Esta contribución no pretende en absoluto tratar globalmente el tema del enfrentamiento armado entre la burguesía y el proletariado, sino en particular la reivindicación de la lucha armada como bandera. Es decir esa ideología que proclama la lucha armada como si fuese una garantía que asegura el carácter revolucionario de la organización o partido político que la proclama.

Concretamente lo que queremos afirmar en este texto es que la lucha armada no es en absoluto algo que delimite los campos, que demarque entre revolución y contrarrevolución. Todas las fracciones burguesas han utilizado la lucha armada entre ellas y sobretodo contra la revolución. Los “socialistas” la han utilizado centenas de veces para reprimir las lucha proletarias; los stalinistas han masacrado a proletarios revolucionarios en todas las latitudes, los demócratas, los fascistas también lo han hecho... Incluso, dentro de la burguesía, la derecha ha reprimido a la izquierda y la izquierda a la derecha empuñando armas tanto unos como otros.¿porqué entonces llamar a la lucha armada cómo si fuese algo demarcatorio?

Globalizando, vemos que con la misma cuestión de la violencia sucede lo mismo: muchos la aclaman como si fuese una ruptura o una garantía revolucionaria, cuando en los hechos las fracciones burguesas de todo tipo la han utilizado y la utilizan entre ellas o contra la revolución.

Digámoslo claramente una vez más: todo el sistema social está fundamentado en la violencia. La propiedad privada misma, que es el más simple y básico de los derechos de la sociedad actual y que produjo históricamente al individuo, al ciudadano, a la democracia, y hasta “el hombre” tal como se lo concibe en la actualidad, está sustentado en la violencia, en el terror, en las armas de los propietarios privados y sus agentes, en el terrorismo del Estado burgués.

Conjuntamente con ello, es indispensable recordar el otro polo de ese abc: todo cuestionamiento del derecho de privar de lo esencial a la humanidad es un acto que se contrapone al orden establecido y es, para el mundo de la propiedad privada, un acto escencialmente violento. Toda puesta en cuestión de las bases de este orden, basado en la explotación y opresión, es violento para el Estado, independientemente de sus formas inmediatas.

La lucha de clases, independientemente de las coberturas legales o pacíficas que pueda adoptar por un tiempo más o menos largo, contiene, de un lado, el terrorismo de Estado que asegura la reproducción de la explotación y, del otro, el odio irremediable contra la explotación y la dictadura de clase. Incluso, cuando esa violencia no aparece abiertamente y no se concreta en barricadas, muertos, cárceles, incendios, revueltas... (e independientemente de que los protagonistas sepan en forma más o menos consciente o no lo que pudiera pasar), la misma se encuentra escondida, larvada, en tensión dinámica... como posibilidad, como potencia, como relación de fuerzas, como miedo, como “¡no sabés de lo que son capaces!”...en cada lado de la barricada de clase.

La memoria histórica de las clases juega en ese sentido, como también juega la experiencia internacional. El terrorismo estatal organizado de la sociedad burguesa tiene precisamente por objetivo la reproducción de ese terror a cuestionar lo esencial. Nadie que actúa contra la propiedad privada, aunque más no sea en forma individual y como reflejo vital de subsistencia, “olvida” que está permanente amenazado: por milicos, cárceles, jueces, tribunales, calabozos, torturas...El miedo es el día a día de este mundo de trabajo y explotación y sin él no podría existir la barbarie de la civilización capitalista.

Zapata y su estado mayor.

 

Por lo mismo y con más razón, quienquiera que asuma la lucha contra la sociedad burguesa sabe que tiene en contra toda la organización de la violencia institucionalizada, todo el terrorismo de la sociedad capitalista... Si además llegó a la conclusión de que es indispensable la revolución social, sabe perfectamente que la misma debe destruir las bases mismas de aquel terror y, salvo que se crea en los cuentos de hadas, sabe que para ello la revolución tiene que ser necesariamente violenta, que la violencia de arriba solo puede ser destruida por la contraviolencia de abajo, que a las armas de arriba se debe oponer la acción armada de los de abajo.

¿Entonces porqué carajo insistir en la lucha armada cómo cuestión en sí? Si nunca nadie que peleó por la revolución se imaginó que no había que agarrar las armas y hasta el más putrefacto de los pseudo revolucionarios siempre admitió que “un revolucionario pacifista es como un león vegetariano”1 ¿porqué hacer de la lucha armada una cuestión específica?

O dicho de otra forma: si en realidad la contrarrevolución permanente es siempre armada, si toda esta sociedad, cuya esencia es la propiedad privada, está defendida por las armas y el terror de Estado; ¿quién, que quiera cuestionar esta sociedad, puede imaginar una revolución que no fuera violenta y armada?

Violencia, revolución y contrarrevolución

No existe, ni puede existir, un cuestionamiento de los fundamentos de esta sociedad sin contraponerse a la violencia y las armas de esta sociedad y es por eso que no se encontrará ningún ejemplo históricos de revolucionarios imaginando una revolución no violenta2. La “no violencia” es por excelencia una ideología de los no revolucionarios, de los que están contra la revolución, una ideología invariantemente burguesa y en el fondo cómplice de la violencia y el terror contrarrevolucionario del Estado.

Por ejemplo la socialdemocracia, lo dijimos muchas veces, nunca fue un partido revolucionario, ni proletario en el sentido de defender los intereses del proletariado3. Al contrario, fue siempre un partido de la clase dominante para el proletariado, un partido de la burguesía para hacer del proletariado una buena clase de trabajadores, aplicados, domesticados, sindicalizados, ciudadanizados,...

Sin embargo la socialdemocracia no es un partido que haya renunciado a la violencia y a la lucha armada y luego se haya hecho reformista; sino por el contrario, como partido de reformas (es decir de desarrollo capitalista y oposición a la revolución) tuvo en muchas circunstancias (¡siempre frente a los explotados!) un discurso pacifista y opuesto a la violencia revolucionaria. Pero si observamos un poco la historia de ese partido, en diferentes países y latitudes, se puede constatar que no se opone a la violencia y a la lucha armada en sí, sino a la violencia proletaria y revolucionaria, pero simultáneamente, los socialdemócratas participan de miles de maneras en la violencia cotidiana del Estado: participación en las guerras nacionales, coloniales, imperialistas, participación en los parlamentos y otras instancias de los Estados represivos, instigación y conformación de cuerpos de choque contra la acción directa proletaria, escuadrones de la muerte, etc. E incluso, aunque sea menos aparente que la otra violencia, participan en la violencia cotidiana que implica la sociedad capitalista, la violencia de la explotación asalariada, la violencia del trabajo, la violencia de las cárceles, la violencia de la policía de todos los días, la violencia de los hospitales psiquiátricos, la violencia de los médicos y asistentes sociales, la violencia del desarrollo que hambrea y sigue contaminando la Tierra...

Por lo tanto a la única violencia que se opone enserio la socialdemocracia es a la violencia proletaria de todo tipo, al no respeto del monopolio de la violencia Estatal... y consecuentemente con ello, nunca prescinde de la violencia contra la revolución. Es mentira entonces que la socialdemocracia se oponga a la violencia y a la lucha armada. En realidad, como cualquier otra fracción burguesa, lo que defiende es el monopolio estatal de la violencia, se opone a la violencia no institucional. Como el programa social de la socialdemocracia4 no es la destrucción de la sociedad mercantil sino el desarrollo de las fuerzas productivas y en particular del proletariado como clase del capital (¡el indispensable capital variable!), todo los discursos pacifistas no son más que la lógica misma de quien defiende el terrorismo de Estado y cuestiona toda acción directa contra el mismo. El pacifismo es, por excelencia, el discurso del terrorismo de Estado mismo hablando a su enemigo. Mientras arma a sus ejércitos, milicos, tribunales y cárceles inculcan su veneno pacifista en filas proletarias: “nada de violencia”, “todo armamento es ilegal”, es terrorista.

Noske, jefe de los cuerpos francos de la socialdemocracia que reprimen la lucha proletaria. Alemania 1918/19.

 

Frente a ello, es importante reafirmar que el proletariado está forzado por la violencia del capitalismo a responder con la violencia. Que la violencia del proletariado no es una opción entre tantas, que este mundo de violencia y terror sólo puede ser destruido con la violencia y el terrorismo revolucionario.

Por eso resulta lamentable que los proletarios, los proletarios revolucionarios, reivindiquen la violencia, las armas o la “lucha armada” en sí, como si tal cuestión pudiera ser una opción entre muchas, o como si con eso nos contrapusiéramos a toda la contrarrevolución, o más precisamente, como si fuera una garantía programática que pudiese separar la revolución del reformismo.

Quien es portador de toda la violencia y de toda la “lucha armada” no es el proletariado revolucionario, sino bien por el contrario toda la sociedad de clases y todas las fuerzas armadas de la burguesía. Es la contrarrevolución que determina la violencia y la acción armada como fundamento de este mundo y que así hace inevitable que la revolución proletaria sea violenta y que asuma necesariamente acciones armadas.

Algo de historia

El siglo XX se inició con una gran ola revolucionaria, en donde el proletariado confirmó con su lucha este abc, empuñando las armas por doquier, contra la explotación y la opresión estatal: México, Rusia, Alemania... La violencia, la lucha armada... no podía ser otra cosa que parte de esa lucha total del proletariado por la revolución social. La conspiración, el terrorismo, las acciones minoritarias... efectuadas eran parte de esa guerra contra la barbarie del capital y su terrorismo de Estado.

No cabe, ni cabía duda entonces, que quienes, en tales circunstancias, se oponían a esa indispensable violencia revolucionaria están del otro lado de la barricada (Ver “Predicar la paz es un crimen”- Ricardo Flores Magón), que quienes denuncian el terrorismo (la socialdemocracia en general) en cualquier parte del mundo y particularmente en Rusia (como Plejanov) están directamente del lado del Estado burgués. Las circunstancias mismas dejan en evidencia que invariantemente toda oposición general a la violencia de abajo es objetivamente parte del discurso de la violencia de arriba, que toda negación del terrorismo por principio no es más que la defensa del principio del terrorismo: el capital y el Estado.

El siglo XX se inició con una gran ola revolucionaria. La violencia, la lucha armada, no podía ser que parte de esa lucha total por la revolución.

 

Sin embargo, en esa gigantesca ola revolucionaria se afirma también el partido burgués para los obreros; que, ante la revolución misma, asume como suya la necesidad de la violencia y la revolución. Los demócratas y los social demócratas de izquierda también se subirán al carro y terminarán por conducirlo. Desde México a Rusia, desde Alemania a China, ante el cuestionamiento del orden establecido que realizaba el proletariado, viejos y nuevos sectores del partido demócrata se declararán revolucionarios. El viejo gatopardismo, de hacer la revolución para que todo quede como está, será asumido por sectores de izquierda de la democracia.

Sin querer ir más lejos históricamente, se puede decir que la confusión generalizada sobre la violencia y la lucha armada, como sinónimo de revolución, data de ese período. En términos internacionales, ese proceso corresponde entonces a la necesidad de la izquierda de la burguesía de responder a la radicalización del proletariado y se concreta en el desarrollo histórico de la izquierda de la socialdemocracia.

Esa parte del partido demócrata o socialdemócrata5, temeroso de perder su credibilidad y su ascendencia social frente al proletariado, que persiste en su lucha por defender sus intereses, toma aspectos importantes de la crítica proletaria a ese partido burgués para los proletarios. Así, recogiendo elementos de la rabia proletaria contra el capitalismo, critica a la derecha de ese partido, por ser pacifista y reformista, por ser excesivamente parlamentarista, por ser exageradamente sindicalista, por ser demasiado chovinista... Pero esa izquierda, que fue por ejemplo maderista en méxico y después leninista, luxemburguista. trotskista, o que se proclama libertaria..., no critica la esencia de la socialdemocracia, no critica su función de partido del progreso, de organización para el desarrollo de las fuerzas productivas y de los derechos del trabajador dentro del capitalismo (como habían hecho, en forma incipiente, Marx, Engels, Bakunin, Roig de San Martín... y tantos otros, declarando que los programas socialdemócratas eran burgueses), ni se declara afuera y en contra de la socialdemocracia. Tampoco denuncian el carácter democrático, es decir burgués de ese partido, afirmando claramente que el proletariado como partido histórico social pierde su esencia revolucionaria con esa sumisión a la dictadura de la burguesía (como habían denunciado revolucionarios en diferentes épocas y países). Todo lo contrario, la izquierda de la democracia, sigue manteniendo que los proletarios deben realizar las tareas democráticas que la burguesía todavía no ha realizado, sosteniendo que para hacer el socialismo, hay que desarrollar mucho más todavía el capitalismo en todas partes. Por ello y a pesar de encabezar lo que ellos denominan “violencia revolucionaria” lo que empujan y dirigen es en realidad la tomar el poder del Estado (lo que corresponde perfectamente con los objetivos de toda fracción burguesa de oposición), para imponer la democracia, el constitucionalismo, el parlamentarismo (que algunos llaman “revolucionario”), las asambleas constituyentes... las reformas económicas.  Lejos de condenar el carácter enteramente burgués de toda la política socialdemocracia desde su origen, la izquierda de la socialdemocracia, por el contrario, se contenta con una crítica formalista, con una crítica al pacifismo de la socialdemocracia, pero se mantiene todo el programa de reformas y de afirmación democrática del capitalismo. En vez decir abiertamente que la política socialdemocracia conduce invariantemente a la contrarrevolución y a la guerra imperialista, sostienen, con Lenin a la cabeza, que la “violencia revolucionaria” no es incompatible con la democracia, que al contrario dicha violencia debe ser parte de la lucha democrática y de la lucha por la democracia. El socialismo, para estos partidos, no parte de la destrucción revolucionaria del capitalismo, sino de la realización de las tareas democráticas, de la conquista del poder por esa fracción de la democracia para poner el Estado al servicio del desarrollo del capitalismo.

Lamentable e indiscutiblemente este discurso centrista6 fue el gran límite ideológico de toda la ola revolucionaria de las dos primeras décadas del siglo XX, que concluyó con el triunfo de la contrarrevolución internacional. Si en la práctica el proletariado arrasó muchas veces a la socialdemocracia, esto no llevó a una ruptura total con la misma y, de una forma u otra, la izquierda de la democracia logró frenar y volver a encuadrar a los sectores y momentos más radicales. El hecho de que la revolución fuese violenta no fue, ni podía ser, una garantía. Si esa violencia no se aplicaba a destruir de raíz la sociedad mercantil, la misma no podía tener ninguna virtud en sí. Si esa violencia era canalizada hacia el desarrollo del capitalismo, como lograron imponer los socialdemócratas y particularmente los leninistas, lo que la misma garantizaba no era la revolución proletaria, sino la contrarrevolución burguesa. Eso fue lo que sucedió en México, en Alemania, en Rusia..., en China, en España... en Vietnam, Laos, Camboya,... en el mundo. En nombre de la revolución, la izquierda de la socialdemocracia  impuso el reformismo capitalista y con ello se desarrolló el terrorismo de Estado en todas partes7.

En Rusia, el triunfo de la lucha armada no consolidó al proletariado en el poder, sino a la izquierda de la socialdemocracia, al leninismo y al stalinismo, que se concreto en el hecho de que al “proletariado”, que supuestamente debía dirigir la sociedad, se le otorgó el triste papel de trabajar y seguir trabajando, como en cualquier otra parte. La mercancía, el salario, la ley del valor continuaron omnipresentes. La socialdemocracia partidaria de la violencia “revolucionaria”, había triunfado e impuesto la realización forzada de las tareas democrático burguesas, es decir: el desarrollo del capitalismo a fuerza de terror de Estado.

¡Qué iban a estar en contra de la violencia armada los leninistas! Al contrario, desde el Estado utilizaron la violencia armada para hacer los campos de concentración y trabajo forzado, necesarios al desarrollo del capitalismo por todas partes... en Rusia, en las otras repúblicas “Soviéticas”... en Asia. Los trotskistas, y otra parte importante del socialismo burgués, se dedicaron a hacer el apoyo (en realidad muy poco) “crítico” de ese modelo de desarrollo acelerado de las fuerzas productivas. El modelo se basaba en la sobrexplotación proletaria que los leninistas del mundo se empeñaron en denominar, contra toda evidencia, “socialismo” y que las otras fracciones burguesas imperialistas (“de derecha”) nombraban con orgullo (porque limpiaba la imagen misma del capitalismo) como “países comunistas”.

Desde entonces, la defensa de la violencia y de la lucha armada a través del mundo, funciona como cobertura “revolucionaria” de una política reformista, contrarrevolucionaria. Las fracciones radicales de la socialdemocracia y el stalinismo responden, a la necesidad de la violencia proletaria, encuadrando la misma en una estrategia global de lucha interimperialista y particularmente en el alineamiento del lado del bloque imperialista dirigido por el Estado capitalista ruso (y en algunos casos chino).

Emulación del trabajo en China.

 

El sistema mundial de dominación capitalista tiene, en esas fracciones de la socialdemocracia, la clave del éxito durante todo el siglo XX. Cada radicalización del proletariado, en cualquier parte del mundo, es inmediatamente relegada y encuadrada por esas fracciones socialdemócratas que llaman a una “revolución armada”, que en los hechos no tiene nada de revolución sino de reformas y que además busca alinear esa “revolución” en un campo imperialista. El trotskismo se constituye y desarrolla con esas bases8, así como también muchos sectores autodenominados comunistas de izquierda  u oposiciones de izquierda. Una gran parte de las tendencias autodenominadas libertarias y anarquistas, también adhieren a esa política, como lo hace la CNT en España durante la guerra, haciéndose cómplice del stalinismo. El supuesto “mal menor” y la participación en todo tipo de frentes populares y antifascistas con leninistas, socialistas, trotskistas... contribuyeron a una de las mayores carnicería de la historia de la humanidad (la denominada “segunda guerra mundial”). Sólo un puñado de minorías revolucionarias lucharán contra corriente (contra el fascismo y el antifascismo) preservando las posiciones elementales del proletariado, afirmando la revolución, la lucha contra todos los Estado, el comunismo.  

La utilización del proletariado como carne de cañón de las guerras imperialistas se hace entonces también en nombre de la “revolución violenta” y de la “lucha armada”. En base a la utilización de la vieja ideología burguesa del “derecho de los pueblos a disponer de si mismos” y en nombre de la “violencia revolucionaria”  se busca transformar toda lucha social en “liberación nacional”. El objetivo oculto, detrás de todo eso, es la liquidación total de la autonomía del proletariado, la militarización de la lucha, su transformación en guerra de aparatos y si es posible de frentes, en guerra nacional y por lo tanto en parte de la guerra imperialista mundial9.

Los equilibrios, marchas y contramarchas de la política imperial stalinista y postalinista y sus variados e inusitados acuerdos con las diferentes potencias imperialistas del mundo, determinan durante todo el siglo XX  las idas y venidas de los partidos stalinistas, trotksistas, leninistas y otros acólitos. Esa oscilante política capitalista/imperialista, es lo que explica los diferentes “cambios tácticos” que jalonan la política de esas fuerzas políticas y que, dado que de una forma u de otra controlan al proletariado, lo despista  y desorganiza a tal punto que fue perdiendo totalmente su propia constitución como clase internacional10. El apoyo “crítico” y la ideología del “mal menor”, son siempre los instrumentos ideológico “tácticos” más eficaces para esa interminable política de maniobras que tan eficazmente desorganiza a la clase explotada a nivel mundial, hasta destruirla totalmente como fuerza. Todo lo que supuestamente el proletariado “debe” hacer por “razones tácticas” es, en realidad, parte de la estrategia general de la contrarrevolución para su liquidación histórica.

En realidad, el apoyo es siempre mucho más apoyo, que crítico, y el mal menor es siempre el principal instrumento del MAL MAYOR. El terrorismo de Estado generalizado, que caracteriza todo el siglo XX, no hubiese sido posible sin todas esas pamplinas ideológicas que destruyeron al proletariado como fuerza. Es decir, si el proletariado se hubiese aferrado a sus intereses de clase y hubiese luchado únicamente contra el capitalismo y por su revolución, por la revolución comunista. Los ideólogos de las alianzas y renunciaciones tácticas fueron y son siempre los mejores agentes de la renuncia estratégica y, en última instancia, de la derrota de la revolución.

La lucha armada como programa en las décadas de los sesenta y setenta

Cuando, en la segunda mitad del siglo XX, el proletariado reemprende nuevamente el camino de la lucha, comenzando a reconocerse a si mismo como clase internacional, como no podía ser de otra manera, comienza nuevamente a plantearse la cuestión de la violencia de clase. Como a principios de siglo, la bandera de la violencia se toma como crítica a la política abiertamente socialdemócrata de los partidos denominados socialistas, comunistas o anarquistas en todo el mundo. Nuevamente se la considerará como lo que no es, es decir como la verdadera demarcación, como la verdadera ruptura entre reformismo y revolución, y nuevamente el proletariado se encontrará sin verdadera ruptura de clase y será conducido así a un callejón sin salida adonde nuevamente dejará su pellejo.

En cada fase de lucha, el proletariado había asumido la violencia armada contra los opresores, pero ahora la consigna de “lucha armada” asumía, todavía más que en el pasado, un carácter específico y distintivo y se asociaba ideológicamente con “lo revolucionario”. Lo que era nuevo no era entonces la asumación de la violencia revolucionaria, porque, si se quiere, ello es tan “natural” como que el Estado utilice la violencia para defender a los opresores,  ni tampoco la tentativa de recuperación centrista, sino que ese carácter de garantía revolucionaria, que socialmente se le atribuía, aparecerá en ese momento todavía más teorizado y espectacularizado que en el pasado. Por primera vez se consideró “la lucha armada es la consigna” como un verdadero descubrimiento. 

Si para la izquierda de la socialdemocracia esta es táctica vieja, y particularmente para el stalinismo es algo sumamente viejo y conocido, para la joven generación proletaria y revolucionaria aparece como algo nuevo, como “la verdadera vía”. Mientras que la lucha del proletariado ponía en cuestión el viejo encuadramiento,  ya existía bien armadito ese “nuevo” encuadramiento11. Durante las décadas del sesenta y setenta, en todas partes del mundo se quiebran las viejas organizaciones formales y se afirman grupos que se autoproclaman como revolucionarios, sin tener otro programa que la “lucha revolucionaria” como sinónimo de lucha violenta o lucha armada12.

Esas son las condiciones que determinan el surgimiento de una nueva ola de organizaciones que representan el desarrollo del proletariado, pero que al mismo tiempo lo encuadran en su limitado horizonte. Esas organizaciones son parte de la ruptura proletaria, que se está produciendo a nivel internacional, pero,  la mayoría de ellas no tienen un programa revolucionario que corresponda objetivamente a esa ruptura, sino que solo se definen por esa subjetividad “revolucionaria”, lo que evidentemente facilita la acción de encuadramiento. Luchan como proletarios, y en algunas regiones del mundo lo harán a brazo partido y por todos los medios, pero el horizonte “revolucionario” se circunscribe a esas banderas limitadas y totalmente recuperables por el reformismo de “violencia revolucionaria” y “lucha armada”.

 En los hechos será lo mismo que antes, pero renovado, el mismo perro pero con un collar mucho más resplandeciente. La vieja izquierda de la socialdemocracia se había agotado, o mejor dicho se había desgastado en su función. Surgía, ahora con la bandera de la “lucha armada”, “otra izquierda” que en el fondo era “más de lo mismo”, pero que era suficientemente eficaz como para encerrar a parte muy importante de la generación proletaria que quería abolir el mundo del dinero y del imperialismo. Todos se hacen guerrilleros: leninistas radicales, trotskistas, “anarquistas”, stalinistas neo revolucionarios (maoistas u otras variantes), guevaristas, “revolucionarios de izquierda”, así como también nuevas variantes nacionales y en muchos casos nacionalistas. Toda enumeración al respecto es imposible, porque en todas partes esas estructuras asumen características específicas, pero el fenómeno es real y corresponde al mismo tiempo a la remergencia internacional del proletariado y a una adaptación de los viejos planteos socialdemócratas.

La remergencia del proletariado internacional, en las décadas de los sesenta y setenta, hará temblar al mundo burgués, las estructuras, que durante décadas lo encuadran, son puestas en cuestión. Por todas partes la lucha de clases, que tantos habían considerado enterrada para siempre, vuelve a marcar el día a día. Toda lucha proletaria por los intereses inmediatos se asume como política, todo enfrentamiento con la patronal se vive como enfrentamiento al Estado, todo ajuste de cinturones se vive como una ataque generalizado a la vida humana, en todo combate por la subsistencia se plantea la lucha y la necesidad de la revolución social. Las separaciones inmediata e histórica, económica y política..., que son básicas para mantener la dominación de clase, resultan cuestionadas por la vida misma, por el propio movimiento del proletariado que aquí y allá las hace estallar... Se crean coordinadoras, centros e internacionales revolucionarias que nuevamente plantearán la necesidad de LA REVOLUCIÓN MUNDIAL.

Pero el proletariado combativo no tiene mucha idea del contenido necesario de su revolución, el desconocimiento del programa comunista es enorme. Se afirma la necesidad de “tomar el poder” y “abolir la propiedad privada”, pero mucho menos de destruir la sociedad mercantil, suprimir las clases sociales y abolir el Estado. La fuerza del reformismo armado, vestido de revolucionario, es tal, que la misma “abolición de la propiedad privada” se reduce a la nacionalización o estatización de la propiedad; la “revolución” dejaría intacta la principal institución de esa misma propiedad privada: el salario; los trabajadores seguirían siendo trabajadores asalariados. Es hasta ese extremo que la bandera de la lucha violenta y de la lucha armada se la considera garantía suficiente de “revolución”, de demarcación con el reformismo.

Dicha bandera será el punto crucial en la ruptura en casi todos los partidos y organizaciones que se autodenominaban socialistas, anarquistas, stalinistas, trotskistas,comunistas... del mundo, pero, como no había un verdadero programa de revolución, se desemboca en unidades sin principio de todo tipo. Los viejos partidos leninistas y stalinistas parlamentarios y sindicalistas, que en todos los países han asumido compromisos y arreglos con la vieja burguesía (en realidad no hay nada de raro en ésto esos partidos siempre fueron capitalistas), son cuestionados y surgen otros, mucho más radicales, que vuelven a hablar de lucha armada y que en algunos casos pasan a la acción directa y a organizar guerrillas, algunas veces autónomas otras ligadas a tal o cual potencia. En el mundo entero, casos como el de Cuba o Vietnam pasan a ser emblemáticos. Serán modelo de lucha y de organización social (sin que se cuestione mucho lo que sucede en esos países), no solo para exleninistas o viejos socialdemócratas radicalizados, sino también para organizaciones y militantes que se dicen revolucionarios a secas, de la izquierda revolucionaria, o libertarios.

 

No es fácil explicar y sintetizar ese proceso. Se trata de un proceso contradictorio (antagonismo entre las clases) y complejo. No sería correcto describir el mismo como si tal fracción de la burguesía tuviese todo previsto y una casilla para meter a los proletarios más radicales. Es el proletariado mismo que va rompiendo con el encuadramiento anterior y que, en la lucha por sus intereses, se plantea nuevamente la revolución, la revolución social mundial. Actúa, formula, rompe con las viejas casillas, busca crear alternativas, generar organización, fuerza, centralización, potencia para enfrentar a su enemigo. Pero mientras que éste posee Estados (es decir la potencia conjugada de ejércitos, fuerzas de choque, publicistas, especialistas en contrainsurgencia, teóricos de la dominación, falsificadores profesionales, infiltrados y provocadores, sociólogos y científicos...), los proletarios no tienen más que lo que están creando en ese momento: asociaciones, grupos armados, círculos de discusión y acción, asambleas, fracciones revolucionarias.... La burguesía tiene siglos de luchas contra las revueltas, sintetizadas en cuerpos permanentes, aparatos represivos, especialistas, técnicos, profesionales..., el proletariado tiene lo que va surgiendo.... Las lecciones históricas de la burguesía son reproducidas en aparatos de inteligencia, en universidades, en ejércitos y en centros de contrainsurgencia13; ...el proletariado sale a la calle como puede y pelea cómo puede, yendo para adelante. La consigna “lucha armada” corresponde desde el proletariado a esa IMPROVISACIÓN... a esa búsqueda, a esa tentativa. Corresponde a una clase que se reconstituía de la nada, que reaparecía luego de décadas de haber desaparecido de la escena histórica mundial, una clase que no había podido siquiera guardar su memoria en alguna parte (estructuras, organizaciones, cuadros revolucionarios, partidos, internacionales...) para poder usarla cuando la necesitaba y que estaba obligada a esa improvisación.  Pero no podemos ignorar que la burguesía sabía muy bien que eso se plantearía así, no se puede ser tan contrario a la “teoría del complot” como para imaginarse que la burguesía no tenía especialistas en contrainsurrección. No se puede pretender que el Estado no conocía ese abc de la guerra de clases expuesto desde Clausewitz, en donde es claro que la posición más fuerte es la defensiva, que para ganar la guerra había que llevarla a su terreno. No podemos ignorar que los especialistas de cualquier Estado sabían que el terreno de la burguesía no era el de clase contra clase, sino el de la negación de la clase enemiga a través de todo tipo de mecanismos y la transformación de aquella en un enfrentamiento de grupos frente al Estado; que el terreno del Estado es el de los aparatos, de los individuos de las organizaciones; que la esencia del Estado es imponer por el terrorismo el monopolio de la violencia frente a cualquier grupo o minoría que lo cuestiona. Y desde el punto de vista de la contradicción mundial de clases, nos parece evidente que los aparatos centrales de la burguesía sabían muy bien lo que hacían para trasformar esa emergencia del proletariado contra la burguesía en guerra interburguesa, esa lucha social revolucionaria en guerra imperialista.

La coexistencia de la unidad “viva la lucha armada”  pasa a ser la norma, se hace la apología de la acción unificando ideologías diversas. ¡Hasta se proclama que la revolución debe ser llevada a cabo por estructuras adonde haya cristianos, stalinistas, libertarios o/y demócratas! Pero hay que ser claros, no se trataba aquí de una unidad de acción en las amplias asociaciones de proletarios, en donde las organizaciones revolucionarias guardan su autonomía y su crítica de la democracia, del cristianismo, del stalinismo...; sino que en nombre de la organización armada y los éxitos de aparato, la unificación se basa en la negación de la teoría, en la negación de la crítica, en la negación de la ruptura clasista. No se trata de un avance revolucionario hacia la afirmación del proletariado como fuerza autónoma, sino de la predominancia del empirismo y el inmediatismo más general, de la negación del debate, de la teoría, del programa revolucionario. No se trata de la afirmación revolucionaria del proletariado criticando con las armas a todo el mundo burgués, sino por el contrario de impedir la ruptura radical con el capitalismo en nombre de la unidad. No se trata de la revolución comunista destruyendo hasta los cimientos de la sociedad burguesa, sino del principio frentepopulista de la unidad sin principios, de la unificación de “todos los que luchan” que implicaba invariantemetne el frente dominado por la burguesía, de la política de masas del leninismo y el stalinismo. ¡Hasta se pretendía que el cristianismo podía ser revolucionario, como si en nombre de la unidad en la violencia inmediata se pudiese borrar toda la historia de la humanidad!14 Por eso, si bien en el enfrentamiento el proletariado podía marcar el ritmo y radicalizar la acción, en el programa y la perspectiva, incluso de esas estructuras que luchaban por “la revolución violenta”, era el populismo y por lo tanto la burguesía que controlaba. Tal vez nunca se habló más de revolución que en esos años en el mundo. Tampoco podemos dudar que millones de proletarios luchaban por ella. Pero aunque se hayan hecho temblar gobiernos, fracciones burguesas y hasta el (o los) centro(s) imperial(es), la verdadera revolución podía ser facilmente liquidada por las razones de base: ni tenía proyecto explícito, ni el sujeto que la portaba se había constituido como fuerza opuesta a todos los partidos burgueses. Al contrario, se confundía el contenido social de la revolución con un conjunto de reformas más o menos radicales y el proletariado se encontraba diluido en frentes populares dirigidos por la izquierda o derecha de la burguesía según los casos y los bloques imperialistas en que los movimientos se desarrollaban.

Claro que en algunos países o regiones la lucha proletaria fue más radical, que también hubo organizaciones o asociaciones regionales de proletarios que, defendieron el clasismo, que afirmaron la necesidad de la revolución proletaria y que escapan a esta explicación sintética y parcialmente esquemática (en la medida que generalizamos elementos muy heterogéneos), pero no tuvieron la fuerza de imponer su dirección y de una forma o de otra fueron barridas por el terror del Estado, basado en la polarización central, lograda por la burguesía, de la guerra aparato contra aparato.

La lucha revolucionaria, en las décadas de los sesenta y setenta, era evidentemente una realidad internacional e internacionalista, que el terrorismo de Estado planetario enfrentó masacrando a diestra y siniestra; pero, a pesar de algunas minorías que no lograron centralizarse internacionalmente, el contenido de lo que se llamaba “revolución” seguía, para la gran mayoría de los proletarios en lucha, tan desfigurado como en la Rusia de Stalin o en Vietnam de Ho Chi Min y la famosa reivindicación de la “lucha armada” y de la correspondiente máxima “la acción une, la discusión separa” permitía esa confusión suprema que limitó totalmente la fuerza de la revolución en toda esa ola de lucha de clases. Dicha bandera servía incluso de tapa rabo para todas las masacres estalinistas: la denuncia del carácter capitalista de Rusia y sus campos de concentración estaban totalmente proscriptos en esas unidades sin principios que “la lucha armada revolucionaria” certificaba. Menos aún se denunciaba el capitalismo Vietnamita o Cubano y la funesta historia del contrarrevolucionario partido stalinista de Ho Chi Min se escondía detrás de las supuestas hazañas militares contra los yanquis. Si el ocultamiento de la barbarie stalinista en los países del Este era imposible frente a las minorías revolucionarias más consecuentes (aunque si, marchaba frente a las grandes masas), en casi todo el mundo se asimilaba la lucha contra los yanquis al Frente popular vietnamita, cuando en realidad éste también era un partido burgués como cualquier otro partido stalinista, que sólo buscaba encuadrar con (éxito creciente gracias al) apoyo militar y logístico exterior (proimperialista ruso), la secular resistencia proletaria contra la burguesía. Cuando dicho Frente tomó el poder ni disimuló que su proyecto era integralmente capitalista e impuso con más rapidéz que nunca la modernización capitalista sobre las espaldas del proletariado.

Esos fueron los mecanismos que lograron desfigurar la enorme consciencia internacionalista del enfrentamiento contra el capital y el imperialismo que había surgido en las décadas anteriores. Si bien, por ejemplo, los proletarios de Europa y América se sentían solidarios con los de esos mismos países, la situación era ya más confusa con la solidaridad con los proletarios explotados en los países stalinistas, y todavía peor con la lucha de los grupos autónomos del proletariado en Vietnam, Laos, Camboya... para no hablar ya de los militantes revolucionarios presos en China o Cuba.

 

Ese modelo de “lucha armada” que llevó adelante al proletariado revolucionario de los sesenta y setenta en diferentes partes de América, Asia, Europa, África... fue al mismo tiempo el que lo contuvo y lo liquidó como clase autónoma, al llevarlo al callejón sin salida, de la unidad sin principios, de la “lucha armada” y los proyectos reformistas y burgueses de la “patria socialista”, la liberación nacional, etc. La renovada izquierda radicalizada nunca llegó a cuestionar de raíz la mentira de los “países y patrias socialistas”. La fuerza proletaria es así instrumentalizada por un proyecto centrista, lo que permitió su desorientación y su represión violenta. Sobre la base de esa liquidación y en ausencia de perspectiva proletaria, viejos cuadros guerrilleros derrotados, que nunca tuvieron otro programa que la “lucha armada”, “traicionan” a sus propios compañeros y colaboran con quienes antes eran considerados enemigos: en las cárceles, en el exilio, en las comisiones económicas... La colaboración total con el modelo capitalista imperialista, incluso bajo modelo yanqui, que caracteriza hoy a diferentes niveles los gobiernos de izquierda en latinoamérica, se pudo gestar por esa falta total de principios y de programa. La represión terminó mostrándoles a los exguerrilleros que los propios milicos también hacían “lucha armada” y que algunos, según declararon, eran también “antimperialistas y querían también lo mejor para su país”. La victoria de las fuerzas armadas, la convivencia con los torturadores convenció a muchos guerrilleros de que podían trabajar “para el bien de la nación” con esos mismos torturadores porque descubrieron que no tenían una propuesta tan diferente como creían antes. La comunidad total de intereses entre aquellos ex guerrilleros y los más reaccionarios burgueses imperiales, incluyendo a los jefes del terrorismo de Estado, se irá fortaleciendo en la misma medida en que aquellos jefes guerrilleros derrotados y sin ningún otro programa que el viejo reformismo y populismo, pudieron servir para el necesario lavado de jeta del Estado, tanto por su prestigio por haber luchado (muchas veces creado por los aparatos de fabricación de la opinión pública) o por la represión que sufrieron. Por eso, cuando todo el modelo de dominación continental, así como el capital imperial, concibió la necesidad de una lavada de jeta de las diferentes republiquetas latinoamericanas, se consolidaron diferentes coaliciones de izquierda incorporando a aquellos ex-guerrilleros como pieza clave, algunos de asesores, otros de cuadros medios y en algunos casos hasta en los puestos claves de ministerios (¡y hasta de presidentes!: ¡el caso del Tupamaro Mujica en Uruguay es paradigmático!), en la imposición de una nueva fase de ajuste de cinturones y desarrollo del capital. 

Para terminar de caracterizar este proceso y su resultado, es importante insistir en la unidad sin principios que se escondió detrás de la “lucha armada”. En muchas países, ni siquiera se cuestionó nada del viejo y putrefacto programa socialdemócrata (o/y leninista, trotskista, stalinista...), reduciéndose todo a la cuestión de la violencia y la “lucha armada” como si fuese esto lo demarcatorio. El ejemplo supremo de esa puesta de la lucha armada al servicio del viejo reformismo es la cantidad enorme de organizaciones y grupos cuyo programa de realizaciones “socialistas” se reducía a lo mismo que siempre proyectó e hizo la derecha socialdemócrata: estatizaciones y  nacionalizaciones, reformas (agraria, de bancos, de pensiones o jubilaciones), sistemas de movilización social, democracias de base, etc. ¡Cómo si en base a reformas y nacionalizaciones se pudiese hacer una revolución social! Es decir que por más acción y lucha armada, se repetía el viejo programa burgués para los proletarios que los revolucionarios habían criticado siempre.

El guevarismo

No se puede hablar de la lucha armada en América Latina y el mundo sin hacer una incursión en la figura emblemática de la misma: Ernesto Guevara.

Si bien el Che esboza ciertas rupturas con el capitalismo ruso y con el modelo leninista de socialismo, no hace una crítica radical de ese falso socialismo. Incluso en los discursos más incendiarios, que siempre se toman como ejemplo de ruptura, contra la dirección de la sociedad rusa, acusa a ésta de querer “volver al capitalismo”; ¡cómo si en Rusia se hubiese salido alguna vez del capitalismo! Es verdad que, a pesar de las flores que le tira, considera a Lenin “el gran culpable”, por haber defendido elementos que luego serán decisivos en el proceso capitalista en Rusia. En efecto, considera que la introducción de la NEP (Nueva Política Económica) ha “calado tan hondo en la vida de la URSS”, que los resultados son desalentadores y que la “superestructura capitalista fue influenciando en forma cada vez más marcada las relaciones de producción”... por lo que... “se está regresando al capitalismo”. Guevara expone claramente que el socialismo supone liquidar la ley del valor y en alguna manera prevé que se “regresará al capitalismo” (en este sentido la previsión de Amadeo Bordiga de que se “reconocerá el capitalismo” es mucho más clara15), pero a pesar de ello no cuestiona a fondo el mito leninista y stalinista del socialismo en un sólo país y no critica el fundamento mismo del régimen de campos de concentración y trabajos forzados que caracterizó el capitalismo ruso desde Lenin hasta nuestros días.

La siguiente citación muestra la crítica del Che al modelo ruso (y también cubano) y sus enormes limitaciones, su fuerza basada en la lectura de Marx y su claudicante conclusión de no afirmar el carácter capitalista de Rusia: “Puesto que una empresa que funciona sobre la base de la demanda del público y mide su ganancia y su criterio de gestión con relación a eso no es ni un secreto ni una rareza; es el proceder del capitalismo...Esto está sucediendo en algunas experiencias particulares y no pretendo de ninguna manera probar con esto que en la Unión Soviética exista capitalismo...Quiero decir simplemente que estamos en presencia de algunos fenómenos que se producen porque existe crisis de teoría, y la crisis teórica se produce por haber olvidado la existencia de Marx y porque allí se basan solamente en una parte del trabajo de Lenin” (versión taquigráfica de una famosa discusión en el Ministerio de Industria en 1964).

En Cuba, mismo a pesar de los planteos sobre el hombre nuevo y algún experimento, cómo de laboratorio, sobre la supresión del dinero, como todos los miembros del Estado, el Che identifica, en la mayoría de sus escritos y discursos, socialismo con estatizaciones. También en esto existe una contradicción no resuelta, que de alguna manera expresa la ruptura que intenta el proletariado en esa ola de luchas y los límites teóricos de esa ruptura, por lo que aquella queda limitada a los márgenes ideológicos del reformismo, del socialismo burgués. Contra la corriente en Cuba, en Rusia, contra la teoría predominante en China, el Che considera y defiende, en las polémicas fundamentales (1963/66), que el socialismo requiere destruir la célula de base de la sociedad capitalista, la mercancía y, frente a quienes (como Carlos Rafael Rodriguez fiel discípulo de Stalin, verdadero zaar económica de Cuba, ministro de Batista y luego de Fidel Castro) pretendían utilizar socialistamente la ley del valor, él sostendrá “para mi la ley del valor equivale a capitalismo”. Incluso, llega a hacer una crítica bastante sistemática de ese manual de marxismo barato y putrefacto que tuviera tanta importancia entonces: el “Manual de Economía Política de la Academia de Ciencias de la URSS”16. Pero a pesar de ello, considera que las relaciones de producción han cambiado por la estatización de las fuerzas productivas, que se está en el período de transición hacia el socialismo por esa expropiación estatal, que abre el camino hacia la planificación. En ese sentido, la transición al socialismo del Che, como el de los guerrilleros de esos años, consistía en “tomar el poder” y realizar un conjunto de reformas –como la agraria–, la estatización de la banca, el comercio exterior, etc y, en general, la estatización de los medios de producción17.

Es decir que, aunque apareciera como un crítico importante del proyecto socialista burgués clásico dominante en el mundo (Rusia, países del Este, China...), diciendo que no eran países socialistas sino contradictorios y adonde habían según él “relaciones de producción premonopolistas”, no se aferra a Marx definiendo un proyecto contrapuesto al reformismo burgués. Como integrante del Estado cubano, defendía ese proceso como revolucionario y socialista haciéndose actor privilegiado en las campañas de trabajo y esfuerzo nacional, que cualquiera fuesen las ilusiones de Guevara, constituían objetivamente un elemento adicional para el aumento de la cantidad de trabajo (extensión e intensidad)para la producción de mercancías, sin ninguna compensación material para los propios proletarios). Es decir Guevara contribuía objetivamente al aumento de la tasa de explotación (tasa de plusvalía) del capital tanto a nivel de cuba como mundial.

Se esgrime a menudo el internacionalismo del Che, frente al nacionalismo de los stalinistas y otras fuerzas socialdemócratas, y se da como ejemplo su vida yendo a pelear por todos lados por la revolución social. Sin embargo eso también es parte del mito: también los stalinistas viajaron a todas partes y en todas partes lucharon contra la revolución. Ver al respecto la ejemplar vida de Jan Valtin “La noche quedó atrás” (o “Sans patrie ni frontières” según la traducción francesa).

Es verdad que Guevara generaliza la crítica a la burguesía nacional y a la política de los P”C” (así como a los maoistas que siguen siendo etapistas y apoyadores de la “burguesía nacional”) que hacen confianza en el “nacionalismo” de la burguesía: ,“Por otra parte las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo –si alguna vez lo tuvieron– y sólo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer o revolución socialista o caricatura de revolución”18 Sin embargo no critica al nacionalismo en sí, que es siempre capitalista; ni asume la crítica misma de la liberación nacional, que permitía invariantemente la transformación de la guerra social en guerra entre los dos bloques imperialistas. Más todavía, ante la polarización interimperialista no contraponía el derrotismo revolucionario, sino lo que se suponía que era el peor de los males: el luchar sólo contra el imperialismo yanqui, lo que objetivamente contribuía a la guerra del lado del imperialismo ruso.

El límite burgués del razonamiento de Guevara, que lo lleva a servir al imperialismo, está evidentemente basado en la ideología marxista leninista (es decir stalinista) que considera el nacionalismo como algo positivo en sí, como la clave del antimperialismo y cuando se radicaliza a lo máximo que llega es a decir que la burguesía no puede ser nacionalista que sólo es nacionalista ( que para ellos es sinónimo de antimperialista), el proletariado. Ello olvida no sólo que el proletariado no tienen patria, que no es nacional sino internacionalista, que el verdadero internacionalismo sólo puede ser antinacional, sino que nacionalismo e imperialismo no son opuestos sino complementarios, que todo nacionalismo es imperialismo. Por eso a pesar de las denuncias de la política exterior de la URSS, el Che no concibe el imperialismo de la URSS, no comprende que toda lucha sólo contra los imperialismos occidentales, sin serlo al mismo tiempo contra el de la URSS, contribuía a alinear a los proletarios en la guerra imperialista del lado ruso.

Emulación del trabajo en Cuba.

 

Tal vez, lo que más muestre su falta de ruptura práctica con el socialismo nacionalista burgués e incluso con el stalinismo internacional es que hasta en su último proyecto guerrillero hizo  confianza (tratándolos como aliados inseguros) a lo que en realidad son los mayores enemigos del proletariado: el P “C” internacional y el boliviano en particular. Primero esperó que colaboraran con él  y, ante la evidencia de que no iba a ser así, de que no le darían apoyo logístico confiándole a él la dirección total, política y militar, estuvo dispuesto a jugar como el brazo militar de los stalinistas en Bolivia. La leyenda histórica es la traición de Monje (jefe del P“C” es decir del partido stalinista boliviano) a un proyecto revolucionario, la triste realidad es que la falta de proyecto revolucionario del Che lo lleva a someterse y hasta estar dispuesto a jugar su vida y la de sus compañeros funcionando como brazo armado del stalinismo. Cuando Monje exige la dirección político militar de la guerrilla, Guevara discute violentamente diciendo que él no estaba dispuesto a dejar la dirección militar. En los hechos, el Che estaba resignado a darle la dirección política a ese siniestro personaje que fue Monje, sabiendo que detrás de él estaba todo el stalinismo mundial. Más allá de lo suicidario de dicha estrategia, la misma muestra que su ruptura con el stalinismo y los P“C”  no era fundamental y programática, sino justamente por lo de la “lucha armada”: ¡su ruptura con Monje se limita a que él es consecuente con “la lucha armada” y Monje evidentemente no! La tragedia del Che es justamente esa pseudo radicalidad, que se traduce en la práctica en un apoyo crítico al reformismo. En vez de contraponer, al socialismo de la burguesía, un verdadero proyecto de socialismo, reducía la diferencia entre reformismo y revolución a una mera cuestión de violencia o de lucha armada. El hecho de que estuviera dispuesto a esa alianza con el stalinismo, que luego “lo traiciona” está mostrando que la diferencia de Guevara con el capital imperialista ruso no era considerada, ni por él mismo, como estratégica, sino como meramente táctica: para él, el stalinismo seguían siendo en “algo” socialista.

Luego de la muerte del Che, el guevarismo se desarrolló agravando todas las no rupturas del Che.  En vez de afirmar el viejo programa revolucionario de los comunistas, poniendo en el centro la dictadura revolucionaria del proletariado para abolir el trabajo asalariado, se limitó a ser con respecto a la vieja socialdemocracia, e incluido el viejo stalinismo, su  versión “armada” y hasta en muchos casos su brazo armado. Aquello que en el Che había sido su acto de heroico suicidio (político primero y luego físico) se transformó en método, tanto más cuanto más el Che pasó a ser un símbolo cuasi religioso y utilizado en camisas y chompas, cada vez más a la moda.

Nada más normal, entonces, que los diferentes grupos y organizaciones políticas que en los sesenta y setenta se identificaron con el guevarismo no hayan sido capaces de elaborar un programa diferente al del reformismo, al de la socialdemocracia y el leninismo. Nada más trágico que toda esa generación de proletarios, que fueron encuadrados por el “guevarismo y la lucha armada” y que a pesar de su valentía y devoción por la revolución, de su verdadera lucha contra el capital y el Estado, resultaran a la larga liquidados y transformados en masa de maniobra de la izquierda burguesa. El ciclo de esa forma de reformismo, basado en la “lucha armada y el guevarismo”, fue completado por el hecho de que toda aquella fuerza y energía de las décadas revolucionarias haya sido neutralizada, precisamente en base al límite que esa ideología implicó. Ella facilitó primero la transformación en una lucha entre aparatos así como el terrorismo generalizado del Estado, luego la cooptación de muchos de los guerrilleros y dirigentes al servicio de ese mismo Estado capitalista. La contrarrevolución triunfante puede juzgar a tal o cual torturador, dejando así intacto el aparato terrorista de Estado, y festejar alborozada la cooptación estatal y democrática de exguerrilleros afirmando el carácter popular del Estado (hasta para asumir las más sucias acciones imperialistas: ¡como la invasión de Haití para reprimir las revueltas proletarias en dicho país)  y el consecutivo aislamiento de los verdaderos revolucionarios.   

Guerrillerismo y aparatismo

Lo que predominó y se difundió del Che no fueron, entonces, aquellas incipientes e inacabadas rupturas con el socialismo burgués y con el modelo stalinista, sino “la lucha armada”, la concepción del poder, la teoría de la guerra de guerrillas, del foco. “El deber de todo revolucionario es hacer la revolución” era la consigna del Che y, frente al socialdemocratismo de los partidos “socialistas” y “comunistas”, aparecía como una fuente de radicalidad y de verdad. Todo proletario radical quería ser “guerrillero heroico”, siguiendo el ejemplo del Che. Miles y miles de proletarios vieron al fin un camino y se incorporaron al foco guerrillero, a las guerrillas rurales y luego urbanas.

Pero ¿qué quería decir “hacer la revolución”? ¿Es que acaso se decía claramente que el proletariado insurrecto debía destruir la producción mercantil que es la base de la negación de las necesidades humanas?¿Es que acaso se afirmaba que había que destruir la dictadura del mercado y de la tasa de ganancia y que, para ello, había que imponer la dictadura de las necesidades humanas hasta abolir todo el sistema de trabajo asalariado? ¿es que se asumía la constitución del proletariado en clase y por lo tanto en partido para la disolución violenta de toda la sociedad burguesa? ¿Es que se preparaba la insurrección proletaria para destruir la propiedad privada de los medios de producción?

Para nada. En vez de afirmarse otro proyecto social, la teoría del foco brindaba la concepción según la cual la revolución dependía no de la organización de la clase, sino del foco, de un grupo armado, de un conjunto de individuos revolucionarios que reclutarían y dirigirían a las masas. En vez de contraponerse prácticas sociales de clase, se contraponían prácticas individuales: la revolución no era un problema de toda la sociedad, sino de “hacer la revolución”, cómo si esa práctica pudiese ser una opción de cada uno.

Y efectivamente se vivió así, como una opción individual, de “agarrar las armas”, de valentía. Estaban todos aquellos agentes de la conciliación de clases (siempre al servicio de la contrarrevolución) y por el otro lado estaban los valientes, los que “hacían la revolución”, los que empuñaban las armas19.

Hasta el “hacer la revolución” fue socialmente vivido como un acto individual y de aparato, como una opción existencial y organizativa, en vez de afirmarse como potencia social de clase. Frente a la putrefacción de todo el espectro político, lo mejor del proletariado asumió como suya esa opción de manera honesta, valiente, comprometida...y, en la misma, jugó el todo por el todo.  Pero los proletarios no se organizaba como fuerza autónoma opuesta al orden burgués establecido, sino que por el contrario se constituyeron organizaciones basadas en aquel único principio (¡qué en realidad implicaba la ausencia de todo principio!) la lucha armada, el “hacer la revolución”. En vez de constituirse en clase y en partido opuesto a todo el orden burgués, el proletariado aparecía diseminado y estructurado en función de los grupos armados y como base de apoyo de esos grupos armados. En vez de la potencia de clase contra clase, organizaciones que hacían cosas  espectaculares buscando tener cada vez más hinchas en “el pueblo”, cómo si se tratase de aplaudir al Estado o a los guerrilleros. En vez de denunciarse el carácter contrarrevolucionario de todos los partidos reformistas y reafirmar el proyecto histórico revolucionario, se constituyeron unidades sin principios que luchaban por “hacer la revolución” que beneficiaría “a todos”. La ausencia de crítica revolucionaria de todas las variantes de la socialdemocracia fue imponiéndose conjuntamente con el populismo, por lo que predominaba una visión ideológica reformista armada. Es decir se levantaban exactamente las mismas banderas “socialistas” que la socialdemocracia, afirmándose que había que imponerlas “revolucionariamente”.

Proletarios afirmando el horizonte que le es propio; armamento general para la insurrección, destrucción del capitalismo, revolución social. (Alemania, Berlin, 1918.)

 

Aunque vagamente se denunciaba la “burocracia” en Cuba y los países llamados socialistas, se le llamaba “revolución” a la imposición armada de las reformas que habían estado en la base del desarrollo capitalista en esos países. Se sustituía así el objetivo cualitativo y revolucionario de destruir el capitalismo y la mercancía por la apología de los éxitos cuantitativos y reformistas y mensurables en (la supuesta) reducción del número de pobres y de analfabetos. Nunca el calificativo de “reformismo armado” correspondió más a la realidad de un movimiento masivo de proletarios cada vez más encerrados en ese callejón sin salida, en esa trampa infernal tendida por su enemigo histórico.

La práctica de clase del proletariado en lucha contra el capital y el Estado no se organizó como tal, o dicho de otra manera, la impresionante lucha del proletariado de esos años no se afirmó como proyecto autónomo insurreccional, destructor del capitalismo y constructor de un mundo sin dinero. Evidentemente que hubo importantísimas luchas proletarias, enfrentamientos sociales, huelgas generales, acciones violentas y armadas y hasta incipientes movimientos insurreccionales..., pero esa generación de proletarios no logró afirmar el horizonte que le es propio: insurrección general, destrucción del capitalismo, revolución social.

En vez de afirmarse un proyecto insurreccional de clase que imponga la revolución social, se afirmaba un proyecto de lucha aparato contra aparato, cuyo horizonte era sustituir el ejército oficial por un ejército popular, o lo que es lo mismo, la toma del poder para hacer otro tipo de reformas opuestas a las del gobierno. En vez del armamento insurreccional de la clase, se obligaba a los proletarios a pasar las armas “a la organización”, a “los revolucionarios” que harían la revolución por y para ellos.

Las mismas organizaciones no se consideraban como parte de la clase en lucha, como dirección revolucionaria a todos los niveles, armando a la clase y desarrollando la fuerza de sus organizaciones. Bien por el contrario, el proletariado era concebido, por esas organizaciones imbuidas de la ideología Kautskoleninista, sólo como masa, como pueblo, como fuente de reclutamiento y de apoyo20. En vez de fortificarse el proletariado como potencia social, se extraían los mejores cuadros políticos para incorporarlos al aparato,21 lo que evidentemente debilitaba  al proletariado como clase autónoma y fortificaba todas las tendencias a transformarlo en un espectador. El espectáculo funcionaba a pleno rendimiento, transformando a todos en hinchas o admiradores de la valentía y la capacidad de tal o cual aparato. Esto es coherente con una contraposición interburguesa (de élites, de aparatos, de grandes dirigentes...), dado que tiende a disolver las clases en individuos atomizados que, desde su sillón, aplauden a los protagonistas como en cualquier partido de fútbol o serie de TV. El nivel supremo de esta alienación es el individuo, usado como base de maniobra y de apoyo (¡hasta servir como carne de cañón!) de las guerras imperialistas entre los bloques opuestos. 

El reformismo armado canalizaba, así, las fuerzas proletarias hacia el aparato y el aparatismo cómo no se concebía la destrucción social del capital, no se vislumbraba otra cosa que la constitución de un aparato armado que pudiera enfrentar el aparato armado del gobierno), imponiendo como horizonte la guerra de guerrillas para la constitución de un ejército opuesto al ejército existente, lo que, evidentemente, es totalmente coherente con un proyecto de liberación nacional y en general con el  reformismo, pero contrapuesto con la afirmación del proletariado como clase. En vez del desarrollo de la fuerza del proletariado contra el capitalismo, se desarrollaba un aparato militar popular contra el “gobierno y el imperialismo”, en vez de la propaganda insurreccional y por el derrotismo revolucionario en el ejército, el horizonte se fue limitando a la constitución de un ejército popular como en  China, y hasta como en España republicana. En términos internacionales este proyecto encajaba a la perfección con la división imperialista del mundo, con el papel que jugaban las  potencias capitalistas como URSS, China... lo que permitió transformar internacionalmente las luchas revolucionarias en luchas por la liberación nacional (en realidad por el cambio de bloque imperialista), la guerra social internacional en guerra interimperialista.

Mientras en algunos países (principalmente de Asia y África) ese resultado llevaba al triunfo de los frentes populares dirigidos por la izquierda burguesa (leninistas de diferentes corrientes), en los que los clásicos imperios occidentales perdían el control en beneficio principalmente de Rusia y sus apoyadores críticos, sin que esos cambios se tradujeran en otra cosa que simples reformas sin consecuencias, en otros, las fuerzas represivas, dirigidas por USA y las potencias de Europa occidental, impusieron el terror generalizado, destruyendo todas las organizaciones guerrilleras. El común denominador fue la liquidación de la lucha proletaria en todas partes en beneficio de la guerra de guerrillas, de la lucha aparato contra aparato, de la guerra popular y la guerra imperialista.  En muchas regiones se impuso así el terror de Estado contra el proletariado en general y en particular contra las minorías revolucionarias. Socialmente el capitalismo se reafirmó en todas partes; sobre millones de cadáveres proletarios se impuso otra ola de desarrollo económico.

Clase o aparato

Lo más difícil es evidentemente hacer explícita las diferencias entre una lucha que conduce a la insurrección proletaria y la que conduce a una deformación de la misma , y que por ello conlleva a la lucha aparato contra aparato y a la guerra imperialista. La circulación del borrador de este texto nos permitió constatar esta dificultad y ha hecho necesario este capitulito, para aclarar algunos elementos.

Primero que nada SI, es muy difícil y no es una cuestión teórica, sino eminentemente práctica. Y lo es justamente porque esa confusión y deformación es la clave de la estrategia de los enemigos, porque todos los aparatos del Estado, desde el ejército a los periodistas, desde las escuelas y universidades a los especialistas en contrainsurgencia, trabajan para negar al proletariado como clase, para negar la posibilidad de insurrección proletaria generalizada, de revolución social. Porque lo único que el enemigo tiene interés en mostrar es el horizonte medio del posibilismo burgués: lucha entre aparatos, entre pueblos, entre fracciones, entre potencias imperialistas.

Porque ante cualquier acción minoritaria del proletariado, todos los aparatos de fabricación de la opinión y de represión (íntimamente ligados) condenan a tal o cual individuo, organización, grupo terrorista, etc... empujándolo, por eso mismo, a expresarse como grupo y no como expresión de la clase en lucha. Acciones de aparatos publicitarios, provocadores parapoliciales, agentes internacionales, infiltrados y servicios internacionales de contrainsurgencia tienden todos a transformar toda expresión de la clase en un acto individual o de aparato. Todas las fuerzas del Estado tienden a desviar el accionar del proletariado encerrándolo en acciones sin salida, en acciones que provocan un despegue entre quienes la hacen y la lucha proletaria.

La acción, que provoca el despegue, puede ser un error de valoración de las minorías revolucionarias que no saben hasta que punto una acción, clara para ellos, puede no serlo en absoluto para el proletariado y, en base a ello, el enemigo puede fácilmente calumniarlos, aislarlos, reprimirlos..., sin que la clase reacciona como cuando reprimen a los suyos. Ello sucede a menudo por un error de evaluación y conocimiento, en cuanto a que el proletariado sienta y viva esa acción como su acción, pero también por las ideologías apologéticas de la acción individual, de la acción ejemplativa; así como por la desconsideración ideológica del proletariado mismo que profesan muchos “revolucionarios” incluso muchos de los que se dicen insurreccionalistas y desconocen que lo más importante en una insurrección es la organización en fuerza de la clase, la centralización que permita concentrar la fuerza y dirigir la coincidencia en el tiempo del pasaje a la ofensiva.

Pero puede también ser una actividad voluntaria de la contrarrevolución. Sabiendo el costo que ese tipo de despegue significa contra la revolución social, los aparatos estatales introducen provocadores, en medios proletarios, que empujan a acciones que aíslan a esas mismas organizaciones del proletariado en lucha. O también realizan acciones que buscan ese mismo efecto, firmándolas o atribuyendo (a través de sus medios de des-información) a grupos revolucionarios, comunistas, anarquistas... Hasta crean aparatos y organizaciones para tales fines.

Todos estos son casos acaecidos históricamente en las últimas décadas. Errores o maniobras de guerra del Estado, en todos los casos el resultado es que el terror del Estado puede aislar al grupo de de militantes revolucionarlos, golpearlo, vencerlo, destruirlo... Gracias a una transformación, al menos parcial, de la lucha de clases en lucha de aparatos, el Estado logra, una cierta indiferencia o una actitud de espectador de los proletarios, que le permite concentrar el terror contra las minorías. Solo así puede imponerse y lograr sus objetivos.

Para negar al proletariado como clase y para reducir el movimiento a tal o cual grupo, a tal o tal líder y como forma de encerrar la oposición en una cuestión de aparatos, el Estado busca siempre determinar los “jefes del movimiento”, declararlos enemigos públicos número 1 y hasta hacerlos personajes televisivos. En muchos casos hay militantes que efectivamente dirigen o que están objetivamente a la vanguardia del movimiento y resultan conocidos por el proletariado, en otros la afirmación de la clase, como fuerza, es relativamente anónima. Pero el Estado, los medios de difusión inventan siempre algunos personajes y los presentan como los líderes, en función de objetivos evidentemente opuestos a los del proletariado. Lo hacen en función de las leyes del espectáculo (se requieren lideres que correspondan a la imagen que el espectador necesita para creer), tratando de ocultar los verdaderos objetivos y dirigentes proletarios y presentando a personajes que mejor coinciden con lo digerible y vendible para la opinión pública. Fue así, por ejemplo, que se creó el mito de Cohn Bendit como líder del mayo del 68 en Francia, o de Negri como supuesto dirigente radical del movimiento autónomo en Italia.  Dichos personajes mediocres, oportunistas y fácilmente comprables por el espectáculo, sirven de maravilla para declarar cualquier imbecilidad en nombre del movimiento, lo que sirve evidentemente para descalificar el movimiento mismo. Abundan los ejemplos, en ese sentido, en todas las épocas, en todas partes, llegándose algunos a ser ejemplos internacionales, como Yaser Arafat o Bin Laden, que es muy difícil de determinar hasta qué punto son sólo mantenidos como mitos por las necesidades de quienes dicen ser sus enemigos.

Aclarado esto, volvamos entonces a la diferencia entre guerra de clases con perspectiva insurreccional y guerra de aparato contra aparato. El pacifismo de izquierda, los pseudos revolucionarios, es decir quienes proclaman la revolución para el “gran día” y en lo cotidiano siempre condenan la violencia por ser minoritaria o de un pequeño grupo, se contenta en darnos como sabia explicación que lo único que conduce a la revolución es “la violencia de la clase en su conjunto”, pero sistemáticamente se oponen a la violencia de pequeños grupos precisamente por no contar con la aprobación de la violencia general. Este tipo de razonamiento en circulo vicioso es en el fondo un taparrabo para no admitirse como  abiertamente partidarios del pacifismo y para esconder hasta que punto son cómplices del terror de Estado22. Toda condena de la acción proletaria por ser minoritaria sólo puede servir a la contrarrevolución. Siempre la acción directa proletaria es minoritaria, hasta la insurrección misma es minoritaria aunque cuente con una enorme simpatía mayoritaria. Ese discurso, típicamente socialdemócrata, que proclama sabiamente que sólo se admite “la violencia de una clase en su conjunto o consciente” es siempre contrarrevolucionario: si se espera que la clase sea consciente en su conjunto antes de actuar, nunca se actuaría. Se trata de una verdadera propaganda de Estado para aislar y reprimir a las minorías revolucionarias acusándolas de “terroristas”.

 

No tenemos la posibilidad de impedir que los milicos hagan su trabajo, ni que los antiterroristas los ayuden, ni que infiltren en el movimiento todo tipo de provocadores, ni que los medios de fabricación de la opinión caricaturicen el movimiento, ni impedir el accionar de los pacifistas y de los que sólo reconocen “la violencia de la clase en su conjunto” o de quienes condenan todo lo minoritario en nombre de la consciencia general de la clase. Todas esas son acciones del enemigo para impedir el desarrollo de la fuerza proletaria contra el capital, todas esas son fuerzas burguesas que se contraponen al necesario desarrollo insurreccional del proletariado.

Lo que si podemos es combatir las ideologías, en el proletariado, que conducen irremediablemente a transformar la guerra de clases en guerra popular, la fuerza del proletariado en fuerza de tal o cual organización que supuestamente debería garantizar la revolución. Lo que sí debemos es defender, en el proletariado, la perspectiva de la insurrección contra el individualismo, el grupismo, … Es en ese sentido que debemos combatir las ideologías “terroristas”, es decir las que hacen la apología de la acción ejemplar, de la invulnerabilidad del individuo y del grupo frente a la clase que sería por naturaleza vulnerable, … pero también las ideologías foquistas, aparatistas, guerrilleristas que llevan la cuestión de la lucha armada a una opción individual en vez de proletaria.

La cuestión militar es evidentemente un salto de calidad cuando es asumida por el proletariado. O dicho de otra forma: es importante y decisivo que se comience a resolver, por medio de la violencia revolucionaria, la cuestión del capitalismo, porque así se abre la perspectiva hacia la insurrección; pero confundir la acción directa de un grupo, individuo o minoría activa con “la violencia revolucionaria”, la “lucha armada”, o peor aún con la insurrección23, sólo conduce a sabotear la constitución del proletariado en fuerza, en potencia insurreccional. Las ideologías individualistas, foquistas, aparatistas, por más que cacareen sobre la “lucha armada” o el “insurreccionalismo”... son por excelencia las ideologías que sabotean la constitución del proletariado en fuerza para la insurrección.

Pero lo son por igual todas las ideologías democráticas que los revolucionarios combaten en permanencia. En cada conflicto, en cada lucha, en cada movimiento, en cada región del mundo,...con la propia lucha proletaria y contra ella, renacen las ideologías que sabotean su autonomía, las ideologías populistas, las que llaman a la unidad sin principios, las que se oponen a las rupturas clasistas contra los frentes populares y democráticos. La tendencia del proletariado a la insurrección, no tiene justamente nada que ver con “la lucha armada” sin principios o un supuesto enfrentamiento contra las fuerzas represivas consideradas las principales enemigas, o “contra la dictadura” como único enemigo. También aquí la lucha contra el populismo y la democracia, contra el aparatismo y el individualismo, son parte de la lucha del proletariado por constituirse en fuerza con capacidad insurreccionalista.

También son ideologías que dividen al proletariado, las visiones obreristas que reducen el proletariado a una categoría social, aquellas que le atribuyen objetivos no proletarios a la lucha de las “comunidades indígenas” que defienden la Tierra, a las luchas de lo que llaman lumpen (¡los banlieus franceses o las favelas de todo el mundo!), a  las luchas del proletariado rural calificándolo de “campesino”, a las luchas de los piqueteros, a las de los desocupados, a las de los escolares, a las de los profesores, a las de los estibadores, a las de los maestros, a las de los resistentes contra el progreso, a las de los presos, a las de los condenados psiquiatricamente, a las de los que atacan las compañías petroleras o mineras en fin a las de los proletarios que resisten la ocupación en Gaza, Haití, Iraq, Afganistán... La dislocación del proletariado como clase es la base de la reproducción de la dominación capitalista, la bandera de la “lucha armada” no contribuye en absoluto a combatirla. Lo que combate por el contrario las ideologías dominantes es la lucha por la autonomía y unificación de todo el proletariado, del proletariado como fuerza y como clase de destrucción del capitalismo. Mientras los discursos foquistas, aparatistas y pseudoinsurreccionalistas, que en los hechos no combaten la división del proletariado como clase, sólo llevan a un callejón sin salida, la lucha por la constitución del proletariado en clase, como fuerza autónoma para destruir el capitalismo, la constitución del proletariado en partido, en potencia centralizada es la única dirección válida hacia la insurrección y la revolución social mundial.

Algo sobre el proletariado y la cuestión militar

En términos más concretos, digamos que la cuestión militar para el proletariado es muy diferente de como se presenta la cuestión militar para la burguesía. Para el proletariado, no es nunca una cuestión puramente militar como creen los militaristas, como pretenden quienes consideran “la lucha armada” como si fuese en sí una solución.

Incluso, aunque el discurso sea muy otro, la propia burguesía sabe perfectamente y reconoce, en sus escuelas especializadas, que ese simplismo militarista lleva siempre a la derrota en el terreno militar. Los grandes teóricos militares del capitalismo explican que la guerra no es más que parte de la política, que sin ganar la población no se puede ganar ninguna guerra.

La cuestión militar para los proletarios es, con más razón todavía, una cuestión social y global, una cuestión que involucra necesariamente a toda la población y a su necesaria polarización en claes. Contrariamente a lo que busca la guerra burguesa, la cuestión militar del proletariado no busca derrotar un ejército con otro, ni un pueblo con otro, ni ganar la guerra de un país contra otro. Tampoco se trata de una simple ocupación o toma del poder de algún aparato del enemigo, ni de conquistar el Estado burgués. Se trata por el contrario de destruir el capital y todas las estructuras y aparatos de la burguesía, y para ello es indispensable destruir no sólo militar y políticamente al enemigo, sino social y económicamente. Para ello no basta con ganar una o varias batallas, ni una guerra militar, sino de destruir todo el sistema social y construir otro con bases totalmente diferentes, en el que toda la humanidad realice sus objetivos y encuentre su interés. La realización de la cuestión militar, por parte del proletariado, tiene necesariamente que conducir al fin de toda cuestión militar, al superamiento revolucionario de lo militar, a la abolición de toda dominación del hombre por el hombre.

Más aún, no se puede destruir tal o cual aparato del capital sin atacar sus fundamentos. No se pueden liquidar los aparatos ,que la burguesía ha constituido para defender su sociedad, sin destruir los fundamentos mismos de la existencia de la burguesía. No se trata de “ganarle” al ejército, de vencer a “la policía”, sino de infringirle, tal derrota al capitalismo, que toda la cadena de obediencia y adhesión ideológica se rompa, que la desbandada de los defensores del sistema sea general. Es por eso también que la acción militar del proletariado requiere inscribirse en una estrategia global insurreccional, que aunque durante el proceso revolucionario haya cientos y miles de acciones más o menos descentralizadas y también disparates, a una cierta altura del proceso se requiere plan de conjunto, centralización. Y ello requiere no sólo triunfos militares, sino un desarrollo de la organización, la consciencia, la perspectiva de clase. Se necesita no sólo que socialmente quede en evidencia que el capitalismo no puede ofrecer más nada a los proletarios, sino que la revolución social se imponga como la única alternativa posible. La destrucción de las relaciones capitalistas de producción, en ese mismo proceso de lucha abierta y armada, tiene que sentirse como una cuestión de vida o muerte para un número siempre creciente de humanos. Tiene que llegar a vivirse socialmente, como  lo que realmente es: la única posibilidad de supervivencia para la especie humana.

Claro que en todas las fases de la lucha, las acciones principales del proletariado son llevadas adelante por minorías, por grupos u organizaciones específicas de la clase, por militantes “sin partido” y actuando en diferentes asociaciones, por sectores regionales de la clase en tal o tal parte del mundo24, pero como el objetivo no es que triunfen como grupos específicos sino como clase, las acciones del proletariado tienen evidentemente que inscribirse en la lógica de conjunto de la guerra de clase contra clase, tienen por objetivo no sólo destruir tal o cual individuo o aparato sino fundamentalmente fortificar la autonomía y la fuerza proletaria. Si en toda guerra la adhesión de la población es decisiva, en la guerra del proletariado contra la burguesía se requiere aún más, se requiere que en forma creciente se confirme el accionar de cada uno como el accionar de todos, que se asuma claramente que, aunque cada acción sea particular o regional, es global por su contenido y por su perspectiva global. Ello es mucho más que una cuestión “política” de “conquistar las masas”, es la necesidad vital de la clase hecha organización y centralización, es esa necesidad humana general constituyéndose en fuerza y vivida como potencia contra el enemigo común por los proletarios del mundo.

Si la guerra de aparatos requiere capacidad de actuar unitariamente, mando unificado, centralización, la cuestión militar desde el punto de vista proletario requiere también mucho más, cualitativamente “más”: la asumación práctica del centralismo orgánico. Es decir que la clase se asuma como clase, que sienta en cada órgano de su existencia las necesidades de la revolución total, que cada acción se viva como afirmación del ser total del proletariado, que cada gran paso en cualquier parte sea efectivamente un gran paso del proletariado internacional contra el capital.

La insurrección, como salto cualitativo de concentración y centralización de la acción revolucionaria, comenzará necesariamente en alguna parte, en un país, grupo de países o en todo un continente, pero es impensable e imposible que ese proceso revolucionario pueda aislarse o cantonarse a ese nivel regional sin generalizarse, sin mundializarse, sin atacar las bases de todo el sistema social mundial del capital.

Tragedia y perspectivas

Miles de muertos, desaparecidos, torturados, presos, deportados y exilados... la destrucción humana de esa ruptura inacabada, que enarboló la bandera confusa de “lucha armada”, fue y sigue siendo terrible. La contrarrevolución siempre es sangrienta. El terrorismo de Estado pudo ser tan brutal, justamente porque la revolución no fue más lejos, porque la revolución fue derrotada, porque la revolución fue desviada, desnaturalizada25. La falta de ruptura proletaria con el reformismo, la falta de perspectiva revolucionaria de la consigna “lucha armada”, que llevó al predominio del reformismo armado como alternativa, permitió la liquidación contrarrevolucionaria del proletariado como fuerza incipiente y la afirmación de ese tenebroso terrorismo de Estado.

No puede haber reafirmación revolucionaria sin total y radical ruptura con el reformismo armado y, en general, con la socialdemocracia y todos sus métodos y proyectos. Fue la pseudo ruptura con el reformismo, que la consigna “lucha armada” representó prácticamente, quien nos llevó a un callejón sin salida adonde terminaron de sacarnos el pellejo.

¿Cómo fue posible que una generación de proletarios haya sido llevada a aquel callejón sin salida?

Sin lugar a dudas porque aparecía como revolucionario lo que no lo era, porque bastaba hablar de lucha armada para creerse que eso era revolucionario, porque todavía no se habían derrumbado los mitos de socialismo en un sólo país y no se conocía hasta que punto el leninismo había significado contrarrevolución y desarrollo del capitalismo en Rusia26 y en los demás países autodenominados“socialistas”. Porque ese engendro stalinista que fue el marxismoleninismo, todavía seguía siendo un modelo, porque la ideología guerrillera (nacionalista, maoista, trotskista, libertaria…), sólo criticaba superficialmente por su “burocracia” o por su “aburguesamiento” a los supuestos “países socialistas” y a los P “C”  y no por ser parte de la contrarrevolución mundial, como lo son en realidad.

En efecto, la ideología guerrillera, en vez de denunciar a las fuerzas imperialistas rusas y aliadas como burguesas y contrarrevolucionarias, sólo las consideraba “reformistas” (¡cómo si el reformismo pudiese no ser contrarrevolucionario!) o “burocráticas” (¡cómo si esas burocracias no fueran burguesas, capitalistas y enemigas de la revolución proletaria!).

Sin dudas también, porque todavía la liberación nacional, bandera burguesa impuesta en nombre de la revolución proletaria,  no había mostrado hasta que punto no solucionaba ninguno de los problemas de este sistema social burgués que es el capitalismo. Porque la mitología stalinista sobre Cuba o Vietnam, todavía estaba vigente y no había quedado al descubierto hasta que punto la liberación nacional no era más que la cobertura de la guerra entre potencias imperialistas y por ello contrarrevolucionaria27. La reivindicación en sí de la violencia y la lucha armada, como sinónimo de revolución, permitía mantener todas estas confusiones y hacer pasar el reformismo como si fuese revolucionario por el hecho de agarrar las armas.

No, no es verdad que no se conocía la barbarie capitalista en Rusia y las otras “democracias populares”; no, no es verdad que no se sabía que había campos de concentración en esos modelos de “socialismo” que defendían los marxistasleninistas criollos. ¿Porqué entonces no se los denunciaba cómo habían hecho diferentes fracciones comunistas y anarquistas en las décadas del 20 al 40? Justamente, por esa funesta ideología de la “lucha armada”, que parecía realmente separar los campos, porque la misma permitía esconder en realidad lo que contrapone al reformismo y a la revolución, porque la ideología del practicismo armado (negación de la necesidad de la teoría revolucionaria y del programa comunista) impedía una crítica revolucionaria del reformismo y sobretodo impedía la denuncia del carácter burgués de los P “C” del mundo, de todos sus apoyadores críticos. El aparatismo imponía así su ideología de “la acción nos une la discusión  nos separa”, lo que le venía fenómeno a la propia contrarrevolución stalinista (o leninista, o castrista, o populista...) que podía seguir escondiendo, frente a las masas, su siniestro papel contrarrevolucionario28.

Por eso cuando la represión se generalizó en el Cono Sur, y el Estado sistematizó, la prisión, la tortura, la desaparición de personas..., el proletariado asimiló el terrorismo de Estado a una práctica de derecha, ignorando que la izquierda siempre lo había utilizado en Rusia, en España, en China, en Europa del Este. El terrorismo de Estado, aunque era simultáneo en diversas partes del mundo, no unificaba al proletariado, como era lógico que lo hiciera, porque la ideología dominante explicaba que las causas del mismo eran diferentes: mientras en América Latina era identificado como producto de la derecha, en otras partes era considerado como propio del “comunismo”.

La burguesía mundial lograba así separar las luchas internacionales del proletariado. La ola de luchas de la década del 60, que en su generalización mundial (Asia, América Latina, Europa del Oeste y del Este, África,....), había puesto al proletariado como fuerza central en la escena internacional, fue desarticulada, desviada y en última instancia totalmente liquidada.

No faltó lucha proletaria, ni autonomía primaria del proletariado enfrentando a la burguesía. Pero sí faltó constitución del proletariado en clase, en partido opuesto a todo el orden establecido y a nivel mundial. Sí faltó organización de minorías revolucionarias, no para constituir un grupo armado más que pudiera oponerse a las fuerzas armadas de la burguesía, sino para afirmar la violencia del proletariado contra las bases mismas del capitalismo. Si faltó teoría revolucionaria, dirección revolucionaria del proletariado.

No hay ninguna duda de que habrá nuevas luchas proletarias, lo que por el contrario no es seguro es quien se impondrá. Eso depende de la relación de fuerzas entre las clases, o dicho de otra forma de la constitución en fuerza del proletariado. No hay dudas de que ante la catástrofe del capital se desarrollará una nueva ola de luchas proletarias, de la que existen ya periódicas expresiones. Pero su derrota o su triunfo depende precisamente de la ruptura con toda la mierda socialdemócrata, incluido ese proyecto reformista que se escondió detrás de la consigna de “lucha armada”.

Para la destrucción del capitalismo siguen faltando constitución del proletariado en clase internacional, en partido mundial, afirmación de dirección revolucionaria, es decir reafirmación del comunismo como acción, como fuerza, como perspectiva...

Notas:

1 Juan Domingo Perón.
2 Cuando los revolucionarios niegan la violencia, eso aparece como una excepción, pero ni siquiera lo es. Ello sucede por ejemplo porque admitiendo la misma se contribuiría a su propia represión (y la de sus compañeros). Sólo tiene sentido la negación de la misma frente al enemigo, por ejemplo frente a un juez, a un tribunal, a un periodista. O también cuando se presenta como simple respuesta inevitable frente a la agresión. En ninguno de estas circunstancias se está haciendo excepción a la incuestionable necesidad de la violencia revolucionaria. O dicho desde otro punto de vista: hasta la más mínima defensa de la humanidad requiere contra la violencia de la opresión la violencia de la revolución.
3 La composición mayoritariamente “proletaria” de los miembros de la socialdemocracia es el único argumento para sostener que dicho partido sería proletario. Este es por excelencia => el argumento de nuestros enemigos, de la propia socialdemocracia. En realidad todo partido político, digno de ese nombre, está mayoritariamente compuesto de proletarios, simplemente porque un partido sólo compuesto por burgueses o pequeño burgueses no sería viable, porque la esencia de la política y de los partidos estatales es organizar a los proletarios como ciudadanos, como parte de la política burguesa.
4 Como lo hemos recalcado en muchas de nuestras contribuciones, cuando hablamos de socialdemocracia no nos referimos a tal o cual partido de tal o cual país, sino en general al partido burgués para los proletarios, al partido que defiende el desarrollo del trabajo y que históricamente abarca a los partidos autodenominados socialistas, comunistas, anarquistas que integran el Estado, en sus innumerables fracciones.
5 En realidad este principio es muy anterior. Desde el origen de la sociedad de clases y dominación Estatal, una parte de la clase dominante critica a la otra para canalizar y recuperar toda revuelta de las clases explotadas y dominadas. Téngase en cuenta que esa función, de la izquierda de la socialdemocracia, será desarrollada por partidos con diferentes denominaciones, demócratas, socialdemócratas, constitucionalistas.... En todos los casos, frente a la lucha proletaria, se proclaman revolucionarios, asumen y practican la violencia contra la fracción burguesa en el poder y en general llaman a la democracia, a una asamblea constituyente, a realizar las “tareas democráticas”...
6 “Centrista” en la medida en que la radicalidad es aparente, porque no lleva a la necesaria ruptura revolucionaria, sino por el contrario sirve de enganche de izquierda de la propia socialdemocracia y en general de toda la democracia. “Centrista” pues, porque parece expresar al proletariado y habla en su nombre de violencia revolucionaria y sirve de anzuelo para evitar la verdadera ruptura y por ello sirve al encuadramiento burgués del proletariado.
7 El terrorismo de Estado es y fue general, todas las fracciones burguesas lo impusieron. Pero es importante no olvidar que la política de tortura sistemática, desaparición de personas, campos concentración fue creada por partidos que venían de la izquierda de la socialdemocracia: en Rusia, en Alemania, en Italia, en China, en España, en Vietnam, Camboya, Laos...
8 Ver “Trotskismo: Producto y agente de la contrarrevolución” en Co No. 2
9 Ver “Liberación nacional cobertura de la guerra imperialista” y los otros textos contra la “liberación nacional” publicados en los primeros números de las revista Comunismo de fines de la década del setenta y principios del ochenta...en Comunismo No. 2, 3, “Liberación Nacional: Cobertura de la Guerra Imperialista” Primera y Segunda Parte. “Contra la Mitología que sustenta la Liberación Nacional” Comunismo No. 4, 5, 7, 10.
10 Queremos aquí expresar el hecho de que el proletariado dejó de definirse como clase opuesta a todo el orden establecido, que fue dislocado en frentes burgueses, falsas comunidades....y hasta atomizado en el ciudadano imponiéndose así el totalitarismo democrático. Sólo la contraposición invariante, entre el capital y los intereses de la humanidad, hace que la lucha emerja nuevamente y que el proletariado se recomponga como clase y como fuerza histórica. Recordamos así elementos de base en la definición de una clase: el proletariado no es una clase en sí, sino esa contraposición en acto al capital, esa dinámica conformándose socialmente contra el mundo del capital.
11 Como lo hemos expuesto en diferentes circunstancias, el hecho de que el proletariado pudiera ser víctima fácil de su experiencia se debió a que la generación de proletarios que entraba en lucha conocía muy poco de lo que había pasado antes. Las lecciones de la revolución y contrarrevolución del pasado eran un misterio para él, no habían habido organizaciones, estructuras, internacionales, publicaciones....que hubiesen mantenido viva la experiencia histórica del proletariado. La tragedia se debía al tipo de derrota total que se había producido en la ola de luchas anterior (1917/19), a que se había roto la continuidad orgánica y teórica con las fracciones comunistas de las décadas anteriores. El proletariado comenzaba la historia como si partiese de cero, aprendiendo, a costa de su propio pellejo, las lecciones que otros compañeros habían formulado muchos años antes. Algunos de nuestros compañeros más cercanos y queridos forman/formamos parte de esa generación que volvió a aprender en la calle, en los calabozos, en los golpes recibidos, en el exilio....lecciones que revolucionarios de las décadas del 20 al 40 habían escrito con su propia sangre! Ver nuestros artículos que intentan sacar un balance de esa ola de luchas: “Cono Sur de América. Elementos de Balance y Perspectiva” Comunismo No.13: Presentación. Cono Sur de América Elementos de Balance y Perspectiva. Chile: el fin de la UP. Y la remergencia del proletariado. Bolivia: la UDP continua la Política del Régimen Militar. Uruguay: la huelga general de 1973. La CNT contra el proletariado.
12 El stalinismo llegará hasta organizar simulacros de “lucha armada” para desorganizar la ruptura que se iba operando con los partidos más claramente socialpacifistas. En muchos casos se “entrena” a grupos de jóvenes, con el objetivo de mantener las expectativas y las apariencias y desgastar en base a interminables caminatas, mosquitos y sacrificios a los pretendientes a la lucha armada. Pero al aparato le servía, al mismo tiempo, para identificar a los proletarios recalcitrantes, a quienes a veces se les proponía como última posibilidad la de hacerse un viajecito “de preparación” en Moscú o La Habana. Si ni siquiera se aceptaba esto, ya resultaba evidente que ese radical iba de ruptura en ruptura, hasta el paseo “entrenamiento” lo había separado de sus compañeros más próximos. Sólo se llevaba a la guerrilla a los que el aparato seleccionaba. Cómo se lo había llevado al monte, no era extraño que durante ese tiempo le habían serruchado las patas y entonces el aparato había preparado así las condiciones ideales para declararlo un “tipo peligroso” y no era extraño que el aparato decidiera, en esas condiciones ideales, declararlo “agente de la CIA” o cualquier otro tipo de acusación propia del stalinismo de esos años. El stalinismo mataba así dos pájaros de un tiro, desalentaba y aislaba a los más decididos y los desprestigiaba para que la inevitable escisión tuviese las menores consecuencias posibles sobre el resto del aparato.
13 Que además se conciertan, condinanan y centralizan internacionalmente en forma secreta. ==> Hoy se sabe que los escuadrones de la muerte en el Cono Sur de América no sólo fueron organizados por los ejércitos y fuerzas contrainsurreccionales locales dirigidas por el Pentágono y otras fuerzas del centro imperial norteaméricano, sino por las fuerzas políticas y policiales de Francia, Israel, España... Subrayemos que además esas fuerzas contrainsurreccionales del mundo, en plena guerra fría y oposición entre el bloque norteaméricano y el ruso, también coordinaron acciones, formaron represores y otros torturadores y realizaron conferencias para asegurar la represión internacional conjunta. La misma se cristalizó en acuerdos y acciones conjuntas realizadas contra el movimiento proletario en Iran (década del 70), en Peru (décadas del 60/70), en Argentina (décadas del 70 y 80), en Irak (desde el 70 hasta ahora)... por sólo citar algunos ejemplos aislados, particularmente simbólicos y representativos de que la guerra interimperialista no impedía la acción común de las grandes potencias contra la revuelta proletaria.
14 El ejemplo del cristianismo permite ver hasta que punto se había perdido toda referencia al programa de la revolución proletaria. “Revolucionario” podía ser absolutamente cualquier cosa, hasta esa fuerza histórica que había exterminado al indígena, organizado la esclavitud, impuesto el capitalismo....(cuya propia constitución ideológica, religiosa, moral está del lado del terror de Estado contra el ser humano). ¿Porqué no hacer también revolucionario al Estado español y a las empresas conquistadoras? Toda referencia a la historia ==> y al programa era sustituida por la acción armada ejemplar, por lo que ahora se podía ser “revolucionario”, sin renunciar a un programa que desde su origen es contrarrevolucionario. En vez de que los curas que peleaban junto y como proletarios abandonasen la iglesia y el cristianismo, se les confirmó en su ideología y se afirmó que ahora había ”cristianos revolucionarios” y hasta “cristianismo revolucionario” (¡lo que perjudicaba a los curas realmente radicales que rompían con la contrarrevolución, la religión y la iglesia!) cómo si se pudiesen desdibujar las fronteras históricas entre las clases, cómo si por obra y magia de la “lucha armada” se pudiese unificar al verdugo inquisitorial y al quemado en la hoguera, al fusilado con el que fusiló, al opresor histórico con el oprimido. ¡Cómo si se pudiese volver al “Cristo” puro inventado por la iglesia, olvidando los 2000 años de barbarie de la civilización cristiana (¡aquel Cristo es un mito creado por esos 2000 años de opresión)!
15 Otro punto acertado y común de Guevara con Bordiga, es ridiculizar contra la corriente marxista leninista mundial, toda la propaganda estalinista basada en los éxitos visibles en los indicadores económicos. No, el socialismo no se puede probar ni medir en toneladas de acero!! Salvo que con respecto a Cuba, Guevara también practicó ese tipo de demostraciones estalinistas de la “fuerza de la revolución” midiendo la misma en millones de toneladas de azúcar o en los avances de la medicina, haciendo abstracción en este caso de la persistencia del asalariado, de la explotación del hombre por el hombre.
16 “Apuntes críticos a la Economía Política”(1965/66).
17 Ver en nuestros trabajos la crítica al politicismo y en general a la concepción socialdemócrata de transición al socialismo (se aconseja buscar este tema tanto en el CD del GCI cómo en el sitio del Grupo).
18 En Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental.
19 No podemos exponer aquí la discusión sobre el significado personal e ideológico de este acto. Pero nos parece fácilmente verificable que así como el totalitarismo stalinista se encuentra teórica y prácticamente impregnado de judeocristianismo, ese sacrificio del valiente como inmolación ejemplar frente a las masas, conjuntamente con la iconización de Guevara, corresponde a una práctica judeo cristiana y para nada a la lucha por la organización revolucionaria, por la revolución social mundial.

20 Este tipo de concepción y de práctica social implicaba adherir, en lo ideológico, a una concepción materialista vulgar del “proletariado” asimilado, como en la sociología burguesa, la socialdemocracia y el leninismo/stalinismo, con el obrero industrial, con el trabajador activo y muchas veces hasta manual, reservando el nombre de masa o de pueblo para el resto de los que venden la fuerza de trabajo. Dicho obrerismo, que contiene una apología del trabajador y del trabajo mismo, no sólo no garantizaba las posiciones proletarias, sino bien por el contrario permitía afirmar toda la apología burguesa del trabajo y en lo político hacer pasar como “proletarias” las posiciones que en realidad son populistas y reformistas.
21Lo burocrático de estas organizaciones era inevitable, por lo que después se consideraban molestas cuando surgían grupos proletarios no controlados y más aún cuando se armaban. Si en algunos países llegó a haber decenas de grupos armados a mediano plazo fueron liquidados en función de esa tendencia a monopolizar lo armado, a pretenderse los verdaderos representantes de la lucha. En muchas ocasiones ello llevó a prácticas totalmente contrarrevolucionarias, el aparato que decía luchar en nombre de los obreros desarmaba a los obreros y contribuía también así a la represión estatal.
22 Ver “Contra el Terrorismo de Estado, de todos los Estados existentes” Comunsimo 23

23 La crítica efectuada aquí concierne evidentemente esa concepción que se autoproclama “insurrreccionalista” y que en los hechos hace una caricatura total de la insurrección limitando, la misma, a un acto individual o de grupo. En los hechos, dicha concepción es el extremo caricatural de la propia concepción foquista de la “lucha armada”, en la medida que lleva al extremo la concepción individual y grupuscular de la cuestión militar, negando la perspectiva clasista. Hoy en 2010 se está necesitando una crítica general de quienes hoy se llaman “insurreccionalistas”, crítica que llamamos a realizar junto al Grupo Comunista Internacionalista contribuyendo, aportando, elementos para poder publicar un material al respecto.
24 Atención que “minorías” no son necesariamente un puñado de compañeros o algunas centenas de militantes, pueden ser también millones de proletarios en lucha, como en México y luego en Rusia a principios del sigloXX, que sin embargo eran relativamente minoritarios con respecto a la población proletaria del mundo.
25 Contrariamente a lo que nos pretende hacer creer el Estado, la revolución y el avance revolucionario nunca causa muchas víctimas. Hasta se ha mostrado que un día de insurrección causa menos víctimas que los que hay en accidentes de tráfico. Por el contrario, lo que siempre es siniestro es cuando la revolución se para, cuando no va a sus últimas consecuencias... y la contrarrevolución se impone.
26 Ver “La contrarrevolución rusa y el desarrollo del capitalismo” GCI, Libros Anarres, Buenos Aires (también puede descargarse en http://gci-icg.org. Ver también la serie de textos que estamos publicando en la revista Comunismo: “Leninismo y Contrarrevolución”.
27 Ver “Liberación nacional cobertura de la guerra imperialista”.
28 Aunque tal vez no se supiera hasta que punto toda la sociedad había sido organizada en base al sistema de campos de concentración, muchos militantes de los grupos guerrilleros conocían la represión stalinista y no sólo en Rusia. Además de ese argumento central, basado en la ideología de la “lucha armada” como separación de la reforma de la revolución, se utilizaba, para esa funesta práctica, las frases hechas de tipo: “le hacen el juego a la derecha”, el “stalinismo ya pasó”, “queda lejos”, “no le interesa a la gente”... un conjunto de clichés que objetivamente los hacía cómplices inconscientes del stalinismo, no sólo criollo (de cada P”C” y sus innumerables fracciones stalino trotskistas), sino mundial. Son escasísimos los grupos que se definieron como trotskistas, libertarios, comunistas o de izquierda revolucionaria que hayan denunciado seriamente el papel del marxismo leninismo.

 

 

 


CO60.2 Sobre la lucha armada