reificados es a su vez representada como una relación personificada –personificación de las relaciones de producción capitalistas– entre el capitalista por un lado y el proletario por el otro, expresiones ambos de la relación social burguesa.
«La economía no trata de cosas, sino de relaciones entre personas y, en última instancia, entre clases; ahora bien, estas relaciones siempre están ligadas a cosas y aparecen como cosas.» Engels, A propósito de la crítica de la economía política por Marx.
Vamos a descomponer artificialmente en dos tiempos el proceso global de reificación, a fin de comprender mejor los elementos diferentes, pero indisociables, que la componen:
a) La reificación es el proceso por el que las relaciones de producción capitalistas –que determinan las relaciones entre los hombres, esencialmente entre capitalistas y proletarios– confieren una forma social determinada, o características sociales determinadas, a las cosas por el intermedio de las cuales los hombres establecen relaciones mutuas. Esto es la cosificación (11).
b) Ello permite al propietario de las cosas que tienen una forma social determinada el aparecer bajo la forma personificada de capitalista y establecer relaciones de producción concretas con otros hombres. Esto es la personificación.
En otros términos: en el modo de producción capitalista, las relaciones entre los hombres tienen que tomar el carácter general de mercancía –valor de cambio, cambiabilidad– y en consecuencia se convierten en relaciones reificadas, relaciones entre cosas –venta de la fuerza de trabajo a cambio de un salario–. Pero estas mismas relaciones reificadas convertidas en cosas exteriores, dominadoras (por el simple hecho de que estas cosas parecen tener propiedades «en sí»), se encuentran a su vez personificadas por los capitalistas, representantes «vivos» de la dominación de las cosas muertas. «El capitalista es capital personificado», Marx, El capital. El «colmo» del carácter fetichista de la mercancía se encuentra, evidentemente, en el valor que parece engendrarse a sí mismo, en el dinero que aparece como si diese a luz dinero. El dinero toma la cualidad inhumana de engendrar «en sí» más dinero, así como el manzano engendra manzanas. El conjunto del proceso queda concluido, la reificación es perfecta: ya no queda nada del hombre. Es el reino de las cosas: dinero, máquinas, trabajo, ocio... capital. Es el reino de la muerte.
Así, la reificación de las relaciones de producción reencuentran el lugar central que ya Marx le daba en su teoría del valor, en su necrología del modo de producción capitalista.
«La naturaleza de la mercancía implica [... ] la cosificación (verdinglichung) de condiciones sociales de producción, y la personificación (versubjektivierung) de las bases materiales de la producción; he aquí lo que caracteriza al modo de producción capitalista en su conjunto.» Marx, El capital.
Evidentemente, toda la «obra» de los economistas «marxistas» va a consistir en separar «el análisis objetivo y científico del capital» de los «restos de la filosofía hegeliana» –la decisiva cuestión de la reificación– que «aún oscurecían» el análisis. Esta falsificación tiene como única función intentar mostrar que la gigantesca obra de Marx es tan sólo un simple análisis –biología– del capital, y no la implacable demostración («el terrible misil») del inevitable hundimiento catastrófico del capitalismo, de su violenta destrucción por la personificación de toda la miseria humana, el proletariado, quien por este hecho liberará a la humanidad del reino de la necesidad y al hombre de la alienación.
«Los economistas vulgares, que no comprenden que el proceso de ‘personificación de las cosas’ sólo puede ser entendido como resultado del proceso de ‘reificación de las relaciones de producción’ entre los hombres, consideran las características sociales de las cosas (el valor, el dinero, el capital...) como características naturales que pertenecen a las cosas mismas. El valor, el dinero... no son considerados como expresiones de las relaciones humanas ‘ligadas’ a las cosas, sino como características directas de las cosas mismas, características que estarían ‘directamente entremezcladas’ con sus características naturales, técnicas. Ésta es la causa del fetichismo de la mercancía que es característico de la economía vulgar y de la concepción corriente entre los agentes de la producción, limitados por el horizonte de la economía capitalista. Ésta es la causa de la ‘reificación de las relaciones sociales, de la imbricación inmediata de las relaciones de producción materiales con su determinación histórico-social’». El capital, citado por Isaak Rubin en sus Ensayos sobre la teoría del valor de Marx.
Nos era, pues, necesario situar de nuevo la teoría de la reificación en el mismo centro de la totalidad que constituye el marxismo, que constituye la «teoría de las condiciones de liberación del proletariado» (Engels). Reintroducir la concepción fundamental de que el motor mismo de la liberación humana es el hecho de que el proletariado está completamente extrañizado, completamente dominado y sometido por un monstruoso amasamiento de objetos sin vida –expresión del hecho de que su vida es sin objeto– es lo que nos permite comprender y describir lo que será el comunismo integral.
«La esencia del hombre no es otra que la verdadera comunidad; los hombres, afirmando su ser, crean y producen la comunidad humana, social, la cual no es una potencia abstractamente universal opuesta a los individuos particulares, sino su propio ser, su propia actividad, su propia vida, su propio espíritu, su propia riqueza.» Marx, Manuscritos de 1844.
Definida así la comunidad humana, la «verdadera comunidad», podemos comprender mejor el carácter ficticio (12) de la comunidad del capital, de una falsa comunidad de hombres, de una real comunidad de hombres extraños a sí mismos.
«Decir que el hombre es extraño a sí mismo es decir que la sociedad de dicho hombre extrañizado es una caricatura de la verdadera comunidad, una caricatura de su verdadera vida genérica; es decir, que su actividad se le ha convertido en un tormento, que lo que produce se le aparece como un poder ajeno, su riqueza como pobreza, la ligazón esencial que lo sujeta a otro como inesencial, que su vida es el sacrificio de su vida, que su producción es la producción de su nada, que su poder sobre el objeto es el dominio del objeto sobre él. Es decir, que el hombre, maestro de su creación, aparece como su esclavo.» Marx, Manuscritos de 1844.
Y, como hemos visto, de la negación del capitalismo por el proletariado negándose a sí mismo, saca Marx la descripción positiva del comunismo:
«El comunismo como superación positiva de la propiedad privada en cuanto autoextrañización humana y, por consiguiente, apropiación efectiva de la esencia humana por el hombre y para el hombre; por tanto, el hombre se reencuentra completa y conscientemente consigo como un hombre social, es decir, humano, que condensa en sí toda la riqueza del desarrollo precedente. Este comunismo es humanismo por ser naturalismo consumado y naturalismo por ser humanismo consumado. Él es la verdadera solución en la pugna entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el hombre, la verdadera solución de la lucha entre existencia y esencia, entre objetivación y afirmación de sí, entre libertad y necesidad, entre individuo y especie. Es el enigma resuelto de la historia y se reconoce como dicha solución.» Marx, Manuscritos de 1844.
El comunismo significa la realización de la especie humana, significa la destrucción del infame y mezquino individuo burgués: «El comunismo suprime al individuo a fin de realizar el ser humano.» Le Communiste, número 9. (13)
«A causa de este hecho, la necesidad o el disfrute han perdido su naturaleza egoísta, y la naturaleza ha perdido su simple utilidad, puesto que la utilidad se ha convertido en utilidad humana.» Marx, Manuscritos de 1844.
Todas las separaciones desparecen con la desaparición de la propiedad privada y privativa, de las clases, del dinero, del trabajo, del Estado (y de todos sus aparatos: justicia, escuelas, ejércitos, iglesias...), pero también desaparece la estructura básica de la sociedad burguesa: la familia (con su hipócrita corte de cornudos, prostitutas y otros amantes), para dejar paso a la comunidad humana, asumiendo colectivamente el conjunto de la vida y de la reproducción de la especie.
«Tenemos el derecho de prolongar las tesis económicas seculares (ningún salario, ni dinero, ni cambio, ni valor) con las tesis igualmente seculares y originales: ningún Dios, ningún Estado, ninguna familia.» Bordiga, Las tablas inmutables de la teoría comunista.
En este sentido, el amor no será como lo conocemos hoy –fusión de dos seres atomizados (fusión significa «su no-existencia») que ponen en común su miseria y su angustia–, sino satisfacción y desarrollo de todos los deseos, las pulsiones, las necesidades..., del hombre social.
«En el comunismo no monetario, el amor tendrá, en tanto que necesidad, el mismo peso y el mismo sentido para los dos sexos, y el acto que lo consagra realizará la fórmula social de que la necesidad de la otra persona es mi necesidad de persona, en la medida en que la necesidad de un sexo se realiza como necesidad del otro sexo.» Bordiga, Comentarios a los Manuscritos de 1844.
«Tendré la alegría de haber sido para ti el mediador entre tú y el género humano, y en consecuencia de ser conocido y sentido por ti como un complemento de tu ser y una parte necesaria de ti, y, por lo tanto, de saberme afirmado tanto en tu pensamiento como en tu amor.
Tendré la alegría de haber creado, con mi manifestación vital individual, tu propia manifestación vital, y de haber así afirmado y realizado directamente, en mi actividad individual, mi verdadera esencia, mi ser humano, mi ser social.» Marx, Manuscritos de 1844.
De igual forma, bajo el capitalismo, el tiempo es uno de los monstruos que nos devoran diariamente, y ello por el hecho de que el tiempo es la medida del valor, porque el tiempo es lo que cuantifica el valor. Bajo el capitalismo, el tiempo es la única medida social, es el patrón por medio del cual se mide nuestra no-vida. Todo está determinado por el tiempo de trabajo, como lo refleja el célebre dicho: «El tiempo es oro». Marx ya ponía esto de manifiesto cuando escribía:
«El tiempo lo es todo, el hombre ya no es nada; como máximo, es la envoltura del tiempo. El oscilar del péndulo se ha convertido en la medida exacta de la actividad relativa de dos obreros como lo es de la velocidad de dos locomotoras.»
Bajo el capitalismo, el tiempo es la medida de nuestra pérdida; perdemos nuestro tiempo para ganar nuestra supervivencia. Por el contrario, el comunismo suprimirá toda medida por medio del tiempo, puesto que suprimirá lo que el tiempo mide: la producción de valor. Las decisiones que van en el sentido del comunismo son aquellas que se oponen a la ley del valor, destruyendo, por lo tanto, la base de relación de producción capitalista (14).
«En una sociedad futura en la que el antagonismo de clases haya desaparecido, el uso ya no vendrá determinado por el mínimo de tiempo de producción, sino que el tiempo de producción que se consagrará a un objeto estará determinado por su grado de utilidad.» Marx, Miseria de la filosofía.
El comunismo tomará como base no el tiempo de trabajo (=capital), sino el tiempo disponible, la libre disposición de su vida, y, por lo tanto, del tiempo. Ya no será necesario luchar por «tomarse tiempo para vivir», sino que nuestra vida se realizará todo el tiempo.
Queda aún la cuestión de saber si para nosotros, comunistas, el comunismo significa «el fin de la historia», significa la consecución sobre la tierra del paraíso celeste que nos prometen todos los curas. En esto, como en todo, recurrimos a los clásicos:
«El comunismo pone lo positivo como negación de la negación, por tanto, es el momento real de la emancipación y de la reconquista del hombre, un momento necesario para el futuro desarrollo de la historia. El comunismo es la forma necesaria y el principio dinámico del futuro inmediato, pero el comunismo, en tanto que tal, no es ni finalidad del desarrollo humano ni la forma de la sociedad humana.»
Haciendo rugir de nuevo tanto a los idealistas como a los materialistas vulgares, Marx afirma aquí que el comunismo es tan sólo una sociedad transitoria, que no es el fin de la historia, sino, por el contrario, el inicio de la historia humana; no es sino el fin de la prehistoria. El comunismo es la supresión de los antagonismos de clase y de todas sus consecuencias. No es la supresión de toda contradicción, es decir, de todo movimiento (15). La humanidad social estará aún en movimiento, producido ya no por las contradicciones de clase, sino, por primera vez, por contradicciones por fin humanas. El comunismo es la apertura de una nueva era, es la reapropiación por la humanidad de su historia, de su conciencia, al mismo tiempo que del conjunto de sus riquezas.
Desde la alienación natural del hombre primitivo a la extrañización del ciudadano bajo el capitalismo, se cierra el ciclo de las sociedades de clase, el ciclo de la conquista cada vez más alienada de la abundancia. El comunismo, porque es la «supremacía del hombre sobre sus condiciones de vida» (Marx, La ideología alemana), abolirá la alienación.
«La supresión de la alienación tan sólo puede ser llevada a cabo por el comunismo puesto en practica.» Marx, Manuscritos de 1844.
“No se trata de hacer libre al trabajo, sino de abolirlo” Karl Marx |
La palabra «trabajo» es el ejemplo perfecto, total, de la falsificación de las conciencias humanas. Aun cuando el hombre siempre se ha definido, expresado y realizado a través de su actividad vital –qué es la vida, sino actividad–, aun cuando la realización del hombre no puede pasar más que por la materialización de esta actividad vital –creación de objetos, de ideas...–, el sistema mercantil encerró esa actividad en la forma de «trabajo». El capital universalizó esta forma, haciéndola, bajo su aspecto salarial, la relación humana dominante en el planeta. De este modo, la forma trabajo que hoy en día es la única posibilidad de sobrevivir para la inmensa mayoría de las personas, y la única manera de existir para el proletariado, se convierte también en la actividad vital, central, del hombre; la actividad universal, alrededor de la cual gira todo. Habiéndose convertido en la actividad esencial del hombre, en su más importante actividad, la burguesía nos presenta la esencia del hombre como sinónimo de su trabajo.
¡He aquí como la palabra «trabajo», que no designaba de hecho más que una forma muy particular de la actividad humana, suena hoy a los oídos de todo el mundo un poco como el perfecto sinónimo de «actividad», puesto que para la mayoría de los hombres, el trabajo ha llegado a ser en realidad... ¡la totalidad de su actividad! Desde entonces, actuar significa «trabajar», y ser activo se entiende como «ser trabajador», es decir «con buen rendimiento». La hipocresía y el cinismo del lenguaje burgués culminan en expresiones tales como «hacer trabajar el dinero», imagen de una riqueza hermafrodita reproduciéndose por sí misma, como si detrás del dinero no se encontraran el brazo, el sudor y la sangre de aquéllos a quienes se le ha extorcado la plusvalía, única fuente del enriquecimiento de los capitalistas.
Hace falta por consiguiente, cuando se habla de «trabajo», comprender que la utilización de ese término determina una categoría, una forma muy precisa de producción de la actividad humana, intrínsecamente ligada al sistema mercantil; hay que entender el trabajo como la producción de la actividad humana en tanto que actividad extraña al hombre, a la manifestación de su vida y a la conciencia que tiene de su vida; es el hombre reducido al estado de trabajador.
Pero el proletario no sólo ha llegado a ser extraño al objeto de su actividad, sino también de su misma actividad. La actividad productiva no le pertenece más en tanto que actividad libre; en efecto, el trabajo es exterior al obrero, pero como es la única actividad que le permite el procurarse los medios de subsistencia en el sistema capitalista, está del todo obligado, para sobrevivir, a someterse. El trabajo es, por tanto, la actividad no-libre por excelencia, y solo la realiza porque está obligado y forzado.
«El carácter extraño del trabajo aparece netamente en el hecho de que en cuanto no existe coacción física o de otra clase, el trabajo es evitado como la peste.» Marx, Manuscritos de 1844.
El obrero no se afirma, por lo tanto, trabajando, sino que se niega. Del mismo modo que pone su vida en el objeto del que es desposeído, deja su existencia en la actividad de producción de ese objeto.
«Por lo tanto, si el producto del trabajo es la enajenación, la misma producción debe de ser enajenación en acto, desposeimiento de la actividad, la actividad del desposeimiento. La enajenación del objeto del trabajo no es más que el resumen de la enajenación, de la extrañación, en la misma actividad del trabajo». Marx, Manuscritos de 1844.
El trabajo, acto de producción en el sistema capitalista, llega a ser, por lo tanto, para el obrero la actividad en tanto que pasividad, la fuerza en tanto que impotencia; cada día, ocho horas de actividad absurda, contraria a la esencia y la razón humanas; la enajenación de sí mismo, como antes enajenación de la cosa.
Pérdida de sí, pérdida del objeto, queda todavía la pérdida del otro. El trabajo enajenado hace extraño al hombre del género humano (2). Separa la vida individual de la vida genérica. Lo que distingue al hombre del animal es que este último se identifica directamente con su actividad vital, «él es esta actividad. El hombre hace de su actividad vital, el objeto de su voluntad y su conciencia. Hay una actividad vital consciente.» Marx, Manuscritos de 1844. Al convertir la actividad vital del hombre en trabajo enajenado, en el sistema mercantil, la relación se transforma en la medida en que el obrero es obligado a hacer de su actividad vital consciente un simple medio de subsistencia, un medio de existir. Aun cuando esta actividad vital consciente debería ser la expresión del hombre en tanto que elaboración de un mundo objetivo en el que pudiera contemplarse, reconocerse, siendo esa producción su vida genérica activa, reconocimiento de los hombres entre ellos, el trabajo enajenado reduce la actividad del hombre a la simple producción de riqueza; hace de la actividad humana un simple medio de subsistir.
«La conciencia que el hombre tiene de su género se transforma por lo tanto por el hecho de su extrañamiento, de tal manera que la vida genérica se convierte para él en un medio». Marx, Manuscritos de 1844.
El trabajo hace al hombre extraño consigo mismo, con su ser genérico y por lo tanto con el otro, con el hombre enfrentado a él.
«Esto que es verdad respecto de la relación del hombre con su trabajo, al producto de su trabajo y a sí mismo, es verdad respecto de la relación del hombre con el otro, así como con el trabajo y el objeto del trabajo del otro. De una manera general, la proposición de que su ser genérico llega a ser extraño al hombre significa que el hombre se convierte en extraño al otro, así como cada uno de ellos llega a ser extraño a la esencia humana». Marx, Manuscritos de 1844.
Esta conciencia del género humano, de la especie, del otro, no queda ni un átomo bajo el capital. Por el contrario, las manifestaciones de solidaridad proletarias son la señal y el esbozo de lo que es esta conciencia genérica del hombre, de hombre que comprende que sus propios intereses pasan por los de la comunidad; el ser humano que entiende la satisfacción de sus necesidades y de sus deseos a través del disfrute colectivo.
Lo único que justifica hoy que la actividad humana siga encerrada, enajenada, extrañada en la forma de «trabajo», es el interés de la clase dominante. El provecho que saca la burguesía de su dominación le impide ver más allá de sus propios intereses egoístas. La clase social que liberará a la humanidad del trabajo extrañado no puede ser sino aquella que más sufre sus fatales efectos, la emancipación universal del hombre depende de la emancipación del proletariado, porque esta última clase concentra, en su relación con la producción, TODA la esclavitud del hombre.
«[...] De una clase con cadenas radicales, de una clase de la sociedad civil que no sea una clase de la sociedad civil; de un orden que sea la disolución de todos los órdenes, de una esfera que posea, por lo universal de sus sufrimientos, un carácter universal, y que no reclame para sí ningún derecho especial, puesto que no se ha cometido contra ella ninguna injusticia en particular, sino la injusticia pura y simple. Una clase que no puede apelar a ningún título histórico, sino solamente a un título humano. Que no se encuentra en oposición unilateral con las consecuencias, sino en oposición global con las premisas de la forma del Estado; de una esfera, finalmente, que no puede emanciparse sin emanciparse de todas las otras esferas y así emanciparlas a todas; que sea, en una palabra, la pérdida total del hombre y no pueda reconquistarse más que a través de la recuperación completa del hombre. La disolución de la sociedad en tanto que Estado particular, es el proletariado.» Marx, Crítica de la filosofía del derecho de Hegel.
Es por lo tanto al proletariado organizado en clase, y por lo tanto en partido, a quien corresponde la tarea histórica de liberar a la humanidad del trabajo y de resolver, de una vez por todas, los antagonismos entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el hombre, entre su actividad y su disfrute, entre el individuo y la especie.
«El trabajo mismo, no solamente en las presentes condiciones sino en general, en la medida en que su objetivo sea el simple acrecentamiento de la riqueza, es perjudicial y funesto.» Marx, Manuscritos de 1844.
En lugar de la reaccionaria consigna: «Un salario equitativo por una jornada equitativa», Marx nos hablaba ya de enarbolar la consigna revolucionaria: ¡«Abolición del asalariado»! De la misma manera, en lugar de las reivindicaciones de «Trabajo para todos», nosotros oponemos la consigna invariante del programa comunista: «Abajo el trabajo».
El comunismo destruye el modo de actividad específico del sistema capitalista: el trabajo, esencia de la propiedad privada. Al mismo tiempo que suprime el trabajo, suprime la organización del tiempo libre en tanto que complemento indispensable del trabajo enajenado. Hay que comprender por tiempo libre, el tiempo concedido al proletariado para rehacer su fuerza de trabajo. Del mismo modo que el salario representa el mantenimiento del obrero y sólo debe ser considerado como el «engrase» necesario para la continuidad del buen funcionamiento de los «pistones», el tiempo libre no tiene más que una utilidad: el papel de válvula de escape a las tensiones producidas durante la actividad-trabajo. Ocio no corresponde en absoluto a tiempo libre, puesto que no se trata, para el obrero, más que de reparar sus fuerzas, sus energías, para un rendimiento cada vez más eficaz, para una explotación renovada de sus capacidades. Los ocios vienen dictados por la necesidad, para el proletariado, de estar en su puesto y en forma, el lunes por la mañana. Como resultado del trabajo el hombre no conoce más el verdadero sentido de su actividad vital y sólo reproducirá durante sus horas «perdidas» una actividad «espejo» del trabajo enajenado, de forma que ese período de su tiempo, de su actividad llamada «libre», no entra en contradicción con el período «trabajo». La actividad extrañada tiene que tener necesariamente como correspondiente la inactividad extrañada; el trabajo extrañado, los ocios extrañados. El capital opone tiempo de trabajo y tiempo de ocio; separa las dos actividades aun haciéndolas complementarias. La escolarización prepara ya esta separación: «Estáis aquí para trabajar, estáis aquí para divertiros, ¡pero no hagáis jamás las dos cosas al mismo tiempo!». Pero la actividad humana es una totalidad. En este sentido, la sociedad comunista no tiene nada que ver con una sociedad de ocio, idealización del polo «positivo» del sistema burgués. A la separación trabajo-ocio, el comunismo opone la actividad vital que es disfrute, el disfrute que es actividad.
«La actividad y el goce, tanto por su contenido como por su género de origen, son sociales, son actividad social y disfrute social.» Marx, Manuscritos de 1844.
En el comunismo primitivo, la misma palabra designaba «trabajo» y «juego» (3). De la misma manera, el comunismo suprime las oposiciones entre tiempo de trabajo y tiempo de ocio, entre producción y aprendizaje, entre lo que es vivido y experimentado. Esta descripción no resulta en modo alguno de una anticipación idílica, de una visión idealizada del futuro, sino más bien del movimiento mismo de la historia y del mundo. Y este movimiento no es en nada el fruto del azar; es el fantástico desarrollo de las fuerzas productivas lo que hace más actual que nunca la posibilidad, la necesidad, del comunismo.
La abolición del trabajo en tanto que actividad humana extrañada es un punto esencial del programa comunista, y el proletariado cumplirá esta obra humana afirmándose como clase dominante para negar todas las clases. A las cuarenta horas semanales, a las torturas de los madrugones, a la angustiosa búsqueda de trabajo, a los escupitajos corteses de los capitalistas que despiden, a los fines de jornada apresurados y de pie en el metro, al embrutecimiento de las horas vacías, a las cadencias infernales, a los asesinatos por el trabajo, a la propiedad privada, a la explotación del hombre por el hombre, al capital, nosotros contraponemos nuestra fuerza, nuestro conocimiento y nuestra determinación, con vistas a la edificación de una sociedad sin trabajo, una sociedad comunista, asegurando por la comunidad la libre disposición del tiempo como campo de expansión de la actividad humana.
«Otra fuente de la inmoralidad de los trabajadores es el hecho de ser los condenados al trabajo. Si la actividad productiva libre es el mayor placer que conocemos, el trabajo forzado es la más cruel, la más degradante tortura. Nada es más terrible que tener que hacer de la mañana a la noche alguna cosa que nos repugne. Y cuanto más sentimientos humanos tenga el obrero, más debe detestar su trabajo, porque nota la represión que implica y la inutilidad que ese trabajo representa para él mismo». Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra, 1854.
«El Estado moderno, la dominación de la burguesía se basan en la libertad del trabajo. Santo Max [referencia despectiva a Stirner - NDR] mismo no ha –¡cuántas veces!– extraído de los Anales Franco Alemanes esta idea de que con la libertad de la religión, del Estado, del pensamiento..., y por consecuencia «algunas veces», «sin duda también» «puede ser», la del trabajo no soy YO, sino únicamente uno de mis tiranos que se hace libre. La libertad del trabajo es la libertad para los trabajadores de hacerse competencia entre ellos. Santo Max no tiene tampoco suerte en economía política, como no la tiene en ninguno de los otros dominios. El trabajo es libre en todas los países... No se trata de hacer libre al trabajo, sino de abolirlo. Marx, La ideología alemana. |
La evolución actual de la crisis impide que el capital utilice
la totalidad del potencial productivo que tiene a su disposición
y que creó precedentemente. Miles de fábricas quiebran o
funcionan con un débil rendimiento y millones de trabajadores refuerzan
el ejército industrial de reserva.
Frente a esto, los partidos, sindicatos y organizaciones de izquierda y de extrema izquierda se escandalizan. La CGT (Central Sindicalista controlada por el PC oficial) llorisquea: «Están destruyendo Francia, están destruyendo nuestras vidas». Mientras tanto, el PCF expone, en la fiesta de «La Humanidad», los últimos milagros de la tecnología moderna, de preferencia francesa, en el ámbito de las máquinas-herramientas.
Nosotros, los comunistas, no sólo vemos en este tipo de propaganda la lucha competitiva entre capitalistas (chovinismo), sino también la defensa del capital.
Todos estos pretendidos marxistas, quieren hacernos creer que las fuerzas productivas son neutrales o, lo que es peor aún, que tienen un carácter proletario («nuestras fuerzas productivas», «defensa de nuestras herramientas de trabajo»). Más aún, ellos se reclaman del viejo ideal capitalista, que la misma realidad desmiente cada día más, según el cual, el desarrollo de las fuerzas productivas y la valorización máxima pueden existir sin su inevitable polo opuesto: la desvalorización y la destrucción periódica de las fuerzas productivas.
En realidad, el carácter de las fuerzas productivas está determinado indefectible y únicamente por las relaciones de producción. Lo que quiere decir que en el sistema capitalista éstas sólo pueden ser fuerzas productivas del capital. Todas las maquinarias y los métodos de organización del trabajo existentes en el capitalismo tienen únicamente como objetivo el aumento de la tasa de explotación, y no es por casualidad que los emuladores de las máquinas, que sirven para explotar al proletariado, son también fieles adoradores del trabajo asalariado. En efecto, el proceso de producción requiere la asociación del trabajo muerto (las máquinas, las materias primas, es decir, los frutos del trabajo pasado) y del trabajo vivo. Ambos son igualmente necesarios: el trabajo muerto porque permite aumentar la explotación de la fuerza de trabajo, y el trabajo vivo porque es el único creador del valor y por lo tanto del plusvalor y del capital adicional. La defensa del trabajo muerto y del trabajo vivo es la defensa de la producción capitalista, tanto uno como el otro son del capital.
La asociación del trabajo muerto y del trabajo vivo es también una confrontación de clases, puesto que la herramienta del trabajo no le pertenece al obrero, éste no posee ni el fruto de su trabajo, ni su trabajo (solamente posee su fuerza de trabajo que se encuentra obligado a vender para subsistir). «La máquina no actúa únicamente como un competidor cuya fuerza superior tiende a transformar el asalariado en algo superfluo, es como potencia enemiga del obrero que es empleada por el capital y éste lo proclama a viva voz. Así se transforma en el arma de guerra más irresistible para reprimir las huelgas, las revueltas periódicas del trabajo contra la autocracia del capital.» K. Marx, El capital.
¡NO! Señores defensores del trabajo asalariado, jamás un obrero descalificado amará «su» cadena de montaje, jamás el proletariado defenderá la herramienta de su explotación, jamás un revolucionario luchará por las fuerzas productivas del capital, sino por su destrucción, puesto que la afirmación del proletariado en clase para sí, es su destrucción como clase para el capital.
Los apologistas del progreso técnico, quienes consideran que éste beneficiaría a los obreros, a sus condiciones de trabajo, ven las fábricas como simples visitadores. No hace falta mucha suspicacia para darse cuenta que si bien la jornada de trabajo ha disminuido, ésta ha sido ampliamente compensada por un aumento de la intensidad y de un gran desgaste de nervios y energía. Todo esto gracias a esas hermosas máquinas que hacen trabajar rápido, y a los nuevos métodos de organización del trabajo que éstas implican (cadenas, equipos, etc.) Y qué decir del aumento en el tiempo de trayecto al trabajo y las migraciones, y la desocupación, y la descalificación del trabajo... ¡¡¡¡¡qué hermosa vida para nuestros obreros!!!!!
Evidentemente, nosotros no nos oponemos en general al desarrollo de la productividad del trabajo en sí, sino que, por el contrario, vemos en ello lo que permitiría disminuir el tiempo de trabajo necesario para la producción de cosas (lo cual constituye primordial desde el punto de vista comunista). Pero comprendemos que el desarrollo de las fuerzas productivas, en este sistema, se transforma en productividad del capital, es decir, en explotación acrecentada para el proletariado.
Los proletarios, en su lucha contra las relaciones de producción capitalista, se encuentran obligados a oponerse necesariamente a la naturaleza capitalista de las fuerzas productivas. Éste es el caso de la huelga y el sabotaje (más o menos importante y más o menos voluntario) cotidiano de las máquinas. En ambos casos se oponen directamente al desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas, a pesar de que, en reacción a ello, se empuje a los capitalistas a desarrollarlas aún más para disminuir las consecuencias de las manifestaciones proletarias. Es esto lo que por ejemplo hace decir a la CGT que las luchas obreras tienen como consecuencia positiva y voluntaria el desarrollo del maquinismo.
No se trata de reivindicar la destrucción sistemática de las máquinas, que fue el primer método de lucha obrera y que ha demostrado sus límites, como un medio adecuado de lucha revolucionaria, sino de comprender la relación que existe entre el proletariado y las fuerzas productivas del capital, como una relación antagónica. La característica esencial de estas últimas son las de ser medio de valorización y por lo tanto de explotación: es la dictadura del valor de cambio sobre el valor de uso.
Si el obrero descalificado se encuentra esclavizado de la mañana a la noche (y a menudo de la noche a la mañana) encadenado a «su» máquina no es por amor o placer, sino para poder sobrevivir, y todo esto en interés del capital. La práctica de los partidos y sindicatos es hacer de esta esclavitud una acción voluntaria de los proletarios, sobre todo cuando la crisis destruye parcialmente esta atadura, eliminando el capital excedente y licenciando la fuerza de trabajo sobrante. Así el único objetivo que persiguen es el de perpetuar la explotación, empujar al proletariado a actuar como clase para el capital (es decir, a negarse), impidiéndole que se constituya en clase para sí (es decir, contra el capital).
Acerca de la apología del trabajo |
En general, este tipo de discursos, como no podía ser de otra forma, los hacen los que no trabajan, no sólo porque las normas sociales proscriban la alabanza de sí mismo o porque ese tipo de discurso en aquellos que trabajan sería algo así como crear, confeccionar, idear, perfeccionar el instrumento de tortura de su propio torturador (¡el trabajo es una tortura!), sino porque dichos discursos corresponden a la necesidad general del capital de mantener a los proletarios como simples trabajadores (l), trabajando, subsistiendo para trabajar, escupiendo plusvalía, y dedicando el resto de su «vida» a reconstituir su potencia de trabajo para seguir trabajando.
Más aún, dígalo quien lo diga, el discurso de «viva el trabajo» lo hace el capital, ese monstruo social que es el verdadero y único sujeto de esta sociedad. En efecto, el capital no es sólo valor que se valoriza, relación social de explotación del trabajo asalariado, sino que precisamente en tanto que valor en proceso ha subsumido al hombre y lo ha hecho ejecutante de sus intereses. El capital se transforma en sujeto supremo de la sociedad, transformando al mismo tiempo a sus ejecutantes en simples marionetas (2).
Cuando el discurso lo hace un patrón, un Andropov, un Reagan, un presidente de directorio o un dirigente sindical, corresponde enteramente a sus intereses y el capital habla –por decirlo de alguna manera– por boca propia. «Trabajad», «aumentad vuestro ritmo de trabajo», «el trabajo libera» (3), «vivan los héroes del trabajo», no es ni más ni menos que el interés real integral de la clase social que vive de la extorcación de la plusvalía y que se halla organizada en Estado «nacional», «socialista», «popular»... Su participación en la plusvalía está en relación directa a su habilidad en la gestión del capital o, lo que viene a ser lo mismo, su capacidad de control de la clase obrera, pues, en última instancia, los mejores capitalistas son los que mejor aseguran la reproducción del trabajo asalariado, es decir, los propietarios reales de las fuerzas productivas (burguesía) son los que deciden económicamente de su utilización, los más capaces de hacer que el esclavo asalariado se sienta contento con su esclavitud.
Que sea un trabajador el que alabe el trabajo es importante para el capital, porque aquél es más útil como idiota para convencer a los otros trabajadores a resignarse con el trabajo y la explotación, pero, desde el punto de vista de la lucha de clases, su posición de clase está inequívocamente del lado del capital, pues actúa objetivamente para aumentar la relación de la plusvalía con el capital variable, es decir, la tasa de plusvalía (y se ubica por lo tanto contra los intereses inmediatos de la clase obrera de lucha contra la tasa de explotación), y simultáneamente (5) actúa defendiendo globalmente el trabajo enajenado, verdadero fundamento de esta sociedad de explotación del hombre por el hombre (se coloca contra los intereses históricos del proletariado).
En el fondo, el discurso sigue siendo un discurso esencialmente burgués, pero no sólo porque sirve al capital, sino además porque en el fondo lo hace el capital, y ello aunque lo haga con otra boca. En efecto, es el capital mismo que en su propio proceso de industrialización mundial, de procreación de la riqueza y la miseria que lo caracterizan, ha ido desarrollando cada vez más las técnicas para hacer trabajar a sus esclavos para que éstos aumenten su rendimiento, para que dejen su vida en las cosas que en última instancia son su no propiedad, un mundo ajeno de cosas que se les opone, los explota y los oprime. Nuevos métodos, nuevas máquinas, música funcional, ascenso en el partido, discursos sindicalistas y políticos, control de tiempos y movimientos, promoción en el sindicato, «viva el trabajo» dicho incluso por los propios trabajadores todo para explotar más y mejor.
Es el propio capital el que se fue perfeccionando y perfeccionó, a su vez, sus métodos de intensificación de la explotación. Para ello no hay nada más útil que la voz de «trabajad» venga de un trabajador mismo, de eso que no es más que un caballo, una bestia de carga que lo único que hace es gastar energía bruta, general, indiferente, abstracta, que se transforma en potencia opresora, es decir, en capital que vuelve a requerir la sangre joven de esa bestia de carga, para ser más capital, y que necesita aún más trabajo, más liquidación de músculo, de brazo, de cuerpo para ser más capital, que requiere seguir chupando vida para ser más capital, que precisa seguir intensificando el esfuerzo de sus propios títeres para ser más capital, que está imposibilitado para actuar de otra manera que seguir matando trabajo para seguir regenerándose y ser más capital, que sólo puede existir transformándose en más capital, como reproducción ampliada de la explotación de trabajo, que es imperioso a su propia esencia de trabajo muerto, el matar al trabajo vivo, que para ser más capital, que es lo que lo sigue moviendo, necesita seguir amontonando cadáveres, montañas de objetos que no tienen ninguna otra utilidad que la destrucción, lo que viene a ser una doble forma de amontonar el trabajo muerto, que no puede hacer otra cosa que ser más capital, sirviéndose del trabajo, acumulándolo como trabajo muerto y sirviéndose de los idiotas útiles que lo adularán gritando «viva el trabajo», que para ser más capital... y ese ciclo infernal sólo puede tener como fin la dictadura contra el capital y contra la sociedad de esclavitud laboral.
Con la formación y el desarrollo del proletariado y de su partido histórico (6), todas estas reivindicaciones no sólo no son abandonadas, sino que se desarrollan y se precisan. El comunismo, en tanto que movimiento del proletariado organizado, lucha por la reducción general del trabajo a su expresión mínima, tanto en intensidad como en extensión, y por la apropiación del producto social por parte del proletariado, pero declara abiertamente que estas reivindicaciones sólo pueden realizarse verdadera e integralmente con la dictadura revolucionaria del proletariado, que dirigirá el mundo contra los actuales criterios (dictadura contra el valor de cambio) y en función de las necesidades de la humanidad en formación. Contra todos los socialismos burgueses, que pretenden que el trabajo es inherente al ser humano y que conciben el socialismo como un simple proceso de distribución de bienes tomándolos de los «ricos» para repartirlos entre los «pobres», el comunismo levanta la necesidad de revolucionar no sólo la distribución (que en ultima instancia es una consecuencia indisociablemente unida a la producción), sino de destruir los fundamentos mismos del modo de producción, revolucionando fundamentalmente el objetivo de la producción, para que ésta no se decida en función de la tasa de ganancia, sino de hacer mejor la vida, para aliviar el trabajo y para trabajar menos, lo que a la vez implica liquidar el dinero, el mercantilismo, el trabajo asalariado, creando así las bases para que el trabajo deje de serlo, al reintegrarse la actividad productiva en general a la vida misma del hombre.
El desarrollo del capitalismo es el desarrollo simultáneo y contradictorio de la burguesía y la contrarrevolución por un lado, y del proletariado y de su programa por el otro. La lucha contra el trabajo, por la apropiación del producto social, por la revolución, es generada por el capital y genera al mismo tiempo el desarrollo y fortificación de la reacción.
Toda reducción del tiempo de trabajo es compensada con creces por los aumentos de la productividad del trabajo y por su mayor intensidad: de la manufactura a la fábrica y la adaptación de ésta a la producción en cadena... hasta los «nuevos métodos de administración del trabajo». Paralelamente y en perfecta correspondencia con ese proceso se van desarrollando los partidos socialdemócratas, los partidos del trabajo, del sindicalismo burgués, el laborismo y, más recientemente, el taylorismo, el estalinismo, el nacionalsocialismo, el populismo en todas sus formas y variantes (incluidos claro está, el peronismo, el castrismo...), es decir, el conjunto de fuerzas y partidos burgueses que, para encuadrar a los trabajadores y ponerlos a su servicio, toman como centro ideológico de las campañas la apología del trabajo. A continuación haremos una breve incursión en dicho desarrollo.
Luego de la muerte de Marx, la socialdemocracia, sin variar fundamentalmente su programa lassallano de apología al trabajo, buscará hacerse marxista. Suprimirá, falsificará todo lo que en la obra de Marx hay de revolucionario y de subversivo, y creará lo que se fue llamando (y se sigue llamando hoy) «marxismo»: la más repugnante apología del trabajo y el trabajador.
Poco a poco, lo que en la obra de Marx es considerado como una desgracia, el ser trabajador, lo que es denunciado como el súmmum de la bestialización, de la inhumanidad de la bajeza, el trabajo... pasa a ser para los marxistas del mundo entero, un mérito, un honor... y, en nombre de los trabajadores, los partidos del trabajo propagandearán el trabajo como sinónimo de la realización del hombre: «el trabajo libera» al hombre. De ahí a los campos de trabajo de Stalin y Hitler no había más que un paso.
Y ese paso fue realizado con la derrota de la revolución internacional de 1917-1923. En la propia Rusia la contrarrevolución se impuso con el mismo ritmo que se liquidó al proletariado revolucionario y a su vanguardia comunista, y se consolidó un verdadero ejército del trabajo. Sobre la base de la teoría socialdemócrata, defendida por Lenin, según la cual el desarrollo del capitalismo era un avance real hacia la revolución, todo se fue supeditando a la producción capitalista, al trabajo asalariado, con los ritmos que le son propios. Pero como Estado Nacional Capitalista requiere ser competitivo, y para ello era necesario aplicar los métodos más modernos de explotación del trabajador. El taylorismo (10), que el Lenin de antes de la insurrección denunciaba como «la esclavitud del hombre por la máquina», pasó a ser considerado por el Lenin administrador del capital y el Estado como una panacea, pues, prisionero de la ideología socialdemócrata, consideraba el aumento de la intensidad del trabajo, no como el acto más anticomunista que pueda concebirse, como es en realidad, sino ¡como un terreno neutro que según él serviría tanto al socialismo como al capitalismo! (11)
Esa obra de sumisión al trabajo a un ritmo forzado, que en Rusia llegó a niveles paranoicos, fue dirigida por los grandes jefes del bolchevismo que se mostraron a cuál más sanguinario en la aplicación de esos nuevos ritmos y métodos, que el capitalismo necesitaba para su reorganización en Rusia: Zinoviev se convirtió en el perro sanguinario de Petrogrado, organizando la represión abierta de toda lucha contra el trabajo y el Estado; Trotsky fue el abanderado de la militarización del trabajo, de la creación de los campos de trabajo forzado y fue el jefe de los cuerpos represivos en los momentos decisivos... En fin, Stalin (¡al que luego se intentará culpar de todo!) llevará esta obra a su punto culminante con los campos de trabajo, por los cuales pasaron más de 15.000.000 de trabajadores, y por representar la dirección de una sociedad en la que el capital liquidó hasta tal extremo toda forma de lucha contra la explotación, que «trabajador», y sobre todo «trabajador a un ritmo ejemplar», se transformó, por primera vez (simultáneamente que en Alemania, Italia...), junto a la propia figura de Stalin, en ídolo, en el dios, en la bestia sagrada e intocable: fue el funesto reinado de los Stakhanovs (12).
En tanto que socialismo nacional, el régimen de Stalin, contrariamente a lo que nos quieren hacer creer, tiene exactamente el mismo programa y básicamente efectuó las mismas realizaciones que el nacionalsocialismo de su antiguo aliado, Hitler. Y ello no sólo porque ambos hayan coincidido, o no, según las épocas, en el plano de la política nacional e internacional, sino fundamentalmente porque han basado la gestión de la sociedad en un proyecto nacional de socialismo, porque la ideología central se encuentra en el trabajo, en un partido del trabajo. Claro que en los discursos hay matices, y si Hitler basa su ascenso en la defensa de un socialismo que lucha contra el capital financiero y prestamista internacional (13), contra el gobierno del dinero, la plutocracia y por un verdadero socialismo de la nación alemana; Stalin prefería decir que su socialismo (en un país) luchaba contra los «países capitalistas» y por «las democracias populares»; pero en los dos casos concentran su programa económico en un gigantesco esfuerzo laboral, en la gran industria, especialmente en la infraestructura de comunicaciones y energética, y en las construcciones para el «pueblo trabajador». En el centro de ambos regímenes están los Servicios del Trabajo, los campos del trabajo, la apología del trabajo y la obligatoriedad del trabajo, presentada como un honor: «El servicio obligatorio del trabajo ha de ser un honor para la juventud y un servicio prestado al pueblo. No debe suministrar mano de obra económica a la industria privada ni convertirse en una empresa competidora del Estado. Debe proporcionar un ejército de trabajadores para llevar a cabo obras públicas con fines económicos, culturales y demás de la política nacional»(14).
Hoy, frente a una situación en donde todos los regímenes del mundo llaman en nombre de los trabajadores a trabajar más comiendo menos, sobre todo en aquellas partes en donde en la dirección del Estado se encuentra un partido del socialismo nacional, un partido del trabajo (15), como por ejemplo en Cuba, es muy importante poner en evidencia que, en el fondo, no tiene nada de tan original con respecto a sus predecesores: el estalinismo y el nazismo. Para ello, hay que insistir sobre todo en este último, sin lugar a dudas mucho menos conocido que los otros. El nazismo no es un ejemplo entre otros como partido del trabajo, sino el extremo más perfeccionado al respecto, que sus sucesores avergonzados (pues no pueden reconocerlo) no hacen más que imitar (a sabiendas o no).
En realidad, no hay ninguna originalidad en los discursos y las realizaciones de un Fidel Castro. Ni siquiera cuando éste pretende que su partido representa una lucha de los productores manuales e intelectuales contra la burguesía y que con su ascenso al poder de los trabajadores, representados, claro está, por ese partido socialista, conquiste la posibilidad de administrar los asuntos del Estado. «La burguesía política está siendo expulsada de la escena y en su lugar vemos avanzar a los productores manuales e intelectuales, a las fuerzas de trabajo que emprenderán su misión histórica. No se trata simplemente de una cuestión de horas de trabajo y de salarios –aunque esas reivindicaciones sean especiales y representen tal vez la más importante de las manifestaciones de la voluntad socialista–, sino que lo que más importa es la integración de un cuerpo social potente y responsable en la administración de los asuntos del Estado y, tal vez incluso, asumirá el papel principal en el futuro político de nuestra patria». NO es un discurso de Fidel Castro, sino directamente del célebre nazi Goebbels, que, con tanto cinismo como el otro, no tenía miedo en agregar: «No somos una institución de caridad, sino un partido socialista de revolucionarios» (16).
En lo que sigue, nos referiremos casi exclusivamente a los nazis. Hacer en cada caso el paralelismo explícito con citaciones y referencias a «realizaciones» de los socialistas actuales, no es necesario; cada lector encontrará en su medio a esos socialistas y castristas que, para desgracia de éstos, ¡los nazis hace cinco décadas se empeñaban en imitarlos!
Toda la propaganda del régimen nazi se basaba en los beneficios que según ellos habría obtenido el pueblo trabajador con dicho régimen. Antes que nada, se insistía en la eliminación completa de la desocupación, que se contraponía a la «decadencia del capitalismo corrupto». Cuando el ejército alemán ocupa Francia, se había pasado ya, en Alemania, de la desocupación de más de seis millones de desocupados al reclutamiento sistemático de trabajadores «voluntarios» fuera de Alemania para paliar la escasez de fuerza de trabajo. En realidad, esa pretendida «eliminación de la desocupación», no fue ni más ni menos que la obligación de trabajar para los desocupados, situación general en el mundo que con distinto éxito fue aplicada por todo el capital, desde Stalin a Roosvelt. Fue el reconocimiento generalizado de la necesidad de recurrir a la política del gasto público (luego teorizada por Keynes), de grandes trabajos, de militarización exacerbada de la economía, hacia la guerra imperialista. Para el trabajador alemán, como para cualquier otro, al que se le impone el trabajo capitalista cuando el capitalismo sólo puede ofrecer la desocupación, fue trabajo mal pagado, regimentado, militarizado que lo fue llevando a la guerra y a la muerte. Pero en la época, las cosas eran presentadas diferentes, se entrevistaba a los pobres tipos que iban a los campos (17) y éstos partían «contentos», ¡escapando a la desocupación y la decadencia para ir a «trabajar»! Los nazis basaban sus campañas en las realizaciones «concretas», en las construcciones para obreros, en las casas y lugares de turismo para trabajadores, en la liquidación del analfabetismo y las campañas de educación popular..., ¡y que muchos socialistas latinoamericanos tengan a esto mismo como programa de socialismo, no hace más que mostrar las cosas tal como son!
Así, el programa del Partido Nacional Socialista establecía «queremos dar una patria al trabajador alemán. Queremos construir viviendas saludables con luz, aire y sol para la juventud vigorosa» (18) y Gramma o Barricada (19) de la época, que se llamaba Völkische Beobachter no hacía más que aportar elementos «concretos» (20) de las realizaciones de casas, construcciones de «barrios obreros modernos», «nuevas instalaciones en los barrios de trabajadores»... En su rúbrica permanente, titulada El socialismo en los actos, ese periódico presentaba la podredumbre demagógica clásica de los idiotas útiles al servicio del Estado. David Schoenbaum ejemplifica así el contenido de dicho pasquín (21): «[...] Contaba como los trabajadores de una fábrica textil del sur de Alemania se habían ofrecido voluntariamente y habían realizado horas suplementarias de trabajo, para, con el producto de ese trabajo, contribuir a la caja de ayuda por accidentes de trabajo fundada por los nazis..., como los campesinos ofrecían al buró de ayuda social de las Juventudes hitlerianas la posibilidad de alojamiento para pasar vacaciones a cincuenta mil niños, y que el Grupo de mujeres nacionalsocialistas de Mannheim había proporcionado setecientos más..., que los empleados municipales de Dresde habían creado un fondo para el financiamiento de una escuadrilla de cinco aviones destinados al gobernador de Saxe y para paliar las dificultades financieras de los S.A. y los S.S..., y que hasta habían dado un 1% de sus salarios para sostener el esfuerzo nacional (Fürderung der nationalen Arbeit)... En la misma serie, se encontraban otras historias modelo, la realización de construcciones en barrios periféricos, el reparto de las beneficios de la Preussïsche Zeitung de Erich Koch entre sus empleados... Durante las fiestas de Navidad, los funcionarios del partido instalan mesas en todos los barrios populares del norte de Berlín y distribuyen regalos a la población, incluso a los antiguos comunistas [!!!, NDR]». Lo que llevará a Scheumburg Lippe, adjunto de Goebbels, a declarar: «Éste es el socialismo que yo buscaba [repetimos no, no es Fidel Castro quien realiza estas declaraciones, NDR] y es un honor para mí el de haber servido a él con todas las fibras de mi ser» (22).
De la misma forma, durante el nazismo, las campañas por la cultura popular fueron intensificadas, todo el sistema de la enseñanza fue modificado y modernizado. El acceso a la educación fue generalizado y presentado como en otras partes como sinónimo de liberación humana y de socialismo. De hecho, se trataba de reorganizar la fuerza de trabajo para que sirva mejor al capitalismo, de que todos puedan recibir «la cultura», de patrocinar las carreras técnico profesionales y sobre todo de un profundo lavado de cerebro para subordinar más al trabajador como idiota útil al Estado nacional y a sus intereses. Los que se recibían y obtenían diplomas, así como los héroes del trabajo, los que demostraban con su obsecuencia ser los más serviles vasallos eran tratados como héroes: «Los laureados eran tratados como los campeones de los juegos olímpicos o como grandes actores de cine, eran conducidos con gran pompa a Berlín y fotografiados al lado de Ley y de Hitler en persona» (23). Es evidente que esta «promoción social» era propagandeada a reventar. En la prensa llovían los ejemplos de trabajadores que el día antes no tenían donde caerse muertos, de «campesinos» sin nada que ponerse que se habían licenciado. Sobre lo dramático de las situaciones personales que la prensa presentaba «antes» y «después» de haber «triunfado» no es necesario insistir. Schoenbaum comenta: «Dado que la mitad de los laureados salían de familias de asalariados y que el 80% de ellos no habían alcanzado el nivel de la enseñanza secundaria, el régimen logra al menos por ese medio, en el plan de la propaganda, efectuar una glorificación espectacular de sus clases laboriosas».
Como todo cínico socialista en el gobierno de un Estado capitalista, Hitler se presentaba como el ejemplo de trabajador. Se hacía fotografiar haciendo «trabajo voluntario», siendo el «número uno en los regimientos de trabajo». Tampoco aquí los barbudos cortando caña de azúcar en Cuba tienen nada de original. Los volantes que distribuye la CEDADE hoy reproducen, por un lado, masas de musculosos trabajadores marchando firme con palas y otros instrumentos de trabajo y, por el otro, al propio Hitler, rodeado de militares, dando el ejemplo del trabajo pala en mano, cavando la tierra, y junto a todo eso algunas estrofas de la Canción del Frente del Trabajo: «Nuestras palas son armas de paz...» (24).
Toda esa «glorificación indiferenciada del 'trabajador' reposaba sobre una invocación casi sin límites de la movilidad social y ponía el acento agresivamente sobre el igualitarismo social» (25). Como en todos los otros dominios se daba el ejemplo del propio Hitler. Como todo régimen del Trabajo, nada mejor que demostrar que su mejor representante es un Trabajador que venía de la «clase trabajadora». Y aquí, Hitler ganaba todos los premios (26). En el partido nacional socialista se recitaba un verdadero catecismo que decía así: ¿qué profesiones ejerció Hitler? Respuesta: «Hitler fue obrero de la construcción, artista y estudiante» y siempre que podía (¡y que el auditorio así lo pedía!) Hitler recordaba su calidad de «obrero ejemplar y perseverante»: «Yo también, en mi juventud, fui obrero y, poco a poco, llegué a la cúspide, a fuerza de mi trabajo, de estudio y también, creo poderlo decir, de hambre» (27).
Por supuesto que la verdadera transformación del 1° de mayo, que había surgido como símbolo de la lucha contra el capital, en día del trabajo, en día de fiesta, fue obra del nazismo. Aquí, como en otros puntos, Hitler realizó el programa que siempre habían prometido los socialistas burgueses, los socialdemócratas (28) y los grandes desfiles y fiestas que hoy encontramos en todos lados para celebrar el repugnante servilismo de los trabajadores hacia el estado nacional –el antagónico mismo a aquellos héroes revolucionarios de Chicago (29)–, no pueden en absoluto ser considerados inventos de Stalin, Mao, Perón o Fidel Castro, sino obra de Hitler.
Sin lugar a dudas, las consignas centrales del régimen fueron (Arbeit adelt) «el trabajo ennoblece» y (Arbeit macht frei) «el trabajo libera», «el hombre se hace libre trabajando». Y para colmo en el más impresionante campo de concentración, en los alambrados de Auschwitz, figuraba en gigantes letras ARBEIT MACHT FREI (30). «No es sólo humor negro, sino la creencia real de un sistema podrido, del capitalismo en descomposición, de un sistema que lleva al hombre a su máxima perdición, al sacrificio total y completo de su vida en el altar del dios trabajo, a la muerte... «El III Reich proponía una ideología del trabajo que recurría simultáneamente a la soberbia, al patriotismo, al idealismo... El elemento central del sistema era una ética del trabajo que reposaba no tanto sobre el trabajador, sino sobre el trabajo mismo... Uno de los motivos preferidos del arte oficial era el que se encontraba en la gigantesca escultura de Jose Thorak para un monumento de autopista con tres colosales musculosos que, como Sísifo, levantaban una roca enorme. Las empresas más importantes edificaban verdaderas capillas, cuya nave central desembocaba en el busto de Hitler, colocado bajo el emblema del Frente del Trabajo, y a flancos personajes proletarios de dimensiones heroicas: eran verdaderos pequeños templos consagrados al dios nacionalsocialista del trabajo.» (31)
Es decir, que, como en el caso de Stalin, o de tantos otros de sus seguidores de hoy, el trabajador héroe no era aquel que lucha contra su propia condición, que conspira y que como tal puede ser como ha sido en la historia grande o bajo, con lentes o sin, mujer o hombre, con overol o con corbata, inmigrante o «nacional», viejo o joven, raquítico o gordo..., sino que es la bestia laburante, el que sostiene con la fuerza de sus brazos a todo el régimen, el musculoso, exactamente el mismo personaje que ponen de moda todos los regímenes de trabajo forzado: macho, joven, fuerte, nacional, nacionalista, trabajador... (32).
Como no podía ser de otra manera, para mantener los ritmos más altos de intensidad del trabajo, y por lo tanto de explotación, la idealización del trabajo tuvo que estar acompañada de ciertas migajas y de una organización del tiempo libre, tal que los trabajadores estuviesen siempre en buenas condiciones para recomenzar a trabajar con bríos. En esto, también los nazis fueron maestros de todos los socialistas laborales, incluido Stalin. Crearon una organización especial, Karft durch Freude, conocida como «KdF», es decir, la «fuerza a través de la alegría», la diversión. Esta organización, que fue financiada con los fondos de los sindicatos disueltos, tuvo indudablemente un éxito rotundo en el encuadramiento de los trabajadores. Su programa de actividades fue amplísimo: representaciones teatrales, conferencias, reuniones culturales, asociaciones deportivas subvencionadas, conciertos, clubs de danza folclórica y moderna, cursos para adultos, exposiciones de arte, cine clubs...
Hitler podía jactarse y mantener todos los mitos que permitieron el imponente aumento de la explotación en su socialismo nacionalista: «El pueblo trabaja con decisión y alegría. Y sabe que no está empeñado en una lucha por el capital de unos pocos egoístas, sino por el bienestar de la colectividad.» (33)
El éxito más grande de la KdF fue su organización del turismo para los trabajadores. También aquí todos los laboristas y socialistas patriotas posteriores no son más que vulgares imitadores. La KdF llegó a organizar el tiempo libre de millones de trabajadores enviándolos, en vacaciones organizadas (¡no se precisa demasiada imaginación para hacerse una idea de las mismas!), y llevando el sector turístico, gracias al turismo subvencionado, a una expansión sin precedentes en el mundo. Su expansión, provocada por las necesidades del capital industrial, repercutió favorablemente en la industria, dado que la KdF impulsará la industria del transporte, a través de la construcción de dos enormes barcos y el desarrollo de la industria del automóvil, denominada primero KdFWagen, y más tarde Volkswagen. Como se sabe, todo esto servía directamente a la preparación de la guerra y luego a la guerra misma (34).
A través de la promesa de popularización de los autos (que en su mayor parte no pasó de ser nominal) y sobre todo del turismo, que en la época eran considerados como símbolos de la riqueza, como posibilidades exclusivas de la burguesía, el nazismo sembraba la ilusión de la desaparición de las clases. Esa imponente y absurda mentira, que todos los grandes representantes del régimen se encargaban de propagandear, estaba sin embargo enormemente arraigada en la sociedad alemana. Con respecto al turismo R. Ley declaraba: «El trabajador comprende perfectamente que queremos verdaderamente elevar su posición en la escala social. Él ve bien que no es a las clases pretendidamente cultivadas que enviamos al extranjero como representantes de la nueva Alemania, sino que es a él, al trabajador alemán, a quien hacemos nuestro mensajero en el mundo entero» y en la Conferencia Internacional acerca de la política del ocio y el tiempo libre (35), Ley declara oficialmente: «No hay más clases en Alemania. En los años a venir, el obrero perderá los últimos restos de los complejos de inferioridad que puedan aún quedarle del pasado.» (36)
Pero como cualquier otro régimen socialista patriota que lo que busca es la mayor explotación y mejor carne de cañón para la guerra imperialista, sus dirigentes tienen una clara conciencia de esos objetivos, y, a veces, hasta hay algunos que tienen el coraje de divulgarlos. Así, Starcke, secretario de prensa del Frente del Trabajo, declara con el máximo desparpajo: «Nosotros no enviamos a nuestros obreros en nuestros propios barcos a realizar turismo y no construimos la grandiosa infraestructura de vacaciones al borde del mar por el placer, ni para nosotros mismos, ni para todos que puedan tener la suerte de utilizarlas, sino porque queremos mantener en buen estado la fuerza de trabajo del individuo, para que vuelva a tomar su puesto con fuerzas renovadas.» (37)
Con este broche de oro de sinceridad clausuramos el capítulo acerca de la apología nazi del trabajo, tan igualita a la que todos los socialistas nacionales realizan en la actualidad. Por otro lado, el lector estará suficientemente asqueado de esta sopa de laborismo, de fanatismo nacional y socialista por el trabajo. Volvamos a nuestra lucha contra el trabajo.
Se trabaja lo menos posible y si se puede no se trabaja. Cuando es posible se hace creer que se está trabajando y se intenta al menos vivir un poco (si a esa vida atrofiada puede llamársele «vida»), se demora en el baño, se fuma un cigarro, se descompone la máquina, se intenta comunicar con otro trabajador, se enlentece el ritmo, tratando siempre –y en contra de los hechos– de comportarse como hombre y no como máquina, como si se pudiese recobrar la existencia humana, comunicándose con otro cuando el jefe no le ve, en las pausas del trabajo o, a escondidas, en el cuarto de baño. Si es posible se falta, uno se «enferma», le viene de golpe un agudo dolor de muelas, de cabeza o de espalda, que nadie puede verificar (no siempre es joda, a veces, por asco al trabajo, ¡uno termina enfermándose en serio!) y todo parece confirmar que son los lunes de mañana y los días en los que se vuelve de las vacaciones, en los que más se enferman los trabajadores.
El absentismo se sigue generalizando; en todas partes del mundo se denuncian a los saboteadores de la producción; respondiendo como se pueda a todo tipo de invento para aumentar el ritmo de trabajo en toda fábrica y oficina se han desarrollado miles de contrainventos para contrarrestarlos...
No ver en todos estos hechos, aparentemente inconexos, una lucha sórdida y oscura, de las dos clases antagónicas de la sociedad, sería vendarse los ojos; en cada uno de esos actos se contraponen la manutención de la esclavitud asalariada con la lucha contra el trabajo, por la sociedad comunista.
Esto son los hechos, indiscutibles, vivientes, que demuestran la putrefacción de una sociedad basada en el trabajo, y el odio que contra la misma se concentra en cada uno de sus esclavos asalariados... Como también es un hecho que cada vez, más la «haraganería», la «pereza», que en el fondo no son más que tímidas resistencias humanas e instintivas contra el trabajo, son, cada vez más, consideradas como un delito, por no hablar ya de los campos de trabajo para «parásitos sociales» o de los «delincuentes peligrosos» que en Cuba es, por ejemplo, sinónimo de los que sabotean la producción.
Sin embargo, en la fase actual. en la que aún al proletariado le cuesta muchísimo desprenderse de la más profunda contrarrevolución que aún lo somete, estos hechos no son aun globalizados. Incluso, los mismos que hacen lo posible por trabajar lo menos posible, que viven trampeando a jefes y patrones y al Estado, no son capaces de comprender el alcance revolucionario de su propia acción, y no sólo en algunas circunstancias, esos tipos no se pliegan a las reivindicaciones obreras y a la lucha, sino que incluso la consigna revolucionaria «contra el trabajo» les parece un sin sentido; y hasta para alabar a otro se les escapa el eslogan burgués «es un buen hombre», «es trabajador», «es un trabajador ejemplar»...
En la vida diaria, nos encontramos todos los días con esos ejemplos, en los cuales uno se agarra la cabeza y dice: «¡Parece mentira!». La acción contra el trabajo, aunque socialmente sea masiva, se hace solo o con un pequeño grupo (38), la conciencia de los trabajadores en general sigue atrofiada con la apología burguesa del trabajo, y los actores mismos de la lucha contra el trabajo, la condenan cuando se grita abiertamente que se pelea contra el trabajo.
Pero a esa situación no le tememos. Al contrario es la situación de siempre en la que luchan los comunistas, contra la corriente, contra el pensamiento y la conciencia de las mayorías, pero por la acción y los intereses de éstas, buscando hacer consciente los métodos de lucha que surgen espontáneamente.
Lo más importante es, precisamente por ser subversivo, el poner en evidencia que en esos actos aislados de sabotaje al trabajo que vivimos cotidianamente, se encierra la potencia revolucionaria que es necesario liberar para hacer volar en pedazos toda esta sociedad. Por eso, hoy es imperioso, no sólo luchar por trabajar menos, sino gritar claramente: «Abajo el trabajo», «Viva la lucha contra el trabajo».
Cuando los revolucionarios dicen viva el proletariado, no sólo se trata de algo diferente, sino contrario tanto en sus premisas, como en su contenido, como en sus consecuencias. Como premisa, porque para vivir el proletariado tiene que pelear. En efecto, si para los «marxistas» el proletariado es algo así como la suma sociológica de los hombres que trabajan, para nosotros, el proletariado existe en su contraposición con la burguesía, contraposición existente en la lucha general por la vida, desde la producción de objetos materiales hasta la organización en partido y la lucha armada. Como contenido, porque la vida del proletariado no la encuentra en el trabajo, porque el proletariado vive reconociéndose a sí y a sus compañeros como seres humanos, y ello sólo puede hacerlo en la lucha contra el trabajo. En fin, como consecuencia, porque el proletariado, contrariamente a la burguesía, no tiene interés en prolongar su existencia, sino que por el contrario su existencia como contraposición al capital, su desarrollo hasta transformarse en clase dominante, tiene por objetivo la supresión de todas las clases y por lo tanto su autosupresión.
En síntesis, mientras que el «viva el proletariado» de nuestros enemigos, es un grito de «viva la situación actual de los proletarios», el «viva el proletariado» de los comunistas es el viva la organización del proletariado en clase, en clase dominante para su propia supresión, para liquidar totalmente la actual situación, para abolir el trabajo asalariado, para que la actividad productiva deje de una vez por todas de ser trabajo y sea vida humana, en fin, para que la humanidad pueda por fin iniciar su verdadera historia como comunidad humana.
Los izquierdistas, humanistas y otros progresistas descubrieron
en las condiciones miserables de vida de los obreros inmigrados, nueva
materia para denunciar la injusticia que golpea esos «menos agraciados»:
«¡Cuánto mejor sería el mundo si todos los obreros
fuesen tratados como a los nacionales!», según ellos, «privilegiados».
Hoy, en plena agudización de la crisis mundial, la «solidaridad»
que esos señores proclaman sería la de repartir algunas de
esas «conquistas sociales» que le dan credibilidad al capitalismo.
Pero a esa idealización de las relaciones sociales capitalistas,
se contrapone la terrible realidad: todos los Estados venden y compran
fuerza de trabajo, negocian la entrada y la salida, el permiso de estadía
o las expulsiones, la persecución «contra los vagos»
o la vista gorda frente al trabajo ilegal, en acuerdo a los intereses del
desarrollo de la economía nacional, de las expansiones y restricciones
violentas de la demanda de fuerza de trabajo, donde el obrero no es más
que una mercancía más, que, como todas, puede ser exportada
o importada.
El caso de Nigeria, gran centro de acumulación capitalista con el petróleo como principal eje, es quizás el ejemplo que mejor muestra esta realidad cínica. Durante su ciclo expansivo el estado nigeriano se vio obligado a abrir sus fronteras a todo trabajador inmigrado para responder a la gran demanda de mano de obra. Se promovieron grandes campañas pro-inmigración, los obreros que escapaban, por diferentes razones, de otras regiones de África, eran «bien recibidos». Pero el comercio de carne humana cambia de fisonomía cuando los requerimientos de salvaguardar la economía nacional son otros, e, igual que se tira a los mares la carne para que no se desvalorice la producción cárnica, en Nigeria se echa y persigue sanguinariamente a más de dos millones de proletarios inmigrados, se moviliza en nombre de la nacionalidad a una horda repugnante para que ataquen a esos sectores, y los desposeen de lo poco que les queda; ¡¡¡a veces una mísera valija!!! Miles de niños, mujeres y hombres son arrojados a machetazos, encerrados en campos, buques... en espera de que se encuentre «una solución». Y la caridad capitalista implora, llorisquea... cínicamente para ocultar que ésta es la realidad de las relaciones capitalistas en todo rincón del planeta (1).
A propósito de este comercio de cuerpos humanos productores de valores, las declaraciones del gobierno paquistaní son lo suficientemente elocuentes: «La inversión en capital humano es un producto comercializable, cuya rentabilidad es elevada; las exportaciones de recursos humanos, además del hecho de que alivian el mercado de trabajo nacional, proporcionan buenas perspectivas de ganancias en monedas extranjeras». Eso es totalmente cierto, los 150.000 paquistaníes que trabajan en Kuwait hacen repatriar millones de dólares. En previsión de desórdenes y huelgas (como la de la construcción, en 1978, en Kuwait, que fueron reprimidas militarmente) y de tentativas de solidarizarse con los obreros «nacionales», es cada vez más, moneda corriente el hacer habitar a los obreros inmigrados en el mismo campo de trabajo, y enviarlos a «su» país, apenas termina el contrato.
Ya vimos en el número 7 de Comunismo, las condiciones de una esclavitud abierta real, en la que se encuentran una parte de los obreros que producen el capital de Estados Unidos, procedentes de regiones de América Latina.
¿Puede decirse acaso otra cosa de los 50.000 vietnamitas deportados a Siberia, donde se les paga abiertamente el 40% de su salario, pues el 60% restante es directamente embolsado por el Estado ruso (¡además de la plusvalía, claro está!), pues de esa forma –según declaran los promotores de ese comercio de carne humana– «se está amortiguando la deuda externa de Vietnam con Rusia»?!!! Lo mismo sucede con los 400.000 trabajadores vendidos por el Estado de China a la sociedad Italsat (empresa pública italiana), destinados a realizar trabajos de construcción en África, a cambio de los cuales la empresa no paga directamente a los trabajadores, sino que los salarios son enviados directamente al Estado chino, tal como fue convenido con el mismo, que a su vez pagará una parte de esos salarios a «sus» trabajadores.
Los ejemplos podrían multiplicarse. En Asia, decenas de millones de chinos trabajan en todo el continente, los refugiados político-económicos del continente africano superan, según las Naciones Unidas, los cuatro millones, en Argentina hay millones de trabajadores paraguayos, chilenos, uruguayos..., en Venezuela centenas de miles de colombianos, en el cercano oriente trabajan centenas de miles de hindúes. En todos los casos, las condiciones de trabajo son infernales, los salarios bajísimos, los horarios interminables.
El sistema capitalista reproduce, desarrolla y generaliza el tráfico de ganado humano en todas las partes del globo. La norma del capitalismo no es la del «obrero modelo», ciudadano con «derecho al trabajo» y a un salario supuestamente «decente», sino muy al contrario (acompañando siempre las convulsiones cada vez más violentas inherentes al régimen del capital), la de las expulsiones permanentes del lugar donde se ha nacido, la adecuación brutal de la semivida del trabajador a la vida del capital valorizándose, los desplazamientos obligatorios de fuerzas de trabajo cada vez más masiva, las diferencias entre las condiciones de trabajo y de vida de las distintas capas del proletariado. Todas esas diferencias entre los salarios y las condiciones de la explotación salarial constituyen al mismo tiempo una realidad necesaria e inseparable de la explotación capitalista y todas aquellas fuerzas que intentan eliminar esas desigualdades sin eliminar su razón de ser (el asalariado, el capitalismo), contribuyen objetivamente a desarrollar la competencia entre las distintas capas de trabajadores y a obstaculizar toda solidaridad entre ellas. En efecto, no hay ninguna consigna que pueda ser más divisionista y contraria a la solidaridad obrera que la de pregonar ahí, donde los salarios y las condiciones de vida de los inmigrados son peores que la de los «nacionales», la lucha por la igualdad entre ambas capas («igualdad de derechos entre nacionales e inmigrados») o la repartición de las pretendidas «conquistas sociales», pues fija como objetivo, algo que para la mayoría del proletariado es su miseria cotidiana, que no ataca al capital y por lo tanto, objetivamente, no puede interesarle a los proletarios «nacionales». En el fondo se está pidiendo una «solidaridad» con el capital para distribuir «equitativamente» la miseria que genera. Les guste o no a sus defensores, se está olvidando ni más ni menos que el proletariado se mueve y se unifica por sus propios intereses y contra el capital. Mientras que esas consignas tienden objetivamente a dejar aislados a los inmigrantes en una lucha sin salida, ni solidaridad; las luchas por los aumentos generales de salarios, por el mejoramiento generalizado de las condiciones de trabajo, son las que unifican y permiten combatir la competencia que se libran los obreros entre ellos y enfrentarse así unidos al capital.
En efecto, nada puede interesar más a todas las capas del proletariado, que no sacrificarse un carajo, que luchar por la mejora de sus condiciones de vida, por el aumento de salarios, para sí mismo y todas las capas de obreros, para lo cual no habrá más remedio que atacar la plusvalía y el capital. Nada puede ser más unificador y centralizador, en oposición a aquellas consignas, que objetivamente no pueden interesar a la mayoría del proletariado, que ir estableciendo como objetivos parciales del avance de las luchas obreras (además, claro está, de la organización creciente, la solidaridad real entre todos los proletarios sin distinción de nacionalidad, raza...), los aumentos generales de salarios, la reducción del horario de trabajo, en todos lados, sin compensación en base al aumento de la intensidad, privilegiando, claro está, aquellas capas del proletariado cuyas condiciones son peores (en el caso que estamos tratando, los inmigrados). Es decir, incorporando las reivindicaciones específicas de los sectores más golpeados, junto a la totalidad, y haciéndolas asumir por la totalidad del proletariado. En este caso no hay contradicción ninguna, sino convergencia, pues no se trata de sacrificios de una parte del proletariado, sino por el contrario, afirmación de toda la clase, de los intereses de cada una de sus capas y de la totalidad contra el capital.
El asco, la repugnancia y el odio al trabajo empujan a una masa
cada vez mayor de proletarios a refugiarse en prácticas marginales,
como medio de «evadir» esta realidad tan miserable. Así
emergen toda una variedad de alcohólicos, toxicómanos...
y otros marginales. Son una reacción primaria contra el trabajo,
un rechazo, un intento de «olvidarse» de la podredumbre de
esta sociedad. El alcohol, las drogas... le ayudan a «crearse»
un mundo imaginario, «sublimado», al «margen» de
la realidad cotidiana, de la triste realidad capitalista.
Si bien es cierto que estos sectores del proletariado no llegan a cuestionar el orden capitalista, es decir, las causas fundamentales de la miseria en que se encuentran sumergidos, tanto ellos como sus demás hermanos de clase, al reflejar la podredumbre burguesa, obligan a la burguesía a buscar diferentes medios de escamotear o tapar otro hueco por donde sale toda la pestilencia de la sociedad que ellos representan. Así aparecen, en el circo «científico» burgués, toda una amalgama de psicólogos, psiquiatras, sociólogos, y otros brujos, que buscan, a través de sus varitas mágicas, hacer desaparecer esta realidad; para ello, nos charlatanean con diferentes verbajes y artimañas, creyendo que con esos argumentos nos pueden ocultar los verdaderos orígenes del problema.
Con la continua putrefacción de esta sociedad, y al ritmo de su desintegración, ya no es suficiente toda esta charlatanería para la burguesía. Así, una fracción burguesa ha decidido tomar la vanguardia, para «resolver» el problema. En efecto, en RSFSR (República Federal de Rusia) que abarca la mayor parte de Rusia europea y toda Siberia, que se extiende del mar Báltico al océano Pacífico y del Océano Ártico al Caspio (una superficie mayor que 17 millones de km2 con más o menos 130 millones de hombres), sobre la base de la emulación que se hace del trabajo se propone tomar cartas en el asunto. Al compás de «reeducar a estos parásitos», «la falta de conciencia de trabajador»..., el gobierno decretó en enero de 1983 la creación de nuevos centros de reeducación donde serán «tratados» toxicómanos, alcohólicos y otros elementos juzgados como «antisociales» por el régimen. Es la KGB la que tiene la tarea de determinar quiénes son antisociales.
La prensa oficial burguesa de Rusia reconoce la existencia de campos de trabajo forzoso. La Sovietskaya Rossia, después de publicar, el 19 de enero, el decreto gubernamental, se felicita de que estos elementos «parásitos» sean reeducados dentro de la moralidad del trabajo.
Es así que se persigue ahora abiertamente a todos estos sectores del proletariado para darles un lugar en esos campos de trabajo forzado, de tan larga y negra trayectoria, para reeducarlos y hacer de ellos verdaderos ciudadanos ejemplares, respetuosos del trabajo y del Estado que los representa.
Mientras tanto, el ejército ruso, en su guerra imperialista en Afganistán, continúa desintegrándose. Para postergar el desenlace final, los mismos Adropov y compañía promueven la circulación y consumo de alcohol y drogas en el interior de las tropas, de forma que se puedan mantener en el frente (vieja práctica del ejército norteamericano en Vietnam). Con ello confiesan abiertamente que la droga, el alcohol... sólo son buenos para enviar a los obreros que rechazan ir a morir y a matar a sus hermanos de clase en Afganistán.
En la clandestinidad o no, el sindicato Solidarnosc, con el que
se solidariza toda la burguesía mundial, sigue siendo el mejor baluarte
del Estado Burgués. Contra toda la corriente, nosotros hemos insistido
en el hecho de que el proletariado polaco, en la defensa de sus intereses
de clase, se veía forzado no sólo a liquidar a Walessa y
la legión de sus secuaces, curas y sindicalistas, sino a situarse
en contraposición total y absoluta con todo el sindicato Solidarnosc.
Como era de esperar, nuestra desolidaridad total con el sindicato nos ha
valido la acusación de desinteresarnos por la lucha del proletariado
polaco. Nosotros hemos respondido, y respondemos, que la lucha de éste
se sitúa programáticamente, y de forma cada vez más
clara, también organizativamente, fuera y contra de Solidarnosc,
que es el mejor baluarte del Estado burgués polaco, más aún
de la burguesía unificada contra el proletariado; y que, por lo
tanto, la única forma real de solidaridad clasista es la de la denuncia
general de ese aparato, así como de todas las fuerzas burguesas
que en Occidente mantienen la confusión. Poco a poco, las cosas
fueron quedando más claras, y hoy ya es muy difícil ocultar
la contraposición efectiva en la que se encuentra Solidarnosc con
respecto a la clase obrera polaca. El hecho de que los militantes de Solidarnosc
sean a veces encarcelados, que esta estructura del capital funcione en
una clandestinidad parcial, no cambia en nada la cuestión: los allendistas
fueron perseguidos en Chile, los somocistas en Nicaragua, los peronistas
en Argentina y las golpistas en España; en ninguno de los casos
dejan de ser agentes del capital contra toda lucha autónoma del
proletariado. En el último semestre, el papel de policía
de empresa de las comisiones locales de Solidarnosc se ha ido afirmando.
Un buen ejemplo de ello es la resolución, que transcribimos a continuación,
adoptada el 10 de octubre de 1982 por la Comisión provisoria de
empresa de NSZ Solidarnosc Polar (2).
O sea que toda lucha de clases en Polonia tiene que burlar, no sólo la vigilancia de los milicos, sino también (¡como en todos lados!) la de los sindicalistas. Desde nuestro punto de vista una sola respuesta: solidaridad total con todos los denunciados por romper la paz social, por los sabotajes, con todos los que luchan. ¡Vivan los actos de sabotaje a la producción capitalista!Resolución nº 1
Respondiendo a las informaciones referentes a las provocaciones que estarían siendo preparadas en el terreno de nuestra empresa, la comisión provisoria de la empresa ha adoptado la siguiente resolución:1. Desaprobamos todos los actos de sabotaje, pues ellos sólo servirán para perjudicar el prestigio merecido de NSZ Solidarnosc.
2. La lucha por nuestros derechos sólo puede desarrollarse sobre la base de manifestaciones pacíficas conducidas en un espíritu de comunidad y de solidaridad contra la ilegalidad que nos es impuesta por el poder.
3. Todo saboteador será considerado como un enemigo de NSZ Solidarnosc y no contará con ninguna ayuda jurídica ni financiera.
4. En consecuencia de lo que precede, llamamos a todos los miembros y simpatizantes de Solidarnosc a comprometerse, demarcándose de tales personas y condenando categóricamente sus actividades.18 de octubre de 1982, Comisión provisoria de empresa NSZ Solidarnosc Polar
«La división del trabajo aumenta la fuerza productiva del trabajo, la riqueza y el refinamiento de la sociedad. En realidad empobrece al trabajador hasta el punto de convertirlo en una máquina. El trabajo provoca la acumulación de los capitales, y con ella la creciente prosperidad de la sociedad. En realidad hace que el trabajador dependa cada vez más del capitalista, le sitúa en una competencia creciente, le empuja a una producción extrema, seguida de la correspondiente depresión.Según el economista nacional, el interés del trabajador nunca se opone al interés de la sociedad. En realidad, la sociedad se opone siempre y necesariamente al interés del trabajador...En mi opinión, por el contrario, el trabajo mismo, no sólo en las actuales circunstancias, sino mientras tenga por único fin el aumento de la riqueza, el trabajo, digo, es perjudicial, funesto. Sin que el economista nacional lo sepa, es lo que se deduce de su exposición.»Marx, Manuscritos de París. |
Con este texto pretendemos avanzar algunos elementos que nos permitan
comprender los «por qué» del actual estancamiento del
capital, lo que de hecho viene a agudizar, en grado superlativo, la ya
de por sí exacerbada competencia entre los capitalistas. Demostrando,
una vez más, que tanto las guerras como sus «paces»
sucesivas e intercaladas son la única fórmula posible para
mantener su sociedad. Una sociedad basada en la enajenación de la
fuerza de trabajo, pues vive de la extracción del máximo
de plustrabajo al obrero o, lo que es lo mismo, del tiempo de trabajo no
retribuido y de la comercialización especulativa de las mercancías
y productos para sacar el máximo beneficio y valorización
del capital.
Esas necesidades básicas de los capitalistas, los obligan a una desenfrenada carrera para producir más y más barato y con mayores ganancias que sus competidores inmediatos, concurrentes todos ellos del mercado mundial. Es, por consiguiente, cumpliendo las leyes impuestas por el propio mercado como conseguirán sobrevivir, imponiéndose como capitalistas y convirtiendo las riquezas obtenidas, constante y permanentemente, en capital. Ya que la misma existencia de un capital implica su imprescindible valorización, so pena de ineludible desaparición.
Por eso, al analizar la actual situación mundial encontramos numerosos aspectos que nos permiten afirmar, sin ningún género de duda, que nos hallamos inmersos en una grave y profunda crisis generalizada de la valorización del capital en escala, características y consecuencias mundiales. Esto es, una crisis de subsistencia para el sistema capitalista, así como de la propia forma de sociedad que lo sustenta: la sociedad burguesa.
Esta situación está provocada por el propio desarrollo de las fuerzas productivas puestas en marcha por el capitalismo, y abre una época de levantamientos e insurrecciones proletarias que pueden conducir a la dictadura del proletariado para la abolición del trabajo asalariado y la formación de la sociedad comunista.
En consecuencia, y como la única solución frente a ese «problema», asistimos a la preparación por parte de toda la sociedad burguesa de las condiciones tanto psicológicas como prácticas que permiten al capitalismo destruir masivamente las fuerzas productivas sobrantes, dada su desvalorización (entre las que hay que incluir esencialmente a los obreros = fuerza de trabajo) ya que se han convertido en una mercancía muy poco rentable en la aguda competencia internacional, a la par que muy peligrosos tanto por su número como por el lugar que ocupan en la sociedad = producción.
Todos los preparativos adquieren en la realidad el carácter, cada vez más acentuado, de una militarización y control policíaco sobre todas y cada una de las áreas de la sociedad mundial. Recordando, a poco que nos esforcemos, a las maniobras y subterfugios efectuados en los años anteriores a las guerras acaecidas, por ejemplo en este último siglo y muy fundamentalmente a los períodos que precedieron a las dos guerras mundiales (1914-1918, 1940-1945).
Debido a la propia expansión-acumulación-concentración del capital mundial, esto es, la llegada a todos los puntos del planeta de la actividad capitalista, se hace obligado suponer que para que se pueda producir un nuevo ciclo de expansión capitalista, y teniendo en cuenta «las soluciones» empleadas en parecidas circunstancias, sólo podrá tener lugar, después de una nueva y ampliada, tanto en vidas humanas como en extensión, carnicería mundial.
En efecto, esta situación permite que esté cada vez más claro para el conjunto de los obreros y las capas medias de la sociedad burguesa, cuál es la verdadera esencia y razón del Estado, al igual que la estrechez en la que se contienen las rimbombantes frases de los «padres de la patria» cuando hablan de la «democracia», «libertad», «justicia»..., estén esos pintados o disfrazados con los colores que sean, o bien, se «dicten» desde los Estados llamados «populares», «de todo el pueblo»... Siendo en definitiva el más puro terrorismo de la burguesía el que permite que su Estado aparezca como realmente es: el brazo armado, reglamentador y ejecutor del capitalismo. Su existencia mistificada no es más que un barniz con el que se pretende recubrir el aparato de orden de la sociedad burguesa.
La ingente cantidad de medios terroristas con los que el Estado burgués ha comprimido y dificultado la concienciación más amplia y firme del proletariado, sobre la compleja y ardua tarea histórica que le corresponde desarrollar, ha ido empujando a los asalariados, con la ayuda de múltiples organizaciones institucionales del sistema, hacia la realización de aquellas ínfimas e imprescindibles actividades con las que garantiza una mayor integración obrera, que a su vez garantice la rápida valorización del capital.
Sin embargo, lo cierto es que no se podrá seguir aplastando el desarrollo de las capacidades productivas del proletariado, y, por tanto, las que de cada persona en la serie de compartimentos estancos individualizadores que emana de la sociedad burguesa. Será el propio crecimiento, en explosiva rebeldía, de esas mismas fuerzas productivas las que hagan imposible su dominación, comenzando, en consecuencia, un nuevo período histórico de levantamientos obreros y que los comunistas tenemos las obligación de organizar y dirigir hacia el comunismo mundial.
Desde el surgimiento del proletariado, como último eslabón en la evolución histórica de la sociedad dividida en clases, apareciendo como la mayor (prácticamente en exclusiva) y más desposeída de todas las anteriormente conocidas (sólo tienen sus cadenas para romper), comienza a escribir su propia historia, y, por medio de sus avances y retrocesos en la guerra contra la burguesía, tiene lugar un proceso de apropiación-reapropiación de toda la historia con el que aprehender el profundo contenido y utilidad de ésta, para la construcción de la sociedad futura, la SOCIEDAD COMUNISTA.
Estos conocimientos teórico-prácticos de la historia, en perfecta continuidad con la dialéctica marxista, nos permiten concluir esta cuestión con un par de afirmaciones:
Lejos de situarnos en el terreno de la «inevitabilidad», con que los medios de información burguesa sitúan dicha «hecatombe», los proletarios nos situamos en nuestro terreno de clase y denunciamos tales afirmaciones como un nuevo intento para integrarnos en su barbarie, oponiendo nuestros intereses a los suyos. Frente a los preparativos de guerras imperialistas: ACCIÓN DIRECTA COMUNISTA para la destrucción del sistema capitalista.
Éste será el sentido que daremos al conjunto de los planteamientos siguientes, retomando pues la explicación con la que comenzábamos este texto.
I. El aumento experimentado por las fuerzas productivas, así como la profundización en la división del trabajo, desde la finalización de la segunda guerra mundial fundamentalmente, ha permitido el surgimiento de nuevos e importantes polos de desarrollo y acumulación capitalista, lo que al mismo tiempo ha generado, en la sociedad burguesa, unos momentos de euforia colectiva acerca de la «eternización» de su sistema productivo.
A dicha idealización ha colaborado, en gran medida, el aumento geométrico de la producción de riquezas, debido, muy especialmente, a la gigantesca explotación, tanto en cantidad como en intensidad, del trabajo asalariado.
Las muchas décadas de contrarrevolución triunfante han permitido mantener a los proletarios en una situación de enajenado servilismo, gracias a las ilusiones derivadas del «mayor reparto» de las migajas de la tarta del capital. Siendo, en realidad, el peso de la «cadena dorada» del sistema lo único que verdaderamente había aumentado.
Toda la actividad anti-obrera, que ha conseguido reducir a los proletarios a esta situación, ha estado mantenida, desde un principio, por las capas y los sectores medios de la burguesía y los partidos y los sindicatos: desde los declaradamente burgueses, como los cristianos, de empresa..., hasta los de la socialdemocracia en todas sus variantes, incluyendo, naturalmente, al leninismo, el estalinismo, el maoísmo y distintas formulaciones del trotskismo; hasta las diferentes formas de populismo y asambleísmo ácrata, sin olvidar las distintas fracciones del anarquismo. Efectivamente, es por medio de sus funcionarios y burócratas como han ido reforzando sus mecanismos de control, orientando al asalariado hacia uno u otro campo imperialista, a través de cada Estado-nación respectivo con la manifiesta intención de defender la competitividad de su producción y, con ello, la capacidad concurrencial de sus mercancías.
Y es que, el corto lapso que permitió esa importante expansión capitalista agudizó las contradicciones intercapitalistas e hizo surgir otros nuevos que a su vez luchaban por la colocación de sus propios productos. Cumpliéndose así, cíclicamente, lo que Marx formulaba de la siguiente manera:
«Cualquiera que sea la potencia de los medios de producción empleados, la competencia procura arrebatar al capital los frutos de oro de esta potencia, reduciendo el precio de las mercancías al costo de producción, y, por tanto, convirtiendo en una ley imperativa el que en la medida en que pueda producirse más barato, es decir, en que pueda producirse más con la misma cantidad de trabajo, haya que abaratar la producción, que suministrar cantidades cada vez mayores de productos por el mismo precio. Por donde el capitalista, como fruto de sus propios desvelos, sólo saldrá ganando la obligación de rendir más en el mismo tiempo de trabajo; en una palabra, condiciones más difíciles para la valorización de su capital.» Marx, Trabajo asalariado y capital.
En la medida en que el alto grado de la división del trabajo permitía el surgimiento de nuevos capitalistas, los enfrentamientos por sus mayores exigencias y más productividad, repercutían inexorablemente en el reparto de influencias en el seno de las esferas de poder de la sociedad burguesa. Viéndose representado en la práctica por los enfrentamientos entre los distintos Estados y/o zonas geográficas del planeta.
Estas mismas contradicciones, que por otra parte nunca han dejado de existir, sí se han visto amortiguadas o recubiertas por la aplicación de mecanismos con los que la cúpula del capitalismo mundial pretendía una «reordenación del mercado», aunque en uno u otro punto de la tierra siempre se han producido explosiones del proletariado contra la explotación capitalista: desde los años 1917-1923, siempre de manera escalonada e inconexa, hasta el estallido de los años 1968-1973. Es a partir de entonces, que se produjo un reajuste en los viejos métodos productivos que no podrán evitar que la crisis se manifieste aún con más claridad durante los años 1973 y 1974, abriéndose, incluso en los centros del capital mundial, una época llamada de «austeridad» (paradoja con la que el sistema capitalista pretende recubrir la realidad) por los diferentes líderes políticos de la izquierda burguesa, como por ejemplo por los dirigentes del eurocomunismo y los socialistas del área mediterránea (España, Portugal, Francia, Italia). Ello, curiosamente, coincide con la publicación de las tesis de la Trilateral sobre los partidos eurocomunistas: «Son la última garantía para la integración obrera y el mantenimiento del orden burgués», es decir, comenzaba la preparación de una loca carrera por lo que ya se conoce como la «reconversión y reestructuración» industrial. Muy atrás quedaban los sueños de los «Estados providencia» o «Estados de bienestar» con los que durante años, las burocracias sindicales y partidarias de la burguesía han intentado y en muchos casos conseguido, dividir y adormecer la conciencia de clase de los obreros en todo el mundo, si bien es cierto que con diferentes resultados en cada lugar concreto.
II. En los comienzos de ese proceso, que podemos fijar en los últimos años de la década de los sesenta, los sectores más débiles de la burguesía: pequeños y medianos empresarios e industriales, comerciantes, accionistas..., vieron dicho fenómeno como algo totalmente ajeno a ellos y, lejos de inquietarse, pretendieron seguir como si nada hubiese pasado. Más adelante, cuando los efectos de la crisis se dejan sentir incluso en Estados Unidos, Europa, URSS, Japón, (1973-1974), queda perfectamente claro el doble juego puesto en marcha por el capitalismo mundial; esto es, intentando mantener los centros del Estado más fuertes del capitalismo, Estados Unidos, en el sistema de proteccionismo comercial para defenderse de las mercancías producidas en otras áreas del planeta Japón, CEE, Sudeste asiático y algunas zonas del centro y el sur de América, al mismo tiempo que exhibía una libertad total de sus productos acabados en todo el mundo, con el objetivo declarado de «dejar que primero se recuperara el capitalismo aquí como garantía de que después lo hará en el resto».
Estos intentos de imposición por parte de Estados Unidos se están viendo muy claramente expuestos en las últimas reuniones de los organismos internacionales del capitalismo mundial, esto es, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y, más concretamente, en la reunión que ha tenido lugar en noviembre de 1982, del GATT.
Todo ello no es más que la continuación de la misma actividad del capitalismo, agudizada aún más si cabe, por el aumento de las fuerzas productivas, pero como decía K. Marx:
«Los capitalistas vuelven a encontrarse, pues, unos frente a otros, en la misma situación en que se encontraban antes de introducir los nuevos medios de producción, y, si con estos medios podían suministrar por el mismo precio el doble de productos que antes, ahora se ven obligados a entregar el doble de productos por menos precio del antiguo. Vemos pues, como se subvierten, se revolucionan constantemente el modo de producción y los medios de producción, así como la mayor división del trabajo, la mayor aplicación de la maquinaria, la producción en gran escala, lleva a otra producción en otra escala mayor.» Marx, Trabajo asalariado y capital.
La violencia con que los capitalistas se lanzan a la conquista de ganancias más sustanciosas hace temer a sus más distinguidos «sabios y pro-hombres» la posibilidad de que se ponga en peligro la existencia de la propia sociedad burguesa. Por eso, frente a las posiciones más agresivas del capitalismo, se alzaron, en un momento, algunas tímidas voces que clamaban por un ordenamiento y control en la despiadada concurrencia mundial. Como ejemplo, podemos ver los documentos y las recomendaciones contenidas en el llamado «informe RIO», en el que se proponía el absurdo de disciplinar la competencia de los capitalistas, anteriormente se había realizado otro estudio, realizado por la pareja Meadous, en el que se preveía como «punto límite» de la civilización, de seguir así las cosas, el año 2020, por lo que fueron total y absolutamente desprestigiados y apartados de sus canales normales de discusión. Tanto el informe RIO (para una Reforma del Orden económico Internacional), como el de la pare ja Meadous, subvencionados por el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) con importantes contribuciones del capitalismo más avanzado (el RIO lo estaba por el Club de Roma) del que uno de sus más importantes mentores es Agnelli, de la FIAT. Tanto uno como otro demostraron que el capitalismo no vive de utopías, lo que no le gusta o no le sirve lo destruye, y es que una cosa es planificar el futuro, sobre lo que existen numerosos trabajos de la burguesía, y otra muy distinta es decir que no habrá futuro.
Pero estos informes, en los que se habla y proponen distintas fórmulas (en las formas, que no en los contenidos) para la mejor expansión del capitalismo, aunque rechazados por ellos, han servido por un tiempo para intentar convencer (por medio de la propaganda de los problemas sufridos por sus autores), a algunos sectores de obreros para que se agrupen con las capas medias de la sociedad burguesa, ayudándoles en sus esfuerzos por la reforma, mejora y conservación de la naturaleza, en otras palabras, para garantizar la calidad (¿?) de su vida. Pregonando misticismos tales como que la conservación de la naturaleza se logrará por la recuperación de los residuos urbanos, la utilización de energías renovables..., todo ello para mejorar la vida cotidiana y en línea con el tan cacareado nuevo Orden Económico Internacional. Esto que en algunos países y zonas de las más saturadas ha calado en el mejor espíritu de lo que defendían los contrarrevolucionarios y burgueses de la III Internacional; es decir, el frente único. Es eso lo que han puesto en marcha los anti-obreros llamados «verdes», y que en algunos lugares se denominan también ecologistas, naturalistas o mil zarandajas por el estilo. Todos esos artilugios no son, en definitiva, otra cosa que zanahorias delante de los obreros y que al igual que las maniobras para las áreas de África, Asia y América Central y del Sur, con las «conferencias» Norte-Sur suponen la preparación táctica del capitalismo para un nuevo enfrentamiento armado contra los inevitables levantamientos del proletariado en el mundo, tal como podía entreverse de las conclusiones adoptadas en la reunión de Cancún, en 1981, y en la realizada en Canadá, en 1982, así como la desarrollada en noviembre del mismo año del GATT.
En efecto, como consecuencia de las necesidades del capitalismo de desprenderse de la fuerza de trabajo, hoy no apta para su utilización, debido al inmenso desarrollo alcanzado por los medios de producción, así como por las fuerzas productivas, se ha ido creando un espiral en la concurrencia por la que cada capitalista tiene que producir más mercancías y venderlas más baratas que sus competidores para seguir ganando al menos lo mismo que antes; dicho de otra forma, al disminuir el valor de cambio de la mercancía (desvalorización-superproducción = empobrecimiento progresivo de los obreros).
El conjunto de medidas y mecanismos, de toda índole, que la burguesía está implantando no suponen, en realidad, otra cosa que el comienzo de la preparación psicológica de la población mundial para que acepte como inevitable la destrucción de las fuerzas productivas, o, lo que es lo mismo, que asuma el convencimiento de la necesidad de su propia eliminación como fuerza de trabajo superabundante, y eso en cantidades mucho mayores de lo que ya fueron en las anteriores guerras imperialistas. Esto se comprende, al ver como junto a la cada vez mayor dificultad para seguir manteniendo el proceso de valorización del capital, se refuerza la militarización en todos los aspectos de las relaciones en la sociedad burguesa.
La acumulación de trabas para la valorización del capital nos permiten reconocer los síntomas de los que históricamente ha resuelto el capitalismo con una gran intensificación de la explotación de toda la fuerza de trabajo necesaria para la producción. Sólo con el aumento en los ritmos de trabajo, así como con la disminución de los salarios, serán capaces los capitalistas de satisfacer las necesidades impuestas por su propio sistema.
Ahora bien, dado que esa situación continuará agravándose, incluso con mejorías pasajeras, ya que la tendencia general es a la disminución de los beneficios que permitirían un aumento de su capital, y que esa situación se repite con los demás capitalistas (pues todos concurren en el mismo mercado) sólo podrá romperse esa tendencia general, por medio de la guerra generalizada, aunque comience claro está en uno o varios puntos localizados del planeta. La guerra es la única salida y solución del capitalismo para poder recomenzar una nueva etapa de expansionismo y acumulación de capital. Previo a su estallido, las contradicciones entre los Estados, por defender sus áreas de influencias, se harán cada vez más visibles, generando situaciones parecidas a las que tuvieron lugar en los años anteriores a la I y II Guerra Mundial, tanto en sus aspectos del patriotismo nacional (chovinismo), como xenofobia (enfrentamiento con los extranjeros, y sobre todo con los obreros inmigrados), lo cual ya se está produciendo en numerosos países, potenciado por planteamientos nacionalistas de los estalinistas e izquierdistas o simplemente por oportunismos electorales en muchas de las oposiciones políticas de los gobiernos actuales, lo que en algunos casos se convertirá en verdadero racismo. Para el proletariado tiene que estar muy claro que la única alternativa real a la guerra imperialista (que puede empezar en cualquiera de los campos capitalistas, lo mismo en la rusa que en la norteamericana.), no es ni mucho menos, el pacifismo o el antimilitarismo, sino la REVOLUCIÓN COMUNISTA MUNDIAL, volviendo en todos los casos las armas contra su propia burguesía, esto es, realizando la verdadera confraternización proletaria y el derrotismo revolucionario, negándonos en cualquier caso a combatir contra nuestros hermanos proletarios, ya que nuestro enemigo mortal está en el Estado que nos facilitó las armas para usarlas contra nuestros hermanos que se encuentran en las mismas circunstancias que nosotros. ¡Volvamos las armas contra la burguesía que nos armó! El único interés que les guía al enfrentarnos es el de preparar nuevas condiciones que les permitan su expansionismo, aumentando así la posibilidad de una nueva y mayor acumulación de capital.
Y es que, como decían K. Marx y F. Engels en el Manifiesto del Partido Comunista, en 1848: «La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales [...]. Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes.»
Porque siendo un área, hasta hace muy poco, imagen del «milagro económico», se está convirtiendo a pasos agigantados en un cementerio industrial, siendo claramente visible al altísimo grado de superproducción semiparalizadora al que han llegado los Estados de esa zona. Los capitalistas tienen el convencimiento cada vez más fuerte de la incapacidad física del territorio, para un crecimiento expansivo sostenido de sus industrias en la región; fácilmente podemos entender que los capitalistas no van a invertir en algo que de antemano saben, si no improductivo, no lo suficiente rentable, y que por tanto significaría su propio suicidio como capitalistas, máxime cuando hay una gran masa de capital inutilizado. Esto les conduce a estar más interesados en eliminar, como sea, la mayor parte de esas fuerzas productivas inmovilizadas o muy poco aptas para su rentabilidad económica, que a hacerlas producir mercancías de primera necesidad. En otras palabras: «Desde hace algunas décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de propiedad, que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean, de forma cada vez más amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial, se destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas.» K. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista.
En efecto, podemos ver como los capitalistas están creando las condiciones más idóneas, tanto psicológicas como prácticas de organización, que les van a permitir resolver a su favor sus problemas de acumulación. Exacerbando, cuando no promocionando directamente, el surgimiento de posiciones ultraconservadoras y ahistóricas en el interior de los Estados y a las que podríamos caracterizar con los siguientes rasgos:
1. Aunque financiadas por sectores de la burguesía centralista e incluso por grupos del capital transnacional, las que públicamente se muestran más activas son las capas medias más tradicionalistas y conservadoras, que intentan explicar sus problemas, achacándolos al centralismo, bien directamente o bien al sucursalismo de su gobierno más o menos autónomo. Una particularidad más que hay que tener en cuenta es la campaña desatada sobre el grado de inseguridad civil y la exigencia de que se tomen medidas policíacas en sus respectivas regiones. Cuando en la mayoría de los casos han sido esos mismos sectores los máximos promotores de la violencia que ahora pretenden controlar con el respaldo del aparato de su Estado autónomo. ¿Simple casualidad o parte del maniqueísmo burgués del que tanto provecho han sacado en muchísimas ocasiones?
2. Tanto sus explicaciones como las propuestas, bien de mayor descentralidad y autonomía o bien con la solicitud directa del voto (como ya se está produciendo en numerosos lugares), son métodos para ganarse –simpatías– aunque éstas sea por un momento, atrayendo para sus posiciones los apoyos y militancia radical de importantes sectores de la pequeña y mediana burguesía autóctona e incluso de algunos grupos de obreros que hacen con su «cantonalismo visceral» muy apropiadas las afirmaciones del Manifiesto Comunista:
«Las capas medias –el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino–, todas ellas, luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales capas medias. No son pues revolucionarias, sino conservadoras. Más todavía, son reaccionarias ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarias únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, cuando abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.»
Es la propia desorganización de los proletarios, la influencia de los muchos años de contrarrevolución triunfante, la que incide de manera totalmente negativa en la acción obrera. La necesidad de reapropiarse de su propia historia revolucionaria, coma clase autónoma, se hace cada vez más patente. Sólo con esa actividad teórica-práctica constante, los obreros podrán recuperar y reconstruir «el hilo rojo» con el que se transformarán en PARTIDO.
Hoy, de nuevo, en la década de los ochenta del siglo XX resurgen con fuerza, tanto en el Este como en el Oeste, al Norte y al Sur, las banderolas de cada feudo. Como es natural, cada uno de los grupos toma el aspecto «histórico» que más conviene a las necesidades de supervivencia y valorización del capital.
Efectivamente, ese rejuvenecimiento de luchas y estandartes del pasado, toma los colores más virulentos, allí donde son más fuertes los enfrentamientos de clases, llegándose a poder esperar una mayor actividad autonomista, simplemente por el tono recriminatorio con el que la prensa burguesa amonesta a los levantiscos. La burguesía aprovecha todo enfrentamiento político entre sus distintas fracciones para procurar sumar a sus objetivos al mayor número de sus esclavos modernos, todo con tal de conseguir una parcela de poder.
Si bien es verdad que coexisten los dos tipos de acción entre los capitalistas, a la hora de analizar sus perspectivas dentro de la evolución histórica de la humanidad, hay que tener muy en cuenta los aspectos contradictorios de su propio desarrollo, anteriormente señalado:
I. Los fuertes enfrentamientos que genera la concurrencia mundial por
mantener el aumento progresivo de la valorización de sus capitales
respectivos.
II. Para conseguir esa revalorización, necesitan de un aumento
del plustrabajo, lo que a su vez agudiza las contradicciones existentes
entre la burguesía y el proletariado: la esclavitud moderna, el
trabajo asalariado.
III. Esa contradicción, que es la que existe entre CAPITALISMO-COMUNISMO
y cuya solución positiva, a favor del comunismo, subyace en cada
crisis de acumulación-expansión del capital, ha sido resuelta
momentáneamente por la burguesía, por medio de la destrucción
masiva de fuerzas productivas constantemente y cada vez en mayor escala.
Y
para conseguirlo les es absolutamente imprescindible la integración
de los obreros en el seno de los distintos grupos de capitalistas en que
se fracciona la sociedad burguesa.
I. En esa dirección, ya probada otras veces, es en la que camina de nuevo la sociedad en su conjunto (a escala mundial), veamos por ejemplo la agudización de esas contradicciones en el área centroeuropea:
Esta región, que comprendería, sobre todo, a Países Bajos, las dos Alemanias y Polonia, representa para el capitalismo un núcleo muy importante, tanto en la producción de materias primas, esencialmente energéticas, como en cuanto a la localización de fuerza de trabajo cualificada. Como los problemas de los capitalistas les vienen de la desvalorización de sus mercancías, lo que les obliga a producir más y más barato, bajando al mismo tiempo sus costos de producción, la mercancía fuerza de trabajo, también se desvaloriza ante la competencia ejercida por los propios obreros para intentar colocar lo único que poseen. En definitiva, al dictado de las propias leyes del capitalismo caen por su propio peso todas las ilusiones reformistas inculcadas por la burguesía-izquierdista-radical, dejando claramente ante la clase obrera la dialéctica de la historia, que se empecina en remachar la condición revolucionaria del proletariado mundial.
Porque, si los capitalistas no pueden mantener ni siquiera los costos salariales que los obreros de esa región necesitan para subsistir, y están sustituyendo la fuerza de trabajo por máquinas que permiten la apropiación de más beneficios, con lo que generan un aumento de parados, como no se conocía desde el período prebélico de la última guerra mundial, ¡¿dónde?!, piensan algunos obreros, parará esta barbarie capitalista. A lo que los COMUNISTAS sólo podemos responder con la memoria del proletariado revolucionario y que sobre el capitalismo, y en palabras de K. MARX aclara que:
«El obrero más bien tiene que empobrecerse, ya que la fuerza creadora de su trabajo, en cuanto fuerza del capital, se establece frente a él como poder ajeno... Todos los adelantos de la civilización, por consiguiente, o en otras palabras, todo aumento de las fuerzas productivas sociales, de las fuerzas productivas del trabajo mismo –[...]– no enriquecen al obrero, sino al capital; una vez más, sólo acrecientan el poder que domina al trabajo, aumentan sólo la fuerza productiva del capital.» Grundrisse.
En la RFA, donde los socialcristianos en su feudo de Baviera, y no sólo ellos, enseñan en las escuelas e institutos la geografía del Estado alemán con los límites geográficos que tenía en tiempos del káiser Guillermo, cuando ningún gobierno de la RFA ha reconocido al Estado de la RDA, existiendo además numerosos cargos de la administración, tanto central como local en manos de reconocidos militantes o simpatizantes nazis, es, no cabe duda un muy importante caldo de cultivo para la radicalización extrema de un influyente movimiento ultranacionalista, comandado por Strauss o por cualquier otro fascista de su calaña.
Considerando los lazos de amistad creciente entre importantes sectores de la socialdemocracia alemana, comandados par W. Brandt, gestor de la política de apertura hacia la RDA y la URSS, y su cada vez mayor acercamiento a los «verdes» y sus planteamientos políticos pacifistas, muy en la línea de la política de «desarme» y por la «paz» del Estado ruso, no podemos desdeñar, de ningún modo, la posibilidad de toda una serie de acuerdos, por ahora no públicos, sobre la base de mayores ventajas inversoras del capitalismo en todo el área de la RDA y Polonia, siempre y cuando se controle la «situación» en esta última. Lo cual serviría para avanzar en las posibilidades-necesidades, que hoy exige el capitalismo en Europa. ¿Cómo? Por un lado, dejando «maravillosamente» bien delimitados los campos a enfrentar; de nuevo democracia-fascismo, o similares. Por el otro, abriendo sin dificultad la colaboración político-económica entre la CEE y el CAME. Ya que, una vez aclarados los intereses del capitalismo en esa área (restricciones a las exportaciones por Estados Unidos a la URSS), se podrían solventar las gravísimas consecuencias que, para ellos, tendría una mayor extensión y conocimiento de los levantamientos obreros en esa área del mundo.
Es por eso, por lo que prevemos la nada desdeñable oportunidad que para los capitalistas supondría el desencadenar una masacre localizada en el corazón de Europa, recuperando de esa manera el margen de optimismo que hoy ha perdido con respecto a sus inversiones en la zona.
Tenemos que entender que, en la medida en que su crisis se agudice, con lo que se añadirían muchas dificultades para la circulación de sus productos, no serán suficientes las medidas policiales que ya se están reforzando, y más si a eso añadimos las propias acciones obreras para defenderse del hambre, la expulsión de sus casas... El capital seguirá acudiendo, para mantener «su orden», a la guerra antisubversiva, mientras puedan, o a la conscripción general contra «las fronteras», «aranceles», «aduanas» o lo que se les pase por las mientes.
Sea lo que sea, la guerra siempre será contra los proletarios.
En el otro extremo del pasillo (RFA, RDA, Polonia), en donde se desarrolla un proceso de resistencia obrera frente a todas las medidas militares ya puestas en marcha por conseguir de nuevo su integración en los marcos anteriores a 1980, al sobrepasar con sus luchas los planteamientos de las fracciones de la burguesía, enfrentadas a la hegemonía de los dirigentes del POUP. La misma radicalización de las posturas obreras obliga a toda la burguesía a unir sus esfuerzos, aislando a los proletarios en Polonia del resto del mundo, y a dar una imagen de éstos totalmente mística o gansteril. Aplazando enfrentamientos y estrechando lazos de «amistad» contra el enemigo común: el temible proletariado.
La experiencia de los largos años de enfrentamientos de clase, servirá a algunos núcleos del proletariado para entender que su lucha tiene en la burguesía al mismo enemigo que el resto de los obreros del mundo y que la explotación en Rusia, en Rumania, en China o en Polonia es la misma que en Estados Unidos, Francia, Italia o España, y que la verdadera emancipación del proletariado se realizará por medio de su organización, y constituyéndose en clase para la abolición del trabajo asalariado.
II. Hay que señalar también que los peligros de guerra no están circunscritos a un solo punto, ni mucho menos. En todo el planeta existen numerosas regiones donde las contradicciones capitalistas se están resolviendo por medio de carnicerías espantosas; como ejemplo podemos citar: Oriente Medio, El Sahara, el área sudafricana, Centroamérica..., en todos estos lugares, y otros que no citamos, además, la propia lucha del proletariado, aunque de forma desorganizada y con numerosas confusiones y contradicciones, obliga a la burguesía a frenar su expansión, para eliminar primero a sus enemigos internos –los proletarios–. Si bien, hasta ahora, es por muy poco tiempo. Véase el caso de la guerra Irán-Iraq, Polisario-Marruecos en el Sahara...
Es decir, que el agravamiento de las contradicciones del capitalismo repercute grandemente y con efectos desastrosos para su sistema, en las relaciones sociales de producción, dificultando en grado sumo el mantenimiento del orden burgués y por tanto en su forma de organización social.
Todos esos enfrentamientos de clase, aparentemente inconexos, así como la falta de «soluciones» concretas para la zona centroeuropea, por parte de las elites del capitalismo mundial, obligan a los comunistas a reflexionar, bien es verdad, en el terreno gaseoso de las hipótesis, sobre cuales son los motivos reales y la significación, tanto de las conversaciones STAR en Bruselas entre Estados Unidos y URSS, como de una hipotética, pero no imposible, retirada estratégica de los ingenios nucleares de la zona de una guerra local. Pues, por un lado tenemos la actitud negociadora, para esa región, del gobierno ruso, que habría incluso de retirar algunos SS-20, y por el otro el auge de las posturas pacifistas, antimilitaristas, antimisiles..., que proliferan por todo el mundo, y que lejos de constituir una barrera a la guerra, constituyen uno de los mejores medios de su preparación.
Lo que sí tiene una clara conexión es la estrategia del capitalismo, por crear las condiciones imprescindibles para la guerra en Europa, para deshacerse de los millones de obreros que el mismo capital ha hecho improductivos, pero midiendo los pasos para no acelerar el inexorable ciclo de la evolución histórica de la humanidad, intentando alargar al máximo su existencia en esta bárbara sociedad. Como Marx decía:
«Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Se abre así una época de revolución social.»
III. Enlazando con ese análisis marxista, sobre la agudización de las contradicciones en la sociedad burguesa, y reconociendo la existencia de algunos grupos de obreros aislados, muy minoritarios, pero imbuidos de una verdadera violencia proletaria contra el Estado capitalista mundial que les explota, somos muy conscientes de que no es precisamente, la adquisición de una mayor o menor «cultura», la que permitirá una mayor comprensión de las tareas históricas del proletariado, pues ella es y está concebida para el propio desarrollo de las fuerzas productivas y los medios de producción capitalistas: la misma educación burguesa se encarga de inculcarnos los misticismos sobre el trabajo asalariado, la propiedad privada y el respeto por las instituciones sobre las que se ha levantado y fortificado el grueso de su sociedad. Es por el contrario, el rechazo a ese tipo de enseñanza que nos liga indisolublemente al capitalismo y la recuperación positiva de todas las aportaciones revolucionarias en toda su unidad dialéctica de la evolución de la historia, la que nos permitirá dar un paso de gigante en la coordinación y fortalecimiento del proletariado como clase para la destrucción del capitalismo. Los varios lustros de luchas de los obreros, contra el moderno sistema de esclavitud asalariada, han servido a éstos (aunque esta comprensión no esté hoy generalizada) que han sufrido en su propia carne, para saber a lo que conducen las veleidades reformistas que fueron predominando desde el aplastamiento de la Comuna de París.
Y es que, frente a las ingentes cantidades de mercancías que se destruyen, así como las fuerzas productivas que se inutilizan o eliminan, bien por guerras constantes en distintos lugares o por su simple destrucción ante la desvalorización, que significan la escasa o nula rentabilidad comercial de sus productos y contrastan con el mero interés por el beneficio de los capitalistas, hay que oponer el desarrollo integral de todas las capacidades productivas de la persona, el interés de la producción social, convirtiendo a los seres humanos en verdaderamente libres, no sólo en la sociedad, sino en sí mismos, esto es, integrando en cada persona los intereses de la comunidad.
En ese camino y con el bagaje histórico de las luchas revolucionarias de la clase obrera en todo el mundo, se convierte en actual la recomendación realizada por Marx y Engels al Comité Central de la Liga de los Comunistas, en marzo de 1850, acerca de cuales tienen que ser los planteamientos revolucionarios del proletariado en los momentos decisivos de la insurrección:
«[...] para poder oponerse enérgica y amenazadoramente a este partido (el burgués) [...]. Se procederá inmediatamente a armar a todo el proletariado con fusiles, carabinas, cañones y municiones todo intento de desarme será rechazado, en caso de necesidad, por la fuerza de las armas.»
Aunque ésa tiene que ser la actitud dominante en el proletariado para que se pueda producir la revolución, no podemos ignorar que para su transformación en fuerza de clase, dirigida a la abolición del trabajo asalariado y su constitución en clase dirigente, es preciso desarrollar una actividad y trabajo paciente con los sectores más combativos y resueltos de los obreros, junto con la coordinación organizativa entre los comunistas existentes en la actualidad. Será por medio de la acción consciente y prolongada, como los proletarios hoy, más o menos, aislados, podrán asentar consolidar y extender los gérmenes de lo que en un futuro se convertirá en el Partido Comunista Mundial. Mientras tanto, habrá que rechazar y combatir, todas las ilusiones y pamplinas idealistas sobre las mayorías, como lo que son, mitos del democratismo burgués; e igualmente contra la actividad de los grupos minoritarios de obreros que surgen en momentos determinados de la lucha de clases y que están llenos de actitudes pacifistas, derrotistas..., como las que ya ha sufrido en muchas ocasiones de su historia.
Hay que decir bien alto, para que nadie se lleve a engaño, que los proletarios realmente conscientes, incluso en los momentos decisivos de la insurrección armada, serán una ínfima minoría del conjunto de la clase obrera y que las llamadas a una supuesta «concienciación mayoritaria» para poder comenzar la acción destructiva del Estado burgués, significará no sólo el fracaso previo de la lucha, sino el comportamiento más reaccionario y anticomunista que plantearse pueda, condenando la dictadura del proletariado a las calendas griegas.
Al llegar a estas alturas del análisis, sería interesante dar un ligero repaso a la composición de lo que ha supuesto para todas las formas de sociedad dividida en clase, la verdadera espina dorsal para el control y la dominación: los cuerpos represivos, el ejército. Dichas fuerzas, con el perfeccionamiento del Estado en la sociedad burguesa, han llegado a formar lo que algunos sectores del capitalismo no dudan en calificar, hoy, como un Estado dentro del propio Estado, dada sus complejidades, ramificaciones y enraizamientos en otras instituciones del Estado.
La importancia de fijar la atención en algunos aspectos del ejército, está fundamentada, tal como ya señalamos en nuestros textos sobre «el ejército en Estados Unidos», en la importancia que tienen esos cuerpos del Estado para la defensa del capitalismo y por ende en la necesidad de destruirlo violentamente, máxime si tenemos en cuenta que para los comunistas el único ejército que puede existir en el Estado de la dictadura del proletariado es el de todos los obreros en armas.
La burguesía, especialmente a raíz de la Segunda Guerra Mundial, ha acelerado, al igual que en el resto de los polos de producción, la conversión del ejército en un laboratorio donde investigar, tanto los cambios en las relaciones sociales, como en la aplicación de nuevas técnicas para la industria. Hemos de tener en cuenta, que el ejército siempre ha sido un importante sector de estudio para las elites dominantes, de la sociedad y que tanto Marx como Engels profundizaron en el tema centrándose en su utilización para el expansionismo del Imperio Romano e incluso en años muy anteriores por otras tribus, pero cuya característica común era el que los cuerpos armados para la guerra servía como excelentes bancos de pruebas, tanto para la aplicación de nuevos modos en las relaciones con su sociedad, como con las conquistadas, así como igualmente en los aspectos comerciales.
Pero sobre todo ha sido después de los avances tecnológicos conseguidos, fundamentalmente, entre los años 1939 y 1945, que el ejército se ha convertido no sólo en ese laboratorio, sino que ha adquirido además una gran importancia estratégica de primerísimo orden, y ello al margen y por encima de su interés como verdadero baluarte y garantía del mantenimiento del Estado burgués, en ramas como la enseñanza, la medicina..., en definitiva, en todos los aspectos de las relaciones en la sociedad del capitalismo.
Si los medios de producción han sufrido una serie de divisiones del trabajo sucesivas, que han llevado a una simplificación progresiva en el conjunto de operaciones de su proceso productivo, su cada vez mayor aplicación al terreno de los componentes para uso militar en especial al material directamente armamentista, ha obligado a los capitalistas a prestar mucha mayor atención a este sector, tanto por los gigantescos beneficios que produce, como por su consideración de industria de «interés» militar y, por consiguiente, especial cuidado con el personal (fuerza de trabajo) asalariado a su servicio, poniendo mucha importancia a la adhesión demostrada hacia las instituciones burguesas.
Este polo de desarrollo industrial se ha convertido en una parte fundamental de los sectores punta, en cuanto a los aspectos de aplicación tecnológica se refiere, así como en un instrumento fantástico para la estructuración, integración de reivindicaciones sociales (como por ejemplo los feministas por la «igualdad» de la mujer), moldear comportamientos de grupos elitistas determinados (para cualquier tipo de intervención), especialización de equipos en servicios de comunicaciones, transporte..., como por ejemplo en trenes, teléfonos..., y ello tanto en lo que atañe a la infiltración en poblaciones como a la infraestructura de las ciudades.
Pero veamos una muestra de los recursos económicos que se emplean en los dos gigantes capitalistas del planeta: utilizando porcentajes sobre el PNB (producto nacional bruto) y las características de la división humana de sus ejércitos, según las cifras oficiales facilitadas por la misma burguesía.
Sólo con ver los presupuestos de los dos grandes Estados dedicados al rubro militar, podemos hacernos una idea de lo desmesurado de las fuerzas de trabajo y medios de producción que giran en torno a estas ramas productivas, así como las riquezas que para los distintos capitalistas significa el controlar dicho mercado de armamentos.
Para hacernos una idea más amplia de la militarización de la industria en general veamos alguna de las explicaciones sobre el sector químico y sus aplicaciones.
La definición que se da de los llamados agresivos químicos por el IIEEL (Instituto de Estudios Estratégicos de Londres) es la siguiente: «Los agresivos químicos son sustancias químicas, preparadas especialmente para su empleo en operaciones militares, con el objeto de inhabilitar, lesionar gravemente o producir la muerte a las personas a través de sus efectos fisiológicos. No hay que confundirlos con los agresivos bacteriológicos, que deben sus efectos a la multiplicación de sus organismos dentro de la víctima.»
A continuación de esta edificante explicación, veamos el «humanitarismo» con el que se subdivide a las distintas formas de agresión, e, incluso, como y para que se emplean algunas de ellas:
En cuanto a lo referente a su fabricación se dice: «Todos los países con una industria química desarrollada pueden fabricar agresivos químicos, aunque producir y almacenar municiones químicas provocará la construcción de unas necesarias instalaciones especiales.»
Pues bien, lo anteriormente citado, es sólo un ejemplo de las fuerzas con las que cuenta el enemigo con el que necesariamente nos habremos de enfrentar, por lo que tendremos muy en cuenta que toda la actividad que desarrollemos los comunistas conllevará muchos meses o años de trabajo tenaz, tanto en la reapropiación de la experiencia pasada de nuestra clase, como en el de organización de la lucha presente y futura, esto es, la formación teórica y práctica de los futuros cuadros comunistas del ejército proletario para su lucha contra el capital. Esa actividad general estará necesariamente acompañada de la propaganda derrotista revolucionaria contra el ejército, en especial entre los mismos soldados que serán empujados sabotear la estructura militar, parte fundamental de la sociedad burguesa.
Es en esa parte de la sociedad en la que los capitalistas basan, en último extremo, su capacidad coactiva para mantener la hegemonía sobre los obreros, siendo esa misma necesidad la que engendra de nuevo la contradicción, en palabras de F. Engels:
«La rivalidad desatada entre los Estados los obliga a aplicar, cada vez más seriamente, el servicio militar obligatorio, con lo cual no hace más que familiarizar a todo el pueblo con el empleo de las armas, es decir, capacitarlo para que en un determinado momento pueda imponer su voluntad a despecho del mando militar.»
Este análisis, que en esencia es totalmente válido, es, sin embargo insuficiente, en la misma medida en que la burguesía prepara en los diferentes Estados a importantes grupos de especialistas en las distintas ramas de la estrategia y la táctica militares, en particular en los llamados «supuestos contra insurgentes» en los que queda implícito quienes son dichos insurgentes. Por eso, es imprescindible la preparación minuciosa y en los más ínfimos detalles de los diferentes aspectos y adelantos en el arte de la guerra.
Continuando la labor emprendida en su época por Marx y Engels, de estudio y síntesis de la cuestión militar desde el punto de vista proletario, y siguiendo la larga tradición de las izquierdas comunistas, hoy, para los revolucionarios no sólo es importante, sino imprescindible, el sintetizar, para coordinar, centralizar, dirigir..., el conjunto de expresiones de la lucha militar del proletariado, desde las formas elementales de barricadas, piedras, molotov y dinamita, a las más desarrolladas (pues requieren una mejor organización y disciplina) de la guerra de guerrillas y la conspiración insurreccional.
Y es que:
«Infundir a las masas trabajadoras una voluntad que corresponda a su situación de clase lo conseguirá, inevitablemente, el comunismo. Esto significa que el militarismo volará por los aires, y con él todos los ejércitos regulares desde adentro.» F. Engels
Si bien, éste sería el proceso dialéctico de la evolución de la humanidad, todo su transcurso está marcado por intentos desesperados de las capas dominantes por mantener su dominio sobre los medios de producción, generando saltos y retrocesos en la organización de la clase revolucionaria, utilizando los clichés y comportamientos políticos burgueses que ya en otras ocasiones mostraron su eficacia, en la actividad confusionista por evitar la organización autónoma de la clase obrera en su guerra por conquistar su emancipación y, por consiguiente, la de toda la sociedad.
Los asalariados –esclavos modernos– desde comienzos del siglo XIX, comienzan sus batallas de forma independiente, confirmándose como clase autónoma y la única revolucionaria desde entonces, separándose con sus objetivos de las demás capas y sectores de la sociedad burguesa en pleno desarrollo.
Esa independencia y autonomía de clase ha sido olvidada, disfrazada en múltiples ocasiones, frente a la sola perspectiva de un nuevo período de revoluciones, por el manejo de viejas y antiguas proclamas y consignas burguesas.
Ante la perspectiva histórica del resurgimiento, a una escala y proporciones, aún inimaginables del nuevo período revolucionario que se vislumbra, y como consecuencia del carácter y la gigantesca división del trabajo, introducida por el desarrollo del capitalismo en casi todas las áreas de la naturaleza, que sirvan o puedan utilizarse en la producción de mercancías para su colocación en el mercado mundial, estamos viendo por todas partes el resurgimiento y propagación de idea, que ya antes condujeron al postergamiento de la revolución proletaria, dejando para un hipotético y lejano futuro las exigencias de la clase obrera, esto es, la abolición del trabajo asalariado y la emancipación del proletariado.
Pero resulta, que en el presente no ya sólo es posible, sino imprescindible llevar a la práctica la revolución del proletariado, y la constitución de bastiones obreros luchando con las armas de la dialéctica, teórico-práctica, contra todos los que pretenden aplazamientos demagógicos o bien su simple postergación por el fin de los tiempos, enfrentando, la integración obrera al sistema capitalista, con la coordinación mundial del proletariado, en dirección, como lo señalaban las conclusiones finales sobre La Alianza y la Internacional, del 21 de julio de 1873, firmado por su comisión elaboradora y que decía:
«Dejando siempre LA MÁS COMPLETA LIBERTAD A LOS MOVIMIENTOS Y ASOCIACIONES DE LA CLASE OBRERA en los diversos países, la Internacional, sin embargo, había conseguido reunirla en un solo haz y HACER SENTIR, POR PRIMERA VEZ, A LAS CLASES DIRIGENTES Y A SUS GOBIERNOS LA POTENCIA COSMOPOLITA DEL PROLETARIADO. Las clases dirigentes y los gobiernos han reconocido este hecho al reconcentrar sus ataques contra el órgano ejecutivo de nuestra Asociación, el Consejo General. Estos ataques se habían agudizado cada vez más, después de la caída de la Comuna. ¡Y ése es el momento elegido por los aliancistas para declarar, por su lado, guerra abierta al Consejo General! Según ellos, la influencia del mismo, arma poderosa en manos de la Internacional, no era más que un arma dirigida contra ella. Éste era el precio de una lucha, no contra los enemigos del proletariado, sino contra la misma Internacional. Según ellos, las tendencias dominadoras del Consejo General lo habían colocado por encima de la autonomía de las secciones y las federaciones nacionales. No había más remedio que decapitar a la Internacional para salvar su autonomía.» Comisión: E. Dupont, F. Engels, Leo Grankel, C. le Moussu, K. Marx, Aug. Serrailler.
Pero la Internacional que necesitamos no puede repetir los errores del pasado, se requiere una organización netamente comunista. Como decía Engels:
«[...] la vieja Internacional dejó de existir definitivamente.
Y eso está bien, pues la Internacional pertenecía a la época
del Segundo Imperio, en que la opresión reinante en toda Europa
proscribía al movimiento obrero que acababa de renacer, unidad y
abstención de toda la polémica interior. [...] Cuando la
Internacional se convirtió en Europa, gracias a la Comuna, en una
fuerza moral, inmediatamente empezó la discordia. Cada tendencia
quería explotar el éxito en favor suyo. Sobrevino la disgregación
que era inevitable. [...] La Internacional, que durante diez años
ha dominado una parte de la historia europea –precisamente aquella parte
en la que reside el futuro– puede contemplar orgullosa la labor realizada.
Para crear una nueva Internacional a semejanza de la vieja, para crear
una asociación de todos los partidos proletarios de todos los países,
sería necesario que se produjese una represión general del
movimiento obrero análoga a la de los años 1849-1864. Pero
el mundo proletario es ahora demasiado grande, demasiado extenso, para
que eso sea posible. Estimo que la nueva Internacional será –después
de que las obras de Marx hayan ejercido su influencia durante una serie
de años– una Internacional netamente comunista y proclamarán
unos principios que serán precisamente los nuestros.» Carta
de F. Engels a F.A. Sorge.
Podemos ver, pues, las características de la sociedad en la que estaba la clase obrera cuando formó la I Internacional. Así como lo que para cualquier organización revolucionaria o grupo de proletarios aislados que trabajan por el comunismo, puede significar el ceder un ápice en los principios inalterables de la lucha de clases. Sólo aferrándose a esas bases programáticas nacerá el tipo de organización mundial que necesitan los asalariados para la destrucción del capitalismo.
Otra de las grandes batallas que tenemos que ganar es la derrota teórico-práctica contra la tendencia «antiautoritaria» –anarquizante que se extiende como la espuma tanto entre los obreros, como, en concreto, en las organizaciones obreras aburguesadas que surgen al calor de las luchas y que confunden la imposición individualizadora y alienante del Estado burgués con la necesaria autoridad centralizada que se necesita cuando se quieren tomar decisiones que impliquen a varias personas y no digamos a miles o millones para su cumplimiento. Pero veamos como define y aclara F. Engels la cuestión:
«Algunos socialistas han emprendido últimamente una verdadera
cruzada contra lo que ellos llaman (principio de autoridad). Basta con
que se les diga que éste o el otro acto es autoritario para que
lo condenen [...]. Autoridad, en el sentido de que se trata, quiere decir:
imposición de otro a nuestra voluntad; autoridad supone por otra
parte subordinación... Tanto, CIERTA AUTORIDAD, DELEGADA COMO SEA,
Y, DE OTRA, CIERTA SUBORDINACIÓN SON COSAS QUE INDEPENDIENTEMENTE
DE TODA ORGANIZACIÓN SOCIAL, SE NOS IMPONEN CON LAS CONDICIONES
MATERIALES EN LAS QUE PRODUCIMOS Y HACEMOS CIRCULAR LOS PRODUCTOS... La
autoridad y la autonomía son cosas relativas, cuyas esferas varían
en las diferentes fases del desarrollo social... Exigen que el primer acto
de la revolución social sea la aplicación de la autoridad.
¿No han visto nunca una revolución estos señores?
Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria
que existe...; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano,
tiene que mantener este dominio por el terror que sus armas inspiran a
los reaccionarios.
Así pues, una de dos: O LOS ANTIAUTORITARIOS NO SABEN LO QUE
DICEN, Y EN ESTE CASO NO HACEN MÁS QUE SEMBRAR LA CONFUSIÓN,
O LO SABEN, Y EN ESTE CASO TRAICIONAN AL MOVIMIENTO DEL PROLETARIADO. EN
UNO Y OTRO CASO, SIRVEN A LA REACCIÓN.»
Por lo que es teniendo en cuenta todos y cada uno de los aspectos señalados como hay que comprender el conjunto de medidas y disposiciones de toda índole: jurídicas, políticas, económicas..., que pone en marcha el capitalismo a nivel mundial y que, de hecho, no suponen más, que su preparación para la destrucción de las fuerzas productivas ya creadas, de las que la fuerza de trabajo, los proletarios, son las principales a destruir.
Para luchar e impedir tanto el estrechamiento de las medidas policíacas como una nueva guerra mundial o local (Irán-Irak, Líbano-Israel, Argentina-Inglaterra...), el proletariado a nivel mundial tiene que asumir la labor de coordinación, estructuración y organización como clase revolucionaria, lo que le permitirá la estructuración como PARTIDO COMUNISTA MUNDIAL para acabar con el modo de producción capitalista, para eliminar el trabajo asalariado es necesario instaurar la dictadura mundial del proletariado!
«Esas fuerzas productivas conocen en la propiedad privada un desarrollo que es enteramente unilateral, en su mayoría ellas se transforman en fuerzas destructivas y una cantidad de ellas no encuentra la más mínima utilización bajo su régimen. En general, ella (la propiedad privada) crea en todas partes las mismas relaciones entre las clases de la sociedad y destruye por ello el carácter particular de las diferentes nacionalidades. Y al fin y al cabo, mientras que la burguesía de cada nación conserva todavía intereses nacionales particulares, la gran industria crea una clase cuyos intereses son los mismos en todas las naciones y para la cual la nacionalidad se encuentra ya abolida, una clase que se halla realmente desembarazada del viejo mundo y que se opone a él simultáneamente. No son sólo las relaciones con el capitalista, sino que es el propio trabajo el que la propiedad hace insoportable al obrero.» Marx, La ideología alemana. |
«El valiente burgués 'Stirner', que se complace de encontrar en el comunismo a su propia 'inquietud' querida, ha cometido, esta vez un error de cálculo. Esa 'inquietud' no es otra cosa que ese sentimiento de opresión y de angustia que, en la burguesía acompaña necesariamente el trabajo: esta actividad miserable para ganar su vida apenas. Esa 'inquietud' se realiza en su forma más pura en el valiente burgués alemán: en él es crónica y 'siempre igual a sí misma', miserable y despreciable; mientras que la miseria del proletario adopta una forma aguda, violenta, que lo empuja a asumir la lucha a muerte, por su propia vida, que lo hace revolucionario, que es por lo tanto generadora no de 'inquietud', sino de pasión. Ahora bien, si el comunista quiere abolir la 'inquietud' del burgués, así como la miseria del proletario, es evidente que no lo podrá hacer sin abolir la causa de uno y otro: el 'trabajo'.» Marx, La ideología alemana. |
«El comunismo como superación positiva de la propiedad privada en cuanto autoextrañización humana y, por consiguiente, apropiación efectiva de la esencia humana y por el hombre y para el hombre; por lo tanto, el hombre se reencuentra completa y conscientemente consigo como un hombre social, es decir, humano, que condensa en sí toda la riqueza del desarrollo precedente. Este comunismo es humanismo por ser naturalismo consumado, y naturalismo por ser humanismo consumado. Él es la verdadera solución en la pugna entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el hombre, la verdadera solución de la lucha entre la existencia y la esencia, entre objetivación y afirmación de sí, entre libertad y necesidad, entre individuo y especie. Es el enigma resuelto de la historia y se reconoce como dicha solución. El proceso entero de la historia es así la procreación real del comunismo, el parto de su existencia empírica, pero además la conciencia pensante del comunismo comprende conscientemente su génesis.» Marx, Manuscritos de 1848. |