TIERRA Y LIBERTAD
Drama Revolucionario
en Cuatro Actos y en Prosa
INTRODUCCION (1)
"Tierra y Libertad" es un drama sacado de la vida real. Este drama revela en pocas páginas las causas que han producido el movimiento revolucionario que sacude a México desde hace catorce años, y explica por qué está en pie ese cataclismo social.
"Mientras haya hambre e injusticia -dice uno de los personajes- la Revolución continuará en pie". Verdad es ésta que los hechos se encargan de confirmarla. No podrá haber paz en México mientras haya ricos y pobres, gobernantes y gobernados.
En esta obra se ve que si la Revolución no ha triunfado, es porque los trabajadores de las ciudades la han comprometido con pactos celebrados con el Gobierno, la institución enemiga de la libertad del ser humano.
Nada de ficticio se encuentra en este drama, como pueden atestiguarlos todos los que hayan vivido en México y hayan seguido con atención los episodios de la emocionante tragedia que se llama Revolución mexicana.
Esperamos que el público acogerá con simpatía nuestros esfuerzos en pro de la verdad.
EL GRUPO EDITOR.
PERSONAJES
Don Julián, rico hacendado. Teresa compañera de Ramón.
Don Benito, cura. Carcelero
Juan, peón. Ministro
Marta, compañera de Juan. López,líder obrero.
Marcos, peón. Señorita Sofía Merindieta,
Rosa, compañera de Marcos. profesora normalista.
Ramón, peón.
Oficial, Mozo, Centinela, Delegado, Peones primero, segundo,
tercero, cuarto y quinto; soldados, campesinos de ambos
sexos y distintas edades; obreros de ciudad.
La acción pase en México.
TIERRA Y LIBERTAD
Ricardo Flores Magón
ACTO PRIMERO
La decoración representa un camino a través de un bosque.
ESCENA PRIMERA
Marta y Don Julián
Don Julián:
(Saliendo por la izquierda y deteniéndose a mitad del escenario). Esta vez no se me escapa la muchacha. ¡No faltaba más que un hombre como yo, poderoso, dueño de mil kilómetros cuadrados de terreno y con grande influencia ante el Presidente, se dejase babosear de una pelada como la tal Marta! (Mirando hacia la derecha.) No debe tardar en pasar por aquí. (Consultando un reloj de oro.) Faltan diez minutos para las once, y es la hora en que lleva la comida a ese imbécil de Juan. ¡Y la comida que devoran estos marranos, no la comerían ni mis perros! Pero es lo que merece esta gente. ¡Bonito sería que comieran lo que comen sus amos! En cuanto a la muchacha, es bonita. No tiene más de tres meses de casada con Juan; yo sé que se quieren bien, pero soy el amo y tengo derecho a ella (Mirando hacia la derecha.) Aquí viene Marta; voy a ocultarme. (Corre hacia la izquierda y se oculta detrás de un árbol.)
Marta:
(Sale por la derecha llevando una cesta al brazo y se detiene a mitad del escenario.) (Suspirando.) ¡Pobre Juan! Tanto que trabaja y no le llevo más que frijoles. Se me parte corazón ante tanta injusticia, y en mi pecho siento no se qué sorda cólera. Soy una ignorante; pero para mí es injusto que el que trabaja viva en la miseria mientras los que no hacen nada útil viven gozando toda clase de comodidades. (Descansa la cesta; hinca una rodilla y se pone a arreglar la servilleta.) (Suspirando.) Yo nada sé; pero pienso que no es justo que los que labran la tierra, siembran el grano y levantan la cosecha, tengan menos que comer que los que viven en continua fiesta sin hacer nada útil. (Volviendo el rostro en todas direcciones.) ¡Pobre Juan! No solamente te deslomas y te sacrificas en el trabajo para que tus amos vivan en la holganza, sino que no satisfechos con la explotación de que te hacen víctima, tratan de arrebatarte la única dicha que tienes, tu único tesoro, que es mi cariño. Tú no sabes que don Julián me persigue sin descanso. ¡Infames ricos!: no se conforman con chuparnos la sangre, no están satisfechos con destruir nuestra salud con sus trabajos de presidio: quieren también nuestro corazón. ¡Infames, infames!
Don Julián:
(Sale de su escondite y se aproxima a Marta.) Buenos días, Marta.
Marta:
(Sin volver el rostro hacia él.) Buenos días.
Don Julián:
(Tratando de estrecharla por la cintura.) ¡Qué linda estás! (Marta lo rechaza.) ¿Por qué rechazas mi cariño?
Marta:
Porque amo a Juan.
Don Julián:
Juan es un pelado, mientras yo soy rico..
Marta:
Por eso amo a Juan, y a usted le odio. (Con energía.) ¡Retírese!
Don Julián:
Vamos, calma, chiquilla, que no sabes lo que haces. Sábelo: cientos de mujeres se sentirían felices con sólo que les dirigiera la palabra. Yo soy tan poderoso que puedo obligarte a que me entregues tu corazón. No me rechaces, porque el amor que hoy me niegas con tanto orgullo tendrás que venir a ofrecérmelo mañana de rodillas, y yo lo rechazaré entonces con la punta de mi bota.
Marta:
(Dando muestra de terrible agitación.) ¡Imposible! ¿Eso, nunca! ¡Primero muerta que humillada! ¡Retírese usted!
Don Julián:
¿No te das cuenta de mi poder? Pues bien, sábelo: yo puedo hacer que arresten a Juan. Yo tengo influencia con el Gobierno, y tu marido puede ser reclutado como soldado. Con una palabra mía, el Jefe político puede entregarlo a la Acordada para que se lo mate como un perro a la vuelta de un camino. Yo puedo ...
Marta:
(Interrumpiéndole con viveza.) ¡No lo hará usted! ¡No lo hará usted! ¿Qué delito ha cometido Juan para merecer el ser tratado de esa manera?
Don Julián:
(Con dignidad.) Yo soy aquí el amo, y puedo hacer lo que me plazca.
Marta:
Nos quejaremos al Gobierno.
Don Julián:
¡Ja,ja,ja! ¡Los ricos somos el Gobierno!
Marta:
¡Retírese usted!
Don Julián:
Amame; yo necesito tu amor como el sediento necesita agua, como los pulmones necesitan aire. Decídete: o mía o de nadie. Decídete antes de que sea demasiado tarde. Recuerda lo que te he dicho: yo puedo mandar arrestar a Juan; puedo mandarlo a servir en el Ejército; puedo entregarlo a la Acordada para que se le mate como un perro; puedo ...
Marta:
(Interrumpiéndole con viveza.) ¡Imposible! ¡Imposible! ¿Qué mal ha hecho Juan a nadie?
Don Julián:
No ha hecho mal a nadie; él es un buen trabajador, cumplido, laborioso, honrado; pero yo soy la fuerza y puedo disponer de su porvenir, de su tranquilidad, de su vida. Así, pues, decídete en el acto.
Marta:
¡Imposible! (Corre y desaparece por la izquierda.)
Don Julián:
(Viéndola correr.) Está bien; dentro de pocos minutos sabrás cuán poderoso soy. (Vase por la derecha) (Cambia la decoración).
La decoración presenta un campo de labranza.
ESCENA SEGUNDA
Juan, Marta, Don Benito, Don Julián,
un oficial, y soldados
Juan:
(Metido hasta la cintura en una zanja, remueve empeñosamente la tierra del fondo con una pala y la va acumulando en uno de los bordes.) (Se enjuga el sudor del rostro y dirige una mirada hacia el cenit.) Ya es cerca de medio día y Marta no ha llegado con la comida. ¿Qué podrá haber sucedido? Ella nunca falta a las once, y ya pronto darán las doce. (A lo lejos suenan pausadamente doce campanadas.) ¡Las doce, y Marta no parece! Esta tardanza me llena de inquietud, (Pausa.) ¡Tan buena que es mi Marta ...! Ella es mi dicha, ella es mi consuelo. (Pausa.) Pero ¿qué sucederá que Marta no viene? (reanudando su tarea.) El patrón quiere que este trabajo quede concluido este día, y para concluirlo se necesitarían tres días; pero hay que terminarlo hoy porque el amo pudiera multarme, me multaría si no lo acabase (Enderezando el cuerpo y oprimiéndose los riñones con la mano izquierda.) ¡Estoy tan cansado ...! ¡Qué gran desgracia es ser pobre! (Viendo hacia la derecha.) ¡Aquí viene Marta! (Con asombro) Pero que extraña me parece. (Sale de la zanja a recibirla.)
Marta:
(Aparece por la derecha con el pelo en desorden y se echa en brazos de su Juan.) ¡Juan mío! ¡Mi Juan! (Sollozando.) ¿Te he hecho esperar mucho?
Juan:
(Alarmado.) ¿Qué ocurre? ¿Por qué lloras? ¿No somos felices con nuestro amor a pesar de nuestra miseria? (Acariciándola.) Cálmate y cuéntame lo que haya ocurrido. (Se sientan en una piedra.) Nunca te había visto llorar.
Marta
(Enjugándose las lágrimas.) Somos desgraciados ...
Juan:
Si, somos pobres; no contamos con bienes de fortuna; vivimos al día, pero nuestros corazones son dichosos; nuestro amor es un tesoro, y nosotros somos los dueños de él. ¿Quién podría arrebatarnos esa dicha?
Marta:
El amo.
Juan:
¿El amo? El amo podrá secarme en el trabajo dándome tareas de presidiario en cambio de unos cuantos centavos diarios, como lo está haciendo, como lo ha hecho siempre, como lo hizo con mi padre y con el padre de mi padre. Pero ¿cómo podría robarse nuestra dicha de amarnos? En tanto que tu me ames, ¿qué puede hacer el amo?
Marta
(Abrazándose de Juan.) Juan mío, mi pobre Juan, el amo quiere que yo sea suya; él me lo ha dicho muchas veces; él me lo acaba de decir y me ha amenazado con prenderte y mandarte al cuartel o aplicarte la ley fuga si no le hago entrega de mi cuerpo. ¡Huyamos, Juan, huyamos de la hacienda!
Juan:
(Sombrío) ¡Huir ...! ¿y adónde? ¿A otra hacienda? ¿A la ciudad? ¿Adónde iríamos que el amo no supiese?
Marta:
Imploraremos a un juez para que nos haga justicia ... La Ley nos ampara.
Juan:
(Sombrío.) ¡La Ley! Mira, Marta mía, la Ley es una cosa que no beneficia al pobre. En nombre de la Ley se cobran las contribuciones al pobre; en nombre de la Ley se obliga al pobre a prestar servicios gratuitos a la Autoridad; en nombre de la Ley se arranca al pobre del seno de la familia para hacerlo soldado, y si la familia abandonada de ese modo, roba o se prostituye para no perecer de hambre, en nombre de la Ley se le castiga ... ¡La Ley ha sido hecha por los ricos para proteger a los ricos ...!
Marta:
(Mirando hacia la izquierda.) (Con exaltación.) Aquí viene el señor cura; él nos salvará.
Don Benito:
(Entrando por la izquierda.) El Señor esté con vosotros, hijos míos. ¡Qué día tan caluroso!
Marta y Juan:
(A una voz) Buenas tardes, señor cura. (Con vehemencia.) ¡Salvadnos, señor cura! (Se hincan.)
Don Benito:
¿Qué os salve? ¿Qué ocurre? Decídmelo, y con la ayuda de Dios Todo poderoso yo os salvaré. (Los hace levantarse.)
Marta:
(Sollozando.) Somos muy desgraciados.
Don Benito:
Si, sois pobres; pero la pobreza es una virtud: con ella abriréis las puertas del cielo.
Marta:
No es de la pobreza de lo que nos quejamos, sino de la injusticia.
Don Benito:
(Con unción.) Bienaventurado los que han hambre y sed de justicia, que de ellos será el reino de los cielos.
Marta:
El amo quiere obligarme a que le ame, y me amenaza con mandar a Juan a la cárcel o entregarlo a la Acordada para que lo maten si no me rindo a sus caprichos.
Don Benito:
(Fingiendo asombro.) ¡Pero hijos míos, qué es lo que tenéis! ¿Cómo os atrevéis a ofender a Dios Nuestro Señor con semejantes calumnias?
Marta:
No mentimos: decimos la verdad.
Don Benito:
Moriréis en pecado mortal si insistís en vuestra calumnia. Don Julián es un hombre honrado y muy piadoso. El ha hecho más por la Iglesia de mi parroquia que ningún otro hombre. El se confiesa, y comulga y oye la santa misa todos los días y es un hombre que, cuando muera, morirá en olor de santidad.
Marta:
(Con energía.) Lo que decimos a usted es la verdad.
Don Benito
Lo que pasa es que vosotros no vivis en el temor de Dios. Algún crimen habrá cometido Juan cuando el amo trata de entregarlo a la Ley.
Marta y Juan:
(Hablando al mismo tiempo y con viveza.) No hemos cometido ningún crimen.
Don Benito:
Eso es lo que vosotros decís; pero vuestra vida irregular me hace sospechar que algún crimen habréis cometido. Apuesto a que ni siquiera estáis casados por la Ley. Todos vosotros hacéis lo mismo.
Juan:
Señor cura: nosotros somos unos rústicos que lo ignoramos todo; pero creemos que para que un hombre y una mujer vivan tranquilos, amándose y ayundándose en la vida, no necesitan dar cuenta a nadie de su unión. Es lo mismo que cuando se hace uno de un amigo: a nadie se da cuenta de ello, ni a la Autoridad ni a la Iglesia ...
Don Benito:
(Con orgullo.) ¡Calla, blasfemo, que estáis ofendiendo a Dios con tus palabras! (Aparte.) Si permitiéramos a esta gente hacer uso de su razón, ¿adónde iríamos a parar don Julián y yo?
Marta:
(Llamando la atención hacia la izquierda.) (Con asombro.) ¿Qué significa esa muchedumbre que se aproxima?
Juan:
Son soldados; también veo a don Julián.
Marta:
Juan, vienen a prenderte; huyamos ...
Juan:
(Con desaliento.) ¡Huir ...! ¿Y adónde? ¿Adonde puede ir el pobre esclavo que no le alcancen los perros de su amo?
Marta:
(Agitada.) ¡Huyamos, huyamos! (Dirigiéndose a don Benito.) ¡Salvadnos, señor cura!
Don Benito:
Calma, hijos míos, dejad que se cumpla la voluntad de Dios. Los ricos son los representantes de Dios sobre la Tierra y hay que obedecerles. (Aparte.) Si no predicase yo estas cosas, el mejor día se levantarían los pobres contra los ricos.
Don Julián:
(Aparece por la izquierda al frente de un oficial y un pelotón de soldados.) (Señalando a Juan a los soldados.) Este es Juan, el ladrón que se robó el novillo. ¡Prendedle!
Oficial:
(Pistola en mano.) (A Juan) ¡Ríndete! ¡No te muevas o mando que se te mate como un perro! (Dirigiéndose a los soldados.) ¡Amarrad a este hombre! (Los soldados se aproximan y le atan las manos.)
Juan:
(Suplicante.) No me perjudiquéis: soy inocente; soy un hombre honrado que vive de su trabajo; yo a nadie le he cogido nada; pongo de testigos a todos los peones de la hacienda; si algo he hecho durante toda mi vida, desde niño, ha sido trabajar; don Julián sabe bien que siempre he trabajado; ¡dejadme libre! Ved que tengo una esposa joven que necesita de mi apoyo. (Con desesperación.) ¡Ah! me vuelvo loco! (Los soldados tiran de él y se resiste.) No me llevéis, ¡dejadme, dejadme!
Oficial:
(A los soldados.) ¡Ea, obligadlo a marchar con vosotros al cuartel! (Juan se tira en tierra, resistiéndose.) ¡Hacedle marchar a culatazos. (Los soldados arremeten contra el cuerpo caído a culatazos y puntapiés.)
Marta:
(Abrazándose de Juan.) (Con desesperación.) ¡Matadnos a los dos! (Los soldados golpean a ambos) (Jadeante.) Los ricos ... nos chupan la sangre ... roban nuestra tranquilidad ... nos matan ... ¡infames, infames, infames! (Se desmayan.)
Oficial:
(A los soldados.) Traed unas camillas para levantar a esos perros (Los soldados marchan apresuradamente hacia la izquierda.)
Don Benito:
(Aproximándose a don Julián.) ¡Sea por el amor de Dios! (Hablándole al oído.) ¡Lo sé todo! Ahora es necesario que el pueblo se dé cuenta de la verdadera causa de este atentado. Yo he podido notar en el pueblo una inquietud hasta hace poco desconocida. Por todas partes se están insurreccionando las peonadas contra los hacendados. Los habitantes de esta hacienda han sido siempre muy pacíficos; pero de algún tiempo acá he notado signos inequívocos de que algo fermenta en el fondo de las masas trabajadoras. Una hoja infernal, un aborto del Diablo con el nombre de "Regeneración," ha logrado introducirse a los jacales, burlando la estrecha vigilancia de las autoridades, y la gente está despertando más de lo que es necesario, con perjuicio de la Iglesia y del sagrado principio de Autoridad. Yo me he esforzado en el púlpito por hacer volver a la gente a su sencilla ignorancia para que estén conformes con su condición; pero observo que mis palabras no tienen ahora la influencia que tenían antes: un espíritu de rebeldía flota en el aire y rumores de
revuelta circulan por doquier ... (Con exaltación.) Don Julián, yo presiento que el fin de nuestro impero sobre la clase desheredada se acerca a pasos de gigante; un cataclismo social está por sobrevenir; la plebe se encabrita contra sus señores, y un nuevo orden social puede resultar de la inquietud, del descontento que agita a los proletarios ...
Don Julián:
(Colérico.) ¡Esa canalla no se atreverá a atentar contra sus señores!
Don Benito:
Confiado os mostráis, don Julián, y eso se debe a que no estáis en contacto con el pueblo; pero yo, que descubro en el confesionario los más íntimos pensamientos de esa gente, puedo deciros que se acerca una catástrofe formidable. Hasta hace poco tiempo la gente vivía en el temor de Dios, respetando a sus amos y al Gobierno, y esperando su recompensa después de la muerte. Ahora mucho me temo que quieran su recompensa en esta vida, y sólo Dios podrá salvar a la sociedad de las iras del pueblo. (Con vehemencia.) Don Julián, necesitamos impresionar a la gente con solemnes ejercicios religiosos, hay que pintar el Infierno con terribles colores para someterla, y para todo eso, la Iglesia necesita dinero.
Don Julián:
(Con fanfarronería.) Por dinero no paréis, señor párroco, que yo os daré todo el que necesitéis, pues al fin y a la postre todo lo que se gaste en eso, saldrá de las costillas de esos perros.
Don Benito
Entendidos.
TELON
ACTO SEGUNDO
El interior de un jacal sin más mobiliario que toscos trozos de madera y piedras que sirven de asientos; un metate colocado al lado de un hogar apagado, compuesto de tres piedras sobre las que descansa una olla ahumada. De un rincón pende una cuna, a manera de hamaca, formada de un costal, y en la cuna descansa el cuerpo de un niño envuelto en trapos de dudoso color. La puerta por la derecha. De un rincón a otro pende un cordel que sostiene algunas piezas de ropa de manta de hombre y de mujer, puestas a secarse, pero lo suficientemente alto para no estorbar la vista de los personajes. En un rincón un baúl y, sobre éste, una cama enrollada en un petate.
ESCENA UNICA
Rosa y Marcos, después Ramón y Teresa;
peones primero, segundo, tercero, cuarto y quinto; hombres y mujeres,
ancianos y niños de la clase trabajadora;
don Benito, oficial y soldados.
Rosa:
(Haciendo oscilar la cuna por medio de una cuerda.) No se que iremos a hacer; cada día estamos más pobres, y el amo cada día se vuelve más exigente. Hoy me dijo el mayordomo, de parte del amo, que éste no permite que mis gallinas se críen en terreno de la hacienda, y que tengo que comérmelas o venderlas al corral del amo, y sabes lo que eso significa: que regale mis animalitos.
Marcos:
(Rascándose la cabeza.) No sé que iremos a hacer. El administrador me dijo esta mañana que ya debo a la hacienda doscientos treinta pesos, porque los ciento setenta y cinco que debía mi difunto padre me los han cargado a mí. En cuanto a que vendamos las gallinas a la hacienda, bien se ve que no obtendremos un solo centavo, pues su precio, calculado muy bajo por el amo, será abonado a mi deuda. (Escupe con rabia y grita) Rosa, esto es ya insoportable y tanta injusticia tiene que terminar.
Rosa:
(Con convicción.) Si, tiene que terminar. (Llaman a la puerta.) ¿Quién es?
Ramón:
(Desde afuera.) Somos Teresa y yo. ¡Abrid pronto! (Abre Marcos la puerta y entran Ramón y Teresa dando muestras de gran agitación.)
Teresa
¿Sabéis lo que ha ocurrido esta tarde?
Marcos y Rosa:
(Hablando a la vez) ¿Qué?
Teresa:
El amo ha mandado prender a Juan.
Marcos:
(Admirado) ¿Ha mandado el amo a prender a Juan?
Rosa:
(Admirada.) ¡Pero si Juan es quizá el hombre más bueno de la comarca!
Ramón:
Si, el amo ha mandado prender a Juan. El amo pretende hacerse amar de Marta. Marta rechaza los requiebros del amo. El amo ve que el obstáculo es Juan, por quien Marta siente profundo amor, y para deshacerse de Juan ha mandado prenderle, acumulándole el robo de un novillo. Juan ha sido llevado al cuartel de la ciudad, donde se le hará sentar plaza de soldado.
Rosa:
(Indignada.) Ya esto es más de lo que se puede soportar.
Marcos
(Airado.) Tanta infamia reclama un pronto fin.
Ramón:
Amigos míos, hay que hacer algo: no tardarán en llegar algunos vecinos de la hacienda que desean que tú, Marcos, que sabes escribir con tan buena letra y que has leído tantos libros y tantos periódicos, hagas por ellos un ocurso al Gobierno llamándole la atención sobre las injusticias de que somos víctimas, para que ponga el remedio.
Marcos:
¿Un ocurso al Gobierno?
Ramón:
Si, en él pondrás que nos encontramos todos en la miseria; que necesitamos tierra para sembrar por nuestra cuenta; que se nos libre de las deudas que tenemos con la hacienda; que ...
Marcos:
¡Basta! Yo no me presto a hacer peticiones de esa naturaleza.
Rosa:
Muy bien, Marcos; ya no es tiempo de pedir, sino de tomar. (Se escucha de afuera un murmullo de voces)
Ramón:
Ya vienen los vecinos.
Rosa:
Abramos la puerta. (Marcos abre la puerta; entran unas treinta personas, hombres, mujeres, ancianos y niños, todos pertenecientes a la clase trabajadora del campo.)
Primer Peón:
(Entrando.) Buenas noches.
Rosa, Marcos, Ramón y Teresa:
(A una voz.) Buenas noches.
Primer Peón:
Venimos a darte una molestia, Marcos. Tú, que sabes escribir tan bien, vas a escribir una solicitud al Gobierno para ...
Segundo Peón:
(Interrumpiéndole.) ¿Ya sabes lo que le pasó a Juan esta ...?
Tercer Peón:
(Interrumpiéndole.) No olvides decir Marcos, que necesitamos tierra para cultivarla por nuestra ...
Cuarto Peón:
(Interrumpiéndole.) Y que se acabe la leva, Marcos; y no se te olvide decir que queremos que se nos perdonen las deudas que tenemos con la hacienda ...
Marcos:
(Con impaciencia.) ¡Basta! Sois unos chiquillos, ¡tan inocentes como unos chiquillos! Para vosotros no ha ocurrido el tiempo. Pensáis y obráis como pensaron y obraron vuestros padres hace cien años, como pensaron y obraron vuestros antepasados hace quinientos, hace mil años. Queréis que el Gobierno os libre de la tiranía y os salve de la miseria ... ¡Inocentes! ¿Cuándo se ha visto que el Gobierno dé pan al hambriento y libertad al esclavo? (Pausa.) (Nervioso va y viene a lo largo del jacal; los circunstantes se miran asombrados y se cuchichean palabras al oído; se detienen y prosigue.) No necesito decíroslo; los hechos hablan: ¡todo gobierno es malo para los pobres!
Primer Peón:
(Convencido.) Lo que dice Marcos es la mera verdad, y ...
Segundo Peón:
(Interrumpiéndole.) Mis padres fueron tan desgraciados como yo, no obstante que vivieron bajo gobierno y ...
Tercer Peón:
(Interrumpiéndole.) Pues mis abuelos me decían que en su larga vida nunca vieron que el Gobierno protegiera al pobre, y ...Cuarto Peón:
(Interrumpiéndole.) Pues la verdad es que no me acuerdo haber visto alguna vez que el Gobierno haya protegido al débil, ni ...
Quinto Peón:
(Interrumpiéndole.) Mi padre murió en el presidio; mi hermano, en el cuartel ...
Marcos:
¿Y con toda esa experiencia esperáis todavía justicia del Gobierno? ¡Abrid los ojos! Lo que necesitamos los pobres es hacernos justicia con nuestras propias manos. ¡Rebelémonos! (Todos, excepto Marcos y Rosa.) (Santiguándose.) ¡Ave María Purísima!
Marcos:
(Indignado) ¿Tenéis miedo? Pues bien, agachad las orejas y permaneced encorvados bajo el peso de vuestra vergüenza. Si no os doléis de vosotros mismos, al menos no añadáis una afrenta nueva a la que ya tenéis encima, que afrenta sería pedir justicia a nuestros verdugos cuando la dignidad nos grita que debemos arrancarla por la fuerza de las manos de nuestros opresores. ¡Dejadme en paz! ¡Marchaos! (Con vehemencia.) ¡Siento que la tierra se estremece de indignación bajo vuestras pisadas de rebaño! (Todos permanecen en sus respectivos sitios; los más se rascan la cabeza, consternados.) ¡Marchaos! Volved al surco a empaparlo con vuestro sudor para que vuestros tiranos se aprovechen de las cosechas, id a recibir, como premio a vuestra mansedumbre, el estupro de vuestras hijas por los amos, y el cuartel, la ley fuga al presidio para vosotros. ¡Eso es lo que merece el que no se levanta airado a cerrarle el paso al crimen! ¿Pedís? (Con desprecio.) Pues bien, aceptad entonces lo que os den: la esclavitud, la deshonra y la muerte.
Ramón:
(Reposado.) No tenemos miedo, Marcos. ¿No es la muerte mil veces más dulce que los tormentos que sufrimos los pobres? No tenemos miedo a morir; pero ¿qué ganamos con rebelarnos? Si supiéramos que con rebelarnos nuestros hijos tendrían asegurado el pan y afianzada su libertad, no vacilaríamos en hacerlo; pero no sucede así. Hemos tenido muchas revoluciones y ¿qué es lo que siempre ha sucedido? Cae un mal gobierno para establecerse otro tan malo como el que cayó. El pobre queda siempre pobre.
Marcos:
El pobre queda siempre pobre porque, al levantarse en armas, el pobre espera que un nuevo gobierno haga su felicidad. El Gobierno no librará nunca de la miseria al pobre, porque no es esa su misión. La misión del Gobierno, de cualquier gobierno, de todo gobierno, es proteger los intereses de los ricos, intereses que solamente pueden prosperar mediante el sacrificio del pobre. Si el pobre trabajar solamente para sí mismo y para su familia, ¿qué comería el rico? ¿De dónde sacaría entonces el poderoso el lujo que ostenta? Para que el rico goce, es preciso que el pobre sufra. Así, pues, lo que se necesita es que ya no haya ricos, que todos seamos iguales, y para conseguir eso no hay más que un medio: arrebatar de las manos de los ricos la tierra, las casas, las máquinas, todo lo que existe, y hacer de todo ello la propiedad de todos. De esa manera ya no necesitaremos alquilar nuestros brazos a ningún amo, y todo lo que produzcamos los trabajadores será para los trabajadores, y el bienestar de que disfrutan los ricos ahora será disfrutado por los trabajadores.
Rosa:
(Con convicción.) Esa ha sido nuestra falta: que nos hemos levantado en armas para derribar un gobierno y poner otro en su lugar, en vez de levantarnos para arrebatar la riqueza de las manos de los ricos. (Llaman a la puerta; todos se miran asombrados.)
Marcos:
¿Quién es?
Don Benito:
(Desde afuera.) Abrid, hijos míos. (Todos, con excepción de Marcos y Rosa.) (A una voz) ¡El señor cura! (Rosa se apresura a abrir la puerta.)
Don Benito:
(Entra haciendo caravanas a derecha e izquierda.) (Con unción.) Buenas noches, hijos míos. (Todos, con excepción de Marcos y Rosa.) (Arrondillándose.) (A una voz.) ¡Buenas noches, señor cura!
Don Benito:
(Aparte.) Estos condenados de Rosa y Marcos son unos herejes. (A todos.) Levantaos, hijos mío, y que Dios os bendiga. ¿Os divertís? ¿Celebráis alguna fiesta? (Aparte.) ¿Cómo justificaré mi presencia en este lugar y a esta hora? Voy a decir una mentirijilla cualquier a estos brutos. (A todos.) Pasaba camino del cuarto cuando me sorprendió ver luz a través de las rejidijas de la puerta. Algún enfermo, me dije, y me atreví a llamar a la puerta. (Con hipocresía.) ¡Es tan dulce consolar al que sufre ...!
Marcos:
No se celebra aquí ninguna fiesta ni nadie se encuentra enfermo. En cuanto a los que sufren ... ¡somos todos nosotros!
Don Benito:
(Con unción) Bienaventurados los que sufren en la Tierra, que de ellos será el reino de los cielos.
Rosa:
(Con sorna.) Y los que son felices en la Tierra, ¿Pueden entrar también al reino de los cielos?
Don Benito:
¡Naturalmente, hija mía, naturalmente si son buenos cristianos!
Rosa:
Entonces, bueno sería que todos gozáramos aquí, en la tierra, y en el reino de los cielos. Al menos eso sería lo justo. Un dios verdaderamente justo se preocuparía por que todos fuéramos felices, como un buen padre de familia se preocupa por la felicidad de todos sus hijos.
Don Benito:
Nadie puede juzgar las obras de Dios (Aparte.) ¡Carambas, cómo ha despertado esta gentuza! (A Rosa) La sabiduría divina quiere que haya pobres y ricos, para probar quiénes son los buenos que soportan con mansedumbre, su pobreza, y merecen, por lo mismo entra al reino de los cielos, y quiénes son los díscolos, para quienes existen las llamas del Infierno. (Todos,con excepción de Marcos y Rosa, se miran azorados y hacen la señal de la cruz.) (Aparte.) Hay que atemorizar a la plebe pintándola infiernos y demonios, porque, de lo contrario, ¡pobres de los ricos y pobres de nosotros los representantes de Dios: tendríamos que trabajar para comer! (A todos.) ¿A qué se debe, hijos míos, esta reunión?
Ramón:
Señor cura: hemos venido a pedirle a Marcos que nos escriba una solicitud para el Gobierno pidiéndole justicia.
Don Benito:
(Fingiendo asombro.) ¡Justicia! ¿Pues qué os pasa?
Ramón:
Han prendido a Juan, acumulándole el robo de un novillo. Juan es el hombre más honrado de la hacienda: cumplido, trabajador, buen vecino. Es un hombre incapaz de cometer un delito ...
Rosa:
(Interrumpiéndole.) (Con desprecio.) ¡Dí la verdad, Ramón: le han prendido porque Marta es bonita y él es un estorbo para que el amo la haga suya.
Marcos:
La misma historia: hemos de sudar para el amo y hemos de tener mujer para el amo. (Escupe con rabia.)
Don Benito:
(Fingiendo asombro.) ¿Pero es posible eso?
Primer Peón:
¿No recuerda usted, usted, señor cura, que a Melquiades, el vaquero, lo mató las Acordada porque se opuso a que el amo le deshonrara la hija?
Segundo Peón:
¿Y quién ha olvidado que Santiago, el carrero, se pudre en la cárcel tan sólo porqué le hizo ver al amo que la manta que nos venden en la tienda de raya, además de ser mala, es cara?
Tercer Peón:
Pero sin ir muy lejos, ¿qué tantos días hace que Gregorio, el guadañero, fue enviado de recluta al cuartel, tan sólo porque no faltó quien le diera aviso al amo de que él andaba diciendo que se nos hace trabajar como machos y se nos da de comer como perros?
Cuarto Peón:
¡Queremos justicia!
Quinto Peón:
¡Queremos tierra para trabajar por nuestra cuenta!
Don Benito:
(Aparte.) Tierra para trabajar por cuenta de ellos, y entonces ¿quién trabajará para el amo, para el Gobierno y para mí? (A todos.) Hijos míos: Dios, grande y misericordioso, os puso en la Tierra para ver si erais fuertes para soportar todas las miserias de este valle de lágrimas y llevaros después a su seno. Mientras más sufráis aquí más probabilidades tendréis de subir al cielo. (Aparte.) Ganas me dan de reír con tanta mentira: ¡si supieran estos idiotas que no hay cielo, habían de querer gozar aquí, y entonces los arruinados seríamos los que no sabemos trabajar! (A todos.) No ambicionéis los bienes de esta Tierra. El amo, los ricos todos, somos los administradores de la riqueza en beneficio vuestro. ¿Qué harías sin los ricos? ¿Quién os pagaría vuestros salarios? (Con énfasis.) ¡Os morirías de hambre!
Marcos:
(Con enfado.) ¡Se morirían de hambre solamente los que no quisieran trabajar!
Don Benito:
(Colérico.) ¿Qué es lo que dices, insensato?
Marcos:
(Con firmeza.) Lo que oyes, ¡impostor!
Don Benito:
(Temblando de ira.) ¡Estás excomulgado! ¡El Infierno te espera! (Aparte.) A éste hay que hacerlo desaparecer.
Marcos:
¿El Infierno? ¿Habrá un Infierno peor que el que sufre el pobre? Si hubiera un Infierno, él estaría repleto, no de miserables como yo, sino de bribones como tú, que atan con el miedo la mano del pobre para que no la levanten contra sus verdugos.
Don Benito:
(Disimulando su cólera.) Dios me dice que tenga yo piedad para los pecadores. Así es que yo te perdono, Marcos. (Aparte.) Perdonarlo, ¡un demonio! Ya verá lo que se le espera. (A todos.) Hijos míos, ya es muy tarde y tengo que retirarme a mi lecho. (Consultado su reloj.) ¡Ave María Purísima!: son las diez de la noche (Aparte.) En cinco minutos me pongo al habla con el oficial de destacamento, y a ver si no se ablanda el tal Marcos. (A todos.) Quedad con Dios, hijos míos. Buenas noches. (Nadie le aluda; se dirige a la puerta.)(Aparte.) La gente ya no teme a Dios; ¡el reinado de la injusticia está por desplomarse! (sale.)
Rosa:
(Abrazando efusivamente a Marcos.) Marcos mío, ¡qué orgullosa estoy de ti!
Marcos:
(Radiante.) ¡Mueran los ricos!
Todos:
(A una voz.) ¡Mueran! (se acercan a Marcos y le abrazan.)
Marcos:
¡A las armas, hermanos, a tomar lo que nos pertenece! ¡Viva la Revolución Social!
Todos:
(A una voz.) ¡Viva!
Oficial:
(Desde afuera, dando golpes con el pomo de la espada.) (Con voz de trueno.) ¡Abrid esta puerta en nombre de la justicia!
Marcos:
(Indignado.) ¡El fraile nos a denunciado!
Oficial:
(Desde afuera.) (Con voz de trueno.) ¡Abrid en nombre de la justicia, o echo abajo esta puerta! (Da repetidos golpes con el pomo de la espada.) ¡Soldados:echad la puerta abajo a culatazos ...! (Se escucha el estrépito de los culatazos acompañados de gritos de ¡mueran los bandidos! ¡Viva el Supremo Gobierno!)
Marcos:
Compañeros: si alguna víctima tiene que haber, ¡que sea yo esa víctima! Me echaré toda la responsabilidad.
Rosa:
(Con vehemencia.) ¡Y yo también! (Se coloca al lado de Marcos.) (La puerta cae, y entran precipitadamente el oficial y diez soldados apuntando con sus fusiles.)
Oficial:
(Con voz de trueno.) ¡Rendíos, bandidos! Aquí se conspira contra la Ley y el orden. (Aparte.) De esta hecha el Gobierno me hace coronel. (Se adelanta hacia Marcos y, poniéndole la punta de la espada en el pecho, le grita:) ¡Ríndete, pelado!
Marcos:
(Aparta rápidamente la espada de su pecho, al mismo tiempo que saca un puñal que lleva oculto debajo de la camisa y asesta una puñalada al oficial en el corazón.) (Con energía.) ¡Toma! (El oficial cae muerto a sus pies: los soldados, asombrados, descansan las armas.) En nombre de la Ley venías a aprenderme; pues bien, ¡en nombre de la Justicia me defiendo! (A los soldados, con tono solemne.) He muerto a vuestro verdugo: ¿os atreveréis a prender a vuestro hermano? (Se da un golpe con el puño en el pecho.) Vosotros sois pobres como nosotros, y al
apoyar con vuestros fusiles al Gobierno, apoyáis al que nos hace desgraciados a nosotros y a vosotros mismos. Vuestras familias están en la miseria, sufren hambre, desnudez y opresión, y vosotros, con vuestros fusiles, sostenéis a los que causan el sufrimiento de los vuestros, de la carne de vuestra carne y sangre de vuestra sangre. (Con vehemencia.) El soldado es el verdugo de sus propios padres, hermanos e hijos. Acordados de que sois hombres y uníos a nosotros para derribar la opresión de la maldita trilogía que hace desgraciado al ser humano: ¡el burgués, el clérigo y el gobernante!
Soldados:
(A una voz.) ¡Viva la Revolución!
Todos:
(A una voz.) ¡Viva! (Se abrazan soldados y paisanos.)
Marcos:
Compañeros: no hay que perder tiempo. La hora de la libertad de los esclavos ha sonado. Que cada quien llame de puerta en puerta anunciando la buena nueva para que se nos unan todos los que tengan corazón, y en seguida a rescatar a Juan y a Marta, y a tomar, por último, posesión de la hacienda para el beneficio de los trabajadores: ¡Adelante! (Se dirige a la puerta y sale acompañado de Rosa, que ha tomado al niño de la cuna.)
Todos:
(Dirigiéndose a la puerta y saliendo.) (A una voz.) ¡Mueran los ricos! ¡Mueran los frailes! ¡Mueran los gobiernos! ¡Viva Tierra y Libertad!
TELON
ACTO TERCERO
La decoración representa dos calabozos,
separados por una pared que divide en dos partes el escenario.
Un petate y un jarro en cada uno de los calabozos.
ESCENA UNICA
Juan, Marta, don Julián, don Benito,
Carcelero, Marcos, Rosa, Ramón, Teresa,
Campesinos de ambos sexos y distintas edades.
Marta:
(En el calabozo de la derecha; sentada en el petate.) (Suspirando.) ¿Donde estará Juan? (Pausa) ¿Lo habrá matado la Acordada? (Se levanta presa de gran excitación.) (Gritando.) ¡Asesinos! ¡Malvados! ¡Infames! (Se retuerce los brazos con desesperación, y se tira al fin en el petate, escondiendo el rostro entre las manos.)
Juan:
(Pasea por su calabozo; se detiene.) ¿Qué habrá sido de mi Marta? ¿Se habrá rendido a los apetitos del amo? (Con desesperación.) ¡Ah, me vuelvo loco! (Se pasea.)
Marta:
(Incorporándose.) ¡Si siquiera me fuera concedido el ver a mi Juan por última vez ...! (Solloza.) (Permanece sentada con la cara sobre las rodillas.)
Juan:
(Se detiene.) (Llevándose las manos a la cabeza.) ¡Mi cabeza va a estallar! (Se arroja sobre el petate y permanece inmóvil, recostado.)
Marta:
(Alarga la mano al jarro y bebe; coloca el jarro en su lugar.) (Con amargura) ¡Cuán desgraciados somos los pobres! ¡No somos ni dueños de nuestros cuerpos! (Ruido de cerrojos procede de la puerta; se tira sobre el petate y finge estar dormida.)
Carcelero:
(Abre la puerta y aparece blandiendo un garrote en la mano, sujetado por una correa; se acerca a Marta.) (Con voz imperiosa.) ¿Duermes? (Marta o se mueve; la agita con la punta del garrote.) ¡Despierta, marrana!
Marta:
(Quejándose) ¡Ay, sufro mucho!
Carcelero:
Eso te enseñará a respetar a tus amos. ¡Imbécil!
Marta:
(Incorporándose.) Yo respeto a todos; pero el amo no me respeta a mí.
Carcelero:
(Irritado.) ¿Y quién eres tú para que el amo te respete? ¿Una pelada!
Marta:
(Con firmeza) Soy un ser humano; soy una mujer. ¿Qué sentiría usted si en mi lugar estuviera la madre que lo trajo en el seno?
Carcelero:
(Con impaciencia) ¡Ea basta de filosofías! Lo que debes hacer es acceder o lo que el amo te pida.
Marta:
¿Sería usted capaz de entregar a las caricias del amo la mujer que usted amase?
Carcelero:
(Irritado.) ¡Basta! No vengo a que me confieses, ¿lo oyes? Hace dos hora que se llevaron al bruto de tu marido, atado codo a codo, a la ciudad ,,, y ya lo sabes, por el camino ... (tose) por el camino .... (tose y sonríe burlonamente) por el camino le atacará la sed ... y como a los empleados del Gobierno se nos parte el corazón al ver sufrir al prójimo ... pues, le darán su "agua". ¡Ja, ja, ja!
Marta:
(Se pone en pie horrorizada.) (Grita.) ¡Es una infamia! ¡Eso no puede ser así! ¡Traedme a mi Juan o matadme a mí con él!
Carcelero:
(Palmeándole la espalda.) (Paternal.) Calma, chiquilla, calma. Aun es tiempo de que te devuelvan a tu Juan. Se puede ordenar por teléfono a los lugares por donde va a pasar con la escolta, que lo regresen, y lo volverás a tener contigo. (Palmeándole la espalda con zalamería.) ¡Tontuela! En tus manos está la vida de Juan. Entrégate al amo.
Marta:
(Se aparta asqueada del carcelero.) (Con resolución.) ¡Eso nunca! ¡Primero muerta que ofender a Juan! ¡Ah, Juan mío, estoy segura de que preferirías morir, mejor que verme en los brazos del amo! (Llevándose ambas manos a las sienes.) ¡Cuánto sufro! (Se tira sobre el petate.)
Carcelero: