Los medios de comunicación de masa, verdaderos medios de fabricación de la opinión pública mundial, instrumentos fundamentales de la imbecilización generalizada de todos los extractos sociales en beneficio del capital mundial, denominan «terrorismo» a actos de violencia puntuales cometidos contra personas o cosas que no aparecen directamente reivindicados y asumidos por un Estado considerado legítimo entre sus pares. El terrorismo de Estado, el terrorismo de «su propio gobierno», así como el terrorismo de los gobiernos aliados, e incluso el terrorismo de los Estados considerados legítimos del bloque opuesto y sobre todo el terrorismo permanente y generalizado de las policías, los tribunales, las cárceles, las fábricas, los sindicatos, los ejércitos, la desaparición sistemática de combatientes, los hospitales psiquiátricos... contra toda la población del planeta, privada, separada de sus medios de vida y de producción de los mismos (propiedad privada-asalariado) es considerado «no terrorismo». Y en ello ni si quiera hay que insistir, ello es «natural», es «violencia legítima», es monopolio de la violencia «contra el caos». En el reino dominante de la ideología dominante, el burgués y su ideólogo (el periodista o el sociólogo, por ejemplo) no tienen porqué andar afirmando este tipo de cosas de que el terrorismo de Estado no es terrorista. Dicha «verdad» es una verdad de la religión propia a toda la sociedad mundial capitalista, es una verdad «natural» de esta sociedad, tan «natural» como que en una sociedad esclavista el esclavo no es un ser humano sino una cosa.
Nada más «natural» para esta sociedad que millones de seres revienten hambre y no puedan apropiarse de lo que necesitan por terror frente a las fuerzas represivas, nada más «natural» para esta sociedad terrorista que sus derechos del hombre se apliquen de forma tan encarnizada contra los combatientes proletarios como para que los desaparecidos sólo en América Latina se aproximen a la imponente cifra de 100.000 y que los torturados y presos en el mundo se cuenten por millones, nada más «natural» para el capital que la producción del planeta tenga como centro dinámico en todas partes la producción de medios de terrorismo colectivo, de medios de muerte y de destrucción, cuando la mayoría no tiene de que vivir; nada más «natural» para el terrorismo democrático oficial que gobierna en todas partes que la defensa de la ley de su sociedad implique años de prisión, la tortura o la muerte para quienes atentan contra su sacrosanta propiedad privada o contra su economía nacional, sea apropiándose de lo que necesitan, sea paralizando la producción y organizándose contra la libertad de trabajo (represión de los piquetes de huelga).
El ciudadano, receptáculo y reproductor de esa naturalidad social, defensor de las leyes, de la economía nacional y su democracia, está preparado entonces para aceptar un paso más en esa evolución ineluctable de la sociedad actual: la movilización naciona1 para la defensa de ese terrorismo de Estado, la colaboración y la delación sistemática, la guerra capitalista.
En la era capitalista hubo muchísimas formas ideo1ógicas utilizadas para consolidar los pasos decisivos del Estado hacia el terrorismo generalizado, defensa de la civilización, lucha por la democracia o el socialismo, lucha contra el imperialismo, contra el fascismo, contra el comunismo, contra el caos y el desorden... pero la forma por excelencia que coincide más adecuadamente con el principio general del monopolio de la violencia por parte del Estado democrático es la que ataca directamente todo cuestionamiento de este monopolio, es decir, todo cuestionamiento violento del terrorismo de Estado. El súmmum de la democracia, su purificación, es ese monopolio exclusivo y total, el Estado libre ‑clave de todo programa socialdemócrata (1)‑ de todo enemigo. Por eso el antiterrorismo es por excelencia la ideología del Estado terrorista, aunque evidentemente requiera presentarse combinado con otros valores propios a todos los Estados (la democracia) o particulares a cada uno: defensa de la revolución islámica, del mundo libre, del socialismo, de la liberación nacional...
Toda campaña antiterrorista en general, sean quienes sean sus autores, contribuye al mantenimiento y el fortalecimiento indispensable del terrorismo de Estado y ubica a los que la realizan, sea cual sea su voluntad, como agentes objetivos del terrorismo de Estado.
En la actualidad internacional, de agudización de la crisis, de la necesidad para el capital en todas partes de imponer violentamente la austeridad, y preparar su guerra, el proceso de reforzamiento generalizado del terrorismo de Estado, tienen tres ejes entre los cuales existe una implacable unidad y coherencia:
1. Tendencia generalizada, en especial en las grandes potencias, a aterrorizar a su propia población con respecto a un enemigo indefinido y monstruoso, «el terrorismo internacional», tendencia detrás de la cual se esconde inevitablemente la tentativa de implicarla, de movilizarla en relación a cada una de las guerras locales en la cual «su» Estado participa. Ello se realiza:
‑Realizando directa o indirectamente (apoyando, dirigiendo, manipulando) acciones de terrorismo espectacular contra la población de esos mismos países o de los países adversarios», buscando que quede bien claro que es a la población en general que se ataca y evidenciando que la guerra del medio oriente se continúa por ejemplo en París.
‑Articulando esto con la creación de una categoría en sí, el terrorismo, el terrorista cruel, ciego, fanático.
‑Violenta agudización de la represión y de la presencia policial en las calles, de los allanamientos, los controles, los interrogatorios.
2. Una inteligente alternancia entre terror abierto contra toda resistencia proletaria y la legitimación internacional de los Estados que aplican o aplicaron ese terror abierto. Por ejemplo en América Latina mientras algunas expresiones nacionales del Estado sistematizan el asesinato político y la desaparición como mecanismo fundamental de gobierno (México, Perú, Colombia... para no insistir con los ya clásicos como Guatemala, El Salvador) con la complicidad generalizada de todos los gobiernos, otras aprovechan el recambio para lavarse su sanguinaria jeta (Argentina, Uruguay), asegurando la inmunidad a los asesinos y torturadores (utilizando para ello todo el aparato parlamentario y jurídico incluidos los famosos derechos del hombre) y constituyendo al mismo tiempo un precedente general para todos los demás.
3. Haciendo tanto ideológica (condicionamiento de la opinión pública) como políticamente (represión) una amalgama sistemática, entre las acciones de guerra irregular que aterrorizan a la población y que ellos mismos impulsan, con las acciones de resistencia proletaria, lo que busca no sólo aislar a los proletarios combativos sino buscar el apoyo activo de la población para la liquidación de toda tentativa de reemergencia clasista.
Es decir que con la campaña antiterrorista, realizada por el sujeto mismo del terrorismo, el Estado, se busca al mismo tiempo: aterrorizar a la población, implicarla en la defensa de los intereses de «su» Estado, crearle un enemigo monstruoso y tenerla pronta para movilizarla contra él, reprimir abiertamente al proletariado con su pasividad y hasta con su colaboración (2).
****
«Es el propio canibalismo de la contrarrevolución el que desarrollará en las masas la convicción de que existe un solo medio adecuado para concentrar, abreviar y simplificar los espasmos de esta vieja sociedad agonizante y los sangrientos dolores de parto de una nueva sociedad: el terrorismo revolucionario.»
Marx
Frente a esta sociedad terrorista, frente al terrorismo generalizado del Estado, como lo hemos afirmado muchas veces, la violencia liberadora del proletariado no es una posibilidad entre muchas, sino una necesidad. Y no sólo una necesidad en el sentido que sin ella la barbarie de la criminal sociedad presente no puede tener límite, o en el que es el único fin posible de esta barbarie sin fin, sino en el sentido de que ella es inevitable, de que la violencia opresora determina y empuja inevitablemente al desarrollo de la violencia revolucionaria (3).
Y es esta segunda afirmación la que contrapone totalmente nuestra visión a la de todo el reformismo.
En efecto, la socialdemocracia por ejemplo, en sus expresiones de izquierda o los «terroristas» en la terminología de Lenin o de Plekhanov (4), reconocían también la necesidad de una lucha violenta contra el Estado. Pero para ambos la violencia proletaria como lucha contra el Estado, no era algo que surge de la sociedad actual y de la resistencia cotidiana del proletariado en la lucha contra el capital, sino algo que habría que introducir desde afuera. Para la socialdemocracia el problema clave es el problema de conciencia; para los ideólogos del terrorismo el de la acción ejemplar. En ambos casos se trata introducir desde el exterior, a través de una acción voluntaria, la necesidad de la lucha política violenta contra el Estado. Esto para nosotros es idealismo, voluntarismo.
El terrorismo de los de abajo, la violencia proletaria, no es para nosotros el resultado de ninguna voluntad exterior, de ninguna conciencia aportada a la clase, de ningún excitador, de ningún complot, de ningún instigador o manipulador. O dicho de otra forma, de ningún elemento ideal o mediatizador. Es por el contrario la reacción material inevitable contra la explotación, la opresión, la dictadura de la burguesía. Entre ambas explicaciones de esta realidad social existe una frontera en cuanto a las concepciones del mundo: la explicación socialdemócrata terrorista es inevitablemente idealista, la nuestra se basa en la evolución materialista dialéctica de la sociedad.
Más aún, la revolución no porta la violencia ni el terrorismo, sino su supresión, la liquidación no de tal o tal agente de la violencia, sino de las premisas generales de esta sociedad que hacen de ella una sociedad basada en la violencia y el terrorismo. Si el proletariado está forzado a asumir, reivindicar y ejercer la violencia contra esta sociedad y todos sus agentes no es porque el proletariado concentre esa violencia en tanto que positividad, sino por el contrario, porque es el polo negativo de esta sociedad, sobre la que se concentra en última instancia toda la violencia, y como tal sólo puede negar la violencia generalizada e institucionalizada en tanto que polo destructor de toda la sociedad (negación activa); su constitución en fuerza violenta hasta su dictadura de clase no es más que el desarrollo de esa negación activa en donde todas las condiciones, así como las formas de esa violencia, están determinadas negativamente y como negación por la violencia de esta sociedad (5).
Nada más absurdo entonces que pretender que la violencia de clase viene de los revolucionarios o que la función de éstos es crearla o importarla al proletariado. Los revolucionarios no «hacen» la violencia de la misma forma que no crean el partido de la revolución, ni hacen las revoluciones, sino que por el contrario su función es la de actuar como los elementos más decididos en todo ese proceso inevitable que surge espontáneamente de la sociedad, es la de asumir en la práctica la dirección del partido y la revolución.
La actividad consciente y voluntaria de los comunistas, para ser aún más claros y explícitos, no es entonces la de llevar la violencia a la clase, sino la de dirigir esa violencia hacia los objetivos propios al movimiento, única manera de acortar los interminables sufrimientos correspondientes a la agonía de esta sociedad y a la gestación de la sociedad futura. De lo que se trata es precisamente de que la enorme energía revolucionaria que esta sociedad genera y concentra en el proletariado no sea dilapidada en miles de actos de terrorismo individual, más o menos disparates (incluyendo algunas contraproducentes) y sin plan de conjunto, sino de organizarlos en una sola dirección hasta la insurrección, la dictadura del proletariado... el terrorismo rojo, para impedir la continuación de la masacre sin fin, a la que lleva esa guerra sin dirección.
Y aprovechamos para dejar bien claro que no se trata de hacerle concesiones a la ideología socialdemócrata «movimientista» que tiende a clasificar la violencia en minoritaria, o de individuos sueltos y oponerla a «la violencia de la clase en su conjunto». La violencia individual es también violencia de clase, no hay ningún acto en esta sociedad que no lleve el signo de clase. El asesinato de un patrón, una huelga «salvaje», un piquete de huelga que reviente carneros ‑actos todos igualmente terroristas (6)‑ se distinguen y se contraponen con todos los actos de terrorismo estatal o paraestatal (grupos reformistas con ideología «terrorista»).
Muchos de estos actos pueden ser descolgados, no obedecer a los intereses generales del movimiento, ser tácticamente inadecuados o conducir a un callejón sin salida. Ello es inevitable por las propias condiciones en las que el proletariado está obligado a desarrollar su violencia. En la mayoría de los casos al explotado se lo empuja, se lo acorrala, se lo oprime hasta límites insoportables... y la rabia liberadora se expresa necesariamente sin ninguna consideración táctica. Por eso los revolucionarios no realizan, apoyan o promueven cualquier acto individual aunque lo reconozcan como de su clase. Pueden estar de acuerdo o no compartir en absoluto ni la oportunidad ni el sentido de la acción. Pero frente a ello tampoco se los condena, se aplaude la represión, o se es indiferente, sino que la actitud es antes que nada la solidaridad activa contra el Estado represor y conjuntamente con esto la defensa de los objetivos generales del movimiento, es decir el intentar concentrar esta fuerza que revienta por todos los polos de la sociedad en forma a veces irracional y loca, dirigiéndola hacia sus propios objetivos: la lucha contra el capital y su Estado.
****
Si la violencia proletaria fuera, como se imagina el socialdemócrata, una violencia que depende de la conciencia que él le introduce, el asunto sería muy fácil y simple. Sólo la violencia que se expresa conscientemente como violencia de «Partido revolucionario» sería proletaria, todas las acciones de individuos sueltos o de grupos aislados serían burguesas o pequeño burguesas y la posición correcta sería su condena. Esta posición ha llevado siempre a la socialdemocracia y continúa llevando hoy a decenas de grupos, que se autoproclaman como revolucionarios y hasta de la «izquierda comunista», a aplaudir activamente la obra de los verdugos del Estado. Ésta fue la posición de toda la socialdemocracia, el stalinismo y el trotskismo, por ejemplo cuando Van der Lubbe incendió el Reichtag en Alemania (7). Esta posición es coherente desde el pique con una visión voluntarista y en última instancia policial de la historia, común a toda burguesía y a todos los Estados, que incapaces de comprender el surgimiento inevitable de expresiones incontroladas de la violencia proletaria, tratan siempre de encontrar atrás a los «instigadores».
Pero el asunto es complejo, precisamente porque la violencia proletaria en sus formas primarias, antes de estar y estructurada, se expresa de cualquier manera, salta por todos lados. Marx y Engels que como nosotros no fueron nunca partidarios ni apologetas de la venganza individual, del asesinato individual, de la puesta de bombas en lugares públicos... reconocieron, sin embargo, en hechos de este tipo parte de la guerra de clases. Así por ejemplo Engels, luego de enumerar con lujos de detalles un conjunto de actos de este tipo, dice:
«He ahí seis atentados que se han producido en cuatro meses y que tienen todos por causa común la rabia de los trabajadores contra los explotadores. ¿Cuál es la naturaleza de las relaciones sociales que producen estos acontecimientos? Apenas tengo necesidad de decirlo. Esas violencias prueban que la guerra de clases está declarada y que las batallas se libran públicamente.»
En el mundo de hoy, en todos los países hay centenas de ejemplos de este tipo, de esa lucha primaria (tan primaria como lo es por ejemplo una huelga sin tentativas de generalización y sin conciencia de tener enfrente a todo el Estado) desesperada y sin plan de conjunto del proletariado contra el capital. Más aún esas acciones aunque por su contenido y su forma sean proletarias y claramente contrapuestas y diferenciadas a las que emprende el Estado central o sus diferentes agentes, el proletariado no las reconoce como tal y no las diferencia de las acciones terroristas individuales realizadas por los distintos grupos y aparatos de la burguesía.
Este elemento objetivo e inevitable en una situación como la actual, de atomización del proletariado e incapacidad a reconocerse a sí mismo como clase internacional y, por lo tanto, incapacidad para constituirse como tal, facilita enormemente la política de amalgama realizada por el Estado y la consolidación de su terrorista campaña antiterrorista.
Entiéndase bien nuestra afirmación. No decimos para nada que sean las acciones terroristas de proletarios individuales o de grupos proletarios lo que permite la fortificación del Estado, como sostienen todo los grupos pacifistas seudoobreros, sino bien por el contrario afirmamos que la putrefacción generalizada de la sociedad (desarrollo explosivo de todas sus contradicciones) que conduce inevitablemente a la fortificación terrorista del Estado, sigue avanzando en línea recta porque el proletariado no actúa como fuerza revolucionaria (único verdadero límite a esa tendencia), y que en la afirmación de esa tendencia el hecho de la confusión general que reina en las filas del proletariado para reconocer y diferenciar su violencia de la violencia de sus enemigos, permite al Estado realizar la política de la amalgama, así como la fortificación de la campaña antiterrorista, no sólo ante el desconcierto generalizado, sino con el aplauso y la colaboración de montañas de proletarios atomizados (8).
Al respecto no alcanza ya con hablar de condiciones materiales inevitables, de coincidencias en los hechos que hacen factible y digerible esta política terrorista basada en el antiterrorismo, sino que es imprescindible hablar de acción consciente, deliberada y policial por parte del Estado para realizar esta amalgama. Pues si bien no tenemos una visión policial de la historia, la policía tiene su participación en la historia, y sería taparse los ojos el no ver acciones voluntarias y conscientes, de manipulación, de acción directa, por parte del Estado y su policía, para validar su política general de represión, confusión, amalgama. Además es evidente que cuando el interés general de la burguesía está en juego, y dadas todas las lecciones históricas que la burguesía ha extraído de su experiencia, ésta actúa en forma más centralizada, consciente y policial de lo que pudiese pensarse. Por ejemplo, el Escuadrón de la Muerte en todos los países en donde funcionó y funciona sistemáticamente es una necesidad general del Estado y hubiese surgido organizado por cualquier fracción del capital. Pero nos parece importante no olvidar que esta necesidad general ha sido asumida consciente y abiertamente por los aparatos centrales del Estado: por miedo a una visión policial de la historia no puede por ejemplo caerse en la afirmación de que los Escuadrones de la Muerte fueron organizados por aparatos autónomos no controlados o por la famosa «extrema derecha», en todos los casos fue el Estado, todo el Estado, y particularmente el Gobierno, los ministros, los generales y oficiales superiores los que organizaron los Escuadrones de la Muerte.
Dada la debilidad general del proletariado a actuar como clase, como fuerza autónoma, lo primero que favorece objetivamente la política de amalgama del Estado es la coincidencia formal entre los objetivos que el proletariado en forma más o menos confusa designa como sus enemigos y que a veces en forma individual o grupuscular ataca, y los objetivos que atacan un conjunto de grupos nacionalistas, stalinistas, foquistas, seudorrevolucionarios y seudocomumistas (9): algunos aparatos del Estado, ciertas sociedades o empresas, algunos patrones particularmente odiados... Dejando ahora de lado el hecho de que en la mayoría de los casos esas acciones lejos de contribuir al movimiento lo desorganizan (no es la finalidad de este texto), lo que es objetivo es que este tipo de acciones que buscan ganarse a proletarios para utilizarlos como carne de cañón en su guerra imperialista, permite al centro del Estado (10) (y repetimos dada la debilidad general de la clase proletaria para oponer una política totalmente autónoma y claramente diferenciada ante los ojos de toda la población), el amalgamar toda acción de resistencia proletaria con ese tipo de acciones de grupos burgueses. La represión consecutiva basada en dicha amalgama no sólo permite al Estado el afirmarse en general sino que en casi todos los casos liquida la poca autonomía proletaria que se estaba gestando: liquidación física, encarcelamiento de los militantes proletarios, y los que se salvan en su propio aislamiento les cuesta aún más no caer por ejemplo en el nacionalismo de oposición (11).
Además dada la ausencia total de programa diferente entre estos grupos nacionalistas y el propio gobierno, estos grupos son fácilmente infiltrables, manipulables, dirigibles hacia otros objetivos más centrales del Estado como la preconización de la colaboración abierta (12) y hasta en algunos casos permite a las fuerzas centrales de represión el hacerlos operar, en función de los intereses generales del Estado frente a toda tentativa de alza o autonomía proletaria (13).
Pero a veces a los aparatos centrales del Estado, a las fracciones del capital que controlan el gobierno, no les alcanza con todo esto. Sus intereses particulares de fracción y sus intereses generales de clase los impulsan no sólo a financiar, apoyar, dar apoyo logístico a tales o tales grupos, que ellos califican de «terroristas», sino que organizan directamente acciones «terroristas» (14) espectaculares contra otra fracción o en general contra la población para aterrorizarla y lograr plegarla a su política general de represión. Es conocida, aunque creemos aún muy parcialmente, la participación sistemática de los servicios secretos de las grandes potencias ‑como la CIA y la KGB‑ no sólo en la creación de los aparatos seudo parapoliciales sino en atentados y acciones armadas directas contra el enemigo imperialista y el enemigo de clase. Claro que lo que nos preocupa directamente no son las sucesivas intentonas de la CIA de matar a Fidel Castro o la reiteración sistemática de los «accidentes» de aviación en los que se liquida a Torrijos, a Samora Machel. ¡Al fin y al cabo que se arreglen entre ellos! Además tampoco creemos en la historia que dice que la primera guerra mundial se produjo por el atentado de Sarajevo. Lo que nos importa son los ataques directos a nuestra clase, así como lo que se logra: movilizar a la misma por intereses no son los suyos en base a esa cantidad de atentados y contraatentados dirigidos centralmente por las distintas expresiones nacionales del Estado mundial y el cinismo con el que se coloca la etiqueta de terrorista contra todo lo que es enemigo. La reciente actualidad está plagada de revelaciones terminantes sobre la complicidad directa de los aparatos centrales del Estado en las acciones «terroristas» en todo el mundo. Una enumeración sistemática es imposible y además no tenemos ‑ni nos parecen decisivos‑ los detalles sobre las complicidades de esa asociación ilegal para delinquir que constituyen todos los gobiernos. Pero mencionemos algunos. Que el antiterrorista Mitterand con todo su gobierno socialista planificó hasta en los mínimos detalles el atentado terrorista contra el barco de los ecologistas de Greenpeace ya no queda ninguna duda. Tampoco es contradictorio que el antiterrorista Reagan no se haya contentado con el apoyo logístico y financiero a la guerrilla nicaragüense actual, sino que haya patrocinado el manual del perfecto terrorista y saboteador de la producción de sus contrincantes. En coherencia con esa defensa del antiterrorisno en general tampoco debe extrañarnos que ese mismo señor, el antiterrorista por excelencia, haya organizado el bombardeo de las dos principales ciudades libias. En esta política sistemática del Estado, Israel ya lo había precedido, el hecho de bombardear una ciudad o parte de la misma no se considera un acto de guerra sino simplemente (como se lo tragó esa puta de la opinión pública de todo occidente) una perfecta acción del antiterrorismo en general: el bombardeo de algunas posiciones de la OLP (¿y quién garantiza que sólo se bombardeó eso?) en Túnez se hizo con el beneplácito de todo el mundo. La explosión de una bomba en la que revientan algunos militares que aseguran la presencia militar norteamericana y la potencia imperialista del bloque USA es terrorista, el bombardeo de una ciudad supuestamente en respuesta no lo es, sino que es antiterrorista. Y todos los medios de desinformación internacional a repetir eso (de más está decir que en el otro bloque pasa lo mismo pero al revés). La cosa es tan absurda y grosera que parecería imposible que la gente creyera, pero cree, los medios de información cumplen con su papel al pie de la letra e informan lo que les dicen que tienen que informar. Pero hay más. En occidente se dice que los agentes ocultos que dirigen todo ese terrorismo serían los gobiernos de Libia, Irán, Siria. Pero ya nadie puede negar que a los jefes del terrorismo iraní los arman bajo cuerda los jefes del antiterrorismo occidental y cristiano: USA por orden expresa de Reagan. Pero al mismo tiempo, como a los jefes del terrorismo sirio ‑hay demasiados intereses económicos por medio‑ los arma el estado francés, éste no puede aceptar la tesis del Estado inglés. Pero tampoco ahí termina la cosa, el jefe del gobierno francés, que está en plena segunda fase de la campaña antiterrorista (la primera la inició Mitterand al principio de su mandato), con aprobación de leyes específicas ‑y que no escatimó ningún esfuerzo, ni ningún detalle en su política de amalgama, por ejemplo inaugurando el gobierno con una operación general de allanamientos, detenciones e interrogatorios de militantes proletarios (específicamente dirigida contra nuestro grupo), justificada con un supuesto atentado que nunca tuvo lugar, aunque todos los medios de comunicación hablaron del mismo como un hecho acaecido‑, en su tenacidad por defender sus relaciones comerciales y militares con Siria y otros Estados del Medio Oriente, luego de decenas de hipótesis sobre la última ola de atentados, particularmente criminales e indiscriminados, dejó caer que la misma había sido organizada por los servicios secretos de Israel. Que esto sea una posibilidad no tenemos dudas, como tampoco dudamos que detrás de los mismos se encuentran los propios servicios secretos franceses y/o sus alianzas y enemistades sucesivas con otros servicios secretos de los Estados del Medio Oriente.
En realidad no interesa el quién está detrás en cada caso de éstos. La imbricación generalizada de intereses económicos que en última instancia determinan todas y cada una de estas acciones es enormemente compleja. Esta breve e incompleta enumeración es sólo para poner en evidencia que siempre detrás de todas estas campañas antiterroristas el Estado está abiertamente jugando a las dos puntas: impulsando o dirigiendo este tipo de acciones «terroristas» para desarrollar todos los objetivos que ya explicamos y avanzar en su terrorismo general de Estado, para dejar claro que entre este terrorismo y el antiterrorismo de Estado hay una completa y total coherencia, que todo eso se contrapone y no tiene nada que ver con la violencia proletaria, que es el único freno real y definitivo contra el terrorismo generalizado de la sociedad presente.
****
Frente al terrorismo de Estado omnipresente, frente al terrorismo de todos los Estados existentes, la realidad predominante en el proletariado sigue siendo la atomización, la contemplación pasiva del espectáculo interterrorista de nuestros enemigos adornado hasta en los últimos detalles morbosos, macabros, por los grandes medios de comunicación-imbecilización internacional. Es cierto que no faltan los actos heroicos de proletarios que desencadenan aquí o allá una batalla puntual, una huelga que desborda todas las previsiones y que aterroriza a todo el capital, una o varias manifestaciones violentas que atacan centros estatales (en el momento de escribir estas líneas llegan noticias de una importante lucha proletaria en varias ciudades argentinas), etc., pero estas acciones no tienen aún una continuidad, una perspectiva común, un plan de conjunto. Más aún, como lo decíamos antes, los distintos sectores del proletariado internacional que entran en lucha sucesivamente no se sienten aún como desarrollando una misma guerra por los mismos intereses y contra los mismos enemigos (15) (y ni hablar entonces de una clase consciente de su proyecto histórico universal) y luego de la lucha esporádica vuelve a la situación general de atomización e impotencia frente a la barbarie del capital. No tenemos dudas de que esas explosiones serán en el futuro próximo aún más grandes e importantes. El problema es cómo esa comunidad esporádica de lucha y coincidencia en la acción se transforma cuantitativa y cualitativamente en una comunidad de acción y dirección con perspectiva internacional, cómo se coordina, cómo se centraliza, cómo se asegura una continuidad, cómo se gesta la indispensable dirección... sin lo cual estaríamos yendo hacia otra derrota de todo el movimiento. El responder adecuada y prácticamente a este gigantesco desafío histórico es deber de los militantes revolucionarios (16).
14 de noviembre de 1986
****
Notas
1. Ver Marx Crítica al programa de Gotha.
2. Las llamadas sanciones contra tal o tal Estado acusado de apoyar el terrorismo, las ridículas medidas en nombre de los derechos humanos «contra» el Estado en África del Sur o el espectáculo jurídico de juicio a los culpables de los «excesos» como en Argentina están por supuesto en total coherencia con esta política general del Estado en todas partes.
3. Esta afirmación no debe entenderse linealmente, no somos partidarios de la ideología de aplaudir el terrorismo de Estado para que se «agudicen las contradicciones» (materialismo vulgar), pues es claro que para nosotros a partir de una acumulación de derrotas el terrorismo de la contrarrevolución puede lograr (y hay demasiados ejemplos) barrer del planeta al proletariado como clase, que sólo reaparecerá (también inevitablemente) mucho después.
4. Nosotros rechazamos esta terminología que aceptaría la existencia de un terrorismo en general, o de terroristas en general. Para nosotros el terrorismo siempre ha sido y será terrorismo de clase: terrorismo contrarrevolucionario o terrorismo revolucionario. Sin embargo, existe una ideología específica que hace la apología, como «teoría revolucionaria» de una cierta acción terrorista especifica. Dicha ideología, inevitablemente ligada al populismo y al reformismo, y que sigue siendo la base de adhesión de centenas de grupos seudorrevolucionarios en el mundo (la mayoría de ellos claramente burgueses y ligados a un proyecto de Estado nacional) fue criticada y caracterizada adecuadamente por Lenin en su texto «El aventurerismo revolucionario» (Oeuvres, Tome VI). Los rasgos invariantes de esta ideología voluntarista, idealista, materialista mecanicista son: la ideología de la «transferencia de fuerzas» según la cual cada acto terrorista saca fuerza al Estado y la transfiere a los que luchan, la ideología de la apología del individuo «invisible», «invencible», «inagarrable», en oposición a la vulnerabilidad de la «masa», la ideología de la excitación, de la acción ejemplar... en fin, una visión de la historia en la que sustituye las contradicciones de la sociedad del capital y la inevitable agudización de la lucha de clases por una visión basada en una lucha entre individuos. Unos personificarían al Estado (la teoría de que fulano sería el «corazón del Estado» es una de sus expresiones modernas) y otros personificarían los héroes, los revolucionarios», es decir la lucha aparato contra aparato, en donde el proletariado es reducido a simple masa espectadora. Ver al respecto nuestro texto en nuestra revista central en francés Le Communiste, «Critique du réformisme armé», números 17 y 19. En América Latina, el foquismo rural y urbano constituyen expresiones evidentes de esa ideología reformista, burguesa.
5. Todas las determinaciones de la lucha del proletariado, y por lo tanto su programa, son la negación práctica de esta sociedad. Ver además en este mismo número «Crítica de la economía», «La negación, como principio esencial de la crítica de la economía: la negación de la negación».
6. Aprovechamos también para combatir la ideología que asocia terrorismo a bomba o a asesinato, la burguesía es aterrorizada por toda verdadera acción de clase que marque realmente la emergencia del proletariado como fuerza.
7. Muy distinta fue por supuesto la posición de la verdadera izquierda comunista frente a este mismo hecho. Vease Bilan «A propos de l'affaire Van der Lubbe».
8. «Proletarios» atomizados colaborando con el Estado, el lector atento remarcará una incoherencia con nuestra terminología general, pero aquí nos queríamos referir a un sector específico de la sociedad, los que no tienen nada que perder, los objetivamente interesados en la revolución social, y por eso no utilizamos el ciudadano, el pueblo, la población, como lo hicimos antes. Podría también designarse como el antiproletariado, cuya expresión más acabada es el matarse mutuamente en la guerra imperialista, negación capitalista del proletariado, por oposición a la negación revolucionaria; liquidación de todas las clases sociales, autosupresión comunista del proletariado.
9. Como por ejemplo las FARC o el M19 en Colombia, los sandinistas en el pasado en Nicaragua, los Montoneros y «los Tupamaros en el pasado en la Argentina y Uruguay, respectivamente, el MIR en Chile, el ELN en Bolivia, ETA en España, las Brigadas Rojas en Italia, la OLP en todas sus variantes en todas partes...
10. Para nosotros todos esos grupos son parte del Estado del capital mundial. Designamos como centro del Estado en particular al gobierno y la dirección en ese momento (a menudo cambian, véase por ejemplo el papel actual del sandinismo) de las fuerzas represivas.
11. Ver «Exilio, revolución y contrarrevolución» en Comunismo nº 2.
12. Véase por ejemplo hasta que punto las Brigadas Rojas presentan un conjunto de matices desde los colaboradores abiertos a los «verdaderos combatientes», pasando por los arrepentidos, los disociados... Véase también el resultado de las componendas entre militares y Montoneros y Tupamaros que llegaron a ponerse de acuerdo para una lucha conjunta contra los que roban la nación, contra los ilícitos económicos o en un programa para el «bienestar nacional», o el trabajo de movilización nacional realizado por los Montoneros durante la guerra de las Malvinas.
13. Una buena contribución al tema, en particular sobre el caso italiano, se encuentra en el panfleto «Proletaires, si vous saviez», «Le laboratoire de la contre-révolution, Italie 1979-1980».
14. Como lo explicamos al principio, para nosotros toda la acción del Estado es terrorista, por eso ponemos entre comillas esta forma particular de acción terrorista puntual e irregular. Lo contrario sería una concesión a lo que denunciamos al principio.
15. Sentimiento que existió clara y universalmente a principios de siglo, y en 1917-1921 y, en menor medida, entre 1967 y 1973.
16. La Propuesta Internacional que se presenta a continuación pretende constituir un aporte en este sentido.