INTRODUCCION  

    

Presentamos a continuación un artículo aparecido en el periódico revolucionario "El Comunista"  publicado en la ciudad de Rosario de Santa Fé, en la Argentina el 12 de marzo de 1921 y titulado "Las minorías revolucionarias". Dicho texto lleva dos subtitulos particularmente significativos: "la mayor solidaridad a la revolución rusa será el estallido revolucionario en otros países" y "trabajemos nuestra revolución".

Como dijimos muchas veces, publicar algo del riquíismo patrimonio histórico de nuestra clase no significa adherir a la letra de dichos materiales, significa por el contrario subrayar esos textos como jalones importantes en la determinación y afirmación del programa revolucionario.                                                                                            

      

En una época predominantemente contrarrevolucionaria, como la que hoy vivimos, un llamado como éste a la acción, a la acción revolucionaria, a la acción minoritaria y conspirativa, cae evidentemente como un pelo en la sopa y resulta difícil de comprender. Sin embargo en ese momento desicivo, de revolución y contrarrevolución, la suerte de la revolución depende de la acción revolucionaria, de la lucha directa del proletariado, de la acción decidida de minorías revolucionarias.                                     

El lector, acostumbrado a nuestra rúbrica "memoria obrera" no se detendrá pues, en las afirmaciones que "objetivamente" no son correctas, ni en las afirmaciones que exageran enormemente la importancia de los factores subjetivos sobre los objetivos; como por ejemplo "la persistencia del régimen capitalista está supedita­da a la voluntad de los revolucionarios" (o "todos los días son buenos para provocar estallidos revolucionarios").  No estamos frente a un análisis "objetivo" de la acción, sino en plena confrontación revolución - contrarrevolución, tanto en Argentina como en el mundo entero y el artículo que presentamos no es una descripción exterior sino por el contrario, parte de la pelea, un llamado a la lucha, a la acción revolucionaria. No se olvide que el materialismo (o el idealismo) contemplativo, estilo Plejanov afirmará siempre, frente a la audacia revolucionaria que las "condiciones no están reunidas" que lo que tenían que haber hecho los revolucionarios es "no tomar las armas". Más aun, luego de cada derrota de la revolución (y la historia de la revolución, es hasta el presente la historia de las derrotas de la revolución) se puede decir que "las condiciones no estaban dadas", que "objetivamente el proletariado no estaba maduro para vencer", lo que es "objetivamen­te" verdadero. En efecto, la revolución se mostró "objetivamente" más débil que la contrarrevolución. Pero este materialismo contemplativo, olvida que esto es solo verdad aposteriori, que cuando la lucha es abierta no se conoce el resultado final, y sobretodo que entre los factores objetivos que determinaran ese resultado, resultan sumamente importantes, los factores subjetivos: la conciencia, la voluntad, la desición, la audacia de los revolucionarios.  

      

De la misma forma, cuando se dice que "las revoluciones son obra de sus propias tenacidades e impulsiones idealistas", no debe ser interpretado a la letra como una apología del idealismo. Efectivamente, en plena contraposición abierta entre el proletaria­do y la burguesía, las ideas de los revolucionarios y la acción consecuente son factores desicivos de una revolución. Por otra parte, tampoco es este el lugar para analizar, si más allá de la cuestión terminológica, tanto el compañero García Thomas, como la tendencia revolucionaria en la que militaba, tenían comprensiones

y posiciones idealistas (activistas, voluntaristas), como era bastante común en la vanguardia revolucionaria internacional.

      

Lo que por el contrario nos parece esencial en este artículo es:

- la claridad con la que se asume la crítica y la autocrítica, la transparencia con que se confiesan "los propios desafueros"

 

- el acento que se pone en la acción y la combatividad de las minorías revolucionarias, en su preparación, en su audacia, en su disciplina, contra el diletantismo y la ideología libertaria, que predominaba en el momento.   - la presición con la que se afirma la posición comunista acerca de la solidaridad revolucionaria: luchar contra la burguesía de su propio país.  

 

- la determinación con la que se critica el individualismo, el doctrinarismo, el individualismo, el educacionismo, el cientifi­cismo, la ideología de que la revolución es en otra parte y la "espera del gran día".

  - la limpidez con la que se deja en evidencia la falsedad del mito socialdemocrático de que hay dos movimientos obreros uno socialista y otro anarquista y se reivindica como parte de un mismo movimiento a Lenin y a Bakunin (lo que tampoco cierra las puertas a la crítica de ambos).

 

     LAS MINORIAS REVOLUCIONARIAS

La mayor solidaridad a la revolución rusa será  el estallido revolucionario en otros países.

   

TRABAJEMOS NUESTRA REVOLUCION

( [1] )

      

Las consideraciones contenidas en el capítulo anterior, si bien de órden general, encajan perfectamente como crítica a los procedimientos de la minoría revolucionaria regional.

En torno a su accionamiento hay muchos comentarios que bordar. Y dejando a lado la prestigiosa actuación de un núcleo de revolucionarios perfectamente orientados, de reconocida audacia y coherencia, es honesto confesar que la acción de nuestra minoría revolucionaria es deficiente, contradictoria, indisciplinada.          La verdad por sobre todo. Confesar los propios desafueros es virtud. A todos alegra el descubrir la buena senda.          Entre nosotros alcanzó verdadero auge el revolucionarismo diletante, que no es, precisamente, el revolucionarismo de audaces iniciativas, de fuertes accionamientos. Un revolucionarismo de pose, de hueca sonoridad tribunicia, de amaneramientos literarios. En el fondo este revolucionarismo invocó la revolución seguro  de  conjurar  la algo lejanisimo,  improbable. No se corría riesgo adoptando valentonas actitudes. Aún hoy, entre elementos gremialistas y anarquistas, tal concepción revolucionaria encuentra adeptos y defensores. No son muchos, pero flamean como bandera ciertos prestigios achacosos, conquistados en épocas propicias al disloque oratorio y al plagio doctrinario.  

      

Lo reducido de su número no sería en modo alguno motivo de optimismo. Si la verdad, la inteligencia y la audacia, estuvieran de su lado serían respetables. El optimismo nace de la comprobación de que acaece lo contrario. La verdadera fuerza de las minorías no radica en el número de adherentes; está toda entera, en su calidad, coherencia, preparación y audacia. Esto es un principio de eficiencia revolucionaria que no debiera ser olvidado.

  En nuestro ambiente los diletantes de la revolución son fáciles de identificar. Presentan dos tipos distintos. Los unos berrean la revolución contra la revolución en su primer forma práctica, la rusa, alardeando de un purismo doctrinal que mueve a lástima y risa. Los otros llegan hasta el frenesí en su entusiasmo por los soviets

rusos, con los alzamientos rojos en el Turquestán, en Servia, en China, en Armenia, en Turquía. Vaticinan tremendas revoluciones en toda Europa, en Norte América.  

      

Pero -aquí lo grave del caso- ambos tipos de revolucionarismo diletante quedan boquiabiertos, atrozmente sorprendidos, desangrados como si escucharan una mala palabra, cuando los revolucionarios de verdad, usando un lenguaje blasonado de pura lógica, les dicen  que las revoluciones hoy son necesarias en todos los países, comenzando por la Argentina.

 Los que se reponen del susto les falta tiempo para enfrascarse en tediosas disertaciones, encamaniadas a demostrar que la revolución entre nosotros no tiene suficiente ambiente. Haciendo grandes concesiones admiten que se podrá pensar en realizarla cuando la revolución haya triunfado en Europa, Asia, Africa, Las Antillas y Centro América.  

      

Los otros, los doctrinales, los fogoneros del ideal, son peores. Editan folletos anticuados por su estilo y argumento, exigen un proletariado docto en toda suerte de ciencias. No faltan quienes se encaminen por marchas forzadas al individualismo, refugio de apocados, balcón desde donde se contempla sin riesgos la lucha ajena.

Tales actitudes -sinceras o no- marcan el grado de inconsistencia del revolucionarismo diletante. Ellas son hijas de una falsa concepción racional y actualista, que burla los fines de trasformación inmediata perseguidos por los verdaderos revolucionarios, desde Bakunin a Lenin. Es el principio del menor esfuerzo aplicado a la lucha social. Diríase un retorno a místicas creencias. ¡Cómoda resultaría la revolución, llegando por conductos bíblicos y depositada en los zapatos de nuestro proletariado por los legendarios Reyes Magos! Pero para honra de los hombres, las revoluciones son obra de sus propias tenacidades e impulsiones idealistas Los factores celestiales no cuentan en su producción.  

      

La reacción contra esta tendencia a la contemplación es urgente (que) se produzca. Horas de acción, de enérgica combatividad son las que corren. El estancamiento doctrinario es tan perjudicial a la revolución como inócuas las aprobaciones platónicas.

El simple aplauso de los actos lejanos y ajenos en nada contribuye a la modificación de las condiciones ambiente creadas por el ominoso régimen capitalista. El remedio a los males locales no se hallará sino en el ejercicio de la verdadera acción revolucionaria.

      

La revolución benefactora en Rusia, lo será igualmente en la Argentina. Iguales causas la generan, idénticas idealidades la reclaman. El detalle de lo que traerá la revolución no puede ser motivo de distanciamientos. La revolución será según quienes intervengan; los más audaces le imprimirán un sello. Para los verdaderos revolucionarios Lenin no puede ser un cuco, sino un audaz digno de ser imitado ¿qué se espera?

Dadas las necesidades del momento universal no son tolerables los expedientes de morosos. De hoy en más ninguna tentativa podrá ser tachada de prematura. Donde quiera que se produzcan -en el Chaco, en la Patagonia, en Rosario o en Buenos Aires- el nervio revolucionario se pone en evidencia, provocando pánico entre el enemigo y estimulaciones en nuestro elemento.         Los diletantes de la revolución son una rémora para la misma. Las revolución en la Argentina no tendrá nada que agradecerles. Será obra de aquellos que prefieren silenciar los ruidos del aplauso con los estruendos de la verdadera acción.  

      

La persistencia del regimen capitalista está supeditada a la voluntad de las minorías revolucionarias. Su vulnerabilidad quedó demostrada. Vivirá lo que se tarde en extrangularlo.

Es urgente definir posiciones. Los consejos y aplausos sobran donde lo que hace falta es la acción. Tengamos el supremo orgullo de ser los artífices de la propia revolución.  

      

La revolución requiere soldados incondicionales. Esta convicción es la que celebraríamos poseyera a los vestales de la doctrina y los diletantes de la revolución. Las agrupaciones secretas, francamente subversivas, los están llamando a gritos. Recuerdese que agrupaciones similares tuvieron a su cargo el estrangulamiento de la Francia arístocrática del 89.

Para nosotros todos los días son buenos para provocar los estallidos revolucionarios. Lo dudoso de su resultados no es argumento de peso. Hoy y siempre los conatos revolucionarios fueron problemáticos en sus resultados. Aún fracasando serán eficaces cooperaciones para la obra en su aspecto internacional. Asediado sin tregua por mil lados distintos, el capitalismo se derrumbará estrepitosamente. Consecuentemente no vacilamos en hacer nuestras las enérgicas palabras de Domingo Sarmiento: "las cosas hay que hacerlas aunque sea mal".  

      

Tengámoslas bien presente. Intentemos siempre. La cristalización doctrinaria es la peor de las pandemias en épocas de convulsiones. Resta soldados y entusiasmos a la revolución, en tanto que las admiraciones platónicas no le sirven siquiera de puntal.

Lo que ayuda y convence son los hechos Se pide solidaridad internacional. El mejor modo de prestarle es provocar la revolución en el propio país.  

      

Las grandes figuras de la revolución moscovita tienen su vista puesta en nosotros. No desfraudemos su ansiedad.

En tanto, la sombra gigantesca de Dantón repite a los revolucionarios en esta gran hora de la historia, su mágica exhortación.    

                                                                                              

Audacia, audacia, audacia.

                                                                         García Thomas  

( [1] ) Lamentablemente, no disponemos del número I.

CO30.6 Memoria obrera: "Las minorías revolucionarias", texto publicado en "El Comunista" en Rosario, Argentina el 12 de marzo de 1921