Concretamente presentamos un extenso texto en el que, dentro de la tendencia general del capital hacia la generalización de la guerra, analizamos el desarrollo de las diferentes contradicciones entre fracciones burguesas que pugnan por constituir las alianzas y constelaciones que se enfrentarán en futuras guerras. Luego analizamos el desarrollo de las contradicciones fundamentales de clase en la guerra en Yugoslavia entre, por un lado, las diferentes fracciones del capital que empujan a la guerra y, por otro, la resistencia proletaria a ella.
En general, nosotros casi nunca nos detenemos en el análisis de las diferentes contradicciones burguesas por el reparto del mundo, lo que muchas veces nos es reprochado como una falta de sutileza y de riqueza en el análisis. Pensamos, por el contrario, que el desarrollo del capitalismo mundial ha polarizado hasta tal punto toda la sociedad que todo análisis para ser riguroso debe centrarse en dicha contradicción central; que la catástrofe de la sociedad burguesa mundial es de tal magnitud que está en cuestión la supervivencia misma de la especie humana, y ahogar dicha contradicción, como hacen casi todos los escritos de moda en decenas de otros aspectos, es una irresponsabilidad con respecto a lo que está en juego en la actualidad. O dicho de otra manera, que todo análisis que no tome como eje central el antagonismo entre la vida y la muerte de esta sociedad, entre la agudización de la catástrofe presente o la destrucción revolucionaria de la misma, entre burguesía y proletariado, entre persistencia del capitalismo y comunismo, constituye una especie de pantano ideológico en el que el analista y el lector se hunden irremediablemente. Pero por supuesto que es en este pantano en el que la burguesía mundial quiere mantenernos, y para eso nada más útil que los llamados «medios de comunicación», en los que cada hecho es interpretado como particular, y en el que las causas comunes de la catástrofe presente son sistemáticamente ocultadas.
En realidad, si en todos nuestros trabajos nos centramos en la contradicción fundamental, aunque ello sea considerado simplista por nuestros críticos, es fruto de nuestra concepción revolucionaria, de nuestra comprensión global de la sociedad, así como de nuestro análisis global del período actual, y en ese sentido es una decisión deliberada; es una opción de lucha, denuncia y agitación contra la globalidad de la sociedad actual. Es cierto que otros militantes revolucionarios antes que nosotros, aunque siempre se centraban en el eje burguesía y proletariado, capitalismo o revolución, daban una importancia mucho más grande a otros análisis y, en particular, a las contradicciones entre las fracciones burguesas. Si nosotros no lo hacemos tan a menudo no es porque consideremos que sea inútil, sino por tres razones principales: porque, como ya señalamos y militantes revolucionarios habían previsto hace más de un siglo y medio, todas las contradicciones sociales se han simplificado y concentrado en la polarización central de la sociedad; porque adoptamos este criterio como opción militante contra la corriente; y porque, dada la ausencia generalizada de análisis verdaderamente clasistas en el mundo, no podemos dudar que nuestra prioridad es centrarnos en la contradicción principal.
Pero ello no quiere decir que no nos interese conocer las contradicciones interburguesas, las que existen entre fracciones del capital a escala regional e internacional, sino simplemente que le damos una prioridad mucho menor que a la contradicción entre el sistema capitalista y la necesaria revolución social. Pero, en el análisis de las contradicciones interburguesas, nuestros textos se diferencian abismalmente de los que pueden encontrarse por ahí, por el hecho de que siempre ponemos las demás contradicciones como producto de la contradicción principal. Muchos de nuestros textos hablan de diferentes fracciones burguesas, pero en vez de referirse a las mismas de forma autónoma, por ejemplo en función de las diversas formas de acumulación de esas fracciones (burguesía agraria, burguesía industrial, burguesía bancaria, burguesía comercial...), lo hacemos en función de las diversas formas en que enfrentan históricamente a nuestra clase (partido del orden y partido socialdemócrata, o fascistas y antifascistas, o derecha e izquierda), lo que por supuesto sitúa esas contradicciones interburguesas en su verdadero lugar: como muy secundarias con respecto a la contradicción fundamental. En el fondo se trata de analizar las diversas tácticas del capital para mantener la dominación sobre nuestra clase.
En este número de nuestra revista, sin embargo, analizamos un poco más en detalle las contradicciones interburguesas. En efecto, como de lo que se trata es de analizar, dentro de la tendencia general del capital a la generalización de la guerra imperialista, el comportamiento y las tácticas utilizadas por las diversas fracciones del capital para constituir diversas fuerzas en la lucha por el reparto del mundo, tratamos de poner en evidencia los criterios que guían a esas fracciones. Eso nos lleva a expresar de forma más concreta de lo que ya hemos hecho en trabajos anteriores las tendencias generales del capital: centrípetas y centrífugas, hacia alianzas o unificaciones, y hacia rupturas y guerras. Al mismo tiempo, el análisis del capitalismo mundial y de la competencia, del valor acumulándose y haciendo la guerra contra otras unidades de valorización, atomizándose y atrayéndose, nos lleva a distinguir fracciones del capital mundial mucho más generales y, al mismo tiempo, precisas que las fracciones clásicas según el tipo de sector económico: fracciones librecambistas y fracciones proteccionistas (1). En efecto, la tendencia general del capital (producto de la competencia internacional y de la ley del valor a escala planetaria) es liquidar a todos los sectores y fracciones que no son capaces de competir; es la aplicación sin restricciones de la ley del valor a escala internacional, aunque dicha tendencia siempre se ve contrarrestada por los intereses de todos los sectores y fracciones del capital a los que dicha aplicación conduce a la ruina. Estos últimos también se unifican para defender su parte en la lucha por las fuerzas productivas y los mercados del planeta.
Este análisis de los mecanismos del capital, que ya expresamos en textos anteriores, no sólo permite comprender mejor todas las alianzas y guerras, todos los cambios de tácticas y discursos de militares, sindicalistas, periodistas y políticos, sino comprender lo que hay detrás de todas las polarizaciones que se presentan al público como izquierda y derecha, como fascismo y antifascismo, como «países capitalistas» y «países socialistas», como «mundialistas» y «ecologistas», como friedmanianos y keynesianos, como «atlantistas» y «yugoslavos»...
Estas estructuraciones burguesas a diferentes niveles nos obligan a hacer una aclaración sobre el estado. El estado es para nosotros siempre sinónimo de la concentración del capital en fuerza de dominación y de reproducción ampliada de la sociedad burguesa. Pero el capital, cuya esencia es la competencia, es al mismo tiempo contradicción y lucha de capitales enfrentados que obedecen al proceso de atracción de átomos de valor y alianza de fracciones burguesas, que tienden a organizarse en fuerzas específicas, en estados particulares, que no coinciden con los países y que incluso tienden a redefinirlos en su lucha. Es evidente que la estructuración en fuerza a nivel de un país con ejército propio y estructura gubernamental y de control propia, como concreción de la fuerza del capital mundial y al mismo tiempo como concentración de fuerzas particulares contra otros capitales, es un nivel importante de la centralización en fuerza. Todas las fracciones burguesas de uno o varios espacios productivos se pelean por dirigir cada una de esas concreciones del estado general del capital, por controlar el poder de esos estados «nacionales» (2), lo que conduce a hablar de países, de partes de esos países que se autonomizan, de estados a diferentes niveles de definición, de guerra, de redefinición de fronteras, autonomías y nuevos países.
Cuando se dice habitualmente que Francia bombardea Yugoslavia, o que los serbios atacan a los kosovares, o que Estados Unidos ha declarado la guerra a Irak, se está evidentemente asociando a los explotadores con los explotados, lo que sin duda favorece los intereses de estos últimos, y es objetivamente un punto de vista burgués, aunque quien utilice dicha expresión ni se dé cuenta. Por eso, todos los medios de comunicación hablan de esta manera, de países haciéndose la guerra. Ellos reproducen la ideología dominante y ayudan a afirmar la comunidad nacional que asegura la explotación y la utilización de los dominados en las guerras como carne de cañón.
Nosotros nos hemos esforzado siempre en no hacerlo y por eso en vez de hablar de países, hablamos del estado tal o cual, de estado de tal o de cual país, que también debe comprenderse como el estado en tal o cual país, porque queremos subrayar que se trata de la fuerza organizada de los explotadores para mantener su explotación en tal o cual región del mundo y al mismo tiempo afirmar los intereses particulares de esa fracción burguesa contra otras. Claro que a veces esta denominación resulta demasiado pesada como en el caso de estado de Estados Unidos, pero es evidente que el lenguaje no está hecho para expresar nuestro punto de vista de clase, sino el de nuestros enemigos.
Nos disculpamos entonces porque esto haga algunos textos más pesados y recibiremos con agrado toda propuesta interesante al respecto. Este tipo de aclaraciones, incluso terminológicas, resultan indispensables para comprender el tipo de análisis entre fracciones burguesas que hacemos en esta revista y que nos parece mucho más claro que todos los que hemos visto por ahí.
Contrariamente a lo que sucede con las decenas de análisis «marxistas» que se pierden en las contradicciones interburguesas y que terminan sometiéndose a las mismas, el primer texto mostrará como nuestro análisis, incluso cuando se adentra en dichas contradicciones, no pierde nunca de vista el eje central comunismo-capitalismo. Veremos como todas las contradicciones entre fracciones imperialistas siempre están determinadas en última instancia por cómo enfrentarse al proletariado, y, en el caso particular de la guerra en Yugoslavia, por cómo llevar al proletariado a la guerra. Así, por ejemplo, veremos como la continuidad de la guerra en los Balcanes implicaba la intervención terrestre, y ésta exigía niveles mucho mayores de movilización del proletariado que los que se habían logrado. En fin, sin olvidar nunca la contradicción fundamental, veremos, principalmente en el segundo texto, como los intentos reales de generalización de la guerra chocaban con la apatía general del proletariado internacional, e incluso con una resistencia importante, en especial en la zona del conflicto, del proletariado contra la guerra. Veremos que la deserción, la desmovilización, las acciones de lucha contra la guerra en diferentes regiones, a las que hacemos referencia en dicho texto, constituyeron un importante freno a la escalada belicista, al mismo tiempo que un llamado de nuestros hermanos de clase en la región a enfrentarse por todas partes a la burguesía. En efecto, constataremos que si bien el capitalismo logra por el momento mantener relativamente bien el inmundo orden burgués internacional y la relativa paz social que lo caracteriza, desde que asume sus inexorables necesidades bélicas, y las guerras que el capitalismo conlleva, se agudizan todas las contradicciones sociales y la reemergencia del proletariado resulta evidente, aunque quieran ocultarla por todos los medios. Esta reemergencia, que se expresó de manera incipiente en la ex Yugoslavia, es, a pesar de sus límites, la que está mostrando el camino de contraposición a la guerra: la acción directa contra su propia burguesía, es decir, la revolución mundial.
Unificación y desintegración son dos tendencias contradictorias que se reproducen en una misma unidad, es decir, en el desarrollo del capitalismo, desde sus átomos de valor hasta las diferentes instituciones estatales y supraestatales (alianzas internacionales, mercados comunes...), pasando por las sociedades anónimas, los grupos financieros, los cárteles, los trusts... Al contrario de lo que dicen los apologetas del capital, nunca hay «equilibrio perfecto»; el capital es siempre desequilibrio, inestabilidad, ruptura, separación en múltiples capitales... pero también es concentración, centralización... Incluso el predominio de las unificaciones no puede ser más que pasajero, pues lo que determina estas uniones es siempre la búsqueda de mayor poder para enfrentarse al competidor, y tarde o temprano se produce una nueva confrontación, una nueva lucha por medios de producción, por materias primas, por mercados, por el control de la fuerza de trabajo; en fin, tarde o temprano, el capital, que no puede ser otra cosa que capitales enfrentados, capitales en competencia, termina siempre en una «nueva» guerra.En nuestras revistas centrales afirmamos, en diferentes ocasiones, que en el capitalismo cada átomo de valor, cada partícula que constituye el capital (valor valorizándose), se encuentra en guerra permanente, competitiva, con respecto a todos los otros átomos del capital. Esta tendencia centrífuga se desarrolla acompañada con otras que la contrarrestan: cada partícula del capital sólo puede valorizarse juntándose a otras, unificándose con otros capitales para enfrentar en mejores condiciones esa guerra que constituye su esencia: la competencia.
Pero frente a las crisis y a la única perspectiva capitalista que de ellas surge, la guerra y su generalización, todas las fracciones burguesas se ven empujadas a forjar uniones más estables (¡la imposición del orden burgués contra el proletariado, y también entre sus propias fracciones, resulta ineludible!), constelaciones que se fortifican frente a otras. Las fuerzas hegemónicas, aquellas que pueden representar los intereses fundamentales del capital, tienen que imponer un orden a sus diferentes fracciones para llegar a la convergencia necesaria que le dé fuerza a su constelación o, si se quiere, a la asociación de las diferentes estructuras estatales o fuerzas armadas frente a las otras constelaciones. Esta unificación de estructuras estatales no se da, como pretende la ideología burguesa, por países. Al contrario, la irregularidad de los países, las fronteras entre los mismos, testimonian históricamente la lucha entre fracciones internacionales del capital, incluso en el interior de cada país.
Cuando los países se consolidan lo hacen de forma relativa, porque en algunos casos siguen y seguirán cambiando en función de las diferentes guerras y paces. Incluso, en el seno de cada país siempre pueden desarrollarse fracciones autonomistas o independentistas o nuevas «guerras civiles» en las que se contrapongan fracciones librecambistas con proteccionistas... Incluso en los momentos de mayor unificación de bloques y de países, se constata una importante lucha interna en cada país. Citemos algunos ejemplos de la llamada segunda guerra mundial: en Rusia, los pronazis estaban organizados en un ejército de liberación de casi un millón de soldados «que luchaba contra los bolcheviques que se habían apropiado de la revolución de octubre de 1917»; en Francia, el choque entre los pronazis y la Resistencia fue largo y potente; en Italia, los grupos de partisanos organizaron enérgicos enfrentamientos contra las fuerzas fascistas...
El actual es un período en el que el capitalismo mundial va cerrando su ciclo expansivo, ciclo en el que las permanentes convulsiones provocadas por la desvalorización general del capital se manifiestan de forma cada vez más potente. A más de un año de finalizada la guerra en los Balcanes, los objetivos que tuvo la misma siguen siendo sistemáticamente ocultados. Por eso nos pareció importante reunir algunos materiales en este texto que permitan revelar las claves de dicha guerra, lo que al mismo tiempo posibilitará una mejor comprensión de los límites históricos del sistema social imperante, así como de las condiciones y relaciones de fuerzas que existen en el camino hacia su abolición.
La relativa paz social internacional que existe actualmente permite aumentar el beneficio que la burguesía retira a costa de una degradación importante de los niveles de vida del proletariado. Pero, en muchos casos, dicha paz muestra su fragilidad cuando se trata de enviar al proletariado a defender con su vida los intereses de una fracción burguesa. En efecto, y en oposición a la «segunda guerra mundial», la burguesía internacional no ha logrado producir una ideología con el arraigo y la potencia popular suficiente para conducir al proletariado a la masacre de la guerra generalizada.
Las contradicciones intercapitalistas estallan y se desarrollan sin llegar a consolidar dos constelaciones coherentes y claras, capaces de suscitar una adhesión ideológica internacional masiva. Por eso, las guerras surgidas en los últimos años, a pesar de las tentativas de generalización, sobre todo bajo la dirección ideológica y militar del estado de Estados Unidos, ni siquiera logran los objetivos oficiales declarados de liquidar a tal o cual dictador, lo que además, en muchos casos, les conviene. A pesar de las masacres que provocan, no logran generalizarse al nivel que las instancias más militaristas proclaman.
Las distintas instituciones o personajes que participan en las guerras son marionetas del capital en tanto que ejecutan lo que la tasa de ganancia dicta; pero sujetos en tanto que son capaces de asumir las directrices que el valor en proceso impone. |
En cada conflicto bélico que ha ido surgiendo, las organizaciones internacionales del capital (OTAN, FMI, BM...) lograron imponer sus objetivos generales, unificando en torno a ellas a los diferentes estados que las componen, neutralizando la acción de otros estados capaces de aliarse con los estados atacados, a los que se incorpora en sus decisiones, aislando así a la fracción atacada. Así, por ejemplo, se logró aislar a los estados en Yugoslavia e Irak del apoyo del estado ruso durante las últimas guerras.
Pero, esta unificación, centralización de estados en torno a las instituciones mundiales del capital, fue, y será siempre, incapaz de imponer un interés global a todas las fracciones que lo componen. No sólo los intereses particulares (políticos, económicos, ideológicos) de cada fracción siguieron enfrentándose, sino también la unificación que se iba logrando se acompañaba de una agudización de los intereses competitivos de cada fracción capitalista. Los conflictos militares que han ido surgiendo también han intensificado la competencia intercapitalista y su desarrollo hacia la generalización de la guerra.
Pero las verdaderas causas de la guerra siempre se esconden a la opinión pública. La guerra en los Balcanes fue presentada como el resultado de conflictos interétnicos, de naciones, de religiones..., tratando así de presentar un panorama confuso y caótico que resultara imposible de entender. Nosotros, por el contrario, analizamos esta guerra como producto genuino del desarrollo de las contradicciones propias al capital, mostrando así que las cosas son mucho más simples de lo que nos dicen. Así veremos que todos esos conflictos interétnicos surgieron y fueron desarrollados principalmente para polarizar al proletariado según los intereses específicos de cada fracción del capital. Por ello, en estos conflictos se da una situación social de atomización y desintegración extrema que, sin el análisis de clase, hace confuso e incomprensible el porqué de la guerra en los Balcanes.
También pondremos en evidencia que esas contradicciones del capital lo empujan a asumir su tendencia hacia lo que podría ser el preludio de la expansión de la guerra capitalista en Europa, como generalización mundial de la guerra.
Comenzamos este texto con el análisis de las diferentes contradicciones
interburguesas que empujaron hacia la guerra en los Balcanes, para luego
analizar las oscilaciones en la intervención de la OTAN y las tendencias
a la extensión de la guerra en Europa.
El objetivo de la producción capitalista es la acumulación de plusvalor. La valorización del capital engendra un proceso contradictorio e inseparable: el de la desvalorización. Al mismo tiempo que el capital se valoriza, se desvalorizan también las mercancías:
a) los medios de producción pierden rápidamente su valor frente a otros que surgen con menos valor incorporado, y, al no poder competir con estos últimos, los primeros son simplemente destruidos por no ser más útiles para la producción capitalista;
b) los medios de consumo que no logran realizar su valor son perpetuamente destruidos...;
c) y la fuerza de trabajo, esa mercancía que sólo difiere de las otras por la diferencia que existe entre su valor y el valor que crea, también es destruida por enfermedades, paro, etcétera.
La destrucción de fuerzas productivas alcanza su apogeo en las guerras capitalistas, guerras que se producen después del fin del ciclo de expansión y cuando se va hacia una situación de estancamiento. La destrucción masiva que se produce en las guerras es lo que permite abrir otro ciclo infernal de expansión y estancamiento, lo que da lugar a nuevas guerras. Las guerras, aunque cada fracción las lleve adelante para apropiarse y destruir las fuerzas productivas de otra fracción burguesa, concretizan esa necesidad imperiosa del capital de destruir para construir y comenzar un nuevo ciclo expansivo.
Hoy como ayer, el capitalismo destruye mercancías. Detrás de lo que pomposamente se llama mundialización, globalización, liberalismo... se esconde la destrucción de todo aquello que estorba a la valorización. Sin esta destrucción, el capital no puede continuar su proceso acumulativo. Pero si esta desvalorización se desarrolla en ciertos espacios productivos sin crear aún estancamiento, crisis y guerras, en otras regiones, como en el caso de Europa del Este, la misma impone, desde hace años, niveles importantes de estancamiento, crisis y destrucción masiva de mercancías. En efecto, en esos países ya no se puede seguir aumentando la plusvalía absoluta para seguir siendo competitivo en el mercado mundial y compensar así el atraso tecnológico como se había hecho anteriormente.
En realidad, de lo que se trata es de borrar las manifestaciones fastidiosas de un espacio productivo que no supo evolucionar según los dictados de la ley del valor internacional: la protección jurídica genera condiciones ficticias de rentabilidad que no pueden mantenerse a largo plazo. Llegado cierto momento, aquella misma ley del valor impone la eliminación de las fracciones burguesas que vivieron principalmente gracias a esas protecciones estatales, que las habían distanciado cada vez más de las revoluciones de las fuerzas productivas que se operaban a escala mundial. Detrás de la «lucha por la democracia», consigna central de la burguesía durante los últimos años en estas regiones, se esconde la imposición de la desvalorización general de la fuerza de trabajo y los medios de producción no competitivos, y la movilización del proletariado al servicio de intereses que no son los suyos.
El fin de lo que engañosamente se llamó «comunismo» (1) en los países de Europa del Este fue en realidad una reorganización general del capitalismo, que produjo el desmantelamiento y la desorganización del mercado interno, el desorden y la desintegración de los intereses burgueses, el desmoronamiento de la actividad productiva, la disminución vertiginosa del crecimiento y de las condiciones de existencia del proletariado, así como el aumento apremiante de la inflación. Se estima que el PIB de la ex URSS, a excepción de los países bálticos, sólo alcanza el 55% del de 1989, y que las inversiones descendieron a una quinta parte del nivel alcanzado en 1990. El 40% de los productos industriales se intercambian a través del trueque.
El fracaso de la política de gestión del capital en estas regiones y la desvalorización generalizada que enfrentaron determinaron la agudización de las diferentes contradicciones. Por un lado, a nivel internacional, se desarrolló la lucha de diferentes fracciones del capital (estados nacionales, consorcios financieros, industriales...) por el control productivo de esta zona y la poderosa lucha de las instituciones internacionales de la burguesía por afirmarse como garantes de la paz capitalista; y, a nivel regional, la reaparición de diferentes contradicciones regionales, nacionalistas, étnicas..., que expresan diferentes intereses capitalistas específicos. Por otro lado, el proletariado comenzó a manifestarse ya no sólo como potencial de lucha, sino también como fuerza que hacía recordar que ese potencial podía concretarse peligrosamente contra la paz social que domina este mundo.
La burguesía ha estructurado su orden social sobre bases poderosas, pero dialécticamente también extremadamente frágiles. Hoy, el poder de la burguesía se mantiene mientras no haya guerra. Toda tendencia a la guerra, que le resulta inevitable, pone en evidencia los límites de la actual paz social. Asimismo, cada ruptura de la paz social en un espacio económico puede generalizarse y romper rápidamente en pedazos el orden social, no ya sólo de la región, sino también internacional.
Es por ello que las instituciones internacionales del orden burgués no podían permitir que una desorganización económica y social, en lo que se llamó el bloque del Este, se generalizase; ellos tenían que controlar la situación que surgía en esta zona de Europa. Los movimientos sociales que estallaban como respuesta a las crisis les despertaban los temores de perder su paz social y de verse enfrentados al surgimiento de una perspectiva proletaria generalizada en toda Europa.
Mucho antes de la caída del Muro de Berlín, los diferentes jefes de estado veían claramente que la situación socioeconómica que se daba en los países del Este era extremadamente explosiva, que la respuesta proletaria podía ser fatal para el capital, y que era necesario hablar de libertad, de democracia, para hacer digerir todas las medidas antiproletarias que el capital necesitaba imponer en esos espacios productivos. A nivel internacional, el temor de una generalización de las luchas que ya se estaban dando (Polonia, Rumania..., y Yugoslavia), cada vez más cerca de Europa occidental, impuso la necesidad de edificar muros (verdaderos cordones sanitarios), mucho más potentes que el de Berlín, contra la lucha proletaria.
Era entonces necesario refinar un poco más las ideologías burguesas capaces de contener la reacción proletaria y su generalización, y hacerlas compatibles con las necesidades presentes del capital, de concentrar la plusvalía en manos de los sectores más competitivos. Para ello, la lucha por el ideal democrático contra el «comunismo» fue, y es, importantísima; con ella se ha ido logrando la imposición de las exigencias librecambistas de acumulación capitalista contra las recetas proteccionistas que habían caracterizado a los países del Este.
«Esta zona de Europa tiene que lograr una homogeneidad en la democracia y en la economía de mercado para prosperar, abrirse e integrarse en Europa», declaraba el secretario de estado de asuntos exteriores rumano MiHai-Razvan Ungureanu y agregaba: «Rumania ha cumplido en tres años algunos de los objetivos más acuciantes para su plena integración en la OTAN y en la Unión Europa. La primera de ellas era la estabilidad interna y el fortalecimiento de las instituciones. El fracaso de las revueltas mineras durante este invierno ha sido la prueba de fuego que deja atrás un período de turbulencias, en el que distintas fuerzas antirreformistas ponían en duda la legitimidad de las instituciones.» El País, 28-4-99.
De forma más general, Prodi, presidente de la Comisión Europea, se declaraba contra el proteccionismo y advertía que éste puede tener «consecuencias nefastas en las economías comunitarias». Las dos tendencias propias al desarrollo del capital, proteccionistas y librecambistas, se presentan con nuevos atavíos: democracia, librecambismo, mundialización, fondomonetarismo contra antineoliberalismo, antilibrecambismo. Estas tendencias, a través de sus múltiples enfrentamientos y de la defensa de sus intereses fraccionales, preparan objetiva y principalmente la canalización del proletariado en la defensa de intereses que no le son propios, y su destrucción como clase potencialmente destructiva del capital.
Indudablemente, el ideal democrático, erigido como ideología que había que alcanzar en los países de Europa del Este, fue y es el mito más fuerte frente al fracaso de las ideologías burguesas anteriores, que el capital mundial había convenido cínicamente llamar «socialistas» o «comunistas». En efecto, el capitalismo modelo stalinista había mostrado su verdadero rostro antiproletario, no sólo en los países del Este, sino también a nivel mundial. El mito del paraíso «socialista», basado en la estatización jurídica del capital en Rusia, Cuba y demás, fue perdiendo fuerza; la mitificación que ejercían los diferentes partidos stalinistas, maoistas, castristas, trotskistas o populares, también. En cada lucha proletaria que se daba en dichos países, se quemaba y se tiraba abajo las esfinges u otros símbolos que rememoraban a los viejos jefes stalinistas. De los escombros de los líderes de estos partidos surge el «nuevo» mito de «la lucha por la democracia» o, mejor dicho, retoman vigor los viejos mitos. Más aún, fueron los propios jefes de estado «comunistas» los que primero empezaron a expresar la necesidad de hablar de democracia, democratización, para hacer digerir las medidas de austeridad que se imponían y contener la lucha proletaria (2).
Pero también es cierto que esta ideología de «la democracia a ganar» fue rápidamente mostrando, como veremos más adelante, su verdadera jeta: aumento de la miseria, muerte en el trabajo (tanto en los lugares de trabajo como gracias al desempleo), en las guerras; en pocas palabras, fue mostrando cuál es la verdadera realidad de un capitalismo que entra en una fase de crisis generalizada.
Frente a ello, los nostálgicos defensores del proyecto burgués stalinista gritan contra lo que ellos llaman «capitalismo»; provocando buen eco en los sectores antimundialización, antiliberalismo, protercera vía o entre los partidarios de una «economía humana». Es decir, toda la fauna que podemos catalogar de partidarios de un capitalismo con «rostro humano». Así se acusa a la OTAN, al FMI, al Banco Mundial como los únicos responsables de los males que vive el proletariado por todas partes del mundo, cuando en realidad dichas instituciones no hacen más que expresar las determinaciones de la ley del valor a nivel internacional. Dicha ideología socialdemócrata crea la ilusión de un capital sin contradicciones, de un paraíso democrático que en la práctica social juega necesariamente el papel de dar cohesión a la prosaica realidad del capital, que, para el proletariado, no puede ser otra cosa que un infierno (3).
Proteccionistas contra librecambistas, capitalismo salvaje contra capitalismo con «jeta humana», democracia contra dictadura o fascismo... he ahí algunas de las tantas polarizaciones que el capitalismo genera para mantener intacto su sistema de explotación, para enviarnos como carne de cañón a sus guerras imperialistas; he ahí algunas de las tantas polarizaciones que el proletariado deberá enfrentar en su marcha por imponer la que realmente lo define como clase contrapuesta a todo el orden social: la revolución contra capitalismo.
Pero luego de una fase de crecimiento se impone tarde o temprano una fase de estancamiento, depresión, desvalorización, caos. Los primeros síntomas de la potente crisis que se iba gestando se sintieron, en Yugoslavia, ya a principios de la década de los ochenta. El Fondo Monetario y la Unión Europea, que se nos presentan hoy como la perspectiva de salvación de la crisis en los Balcanes, exigían «planes de privatización, reestructuración de la economía». Karic, poderoso capitalista y ministro de desarrollo económico del estado serbio, fue el motor más decidido de estos planes, que pretendían «reestructurar un modelo económico similar a los de otros estados europeos».
En un lenguaje menos politiquero esto quiere decir: despidos masivos, disminución de los subsidios al consumo obrero, de los servicios y los programas sociales (educación, salud pública...), inflación (en 1993 alcanzó el ¡200.000%! en Serbia; el dinar, moneda yugoslava, antaño considerado como una moneda fuerte, en 1986 valía 22 dólares y a fines de la década de los noventa descendió hasta 0,003 céntimos de dólar), así como el aumento de los precios de las mercancías de consumo obrero, la reducción de los salarios (el nivel de los salarios en 1979 era de 400 a 800 dólares por mes, en 1988 cayó a 120-150 dólares), el cierre de fábricas (entre 1994 y 1996 se estima en más de mil el número de empresas que cerraron sus puertas en Serbia), la desocupación (en 1987 se estimaba que la cifra de desocupados alcanzaba los dos millones)... Estos ajustes fueron produciendo situaciones explosivas, tanto en el nivel de vida de los proletarios de esas regiones (se estima que la tasa de pobreza pasó del 19% en 1979 al 60% en 1988) como en las relaciones entre las diferentes fracciones del capital.
El PIB por habitante en Serbia en 1991 era de 5.400 dólares, en 1997 había bajado a 1.000 dólares. El peso de la deuda externa es enorme, la capacidad de pago limitada. En 1980, ésta llegaba a los 20.000 millones de dólares, y los intereses alcanzaban los 4.000 millones de dólares por año. Esta situación llevó a la imposición de las exigencias del FMI. La financiación de la deuda entre todas las repúblicas y provincias de la Federación Yugoslava creó enormes conflictos interburgueses. También fue materia para la agudización de las contradicciones y discusiones entre las que llamaron «regiones ricas», que se negaban a «financiar» a «las pobres», y «las pobres», que denunciaban un cambio desigual: sus productos eran comprados a bajos precios, lo que permitía enriquecer a las otras (4). El cierre de fábricas y otros centros productivos fue brutal.
Frente a la descomposición enorme del desarrollo capitalista en Yugoslavia surgieron diferentes mafias, que se hicieron fuertes con el tráfico de drogas y armas, la prostitución..., y que coparon los espacios que el vacío productivo dejaba. «Kosovo se ha vuelto centro internacional de una gran variedad de tráficos: cigarros, coches robados, drogas, armas, seres humanos, prostitución.» Bilan de la guerre du Kosovo, Grip (en francés, Grupo de investigación e información sobre la paz y la seguridad). ¡En la actualidad se estima que estas actividades representan la mitad del PIB!
La lucha de cada fracción del capital por integrar al proletariado en la defensa de sus intereses específicos fue enorme y diversa: «musulmanes», «eslovenos», «kosovares»... Cada una de ellas pretendía defender mejor, a través de sus nacionalismos, integrismos, parlamentarismos y otras reivindicaciones democráticas, los intereses de sus nacionales, darles una perspectiva productiva, una sociedad más humana, ser la salvación con respecto al caos. A este nivel dos ideologías retienen nuestra atención: la antiFMI y la nacionalista (5).
Hoy, como ayer, está muy de moda reivindicar una política contra el FMI. A este nivel conviene señalar la diferencia que existe entre la lucha del proletariado que se enfrenta al FMI y que no puede hacerlo de otra forma que enfrentándose al capitalismo en su conjunto, y los cacareos burgueses contra el FMI, determinados por intereses proteccionistas fraccionales, que pretenden, sin excepción, transformar al proletariado en furgón de cola de sus intereses interfraccionales. Cuando una fracción burguesa afirma defendernos contra el ogro FMI, lo que busca es diluir la verdadera contradicción proletariado-capitalismo y que le sirvamos de base de apoyo en sus negociaciones, lo que por supuesto no excluye que siempre terminen poniéndose de acuerdo en la adopción de políticas comunes contra nosotros (6). Para ello se estructura una ideología según la cual el enemigo ya no es el capital sino el FMI, como no cesa de hacerlo Le Monde Diplomatique, verdadero centro de elaboración teórica de esa corriente ideológica: «Es posible una economía en contra del librecambismo que vele por los intereses de los ciudadanos». En pocas palabras, lo que se nos vende es un capitalismo sin las contradicciones que le son inherentes: crisis, destrucción masiva de mercancías, guerras, subdesarrollo, ejércitos... Un capitalismo de carácter «humano». Desgraciadamente, este reino de los cielos no es sólo una construcción ideológica de laboratorio, un cuentito de hadas que hasta los niños saben que es falso, sino que tiene como objetivo canalizar y adormecer la rabia que necesariamente provocan las políticas económicas aplicadas en nombre del liberalismo y el FMI. En efecto, la mentira se transforma en real desmovilización cuando toma cuerpo en nuestra clase, para llevarla a callejones sin salida, cuando el proletariado abandona sus intereses para identificarse, por ejemplo, con la seudolucha de los antiliberales, antifondomonetaristas o lo que pomposamente se llama hoy «tercera vía».
En Yugoslavia, como en cualquier otro espacio capitalista, la canción es la misma, lo que por supuesto no impidió que Milosevic, el FMI, la Unión Europea y otros representantes del estado mundial del capital se sentaran juntos para acordar las medidas que consideraron necesarias para reestructurar la economía, que inevitablemente chocaban con las necesidades más elementales de los trabajadores. En Yugoslavia, en Polonia durante la llamada «terapia de choque», así como ayer en Bulgaria, Rumania, Albania (7), u hoy en Colombia o Ecuador, por citar sólo algunos de los infinitos ejemplos, se produjeron respuestas obreras que los medios de comunicación denominaron «movimientos sociales espontáneos contra la mundialización».
En Yugoslavia, como ya lo hemos mostrado en otros artículos (8) y como lo veremos más adelante, las respuestas proletarias fueron potentes, y obligaron al FMI, en común acuerdo con todas las otras fracciones burguesas, a retroceder. Fueron las respuestas proletarias las que bloquearon por completo todos los planes de austeridad. Una vez más, la burguesía, que teme perder su bolsa frente a un proletariado que lucha, se unifica y hasta es capaz de retroceder con respecto a lo que se presenta como indispensable e ineludible, para evitar un desmoronamiento de su paz social.
Como los periodistas de Le Monde Diplomatique decían: «Cuando se golpeó Yugoslavia con la terapia inicial de choque del Fondo Monetario Internacional, la primera forma de manifestarse el desorden social no fue la de tensiones étnicas, sino la de huelgas masivas y repetidas y otras acciones obreras. Hasta 1988 era imposible, para los periodistas que se encontraban en Belgrado, encontrar la mínima manifestación de pasiones étnicas [...]. En general, las personas se dirigen hacia las soluciones étnicas únicamente cuando se les destruye toda posibilidad de una vida económica normal. La "purificación étnica" intervino solamente cuando la "terapia de choque" del Fondo Monetario Internacional había hecho su trabajo».
Rápidamente, la opinión pública olvidó que, en los años ochenta, el proletariado luchaba uniéndose cada vez más como clase, superando las ideologías que lo dividen; que trabajadores «croatas», «serbios»... ocuparon juntos el parlamento federal. Se olvidó también que fue ese mismo proletariado, a través de su lucha, el que bloqueó el paquete antiproletario que la burguesía quería imponer; o que en 1991 más de 100.000 proletarios «serbios» ocuparon la calle, manifestándose contra el estado al grito de «abajo Milosevic» y «abajo la guerra».
Objetivamente la lucha del proletariado se enfrentaba, entonces, a todas las fracciones burguesas que le imponían austeridad, afirmándose, de esa manera, en lucha contra el capital mundial. Luego se le impusieron dos tipos de ideología:
* Una que sustenta que el FMI, el Banco Mundial y los neoliberales son los que crean el caos y la crisis: «Es aún menos evidente que las políticas de privatización salvaje que se aplican en la actualidad tengan consecuencias positivas sobre la población y favorezcan una estabilización de la región [...]. Los demócratas adoptan recetas liberales que profundizan la desocupación y la inseguridad»; Catherine Samary, periodista y analista de Le Monde Diplomatique, especializada en los países balcánicos.
* Otra que defiende las medidas antiproteccionistas y la solución democrática como la verdadera solución.
Una vez canalizadas las primeras reacciones proletarias, la inevitable reestructuración económica se impuso, agudizando las luchas interfraccionales burguesas, no sólo a nivel interno, sino también internacional. Los estados europeos, en especial el estado alemán, participaron activamente en los enfrentamientos interburgueses, apoyando y armando a los separatistas en Croacia y Eslovenia. El Vaticano también defendió sus intereses específicos, históricamente enlazados a los nacionalistas croatas (10). Javier Pereza Pellón, enviado especial en 1991 del diario El Independiente a la zona de conflicto, informaba de un intenso tráfico de aviones que, desde Francia y Bélgica, aterrizaban en Zagreb con abundante armamento, y de la existencia de un ejército separatista de 40.000 hombres con «uniformes alemanes, cascos franceses, armas norteamericanas o soviéticas, y bombas británicas». Las milicias serbias, bosnias y kosovares sólo perfeccionaron lo que ya desarrollaban las otras fracciones internacionales del capital: «Si quieres protegerte, guardar tu pellejo, enrólate en mi milicia». ¡La reestructuración económica, que tan bien nos pintan, incluye una fase armada!
La obra pacificadora de Naciones Unidas no fue ajena a la escalada militarista, proporcionando armas y entrenamiento a los croatas; en el periódico alemán Der Spiegel, de diciembre de 1997, se denunciaba este papel de Naciones Unidas.
Con respecto al separatismo bosnio, el paisaje era el mismo. La Unión Europea apoyó y reconoció el nuevo estado bosnio y tomó posición por la intervención directa. Simultáneamente, el estado británico y el de Estados Unidos, con el apoyo del Vaticano, anunciaron la necesidad de una intervención militar directa. Poco tiempo después, la OTAN intervino en Bosnia. Al mismo tiempo, los medios de comunicación lanzaban una hábil campaña de intoxicación en la que, sin escatimar esfuerzos en ningún tipo de falsificación, se denunciaban crímenes que habría cometido el estado serbio. Esta campaña agudizó las contradicciones ideológicas interétnicas, que progresivamente fueron aplastando, tanto ideológica como físicamente, al proletariado.
El conflicto «interétnico» llegó a su momento más álgido con la formación del ELK (Ejército de Liberación de Kosovo), que reivindicaba un estado autónomo. «Si la OTAN deja a los serbios sin tanques ni cañones, nosotros ya nos ocuparemos de dejar Kosovo sin serbios», declaraba un militante del ELK.
Las diferentes potencias internacionales, como mostraremos luego, participaron activamente en lo que los medios de difusión acordaron denominar «conflicto interétnico». Ahora veamos algunos ejemplos de la propaganda destinada a sustituir la vieja ideología autogestionaria (con cierto barniz socialista) y de unidad nacional yugoslava por la ideología nacionalista, serbia, croata, albanesa... Si bien en los párrafos que siguen nos referimos principalmente a estos elementos ideológicos de dominación del proletariado, no debemos perder de vista que lo que determina los cambios en la ideología, su importancia relativa, fueron y son las necesidades capitalistas de reestructuración económica, la lucha entre fracciones burguesas y la necesidad de todas ellas de transformar la guerra social en guerra interburguesa, encuadrando al proletariado al servicio de diferentes fracciones nacionalistas, destruyéndolo así como clase autónoma.
En las escuelas, los discursos de la revolución de octubre, la apología de Tito, la autogestión, el ateísmo, la armonía y el respeto por los diferentes pueblos que formaban la República Yugoslava... iban siendo reemplazados por expresiones como:
* «Somos el único pueblo justo y bueno y, sin embargo, la injusticia se ensaña contra nuestra inocente nación serbia. Cada cincuenta años una espada aparece sobre nosotros y un genocidio la precede.» Joven «serbio» refugiado en Croacia.
* «Con los serbios, la paz no existe.» Joven de Croacia.
* «Una dictadura comunista que imponía su poder por la violencia y la represión... Ese primer estado totalitario tuvo rápidamente partidarios fascistas y nazis...» Lecciones de historia que se enseñan en las escuelas de Bosnia-Herzegovina.
* «Yugoslavia, siguiendo el modelo soviético, se transforma en un estado centralizado de tipo comunista que había heredado de la dominación de los serbios. La expresión étnica de las naciones no serbias no estaba autorizada. Era difícil para los croatas acceder a los puestos de dirección, pues se les acusaba constantemente de enemigos del pueblo, otrora culpables de los crímenes perpetuados por los ustachis. La participación de los croatas en la lucha por la liberación nacional era deliberadamente guardada en silencio.» Lecciones que se enseñan a los pequeños en Croacia.
La burguesía atizó la ideología nacionalista y las luchas interétnicas contra el proceso de unificación real que el proletariado había desarrollado luchando contra la degradación de sus condiciones de vida. Mientras el proletariado luchaba contra el aumento de la tasa de explotación que la burguesía mundial quería imponerle, los nacionalistas luchaban por conducirlo al campo de la repartición interburguesa de la plusvalía: «Ven conmigo, así tu salvación estará asegurada», «los bosnios, los serbios, se apoderan de tu trabajo», «nosotros estamos financiando las otras áreas», «si nos liberamos nuestra situación mejorará», dicen los «eslovenos»; «nosotros les vendemos productos baratos, así nos explotan» dicen los «kosovares»...
En los Balcanes,
muchos proletarios mueren a causa de la guerra. En los Balcanes,
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Hoy como ayer, los Balcanes surgen como una zona con un papel geopolítico importante: el de ser el espacio socioeconómico europeo en el que las primeras contradicciones agudas del capital se manifiestan. El lugar en el que las diferentes alianzas y contradicciones burguesas con objetivos militares surgen primero revestidas de una especie de caos, difícil de abordar por sus múltiples manifestaciones, para luego encauzarse en polarizaciones más aptas a su generalización.
En efecto, los Balcanes son de nuevo el terreno en el que la burguesía mide sus fuerzas, sus contradicciones, sus capacidades y las condiciones que la empujan a generalizar la guerra. Otra vez, las diferentes fracciones del capital se pelean y se arman por presentarse como la fracción capaz de imponer una solución que garantice el orden social, a partir de sus intereses particulares, utilizando para ello diferentes ideologías belicistas para transformar al proletariado en carne de cañón de sus guerras competitivas.
Pero, al mismo tiempo, lo que se está midiendo en los Balcanes en la actualidad es la fuerza de los diferentes estados en su tendencia a consolidar constelaciones aptas no sólo para llevar adelante la guerra generalizada, sino para triunfar. Estas luchas interburguesas son el resultado directo, y a veces indirecto, de poderosos intereses estratégicos en medios de producción y en el reparto de mercados. Veamos brevemente lo que esconde al respecto la zona de los Balcanes.
Por un lado, el norte industrial de lo que fue la Confederación Yugoslava tiene reservas importantes de minerales (plomo, zinc, níquel, lignito), que son cruciales para las industrias capitalistas. Por otro, los Balcanes tienen enorme interés estratégico como zona de paso hacia Europa occidental del petróleo, del gas y de las grandes reservas minerales existentes en zonas como el golfo Pérsico o el mar Caspio.
Se estima que los campos de petróleo de Kazajstán, las reservas de Azerbaiján y los campos de gas de Turkmenistán constituyen un espacio de reservas estratégicas tan importante como la región del golfo Pérsico. Además, por sus reservas en minerales, Siberia se está constituyendo como un polo de atracción importante de acumulación capitalista. Esta región es el segundo productor mundial de oro; sus yacimientos de petróleo y gas y sus enormes fuentes hidroenergéticas la están transformando en un polo importante proveedor de energía. El potencial productivo de ésta, en especial de petróleo, condensa contradicciones importantes entre los diferentes imperialismos y es fuente del surgimiento de diferentes guerras. Azerbaiján, Turkmenistán, Uzbekistán y Kazajstán concentran un gran potencial de producción petrolera. El subsuelo de Kazajstán contiene un cuarto de las reservas mundiales de petróleo, lo que hace del mar Caspio un polo importante de tránsito del oro negro.
Este potencial energético ha determinado la emergencia de intereses competitivos enormes entre diferentes firmas capitalistas y entre diferentes estados nacionales: «Desde 1990, las grandes compañías occidentales libran una "guerra sin piedad". Finalmente, Chevron ha invertido 10.000 millones de dólares en Kazajstán. Agrip (Italia) y British Gas se oponen al consorcio ruso por el control de una gigantesca fuente de gas de ese país. Para obtener los contratos, todo golpe está permitido». Le Monde Diplomatique. Por su parte el estado alemán lucha por conseguir una vía directa que le permita obtener en términos muy competitivos el petróleo de Oriente Medio, del mar Caspio y de Kazajstán. «Baku es un centro petrolero de gran importancia para Alemania. ¡Con respecto a las materias primas, nuestra actitud tiene que ser de ataque!». Declaraciones de F.W. Christians, presidente del consejo de administración de Deutsche Bank. El estado de EE UU también lucha por imponer los intereses energéticos que la rentabilidad le dicta, en función de las necesidades de su espacio productivo. La Ley d"Amato, firmada por Clinton en 1996, «castiga las empresas no norteamericanas que invierten en la industria de gas o de petróleo de tres países: Irán, Irak y Libia», principales proveedores de Europa y Japón. «Todo contrato por el cual Irán intente desarrollar su sector energético será considerado como una amenaza directa a la seguridad nacional de Estados Unidos», declaraba el senador D"Amato. Y un poco más tarde, Roberto Dole, dirigente del Partido Republicano, agregaba: «[La guerra del Golfo fue] un símbolo de la preocupación de los norteamericanos por la seguridad de las reservas de petróleo y de gas. Las fronteras de esta preocupación avanzan más hacia el norte e incluyen el Cáucaso, Siberia y Kazajstán». Este potencial energético supone un control importante de las rutas que toma el gas y el petróleo, y, en este ámbito, los espacios productivos de Turquía y los Balcanes son importantísimos: el lugar de paso obligado hacia el este y Oriente Medio. Según la revista francesa Défense national (Defensa nacional), los conflictos entre los estados europeos y el estadounidense son enormes a este nivel: «Dueños del petróleo de Oriente Medio, los norteamericanos se esfuerzan por controlar también, en detrimento de los europeos, el Caspio».
Por su proximidad territorial con esta zona rica en materias primas, y en especial en petróleo, los Balcanes son una zona estratégica. Su espacio geográfico tiene que ser incluido en toda política de transporte de petróleo y gas, sobre todo hacia Alemania. Con el nuevo canal que comunica el Rin con el Danubio, este último se ha transformado en un río estratégico que permite una vía de comunicación permanente entre los mares del norte de Europa, el Mar del Norte y el mar Báltico, y los del sur, el mar Mediterráneo y el Mar Negro. La construcción de ese canal le otorga al estado alemán una vía directa y competitiva a través de la cual puede transportar el petróleo de Medio Oriente, del mar Caspio y de Kazajstán, hacia Alemania, siempre y cuando controle ese río que... atraviesa Serbia. El embargo militar le ha permitido al Pentágono el control de la navegación del Danubio, no sólo en Serbia, sino también en Hungría, Rumania y Eslovaquia.
Los intereses de los diferentes consorcios de la industria de armamento también fueron determinantes. En efecto, las industrias militares de EE UU y Alemania obtuvieron contratos importantísimos en los Balcanes a partir de los años ochenta. Por otra parte, morteros y aviones de caza MIG fueron enviados por las agencias de ayuda de la ONU y de la OTAN a los ejércitos musulmanes de Croacia (según Defense and Foreing Affairs Strategic Policy, noviembre de 1992). De la misma manera, a pesar del embargo de armas decretado por la ONU, la CIA continúa enviando armas a los ejércitos musulmanes en Bosnia, como se llegó a reconocer oficialmente desde la Casa Blanca.
También fueron importantes los intereses de grupos financieros; diferentes bancos nacionales lucharon por imponerse en los mercados de la ex Yugoslavia. Hoy, el marco alemán es la moneda oficial de casi todo el territorio de lo que fue Yugoslavia.
Pasemos ahora a ver otros aspectos contradictorios que han opuesto a diferentes estructuras estatales en la lucha por el control de la explosiva zona de los Balcanes.
Así, hoy, por ejemplo, en las industrias claves de producción de armas, diferentes estados, asociaciones de estados, grupos industriales... se enfrentan constantemente. A partir de 1994 se operaron gigantescas fusiones entre los grandes grupos mundiales de la industria de armamento en Estados Unidos: Lockeheed-Martin-Loral; Northrop-Gutman-Westinghouse; y Raytheom-E Systems.
Estas fusiones produjeron la reacción de industriales «europeos»: «Europa no tiene un minuto que perder frente a las fusiones gigantescas que se operan en Estados Unidos. No aceptaremos que se reduzca la industria aeroespacial y de defensa alemana a funciones secundarias o que gravite en la periferia de eventuales polos de defensa francesa». Werner Heinzmann, principal industrial alemán del sector de la producción de armas.
En 1999, el grupo británico GEC-Marconi (electrónica militar, radares de aerotransporte, sistemas electrónicos de guerra) se fusionó con British Aeroespacial (BAE). Un industrial francés declaraba: «De un solo golpe se transforman todos los esquemas de reestructuración de la electrónica y de la aeronáutica militar... Ese matrimonio hará definitivamente estallar el proyecto de sociedad aeronáutica civil y militar integrada, lanzado en diciembre 1997 por los gobiernos e industriales franceses, alemanes y británicos». Dossier Armamentos de Solidarité International, publicación del Partido de los Trabajadores Belga. Dasa, empresa de origen alemán, también sintió que ese proceso de fusión los excluía y los empequeñecía. Uno de sus directivos declaraba: «No es una fusión europea; ello probablemente va a dificultar el proceso de integración europea». La empresa Aeroespacial Francesa también reaccionó y anunció su privatización con vistas de integrar el Grupo de Matra-Lagardère. Según el Financial Times, el 16 de febrero de 1999, el grupo francés se transformó en el quinto mundial.
El gobierno de Estados Unidos no aceptó la unificación de sus competidores europeos, pero luego reconoció qué tipo de fusiones eran las aceptadas. Según el diario francés Le Monde: «Las fusiones con industriales de países "amigos" serían, de ahora en adelante, aceptadas por el Pentágono. El Reino Unido figura a la cabeza de esos países amigos».
Tatcher, por ejemplo, no tenía reparos en declarar que: «Desde el comienzo me opuse a la unificación alemana por razones evidentes. La unificación erigía a Alemania como la nación dominante en el interior de la Comunidad Europea. Pero la unificación fue realizada prácticamente sin consultar al resto de Europa. Otra vez Alemania es muy poderosa. Alemania hará uso de su poder, utilizará el hecho de ser el mayor socio capitalista en Europa para decir: "Escuchad, yo deposito más dinero que cualquier otro, y tengo que tener el poder de hacer lo que quiero con respecto a lo que me interesa". Yo lo he escuchado varias veces. Y he visto como los pequeños países se ponen de acuerdo con Alemania para obtener una u otra subvención».
En 1991, un tercio del comercio entre Europa oriental y Europa occidental pasaba por Alemania, y el estado alemán se transformó en el principal inversor extranjero en Europa del Este. En Eslovenia se instalaron sociedades de origen alemán que controlaban el 70% del comercio, y, en Croacia, el 40%.
A estos intereses económicos se sumaron los jugosos negocios del tráfico de armas. Ya en enero de 1991, este estado envió a Eslovenia misiles tipo Armbrust e instructores de la Bundeswehr para formar milicias armadas. Luego se estableció un puente aéreo y naval que completó el envío de armas masivo que se realizaba por carretera hacia Croacia. Un experto británico subrayaba que «sin el apoyo de los servicios secretos alemanes, una gran parte del tráfico de armas sobre el territorio de la ex Yugoslavia hubiese sido absolutamente imposible» (Poker Menteur, Michel Collon, página 61). Se estima que entre abril de 1992 y abril de 1994, el estado alemán exportó hacia Croacia material militar pesado por un total de 320 millones de dólares y hacia Bosnia de 6 millones.
«La BND (Bundes Nachrichten Dienst, servicio de inteligencia alemán) se instala, según diversas fuentes de servicios de investigación occidental, muy activamente en los países del ex bloque del Este.» Michael Opperskaiski, experto en servicios secretos.
Kohl insistió, durante una cumbre europea en Luxemburgo, para que se reconociera la independencia de Eslovenia y Croacia. El Vaticano y el estado alemán fueron los dos primeros estados en reconocer la independencia de Croacia y luego la de Eslovenia, lo que sin dudas era un potentísimo impulso hacia la desestabilización de Yugoslavia y a la guerra interna e internacional. Luego fueron todos los estados de la Unión Europea los que reconocieron la independencia de estos dos «nuevos estados», lo que a su vez constituye una gran victoria militarista del estado alemán (11). Este reconocimiento fue evidentemente una declaración de guerra contra la antigua unidad nacional, como lord Carrington afirmaba: «El reconocimiento fue una falta trágica que resultó ser el punto de partida de la guerra civil». Es algo así como si mañana Rusia reconociera el estado vasco independiente que proclaman ETA y otras fuerzas nacionalistas.
«Eslovenia y Croacia pierden, por la independencia, sus mercados y sus fuentes de materia prima. Nuestra casa está preparada para intervenir y ayudarlos», declaraba entonces el Deutsche Bank. Con la independencia de Eslovenia, el estado alemán consolidaba su control en la zona de los Balcanes; pero esta consolidación genera nuevas contradicciones: «Se exacerba una guerra de influencia en las nuevas economías de mercado de Europa del Este. Estados Unidos y Alemania se enfrentan [...]; detrás de estas querellas se encuentra la teoría según la cual el que redacta las leyes obtiene los contratos. Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Croacia y Lituania desarrollan un sistema de empresas y de bancos muy próximo a las tradiciones alemanas. Con bancos ejerciendo funciones universales [...]. Desde 1990 a 1995, Estados Unidos habría invertido más de cuatro millones de dólares para imponer su marca en las leyes y los reglamentos de Europa del Este. Alemania habría gastado ocho millones de marcos para alcanzar el mismo objetivo. Ciertos europeos temen que el entusiasmo alemán aspire a establecer las viejas esferas de influencia [...]. República Checa, Lituania, Hungría, Eslovaquia, Eslovenia y Croacia ya ligaron sus monedas al marco». Wall Street Journal.
El estado alemán, con Kohl a la cabeza, fue una fuerza activa de control y dirección en el desmembramiento de las economías de Europa del Este. Schroder y su ministro de exteriores, el ecologista Fischer, no hicieron más que continuar en esta línea y, como veremos más adelante, sus intereses específicos, más ligados a la Unión Europea, los pusieron en muchas ocasiones en contradicción con la OTAN. Su defensa de una solución en la que la ONU o la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) establecieran una «fuerza internacional de paz» fue consecuente con respecto a los intereses que el estado alemán tiene en la unificación europea. Una vez finalizado el conflicto, este estado elaboró un «pacto de estabilidad para los Balcanes», aprobado por la Unión Europea, en el que los problemas de fronteras, minorías étnicas, refugiados, cooperación económica... están reglamentados por la «comunidad internacional» y los países de la región, bajo los auspicios de la OSCE. Según el estado alemán, estos países tienen que integrar el proceso de extensión de la Unión Europea. La fortificación de ésta, a partir del liderazgo del estado alemán, le otorga a este último una relación de fuerzas importante con respecto a sus competidores.
Ya hemos visto como uno de los dirigentes máximos del estado británico, Tatcher, declara con una claridad imponente las contradicciones que tiene con respecto a la supremacía del estado alemán en el interior de la Unión Europea y su temor a la fortificación de la unidad alemana. Con respecto a la independencia de Eslovenia y Croacia, el estado británico, como el francés y el de Estados Unidos, apoyó, en primera instancia y en contraposición total con el estado alemán, a Milosevic: «Estados Unidos no reconocerá a Eslovenia como estado independiente; la crisis yugoslava concierne a todo el mundo, pues ella puede provocar conflictos internos que desestablizarán toda Europa». Declaraciones de James Baker, secretario de estado de EE UU.
El reconocimiento de estos nuevos estados por la Unión Europea fue considerado por el estado británico como un sometimiento frente a un hecho consumado que fortificaba al estado alemán. Tony Blair continuó la política de sus predecesores, lo que lo llevó a apoyar incondicionalmente la política del estado de EE UU y de la OTAN. Es por eso que se lo consideraba como «el aliado más "vamos a la guerra"», que no dudaba en afirmar: «El problema no es saber si haremos o no la intervención terrestre, sino cuándo la haremos y con qué medios». Declaración recogida por Daniel Coulon, Le Soir, 22-4-99.
Durante los conflictos bélicos, el Vaticano, fiel a su política, siempre se decanta por una u otra fracción de la burguesía. Ayer protegió a quienes realizaban masacres en Ruanda, y hoy ayuda al estado croata frente al serbio. |
Cuando se produjo el conflicto en los Balcanes, principalmente en Kosovo, el espacio geográfico griego resultaba indispensable para la intervención de la OTAN. Pero el gobierno «socialista» de Costas Simitis hubiera podido pagar un altísimo coste político si el país hubiera servido de puente a una invasión aliada en un momento en que las protestas proletarias contra la guerra y contra la OTAN se desarrollaban peligrosamente. Aquél se vio entonces obligado a jugar a los equilibrios: «Podemos estar contra Milosevic y contra las bombas al mismo tiempo» declaraba, por ejemplo, Georges Papandreu, ministro de exteriores de Grecia. Esas razones llevaron entonces al estado griego a una política de indefinición permanente que en realidad lo definía como un aliado demasiado molesto dentro del cuadro de la Unión Europea, francamente intervencionista: el estado griego se opuso a los bombardeos de la OTAN, al embargo petrolero y a la intervención terrestre.
En una entrevista a un miliciano croata,
reproducida en Poker Menteur, los ocultos intereses de la ayuda
humanitaria salen a la luz del día.
¿Es bueno el material? preguntó el periodista. -Sí, no nos podemos quejar del equipamiento, zapatos de Hoenecker y armas de Caritas. La prueba: Saca municiones de su bolsa y todo es del ex ejército alemán, embalado en cajas con la insignia católica que reza «organización para la puesta en práctica de la caridad cristiana». |
De forma paralela, a principios de los años ochenta, el gasto militar llegaba a una cifra cercana a 250.000 o 300.000 millones de dólares para caer a 6.000 millones en el año 2000. La disminución de la producción militar llegó a un 80% entre 1991 y 1997. «Más del 70% de las armas rusas son muy viejas y muy pronto tendremos que remplazarlas, por nuestra propia seguridad.» Golz, comentarista militar del semanario Itogy.
Después del fracaso en Afganistán y en la primera guerra chechena, el ejército ruso sufre un proceso de desmantelamiento y desorganización potente: deserciones de más del 60% de los jóvenes llamados «a servir a la patria». Las condiciones materiales e ideológicas de ese mismo ejército también resultan desastrosas; los soldados no reciben su paga por varios meses, los salarios de los altos oficiales se encuentran por debajo del mínimo de subsistencia, los cuerpos especiales se descomponen (13), y frente a la incapacidad de obtener de qué vivir comienzan a vender sus servicios a las diferentes mafias, y muchas veces se encuentran en conflictos, hasta armados, con otras fuerzas armadas del estado.
Las contradicciones entre la presidencia y el parlamento, controlado principalmente por los nostálgicos de la época stalinista y los nacionalistas, también resultan enormes. Uno de los puntos culminantes fue el bombardeo del edificio del parlamento (en octubre de 1993) y, como veremos más adelante, la proposición de destitución de Yeltsin por parte del parlamento.
Esta situación de graves dificultades económicas, sociales políticas y militares determinaron la imposibilidad de apoyar efectivamente a su aliado histórico: el estado serbio. Pese a los gritos del parlamento, a la reprobación de la intervención de la OTAN y a las amenazas espectaculares de los jefes supremos de este estado, no se hizo más que teatro, debido a la incapacidad real de enfrentarse a los enemigos del estado serbio y a los intereses de ciertas fracciones burguesas que en ese país también empujan hacia Occidente y las recetas fondomonetaristas. A este propósito, Erik Derycke, ministro belga de relaciones exteriores, declaraba: «Pienso que Rusia otorga más importancia a sus relaciones con Estados Unidos y con el Fondo Monetario Internacional, así como con la Unión Europea, que a su apoyo tradicional a Serbia».
«Las buenas relaciones entre Rusia y el FMI y Occidente son de un interés nacional vital. En cambio, la simpatía hacia los hermanos eslavos no lo es.» Moscow Times.
Más de 10.000 millones de dólares fueron otorgados por el FMI al estado ruso, lo que constituyó el préstamo más importante, después del que le había otorgado al estado mexicano para resolver la crisis de su bolsa en 1996. Luego, cuando el estallido en los Balcanes era eminente, el primer ministro ruso, Primakov, obtuvo una nueva «ayuda» de 4.500 millones de dólares para la reestructuración de una parte de la deuda externa de Rusia.
Las declaraciones belicistas de Yeltsin de intervenir directamente en el conflicto («No hay que empujar a Rusia hacia una acción militar, sino seguramente habrá una guerra europea, tal vez mundial») no podían ser más que un bluf; éstas se hacían en el mismo momento en que la «casa blanca» rusa aseguraba a la Casa Blanca norteamericana que no debía inquietarse, pues de ninguna manera Rusia intervendría militarmente en la crisis de Kosovo.
La hipocresía, el doble discurso..., en fin, lo que caracteriza la diplomacia burguesa, no explican totalmente este proceder. Diferentes instituciones burguesas (partidos «comunistas», nacionalistas, el parlamento..., y también sectores del ejército ruso) reivindicaban una Rusia potente capaz de enfrentarse al estado de EE UU, y de apoyar a los hermanos serbios. Al mismo tiempo, los dirigentes de los aparatos centrales del estado eran conscientes de su debilidad estratégica y no podían ir más lejos que aquel doble discurso para intentar apaciguarlos.
Como decíamos en nuestro artículo El ejército y la política militar de Estados Unidos (14): «El estado norteamericano representa [...] sólo a una parte de dicha burguesía [la que acumula en el espacio económico norteamericano, NDR], pero al mismo tiempo a una fracción presente en todos los países del mundo, la fracción del capital bancario, comercial, industrial, más dinámica y por lo tanto directamente interesada globalmente, salvo excepciones, por un liberalismo económico generalizado».
Este papel lo lleva a fortificar las instituciones internacionales (OTAN, FMI y OMC), a mostrarse y a asumir el papel de garante ideológico y militar de los intereses generales del capital. Y todo esto a pesar de que pueda entrar en contradicción con los intereses particulares de tal o cual fracción dominante en el propio Estados Unidos.
Si los intereses económicos del espacio productivo de Estados Unidos, energéticos y otros, son vitales en la estructuración de este estado, los intereses más amplios, que sobrepasan el cuadro del país, también los son. Estos intereses determinan la fuerza de la política internacional de este estado, la necesidad de constituir y fortificar los aparatos internacionales que unifican y asocian a otros estados en la imposición de políticas económicas liberales, es decir, que expresan mejor el funcionamiento de la ley del valor a nivel internacional. Pero, otra vez, el desarrollo de esta unificación puede agudizar otros conflictos interburgueses, incluso en el seno de las alianzas que hoy parecen estables.
«La política exterior norteamericana tiene que darse por objetivo el convencer a los eventuales rivales de que no tienen necesidad de jugar un gran papel. [Nuestro estatuto de única superpotencia] tiene que ser perpetuado por un comportamiento constructivo y una fuerza militar suficiente para disuadir a cualquier nación, o grupo de naciones, que tenga la pretensión de desafiar la supremacía de Estados Unidos. Éste tiene que tener en cuenta los intereses de las naciones industriales avanzadas para disuadirlas de desafiar el liderazgo estadounidense o cuestionar el orden económico y político establecido... El orden internacional está, en definitiva, garantizado por Estados Unidos, que tiene que ponerse en la situación de actuar independientemente cuando una acción colectiva no puede ser puesta en pie... Tenemos que actuar en vistas de impedir la emergencia de un sistema de seguridad exclusivamente europeo que podría desestabilizar la OTAN. En Extremo Oriente tenemos que permanecer atentos a los riesgos de desestablización que podrían surgir del aumento del rol de nuestros aliados, en particular de Japón.» Pentágono, Informe Wolfowitz, 1992.
Rand Corporation importante institución de análisis de Estados Unidos que colabora estrechamente con el departamento de defensa presenta esta necesidad de mantener el orden como si fuera un costo económico: «Sin la paz americana, el capitalismo va a su pérdida... La estabilización del sistema internacional es, entonces, un negocio ruinoso. Una potencia hegemónica forzada a acordar esta importancia en la seguridad militar tiene que desviar capitales y la creatividad del sector civil».
Como vemos, los intereses políticos, la tentativa del estado Estados Unidos para consolidarse como estado hegemónico, la paz norteamericana como sinónimo de perennidad del capitalismo, son presentados como niveles separados, desprendidos y hasta autónomos de lo económico: como el precio que hay que pagar para mantener el orden mundial. Pero, en realidad, es el aspecto económico el que determina la importancia vital de todo el accionar políticomilitar y la necesidad de consolidarse como una potencia frente a sus otros competidores. Además, el negocio de armas, lejos de ser un «costo», es un sector económico clave que dinamiza toda la acumulación capitalista en ese país y en todo el mundo.
La OTAN, como institución mundial del capital, no podía evadir esta responsabilidad; tenía que adecuar su política militar al control de esta zona, potencialmente conflictiva. Ya en 1991, durante la conferencia de Roma, se fijaron las nuevas tareas que la OTAN tenía que asumir frente a la inestabilidad social que se iba anunciando, y, si bien se vieron con claridad los problemas intercapitalistas, la comprensión clara con respecto al peligro proletario fue determinante: «Los riesgos de seguridad a los que se encuentran expuestos los aliados se deben menos a la eventualidad de una agresión calculada contra el territorio de los aliados que a las consecuencias negativas de las inestabilidades que podrían surgir de las graves dificultades económicas, sociales y políticas que atraviesan numerosos países de Europa central y oriental».
La claridad con que la OTAN expresaba las dos tendencias que surgieron del desarrollo de la crisis capitalista en esta zona, guerra y revolución, es incomparable. A partir del análisis de las relaciones de fuerzas, delimitaba la política de su intervención para prevenir y gestionar los conflictos que inevitablemente fueron surgiendo. Su objetivo: evitar a cualquier precio una situación que degradase la actual paz social, la desorganización del sistema productivo. Así, la OTAN asume, organizativa y militarmente, las necesidades actuales de la burguesía: mantener la paz social y para ello prevenir, dirigir y contrarrestar las situaciones potencialmente conflictivas.
Pero esta pretensión, que es la de asegurar un desarrollo pacífico del proceso acumulativo del capital, choca con las condiciones sociales que la valorización del capital va creando. La lucha contra el descenso de la tasa de ganancia sólo puede llevarse adelante descargando todo el peso de la reorganización sobre el proletariado. Los conflictos interburgueses se agudizan, y la capacidad de dirigirlos se vuelve cada vez más dificil; la desorganización de la producción se acrecienta creando las condiciones de una nueva reemergencia del proletariado.
En la actualidad, la OTAN puede presentarse como una fuerza que es capaz de dirigir centralmente los procesos bélicos del capital, de pararlos cuando es necesario, de imponer la paz burguesa contra el proletariado, pero tarde o temprano tendrá que enfrentar una agudización importante de las relaciones de fuerza que, por más conciencia y organización que tenga, le recordarán que la anarquía del capital, su desvalorización generalizada, y los conflictos que éstas producen no pueden planificarse.
Al mismo tiempo que la OTAN se fortifica y se impone como gendarme internacional del orden capitalista, sus límites y su fragilidad también se manifiestan. Los límites para imponer «su» orden en el interior de las fracciones burguesas y la fragilidad que se manifiesta cuando se trata de conducir al proletariado hacia la generalización de una guerra resultan ya evidentes. Cada paso que da la OTAN en sus alianzas, en sus intervenciones, en lo que llama la «fuerza de coordinación» de todos los contingentes que la componen, se produce con contradicciones, con posibilidades de expulsar o de atraer otras fracciones, con posibilidades de agudizar las contradicciones entre capitales, y por ello con el riesgo de emergencia de otra constelación imperialista en contradicción a los intereses que ella defiende.
Por otra parte, la OTAN no podrá nunca controlar el choque violento que surge entre la valorización y la desvalorización del capital, entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, en pocas palabras, el surgimiento de una nueva ola, mucho más potente, de las luchas revolucionarias a nivel mundial. Sólo puede posponer esta perspectiva, pero no evitarla. Hoy ya se evidencia la fragilidad de la paz social: las ideologías para conducir al proletariado a la guerra generalizada, como carne de cañón de los intereses capitalistas, no tienen el impacto deseado. La generalización de la guerra capitalista trae consigo la perspectiva de una pérdida total de la paz social que el capitalismo requiere para explotar y acumular.
La fuerza de la OTAN genera sus propias debilidades: hoy puede posponer las necesidades destructivas del capital, pero no evitarlas. Dichas necesidades transforman esa fuerza de la OTAN en una debilidad estratégica, pues, necesariamente, aquellas necesidades resurgirán con mayor potencia y de manera más incontrolable. La conciencia burguesa tiene sus límites; su voluntad de controlar la catástrofe que el capitalismo contiene, también.
La OTAN no sólo exigía el privilegio de dirigir y obtener plena libertad de circular y de instalarse en «el conjunto del territorio de la Federación Yugoslava, espacio aéreo y aguas territoriales comprendidas», sino también «el de utilizar aeropuertos, rutas, vías férreas y puertos, sin tener que pagar cargas, derechos, impuestos, peajes o rentas». La OTAN exigía «la inmunidad de jurisdicción civil, administrativa y penal... [así como el derecho] de mejorar o modificar, según su voluntad, las infraestructuras de todo el territorio de la Federación Yugoslava, como puentes, túneles, edificios y sistemas de utilidad pública».
Indudablemente, el estado serbio no podía aceptar esta exigencia, que era una verdadera declaración de guerra. Fue de esta manera que la OTAN, consciente de ello y teniendo como objetivo su propio dominio militar, provocó el estallido de la guerra. «Nunca hubo negociaciones [...]. Se trataba de imponer una especie de protectorado internacional en Kosovo, que no tenía nada que ver con la autonomía de la provincia [...]. Se trataba de enviar a Kosovo una fuerza internacional de 28.000 hombres, cuya misión, según se nos afirmaba, sería la de "desarmar el ejército del ELK", [pero] lo que verdaderamente estaba en juego era implantar una base de la OTAN en Kosovo». Branko Brankovic, embajador de la República Federal de Yugoslavia en Naciones Unidas.
La OTAN, a través de su secretario general, Solana, hizo todo lo posible para que se aceptase la presencia militar internacional en Yugoslavia. Ya antes del estallido de la guerra mantuvo negociaciones con el estado ruso, ofreciéndole un nivel de autonomía con respecto a la cadena militar de mando; asimismo, obtuvo la aprobación de otros estados, que no formaban parte de la OTAN, con respecto a su política de intervención militar.
Rambouillet debía coronar la presencia militar internacional en territorio yugoslavo. «El gran argumento hacia el gobierno de Milosevic estriba en que nueve años de represión y uno de hostilidad militar no le han servido para sofocar la rebelión de la provincia. Y que, en consecuencia, la presencia militar internacional, si por un lado protegerá las reivindicaciones autonómicas kosovares, por otro constituye la única garantía permanente de que no se ponga en peligro la integridad territorial del país.» El País, 1 de marzo de 1999.
Los intereses de la OTAN, de fortificarse como institución estatal
del capitalismo mundial, exigían la imposición del orden
social en los Balcanes. La defensa de los intereses imperialistas, tanto
económicos como políticos y militares, de ciertas fracciones
burguesas para imponer su lógica liberalista en estos espacios productivos,
y principalmente el control capitalista con respecto a un proletariado
que ya en Albania (16) emergía como fuerza desorganizadora del estado
capitalista, exigían la ocupación por parte de la OTAN del
territorio yugoslavo. No se trataba de una opción entre otras, sino
de una necesidad estratégica en la que estaba en juego la viabilidad
misma de dicha alianza: «No es ninguna exageración decir que
si la OTAN no logra imponerse, significará el fin de la organización
atlántica como alianza creíble, y el fin del liderazgo mundial
de Estados Unidos. Las consecuencias serían devastadoras para la
estabilidad mundial». Zhigniew Brzezinski, ex asesor de asuntos de
seguridad nacional del presidente de Estados Unidos.
Por su parte, los burgueses «antiliberalistas», así como otras fracciones y estados capitalistas, por ejemplo, el chino y el ruso, intentaron estructurar a sus proletarios en la defensa de los estatutos de la ONU y en el derecho de la soberanía nacional, pero sus esfuerzos no fueron coronados con éxitos.
La OTAN se liberó de toda tutela de la ONU y atacó sin ningún consentimiento del Consejo de Seguridad, que supuestamente está concebido para asegurar la paz mundial. Con ello se puso en evidencia cuáles serán los procedimientos futuros: cuando se trata de asumir las necesidades belicistas del capital, la imposición del orden, ninguna institución o formalidad jurídicodemocrática puede detener la acción decida de aquellos que asumen las tareas fundamentales del capital. Pero esto no es nada nuevo: Nixon invadió Indochina sin el permiso del congreso norteamericano, Reagan hizo lo propio con América Central, y Clinton bombardeó Irak sin consultar a «las instituciones democráticamente elegidas por los ciudadanos estadounidenses».
Las verdaderas necesidades democráticas reales del capital de llevar adelante la guerra no pueden detenerse ante las instituciones formales de esa misma democracia, que, como en los «golpes de estado», quedan suspendidas simplemente porque son totalmente secundarias con respecto a la esencia democráticoterrorista del capital. Pero eso no es nada nuevo. Toda la historia del capitalismo muestra que cuando fue necesaria la actuación de ciertas fracciones decididas de la burguesía, éstas actuaron sin el necesario aval de «las instituciones democráticamente elegidas». El «cambio», lo «nuevo», entonces, no se encuentra en la «transgresión» de estas instituciones, sino en el cinismo con que esta necesidad del capital es anunciada y comprendida, así como en la voluntad de darle un cuadro legal que legitime este tipo de transgresiones.
Desde Chosmky a Debray, pasando por todo tipo de personajes del mundo del espectáculo, gritan contra la «degradación de la democracia», cuando, en realidad, es la existencia misma de esa democracia la que exige el empleo de las armas y el terrorismo de estado. Estos señores pretenden defender soluciones pacíficas, «humanitarias», pero no es muy difícil constatar que históricamente, cuando la solución sangrienta se impone como la única contra un proletariado que emerge como fuerza social, esos pacifistas «humanistas» nunca tienen reparos en utilizar y/o apoyar la represión abierta.
Ya hoy, los ecologistas, con su discurso de defensa del medio ambiente, no tienen problemas en implicarse directamente en la guerra. Estos señores (17) saben claramente que los desastres ecológicos que los bombardeos produjeron (ya no sólo en Yugoslavia, sino también en toda la región europea) fueron enormes, y sin ningún tapujo los apoyaron: el ecologista Fischer, ministro de relaciones exteriores de Alemania, en concordancia con sus otros homólogos, apretó el gatillo de las decisiones políticas para disparar las bombas asesinas de la OTAN (18). A los otros ecologistas, los que creen en su noble causa y en el interés de resolver parlamentariamente las cosas, sólo les quedaron los lloriqueos dentro de su declarada impotencia. Por todo ello resultó fácil agravar el gran desastre ecológico que son siempre las bombas con la destrucción de instalaciones especialmente tóxicas, como las de las industrias petrolera o química con sus nubes tóxicas, que producen de forma directa o indirecta destrucción de fauna y flora, contaminación de los ríos, aumento de cánceres y de nacimientos de niños deformes, devastación ecológica de los mares Adriático y Mediterráneo... Hoy como ayer, las palomas de la paz se transforman en halcones decisivos de la guerra.
Y los mismos estados que hoy, envalentonados por la falta de reacción proletaria, hacen la guerra en nombre de «los derechos humanos en Kosovo» son los que aniquilan a «sus» negros en EE UU, o a «sus» árabes en Europa; los mismos que, en su carrera desenfrenada por la ganancia, echan a la calle a masas de trabajadores, privándolos de los medios más elementales de vida, al mismo tiempo que a los que todavía pueden explotar los someten a una intensificación monstruosa del trabajo que provoca un aumento del estrés y de todo tipo de enfermedades y calamidades creadas y/o agravadas por el trabajo productor de plusvalor.
Otra arista importante de esa «nueva» ideología con la que se entra en la guerra es la de la «guerra limpia», con cero muertos, máquina contra máquina, sin atacar vidas humanas, y, sobre todo, sin bajas en los ejércitos atacantes. Fuera del cinismo completo de lo que se llamó «accidentes», «bajas colaterales», y de la destrucción ecológica que aumentó la ya bien elevada destrucción de la vida que el capital efectúa cotidianamente en lo que llaman «tiempos de paz», la base fundamental de esta ideología se sustenta en la necesidad de mantener el control burgués del proletariado, el miedo a traer soldados muertos, y con ello a agudizar las determinaciones que pueden empujar al proletariado a la revuelta, a constituirse en fuerza destructora de la sociedad actual. Como veremos en el texto siguiente de esta misma revista, las diferentes manifestaciones contra la guerra, todavía demasiado elementales, limitadas..., ya hacían recordar a la burguesía que su paz social es frágil, que ella no resiste la guerra, que el fantasma de un proletariado combativo puede fácilmente transformarse en una situación de reemergencia revolucionaria.
La verdad oficial de la OTAN, según la cual se trataba de una intervención contra lo que llamaron «la exterminación étnica en Kosovo», se impuso dictatorialmente, y todo aquel que denunciaba el terror que vivía el proletariado en Serbia y en el mismo Kosovo era perseguido o censurado. Hasta se reprimieron las tímidas descripciones o críticas del integrismo democrático de la OTAN que algunos periodistas hicieron.
La mayoría de los ministros de la Unión Europea apoyaron sin tapujos el ataque de la OTAN, salvo los de los estados griego e italiano, que se opusieron, mientras otros se declaraban neutrales, como los estados de Austria, Irlanda, Suecia y Finlandia. El secretario de la ONU, Koffi Annan, tampoco perdió la ocasión para mostrar su acuerdo con las bombas asesinas: «Hay momentos en los que el uso de la fuerza puede ser legítimo para obtener la paz».
Como se sabe, luego de los primeros bombardeos, la población que supuestamente debían defender emprendió un éxodo masivo de 800.000 personas, mientras los fabricantes de la opinión hablaban de «desastre humanitario». Con dificultad y cinismo, la OTAN, a través de Solana, pretendía negar la responsabilidad de dicha institución en la catástrofe y el éxodo, afirmando que el mismo no fue producido por la intervención militar, sino por una estrategia de limpieza étnica dirigida por Milosevic: «Si no hubiéramos atacado, la situación ahora sería igual o peor».
El informe que la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) realizó a través de sus 1.300 observadores, desde noviembre de 1998 a marzo de 1999, que debía verificar las atrocidades que «los serbios» cometían contra «el pueblo de Kosovo», fue declarado «confidencial». Un consejero, miembro del contingente francés de la misión de la OSCE, Jacques Proud"homme, sostuvo que durante los meses que precedieron a la guerra, sus colegas y él mismo no habían constatado, en la región de Pec, en la que la misión circulaba libremente, nada que pudiese ser asimilado a exacciones sistemáticas, como asesinatos colectivos o individuales, incendio de residencias, deportaciones. Si este testimonio confirmase la globalidad del informe de la OSCE, esto significaría que lo que se llamó «desastre humanitario» fue exclusivamente el producto de la intervención de la OTAN.
Pero de lo que no se puede dudar es que los hechos mostraron que el terrorismo de estado se generalizó con la intervención de la OTAN, y que ésta agravó lo que decía combatir. La represión de las milicias serbias fue selectiva, la intervención de la OTAN generalizó esta represión, y la única alternativa que le quedó al proletariado fue escapar. Así se inició el éxodo masivo.
El 26 de marzo, la OTAN reconocía lo que llamó «efectos colaterales»: la muerte de centenas de civiles, la destrucción de hospitales, medios de transporte e infraestructura utilizados por la población civil. Más tarde se produjeron otros «accidentes colaterales» que se sumaron a la lista de «objetivos no militares» destruidos: puentes, depósitos de combustible en zonas industriales, refinerías de petróleo, barrios obreros, sistemas de aprovisionamiento de agua, de electricidad, de petróleo... La ideología de una guerra contra Milosevic, en la que no se quería atacar al pueblo serbio, comenzaba a desmoronarse.
Con ello, también las promesas de una guerra rápida y limpia quedaban destruidas frente a la dura realidad. La escalada belicista se agudizó, y la perspectiva de intervención terrestre comenzó a aparecer como la única que podía realizar los objetivos iniciales que tenía la OTAN cuando empezó su guerra.
Al mismo tiempo que todo esto fue dejando en evidencia el verdadero e inmundo rostro de la intervención de la OTAN que comenzaba a aparecer como lo que realmente es toda guerra imperialista, una guerra contra el proletariado, comenzaron a manifestarse algunas respuestas del proletariado a la guerra, que manifestaban la existencia de ciertas brechas importantes en los frentes militares, como veremos en nuestro siguiente artículo.
Como decíamos, la guerra se declaró con la promesa de no implicar a soldados de EE UU en enfrentamientos terrestres, pero el estado yugoslavo no cedió ante los ataques aéreos; su actitud se volvió cada vez más intransigente, y su rechazo a las exigencias de la OTAN también. Así, los diferentes jefes de estado de la OTAN se vieron confrontados a una verdad que los altos jefes militares habían afirmado desde el principio: una campaña aérea no puede lograr los objetivos previstos, si no se acompaña o es seguida de una ofensiva terrestre. «Los militares norteamericanos, ingleses y franceses subrayan todos que los bombardeos nunca son suficientes para ganar, por sí solos, una guerra, y mucho menos para concluir una guerra civil.» Declaraciones de Védrine, copresidente de la conferencia de Rambouillet.
Indudablemente, el aparato militar fue el más claro defensor de esta vía. En un mensaje a Clinton, a mediados de mayo, los militares del Pentágono afirmaban que la guerra contra Yugoslavia iba mal, y que la única manera de asegurar una victoria dependía del envío de fuerzas terrestres que pudieran actuar a comienzos de agosto. También se criticaba a la Casa Blanca como principal responsable del estancamiento militar. Powell, jefe del estado mayor durante la guerra del Golfo, afirmaba: «Yo hubiera presentado mis objeciones a una campaña que no sólo no incluye tropas terrestres, sino que desde el principio descartó la amenaza del uso de esas fuerzas terrestres».
El general Morillon, jefe de la Forpronu en Bosnia, declaraba: «Pensar que se puede hacer la guerra sin pérdidas humanas es una ilusión. La teoría norteamericana de "cero muertos" es el mejor medio de encontrarse totalmente desarmado».
Esta clara determinación no fue sólo defendida por los jefes militares. ¡Hasta el socialdemócrata jefe de los escuadrones de la muerte del estado español, Felipe González, se mostró defensor de la intervención «con fuerzas de tierra si fuese necesario»!
El presidente Clinton, que tanto temía la ofensiva terrestre «por ser peligrosa para la vida de soldados estadounidenses», con el apoyo de Blair, «el aliado más "vamos a la guerra"», comenzaron a hacer estudios para ver las posibilidades de una intervención terrestre y de movilizar a reservistas. A fines de mayo de 1999 se movilizó a más de 30.000 reservistas en Estados Unidos. Mientras, Solana se mantenía intransigente y excluía toda negociación con Milosevic: «No hay lugar para negociación o compromiso con Milosevic; hemos indicado nuestras exigencias y estas condiciones serán cumplidas en su totalidad».
Estados Unidos insistía en el cumplimiento de las condiciones exigidas: que la OTAN constituyera el núcleo de las unidades internacionales que protegieran a los refugiados. El partido republicano propuso entonces duplicar el presupuesto extraordinario solicitado por Clinton para la guerra, y criticó la posición de Madeleine Albright, secretaria de estado, que quiso vender una guerra rápida, así como la «irresponsabilidad» del presidente por atarse las manos al prometer que nunca enviaría tropas terrestres a combatir a los yugoslavos.
El general Klaus Naumann, jefe del comité militar de la OTAN declaraba: «En la historia militar no hemos visto hasta la fecha ninguna operación que se completara con éxito con el uso exclusivo de la fuerza aérea». El presidente español, Aznar, rechazó someter al congreso cualquier decisión sobre la guerra, ni comprometerse a esperar una autorización previa del parlamento antes de decidir un eventual envío de tropas españolas para participar en una invasión terrestre.
En esos días se realizaba la cumbre conmemorativa del cincuenta aniversario de la OTAN. Tanto Clinton como Blair se presentaron a esta cumbre confirmando que abrían las puertas al estudio de una posible escalada que culminara con el envío de tropas de infantería. Blair declaraba en el parlamento británico que la OTAN no debía renunciar a la opción de enviar tropas terrestres. Solana y el general norteamericano Wesley Clark, comandante militar en Europa, declararon estar estudiando la posibilidad de una eventual campaña terrestre contra Yugoslavia.
Robert Hunter, ex embajador del estado norteamericano en la OTAN, declaraba: «No estamos ganando porque hay una clara desproporción entre los objetivos de la OTAN y sus métodos». Clark expresaba su frustración por las limitaciones que imponía a la campaña la necesidad de consenso político entre los 19 miembros de la OTAN.
Pero en el mismo momento que se reconocía que de esa manera no se gana una guerra, se expresaba públicamente que al menos se destruían las fuezas productivas del adversario, revelando así parte de los objetivos de la guerra. Así, en mayo se hicieron los primeros balances de la guerra: sesenta y seis días de destrucción triunfal e implacable habían acabado con todos los núcleos industriales importantes del país, produciendo daños económicos superiores a los de la «segunda guerra mundial» y dejando sin trabajo a cerca de 600.000 personas (José Vidal-Beneyton, El País, 28-5-99). Se declaraba además que se habían destruido las infraestructuras que dotaban de agua y electricidad a Belgrado y a la mayor parte del territorio serbio.
«Sin duda, no se puede lanzar en un instante una campaña terrestre. Exige un despliegue de fuerzas cauteloso y deliberado, así como una fuerte base de apoyo nacional.» Brzezinski.
«Lo que cabe preguntarse, ante cómo puede acabar la [guerra] de Kosovo, es si las democracias occidentales están preparadas para la guerra, cuando se observa la facilidad con la que su aguante se está viniendo abajo [...]. Los occidentales desde un primer momento no han querido que sea también por tierra, por temor anticipado a los efectos de las bajas propias y ajenas [...]. La razón que llevó a no emplear tropas de tierra contra Milosevic no fue tanto el estado de las opiniones públicas, sino un temor a cómo las opiniones públicas responderían.» Andrés Ortega, El País, 24-5-99.
El Instituto de Investigación y Sondeo norteamericano hizo sonar la alarma: la popularidad de Clinton decrecía; también el apoyo a la participación norteamericana en la guerra; la gente se declaraba preocupada por la posible pérdida de vidas estadounidenses en los Balcanes, en particular si se desencadenaba una ofensiva terrestre. El miedo de la burguesía a enfrentarse con una situación similar a la de Vietnam se puso de manifiesto. Numerosas personalidades de estado se declaraban en la imposibilidad de alistar a hombres para ir a luchar por intereses que apenas se comprendían.
En esos mismos días, el senado de EE UU rechazó una moción que autorizaba a Clinton a «emplear la fuerza necesaria y otros medios, de acuerdo con los aliados, para alcanzar los objetivos de Estados Unidos y de la OTAN». Las cámaras exigían al presidente que pidiera autorización al congreso para cualquier escalada militar que supusiera el envío de tropas terrestres. Hasta se comenzaban a criticar los ataques aéreos: 17 miembros de la cámara de representantes presentaron una denuncia contra Clinton, alegando que el ataque aéreo violaba el acta de poderes de guerra de 1973, según la cual es al congreso al que le corresponde declarar la guerra o votar en favor de una acción militar.
Por otra parte, si bien el estado albanés había apoyado incondicionalmente a la OTAN, sus territorios del norte, muy montañosos, hacían difícil toda campaña terrestre, lo que hacía indispensable la utilización de los territorios de Grecia y Macedonia. Pero estos estados se encontraban en una situación muy poco confortable para autorizar los planes militaristas de la OTAN; desde el comienzo de la guerra, sobre todo en Grecia, se habían producido diferentes manifestaciones contra la misma, que impulsaban a los gobernantes a oponerse a ceder su territorio para operaciones militares. Simultáneamente, los estados alemán e italiano se negaban a enviar sus tropas de infantería. Como veremos más adelante, en esos momentos, el estado alemán pretendía dirigir, a través de la Unión Europea, las negociaciones para finalizar el conflicto bélico.
El primer ministro italiano, Massimo d"Alema, entonces, propuso en la OTAN un alto el fuego prácticamente incondicional, sin esperar a que el consejo de seguridad de la ONU aprobara un acuerdo de paz, y sin exigir una previa retirada de tropas serbias de Kosovo. Este alto el fuego se concretaría a partir del momento en que se alcanzara un acuerdo con Rusia y China sobre la resolución que se estaba por presentar al consejo de seguridad. Proposición que el estado griego consideraba urgente.
En Rusia, la oposición stalinista y nacionalista, mayoritaria en la Duma, denunciaba lo que definía como una «traición a los hermanos yugoslavos» y criticaba ferozmente el «carácter proamericano» de la presidencia. Los conflictos entre ambas fracciones burguesas se agudizaban.
En China, después del bombardeo de su embajada en Belgrado, las manifestaciones contra la OTAN y contra Estados Unidos se radicalizaron. Las mismas, que en un principio habían sido toleradas y hasta estimuladas por el estado chino, comenzaban a transformarse en acciones combativas que dicho estado no lograba controlar.
Frente a esta situación, la administración presidencial de EE UU comenzó a retroceder, afirmando que no había acuerdo aliado para una campaña terrestre, y que ésta podía dividir a la OTAN. Se aceptaba que la fuerza internacional para Kosovo, aunque liderada por la OTAN, pudiera actuar bajo «el paraguas» de la ONU y que tuviera una fuerte presencia rusa y ucraniana, al mismo tiempo que se declaraba dispuesta a «una pausa» en los bombardeos si los serbios iniciaban un repliegue en Kosovo.
Se abría la hora para las negociaciones. En mayo, el G8, grupo que incluye los siete países «más industrializados» además de Rusia, llegaba a un acuerdo cuyas bases eran: «Despliegue en Kosovo de una presencia internacional eficaz, civil y de seguridad» bajo bandera de la ONU, así como reducir las cinco condiciones claves de la Alianza para cesar los bombardeos a sólo dos: retirada de las tropas de Milosevic, y despliegue internacional para sustituirlas. Se decía que «las otras tres [que parasen las matanzas, el retorno de los refugiados y un marco político a largo plazo] se encontraban contenidas en las dos primeras».
El G8 también reconocía Kosovo como parte de Yugoslavia, y pedía el desarme de los guerrilleros del ELK. Se aprobó entonces un plan de reconstrucción para los Balcanes que abría la posibilidad a estos estados de ser miembros de la Unión Europea. Sus consignas: democratización y derechos humanos, reconstrucción económica, desarrollo, cooperación y seguridad.
El gobierno yugoslavo aprobó este acuerdo. A fines de mayo se envió una delegación rusa a Belgrado para negociar el fin de la guerra. Más tarde, otra, de la Unión Europea, presidida por el presidente de Finlandia, finalmente lograba quebrantar la intransigencia del estado yugoslavo y que Milosevic aceptara la retirada total de las fuerzas militares, policiales y paramilitares de Kosovo, así como el despliegue en ese territorio de una fuerza internacional en la que participaran tropas rusas, pero cuyo núcleo esencial estuviera integrado por la OTAN.
Así terminaba un conflicto en el que las posibilidades de extensión, a nivel terrestre, fueron importantes, pero que los protagonistas principales decidieron parar por temor a una guerra terrestre que podía poner en cuestión la actual paz social internacional. Constatamos en esta decisión mucha claridad, mucha conciencia burguesa. Hasta los límites de la sociología y de la economía política parecen ser superados: el proletariado es visto, por los sectores más lucidos de la burguesía, no ya como masa de obreros, como simples trabajadores, sino como potencial de ruptura al que no se quiere, sobre todo, despertar.
La burguesía podrá utilizar todo su arsenal militar, ideológico,
político y económico para mantener el control de nuestra
clase, pero no puede eliminar las determinaciones materiales que la empujan
a la guerra. Lo único que puede hacer es posponer, una vez más,
esta alternativa, pero eso implica que luego se presentará con más
vigor. La guerra, que se hace principalmente contra nuestra clase, empuja
a ésta a la lucha, a contraponer la revolución a la guerra
burguesa. Siempre hay sectores burgueses capaces de comprender este peligro,
pero no de evitarlo.
a) la consolidación de una ideología que permita canalizar la lucha proletaria y la transformación de ésta en luchas interfraccionales;
b) la reorganización de las constelaciones capitalistas, es decir, la reorganización, convergencia y centralización de diferentes fracciones del capital en fuerzas internacionales para enfrentarse en mejores condiciones a las otras fracciones.
Durante lo que se llamó guerra fría, la ideología dominante era la lucha contra (lo que la burguesía mundial acordaba llamar) el «comunismo», o bien, en el otro lado, contra el «imperialismo capitalista». Era así cómo se definían los campos burgueses en contradicción. A través de esa ideología se movilizaba al proletariado como carne de cañón de las diferentes guerras interburguesas que se hacían en los diferentes continentes e incluso dentro de cada país. Con la caída del Muro de Berlín, esas ideologías fueron modernizadas, aunque en algunos casos de lo que se trataba era de pintar de colores nuevos viejas ideologías del siglo XIX e incluso anteriores. Así volvieron a estar de moda ideologías como la lucha por lo humanitario, «el combate por la civilización», «por la democracia», «contra el fascismo», «contra la barbarie», «contra el no respeto de los derechos humanos», al mismo tiempo que los stalinistas de viejo cuño, junto con otros personajes de la izquierda burguesa, reclaman con nostalgia la vuelta a la «buena época» del «comunismo», denuncian lo que llaman mundialización, y glorifican un pasado supuestamente favorable a la clase obrera.
Las guerras que siempre se habían dado se transformaron, de esa manera, en «guerras humanitarias», y la guerra en los Balcanes por Kosovo se constituyó en un verdadero laboratorio para las diferentes fracciones del capital. En efecto, los diferentes estados capitalistas fueron midiendo, enfrentando, la fuerza y los límites que esas ideologías podían ejercer en los medios proletarios. En el terreno se comparaba la eficacia movilizadora de las diversas ideologías, su capacidad para lograr la movilización popular.
La expedición aérea en Yugoslavia anunciaba una extensión de la guerra, en la que se jugaban las alianzas de los estados en la perspectiva de próximos enfrentamientos. Ahora bien, el análisis de esos intereses contradictorios no encajan en los moldes generalmente utilizados. Así, generalmente se utiliza el término bloque para designar la asociación de fuerzas imperialistas que se enfrenta con otra. Sin embargo nosotros preferimos el término constelación al de bloque, pues éste induce a una comprensión de un proceso demasiado fijo y estático. La dialéctica que anima las alianzas burguesas que llevan a la guerra no resiste a conceptos inmutables: cada alianza de capitales se realiza contra otra y, por lo tanto, atrae y expulsa. Como siempre hemos dicho, todo proceso de unificación atiza contradicciones.
Por ejemplo, en la «segunda guerra mundial», grupos de capitales y estados nacionales pasaron de un campo al otro; incluso dentro de cada estado hubo importantes enfrentamientos armados entre fracciones: el estado ruso se alió al nazi, para luego pasar al campo aliado; el estado francés, bajo el gobierno de Vichy, colaboró activamente con el nazi, para luego pasar también al campo de los aliados.
En la actualidad, la unificación en torno a la intervención de la OTAN en los Balcanes anuncia contradicciones y posibilidades de constitución de otras polarizaciones en el conflicto. Ahora, si bien los procesos de unificación se hacen en base a contradicciones de intereses, éstos también solidifican un centro a través del cual se unifican capitales y una fracción impone el orden, el suyo y el general, a las otras.
El fenómeno que se aproxima de cerca a esta dialéctica de atracción y expulsión es el de la constelación. En las constelaciones existe un núcleo que atrae y expulsa permanentemente, pero también que genera nuevos núcleos, que a su vez crean otras constelaciones. Este concepto es más apto para captar que detrás de las unificaciones se están gestando los núcleos que opondrán una constelación a otra. Asimismo, podemos comprender como en el mismo proceso de la guerra, capitales individuales, sociedades, consorcios, grupos militares, nacionales..., estados, pasarán de una constelación a otra según sus intereses específicos, que nunca son fijos.
Como ejemplo, en la actualidad vemos como el estado alemán resurge como núcleo potencial de atracción y contradicción. Ahora veremos principalmente el doble proceso que se está dando: consolidación de instituciones estatales internacionales, que tienden a asumir las necesidades globales del capital, y el desarrollo, en el seno mismo de estas instituciones, de intereses contradictorios que pugnan por otras alianzas.
«Un bombardero B2 vale, como se sabe,
más de un año del producto interior bruto de Albania.»
Catherine Samary |
«Estados Unidos es el único país con intereses globales; él es el líder natural de la comunidad internacional.» J. Perry, ex secretario de defensa del presidente Clinton.
Para defender mejor estos principios «antes no disponíamos de teoría [...]. El concepto estratégico es la codificación de la experiencia, incluida la de Kosovo [...] sobre cómo se hacen misiones de interposición y pacificación, mediante grandes coaliciones políticas que funcionan mediante consenso, sin votar. Una de las principales funciones del secretario general es actuar como catalizador de ese consenso». Declaraba Annan, secretario general de la ONU, quien también defendía «el nuevo pensamiento» sobre el «derecho de ingerencia».
Estas citas son muy claras. Confiesan abiertamente cuáles son las funciones de mantenimiento del orden social del gendarme mundial frente a un capitalismo que implica e implicará la agudización de todos los conflictos locales, y que tiende hacia la generalización de la guerra. Otra vez, el continente europeo resurge como el campo geopolítico en el que los enfrentamientos militares tienden a mundializarse. La guerra en Yugoslavia plantea la necesidad de consolidar una garantía para la paz social, frente a las posibilidades de guerra y revolución que puede abrir la situación socioeconómica actual.
La OTAN cumple, por tanto, la función de garante internacional. Tiene que estar presente en toda situación en que se revele necesaria su actuación; tiene que estar preparada para actuar con rapidez. Para ello necesita consolidar un funcionamiento más ágil, que le permita ir mucho más lejos y actuar con mayor rapidez que lo que permite la democracia consultiva. En conclusión, de lo que se trata es de romper el límite parlamentario, el de las instituciones en las que las oposiciones fraccionales burguesas deciden sobre las acciones que tienen que llevarse adelante. Las tareas centrales del capital no pueden dejarse a consultas democráticas de lo que piensan las diferentes oposiciones, sino que tienen que ser asumidas por las fuerzas más capaces de hacerse cargo de ellas; aquéllas capaces de limitar el peso de la aceptación de la decisión unánime.
En la cumbre conmemorativa del cincuenta aniversario de la OTAN se analizó claramente esta nueva concepción, y se intentó dar un cuadro legal. Esta cumbre afirmaba rotundamente los nuevos objetivos que la intervención en los Balcanes imponía a la OTAN, como institución garante de la paz social: «Defensa de los derechos humanos y mantenimiento de la paz, aunque haya que intervenir en terceros países». «Kosovo es el primer ejemplo de la misión de la que se dota la OTAN para el siglo XXI: defender sus intereses y valores dentro y fuera de sus fronteras, con o sin la aprobación explícita de la ONU [...], con la clara idea de construir una fuerza militar más potente y flexible.» El País, 26-4-99.
En El nuevo concepto estratégico de la Alianza, documento aprobado durante la cumbre de la OTAN, en el capítulo «Retos y riesgos» en materia de seguridad, se afirma: «Entre estos riesgos se encuentran la incertidumbre y la inestabilidad en la región euroatlántica y en torno a ella, así como la posibilidad de crisis regionales en la periferia del territorio de la Alianza, que podrían evolucionar con rapidez. Algunos países, dentro o alrededor de la región euroatlántica, afrontan graves dificultades económicas, sociales y políticas. Las rivalidades étnicas y religiosas, las disputas territoriales, la insuficiencia o el fracaso de los esfuerzos reformistas, las violaciones de los derechos humanos y la disolución de estados pueden producir inestabilidad local e incluso regional. Las tensiones resultantes pueden provocar crisis que afecten a la estabilidad euroatlántica, sufrimiento humano y conflictos armados. Dichos conflictos podrían tener repercusión sobre la seguridad de la Alianza, y también podrían afectar a la seguridad de otros estados. [...] Los intereses de seguridad de la organización pueden verse afectados por otros peligros de ámbito más amplio, tales como actos de terrorismo, sabotaje y crimen organizado, y los problemas en el abastecimiento de recursos vitales. El movimiento incontrolado de grupos muy numerosos de población, sobre todo como consecuencia de conflictos armados, también puede plantear problemas de seguridad y estabilidad que alcancen a la Alianza». En la parte cuarta del documento se agrega: «La presencia de fuerzas convencionales y nucleares de Estados Unidos en Europa es vital para la seguridad europea, que está inseparablemente vinculada a la de Norteamérica».
Concretamente, la OTAN intenta formalizar el salto cualitativo que consiste en asumir las tareas de policía mundial, previniendo el surgimiento y la agudización de los dos procesos inevitables a los que conduce el desarrollo del capital: la guerra y el riesgo de respuesta proletaria, la revolución.
Como vimos, a través de estos intentos, la burguesía trata de enfrentar las contradicciones inevitables de su sistema social: su equilibrio social se mantiene gracias a los hilos frágiles de una paz social que la guerra puede destruir. Por ello avanza para luego retroceder en su perspectiva de intervención terrestre. Pero, por supuesto, que ese retroceso no implica para nada que pueda eludir la guerra hacia la que tiende el capital, ni tampoco el choque inevitable que la guerra produce entre revolución y contrarrevolución.
Por otra parte vemos que los preparativos hacia una guerra generalizada continúan. Los mismos no sólo son políticos, sino también militares; se aumenta el gasto militar del estado de Estados Unidos a 112.000 millones de dólares para 1999, y se proyectan 274.000 en el año 2000, y 331.000 en 2005. La rúbrica privilegiada del aumento presupuestal es la «proyección de fuerzas», es decir, la capacidad de expatriar hacia otros territorios tropas y material militar. El Pentágono también es gratificado; se le otorga créditos para que perfeccione su infraestructura militar en el espacio, lo que le permite mejorar su poder de comunicación e información.
La OTAN prevé la incorporación de tres estados de los países del Este (Polonia, Hungría y República Checa) y organiza un foro en el que éstos participan, así como también el Grupo de Contacto Mediterráneo (GCM): Egipto, Israel, Jordania, Marruecos, Mauritania y Túnez.
«La campaña militar de los aliados en Kosovo tendía a probar para Estados Unidos que la OTAN podía ampliar su papel en Europa, manteniendo su unidad. En Washington se felicitaron de ello.» El País, 28-4-99.
Lo que está en juego es lo siguiente: la potencia capitalista que logre imponerse como más capaz para gestionar el caos que provocan los capitales enfrentados, aquella que presente su desarrollo como equivalente al desarrollo en general y, por ello, sea la fracción más capacitada para controlar a su enemigo histórico, es y será la que imponga su fuerza y dirección en el interior de las instituciones mundiales del capital, afirmando así su hegemonía internacional. Hoy, la OTAN, el FMI, el Banco Mundial y el estado de EE UU asumen este papel; pero, a su vez, la contradicción de estas instituciones con otras fuerzas capitalistas ya anuncian polarizaciones violentas. Detrás de aquellos que defienden un estado europeo, sea en nombre de «la lucha contra la mundialización impuesta por Estados Unidos a través de sus instituciones internacionales» o «de la Europa social», lo que se está jugando es la posibilidad del surgimiento de otra constelación de estados en contraposición con la hoy dominante.
La construcción de la Identidad Europea de Seguridad y Defensa (IESD) provoca contradicciones con el estado de Estados Unidos: «EE UU tiene un interés estratégico en una Europa fuerte. Estados Unidos necesita amigos y socios para enfrentar juntos los problemas [...]. El proceso de integración europea ha dado estabilidad a Europa [...], pero debe asegurarse que la relación transatlántica se refuerce». Delegación de Washington.
Para la secretaria de estado de Estados Unidos, la cumbre europea de Colonia, en junio de 1999, presentaba contradicciones graves con los acuerdos de la cumbre de la OTAN en Washington, en marzo de 1999. «Las conclusiones de Colonia sugerían una división de tareas entre la OTAN y la Unión Europea, de forma que la OTAN estaba confinada a la defensa territorial y la Unión Europea se encargaba de la gestión de crisis. EE UU no quiere ver limitado el campo de acción de la OTAN [...]; hay que institucionalizar los lazos para que la conclusión de la cumbre europea de Helsinki y de la reunión ministerial de la OTAN se refuercen y no se contradigan entre sí. Asimismo es de extrema importancia considerar la posición de Turquía, sin la cual "es imposible realizar operaciones en ciertas zonas". La guerra de Kosovo "mostró un grave desfase en las capacidades" de Estados Unidos y Europa.»
También Cohen, secretario de defensa de EE UU, marcaba las contradicciones entre su estado y la Unión Europea: «La Alianza celebra los crecientes intentos de la Unión Europea para afirmar una política de defensa propia, siempre que sea compatible con la OTAN». El País, 3-12-99.
El sucesor de Solana en la OTAN, George Robertson, defendía que restablecer la ley y el orden seguía siendo la preocupación más inmediata de la Alianza: «Kosovo ha padecido cuarenta años de desastrosas políticas económicas comunistas [...]; las consignas de hoy tienen que ser reconstrucción y democratización en Kosovo».
Veamos, pues, como el papel de gendarme mundial de la OTAN choca con los intereses y proyectos de otros estados.
Durante el conflicto, el estado alemán se esforzó por impulsar la colaboración del ruso en las fuerzas internacionales, en las que la OTAN constituía el núcleo duro, que debía asegurar el control de la zona. El control internacional de este territorio tenía que contar, según la diplomacia alemana, con la participación del estado ruso, que «volvería a jugar un papel como parte de la solución política», decía Ischinger, secretario de estado. La solución del conflicto, según los representantes del estado alemán, tenía que pasar por una «fuerza internacional con etiqueta distinta a la de "OTAN", aunque ésta fuese de hecho el "núcleo duro"».
«La OTAN se juega su credibilidad como gendarme de Europa, decía Kissinger. [...] No es Europa la que interviene y bombardea, sino la OTAN. No son los ejércitos de una defensa común europea los que se manifiestan, sino los de una organización denominada Atlántica, con fuerte dominio de los norteamericanos. [...] Aparte de esta concepción de Europa y de la Alianza Atlántica hay otra más rebelde. Es la de todos los países que se resignan provisionalmente a la inexistencia de una defensa común y a la necesidad, en caso de guerra, de recurrir a las fuerzas norteamericanas para guiar y dirigir las operaciones. Pero estos países, entre los que Francia querría asegurarse el liderazgo, buscan cualquier ocasión para hacer oír su voz [...]; no se puede dejar ni a la OTAN ni a la ONU fuera de los acuerdos y de los proyectos de reglamento. Los norteamericanos y sus aliados anglosajones se han mostrado reticentes. Veían en las iniciativas, demasiado exclusivamente europeas, una disolución de su autoridad.» Jean Daniel, El País, 28-4-99.
«La condición de sumisos compañeros de viaje cancela la posibilidad de toda identidad europea de seguridad y defensa, agrava duramente la economía de nuestros países, [...] debilita el euro y consagra nuestra inferioridad militar. ¿Ha renunciado definitivamente la Unión Europea a tener un sistema de satélites de información del tipo del de EE UU, cuyo acceso nos está vedado? Por eso, Europa, en vez de ayudar a Clinton, debía haber profundizado en la propuesta de Milutinovic de una presencia internacional en Kosovo que tan sólo ahora [...] acabamos de saber que pudo haberse abierto camino en Rambouillet.» El País.
Estas voces, en las que se reúnen tanto elementos de derecha como de izquierda, participan activamente en la consolidación burguesa que nos lleva hacia la guerra. Desde sectores como Le Monde Diplomatique hasta los jefes de estado europeos, pasando por los burgueses seudocomunistas de antaño, se afirma que de lo que se trata es de consolidar una fuerza imperialista capaz de oponerse a los intereses militares «hegemónicos» e «imperialistas» del estado norteamericano. Para ello, éstos sólo pueden izar la bandera de la democracia o la del «comunismo» según sus diferentes versiones.
Al lado de las declaraciones de estas palomas de la paz se tienen que poner los propósitos de los jefes de ejército, no porque tengan programas u objetivos diferentes, sino porque ellos tienen la virtud de declarar, explícitamente, sin ningún tapujo, lo que implica la defensa de Europa.
«El alistamiento en un ejército supone que todo hombre tiene que estar dispuesto a defender nuestro país y a sus ciudadanos; a tomar un arma y arriesgar su vida, en el exterior de Alemania también [...]. Los soldados alemanes tienen que estar preparados para las operaciones afuera de Alemania, lo que no es opción muy lejana.» Klaus Naumann, inspector general del ejército.
La beligerancia no es más que la concreción real de toda pretensión de conducirnos, en nombre de cualquier paz, democracia, defensa de un país, de un estado, de un continente, de una etnia u otra ideología, a defender a una fracción burguesa contra otra. Y hoy, los estados están midiendo sus fuerzas relativas, sus posibilidades de alianza, para defender sus intereses específicos de fracción frente a otras fracciones del capital; la competencia que se libran las diferentes fracciones de la burguesía tiende irremediablemente a la guerra.
Las críticas que iban denunciando la impotencia de los estados de la Unión Europea fueron adquiriendo fuerza a medida que el conflicto se generalizaba. Los defensores del desarrollo de la entidad europea exigían su preparación militar, política..., para asegurar sus intereses e intervenir militarmente cuando el conflicto pudiera afectar estos intereses: «Los intereses vitales de Europa tienen que ser defendidos por los propios europeos». Pero lo militar no puede disociarse de lo económico. La Unión Europea pretende liderar también la reconstrucción de los Balcanes y se enfrenta a Estados Unidos, que también pretende no quedarse atrás en esta tarea, y asegurar así su presencia y permanencia en la zona. Esto es fuente de conflicto; un conflicto de protagonismo y de liderazgo de la paz social.
El estado alemán pretende limitar el papel de la OTAN a los aspectos de seguridad. El 27 de mayo se convocó, en Bonn, una reunión en la que participaron representantes de los estados de la Unión Europea, Estados Unidos, la OSCE, el Consejo de Europa y los diferentes estados de los Balcanes, incluido lo que queda del yugoslavo, para elaborar un plan de reconstrucción de la zona balcánica. En esta conferencia, los intereses de Estados Unidos chocaron con los de Alemania. El primero pretendía incluir la zona en la comunidad euroatlántica y asentar una presencia en los Balcanes casi de forma permanente. El segundo propugnaba lo contrario «El papel y los objetivos de la OTAN deben limitarse al campo de la política de seguridad» y proponía que fuera la Unión Europea la que se encargara de organizar la policía y las fuerzas del orden necesarias, tipo guardia civil, a medida que se retirasen las militares. Asimismo, proponía ayuda y reconstrucción económica. El estado alemán pretendía liderar, a través de un pacto de estabilidad para la zona, bajo los auspicios de la OSCE, el proceso de reconstrucción de la zona.
El jefe de la diplomacia alemana, Fischer, ecologista, defendió: «Un camino que pacifique la región de forma duradera, mediante la creación de unas condiciones previas estables para la democracia, la economía de mercado y la cooperación regional». Se trataba de una «integración a largo plazo de todos los estados del sureste de Europa en la Europa de la modernidad». La fortificación del estado alemán pasa por el liderazgo de la Unión Europea. Ambos tienen que dirigir la reconstrucción de posguerra de los Balcanes.
Una declaración, aprobada por los quince países de la Unión Europea, detallaba las carencias actuales de la defensa europea: «[Hay que] reforzar la base industrial y tecnológica de defensa y la reestructuración de la industria europea de la defensa».
«Los Quince [estados de la Unión Europea, NDR] multiplican sus declaraciones para reforzar su colaboración diplomática y militar. Así, por ejemplo, se dio la iniciativa francobritánica, en diciembre; la Unión, según estos dos países, tiene que tener una capacidad autónoma de acción, apoyada sobre fuerzas militares creíbles, aun cuando la OTAN no intervenga. En la actualidad, Alemania empuja en el mismo sentido con el apoyo de los Verdes, que apoyaron la primera intervención militar exterior de sus tropas desde el fin del nazismo. Incluso los estados neutrales Irlanda, Suecia, Finlandia, Austria participan activamente en las concertaciones de los Quince, al margen de la acción de la OTAN.» Andre Riche, Le Soir, 15-4-99.
El secretario general de la OTAN, el británico Robertson, afirmaba que había que «reforzar las capacidades de las fuerzas militares aliadas, en particular la de los aliados europeos [...]. Lo que tenemos en este momento es un tigre de papel en términos militares europeos, y debemos convertirlo en fuerzas reales sobre el terreno [...]». «[Los países de la Unión Europea disponen de] dos millones de soldados sobre el papel, como quedó demostrado cuando resultó tan difícil movilizar un 2% del total, o sea, 40.000, en Kosovo».
En diciembre de 1999, los estados europeos se enfrentaban al proyecto del estado de EE UU de resucitar la guerra de las galaxias: proliferación de misiles y antimisiles que cubrirán el territorio norteamericano. Sólo para una segunda etapa se dice que se podrá ampliar el área, lo que por supuesto pone en una situación de marginados a los estados del espacio europeo en cuanto a aquella cobertura.
A mediados de mayo de 1999, el parlamento iniciaba un proceso de destitución de Yeltsin por golpista, genocida y traidor. Yeltsin era acusado de la disolución de la URSS, como resultado de una «conspiración» urdida por él, en beneficio de la OTAN y Estados Unidos; del bombardeo del parlamento (octubre de 1993, bajo esta rúbrica se lo acusa de golpista); de genocidio contra el pueblo ruso (Yeltsin había provocado, según el parlamento, la desaparición de más de cuatro millones de habitantes en Rusia y había permitido que «entre 200 y 300 familias se apoderaran de la riqueza del país»); y de destrucción de las fuerzas armadas, al «debilitar al otrora todopoderoso ejército rojo, hoy incapaz de desarrollar con éxito operaciones estratégicas como en la guerra de Chechenia de 1994-1996, que provocó miles de muertes sin eliminar las causas del conflicto». Dicho proceso, contra Yeltsin, se acompañó de movilizaciones y manifestaciones, en las que los stalinistas trataron de ganar popularidad exigiendo la destitución del presidente.
Pese a las contradicciones que animaron al estado ruso durante toda la guerra en Kosovo, entre un parlamento «comunista» (stalinista) y nacionalista que se debatía con declaraciones de apoyo a los hermanos serbios, y una presidencia «sometida a los intereses imperialistas proamericanos», lo que determinaba a este estado era la falta de medios y de posibilidades de intervenir abiertamente en los Balcanes. El ejército ruso se encontraba en franca descomposición.
La contradicción entre los discursos belicistas (apuntar sus misiles sobre los países de la OTAN, provocar una nueva guerra europea) y el claro interés de negociación con las instituciones estatales de los aliados que caracterizaron al estado ruso fue vista como incoherente. Más allá de las contradicciones reales que existen entre fracciones burguesas «comunistas», nacionalistas y «fondomonetaristas», en realidad, de lo que se trataba era de un juego politicista, espectacular, que se hacía para buscar una mejor relación de fuerzas en el reparto de concesiones, que las organizaciones mundiales tenían que otorgar al estado ruso.
Por otra parte, la oposición a la política de los jefes gubernamentales y la hostilidad hacia la OTAN no eran ideologías que podían encuadrar adecuadamente al proletariado y llevarlo al matadero, como quedó en evidencia también en toda la campaña chechena. El estado ruso no estaba en condiciones de asumir una verdadera guerra a largo plazo, y en dicho país, desde 1917, descomposición del ejército suena como sinónimo de revolución social.
Es por ello que el estado ruso fue por excelencia el estado de la conciliación, el que podía sacar a la guerra del impás en el que se encontraba. Nada más lógico entonces que se viera asociado a las diferentes conferencias para detener la guerra, pues parecía ser el único en tener la solución rápida y única que permitía salvar las apariencias a todo el mundo, el único que podía triunfar, adonde las bombas fracasaban, en la difícil misión de convencer a los dirigentes del estado serbio para que abandonaran su posición intransigente.
Putin, como es notorio, intentó enfrentar esta situación
de crisis aguda del ejército ruso: desde el comienzo de su mandato
como presidente se aumentaron todos los rubros del presupuesto del ejército
ruso en más de un 50%.
Por un lado se incrementa la plusvalía extorsionada al proletariado a través de un aumento de la intensidad del trabajo, de la extensión de las horas trabajadas y del número de miembros de la familia proletaria que tienen que trabajar para reproducir la fuerza de trabajo (trabajo infantil y femenino); disminución del valor de la fuerza de trabajo; disminución de la protección social... El aumento drástico de la tasa de explotación permite contrabalancear las contradicciones actuales que enfrenta, y continuar su ciclo acumulativo.
Por otro se generaliza la destrucción de las fuerzas productivas que no se adaptan a la rentabilidad del capital (cierre masivo de minas y fábricas, fuerte eliminación de la protección a sectores importantes de la economía, despidos masivos, supresión de la protección social, guerras locales...) y que traban el funcionamiento de la sacrosanta competitividad.
Además se refuerzan las políticas librecambistas, lo que agudiza las contradicciones con las tendencias proteccionistas del capital.
Y por otro lado se fortifican las instituciones burguesas de carácter mundial (FMI, ONU...) y suprarregional (OTAN, Unión Europea...) con el objetivo de erigirlas como instituciones ideológicas, políticas, económicas, militares... capaces de mantener el orden y la paz social. El futuro de estas organizaciones se dirime en la capacidad de salir victoriosas de los enfrentamientos bélicos que surgen localmente.
La situación actual del capitalismo y las medidas que impone la burguesía para contrarrestar la desvalorización del capital, lejos de eliminar las contradicciones las agudizan. Los ataques frontales contra el proletariado exacerban la contradicción principal. La tendencia a eliminar las fracciones burguesas que vivieron principalmente gracias a la protección hace más potentes las contradicciones entre fracciones al mismo tiempo que se intensifican las luchas por el control de los mercados y las fuerzas productivas a nivel mundial. También la redistribución de la plusvalía robada al proletariado en favor de los sectores más competitivos de la burguesía agudiza todas las contradicciones.
Todo ello determina la aparición de diferentes guerras, por el momento localizadas, que son la concreción de la necesidad vital de destruir las fuerzas productivas (principalmente la fuerza de trabajo), así como la de sentar las bases de una polarización capaz de llevar al proletariado a la guerra.
La guerra en los Balcanes fue un momento importante de la generalización de la guerra capitalista. Ahí quedaron en evidencia las contradicciones explosivas entre las políticas librecambistas y proteccionistas que llevan a la guerra; y las contradicciones potencialmente explosivas existentes entre los diferentes estados y las estructuraciones de los mismos en las instituciones internacionales del capital. Esto nos muestra las bases fundamentales de las constelaciones que se proyectan hacia la generalización de la guerra, aunque las mismas sigan siendo por su propia naturaleza inestables y puedan cambiar.
En nuestro análisis de la guerra en los Balcanes, constatamos que la misma se detuvo debido a diversas razones. Por un lado, debido a la incapacidad de llevar adelante una intervención terrestre pues dicha perspectiva amenazaba la unidad de la OTAN, que, como vimos, aparecía como la única perspectiva de victoria posible. Ello puso en evidencia que las condiciones para forjar dos constelaciones en guerra todavía no han dado un salto cualitativo necesario para su generalización.
Por otro, fue también debido a los límites burgueses para mantener el control casi total del proletariado dentro de un salto cualitativo en la escalada bélica, puesto que si bien dicho control puede ser mantenido dentro de la paz, la guerra puede desgarrar violentamente la paz social y provocar una respuesta proletaria potente. Esa realidad manifiesta claramente las insuficiencias de las actuales polarizaciones para llevar al proletariado a la guerra generalizada.
Pero, al mismo tiempo, la guerra en los Balcanes confirma que el capitalismo tiende universalmente hacia la guerra y que la guerra burguesa generalizada es la perspectiva inevitable de este sistema social. Frente a dicha solución burguesa, el proletariado no puede oponer otra cosa que la guerra social revolucionaria. El proletariado internacional sólo puede sublevarse contra la catástrofe presente del mundo capitalista en base a la acción directa, es decir, enfrentándose a «sus propios burgueses», a «su propio estado», al capital mundial en todas partes.
Textos de referencia
Liberación nacional: Cobertura de la guerra imperialista
Comunismo, números 2 y 3.
Se señala el carácter imperialista de toda guerra nacional y se explica el antagonismo existente entre comunismo y nación. Se pone en evidencia la metodología de la falsificación que utiliza el «marxismo» burgués para reinterpretar los escritos de los revolucionarios y ponerlos al servicio de la liberación nacional.Nuevo salto en la carrera hacia la guerra
Comunismo, número 3.Contra la mitología que sustenta la liberación nacional
Comunismo, números 4, 5, 7 y 10.
Utilizando como método de exposición las tesis y las contratesis, se explica y combate la ideología de la liberación nacional.Memoria obrera: Las causas de las guerras imperialistas
Comunismo, número 10.El ejército y la política militar de Estados Unidos
Comunismo, número 8 y 9.
Primera parte introductoria: conocer a los gendarmes del orden capitalista mundial. Segunda parte: los cambios «estratégicos» en el ejército norteamericano.Capital: totalidad y guerra imperialista
Comunismo, número 14.
El capital es un totalidad mundial cuya contradicción esencial es que para valorizar el valor está obligado a provocar permanentemente convulsiones de desvalorización. El proceso de valorización desvalorización del capital se desarrolla destruyendo, principalmente, a su enemigo antagónico, el proletariado, y eliminando a sus competidores para mejor valorizarse. Ésta es la base que, hoy, ayer y mañana, explican las sucesivas guerras capitalistas.Editorial: contra la paz y la guerra de este mundo de mierda
Comunismo, número 28.
En un momento en que el capital llega al nivel supremo de optimismo idílico, de creencia en el fin del comunismo, de apología acerca de la supuesta armonía universal, nosotros ponemos en evidencia la barbarie, la crisis, la guerra, que contiene el capitalismo, y contraponemos a ella la revolución proletaria.De la guerra en Yugoslavia: guerra imperialista contra el proletariado mundial
Comunismo, número 34.
Cuadro general acerca de la conformación del estado yugoslavo y de la lucha de clases en ese país. Descripción de la agudización de las contradicciones de clase e interburguesas, nacionales e internacionales, hasta la imposición de la guerra imperialista. Lucha del proletariado contra la guerra.Sublevamiento en Banja Luka (ex Yugoslavia). Septiembre de 1993
Comunismo, número 34.Situación actual de la reestructuración capitalista en Rusia
Comunismo, número 40.
En este texto abordamos la lucha del proletariado contra la dictadura de la economía en la región y el desarrollo de la guerra contra esta lucha proletaria. Además, analizamos la ideología que se intenta transmitir para camuflar a los proletarios las razones reales de la guerra y subrayamos algunos elementos de la reacción proletaria ante la misma.El proceso que condujo a la intervención militar de la OTAN en los Balcanes, particularmente la última ola de bombardeos contra Yugoslavia y Kosovo, no puede ser explicado por las rivalidades étnicas y/o religiosas. Sin embargo, tampoco es suficiente analizar las diferentes contradicciones interburguesas. Se debe considerar, además, que la guerra no sólo resuelve provisionalmente la desvalorización mediante la destrucción de una parte del capital que no llega a valorizarse, sino que muchas veces la guerra es un medio muy eficaz para someter a los proletarios a los intereses burgueses y hacerlos aceptar la perennidad del orden capitalista (1).
Toda guerra es, ante todo, una guerra contra el proletariado. Se trata, en realidad, del momento más elevado de negación del proletariado y de su proyecto social, el comunismo. Cuando los proletarios son obligados (con su consentimiento o a la fuerza) a abandonar su ya en paz mísera vida para integrar un ejército en guerra, y transformarse directamente en asesinos de otros proletarios y carne de cañón al servicio de los intereses de un campo burgués, están más lejos que nunca de su terreno de clase, de la defensa intransigente de sus intereses propios. Uno de los momentos más altos de la civilización burguesa es alcanzado cuando los proletarios olvidan tanto lo que verdaderamente son, explotados, como para aceptar endosar el uniforme, empuñar un arma y partir al frente mugiendo inmundos cantos patrióticos. Esta sociedad muestra su fuerza cuando, al mismo tiempo que hace supurar miseria en un polo y acumulación de riqueza en otro, se consigue enviar al obrero a asesinar a sus semejantes en nombre de la patria, de dios, del socialismo o, desde la llamada segunda guerra mundial, de la democracia o los derechos humanos.
La necesidad de negar violentamente al proletariado y su proyecto histórico,
y la de transformar la lucha social, que durante años se ha desarrollado
en los Balcanes, en guerra interimperialista, han sido objetivos centrales
en la «intervención» de la OTAN, independientemente
de la consciencia que de ello tenga tal o cual protagonista de la misma.
En efecto, la lucha por combatir un proletariado activo, que no acepta
fácilmente los incesantes dictados de la economía, explica
en gran medida la guerra en los Balcanes.
En los Balcanes, desde fines de los años ochenta, el proletariado se rebela contra las pésimas condiciones de vida. Frente a esto, la burguesía usa todas las armas y fuerzas, desde militares hasta humanitarias, para paralizarlo, encerrarlo y reducirlo. |
Albania es, en la península de los Balcanes, otro foco de inquietud para los compradores de sudor humano. Al unísono, la «comunidad internacional», es decir, la burguesía reunida en sus diferentes instituciones (ONU, OTAN, Unión Europea...), se aterroriza por la situación que surge del ataque del proletariado en armas al estado en Albania (3). La burguesía mundial tiene que intervenir rápidamente para intentar paliar la incapacidad de su fracción local para mantener el orden social. Bajo la cobertura del humanitarismo, se monta la Operación Alba con diversas tropas regionales respaldadas por las de Estados Unidos, Francia y Reino Unido, para destruir la sublevación a través del desarme de los proletarios insurrectos. Se «ofrecen» alimentos y dinero a cambio de las armas robadas en los cuarteles del ejército albanés. Esta operación constituye el primer paso de una estabilización social que todas las fracciones burguesas, a pesar de la competencia mortal a la que se libran, buscan ardientemente. Como en Rumania, la situación actual está muy lejos de apaciguarse, a pesar de que hoy la acción proletaria y las luchas parecen haber cedido el lugar a la terrible ley de la selva del capitalismo: que cada uno se arregle como pueda. A pesar de la evidente paz social, los capitalistas no se pelean por invertir en esa región y evitan cuidadosamente aumentar los negocios, esperando que primero los proletarios restituyan las armas de las que se apropiaron en los cuarteles del ejército nacional, y después retomen el camino del trabajo.
Otro tercer foco de tensión es toda la zona de la ex Yugoslavia, que durante más de diez años ha sido un polo de inestabilidad social crónica, en donde huelgas, manifestaciones, ocupaciones, sabotajes... resultan ser el pan cotidiano del obrero. A la muerte de Tito, en 1980, la burguesía local, con la ayuda del FMI, intenta inútilmente reconstruir la competitividad del espacio productivo yugoslavo. Diversos planes de austeridad se suceden a una cadencia excepcional, provocando un rechazo cada vez mayor por parte de los obreros, ante las nuevas condiciones de explotación. La guerra logra poner fin a estos conflictos, consumando lo que la división por etnias había comenzado: los proletarios que ayer se unían en la acción directa fueron empujados a detestarse y a matarse según cómo se los clasificara: «serbios», «bosnios», «croatas», «musulmanes» o «cristianos». Pero las exigencias de esta espantosa carnicería no se imponen sin provocar, en ciertos lugares, una respuesta de clase: los obreros continúan luchando contra la disolución de nuestra clase en los campos burgueses rivales. Sarajevo, Vukovar y otras ciudades son destruidas por todos los ejércitos presentes en el terreno. El proletariado tiene que ser destruido y desaparecer de la escena. La burguesía mundial completa, a través de la OTAN, UEO (Unión de Europa Occidental) y ONU, ese proceso de disolución de nuestra clase, interviniendo militarmente para definir reservas «étnicamente puras», en las que los proletarios son amontonados en condiciones en las que su supervivencia depende directamente de su pasividad y sumisión al orden social existente. Toda esta división se da en una región en la que los productores han vivido y luchado codo a codo desde hace generaciones. «Escudilla contra paz social» es la divisa de los «hombres de azul». La intervención de los cascos azules, en nombre de la democracia y de los derechos del hombre, permite a la burguesía imponer el terror contra nuestra clase para someterla a las necesidades de valorización y al trabajo en condiciones aún peores de las que han precedido el estallido de la guerra (4).
Diez años de conflictos sociales son transformados así en otros diez años de guerra sangrienta. ¡Qué fracaso terrible para nuestra clase, a pesar de algunas respuestas como las sublevaciones en el ejército serbio en Banja Luka (5)!
Kosovo sólo representa el enésimo capítulo de esa sangrienta carnicería en la que las lecciones sacadas de la guerra en Bosnia son sistemáticamente aplicadas. La expulsión de centenas de miles de proletarios designados como «albaneses» ha de acompañar la separación de la región en entidades declaradas «homogéneas», en las que sólo pueden reagruparse «serbios» o «albaneses». También se obliga a los proletarios a abandonar su interés común para fundirse en la comunidad nacional, y a vestirse con uniforme a efigie «gran Serbia» o «albanesa». Frente a un proletariado destruido por diez años de guerra, esta nueva separación no es más que una formalidad, una operación de rutina. Sin embargo, mientras que la histeria de la «unión sagrada» se encuentra en su apogeo, varias sublevaciones estallan en el ejército yugoslavo. La burguesía mundial no puede permitir el desarrollo de estas sublevaciones, pues contradicen el objetivo de la intervención de las tropas de la OTAN en los Balcanes: imponer por la fuerza la estabilización de la región. Como lo señala una de las resoluciones emitidas por el G8 en su reunión en Peterbeg, el 6 de mayo de 1999, en pleno bombardeo aéreo: la intervención de la OTAN se inscribe en un «enfoque global de desarrollo económico y de estabilización de la región».
La desestabilización de la región es lo que la OTAN reprocha al gobierno Milosevic, que no encuentra algo más cómodo que deshacerse del excedente de bocas a alimentar obligándolas a emigrar hacia los territorios de sus vecinos y competidores. Tanto la república de Macedonia como la albanesa no pueden soportar un flujo migratorio de tal dimensión, y ni hablar de Grecia, que es el polo de acumulación más importante de la zona (6). La estabilidad de la región está amenazada; el riesgo de que se exacerben los conflictos sociales en un futuro próximo obliga a la burguesía a imponer su interés general, es decir, a resolver los problemas internos de Serbia de una manera diferente a la de la comprendida por el gobierno de Milosevic. En realidad, lo que se le reprocha al gobierno de Belgrado no es «la depuración» étnica más prosaicamente, la masacre de miles de proletarios, que Estados Unidos ha aceptado en la región durante diez años, sino el factor suplementario de desestabilización social que esa política de «gran Serbia» encierra. La burguesía mundial no puede correr ese riesgo en una situación social tan degradada como la de los Balcanes. Milosevic tiene que ceder el sitio a un gobierno más conciliador y capaz de plegarse a los intereses generales de la burguesía, aunque las contradicciones que minan Serbia no estén resueltas. Un ejemplo importante de estas contradicciones es la incapacidad de la burguesía local para encontrar una solución para el millón de refugiados que emergen de las guerras en la ex Yugoslavia. La solución que Milosevic encuentra para que la situación no le reviente en la cara es enviarlos a colonizar un Kosovo depurado de «albaneses».
La intervención de la OTAN pretende no solamente deshacerse de
Milosevic el «desestabilizador», sino también cubrir
esta región de una serie de bases militares, verdaderos puntos de
apoyo para futuras operaciones humanitarias, que respondan a los disturbios
sociales que surjan en esta zona en los próximos años.
William Cohen, secretario de defensa de Estados Unidos, juega la primera escena de esa manipulación cuando anuncia en la cadena estadounidense CBS que: «Vimos la desaparición de alrededor 100.000 hombres en edad de servicio militar... Pueden haber sido asesinados». Unos días más tarde, cuando se han caldeado los ánimos, la duda puede transformarse en afirmación. El secretario de estado «para los crímenes de guerra» [¡Sic!] puede anunciar, con aire trágico [¡qué buen artista!], que «225.000 albaneses, de entre catorce y cincuenta y nueve años, han desaparecido». Cada palabra es sopesada, disecada, analizada; «desaparecidos» tiene que comprenderse como «asesinados». Se hace aumentar la tensión mientras que otras fuentes militares estadounidenses dan cifras todavía más impresionantes: «Se estima en 400.000 el número de víctimas». El término «genocidio» comienza a ser utilizado y se generaliza. Las comparaciones se ponen de moda, los kosovares de hoy se parecen como dos gotas de agua a los judíos de ayer. Hasta se utiliza «serbio» como sinónimo de «nazi». La intoxicación aumenta con el mismo ritmo que se fortifican los dispositivos militares en la región. Aviones, barcos, tropas, tanques, helicópteros... se despliegan con la misma velocidad que el oleaje de mentiras que los expertos en comunicación del Pentágono divulgan: la única solución posible para finalizar la masacre es acabar con «Slobodan Milosevic, el monstruo sanguinario». «Frente a la incapacidad de los europeos de detener el genocidio, y para salvar a los kosovares asesinados al borde de las rutas o expulsados por la fuerza de sus casas, es necesario que Estados Unidos envíe sus boys para restablecer el orden.» Los expertos en comunicación han logrado «comunicar».
A medida que se «gastan» ciertas ideologías o conceptos, la burguesía genera otros que le son igualmente útiles. Si bien ayer justificaba las matanzas y las llamaba guerras de liberación, antifascista, contra el invasor, guerra fría o guerra santa, hoy las llama humanitarias. |
Primera constatación, las 529 localidades se han derretido como la nieve bajo el sol; ahora sólo se habla de 195. Un total de 2.000 cadáveres han sido contabilizados por el Tribunal Penal Internacional (TPI) y el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). ¿Dónde han ido a parar los cientos de miles de cadáveres que habían anunciado?
Un ejemplo ilustra a la perfección como la OTAN utiliza sistemáticamente la intoxicación de los medios de comunicación. El Daily Mirror británico relata (noticia reproducida ampliamente en varios canales de televisión) la creación de un campo de concentración en las minas de Trepca, en la que los «serbios habían construido hornos crematorios inspirados en Auschwitz» para quemar y sepultar miles de cuerpos. Según varios testigos «dignos de fé», el 4 de junio, un gran número de camiones habrían penetrado en las minas con miles de personas que no volvieron a salir. Luego de la exploración efectuada por los investigadores del TIP, secundados por espeleólogos franceses, se tiene que constatar que «no habían encontrado absolutamente nada» que confirmase esa información. Sin embargo, la OTAN continúa oficialmente afirmando que «existen centenas de miles de muertos».
Las masacres organizadas por las fuerzas militares serbias, aunque sean bien reales, son totalmente exageradas con el objetivo de fabricar una opinión pública «que comprenda la necesidad humanitaria de esos bombardeos».
«Estoy seguro que todo hombre de corazón
comprenderá la necesidad del bombardeo efectuado por la OTAN.»
Jacques Chirac |
Un mes más tarde, el jefe del estado mayor, el general H. Shelton, y el secretario de defensa, William Cohen, declaran conjuntamente ante del senado norteamericano: «Sabíamos que la utilización de la fuerza militar no podía detener el ataque de Milosevic contra los civiles kosovares». Resulta claro que tanto la falsificación y la estafa, como la mitificación y el engaño constituyen el verdadero fondo de comercio de todos estos politiqueros, militares y periodistas, que, en perfecto conocimiento de lo que realmente está en juego en este conflicto, hacen todo lo posible por vendérnoslo como lo que deciden llamar «guerra humanitaria».
Al día siguiente del fin de la guerra, el actor William Cohen, secretario de defensa de Estados Unidos, se transforma en representante de comercio que publicita la eficacia de las armas made in USA. Este excelente estafador declara, entre conferencias de prensa y entrevistas, que los ataque aéreos de la OTAN logran destruir más del 50% de la artillería y un tercio de los vehículos blindados del ejército yugoslavo. El general Shelton pretende entonces arrebatarle el estrellazgo, afirmando que los ataques aéreos logran «éxitos fabulosos»: la destrucción de 120 tanques, 220 vehículos de transporte blindado de tropas y más de 450 piezas de artillería enemiga. Este balance representa, para el sector militarindustrial y para la US Air Force (el 80% de los aviones que participan en las operaciones militares pertenecen a la aviación de Estados Unidos), una «victoria incontestable». El general Wesley Clark declara, ante el congreso, que el ejército yugoslavo ha sido destruido casi en su totalidad y que ya no representa una amenaza en la región, pues «el 75% de sus armas pesadas han sido hechas polvo».
Pero cuando los aliados ocupan Kosovo, todos esos blindados, vehículos, cañones destruidos... han curiosamente desaparecido del campo de batalla. El 15 de mayo de 2000, este cuento para no dormir se desinfla como un globo que revienta de tanto inflarlo. Las contradicciones y rivalidades en el interior de la OTAN provocan filtraciones hacia el exterior. La revista estadounidense Newsweek declara: «¡Las cifras son falsas!».
¿Daños colaterales?Si las bombas de la OTAN sólo alcanzan muy relativamente los objetivos militares, no pasa lo mismo con los barrios obreros que son destruidos de forma sistemática por las bombas asesinas, produciendo centenas de víctimas bautizadas, por el lenguaje de los beligerantes humanitarios, como «daños colaterales». A pesar del discurso nauseabundo de la OTAN, que afirma el respeto de los civiles y el ataque exclusivo de objetivos militares, la guerra burguesa es siempre una guerra contra el proletariado. Bajo los escombros calcinados se esconden no los «malos» partidarios de Milosevic, sino los proletarios. Una vez más se bombardeaban los blancos no militares, aunque las cosas no están para declarar la intención de hacerlo. El 14 de febrero de 1941, el estado mayor aliado declaraba abiertamente: «El terror está al orden del día [...]; ahora el bombardeo se debe centrar en la moral de la población civil enemiga, y, en particular, en los obreros industriales». Official History of II World War, volumen I, página 323. Ayer, como hoy y mañana, la burguesía invariablemente afirma lo contrario de lo que verdaderamente hace: ¡La libertad es la esclavitud, la paz es la guerra, las operaciones quirúrgicas son la masacre organizada de miles de proletarios!5 de abril de 1999 Las bombas asesinan a 17 personas en un barrio residencial de Aleksinac. 7 de abril de 1999 Se bombardea un objetivo no militar en un barrio de gran densidad de población: la central de calefacción de Belgrado. ¿Error? Indiscutiblemente, no; en una entrevista del International Herald Tribune del 13-10-99, un responsable del estado de EE UU afirma que «¡una población helada y hambreada es más capaz de derrocar a Mr. Milosevic!». ¡Qué cinismo! 12 de abril de 1999 Un ferrocarril cargado de viajeros es atacado por aviones en Grdelica; el balance es de por lo menos diez muertos. 14 de abril de 1999 Se ataca un convoy de refugiados, considerado como una supuesta columna militar blindada, en la ruta de Prizren-Djakovica: 74 muertos. 27 de abril de 1999 Se lanzan varios misiles sobre Surdulica: 20 muertos y numerosos heridos. 1 de mayo de 1999 En Luzana se fulmina un autobús en el momento de pasar un puente. Todos los ocupantes son asesinados: 40 muertos. 7 de mayo de 1999 Mientras los bomberos apagan el incendio que devasta la embajada china, después del bombardeo de «alta precisión», se lanzan bombas de fragmentación sobre el mercado y el hospital de Nis: por lo menos, 14 muertos. 19 al 21 de mayo de 1999 Los aviones de la OTAN toman repetidamente como objetivo la prisión de Istok, en Kosovo. Los detenidos que logran eludir la muerte provocada por los bombardeos aliados son asesinados por la policía yugoslava. ¡División del trabajo interburgués; oficialmente, 100 muertos! 30 de mayo de 1999 Día de mercado en Varvarin, las fuerzas aliadas atacan un puente: 11 muertos. 31 de mayo de 1999 Se ataca el sanatorio de Surdulica, objetivo «altamente estratégico»: 20 muertos. Se bombardea Novi Pazar: 23 muertos. 10 junio 1999 Finaliza la campaña aérea y es de esperar que los muertos causados por la guerra terminen. Pero no, dado que entre 11.000 y 20.000 proyectiles británicos y estadounidenses, según las fuentes, han sido dispersados sin explotar por territorio yugoslavo. ¡Los mismos provocan desde entonces la muerte o lesión de cuatro a seis personas por día! Ésta es la verdadera jeta sanguinaria de la «guerra limpia» y «humanitaria» que hizo la OTAN en Yugoslavia. |
Esta guerra confirma, a pesar de la utilización de armas no solamente sofisticadas, sino también extremadamente costosas (como los aviones sin pilotos y los satélites capaces de leer el número de una placa), una cosa: un ejército burgués jamás puede salir victorioso si no copa el terreno. Una guerra llevada adelante a 5.000 metros de altitud jamás puede aplastar a un adversario que se protege y espera que la tormenta pase. Para salir victorioso es necesario desplegar hombres en rutas, bosques, colinas, montañas, ciudades, en pocas palabras, en un terreno extremadamente accidentado y propicio a las emboscadas, a los golpes de mano, a la guerrilla..., un tipo de guerra que evitan sistemáticamente los ejércitos modernos, pues en las mismas rara vez obtienen la victoria. El riesgo que todo ejército burgués teme, a pesar de la gran potencia de los medios utilizados, es el de hundirse en la guerra, empantanarse o enfangarse en ella. He ahí lo que induce a la burguesía estadounidense a evitar cautelosamente toda intervención terrestre de sus tropas y a promocionar la teoría de una guerra victoriosa a través de la utilización casi exclusiva de la aviación.
El temor al hundimiento en la guerra, a enfrentarse a una guerrilla, al repatriamiento cotidiano de centenas de cadáveres a Estados Unidos, a la transformación de esta guerra «breve, humanitaria, limpia y hi tech» en un atolladero, como sucedió con la intervención del ejército ruso en Chechenia, está presente en todas las decisiones estratégicas, y por eso no se asume la intervención terrestre. Cualquier hundimiento en el atolladero balcánico puede reflotar a la superficie las peores pesadillas que acosan, aún hoy día, a la burguesía estadounidense: la experiencia de Vietnam. Ahí se encuentra la explicación de las circunstancias y los límites que determinan el tipo de acción del ejército de Estados Unidos durante esta guerra; más aún si tenemos en cuenta que todos los jefes militares saben que durante la «segunda guerra mundial» el ejército alemán se derrumbó precisamente en esa región montañosa.
A pesar del despliegue de fuerza y «tecnología», sin hablar de las toneladas de propaganda desparramada acerca de la eficacia de la intervención aérea, este conflicto demuestra los límites que tiene ese ejército. Su real incapacidad de asumir la muerte de sus soldados dice mucho sobre la verdadera cohesión que existe no sólo en su seno, sino en la retaguardia, Estados Unidos. En varias ocasiones hablamos en nuestra revista sobre la situación que la burguesía intenta sistemáticamente ocultar en el «país del Tío Sam»: la espantosa miseria existente. Acumulación de riquezas rima con indigencia, marginación de ciudades enteras, violencia urbana, droga, prisiones completamente repletas, trabajadores permanentemente bajo calmantes... Todos estos factores son indudablemente determinantes en la decisión tomada por la Casa Blanca de no enviar tropas terrestres a Yugoslavia. Como lo confirma el portavoz de la OTAN, Jamie Shea, durante una de sus, entonces cotidianas, conferencias de prensa: «La opción aérea aspira, en la medida de lo posible, a preservar la vida de los pilotos, puesto que la pérdida o la captura de algunos de ellos puede tener efectos nefastos sobre el apoyo de la opinión pública a la operación».
Toda intervención terrestre implica el riesgo del hundimiento de Estados Unidos en «un nuevo Vietnam», como lo observa el general inglés comandante de las tropas de la ONU en Bosnia: «Todos vimos la arrogante retirada de los serbios, con sus banderas al viento. Incontestablemente no hemos infligido los daños pretendidos. Si hubiésemos realizado una campaña terrestre, persuadidos de lograr los daños esperados, pienso que hubiésemos tenido una muy mala sorpresa».
Fracaso militar, miedo al hundimiento en caso de una intervención
terrestre, debilidades reales del ejército de EE UU a pesar
de la intoxicación publicitaria sobre la tecnología,
contradicciones de intereses entre potencias en el seno de la OTAN, todo
ello explica por qué esta guerra debe ser corta y desarrollarse
exclusivamente en los aires. Detrás del bombardeo realizado por
los medios de difusión acerca de la técnicas bélicas,
una cosa esencial falta para transformar ese conflicto en premisa de una
guerra generalizada: la movilización masiva y condescendiente de
los proletarios. La movilización de éstos bajo la bandera
de «los derechos del hombre y del ciudadano» o «en nombre
de la injerencia humanitaria» no funciona demasiado bien. Por todas
partes lo que prevalece es la pasividad completa; las verdaderas manifestaciones
«contra los genocidios serbios» o para «defender a los
hermanos eslavos» brillan por su ausencia. La burguesía no
se muestra verdaderamente capaz de movilizar al proletariado en torno a
la guerra en Yugoslavia, ni en uno ni en otro campo, condición indispensable
para transformar ese conflicto en una carnicería generalizada. Esta
situación la conduce a finalizar su guerra, a mantener, a través
de su intervención en Kosovo, tapada la olla de presión de
los Balcanes para ocultar las reacciones de nuestra clase contra esa guerra.
La insumisión y la deserción han sido moneda corriente desde los años noventa. No ha sido mera casualidad si desde el momento en que el gobierno de Milosevic alcanza su primera década se encuentra obligado en su política bélica a reclutar a gran número de mercenarios extranjeros, así como a furiosas milicias nacionalistas e incluso a antiguos gángsters transformados en «señores de guerra», como el difunto Arkan y su milicia los Tigres. Al no disponer de otras fuerzas, los gestores locales del capital se ven forzados a enviar al Tercer Ejército yugoslavo, compuesto en su mayoría por habitantes de la región del sureste, aunque saben perfectamente que esta política acarrea riesgos importantes; durante los conflictos anteriores han habido varios motines en el interior de las tropas originarias de esta región. El estado mayor, a pesar de ese molesto precedente, no puede hacer otra cosa dado que las otras unidades están gangrenadas por las deserciones y la baja moral de las tropas.
El repatriamiento de los cuerpos de los soldados muertos en el combate es muchas veces la señal de estallidos sociales. El 14 de mayo llegan a Krusevac los cadáveres de siete soldados caídos en el frente. El temor de una respuesta proletaria induce a las autoridades militares a negarse a divulgar los nombres de los caídos. Rápidamente, los familiares de los conscriptos o quintos organizan manifestaciones frente al ayuntamiento, pidiendo que se den los nombres. En Prokuplje, el l9 de mayo se reproduce el mismo escenario cuando llegan once cadáveres de «kosovares», pero aquí sí estalla una verdadera revuelta. En otras ciudades se realizan manifestaciones cotidianas contra la guerra, como en Cacak. Frente a ellas, la respuesta de las autoridades es rápida y violenta dado que la relación de fuerzas todavía lo permite; la burguesía detiene a los dirigentes, e imponentes fuerzas del orden ocupan la ciudad para impedir toda concentración. En Raska y Prokuplje se reprime preventivamente, y las fuerzas represivas controlan las ciudades por temor a la extensión de la respuesta proletaria.
El 17 de mayo, dos mil manifestantes, entre los cuales se encuentran un gran número de soldados, exigen a las autoridades municipales y militares de Krusevac la publicación del número exacto y de los nombres de los hombres caídos en el combate. Ante los manifestantes que lo insultan, el alcalde, Miloje Mihajlovic, miembro del partido socialista serbio (el mismo de Milosevic), anuncia que no puede satisfacer esas exigencias. A partir de este momento, la protesta se dirige hacia los medios de comunicación y los locales de la televisión local, que son sistemáticamente atacados a pesar de la presencia de un gran dispositivo policial. El mismo día, miles de manifestantes se reúnen en Aleksandrovac para oponerse al envío de tropas hacia Kosovo.
El alcalde, acompañado por sus guardaespaldas, intenta calmar la situación, pero sus esfuerzos resultan vanos; los manifestantes lo echan por tierra y lo muelen a golpes. Una unidad de la policía militar logra a duras penas salvarlo del linchamiento, lo oculta en el baño de una tienda, y luego lo conduce, en estado grave, al hospital de Nis.
Un día después, el 18 de mayo, 5.000 manifestantes, en su mayoría mujeres, invaden otra vez la ciudad de Krusevac. Las ventanas de los edificios militares son el blanco de la rabia generalizada: piedras, huevos y pernos las rompen en pedazos. Proletarios invaden y saquean los locales de la televisión local. Al anochecer, las primeras señales de reacción de nuestra clase contra la guerra alcanzan a las tropas en el frente. Más de mil reservistas de Aleksondrovac y de Krusevac abandonan el frente de Kosovo, generalizando así el movimiento que se desarrolla en las ciudades de la región.
«Decidimos regresar a casa aunque había muchos problemas a lo largo del camino. Utilizan incluso coches bombas para impedir nuestro regreso. Nos exigen que entregemos las armas, pero nosotros no obedecemos. No les bastaba con asesinarnos con bombas, ahora se apalea a nuestros familiares. Yo no regresaré al frente. Esto no es una guerra, es un loquero en donde es muy difícil sobrevivir y permanecer sano. Quiero permanecer sano; no quiero asesinar ni ser asesinado.» Declaraciones de un desertor en Alternative Information Network.
Los desertores se dirigen, durante la noche, hacia las dos ciudades. Al amanecer, la mayoría de los reservistas campean en los pueblos vecinos, a dos pasos de sus hogares, pues las fuerzas represivas les impiden ir más lejos. Sin embargo, 400 desertores logran deslizarse y penetrar en Aleksandrovac, donde, junto con otros manifestantes, desfilan con «las armas en bandolera». En una entrevista en la televisión, el mando militar de la región los acusa entonces de «minar la moral de las tropas» y de «colaborar con el enemigo». Pero poco importa a los proletarios lo que este putrefacto sujeto pueda afirmar. Ellos sienten, como puede constatarse claramente en la cita anterior, que, desde hace muchos días, tanto el mando militar serbio como los satánicos aviones que bombardean a sus mujeres, niños, familiares... ¡son sus verdaderos enemigos!
¡El proletariado sólo reconoce una guerra, la suya! Aquella que opone a los proletarios del mundo entero a los burgueses, sean cuales sean sus uniformes: yugoslavos, croatas, yanquis o franceses. ¡Qué admirable falta de patriotismo suministran esos amotinados que, armas en mano, afirman que sus intereses se encuentran en oposición radical a los del estado! El proletariado no tiene ningún interés en ir a asesinar a sus hermanos de clase en Kosovo o en hacerse matar para que la burguesía serbia continúe obteniendo beneficios. Nuestro interés es el de oponernos a toda guerra fratricida; a toda guerra en la que se enrole al proletariado para defender los intereses de «su propia» burguesía; el de retornar nuestras armas contra «nuestra propia» burguesía para así transformar esa carnicería en guerra social contra la dictadura del capital, siempre sediento de valorización. Como afirma ese repugnante representante del orden burgués, estas acciones «minan la moral de las tropas». Ésa es la verdadera dirección que toman los motines para, en primer lugar, poner punto final a la carnicería bélica de la burguesía, y, en segundo lugar, a través de su generalización a otras unidades, para impedir la posibilidad de una represión abierta contra las sublevaciones.
El miércoles 19 de mayo, el general jefe del Tercer Ejército yugoslavo abre las negociaciones con los sublevados, que ocupan las afueras de Krusevac. Nebojsa Pavkovic ofrece un compromiso: la retirada del frente será considerada, no como una deserción, sino como un simple permiso de unos cuantos días, siempre y cuando regresen al frente. Los desertores rechazan la oferta y exigen el fin de la guerra. Ese mismo día, la población de Krusevac detiene varios autocares que llevan a los reservistas hacia el frente. Solamente uno de esos autocares, muy bien escoltado, logra salir de la ciudad hacia Kosovo.
Desgraciadamente surgen fisuras entre los sublevados que ocupan los alrededores de la ciudad. Al día siguiente, algunas centenas de ellos aceptan la oferta del general y entregan sus armas a las autoridades militares. Un grupo de reservistas, establecido desde hace más de dos meses en los alrededores de Krusevac, reacciona contra el debilitamiento del movimiento: un núcleo decidido de más de 300 hombres en armas entra en la ciudad y manifiesta su rechazo al envío de tropas a Kosovo.
El sábado 22 de mayo, el resto de sublevados, que habían desertado del frente el 18 de mayo, se unen a los 300 reservistas que ahora ocupan Krusevac. El domingo 23 de mayo de 1999, la oposición a la guerra resurge con más fuerza en Krusevac. «Varios miles de habitantes» exigen el regreso de todos los soldados de Kosovo. Los desertores ocupan la ciudad a partir de las siete de la mañana; más de 2.000 manifestantes se reúnen, muchos de ellos vistiendo todavía el uniforme del ejército yugoslavo. Reservistas que se niegan a partir a Kosovo, desertores, familiares de soldados, así como otros proletarios se manifiestan juntos contra la continuidad de la carnicería. Las autoridades locales intentan reprimir esta nueva manifestación de descontento que rompe, cada vez más, la unión sagrada, y deciden prohibir toda concentración.
Cuando la gran manifestación se une a los desertores que controlan ciertos lugares de la ciudad, los hombres en edad de ser movilizados bajo las banderas nacionales hacen el juramento de no responder a ninguna convocatoria oficial. Durante la manifestación se levantan consignas como: «queremos que vuelvan nuestros hijos», «no queremos volver más a Kosovo», «queremos paz», «nunca más dejaremos que nos engañen». Cierto número de oficiales, que se encuentran en la ciudad, intentan calmar la situación, mientras un general pronuncia un discurso en el que recuerda que «la patria se encuentra en peligro» y que «todos tienen que aceptar su deber», todos tienen que aceptar «el envío de sus hijos al frente». Pero no se lo deja terminar, a él y a sus guardaespaldas se los golpea. Para salvar su pellejo, y aunque sangra abundantemente, toma de nuevo la palabra declarándose dispuesto a aceptar las reivindicaciones de los sublevados a quienes, sin embargo, aconseja dispersarse y regresar a sus hogares. Los manifestantes no aceptan los consejos del general, y un núcleo llama a manifestarse todos los días hasta el fin de la guerra. Otros proletarios se dirigen hacia el cuartel general «para exigir explicaciones» a los oficiales que se esconden en ese edificio. Estos últimos, aterrorizados ante la situación general de oposición a la guerra, los reciben cordialmente y se comprometen a que sólo se enviarán voluntarios a Kosovo, y de ninguna manera a los que se opongan. ¡Como respuesta se disparan algunos tiros y se escuchan gritos de «mentirosos», «bandidos», contra los oficiales!
A pesar de la determinación de los desertores, las numerosas tropas que controlan la ciudad permanecen fieles al gobierno. Los desertores, como todos los otros proletarios que se manifiestan, parece que no realizan nada serio para intentar ganarse a estas tropas a su causa. La correlación de fuerzas queda bloqueada sin que el movimiento contra la guerra logre cambiarla a su favor, a pesar de que la llegada de otras dos noticias les da aliento: otros desertores anuncian que «unidades especiales» bloquean las montañas de Kopoanik y miles de desertores vienen directamente desde Kosovo. Krusevac se transforma en el centro de la insubordinación. Desertores, insubordinados, proletarios armados... sienten que la relación de fuerzas en ese lugar es clave para la extensión del movimiento. Más desertores vienen de Aleksandrovac para unirse a los de Krusevac y así hacerse fuertes, pero son frenados por tropas leales al gobierno. No tenemos conocimiento, tampoco aquí, de que se haya hecho propaganda derrotista entre esas tropas para minar su capacidad de represión, y así hacer cambiar la relación de fuerzas en favor de la lucha contra la guerra. Los insubordinados, aislados, deciden volver al punto de partida y organizan una manifestación contra la guerra en Aleksandrovac. En el mismo momento estallan otras manifestaciones contra la guerra en Raska, Prokuplje y Cacak que chocan contra una represión brutal.
Paralelamente, el mando militar presiona y lanza una orden general dirigida a todos los reservistas de la región en la que se les exige acantonarse, al mismo tiempo que se prohibe el acompañamiento familiar. El ejército teme que se repitan los actos de insubordinación que ya se multiplican frente a los cuarteles de todo el país: familiares y amigos acompañan de forma sistemática a los reservistas y los motines se transforman en moneda corriente. Las madres se encadenan a sus hijos para «que no mueran por una tontería»; los hombres y otros familiares se oponen a gritos a los oficiales y los insultan; el enrolamiento de reservistas se transforma sistemáticamente en manifestaciones de oposición a que se los lleven a la guerra. Dichas manifestaciones sacuden todas las ciudades de la región. Algunos reservistas participan con sus armas, y el estado mayor teme, por encima de todo, que las manifestaciones, por el momento pacíficas, se transformen en enfrentamientos violentos con las fuerzas represivas.
El gobierno de Belgrado tiene que reaccionar rápidamente ante el peligro de una degeneración de la situación; por ello propone un acuerdo al mismo tiempo que formula un ultimátum: los reservistas tienen plazo hasta el 25 de mayo para entregar sus armas a las autoridades militares y regresar a sus unidades; el gobierno, por su parte, «olvidará» la deserción; el no respeto de estas condiciones equivale a la corte marcial y al pelotón de ejecución. Al mismo tiempo se concentran importantes fuerzas represivas en Krusevac. La represión comienza a castigar duramente. Seis personas son condenadas a pagar entre 250 y 750 dólares por haber participado en una reunión ilegal contra la guerra. La policía prohibe toda manifestación en el sur industrial de Serbia. Krusevac, Aleksandrovac, Prokuplje y Raska son rastrilladas por cuerpos represivos.
A pesar de todo ese despliegue impresionante de fuerza policial, ningún reservista parte hacia el frente y las armas no son restituidas. Los proletarios no sólo ocultan a los refractarios, sino que continúan boicoteando toda partida de reservistas hacia Kosovo.
Mientras las bombas de la OTAN llueven sobre la gran mayoría de las ciudades yugoslavas, las respuestas obreras se generalizan y ganan otras regiones. En Podgorica (capital de Montenegro), como en Krusevac, los reservistas, una vez abandonado el frente, llegan a la ciudad y con los familiares de los soldados reclaman en una manifestación «el regreso de sus hijos». El ejército, el gobierno y las autoridades locales, a pesar de todos sus esfuerzos, se muestran totalmente incapaces de detener la extensión de la respuesta proletaria contra la guerra. La burguesía teme recurrir a la represión porque le aterroriza el resultado de un posible enfrentamiento. Ya han pasado diez años desde que empezó la guerra y con ella los sacrificios, cada vez más horribles, la miseria y la muerte. Hace más de diez años que se anuncia cotidianamente a las familias que su hijo, marido o padre «murió heroicamente en el campo del honor». La situación, incluso para aquellos que han creído en el milagro nacionalista, se vuelve insoportable. Hasta la oposición gubernamental se encuentra totalmente superada por el movimiento. Así, Zoran Djindjinc, jefe de la Alianza Democrática, que reagrupa gran parte de la oposición gubernamental, declara: «No es la oposición la que ha organizado esas manifestaciones, que por otra parte no tienen objetivos políticos [...]. Hoy en día, Milosevic sólo puede calmar a esas gentes si las satisface. Y solamente puede satisfacerlas si para la guerra, les devuelve a sus hijos y les da trabajo [...]. En realidad fueron las víctimas de su política las que descendieron a la calle. Lo que nosotros esperábamos desde hace diez años».
A pesar del antagonismo que esta oposición gubernamental tiene con el movimiento de insubordinación, trata de aprovechar la bronca proletaria para subirse al carro y presentarse como la alternativa al gobierno actual. Djindjinc muestra una buena comprensión de la situación cuando afirma: «La oposición tampoco ha ganado popularidad por el momento, pero tenemos más posibilidades, pues no hemos participado en la guerra».
El relevo se prepara; la segunda mandíbula de la trampa vuelve a activarse; el renaciente movimiento proletario debe ser triturado por el gobierno, por una parte, y por la oposición, por la otra.
A pesar del importante dispositivo policial que controla la región, el proletariado sigue oponiéndose a regresar al frente y a entregar sus armas. El general en jefe de las tropas serbias en Kosovo se desplaza para intentar encauzar el descontento de los reservistas. Se hacen promesas a los soldados que entreguen las armas que poseen. El estado no puede tolerar que se le arrebate el monopolio del ejercicio de la violencia, de su violencia de clase. El ejército exige que todos los movilizados sean inmediatamente enviados al frente, a lo que jóvenes conscriptos responden: ¿por qué no se moviliza a «los ricos u otros privilegiados»? En Vojvodin, los tribunales pronuncian varias condenas contra los que se oponen a la guerra.
La amenazante situación, para el gobierno de Milosevic, se mantiene; ahora resulta imprescindible encontrar rápidamente una salida a ese impás. Por un lado, los bombardeos aéreos no llegan a destruir el ejército serbio, ni siquiera lo han forzado a salir de Kosovo, y, por el otro, las insubordinaciones pueden dislocarlo, haciendo resurgir el espectro del comunismo en la región. Un escenario parecido al de la guerra del Golfo puede tomar cuerpo. Esta situación es determinante en la decisión de parar la guerra. El 7 de junio, los generales yugoslavos Marjanovic y Stefanovic tienen un encuentro secreto, en Kumanovo, Macedonia, con el general británico Michael Jackson. Desde hace varias semanas, el gobierno yugoslavo, a través de su aliado ruso, intenta entrar en contacto con los aliados para salir de la crisis que lo amenaza. Rápidamente, en dos días, se firma un acuerdo «técnicomilitar», mientras que las insubordinaciones en el ejército serbio siguen repitiéndose y las manifestaciones se extienden a gran número de ciudades del país. Ese acuerdo prevé la retirada inmediata de las tropas serbias ubicadas en Kosovo y la ocupación de esa provincia por un contingente de la KFOR (Kosovo Force). Mientras el acuerdo prevé tres días, el ejército serbio abandona el terreno en sólo un día. El 10 de junio de 1999, la OTAN suspende los bombardeos de la República Federal Yugoslava. La tensión vuelve a descender; y las tropas yugoslavas son más o menos desmovilizadas, lo que disloca el movimiento de insubordinación del mes de mayo e impide que el mismo continúe generalizándose.
Mientras uno de los objetivos declarados de los bombardeos de la OTAN
es derrocar a Slobodan Milosevic, éste, al igual que Saddam Hussein
en 1991, permaneció bien instalado en el gobierno una vez terminada
la guerra (9), con el consentimiento más o menos tácito de
sus enemigos de ayer, para reprimir toda tentativa proletaria contra el
orden social existente. La OTAN prefiere un Belgrado con Slobodan y un
Bagdad con Saddam a una revolución social. La familia capitalista
mantiene su unidad, a pesar de sus contradicciones, frente a un proletariado
amenazante que puede poner en cuestión el reino de su orden social.
La guerra generalizada, que resulta tan indispensable para la desvalorización masiva de medios de producción superabundantes (con respecto a las posibilidades actuales de valorización del capital), y asegura un nuevo ciclo de acumulación expansiva internacional, no logra ser impuesta socialmente. En efecto, si bien la burguesía tiene la fuerza para imponer un conjunto de guerras locales sin que el proletariado logre detenerlas, las mismas resultan insuficientes para las necesidades del normal desarrollo del capital.
«La defensa de los derechos humanos», «el derecho a la injerencia humanitaria», la demonización del enemigo... se muestran como realidades ideológicas insuficientes para movilizar masivamente a los proletarios en la guerra. La apatía con la cual el proletariado responde a dichos llamados a la movilización imperialista no es por supuesto una garantía revolucionaria, pero constituye un freno en la medida en que las fracciones más conscientes de la burguesía temen las consecuencias que podría tener imponer una guerra generalizada, que, sin embargo, el sistema social necesita.
La prolongación de las guerras locales emprendidas durante los últimos años bajo la bandera de las Naciones Unidas, y, sobre todo, los riesgos de hundimiento en la guerra provocan reacciones en el seno de nuestra clase. Ya sea en Sudán, como en Irak o recientemente en Yugoslavia, la prolongación de las guerras locales bajo la bandera de la ONU empuja al proletariado a salir de su apatía y a retomar, de diversas maneras, el camino de clase. La insurrección proletaria en Irak constituye sin duda el caso más ejemplar.
El espectro de una situación revolucionaria, consecutiva al desencadenamiento de una guerra tradicional, continúa siendo un obstáculo real en todos los planes belicosos de todas las fracciones de la burguesía. La guerra tecnológica que nos quieren vender los medios de desinformación pública no puede, como vimos, lograr los objetivos propuestos, y, aunque la opción de la guerra tradicional presenta los riesgos antes señalados, es muy probable que se tienda nuevamente a las formas tradicionales de guerra, como en la guerra entre Irán e Irak o, más recientemente, en la de Cachemira, entre India y Pakistán. Pero como vimos, la burguesía internacional tiene terror a hundirse en una guerra masiva que haga resurgir el fantasma del proletariado revolucionario, y que la mansedumbre hasta la imbecilidad que ha caracterizado a sus esclavos asalariados vuelva a transformarse, afuera y en contra de todas las alternativas pacificadoras y socialdemócratas, en un nuevo Octubre de 1917. Sin poder prejuzgar acerca del peso de las determinaciones más inmediatas que pueden determinar la acción de tal o cual asociación de tiburones imperialistas hacia una guerra de conquista (que puede, evidentemente, conducir a generalizaciones más o menos importantes), nosotros pensamos, sin embargo, que el miedo de perder todo frente al resurgimiento de la revolución influencia, mucho más de lo que se cree, las idas y venidas, las marchas y contramarchas, los discursos y mentiras ventilados públicamente, las oscilaciones burguesas en el camino hacia una guerra de mayor importancia e implicación social.
Claro que, a pesar de lo dicho anteriormente, la burguesía mundial posee todavía gran margen de maniobra para afirmar la barbarie de su inmundo sistema social productor de guerras, gracias a la lamentable situación social del proletariado, que se muestra incapaz de afirmar sus propios objetivos. En efecto, a pesar de la resistencia a la guerra que hemos descrito parcialmente en este texto sobre la situación en los Balcanes, es necesario admitir que el proletariado sigue en una situación difícil, por la ausencia de asociaciones proletarias y de prensa obrera masiva, por el aislamiento de los núcleos comunistas, que limita enormemente los movimientos que se desencadenan episódica y explosivamente por doquier.
Una consecuencia dramática de esta realidad es que cuando el proletariado se insurge contra la guerra, como en Irak, o cuando empuña las armas para afrontar una situación de supervivencia catastrófica, como en Albania, el capital internacional logra, a pesar de (o, mejor dicho, gracias a) todos los medios de comunicación actuales, mantener el aislamiento, lo que por supuesto favorece todas las formas de recuperación burguesa.
Hoy más que nunca, la organización del proletariado en fuerza, en partido mundial, es indispensable para el desarrollo de una respuesta clasista frente a la guerra. El único medio para impedir el desarrollo de la militarización general que impone el capital, de contraponerse a las guerras que la burguesía sigue y seguirá desarrollando en todo el mundo, es el de la organización colectiva e internacional por la destrucción definitiva de esta sociedad inmunda.
Como la polarización burguesa entre «trabajo decente» y «trabajo inhumano», la que existe entre guerra «limpia» y guerra «sucia» puede reservar muchas sorpresas, sobre todo cuando los estados mayores militares no tienen reparos en tomar posición dentro de dicha polarización. Así, frente a los tratados de prohibición de minas antipersonales, el ejército francés reclama el desarrollo y la adquisición masiva de «armas no letales» (ANL), que tienen por objetivo neutralizar al adversario (incluso violentamente) sin matarlo y sin destruir el equipo y el material. De más está decir que se trata de un complemento de las armas letales que siempre se usaron, pero ahora se trata de desarrollar una nueva gama con el objetivo de responder a las necesidades de ciertas misiones de mantenimiento del orden, de represión, paralelas a las viejas armas y municiones. Las situaciones evocadas por los estados mayores para la aplicación de este tipo de armamento abarcan también la extensión de los «desórdenes civiles» (lo que quiere decir de carácter insurreccional), cuando la «masa» (el proletariado) ataca los intereses vitales y los puntos estratégicos (para el orden burgués): energía, producción, stocks, abastecimientos, transportes, comunicaciones, gobierno, fuerzas del orden y militares (1).
Desde la guerra del Golfo (1991) y en particular durante la intervención de la OTAN en Yugoslavia, las municiones reforzadas sobre la base del uranio empobrecido han hecho su aparición masiva. Dicho metal barato, desperdicio de la industria nuclear, tiene la capacidad de atravesar el blindaje de los tanques. Además es radiactivo, lo que produce algunos «efectos colaterales»: contaminación de los obreros que lo manipulan, así como del vecindario de las industrias que lo fabrican; riesgo para los artilleros que manipulan las municiones, y, sobre todo, contaminación radiactiva de larga duración, como consecuencia de la explosión. Si a eso le agregamos el deterioro notorio del patrimonio genético de la especie, no cabe duda de que el uranio empobrecido ofrece a las futuras generaciones un buen abanico de deformaciones (2).
La fabricación y la utilización de armas basadas en el uranio empobrecido responden evidentemente a ciertas necesidades del capital, como destrucción de material blindado considerado resistente y duradero, competencia feroz en el mercado de armamento, experiencia en vivo de los efectos de la contaminación... Claro que las necesidades inmediatas del capital se revelan muchas veces como contradictorias con las más globales: la contaminación de una zona puede desvalorizarla a largo plazo; el arma que debilita a un «enemigo» un día puede trabar la reactivación de los negocios al día siguiente...
La denuncia del uso de tal o cual arma no contiene en absoluto una crítica a la guerra burguesa; por el contrario, en muchos casos, trata de socorrerla, recomendando la reorganización humanitaria de la destrucción imperialista y la humanización de la violencia de estado. ¿La «guerra limpia» es descalificada por las «armas sucias»? «¡Vivan las armas limpias!», responden a coro los humanistas. ¿En lugar de reventar en el «campo del honor», los proletarios revientan por casualidad gracias a las minas antipersonales? «¡Abajo el ejército de los cobardes!», gritan enfadados los guardias de la moralidad belicista. «¡Viva la guerra convencional, ecológicamente correcta e higiénica!», nos están diciendo.
Cuando el proletario comienza a inquietarse por la creciente toxicidad de su medio ambiente gracias a los auspicios del progreso capitalista, diversos especialistas burgueses (expertos científicos, sindicalistas que trafican con nuestra explotación ¡hasta en el ejército!, activistas negociadores, ecologistas...) nos prometen un capitalismo que no abolirá toda posibilidad de supervivencia a cambio de la paz social; mientras gobiernos, científicos y estados mayores siguen reclutando proletarios para sus laboratorios de destrucción que son los campos de batalla (3). Todos ordenan a coro: «Volved a la faena, nosotros nos ocuparemos de las estadísticas». Incluso pueden exhibir a algunos proletarios irradiados, siempre y cuando éstos se mantengan dignos y fotogénicos (o telegénicos) y se lamenten de la mala e inmerecida suerte que tuvieron, después de haber ido, tan valientemente, a masacrar a otros proletarios bajo su bandera nacional.
Sin embargo ya hace demasiado tiempo que todos los límites han sido superados: el trabajo revienta mientras que la guerra destripa, y tanto uno como otra siempre están contra nosotros (4). El mismo cinismo, los mismos cálculos fríos y los mismos intereses supremos de la valorización del capital que se imponen a los técnicos de armamento determinan también nuestras condiciones de vida.
Morir fulminado o a fuego lento, ésa es la «opción» que le dan al proletariado. Desde el sector agroalimentario hasta el militar o el industrial, todo es cuestión de dosis. Durante una llamada «jornada» de trabajo denominado «normal» se soporta la dosis reglamentaria de CO² en los embotellamientos, de amianto, de disolventes y de otras porquerías; la dosis tolerable de estrés y de garrotazos; la suficiente dosis regular de alcohol, de tabaco, de droga; la dosis asimilable de dioxinas, de pesticidas, de hormonas y de antibióticos en el plato del día razonablemente transgénico; de metales pesados y de fosfatos en el agua; de rayos ultravioletas debidos al agujero en la capa de ozono, que a veces esconde providencialmente alguna nube radiactiva casi inofensiva; la dosis admisible de rayos emitida por las televisiones, los monitores, los hornos de microondas, los teléfonos móviles...; y la dosis prescrita de quimioterapia, para, al final de la carrera, dejar nuestro cuerpo a la ciencia. Sin olvidar, claro está, la tasa aceptable de sobredosis (5).
Lo que anuncian y prevén de forma más o menos encubierta estos escenarios es la respuesta de clase al capitalismo suciamente limpio o limpiamente sucio; es el proletariado el que no acepta cavar su tumba en el trabajo cotidiano ni en las trincheras; el que se opone a ir al frente, a sacrificarse por el progreso o el esfuerzo de guerra; y el que da vuelta sus armas contra «su» propia burguesía. No soportando más nada y afirmando directamente sus necesidades contra este viejo mundo tóxico, el proletariado se encuentra forzado a enfrentarse y a barrer todas las fuerzas de encuadramiento que hemos enumerado antes, en la medida en que las contradicciones se expresan de forma más abierta.
Uranio empobrecidoCuando este número estaba por cerrarse y dado el número de muertos inexplicados entre algunos militares en Kosovo (sólo en Italia se habla de «30 casos de leucemia u otras formas de tumores encontrados en nuestros militares luego de la misión de paz en el Golfo», Corriere della Sera), la OTAN reconoce públicamente su uso sistemático y afirma que los mandos militares europeos «estaban perfectamente al tanto de que se empleaba uranio empobrecido»; aunque, por supuesto, sostiene que «los diferentes problemas de salud constatados no pueden ser asociados al uso del uranio empobrecido». En el mismo momento, diferentes informes anuncian que dichas municiones radiactivas amenazan toda la cadena alimentaria en Kosovo, donde se reconoce oficialmente que «fueron tirados unos 31.000 proyectiles de este tipo [más de 9 toneladas]» sólo en el territorio de Kosovo, al tiempo que se reconoce que la cantidad lanzada en Serbia es mucho mayor. Algunos informes de especialistas señalan los siguientes efectos sobre el cuerpo humano: daños en la glándula tiroide, en los huesos y en el sistema inmunológico, caída del cabello, cataratas, destrucción del tejido cerebral con alteraciones del comportamiento, leucemia, cáncer de pulmón y riñón, disfunciones genéticas y destrucción de las paredes intestinales. Además, en enero de 2001, una cadena alemana «destapa» el uso de plutonio y uranio-326, elementos presentes en el armamento nuclear y altamente radiactivos y tóxicos. |