Barricadas de cadáveres. Esto es lo que los proletarios de Puerto Príncipe levantaron en las calles ocho días después del terremoto. Nos dicen que “protestan contra la evidente falta de ayuda de emergencia”. Pero como no ver, más allá de esta evidencia a la que los medios de comunicación prefieren agarrarse, lo que estos proletarios en una prórroga de supervivencia proclaman en la jeta de esta sociedad, de su clase dominante y también de todos sus buenos ciudadanos: éstos son vuestros muertos, murieron por el hacinamiento en el que vivimos, poco se hizo para salvar a los supervivientes los primeros días y después nos dejasteis reventar en este inmenso cementerio. Así pues, no es necesario explicar a los proletarios en Haití que a los Estados que hoy están siendo movilizados en la isla les importa un carajo su suerte. Tal como lo denunciamos con regularidad y fuerza desde nuestra prensa, militarismo y humanitarismo no son más que las dos caras de un mismo programa estatal dirigido a romper toda solidaridad de clase, toda acción directa por la supervivencia. En una región que posee una rica historia de sublevaciones, los proletarios están en buena posición para comprender, incluso en tiempos “normales”, en que campo trabaja el sector humanitario (independientemente de las buenas intenciones individuales), y más aun las Naciones Unidas: en el campo del mantenimiento de la paz, de la paz social, del mantenimiento del orden, del famoso “desarrollo”, es decir del desarrollo de la ganancia y de la explotación, por la destrucción de toda práctica autónoma de supervivencia y lucha de nuestra clase. En los hechos, todas estas preocupaciones fundamentalmente capitalistas para encuadrar, domesticar y civilizar, son inseparables de la represión brutal de las luchas por medio de las armas y la tortura. No habrá muchos proletarios que lloren las muertes de la “Minustah”, la misión de la ONU en Haití.
Frente a la catástrofe que provoca un terremoto en el corazón de semejante concentración puramente capitalista de miseria (subrayémoslo), y mientras que la burguesía derrama lágrimas de cocodrilo sobre lo que quiere llamar “crisis humanitaria”, el papel de sus agentes de “beneficiencia” no hace más que confirmarse. Un porta-aviones americano llega a Haití, aviones civiles y militares desfilan en una ronda incesante sobre la única pista operativa del aeropuerto (que rápidamente queda bajo control del ejército de EEUU)… Pero no fue para salvar a los proletarios en Haití para lo que se movilizó todo este derroche de medios. Existe una completa serie de medidas de emergencia, sí… pero para el capital: restablecer el Estado, defender la propiedad privada, asegurar el aprovisionamiento y la logística de las fuerzas del orden (periodistas incluidos) y de las instituciones estratégicas (ONU, embajadas…), salvar a sus propios residentes (también de las ruinas de los hoteles de lujo), y sobre todo reorganizar una presencia militar internacional estable, con el objetivo esencial de impedir que se organice la revuelta proletaria contra las condiciones de vida, fruto del odio que, tanto históricamente como en la actualidad, les tiene la burguesía. Cuando el papeo y el agua lleguen a las puertas de los barrios populares devastados (¡y no es el caso pasados ya diez días!), la parsimoniosa distribución estará siempre subordinada a la docilidad y a la sumisión de sus beneficiarios.
Mientras se rescatan supervivientes de las ruinas delante de las cámaras y nos intentan convencer que “todas las capas sociales” están indistintamente afectadas, las televisiones del mundo entero difunden de forma ininterrumpida las imágenes de proletarios armados con machetes “imponiendo la ley de la calle”. En su objetivo común de dividir a nuestra clase, los medios de comunicación internacionales y la prensa izquierdista, están de nuevo en una asquerosa connivencia para volvernos a presentar sus clichés racistas. Según estos clichés frente a la desintegración del Estado, las hordas indigentes de negratas retornan ávidamente a su espantoso estado natural, el de la guerra caníbal de todos contra todos. Unas veces nos los describen movidos por “la desesperación”, otras por “la codicia”, organizados en bandas que siembran el terror para “apropiarse” de los víveres y cuyas filas engrosaron ciertamente 6.000 prisioneros que consiguieron evadirse aprovechando el terremoto. Indignados por esta oleada de brutalidad, se nos impulsa a aplaudir el despliegue salvador de las llamadas fuerzas de “seguridad”. Todo para que ingresemos nuestro donativo de culpabilidad en los números de cuenta indicados en la pantalla de los shows televisivos de “solidaridad”.
Tras ese tópico periodístico de la “multiplicación de imágenes de pillaje” se esconde (torpemente) el paroxismo de cinismo capitalista, una joya notable en los progresos realizados en materia de inhumanidad por la última –y la más “civilizada”– de las sociedades de clase: mientras que “todo esta desorganizado” y el Estado supuestamente se está evaporando por el sísmo, ¡policías y soldados armados patrullan los escombros y los montones de cadáveres en descomposición para impedir (con fuego real) a los proletarios hambrientos y sedientos, registrar las ruinas de las tiendas en busca de algo que les permita, a ellos y a sus niños, no reventar como perros! ¡Esta es la prosáica realidad de la lucha contra las infames bandas de saqueadores! ¡Esto es lo que nos recuerda furiosamente –si, ¡furiosamente!– la situación de Nueva Orleáns tras el paso del huracán Katrina en el 2005.
Cuando la burguesía y sus comentaristas evocan con emoción y presura obscena, como en Luisiana, las perspectivas de “reconstrucción” no dudamos que las inversiones concedidas, animadas por el más puro desinterés, no dejaran de seguir con celo los planes de limpieza social salidos de los cajones del cuartel general de la gendarmería mundial.
Entonces, los proletarios devuelven la cortesía de estos lamentables bastardos del mundo entero: ¡venid vosotros mismos a limpiar estas barricadas de cadáveres levantada contra la hipocresía asesina de vuestra sociedad, ellos no son consecuencia de la “injusticia de la providencia” o de “la naturaleza”, sino que son precisamente el producto de esta sociedad!

 

 

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CO60.5 Haití : ¡salvar los muebles… del capital, y dejar que revienten los proletarios !