MEXICANOS:

 

 

La Junta Organizadora del Partido Liberal mexi­cano ve con simpatía vuestros esfuerzos para poner en prácti­ca los altos ideales de emanci­pa­ción política, económica y social, cuyo impe­rio sobre la tierra pondrá fin a esa ya bastante larga contienda del hombre contra el hombre, que tiene su origen en la desigualdad de fortunas que nace del princi­pio de la propie­dad privada.

      

       Abolir ese principio significa el ani­quilamiento de todas las instituciones políticas, económicas, socia­les, reli­gio­sas y morales que componen el am­biente dentro del cual se asfixian la libre iniciati­va y la libre asociación de los seres hu­manos que se ven obligados, para no perecer, a enta­blar entre sí una encarni­zada compe­tencia, de la que salen triun­fante, no los más buenos, ni los más abnega­dos, ni los mejor dota­dos en lo físico, en lo moral o en lo intelectual, sino los más astutos, los más egoístas, los menos escrupulosos, los más duros de corazón, los que colo­can su bie­nestar personal sobre cual­quier con­sideración de humana solidari­dad y de humana justicia.

 

       Sin el principio de la propiedad priva­da no tiene razón de ser el go­bier­no, necesario tan sólo para tener a raya a los deshereda­dos en sus querellas o en sus rebeldías contra los detentadores de la riqueza social; ni tendrá razón de ser la iglesia, cuyo exclusivo objeto es es­tran­gular en el ser humano, la innata rebel­día contra la opresión y la explota­ción por la prédica de la paciencia, de la resignación y de la humildad, acallan­do los gritos de los instintos más pode­rosos y fecundos con la práctica de penitencias inmorales, crueles  y noci­vas a la salud de las personas, y, para que los pobres no aspiren a los goces de la tierra y constituyan un peligro para los privilegios de los ricos, prometen a los humildes, a los más resignados, a los más pacientes, un cielo que se merece en el infinito, más allá de las estre­llas que se alcanzan a ver ...

 

       Capital, Autoridad, Clero: he ahí la trinidad sombría que hace de esta bella tierra un paraíso para los que han logra­do acaparar en sus garras por la astu­cia, la violencia y el crimen, el producto del sudor, de la sangre, de las lágrimas y del sacrificio de miles de generacio­nes de trabajadores, y un infierno para los que con sus brazos y su inteligen­cia trabajan la tierra, mueven la maqui­naria, edifican las casas, transportan los pro­ductos, quedando de esa manera dividi­da la humanidad en dos clases sociales de intereses diametral­mente opuestos: la clase capitalista y la clase trabajado­ra; la clase que posee la tierra, la ma­quinaria de producción y los medios de transpor­ta­ción de las riquezas, y de la clase que no cuenta más que con sus brazos y su inteligencia para proporcio­narse el sus­tento.

 

       Entre estas dos clases sociales no puede existir vínculo alguno de amistad ni de fraternidad,por­que la clase posee­dora está siempre dispuesta a perpe­tuar el sistema económico, político y social que garantiza el tranquilo disfrute de sus rapiñas, mien­tras la clase trabajado­ra hace esfuerzos por destruir ese siste­ma inicuo para instaurar un medio en el cual la tierra, las casas, la maquinaria de producción y los medios de transpor­tación sean de uso común.

 

       MEXICANOS: El Partido Liberal mexi­cano reconoce que todo ser huma­no, por el solo hecho de venir a la vida, tiene derecho a gozar de todas y cada una de las ventajas que la civilización moderna ofrece, porque (*** faltan unas palabras en el original de que dispone­mos NDR) producto del esfuerzo y del sacrificio de la clase trabajadora de todos los tiem­pos.

 

       El Partido Liberal mexicano recono­ce, como necesario, el trabajo para la sub­sistencia, y, por lo tanto, todos, con excepción de los ancianos, de los impe­didos e inútiles y  de los niños, tiene que dedicarse a producir algo útil para poder dar satis­facción a sus necesida­des.

 

       El Partido Liberal mexicano recono­ce que el llamado derecho de propiedad individual es un derecho inicuo, porque sujeta al mayor número de seres huma­nos a trabajar y a sufrir para la satisfac­ción y el ocio de un pequeño número de capitalis­tas.

 

       El Partido Liberal mexicano recono­ce que la Autoridad y el Clero son el sos­tén de la iniquidad Capital y, por lo tan­to, la Junta Organizadora del Partido Liberal mexicano ha declarado solemne­men­te guerra a la Autoridad, guerra al Capital, guerra al Clero.

 

       Contra el Capital, la Autoridad y el Clero el Partido Liberal mexicano tiene enarbolada la bandera roja en los cam­pos de la acción en México, donde nues­tros hermanos se baten como leones,dis­putan­do la victoria a las hues­tes de la burguesía o sean: maderistas, reyests, vazquistas, científicos, y tantas otras cuyo único propósito es encum­brar a un hombre a la primera magistra­tura del país, para hacer negocio a su sombra sin consideración alguna a la masa entera de la población de México, y reconocien­do, todas ellas, como sa­grado, el dere­cho de propiedad indivi­dual.

 

       En estos momentos de confusión, tan propicios para el ataque contra la opre­sión y la explotación; en estos mo­men­tos en que la Autoridad, quebranta­da, dese­quilibrada, vacilante, acometida por todos sus flancos por las fuerzas de todas las pasiones desatadas, por la tempestad de todos los apetitos  aviva­dos por la esperanza de un próximo hartazgo; en estos momentos de zozo­bra, de angustia, de terror para todos los privilegios, masas compactas de deshe­redados invaden las tierras, que­man los títulos de propiedad, ponen las manos creadoras sobre la fecunda tierra y ame­nazan con el puño a todo lo que ayer era respetable: Autoridad, Capital y Clero; abren el surco, esparcen la semi­lla y esperan, emocionado los primeros frutos de un trabajo libre.

 

       Estos son, mexicanos, los primeros resultados prácticos de la propaganda y de la acción de los soldados del proleta­riado, de los generosos soste­nedores de nuestros principios igualitarios, de nues­tros hermanos que desafían toda impo­sición y toda explotación con este grito de muerte para  todos los  de arriba y de vida y de esperanza para todos los de abajo: ¡ Viva Tierra y Libertad !

 

       La tormenta se recrudece día a día: maderistas, vazquistas, reyesitas, científi­cos, delabarristas os llaman a gritos, mexicanos, a que voléis a defender sus desteñidas banderas, protectoras de los privile­gios la clase capitalista. No escu­chéis las dulces canciones de esas sire­nas, que quieren aprovechar­se de vues­tro sacrificio para establecer un gobierno, esto es, un nuevo perro que proteja los intereses de los ricos. ¡Arriba todos; pero para llevar a cabo la expropiación de los bienes que detentan los ricos!

 

       La expropiación tiene que ser lleva­da a cabo a sangre y fuego durante este grandioso movimiento, como lo han hecho y lo están haciendo nuestros her­manos los habitantes de Morelos, Sur de Puebla, Michoacán, Guerrero, Veracruz, Norte de Tamauli­pas, Durango, Sonora, Sinaloa, Jalisco, Chihuahua; Oaxaca, Yucatán, Quintana Roo y regiones de otros Estados según ha tenido que con­fesar la misma prensa burguesa de Méxi­co, en que los proleta­rios han tomado posesión de la tierra sin esperar a que un Gobierno paternal se dignase hacerlos felices, conscientes de que no hay que esperar nada bueno de los Gobiernos y de que "la emancipación de los trabaja­dores debe ser obra de los trabajado­res mismos".

 

       Estos primeros actos de expropia­ción han sido coronados por el más risueño de los éxitos; pero no hay que limitarse a tomar tan sólo posesión de la tierra y de los implementos de agricultu­ra: hay que tomar resueltamente pose­sión de todas las indus­trias por los traba­jadores de las mismas, consiguién­dose de esa manera que las tierras, las minas, las fábricas, los talleres, las fundiciones, los carros, los ferrocarriles, los barcos, los almacenes de todo género y las casas queden en poder de todos y cada uno de los habitantes de México, sin distin­ción de sexo.

 

       Los habitantes de cada región en que tal acto de suprema justicia se lleve a cabo no tienen otra cosa que hacer que ponerse de acuerdo para que todos los efectos que se hallen en las tiendas, almacenes, graneros, etc., sean conduci­dos a un lugar de fácil acceso para to­dos, donde hombres y mujeres de buena voluntad practicarán un minucioso inven­tario de todo lo que se haya recogido, para calcular la duración de esas existen­cias, teniendo en cuenta las necesidades y el número de los habitantes que tienen que hacer uso de ellas, desde el momen­to de la expropiación hasta que en el campo se levan­ten las primeras cose­chas y en las demás industrias se pro­duzcan los primeros efectos.

 

       Hecho el inventario, los trabajadores de las dife­rentes industria se entenderán entre sí fraternalmen­te para regular la producción; de manera que durante este movimiento, nadie carezca de nada, y sólo se morirán de hambre aquellos que no quieran trabajar, con excepción de los ancianos, los impedi­dos y los niños, que tendrán derecho a gozar de todo.

 

       Todo lo que se produzca será envia­do al almacén general en la comunidad del que todos tendrán derecho a tomar TODO LO QUE NECESITEN SEGUN SUS NECESIDADES, sin otro requisito que mostrar una contraseña que demuestre que se está trabajan­do en tal o cual industria.

 

       Como la aspiración del ser humano es tener el mayor número de satisfaccio­nes con el menor esfuerzo posible, el medio más adecuado para obtener ese resulta­do es el trabajo en común de la tierra y de las demás industrias. Si se divide la tierra y cada familia toma un pedazo, además del grave peligro que se corre de caer nuevamente en el sistema capi­talista, pues no faltarán hombres astutos que tengan hábitos de ahorro que logren tener más que otros y puedan a la larga poder explotar a sus semejan­tes; ade­más de este grave peligro, está el hecho de que si una familia trabaja un pedazo de tierra, tendrá que trabajar tanto o más que como se hace hoy bajo el sistema de la propiedad individual para obtener el mismo resultado mezqui­no que se obtiene actualmente; mientras que si se une la tierra y la trabajan en común los campesinos, trabajarán me­nos y produci­rán más. Por supuesto que no ha de faltar tierra para que cada per­sona pueda tener su casa y un buen solar para dedi­carlo a los usos que sean de su agrado. Lo mismo que se dice del trabajo en común de la tierra puede decirse del trabajo en común de la fábri­ca, del taller­,etc.; pero cada quién, según su tempe­ramento, según sus gustos, según sus inclinaciones podrá escoger el género de trabajo que mejor le acomode, con tal de que produzca lo suficiente para cubrir sus necesida­des y no sea una carga para la comunidad.

 

       Obrándose de la manera apuntada, esto es, siguiendo inmediatamente a la expropiación la organización de la pro­duc­ción, libre ya de amos y basada en las necesidades de los habitantes de cada región, nadie carecerá de nada a pesar del movimiento armado, hasta que, terminado este movimiento con la desaparición del último burgués y de la última autoridad o agente de ella, hechos pedazos la ley sostenedora de privilegios y puesto todo en manos de los que trabajan, nos estreche­mos todos en fraternal abrazo y celebremos con gritos de júbilo la instaura­ción de un sistema que garantizará a todo ser humano el pan y la libertad.

 

       MEXICANOS: por esto es por lo que lucha el Partido Liberal mexicano. Por eso es por lo que derrama su sangre generosa una pléyade de hé­roes, que se baten bajo la bandera roja al grito presti­gioso de ¡Tierra y Libertad!

 

       Los liberales no han dejado caer las armas a pesar de los tratados de paz del traidor Madero con el tirano Díaz, y a pesar, también, de las incitaciones de la burguesía, que ha tratado de llenar de oro sus bolsillos, y esto ha sido así, porque los liberales somos hombres convencidos de que la libertad política no aprovecha a los pobres, sino a los cazadores de empleos, y nuestro objeto no es alcanzar empleos ni distinciones, sino arrebatarlo todo de las manos de la burguesía, para que todo quede en po­der de los trabajadores.

 

       La actividad de las diferentes bande­rías políticas que en estos momentos se disputan la supremacía, para hacer, la que triunfe, exactamente lo mismo que hizo el tirano Porfirio Díaz, porque ningún hombre, por bienintencionado que sea, puede hacer algo en favor de la clase pobre cuando se encuen­tra en el Poder; esa actividad ha producido el caos que debemos aprovechar los desheredados, toman­do ventajas de las circunstancias especiales en que se encuentra el país, para poner en práctica, sin pérdida de tiempo, sobre la marcha, los ideales sublimes del Partido Liberal mexicano, sin esperar a que se haga la paz para efectuar la expropiación, pues para en­tonces ya se habrán agotado las existen­cias de efectos en las tiendas, graneros, almacenes y otros depósitos, y como al mismo tiempo por el estado de guerra en que se había encontrado el país, la producción se había suspen­dido, el hambre sería la consecuencia de la lu­cha, mientras que efectuando la expro­piación y la organi­zación del trabajo libre durante el movimiento, ni se carecerá de lo necesario en medio del movimiento ni después.

 

       MEXICANOS: si queréis ser de una vez libres no luchéis por otra causa que no sea la del Partido LIberal mexicano. Todos os ofrecen libertad política para después del triunfo: los liberales os invi­tamos a tomar la tierra, la maquinaria, los medios de transportación y las casas desde luego, sin esperar a que nadie os dé todo ello, sin aguardar a que una ley decrete tal cosa, porque las leyes no son hechas por los pobres, sino por señores de levita, que se cuidan bien de hacer leyes en contra de su casta.

 

       Es el deber de nosotros los pobres trabajar y luchar por romper las cadenas que os hacen escla­vos. Dejar la solución de nuestros problemas a las clases edu­cadas y ricas es ponernos voluntariamen­te entre sus garras. Nosotros los plebe­yos; nosotros los andrajosos; nosotros los hambrientos; los que no tenemos  un terrón donde reclinar la cabeza; los que vivimos atormentados por la incertidum­bre del pan de mañana para nuestras compañeras y nues­tros hijos; los que, llegados a viejos, somos despe­didos ignominiosamente porque ya no pode­mos trabajar, toca a nosotros hacer es­fuerzos poderosos, sacrificios mil para destruir hasta sus cimientos el edificio de la vieja sociedad, que ha sido hasta aquí una madre cariñosa para los ricos y los malvados, y una madrastra huraña para los que trabajan y son buenos.

 

       Todos los males que aquejan al ser humano provienen del sistema actual, que obliga a la mayo­ría de la humanidad a trabajar y a sacrificarse para que una minoría privilegiada satisfaga todas sus necesidades y aun todos sus caprichos, viviendo en la ociosidad y en el vicio. Y menos malo si todos los pobres tuvieran asegurado el trabajo; como la produc­ción no está arreglada para satisfacer las necesidades de los trabajadores sino para dejar utilidades a los burgueses, éstos se dan maña para no producir más que lo que calculan que pueden expen­der, y de ahí los paros periódicos de las industrias o la restricción del número de trabajado­res, que proviene, también, del hecho del perfeccio­namiento de la ma­quinaria, que suple con ventaja los bra­zos del proletariado.

 

       Para acabar con todo eso es preciso que los trabajadores tengan en sus ma­nos la tierra y la maquinaria de produc­ción, y sean ellos los que regulen la producción de las riquezas atendiendo a las necesidades de ellos mismos.

 

       El robo, la prostitución, el asesinato, el incendiaris­mo, la estafa, productos son del sistema que coloca al hombre y a la mujer en condiciones en que para no morir de hambre se ven obligados a tomar de donde hay o a prostituirse, pues en la mayoría de los casos, aunque se tenga deseos grandísimos de trabajar,

no se consigue trabajo, o es éste tan mal pagado, que no alcanza el salario ni para cubrir las más imperiosas necesida­des del individuo y de la familia, aparte de que la duración del trabajo bajo el pre­sente, sistema capitalista y las condicio­nes en que se efectúa, acaban en poco tiempo con la salud del trabajador, y aun con su vida, en las catástrofes industria­les, que no tienen otro origen que el des­precio con que la clase capitalista ve a los que se sacrifican por ella.

 

       Irritado el pobre por la injusticia de que es objeto; colérico ante el lujo insul­tante que ostentan los que nada hacen; apaleado en las calles por el polizonte por el delito de ser pobre; obligado a alquilar sus brazos en trabajos que no son de su agrado; mal retribuido, despre­ciado por todos los que saben más que él o por los que por dinero se creen superiores a los que nada tienen; ante la expectativa de una vejez tristísima y de una muerte de animal despedido de la cuadra por inservible; inquieta ante la posibilidad de quedar sin trabajo de un día para otro; obligado a ver como ene­migo aun a los mis­mos de su clase, porque no sabe quién de ellos será el que vaya a alquilarse por menos de lo que él gana, es natural que en estas circunstancias se desarrollen en el ser humano instinto antisociales y sean el crimen, la prostitución, la deslealtad los naturales frutos del viejo y odioso siste­ma, que queremos destruir hasta en sus más profundas raíces para crear uno nuevo de amor, de igualdad, de justicia, de fraternidad, de libertad.

 

       ¡Arriba todos como un solo hombre! En las manos de todos están la tranquili­dad, el bienestar, la libertad, la satisfac­ción de todos los apetitos sanos; pero no nos dejemos guiar por directores; que cada quien sea el amo de sí mismo; que todo  se  arregle  por  el  consentimiento

mutuo de las individualidades libres. ¡Muera la esclavitud! ¡Muera el hambre! ¡Viva Tierra y Libertad!

 

       MEXICANOS: con la mano puesta en el corazón y con nuestra conciencia tranquila, os hacemos un formal y solem­ne llamamiento a que adoptéis, todos, hombres y mujeres, los altos ideales del Partido Liberal mexicano. Mientras haya pobres y ricos, gobernan­tes y goberna­dos, no habrá paz, ni es de desearse que la haya porque esa paz estaría funda­da en la desigualdad política, económica y social, de millones de seres humanos que sufren hambre, ultrajes, prisión y muerte, mientras una pequeña minoría goza toda suerte de placeres y de liberta­des por no hacer nada.

 

       ¡A la lucha!; a expropiar con la idea del beneficio para todos y no para unos cuantos, que esta guerra no es una gue­rra de bandidos, sino de hombre y muje­res que desean que todos sean herma­nos y gocen, como tales, de los bienes que os brinda la Naturaleza y el brazo y la inteligencia del hombre han creado con la única condición de dedicarse cada quien a un trabajo verdade­ramente útil.

 

       La libertad y el bienestar están al al­cance de nuestras manos. El mismo esfuerzo y el mismo sacrificio que cuesta elevar a un gobernante, esto es, un tira­no, cuesta la expropiación de los bienes que detentan los ricos. A escoger, pues: o un nuevo gobernante, esto es, un nuevo yugo, o la expropia­ción salvadora y la abolición de toda imposición religio­sa, política o de cualquier otro orden.

 

       ¡TIERRA Y LIBERTAD!

 

       Dado en la ciudad de los Angeles, Estado de California, Estados Unidos de América, a los 23 días del mes de sep­tiembre de 1911.

 

 

RICARDO FLORES MAGON.

LIBRADO RIVERA.

ANSELMO L. FIGUEROA.

ENRIQUE FLORES MA­GON.

 

(De "Regeneración").


 


CO34.2 Manifesto del 23 de septiembre de 1911 Ricardo Flores Magón, Enrique Flores Magón, Librado Rivera, Anselmo L. Figueroa