Según esa creación de la clase dominante que se ha dado en llamar, opinión pública", la diferencia entre reforma y revolución sería la siguiente: los partidarios de la reforma serían los hombres razonables, que incluso reconociendo algunos la necesidad final del socialismo, son realistas, lógicos, sensatos y preconizan hoy una salida de conciliación, de conciliación democrática y nacional, que luego irían dosificando con reformas socializantes y de participación popular. Los partidarios de la revolución serían los que no comprenden la importancia de tales "pasos hacia el socialismo”, y caracterizándose por la impaciencia y el infantilismo, desarrollan la violencia y el odio entre las clases. De más este decir que en toda lógica el proyecto de los segundos no sólo sería utópico sino que contribuiría a sembrar el caos, y el de los primeros sería no sólo el único posible sino el que "nos conviene a todos". Frente a tales propósitos desarrollados por nuestros enemigos es hora de precisar desde el punto de vista revolucionario la verdadera oposición entre reformismo y revolución.
Antes que nada debe comprenderse que la diferencia entre reformismo y revolución no es un problema de método violento o no, de lucha armada versus elecciones. En efecto, si bien una verdadera revolución social tiene inevitablemente fases de violencia política, de insurrecciones victoriosas, no todo planteo violento es revolucionario. Muchos sectores de la clase dominante acceden al gobierno por medio de la violencia, de la guerrilla y/o la lucha armada pero no para realizar una revolución, sino por el contrario para reformar y por esa vía hacer perdurar la explotación capitalista. En todo el mundo y en particular en Latinoamérica sobran los ejemplos al respecto, donde los partidos y las fuerzas tradicionales se disputaron por las armas el poder, no sólo para no realizar ninguna verdadera revolución, si no precisamente para dejar todo como está.
Lo que realmente distingue y opone reformismo y revolución es el proyecto social global y la clase social que lo representa. El reformismo busca ocupar el Estado burgués para desarrollar el país y mejorar cualitativa y cuantitativamente la producción de mercancías para lo cual proyecta (o/y promete) un conjunto de reformas en la distribución y en la propiedad jurídica de los medios de producción. La revolución social es, por el contrario, el proceso real por el cual el proletariado se impone a la burguesía, destruye el Estado burgués y elimina la producción mercantil. El reformismo es pues el proyecto general burgués de recambio, de mantenimiento y "mejora', de la explotación salarial mientras que la revolución social es el proyecto único del proletariado de supresión de las clases sociales y de la explotación del hombre por el hombre. Esto es lo esencial y que a pesar de ello se olvida siempre que se define (o autodefine) de "revolucionario" a grupos cuyo proyecto (y práctica cotidiana) afirma la liberación nacional no la revolución proletaria.
Esto nos permite ver la falsedad de presentarnos como utópica la revolución y como realista la reforma. Esta visión limitada y reaccionaría es propia de toda clase dominante, aunque ya no tenga más nada que ofrecer.
La reforma del capitalismo en cualquiera de sus aspectos (como por ejemplo la reforma agraria, la nacionalización... ) que expresan la lucha entre sus fracciones no puede solucionar en lo más mínimo el problema de la miseria de las grandes masas proletarias. No existe ninguna salida capitalista a la crisis, por eso todo reformismo es una utopía reaccionaria. Lo que nos prometen todos los partidos burgueses, hoy y aquí, ya se aplicó con rotundo fracaso en todas partes. Y ello no sólo es válido para blancos y colorados sino para el Frente Amplio que es fundamentalmente una coalición de partidos burgueses (demócrata cristianos, estalinistas, socialdemócratas... ) cuyos partidos hermanos internacionales gobiernan y oprimen (hoy mismo) al proletariado en todas partes del mundo, poniendo en evidencia que sus programas no consisten y no pueden consistir en la práctica en otra cosa que en más miseria y ajuste de cinturones para nuestros hermanos de clase.
Para el capital, el reformismo es el único camino posible porque es su única posibilidad de perduración. Reformarse, cambiar la jeta (milicos-parlamento, derecha-izquierda, fascismo-antifascismo... ) es una necesidad imperiosa. Para el proletariado, desde el punto de vista de sus necesidades humanas, no sólo todo reformismo capitalista es utópico y reaccionario, sino suicida. Detrás de toda promesa rimbombante, de todo proyecto de conciliación y reforma se encuentra la dura realidad de un sistema regido por la ganancia, que sigue condenando a millones de hombres al hambre, a la explotación, a la desnutrición, a la miseria cada vez más imponente. Volvamos al principio. El reformismo sensato, realista, partidario de la solución más lógica y el revolucionario impaciente y loco. Detrás de aquella sensatez y realismo se esconde la realidad criminal de la perduración de este sistema podrido. Bajo el velo de la conciliación, la paz social y la democracia acecha el ajuste de cinturones, la austeridad y la condena a muerte por desnutrición de un número siempre mayor de seres humanos.
Tampoco es cierto que los revolucionarios sembremos la violencia y el odio entre clases. Ella es la cruda e inevitable realidad de un sistema explotador y sanguinario. La violencia y el odio entre las clases sólo pueden ser abolidos junto con el sistema y las clases mismas que el reformismo lucha por hacer perdurar. El dilema no estriba pues en la existencia de dos vías hacia "la solución” una más cruel (la revolucionaria) que otra; sino en arreglar pacíficamente la explotación encubriendo y disimulando su crueldad real o en luchar abierta y decididamente por su abolición violenta.
Por último recordemos que a pesar del cínico discurso no violento de todo reformismo (cínico pues contribuye a mantener el despotismo y la violencia propia a la explotación capitalista) ellos también son partidarios de la violencia incluido el despotismo militar y el terrorismo de Estado, especialmente cuando su capitalismo y su Estado están siendo cuestionados por la movilización y la lucha creciente de los explotados. Recordemos que en el Uruguay no fueron sólo los colorados que llamaron a los milicos. El reformista Ferreira Aldunate también fue partidario de la guerra y contribuyó declaradamente a la instauración del Estado de Guerra y el terrorismo de Estado. El angelical Liber Seregni ordenó y dirigió la militarización de los funcionarios públicos y la represión contra los “subversivos” (como él mismo los calificó en centros de estudios del Uruguay).
El reformismo es pues el mayor enemigo de la lucha, única solución posible: LA REVOLUCIÓN SOCIAL
¡VIVA LA REVOLUCIÓN SOCIAL MUERA EL REFORMISMO!
CO19.2.3 Cono sur de América Latina: Militancia clasista revolucionaria, Emancipación Obrera.
"¡Abajo el reformismo, viva la revolución social!".