La tortura y la "desaparición" de los que luchan contra el sistema social imperante ha sido y sigue siendo un método común del Estado capitalista mun­dial y sus diferen­tes expre­siones locales para cum­plir su clásica función de repro­duc­ción del capi­talis­mo.

 

          Compañeros, familiares, ma­dres, abuelas, ... en la lucha por recuperar a los suyos han escrito gloriosas páginas en el combate histórico del pro­letariado interna­cional. En las últimas décadas, como resultado del desarrollo de la lucha de clases y el triunfo del terrorismo de Estado en el subcontinente latinoame­ricano (1), dicha lucha ha adquirido aquí una importan­cia crucial y determi­nante. Incluso en algunos momen­tos en que el proletariado y sus organizacio­nes políticas desaparecían de la escena histórica; las únicas demos­traciones de resistencia, de vida y de lucha de nuestra clase las llevaban a cabo un puñado de valientes madres, que cuando todo aquel que protestaba estaba ya muerto, desapare­cido, preso, y cuando la población entera temblaba de miedo, se atrevieron a salir a la calle para clamar por sus hijos y contra el régimen.

 

          Ha habido victorias (2) se hizo conocer en todo el mundo una situación que se ocultaba sistemáticamente, se logró hacer aparecer con vida a muchos compañeros, las abuelas lograron que algunos niños fueran devueltos a sus familiares, se denun­ció a muchos torturadores y se luchó y se sigue luchando contra su impunidad. Sin esa lucha constante y fervorosa de nuestros familiares, sin esas expresiones de protesta de nuestra clase contra toda la opresión que sufrimos, cada vez que nos encontra­mos en un calabozo o en una casa de torturas nos sentiríamos aun más solos frente al enemigo.

 

          Pero por supuesto, que a pesar de que una sola de las aparicio­nes con vida de un compañero, o de la hijita de un compañero asesinado sea incuestionablemente una victoria, es indispensable reconocer que en lo más profundo y global lo que ha habido es una gran derro­ta: la mayoría de los desapare­cidos fueron y siguen siendo criminal­mente asesinados, el terrorismo de Estado sigue afirmán­dose y a través de las diferentes leyes en las que se ha aprobado la impunidad de criminales y torturado­res, se le sigue poniendo la firma democrática y en algunos casos plebicitaria de su legitimi­dad.

 

          "¡¡Ni olvido, ni perdón; PAREDÓN!!" gritaban y siguen gritando las gloriosas madres y abuelas de la Plaza de Mayo en la Argentina. Esa consigna, que no lograron acallar y que recorrió el mundo entero, sintetiza magistralmente las nece­sidades de nuestra clase, no olvidar nunca a los compañeros que cayeron en las garras del enemigo luchando por nuestros intere­ses; seguir peleando siempre por ellos, por su lucha; no perdonar jamás a quienes los hicieron desaparecer, a los ejecutantes directos y a los que estaban atrás, a quienes torturaron y vejaron a nuestros hijos, a nues­tros hermanos, a quienes hicieron desapare­cer a nuestros nietos.

 

          ¡PAREDÓN! Perdonar jamás, pero tampoco proceder igual que ellos, tampoco rebajar el genero humano hasta donde ellos lo llevaron; simple y magná­nimente ¡PAREDÓN!. La muerte, simplemen­te la muerte como mínimo y cómo máximo, podría poner punto final a ese odio personal (3) sin límites contra quienes viola­ron, contra quienes despedazaron, contra quienes descuartiza­ron, contra quienes utiliza­ron hasta sierras de carnicero para destruir los cuerpos de nuestros familiares, de nuestros compañeros y compa­ñeras queridos. No se trata de una vendeta, sino de lo mínimo, de lo indispensa­ble, que necesita el género humano para reconstituirse, para afirmar el amor al prójimo, para defender la vida de la especie contra la tendencia a degra­darla hasta transformar al hombre en una rata: según tenemos entendido los animales nunca se autodes­truyen dentro de una misma especie, solo algunas especies de roedores se despedazan y matan al interior de una misma especie.

 

          Frente a esta enorme y gigantesca lucha proletaria, que nadie ha podido encerrar en fronteras nacionales, que ha atra­vesa­do ríos y océanos y que ha hecho temblar a torturadores, tiranos, o/y reconstituyentes de la pacificación nacional democrática; el capital ha utilizado todo tipo de tácticas.

 

          En algunos países, cuando ese clamor de las madres se generalizó, cuando los todopoderosos militares comenzaron a temblar porque la paralización nacional que habían impuesto comenzaba a ser quebra­da y otra vez decenas de miles de prole­tarios volvían a la calle, el capital se unificó para proponer "soluciones democráticas" con respecto a los desaparecidos y como respuesta a la rabia contra los asesinos y los torturado­res.

 

          ¿Y que puede responder la democracia frente a quienes siguen gritando "¡NI OLVIDO, NI PERDÓN!", frente a quienes claman "¡VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS!"? ¿qué puede proponer la democracia con respecto a los revolucio­narios desaparecidos, a los combatientes del proleta­riado que esa propia democracia había decidido eliminar? Simple y llana­mente refrendar parlamentaria­mente lo actuado por las fuerzas mili­tares; por ejemplo consti­tuir una comisión investigadora que en nombre del pueblo constate que ya se los asesinó; anunciar­le a la nación de que ya no vale la pena seguir peleando pues ya nada se puede hacer, transformar la incertidumbre general acerca del destino dado a los luchadores sociales en certidum­bre oficial de que fueron asesinados, es decir oficializar la muerte que el propio brazo armado de la democracia ha ejecutado.

 

          ¿Y que puede responder la democracia frente a quienes claman justicia, frente a quienes gritan "¡JUI­CIO Y CASTIGO A LOS CULPABLES!"(4), frente a quienes exigen la cabeza de los respon­sa­bles, frente a una calle que poco a poco vuelve a levantarse en pie de lucha y contra esas minorías que se van reconstituyendo y saben que solo una revolución proletaria logrará ajustarle las cuentas a los asesinos?. Simple y llana­mente luchar por aislar a esta última, proclamar la reconci­liación nacional, declarar que se investigará, sacar el prota­gonismo de la calle y conducirlo al parlamento, eliminar toda pretensión de hacer justicia por su propia mano y prometer justicia burguesa, o mejor dicho aun transformar, una situa­ción en la cual la correlación de fuerzas se va desarrollando en la calle y puede ser peligrosa para el propio Estado democrático, en una situación en la cual el proletaria­do queda fuera de juego y todo queda bien encua­drado dentro del orden democrático: la investi­gación y la justicia son encargadas al Estado burgués.

 

          En algunos casos se reprimió y se reprime abierta­mente a quienes pelean por sus presos, por sus desapa­recidos; en otros se los entretiene, con juicios, con referendums populares, con consignas reaccionarias, como todas las que le piden al Estado burgués, es decir al enemigo mismo, que juzguen a los culpables. ¡Es realmente peor que pedirle peras al olmo, es exacta y literalmente pedirle al asesino que se declare responsa­ble de asesinato y se autopenalice por el mismo!.


 

          Merece especial atención el caso argentino, en el que con la denominada "llegada de la democracia", se anunció con bombos y platillos, desde todo el espectro político partidario (radica­les, peronistas, demócratas independientes, trotskis­tas,...)  que se haría responder a los responsables, que los torturadores y asesinos, ¡por una vez! pagarían; que habría juicio y castigo de los culpables, pero legalmente. Nuestros compañeros y algunas voces valientes de los familiares y desapareci­dos que a mediados de la década del 80 denunciaban esa gigantesca mentira, y gritaban claramente que los juicios legales no darían ninguna solución a nuestros problemas (5), que solo la lucha proletaria, la lucha revolucionaria podía juzgar y castigar a los culpables, fueron arrinconados, aislados y en algunos casos expulsados de los grupos, comités, etc. que se suponía luchaban por los desaparecidos y por el castigo de los culpables donde mayorita­riamente se fue imponiendo la solución democrática de los juicios legales. Cabe señalar que dentro de esta posición legalista los troskis­tas del Partido Obrero y otros grupos de la izquierda burguesa, hacían figura de radicales al oponer a los juicios que apenas se empezaron a realizar comenzaron a demostrar lo que podían ser, otros juicios más democráticos, rrelación de fuerzas para ello. Nuestra respuesta era y es la siguiente: estamos de acuerdo, efectivamente hoy no podemos imponer otra cosa, pero ello se debe a vuestra acción; si no tenemos la correla­ción de fuerzas para imponer la violencia proletaria frente a los asesinos y tortura­dores es precisamente porque todos ustedes, porque los demócratas de todo tipo canalizan la fuerza de nuestra clase hacia la solución legal y democrática; efectiva­mente no tenemos la fuerza de ejecutar a los asesinos porque ustedes radicales, peronistas, trotskistas,... que defienden que hay que juzgarlos legalmente, los están protegien­do, están siendo su mejor escudo, sus cómplices. Y agregá­bamos dirigiéndonos a los nuestros, a los proletarios que se creían en los juicios legales y democráticos: el Estado democrático fue quien parió a todos esos terroristas de Estado y todo el verso de los juicios no es para castigarlos, sino para protegerlos de nuestro odio de clase; mientras todo el monopolio de la violen­cia lo siga teniendo ese mismo Estado terrorista y democrático, por más que se cambie de careta, los torturadores, los asesinos de nuestros hermanos segui­rán no solo vivitos y coleando, no solo recibiendo sus sueldos y prebendas de lo que ese mismo Estado arranca a todos los explota­dos, sino contentos de haber cumplido con su deber democrático, con su deber de combatir la subversión, el comunis­mo, el anaquismo. Y en el fondo desde su punto de vista de clase, desde el punto de vista de nuestro enemigo ellos tienen razón, ellos no escatimaron ningún esfuerzo, no dejaron de cometer ningún crimen para defender el Estado del capital, y la sacrosan­ta propiedad privada de los medios de producción. ¡Dejen de repetir que somos débiles, que ellos son fuertes y que no podemos hacer otra cosa! Si lo somos es precisamente porque confiamos en que se juzguen entre ellos, si fuimos derrotados fue también porque confiamos en tal o tal opción política burguesa, si no podemos vencerlos es porque seguimos enredados en su malaraña democrática con la que nos acogotan. Toda la historia de la lucha de nuestra clase muestra que somos fuertes cuando nos organizamos por nuestra cuenta, cuando el proletariado rompe con todas las instituciones democráti­cas, cuando se organi­za, se arma, se centraliza e impone su insurrec­ción.

 

          ¡Cómo sucedió en Rusia en 1917 cuando el proleta­riado rompiendo con la "etapa democráti­ca" que la socialdemocracia quiso imponerle luego de la derrota del zaarismo, disolvió parlamentos y asambleas consti­tuyentes e impuso su fuerza organizada! Ahí si, fuerza contra fuerza, nosotros somos los fuertes, ellos son los débiles, todos los torturadores y asesinos del mundo tiemblan ante la insurrección proletaria.

 

          O para dar un ejemplo más reciente, como sucedió, en Sulemania y otras ciudades de Irak en marzo de 1991 (6), donde el proletariado volvió a mostrar la potencia que tiene cuando solo confía en sus fuerzas. Ante la lucha armada del proletaria­do, y ante el hecho de que algunos asesinos y tortura­dores reconocidos fueron atacados en sus domicilios y fusilados en el acto por grupos de militantes decididos, todos los que de una manera u otra habían participado en los asesina­tos, en las torturas, en las desapari­ciones, como por encanto se fueron agrupando en los cuarteles centrales de esa y otra ciudades. En el histórico centro represivo de Sulemania se concentraron varios miles de estos asesinos. Para sacarlos de ahí, la batalla fue dura, la escasez de armas importante, muchos compañeros cayeron y otros tomaban sus armas para continuar. La extraordinaria decisión de los compañeros, la acción enérgica y resuelta de algunos que atacaban otros centros de tortura, la expropiación de algunas bazukas en algunos locales de clanes y centros neurálgicos del régimen contribuyó al fin a volcar la balanza a nuestro favor.  El edificio  central  hacia  el  que  recularon los asesinos quedó lleno de boquetes, la resistencia fue quebrada palmo a palmo, hasta que se rindieron y se los pudo sacar uno a uno para afuera y ahí mismo, en la medida en que se les iba reconociendo por su participación en los operativos de secuestro de compa­ñeros, de torturas,... se los ponía contra el muro y se los fusilaba. No solo centenas de oficiales y policías del régimen fueron reconocidos como culpables y liquida­dos de inmediato, sino que en muchos casos habiéndo­se constatado que sus mujeres también habían partici­pado en las torturas, se les dio también su merecido (7).

 

          ¡Qué ejemplo para el proletariado mundial! Por eso mismo no se dijo nada, por eso mismo se ocultó.

 

          ¡Porque ese ejemplo muestra la fuerza y no la debilidad del proletariado! Porque no se pidió caridad, porque no se pidió justicia, porque no se imploró nada; sino que por el contrario, SE IMPUSO LA FUERZA LIBERADORA DE NUESTRA CLASE. ¡Qué decepción para todos esos profesionales y negocian­tes del humani­tarismo y de las amnistías, pasando por la Cruz Roja y llegando a Amnisty Internacio­nal!

 

          Ese y otros casos de acción directa del proletariado se esconden porque el mismo no se arrodilla frente al Estado burgués, sino que lo ataca de frente y le da en la cabeza; porque no se pide al Estado que juzgue a los responsables, sino que se los juzga y se los ejecuta; porque no se implora a los parlamen­tos que se amnis­tie a nuestros presos y que no se amnistie a los asesi­nos y torturadores legalizando la impunidad, sino que por medio de esa extraordinaria partera de la historia que es la violencia se libera a nuestro presos y se le lleva al paredón a los criminales de nuestros herma­nos.

 

          Y mientras tanto en la Argentina y en general en América Latina el proletariado ni se enteró de lo que pasaba en Irak y se siguió pidiendo peras al olmo o peor como decíamos arriba.

 

          En efecto la mascarada de los juicios continuó. Se hizo una enorme campaña para que todos aquellos que tenían datos de las desapariciones y de los culpables los proporcionaran, se tomaron declaraciones, se hizo mucho ruido... Y el resto todos lo conocemos los desaparecidos no aparecieron, los asesinos no fueron inquietados (8). Y para disimular el todo, para darle un poco de veracidad a toda esa gigantesca y cínica parodia democrática en la que entraron como principa­les actores, los propios milicos, los políticos de todos los partidos, los jueces y los personajes encargados de los derechos humanos, se "detuvo" a uno u otro perso­naje responsable de centenas de asesinatos y se lo "condenó" a permanecer "encerrado" en un hotel con piscina. Luego circula­ron las fotos de alguno de ellos tomando el sol en su "prisión" de lujo, la tomada de pelo fue demasiado, la rabia e indignación de los familiares sin límites. Pero una vez más ¿qué otra cosa podíamos esperar? De nuestra parte, nunca esperamos nada más de ellos y de sus juicios "militares" o "civiles".

 

          En Uruguay la cosa fue todavía más trágica, todo el espectro democrático se puso de acuerdo en que había que evaluar democrá­ticamente si se juzgaban o no a los criminales. La izquierda burguesa, incluyendo a los Tupamaros juntó firmas para hacer realizable un referéndum para juzgar democráticamente la responsa­bilidad de los torturadores. La fuerza que se había desarrollado en la calle, y la rabia contra los asesinos fue destruida democrática­mente en la juntada de firmas y en las votaciones. Cuanto más se agudizó la lucha por el referéndum, más se encauzaba la furia de las masas, que había logrado arrancar a los presos de las cárceles y que quería la cabeza de los torturadores, hacia la solución democrática y por ello mismo, más se le garanti­zaba a los asesinos y torturadores que nadie atentaría contra ellos y que podían dormir tranquilos. Sabían que hasta los Tupamaros, con las juntadas de firmas les aseguraban que lo más que le sucedería es lo que estaba sucediendo a sus pares en la Argentina: la mascarada de los juicios. A quienes como nosotros rechazábamos el referéndum se los ridiculi­zó y se los aisló; toda la rabia proletaria fue castrada en los comités de recolección de firmas. Al fin se aprobó democrática­mente la impunidad que la derecha quería y que la izquierda con su participación, con su recolec­ción de firmas, con su práctica de oposición a su majestad contribuyó a legiti­mar. Cuando la impunidad quedó democráticamen­te aprobada, resultó casi imposible reunir a tres gatos locos capaces de continuar la lucha por los desaparecidos y contra los torturadores. Una vez más el Estado burgués salía consolidado, con toda la mierda del referéndum con la que tanto se abanderaron los Tupamaros y la izquierda burguesa.  

 

          "Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se produ­cen, como si dijéramos dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa". Así comienza Karl Marx su trabajo "El 18 Brumario de Luis Bonaparte". Si lo del Uruguay fue una farsa de la tragedia argentina,  ¿qué  puede  decirse  de lo que la izquierda burguesa realiza en Chile? Se habla de millones de firmas juntadas contra la impunidad; ¡cómo si todo lo sucedido en otras partes no nos estuviera diciendo a gritos que la lucha contra la impunidad no se hace con firmitas! ¡cómo si lo actuado ahí al lado, en base a las firmas, a los referéndum y a los juicios legales, pudiese ser otra cosa que la mejor manera de legalizar lo actuado, de consolidar la impunidad! ¡Cómo si la mejor garantía para los propios asesinos y torturadores no fuese precisamente la de canalizar todo el odio que los proletarios sienten contra ellos en firmitas, en referéndum, en juicios legales!

 

 

          Pero no nos engañemos, también en Chile, esas campañas de la izquierda burguesa por canalizar la fuerza de la calle hacia el parlamento, la rabia armada, la rabia clasista en pacífica junta de firmas, en parla­mentarismo y en aplausos al poder judicial, no solo tienen por objetivo tranquilizar a los torturadores y consolidar la ansiada pacificación nacional sobre las sólidas bases que constituye­ra el pinochetismo (sobre la paz de los cementerios y el consecutivo aumento de la tasa de explotación y de ganancia que el gobierno de Allende no había logrado, Chile se transformó en el modelo económico para toda América Latina), sino demostrar a la burguesía mundial que ellos son capaces de liquidar parlamentariamente toda pretensión de lucha de clases autónoma, toda tentativa revolucionaria e insurrec­cional.

 

          La regularización del terrorismo de Estado sigue su curso. Mientras en algunos países las democracias van legalizando la impunidad bajo leyes con distintas apelaciones (Obediencia Debida, Ley de Caducidad, Amnistía, Indulto...) en otros el Estado democráti­co se ha lavado su jeta sanguinaria, utilizan­do otros métodos, como la teatraliza­ción de tal o cual responsa­bilidad para mejor cubrir la totalidad del procedimie

 

Notas:

 

(1)    Aunque no debe deducirse de ello que ese subcontinente sea el único lugar del mundo en que se practica ese tipo de procedi­mientos. En la actualidad podemos mencionar como ejemplos estos otros países en donde también la desaparición de personas constituye un método general empleado por el Estado: Filipinas, Africa del Sur, China, Irak, Turquía (en especial en Kurdistan), Sahara Oriental,... El Grupo de Trabajo sobre Desapariciones For­za­das de Personas de la ONU había recibido en 1992 denuncias en ese sentido contra 59 Gobiernos y en el año siguiente contra 11 más.

(2)    La primera de ellas consistió en que ni los milicos, ni el sabotaje informativo de toda la prensa internacional lograron acallar a ese primer puñado de familiares combatientes de la primera hora y que luego, con ese ejemplo ese movimiento incipiente se transformó en un gran movimiento social.

(3)    Claro que el verdadero punto final no es otro que el fin de esta sociedad de muerte y terrorismo de Estado (por otra parte solo la dictadura del proletariado puede ejecutar a todos esos asesinos y torturadores), o dicho de otra manera, la supera­ción del odio personal, solo puede ser alcanzado en base a la supera­ción general del odio de clase, y éste solo puede lograrse con la liquidación histórica e irreversible de la odiada clase bur­guesa explotadora y opresora.

(4)    Conviene subrayar que casi todas las consignas levantadas por los familiares de los detenidos - desaparecidos, contienen fuerzas y debilidades, la fuerza de afirmar la lucha y la debilidad de no atacar el mal de raíz: el capitalismo mismo. Incluso esta consigna "juicio y castigo de los culpables" al mismo tiempo que llama a la continuidad de la lucha contra los asesinos, contiene dos debilidades importantes: la de que no oponerse explícitamente a la recuperación democrática, a los juicios legales que tanto contribuyen a la impunidad real y la debilidad de considerar "culpables" a los ejecutantes y en el mejor de los casos a algunos de los que ordenaron las torturas y no a todo un sistema económico y social.

(5)    Ver al respecto. "Juicio, algo más que circo" artículo de Militancia Clasista Revolucionaria, así como "La alternativa a la mascarada de los juicios", ambos publicados en Comunismo Nº 19.

(6)    Este texto acerca de la lucha por los desaparecidos fue escrito antes del texto "Revolución y contrarrevolución en Irak" aparecido en Comunismo Nº 35 en donde aparece una descripción mucho más completa de estos importantes jalones en la lucha de nuestra clase.

(7)    Cabe señalar que los milicos vivían con sus familias aislados de la población y muchas veces en el enorme recinto del centro represivo. El mismo era un campo con diversos edificios, casas y prisiones, es decir a la vez un centro militar, un centro adminis­trativo, un centro de tortura y un lugar de pacible habitación en el que los asesinos compartían la vida con sus esposas e hijos.

(8)    ¡Peor!. Los que fueron inquietados fueron en muchos casos los familiares y otros testigos que creyeron en el juego democrático e inocentemente fueron a declarar frente a las comisio­nes investigado­ras o a los jueces encargados de las averiguaciones. En efecto en muchos interrogatorios policiales y militares posteriores se pudo comprobar que todo lo declarado confiden­cialmente a esas autoridades era conocido y utilizado contra los declarantes por las propias fuerzas represivas.

(9)    Cabe destacar que dicha organización edita desde hace ya varios años un Boletín Informativo titulado "¡HASTA ENCONTRAR­LOS!" con información de primera mano concerniente dicha lucha, así como de denuncia permanente de la represión Estatal en todo el continente. A todos los efectos se puede contactar dicha publicación en el Apartado Postal 2444 - Carmelitas 1010-A Caracas - Venezuela (teléfono (02) 564 05 03 o 564 27 46 o al Fax 571 11 74.  

 


CO36.1 La lucha por los desaparecidos y contra la impunidad continua