Proletariado y movimiento comunista

Frente a la desorientación casi general que reina en lo que se auto proclama como «vanguardia comunista» es sumamente necesario volver a precisar algunas de las «generalidades de base» en lo concerniente a las tareas de los comunistas. Una vez más queremos afirmar que no se trata de renovar, de inventar «nuevas», tareas o de rechazar «las viejas» bajo cualquier pretexto y que por lo tanto el lector que piense encontrar en estas líneas nuevas fórmulas, soluciones para las marmitas del futuro, quedará rotundamente decepcionado al ver que de lo que se trata es «una vez más» de repetir el ABC «doctrinario y sectario» de aquello que los nuevos profetas llaman «el viejo movimiento obrero». Frente al desmembramiento del movimiento revolucionario, nos parece fundamental volver a precisar la metodología invariante que caracteriza nuestro movimiento en oposición a todas las ideologías (incluidas las libre analíticas que «rechazan» toda ideología).

Nuestro punto de partida es exclusivamente el interés histórico del proletariado; lo que nos determina en última instancia, es el comunismo, es decir el movimiento de ruptura, de disolución, de destrucción del orden capitalista dominante. Ese movimiento secular se afirma como realidad («como un acontecimiento ya acaecido») desde que el modo de producción capitalista se impuso, es decir, desde que sobre la base del mercado mundial el valor en tanto que dinero, se convierte en el objetivo final de la producción (D-M-D'). Este comunismo revolucionario -dirigido hacia el futuro y no hacia el pasado como fue el de los utopistas milenaristas, el de los Campanella o de Tomás More- existe desde que el proletariado se afirma como clase autónoma, es decir antagónica a la burguesía, como negación viviente de las relaciones de producción capitalista. Si, el mismo Marx lo afirmaba así:

«La humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están, gestando, las condiciones materiales para su realización». Prólogo de la Contribución a la crítica de la economía política.

Es el modo de producción capitalista que desde sus orígenes hace posible el comunismo como la «verdadera solución»:

«Él es la verdadera solución en la pugna entre el hombre y la naturaleza y con el hombre, la verdadera solución de la discordia entre existencia y esencia, entre objetivación y afirmación de sí mismo, entre libertad y necesidad entre individuo y especie. Él es la solución del enigma de la historia y lo sabe». Manuscritos de 1844.

Babeuf, Buonarroti y los Iguales no eran utópicos cuando afirmaban la necesidad de la dictadura revolucionaria y por ello del terror rojo, y en concordancia con su manifiesto ‑que fue una de las primeras formulaciones del programa revolucionario invariante organizaron prácticamente la conjura de 1796.

El movimiento comunista se afirmó desde el principio como unidad indisociable entre «teoría y práctica, entre ser y conciencia...»; como una totalidad en movimiento.

Sólo se diferencia en el tiempo y en el espacio por la intensidad de su afirmación, por la intensidad de su fuerza. Si, la mayoría de veces, la revolución es «un topo viejo», que excava sin que la gran mayoría de los ciudadanos se den cuenta, su realidad aparece en forma cada vez más fuerte en los momentos de crisis, en los momentos de enfrentamiento directo por la destrucción del Estado burgués; por eso allí donde el «homo democraticus» no ve más que fuego de paja en el medio de un océano de paz social, los comunistas ven la confirmación repetida de la victoria de la sociedad sin clases. Cada una de nuestras derrotas, 1796, 1848, 1871, 1905, 1917-1923, 1937, 1968-1973, es un eslabón, de la enorme cadena, que nos orienta hacia el desenlace final, Hacia la resolución del enigma de la historia por la victoria de la revolución comunista y somos conscientes de ello. Nuestro movimiento no progresa, entonces, como un ascensor, o peor aún, según la estúpida curva ascendente-descendente que imaginan los decadentistas; sino en base a rupturas cada vez más violentas, seguidas, siempre de largos períodos en los cuales la contrarrevolución domina por completo; siendo la duración y profundidad de ésta proporcional a la intensidad de la fuerza de la ola revolucionaria. Y si Marx pudo prever ciclos de contrarrevolución de cinco (o incluso de diez) años, el desarrollo cada vez más catastrófico del capital nos hace vivir, después de los veinte años de contrarrevolución de «entre las dos guerras», más de cuarenta años de dominación casi ininterrumpida. Entonces cuanto más destructora (y más civilizadora) sean las crisis del capital, el comunismo será aún más inevitable, más necesario, se mostrará más claramente como un «acontecimiento ya acaecido»; pero simultáneamente cada vez que el peligro comunista sea liquidado (es decir, destruido física e ideológicamente el movimiento comunista) la contrarrevolución dominará más fuertemente y por más tiempo. Este es el espiral infernal del capital, que plantea en cada momento la exacerbación de todas sus contradicciones, el reforzamiento de todos los polos de su ser contradictorio y por ello la afirmación de la perspectiva. En esta certitud de advenimiento del comunismo (que no es entonces una hipótesis entre una serie de variables más o menos «científicamente» determinadas) que nos caracteriza y esto como condición previa a nuestra concepción del mundo.

«El conocimiento de la historia para el proletariado comienza con el conocimiento del presente, con el conocimiento de su propia situación social y el descubrimiento de su necesidad (en el sentido de génesis)» Luckacs, La reificación y la conciencia del proletariado.

Situándonos desde el punto de vista de la clase revolucionaria y por ello desde el punto de vista del partido (y no de la situación inmediata, sociológica del proletariado) llegaremos a elevarnos afuera y contra de todas las categorías del capital. Esta determinación, que es el comunismo, no tiene nada que ver con la conversión a un ideal, o con la adhesión a una escuela de pensamiento; sino que por el contrario, antes de cualquier reflexión y teorización, es la lucha contra la explotación, el enfrentamiento permanente cotidiano contra el capital lo que determina la emergencia del proletariado como clase. Afirmamos entonces una vez mas, aunque alarme a los «nuevos» filósofos de la ultra izquierda democrática, lo que diferencia al proletariado de la burguesía es justamente la necesidad de luchar contra la enajenación y contra toda la mierda capitalista. Es esto que Marx ya expresaba en «La Sagrada Familia».

«La clase poseedora y la clase del proletariado representan la misma auto enajenación humana. Pero la primera clase se siente a sus anchas y confirmada en esa auto enajenación, sabe que la enajenación es su propio poder y posee en ella la apariencia de una existencia humana; la segunda se siente aniquilada en la enajenación, descubre en ella su impotencia y la realidad de una existencia inhumana».

El proletariado, desde el punto de vista más general, el del comunismo, se define por su práctica global, por su programa, es decir por su constitución en clase dominante para abolir todas las clases. Pero esta constitución del proletariado en clase revolucionaria, en Partido, está determinada, en última instancia, por el polo colectivo (social no individual) que el proletariado ocupa en la sociedad ‑al interior de las relaciones sociales de producción‑ por el polo negador del capital; de las relaciones de producción capitalista (1). La incomprensión de esta realidad acarrea dos desviaciones que se complementan:

-La primera niega la determinación programática comunista (2) lo que tiene como corolario la sustentación de una visión sociológica, economicista de la clase, es decir de los individuos que deriva inevitablemente en las desviaciones materialistas vulgares del obrerismo, de la importación de la conciencia, del leninismo...

-La segunda al negar la determinación material del polo productor social del valor al interior de las relaciones de producción capitalista, cae en las desviaciones idealistas, modernistas, antiproletarias que buscan nuevos sujetos históricos (un ejemplo de ello es el de la clase universal, innovación de Camatte).

En realidad, esta doble caracterización del proletariado por el lugar social que ocupa y por su programa revolucionario, no es más que la explicitación de la función que tanto una como la otra ocupan al interior de la globalidad contradictoria que es el proletariado. Contra todas las visiones burguesas que definen al proletariado como primero clase en si para luego incluir el movimiento, clase para sí, la más mínima comprensión de la dialéctica nos hacer ver que la materia no existe primero para luego moverse. Por el contrario, la materia es un perpetuo movimiento, la materia es movimiento. Entonces el proletariado no existe primero (clase en sí) para luego existir en tanto que movimiento (clase para sí), sino es movimiento, lucha contra su polo antagónico. De la misma manera, al interior de la mercancía el valor de cambio no puede existir sin su soporte, el valor de uso, sino que ésta existe para expresar el polo negador en la contradicción valor de cambio-valor de uso.

Entonces, si la inmensa mayoría del proletariado lucha contra el capital, aún, antes de saber pronunciar la palabra comunismo; esta realidad de lucha de enfrentamiento a todo el orden establecido crea, para una minoría de proletarios, la posibilidad de elevarse a la comprensión de la globalidad del proceso. En este sentido las minorías revolucionarias no son el producto inmediato de una u otra lucha anticapitalista; ni los descendientes del planeta Venus en búsqueda de sus «orígenes». Las minorías comunistas sólo existen para actuar en la globalidad del proceso corno elemento fundamental e indispensable que permite transformación cualitativa, la inversión de la praxis que se materializa en: la organización y la conciencia:

«...No habremos comprendido que el militante marxista no es aquel que sabe convencer y enseñar, sino aquel que sabe sacar las lecciones de los hechos ‑de esos hechos que van más rápido que el cerebro del hombre y que, vacilante, este, desde hace milenios, trata de alcanzar‑. En su aceptación más madura, el determinismo no tiene nada que ver con la pasividad. Por el contrario, demuestra que el hombre actúa antes de querer actuar y quiere antes de saber porqué quiere ‑el cerebro del hombre es aun el menos seguro de sus órganos y que el mejor uso que un grupo de hombres puede, hacer de su cerebro es el de prever el momento histórico en el cual este será catapultado en el torbellino de la acción y de la lucha ‑la cabeza adelante por una vez!‑» Bordiga «Dialogo con los Muertos» 1956.

En realidad, solo existe un movimiento (que posee un y solo un programa) que partiendo de los proletarios atomizados, extrañizados por el capital, afirma a través de luchas, del asociacionismo obrero, de las acciones de clase... en, forma, cada vez más clara su carácter comunista. Y, al interior de este movimiento, los comunistas no tienen ningún interés que los separe del conjunto del proletariado; es decir, los comunistas tienen las mismas necesidades y por ello las mismas tareas que cualquier proletariado en lucha.

Lo único que, los distingue del resto del proletariado es la defensa intransigente y permanente de los intereses históricos del movimiento y del internacionalismo. No creemos necesario incorporar nada a las posiciones de Marx cuando, planteándose el Problema que acá tratamos, en el célebre capitulo del Manifiesto del Partido Comunista, titulado «Proletarios y comunistas», daba lo esencial de nuestra posición. Más aun en esas frases se encuentran ya las respuestas a todos las revisiones de nuestra concepción invariante:

«[Los comunistas] no establecen principios especiales según los cuales pretenden moldear el movimiento proletario».

(Denuncia de los propagandistas y otras tendencias del «educacionismo» del proletariado)

«Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto.»

Escupida en la jeta de todos los frentistas, sindicalistas, populistas... ¡que respuestas pueden dar!

«Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre Impulsa adelante a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, de a marcha y de los resultados generales del movimiento proletario.»

(¡Se impone una relectura casi cotidiana!)

«El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios: la formación del proletariado como clase, el derrocamiento de la dominación de la burguesía, la conquista del poder político por parte del proletariado.»

(Si todos los que se pretenden revolucionarios pudieran de vez en cuanto recordar esto prácticamente)

«Los postulados teóricos del comunismo no se fundan en modo alguno en ideas o principios que hayan sido inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo.

Sólo son expresiones generales de los hechos reales de una lucha de clases que existe, de un movimiento histórico que transcurre ante nuestra vista.»

¡Fetichistas de la forma, innovadores seguidistas del Santo-Grial para captar ese movimiento que se desarrolla ante nuestra vista se requeriría no ser ciego y sordo!

La militancia comunista

Como contra-golpe de las las luchas obreras de los años 60, se desarrolló en gran escala el militantismo izquierdista (trotskismo, maoísmo, foquismo, nacionalismo radical...) lo cual hizo proliferar rápidamente las patologías propias en todos los neófitos que entran a una religión; como por ejemplo: el macho de la disciplina formal, el sacrificado a la causa, el suicida de las manifestaciones, el jefecito burócrata , el paranoico de la infiltración, el moralista...Todo el mundo guarda en la memoria a estos zombis (todavía existen algunos ejemplares) que esperaban la redención final, por ello no nos detendremos más sobre estos cadáveres, estos ridículos imitadores de Lenín o Bakunin. Como único ejemplo citaremos una perla de esta burrada contrarrevolucionaria:

«El amor al trabajo es uno de los elementos principales de la moral comunista. Pero es únicamente con la victoria de la clase obrera que el trabajo ‑condición indispensable de la vida humana‑ deja de ser una carga pesada y deshonrosa y se transforma en un asunto de dignidad y de heroísmo». Kalinin, La educación comunista, 1949.

Pero con la misma rapidez con que se desarrolló ese militantismo izquierdista, producto esencial del programa contrarrevolucionario defendido por la izquierda y la extrema izquierda del capital, se desarrolló también su antítesis simplista, el antimilitantismo individualista.

«La revolución termina desde el instante en que hay que sacrificarse Para hacerla, ... Los momentos revolucionarlos son momentos de fiesta en donde la vida individual celebra su unión con la sociedad regenerada» (R. Vaneigen «Tratado del saber vivir para el uso de las jóvenes generaciones»).

Así a los curas militantes, sacrificados, castrados... de los izquierdistas corresponden los «antimilitantes», «liberados», «jodedores»; «individualistas». A la aberración militantista se oponía otra no menos perniciosa: el mito de «la liberación» del «cambiar la vida» que en los hechos significaba la autogestión de la supervivencia, la democratización de la miserable vida cotidiana, el acomodo individual, el arréglate como puedas... el «Yo Único» de Stirner. Parodiando a estos «situacionistas» de opereta, podríamos decir que la miseria de los militantes no es más que la otra cara de los militantes de la miseria cotidiana. Y no es por casualidad (para ejemplificar la complementariedad de estas dos formas de alienación capitalista) que en estos diez últimos años hemos visto surgir miles de militantes de izquierda que luego de haberse sacrificado, años enteros, en las fabricas, de haberse tragado todos los colores de las «tácticas flexibles», de ser excluidos, integrados, digeridos, fusionados, maniobrados, cocinados... se transformaron instantáneamente en adeptos de Krishma, alcohólicos, suicidas, drogaditos, noctámbulos... o lo que es aun más triste, en cínicos desalentados en búsqueda exclusiva del acomodo, de la pequeña supervivencias de mierda al interior del sistema.

Este retorno masivo para salvar al individuo corresponde actualmente a la necesidad imperiosa del capital de atomizar cada vez más al proletariado, de mantenerlo permanentemente aislado frente a ese monstruo impersonal que es el Estado burgués. Esto constituye la realización más acabada de lo que es la esencia de la democracia (3). Si en un primer momento estuvo de moda la atomización como forma de canalizar a los obreros combativos en el carro del militantismo izquierdista, hoy en día lo que predomina más claramente es la ideología de la supervivencia, el acomodo individual (que se joda el que no tiene suerte), el repliegue familiar o sobre su pequeña secta.

Antagónicamente, el militante comunista se afirma como negación tanto del sacrificio redentor de la tradición judeocristiana, como el retroceso a los viejos delirios del individuo ciudadano, opuesto a la especie, como también de los nuevos delirios humanistas.

El militante comunista defiende en todos los aspectos de la «vida» la perspectiva revolucionaria. Ser comunista no quiere decir tener una actividad más entre las otras (o menos), sino determinar todo por lo que es nuestra globalidad: el comunismo. Para nosotros, en cada instante existe una relación orgánica entre el movimiento presente y el comunismo, entre el pasado y el futuro entre el movimiento y el objetivo.

«El objetivo final no es un estado que espera el proletariado, al fin del movimiento, independientemente de este y del camino que recorre; un «Estado del Futuro»; en consecuencia no es un estado que puede ser tranquilamente olvidado en las luchas cotidianas e invocado a lo máxime en los sermones del domingo, como un momento de sublimación opuesto a las preocupaciones cotidianas; no es un «deber»,una «idea» que juega el rol de regulador en relación al proceso «real». El objetivo final es más bien esta relación con la totalidad (con la totalidad de la sociedad considerada como un proceso), por la cual cada momento de la lucha adquiere su sentido revolucionario, una relación que es inherente a cada momento precisamente en su aspecto cotidiano, su aspecto el más simple el más prosaico, pero que solamente se transforma en real en la medida en que se toma conciencia y se confiere así la realidad al momento de la lucha cotidiana, manifestando su relaciona la totalidad, por ello este momento de la lucha cotidiana se eleva del nivel de lo fatídico, de la simple existencia, al de la realidad.» Lukacs, ¿Qué es el marxismo ortodoxo?.

Entonces no existe de una parte una «vida cotidiana», individual, «privada» (es decir separada de los otros, de uno mismo y por ello de la especie humana) y una vida militante (los militantes del sábado de noche que criticaba Lenin) Sino una totalidad militante que se afirma a través de la lucha permanente contra todos los aspectos de la dominación capitalista.

Los militantes comunistas no son ni dioses, ni santos y menos aún pequeños funcionarios de la «militancia» que asisten regularmente a sus reuniones de sección o círculos solamente para marcar tarjeta. Los comunistas son «los brazos, los puños, los ojos, el cerebro...» de una totalidad (superior a la suma de las partes constitutivas) centralizada, organizada y por ello son parte de esta totalidad que justamente expresan cualitativamente. Es así que dialécticamente cada parte del movimiento, cada compañero, se impulsa para expresar la totalidad; tendencialmente cada célula del partido expresa la reapropiación del conjunto del programa. Es esta dinámica que materializa, al más alto nivel, el centralismo orgánico, el todo determinando cualitativamente a cada una de sus partes, y éstas conteniendo potencialmente todos los elementos cualitativos para restituir la totalidad. Como lo afirmaba hace mucho tiempo el viejo Hegel:

«El todo es un equilibrio estable de todas las partes y cada parte es un espíritu en su elemento nativo que no busca ya su satisfacción más allá de sí, sino que la posee adentro de sí mismo, por que se encuentra ella misma en este equilibrio con el todo». Hegel, La fenomenólogia del Espíritu.

Es por ello que un militante comunista sin organización comunista no tiene sentido alguno o más precisamente, todo militante, cualquiera fuese su realidad inmediata (que puede variar enormemente por la represión, aislamiento, exilio...) debe constituirse en un polo organizativo, de centralización; debe reproducir la totalidad, y así pues la organización de esta totalidad. Contrariamente a las leyendas leninistas y antileninistas sobre la relación orgánica entre los militantes y su organización, sobre la función de dirigentes efectivos de las luchas obreras, es indudablemente el KAPD (Partido Comunista Obrero Alemán) que expresó, en la forma más clara, nuestra posición:

«Para concentrar todas esas organizaciones, para dirigirlas y para enseñar a toda esa organización de clase, el proletariado necesita un partido comunista, pero de un partido que dirija por medio de todos sus miembros y no por medio de una dirección que dirija a través de directivas (formales). El proletariado necesita un Partido Núcleo Ultra formado. Así debe ser. Cada comunista debe ser individualmente un comunista irreprochable capaz de ser un dirigente en todas partes. Ese es nuestro objetivo. En sus relaciones, en las luchas en las cuales está inmerso, debe ser consecuente, y lo que lo liga, lo que da coherencia a su acción es su programa. Lo que le fuerza a actuar son las decisiones adoptadas por los comunistas. Ahí reina la disciplina más estricta, no se puede cambiar nada o se procederá la exclusión o a la sanción. Se trata entonces de un partido que es un núcleo, que sabe lo que quiere que se encuentra sólidamente establecido y cuya capacidad ha sido probada en el combate; un partido que no negocia y que se encuentra continuamente en lucha. Dicho partido sólo puede nacer cuando realmente se ha lanzado a la lucha, cuando ha roto con las viejas tradiciones del movimiento de los sindicatos y de los partidos, con los métodos reformistas que aplica el movimiento sindical con el parlamentarismo. Los comunistas deben romper con todo esto... deben eliminar todo eso de sus filas y solo cuando se hayan depurado, pasaran a sus propias tareas empujados por la actividad revolucionaria». Del discurso de Jan Appel delegado del KAPD en el Tercer Congreso de la IC, 1921.

Los comunistas no tiene nada que ver con esa extrema izquierda que lleva adelante el más repugnante trabajo anti-proletario, que «infiltra» los sindicatos o los «grandes partidos 'obreros'» la política de «conquista de la dirección», en base a maniobras y conciliaciones con la «burocracia» (a la que complementariamente critican frente «a sus bases»), con esos izquierdistas que, a la imagen de su colega Stakanov, hacen todo lo posible por ser los mejores trabajadores y así dar el ejemplo (de la enajenación suprema). Aquí también el patriotismo de su programa burgués coincide y es coherente con su patriotismo de fabrica, con su nacionalismo cotidiano («trabajemos por una Argentina Nueva, por un Perú, un Chile poderoso, por una Nicaragua libre... »).

Los comunistas, por el contrario, luchan en cada momento de su actividad, para reforzar las rupturas (incluso aquellas débiles, o elementales) con el terror democrático, con la miseria cotidiana... con el capital. A la cabeza de los otros proletarios, los comunistas llaman y actúan directamente (claro está que en función de las posibilidades reales y las relaciones de fuerza en presencia) para desarrollar la combatividad: apenas es posible, organizan a los proletarios que luchan contra el capital, aunque no estén (aún) de acuerdo con la globalidad de las posiciones revolucionarias en forma claramente distinta y contra todas las estructuras del Estado burgués.

Contra la política de maniobras que preconizan los izquierdistas (que se apoyan en el funesto y particularmente infecto pasquín de Lenin La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo.

«Los comunistas repudian el ocultamiento de sus puntos de vista y de sus intenciones. Declaran francamente que sus objetivos sólo podrán alcanzarse mediante la subversión violenta de todo el orden social existente.» Manifiesto del Partido Comunista.

Es precisamente este trabajo permanente de agitación, organización, propaganda... que diferencia en la práctica a los militantes comunistas de todos los militantes seudo obreros y en particular de los curas izquierdosos.

Como sobre cualquier punto programático tomado «separadamente» tenemos que ver justamente como este punto forma parte intrínseca de la totalidad; es decir como visto desde el ángulo de la militancia no se trata de un problema de individuo (aunque desde nuestro punto de vista no cualquiera será militante o estará determinada a serlo) sino de una colectividad orgánica. La organización de los comunistas, es la que le da a cada militante la fuerza, la coherencia, la dirección para ser un cuadro, un dirigente de la revolución. Es en este sentido, y más allá de lo que la contrarrevolución hizo de la expresión «revolucionarios profesionales» (utilizado a justo titulo por Lenin contra el diletantismo socialdemócrata); que hoy más que nunca tenemos que revalorizar el profesionalismo, la firmeza, la constancia, la autodisciplina en la actividad de los comunistas; Es decir, tenemos que criticar despiadadamente el diletantismo, el individualismo, el dejar que el tiempo pase... que al final de cuentas solo son expresiones de la incomprensión del programa revolucionario; materialización de la fuerza de nuestro enemigo, la burguesía. El ABC de la contrarrevolución es la atomización, la individualización de su dominación (bajo la cobertura antitética de la dominación, de la superioridad del individuo) haciendo de cada uno de nosotros un «homus democraticus», un ciudadanos elector y vendedor de fuerza de trabajo. Dialécticamente, nuestra fuerza se encuentra en la negación de esta atomización, en nuestro asociacionismo para impulsar la lucha por la centralización de nuestro combate sobre bases comunistas cada vez más claras y precisas.

Es en esta dinámica de asociacionismo que nace la organización de los comunistas; como momento de la centralización mundial del proletariado; que los hace organizarse distintamente para poder dirigir plenamente esta centralización en el rumbo de la abolición del trabajo asalariado. Como lo que determina a los comunistas no es lo inmediato y circunstancial (nuestra determinación fundamental no es nuestra pequeña historia individual sino la lucha histórica del proletariado que desde que este existe y sobre todas las latitudes produce revolucionarios) tenemos que ser capaces de luchar colectivamente contra la corriente, de constituir un cuerpo único a pesar de que estemos separados en el tiempo y en el espacio. Esto es el centralismo orgánico que unifica en un mismo proceso a los comunistas y al conjunto del proletariado en la lucha contra el capital. Es esta comprensión (y para nosotros comprensión implica práctica) que permite, a los comunistas, dejar atrás las contingencias y múltiples mierdas que nos impone el capital. Es de esta comprensión que nace tanto la disciplina como la solidaridad que unifica realmente a los militantes más allá de sus propias debilidades y de su «individualidad».

Esta revalorización de la acción comunista es, como la globalidad de nuestro programa, antidemocrática, es decir, que parte de la realidad de la heterogeneidad del proletariado, de la desigualdad de los individuos, y por ello del proletariado (porque la concurrencia que se hacen los obreros entre ellos destruye a cada momento la organización del proletariado en clase y por ello en partido. Ver el Manifiesto del Partido Comunista) para constatar que los comunistas son y serán, una minoría, una pequeñísima minoría que se afirma como «un partido-núcleo ultra-formado» (Ver la concepción del KAPD). Es en este sentido que nuestra concepción de la organización de los comunistas se opone radicalmente a las concepciones putrefactas «del partido de masas»: tanto a la versión leninista ‑partido de masas realizado gracias a la alianza con la «izquierda socialdemócrata» y con sus «duplicados» y los frentes‑; y a la versión antileninista (consejista) los soviets de masas, la «huelga de masas» directamente «revolucionaria». Contra el éxito efímero de la popularidad reafirmamos la importancia del trabajo minoritario, impersonal y contracorriente de las minorías comunistas, que, aún en el caso de encontrarse a la cabeza de grandes movimientos de masas,  en tanto que son comunistas, seguirán organizados en forma estrictamente distinta y necesariamente minoritaria. Ya escuchamos a los demócratas de todo pelo y color gritar «elitismo»  lo que en su boca, solo significa la confesión de su propia descalificación frente a la historia que los conduce siempre a entregar la dirección del movimiento a la burguesía, cuando para nosotros se trata justamente (sin hacer ninguna innovación) de afirmar una vez más la calidad de vanguardia de las minorías comunistas. Y es justamente contra esta concepción fundamental de vanguardia, de una fracción que se organiza específicamente para jugar plenamente su función de órgano dirigente que se dirigen todos los ataques para hacer desaparecer, so pretexto de «antielitismo» los avances programáticos, y de disolverla en la masa anónima del pueblo, de ahogarla. Es necesario afirmar permanentemente frente al sistema capitalista que su fundamento es precisamente la deshumanización vía la atomización (y en corolario la reconstitución de una comunidad ficticia que adicione los individuos que ha separado haciéndolos capital) sobre la calidad superior que son las fracciones comunistas, sobre el hecho que de que la única y durable materialización de la lucha anticapitalista es la asociación, la organización, la centralización orgánica que unifica en forma cada vez más potente mas conciente a los proletarios en lucha, con una sólida dirección comunista.

En este sentido, el militante comunista es también aquel que sabe sacrificarse cuando es necesario y esto no en el sentido cristiano de un suicidio que abre las puertas al paraíso (o en el sentido estalinista-castrista o sandinista del sacrificado laburante que demuestra ser un «verdadero proletario») sino en el sentido de «héroes proletarios» como a los que Bordiga hacia referencia (Ver Fantasmas a la Caryle 1953;, El Programa Comunista No.9). Nos referimos a los «voluntarios desconocidos de la revolución» que saben conscientemente o no hacer prevaler los intereses históricos de su clase (y en última instancia de la especie humana) frente a todos esos mezquinos y burgueses conservadores de «su» pequeña individualidad. ¡Qué espectáculo sórdido y mezquino nos presentan esos «intelectuales» (ex izquierdistas)cuando denigran a la militancia en general (lo que les permite sobre todo denigrar preventivamente a la militancia comunista) tratando así de conquistar un puestito respetable en la gran escena del espectáculo burgués! Frente a estos antimilitantes promocionados como cuadros claves en los centros de producción de la ideología dominante, se erigen generaciones de militantes obreros, centenas de miles de compañeros que arriesgando su vida se enfrentan en todos los lugares del mundo al Estado burgués. Desde África del Sur hasta la China, de Polonia a Bolivia... renace cada vez más potente la fuerza proletaria, la voluntad y la conciencia de la destrucción necesaria del sistema capitalista mundial.

El viejo topo cava, cava... la tumba del viejo mundo que enterrará así mismo a todos estos cínicos diletantes y a los antimilitantes activos que pretenden impedirnos respirar.

«En todas las manifestaciones que provocan el desconcierto de la burguesía, de la aristocracia y de los pobres profetas de la regresión, reconocemos a nuestro buen amigo Robien Goodfellow, al viejo topo que sabe cavar la tierra con tanta rapidez, a ese digno zapador que se llama la revolución.» Marx, Discurso pronunciado en la fiesta del aniversario del People's Paper.

Periodización del capital y acción de los comunistas

Como afirmamos en la primera parte de este texto, las tareas de los comunistas son siempre las mismas, no cambian ni en una pizca siguiendo, el pretexto falaz utilizado por todos los revisionistas, el «cambio de período» que transformaría las determinaciones fundamentales de la actividad de los comunistas; Es decir, la contradicción proletariado-burguesía, comunismo-capitalismo. Ahora bien, estas tareas se definieron una vez por todas desde la aparición del proletariado y esto hasta su autodisolución y la afirmación de la comunidad humana mundial. Y contrariamente a lo que los decadentistas pretenden, si Marx definió efectivamente «períodos», se trata fundamentalmente de períodos de contrarrevolución a los que suceden los de revolución. Esta sucesión de períodos de contrarrevolución cada vez más largos, interrumpidos por breves e intensos períodos de revolución, pautan todo el ciclo de la dominación capitalista. Lo que puede «variar», por el hecho del pasaje de un período donde la contrarrevolución, domina al de enfrentamiento revolucionario, es la relación, el peso relativo de las diferentes tareas comunistas al interior de esta globalidad invariante producida a cada momento por la lucha anti-capitalista. Si por ejemplo, la necesidad de la violencia revolucionaria es una constante de todos los instantes en el enfrentamiento entre proletariado y burguesía, es claro que en período revolucionario esta necesidad, ésta determinante permanente de la lucha obrera toma una importancia tan grande que concentra en ella (cuando se prepara y se realiza militarmente la insurrección) una masa enorme de energía acumulada, lo que contrasta con los períodos de contrarrevolución, caracterizados por una apatía generalizada. Podríamos incluso afirmar que en los momentos insurreccionales, la cuestión militar ‑siempre presente en todos los otros períodos- llega a sintetizar, concentrar en ella, todas las otras tareas (teóricas, propagandistas, agitativas, organizativas...) que, por un lapso de tiempo se transforman en subordinada. Es esta realidad de la preparación revolucionaria que impide a Lenin terminar su más fundamental escrito El Estado y la revolución, puesto, como él explicaba:

«Es más agradable y útil el hacer la experiencia de una revolución que escribir sobre ella». Postfacio a la primera edición.

Lo cual no le quita ni un ápice de verdad a la afirmación de que: ¡la globalidad de las tareas comunistas siguen siendo las mismas! De la misma manera, los períodos más tenebrosos de la dominación de la contrarrevolución (ejemplo, los años treinta, o peor aún, los años cuarenta y cincuenta), el estado de atomización (de no-existencia relativa del proletariado actuando como clase), es tal que las tareas organizativas, de agitación, de propaganda... son terriblemente limitadas y sufren el repliegue generalizado de la combatividad obrera y de los grupos comunistas. En estos períodos de lo que se trata es más que nada de «preparar el futuro», sacar un balance de las olas revolucionarias pasadas, «comprender la contrarrevolución» condición indispensable de la victoria futura. Es en estos momentos que el tipo de tareas más «teóricas» toman una predominancia que permite «edificar» un puente entre las generaciones comunistas que fueron derrotadas y las del futuro que nos llevarán a la victoria. Bilan, órgano teórico de la fracción del Partido Comunista Italiano en exilio, definía muy claramente esta predominancia:

«Los cuadros para los nuevos partidos del proletariado sólo surgirán del conocimiento profundo de las causas de la derrota. Y este conocimiento no puede permitir ninguna prohibición como tampoco ningún ostracismo. Sacar el balance de lo sucedido en la post-guerra, es entonces establecer las condiciones para la victoria del Proletariado en todos los países» (Bilan nº 1, noviembre 1933).

Esto no impide que aún en períodos siniestros, el comunismo tiene que ser defendido no solamente en las revistas y pequeños círculos militantes, sino también al interior de las luchas existentes a través de la propaganda, la agitación, la organización de los proletarios en lucha, el desarrollo de la solidaridad internacional... Es siempre esta realidad múltiple de la actividad de los comunistas (incluso cuando la preponderancia de tal o tal tarea está determinada por el período, o más exactamente, por la relación de fuerza entre proletariado y burguesía) que ha quedado demostrado a través de la historia, concluye, una, vez por todas con las falsas oposiciones entre teoría y práctica, entre reflexión y acción. En este sentido, aún en los períodos «desfavorables»:

«No podemos por ello erigir una barrera entre teoría y acción práctica, puesto que, más allá de un cierto limite, correspondería a nuestra destrucción, así como a todos las bases de nuestros principios. Entonces reivindicamos todas las formas de actividad propias a los momentos favorables, en la medida que las relaciones de fuerza nos lo permitan». Consideraciones sobre la actividad orgánica del partido cuando la situación general es históricamente desfavorable, 1965.

A ningún revolucionario ‑en el pleno sentido militante de este término‑ se le ocurriría incluso en los más profundos períodos contrarrevolucionarios, limitar voluntariamente su acción al trabajo «teórico» puesto que esto le quitaría toda posibilidad (aunque sea limitada) de actuar sobre la realidad (lo que significaría un regreso a la «interpretación filosófica del mundo y no a su transformación revolucionaria») lo que constituye de la misma manera que la teoría, una tarea preparatoria, formativa... condición del futuro resurgimiento de las luchas proletarias. Ningún comunista, comenzando por el propio Marx, limitó su actividad a la «teoría», lo contrarío impediría que esta asuma su real función de ser: «una guía para la acción».

La real restauración programática no tiene nada que ver, incluso en las «situaciones históricamente desfavorables», con un trabajo exclusivo de bibliotecario o de archivista del movimiento obrero; por el contrario ella se efectúa a través de la relación permanente entre la actividad aún muy reducida, de las fracciones comunistas y las luchas obreras, a pesar de que estas últimas se encuentren fuertemente encuadradas y sometidas a las estructuras del Estado burgués (sindicales, policiales, ideológicas...) Este trabajo de fracción (en el sentido dado por Bilán), de formación de cuadros (teóricos, físicos...) del partido de mañana, toma en estos períodos una importancia decisiva. Como ya lo afirmamos en nuestro texto Comunismo y Partido aparecido en nuestra revista central en francés:

«En los períodos más negros del movimiento obrero las tareas de los grupos, núcleos, fracciones comunistas no varían, solo evoluciona la relación entre las diferentes tareas ‑teoría, acción directa, propaganda, agitación, centralización internacional, etc.‑ dada la extrema fragilidad de estos grupos, entonces hay que dar prioridad a las tareas más centrales, mas directamente históricas... La actividad real de partido, en su acepción histórica, es entonces asumir la globalidad de las tareas de siempre, la relación entre ellas está determinada por nuestra fuerza relativa: cuanto más se concentran y se potencian a nivel mundial las fuerzas comunistas, más refuerza el conjunto de tareas a todos los niveles de la acción comunista. Es solo nuestra capacidad (aunque sea limitada) para responder a esa globalidad, para dar una respuesta programática a todos los niveles de la lucha proletaria que nos situará en la línea histórica del partido. Este trabajo incesante de los comunistas es el único trabajo real de preparación al surgimiento 'espontáneo' del partido. En este sentido, desmembrar la totalidad que constituye la actividad, la práctica comunista, se pretexto de asumir «mejor», más «a fondo», una u otra tarea (sean 'teóricas', 'militares', o 'de acción en las luchas de hoy en día'), toma un único significado. La destrucción de la actividad de partido en beneficio del resultado inmediato, en beneficio de uno u otro aspecto que necesariamente se hipertrofia y, degenera transformándose rápidamente en una actividad en sí, lo que hace perder su carácter comunista al realizar una apología de una forma transformada en privilegiada, en relación al todo. Estamos otra vez frente a la desviación consistente en caer en los aspectos contingentes y limitados a expensas del aspecto global, del aspecto histórico». Le communiste, nº 15.

Ahora bien, hoy en día, a nivel mundial, nos encontramos en un período donde se articulan: la contrarrevolución, consecutiva a la derrota de los movimientos revolucionarios de los años 1917-1923 y a la segunda guerra imperialista mundial que domina aún ampliamente y el resurgimiento, cada vez mayor, de fisuras que van resquebrajando aquella «capa protectora de plomo». Estas fisuras se dan aún muy desfasadas en el tiempo y en el espacio; dado que irrumpieron, según las áreas geográficas, desde los años cincuenta (América latina), fines de los años sesenta (Europa, China... también América Latina) y actualmente tienden a generalizarse, a sucederse a un ritmo cada vez más rápido, acercando así a los combatientes de todos los continentes. Podríamos decir que nos encontramos en un «período transitorio» entre la contrarrevolución que nos domina aún y la apertura mundial de una ola revolucionaria.

Esta «transición» se explica por el recrudecimiento de la crisis socioeconómica del sistema que aún no llega a transformarse cualitativamente en crisis revolucionaria. Como Lenin afirmó claramente, para que exista un período revolucionario no es suficiente con que haya una «crisis» (la crisis de 1929, entre otras, nos los confirma) o aún fuertes luchas de clases. «Para la revolución no basta con que las masas explotadas y oprimidas tengan conciencia de la imposibilidad de seguir viviendo como viven y exijan cambios; para la revolución es necesario que los explotadores no puedan seguir viviendo y gobernando como viven y gobiernan. Solo cuando los «de abajo» no quieren y los de arriba no pueden seguir viviendo a la antigua, sólo entonces puede triunfar la revolución». Lenin, La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo..

El resurgimiento de una ola revolucionaria a escala mundial, caracterizada no exclusivamente por la crisis socio-económica sino también por una crisis política al interior de la clase dominante, su incapacidad creciente para gestionar su crisis, el despiste generalizado que se expresa en el hecho evidente de que todas las fracciones burguesas, desde la extrema derecha a la extrema izquierda, se encuentran obligadas a aplicar las mismas medidas de austeridad, es decir, el mismo anti-proletario, está cada vez más al orden del da, lo que empuja al proletariado a unificarse. La incomprensión del período revolucionario como no identificable a la crisis socioeconómica del capital (que ciertamente es una condición indispensable pero no suficiente) es la misma incomprensión que la de la naturaleza catastrófica de la crisis histórica del sistema de esclavitud asalariada. Contrariamente a todo lo que afirman las escuelas económico-decadentistas, el catastrofismo no significa de ninguna manera el derrumbe «objetivo», «automático», «económico» del capital (lo que constituye la base de toda la concepción reformista antiinsurreccionalista) sino por el contrario, como Marx lo desarrolló, significa necesariamente la intervención activa del proletariado constituido en clase, asumiendo su misión histórica de enterrador del viejo mundo, de agente activo que ejecuta la destrucción del capital. «El juez es la historia, el ejecutor del veredicto es el proletariado.» Karl Marx, Llamado al proletariado inglés. El período de crisis revolucionaria (expresión de la crisis histórico-catastrófica del sistema) es precedido entonces por un período más o menos largo (más de 15 años con respecto al ciclo que vivimos hoy en día) de desarrollo cuantitativo y cualitativo de luchas obreras, de resurgimiento a escala mundial del proletariado que coexiste con un dominio formal de la contrarrevolución.

Esta nueva ola revolucionaria no aparecerá entonces «poco a poco», sino que estallará (cambio cualitativo provocado por el amasamiento cuantitativo de múltiples luchas) brutalmente y se caracterizará por una espontaneidad generalizada, un apolitismo generalizado (positivo en el sentido de que rechaza todas las alternativas políticas de la burguesía y negativo en el sentido de un apolitismo, un indiferentismo aún con respecto a las posiciones realmente revolucionarias) que necesitará más que nunca una dirección comunista sólida capaz de encuadrar y dirigir esta espontaneidad para no volver a comenzar ‑a falta de una verdadera asimilación de las lecciones del pasado‑ otra vez más los mismos errores. Como lo previó la izquierda comunista, los años ochenta marcan el pasaje cualitativo de la contrarrevolución dominante a la abertura del período revolucionario. Es esta comprensión, es decir, que estamos en los comienzos de un cambio cualitativo de período, que debe entonces determinar la relación entre las diferentes tareas que constituyen la actividad de los comunistas. Y, evidentemente dos desviaciones amenazan al movimiento en este período: sea negar las transformaciones lentas pero regulares que se desarrollan frente a nuestros ojos y preferir el repliegue en el bienestar seguro del trotecillo de la cotidianidad so pretexto que la contrarrevolución domina aún (o so pretexto que el programa no está enteramente restaurado!); sea sobre estimar la situación presente (apología de las luchas inmediatas en su mayoría encuadradas y parciales) y lanzarse, cuerpo (y alma) en el activismo sin principios, so pretexto de la inminencia de la revolución. Cuando, es precisamente en estos períodos que el desarrollo general de todas las actividades de los comunistas puede transformarse en un factor fundamental (pero no suficiente) de la transformación cualitativa, del pasaje de los múltiples conflictos parciales a una ola revolucionaria mundial portadora de la solución comunista. Y si, como lo explicaba Marx, la contrarrevolución se expresa por la dominación de los muertos sobre el cerebro de los vivos, hoy en día de lo que se trata es de utilizar colectivamente nuestros cerebros (como todos nuestros otros órganos) a fin de desembarazar todos los pesos muertos que pesan aun enormemente sobre el devenir del movimiento obrero a fin de preparar plenamente el resurgimiento revolucionario.

Cuando hablamos de un desarrollo general de todas las actividades comunistas, de lo que se trata es del desarrollo de una globalidad (en el sentido de dar prioridad a las tareas más fundamentales, más centrales) y no de un desarrollo hipertrofiado de tal o tal tarea tomada separadamente. Estas tareas fundamentales son el desarrollo cuantitavo y cualitativo de nuestras revistas centrales (lo que implica entonces la multiplicación de las lenguas a través de las cuales producimos estas revistas) alrededor de las cuales debemos construir círculos concéntricos de militantes, simpatizantes, contactos... entrelazando, así, cada vez más ampliamente la red de compañeros organizados al interior y entorno a nosotros. Se trata de una tarea directamente internacional que da así cuerpo a la realidad mundial de la actividad de los comunistas. El corolario de este desarrollo organizacional es la acción organizada al interior de las luchas que surgen en las zonas donde tenemos la fuerza para intervenir y cuando la radicalización de la lucha lo permite, la organización de núcleos obreros bajo bases clasistas, embriones de futuras organizaciones masivas de obreros en lucha, en los cuales los comunistas actúan ‑con completa independencia política‑ a fin de dirigir cada vez más estas organizaciones en el sentido revolucionario (los comunistas actúan siempre en tanto que fracción organizacional y políticamente independiente de las organizaciones de masas). La comprensión fundamental de esta «intervención» (término problemático puesto que induce a una exterioridad metodológicamente incorrecta) es la visión a largo plazo; el rechazo de toda creencia en la posibilidad de un suceso inmediato (de cualquier tipo que sea: proselitismo, influencia, publicidad...) En este sentido, el tipo de trabajo se inscribe plenamente en nuestras tareas preparatorias, en nuestras tareas de formación de cuadros políticos, organizacionales, militantes... del futuro partido revolucionario.

La formación real de cuadros es entonces formación de la totalidad que constituye la acción comunista, totalidad que se forja, se afirma, se materializa a través de la actividad cotidiana de los militantes comunistas. Es en cada aspecto de la realidad concebida desde el punto de vista no-inmediatista, que se expresa la defensa integral del programa revolucionario. El programa revolucionario solo existe en tanto que globalidad teórico-práctica, en tanto que praxis consciente:

«La unidad de la teoría y la practica es solamente la otra cara de la situación social e histórica del proletariado; desde el punto de vista del proletariado, conocimiento de sí mismo y conocimiento de la totalidad coinciden, él es al mismo tiempo sujeto y objeto de su propio conocimiento» Lukacs, ¿Qué es el marxismo ortodoxo?

Como ya lo vimos en el apartado «La militancia clasista», la fuerza de la burguesía, de la contrarrevolución, se materializa cada vez más por su capacidad de dividir y atomizar al proletariado. Esto es la purificación vez más acabada de la democracia que se expresa a nivel superestructural por la fortificación de las ideologías individualistas, por la generalización del «cada uno para sí mismo». La máxima expresión de tal ideología es la promoción suprema del individuo libre (gran mito burgués). Cuando más el proletariado se encuentra sin trabajo (y ve entonces su salario disminuir hasta anularse por completo) y el capital revierte esta realidad para hacer la apología del trabajo y de la libertad: «Yo soy libre, yo trabajo cuando quiero» (publicidad de las agencias de colocación de los trabajos temporarios, mercaderes de carne humana). Esto es más que nunca el reino de la burguesía del «todos contra todos», cuando los ideólogos jamás tuvieron más en la boca las consignas de «solidaridad» «ayuda»... La deshumanización llega a niveles demenciales puesto que jamás se separó más al hombre de la especie, del género humano; el hombre no es más que medio, que objeto de realización del capital y por ello individuo libre e igual. La democratización de la sociedad llega a un punto tal que cada ciudadano se encuentra solo y egoísta sumergido en el Estado omnipresente. Y, si en los orígenes del desarrollo capitalista la democracia (que emerge del reino generalizado de la mercancía) solamente ocupaba la esfera política, hoy en día ella es plenamente democracia social, se extiende e impregna cada segundo de la supervivencia individual: bebes de tubo de ensayo, guarderías cuarteles, escuelas prisiones, laburos que matan, comités de control vecinal llegando incluso a una «destrucción» (desde el punto de vista burgués) de la familia (4), a fin de hacer asumir directamente al Estado todas las funciones productivas, y con ello la reproducción de la vida. Esta atomización devastadora penetra también a los grupos, que bien o mal tratan de situarse en la línea histórica del partido. La ideología individualista del «cada cual, patrón en su casa» se traduce, en lo que hoy en día aparece formalmente como el movimiento comunista, en el sectarismo (en el sentido marxista del término) completado por el cuestionamiento de las tares fundamentales de los comunistas. En este sentido, hoy en día revivimos una «nueva fase sectaria», como la del siglo XIX pero aumentada y complementada por el reino de la duda burguesa. ¿Cuántas veces hemos visto reaparecer los viejos cuestionamientos utopistas bajo la forma de «eternos cuestionamientos filosóficos»? « ¿Por qué organizarse? » «no estamos ni en contra ni a favor» «¿para qué publicar una revista?» « ¿Qué tipo de acción?». Para responder la mayor parte del tiempo, con argumentos ombliguistas del tipo «porque eso nos interesa» o peor aún «por nuestro placer». La desorganización ha alcanzado su punto más alto, el inmediatismo domina totalmente y ninguno de estos «nuevos filósofos de ultraizquierda» se preocupa por las determinaciones históricas del programa, por la actividad comunista concebida como un todo orgánico invariante, ni entiende que ser comunista significa antes que nada actuar y estar determinado por el comunismo, significa defender contra el inmediatismo, el localismo, el individualismo, la globalidad del programa, el devenir del movimiento.

«Desde nuestro punto de vista, es revolucionario aquel para quien la revolución es tan cierta como un hecho ya acaecido.» Bordiga.

Cuando hoy en día todos estos «neo-utopistas» intentan de nuevo imaginarse el comunismo en base a la realidad inmediata, tratan de «reinventar» un «movimiento nuevo», cuando en realidad nuestro movimiento «no es más que» la lucha del proletariado contra la explotación, «no es mas que» esas centenas de miles de obreros que mundialmente enfrentan todos los días al Estado capitalista.

«EI comunismo ya no consistía entonces en una expresión de la fantasía tendiente a la construcción de un ideal de la sociedad lo más perfecto posible, sino en comprender el carácter, las condiciones y, como consecuencia de ello, los objetivos generales de la lucha librada por el proletariado.» Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas, 1885.

En lo concerniente al sectarismo, éste se materializa no en el rechazo (casi siempre justificado) de polémicas estériles, ataques patológicos, contra tal o tal grupo, de falsificaciones de las posiciones, sino esencialmente en el rechazo de asumir en la práctica las tareas del movimiento, el intercambio de informaciones, la solidaridad elemental contra la represión, las acciones comunes, el debate programático... Solo cuando se comience realmente a asumir este conjunto de tareas, los grupos, hoy en día separados, podrán claramente saber porqué no trabajan mancomunadamente o porqué no se centralizan, se organizan, a un nivel superior a la triste realidad actual. Como lo explicaba Marx, el verdadero sectarismo significa poner en adelante todo lo que nos separa para jamás, asumir, realmente y en la práctica, la lucha anticapitalista. Los ideólogos de la antiorganización, del individualismo, del inmediatismo... que hacen primar metodológicamente la duda burguesa (la vieja puta libre examinista) sobre la certitud revolucionaria son hoy en día las enfermedades que gangrenan más gravemente las pocas tentativas Para organizar la acción comunista son esas las que debemos combatir despiadadamente.

Desde la creación de nuestro grupo sentimos imprescindible esta necesidad y la única vía para darle una respuesta es tender a estructurar con todos los grupos, núcleos, individuos que luchan efectivamente contra el capital la comunidad de lucha existente (5), es decir, asumir en común un conjunto de tareas que se inscriben a diferentes niveles de la actividad invariante de los comunistas.

Es a través de este trabajo elemental de lucha común que se podrán (y deberán) desarrollar los debates programáticos como formalización de divergencias y convergencias; y no a la inversa, es decir, haciendo prevalecer en cada momento las divergencias «teóricas» en detrimento de la asunción de las tareas por las cuales existimos. ¡Eso es el sectarismo! Ahora bien, el estado de desmembramiento de lo que formalmente se proclama como movimiento comunista es tal, que mientras algunos  prefieren encerrarse en la rutina teoricista, otros caen en el activismo. Se deja así para luego el trabajo de centralización internacional de las fuerzas revolucionarias, despreocupándose inevitablemente del sostén y solidaridad con los compañeros reprimidos, encarcelados, perseguidos, exilados... el trabajo de información sobre las acciones revolucionarias que lleva adelante cotidianamente nuestra clase (lo que evitaría producir masas de textos insípidos que no son más que simples copias de la prensa burguesa acompañados de algunos deseos piadosos y hechizos platónicos) el trabajo de organización a diferentes niveles de los grupos e individuos en ruptura con la contrarrevolución, el trabajo de propaganda más allá de los países y regiones adonde tenemos una presencia directa, la difusión de contribuciones teóricas, patrimonio colectivo e impersonal de nuestra clase, el intercambio y la discusión de materiales que se inscriben el trabajo permanente de restauración programática revolucionaria, la elaboración y la realización de acciones comunes que se dirijan efectivamente al  desarrollo y generalización de la perspectiva comunista...

Reafirmamos una vez más que la organización del proletariado internacional en compacto partido mundial no será el fruto de la adición de grupos o (pseudo) «partidos» nacionales, ni de acuerdos bilaterales entre los sectores existentes, ni tampoco de estériles parloteos, o conferencias en las cuales cada grupúsculo anuncie a los otros sus opiniones sino que por el contrario se está gestando hoy en la comunidad internacionalista de lucha contra el capital, y fructificará en la medida de que esas mismas fuerzas que se encuentran a la cabeza asuman en forma consciente, voluntaria, y consecuente que son parte de la misma tendencia general del proletariado a producir un sólo cuerpo y una se la dirección histórica mundial. Hoy el problema más grande no es tanto la actuación efectiva en cada lugar de esa comunidad de acción proletaria, ni (en lo que respecta a lo que merece el nombre de vanguardia) la comprensión teórica de ir hacia una sola organización internacional (toda concepción federalista, o de adición de partidos nacionales es claramente una concepción burguesa), sino el estar a la altura del período histórico que se avecina asumiendo hoy todas las implicaciones prácticas del ser parte de un proceso único hacia la conformación de un sólo partido, de una sola organización mundial del proletariado revolucionario. Para la vanguardia comunista, hoy ya no alcanza con luchar de acuerdo a sus posibilidades contra el Estado que tenemos enfrente, hoy ya no alcanza con marcar la dirección inevitable del proceso histórico hacia la conformación de una sola fuerza mundial y combatir el sectarismo, hoy es indispensable, hoy es una cuestión de vida o muerte para el movimiento que despunta, el actuar en cada parte del mundo en forma consecuente voluntaria y conciente en función de la totalidad del partido sin dejarse sumergir por las contingencias locales o por los problemas propios a la estructura organizativa que nos hemos dado para esa lucha. El proletariado, contra su división en naciones, contra su parcialización regional, o continental ha ido forjando un conjunto de estructuras organizativas que no son más que medios, que jalones hacia el partido de mañana. Lo decisivo hoy, es contra toda fijación de esas estructuras organizativas o contra toda identificación de ellas al partido, es el asumirlas prácticamente como lo que son: medios y no fines, eslabones de una misma cadena que las incluye y al mismo tiempo las supera a todas: la organización del proletariado en partido mundial.

Una vez más «hacemos un llamado a todos los grupos de militantes para centralizar sus esfuerzos con los nuestros, a pesar de las divergencias, insuficiencias y debilidades (que no podremos realmente superar ni por nuestra voluntad ni por nuestra inteligencia sino a la luz de una práctica revolucionaria consecuente), para responder prácticamente, a todos los niveles y en todos los planos (organizacional, teórico, propagandístico, agitador...) a los ataques del capital». GCI, Tesis de trabajo.

Éstas fueron, son y serán nuestras perspectivas de acción.

(Este texto fue escrito en el último trimestre de 1984.)

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Notas

1. Cuando explicitamos las determinaciones fundamentales del proletariado, es importante subrayar, en antagonismo con todas las escuelas estalino-economicistas, que por producción capitalista entendemos, como Marx, la producción y reproducción de la «vida» y ello aún antes de que el obrero se mueva para ir a trabajar. La «producción capitalista»; no es primero producción de cosas, sino producción de un cierto tipo de relaciones sociales; la esclavitud asalariada que hace de cada proletario (con mayor exactitud de su fuerza de trabajo) una simple mercancía destinada a ser intercambiada contra los elementos de su supervivencia. El tener que vender la fuerza de trabajo implica como pre-supuesto la relación social capitalista que lo separa (priva) de sus medios de vida y simultáneamente lo empuja a afirmar su ser histórico revolucionario. «Según la concepción materialista de la historia, el elemento determinante en la historia es la producción y la reproducción de la vida inmediata». Engels «Origen de la Familia, la propiedad privada y el Estado» 1889.

2. Marx afirmaba: «El proletariado es revolucionario o no es nada», es decir, que solamente existe como sujeto de la historia como clase autónoma cuando se niega como objeto del capital como «capital variable»,.

3. Al lector que desee ahondar sobre este sujeto le aconsejamos la lectura de Comunismo nº 1, «Comunismo contra la democracia».

4. «Destrucción» que claro está se contrapone totalmente a la que preconizamos los militantes comunistas y que es indisociablemente e indispensablemente asociado a la revolución social y a la conformación de la comunidad humana.

5. Esta posición fue desarrollada en nuestro texto «Hacia la organización internacional del proletariado», en Comunismo nº 4.


CO21.2 Ayer, hoy, mañana, las tareas de los comunistas