Sumario

- La visión socialdemócrata

- Ideologías economicistas y politicistas del pasaje al socialismo

- El gestionismo contra la revolución

- El politicismo contra la revolución

- Dictadura del proletariado - Destrucción del Estado burgués

- Contra el utopismo

- La socialdemocracia y la cuestión rusa

La visión socialdemócrata

- La socialdemocracia no comprendió nunca lo que era el capitalismo: un sistema social cuyas leyes engloban el planeta entero. La metodología analítica, descriptivita, positivista o ligada al mito del progreso y de la ciencia (verdaderos dioses socialdemócratas, y como de todos los materialistas vulgares), y su propio desarrollo como representante de la conciliación de clases (la socialdemocracia es el frente histórico entre el proletariado y la burguesía, por lo tanto la renuncia del proletariado a sus propios intereses y a sí mismo) le impide totalmente comprender el carácter del capitalismo.

- Para la socialdemocracia, el capitalismo no es nunca todo el capitalismo, sino la imagen idílica que el capitalismo engendra de sí mismo. No es el desarrollo y la destrucción de las fuerzas productivas, sino el desarrollo de las fuerzas productivas (la destrucción no es capitalismo), no es la gran industria y la miseria en el campo, sino que el capitalismo es la gran industria, y la miseria en el campo es el precapitalismo (!!!)..., etc

- Mucho menos podía comprender entonces lo que es el socialismo, el comunismo. Esquemáticamente podemos decir que el socialismo es para la socialdemocracia el desarrollo de las fuerzas productivas (del capitalismo), bajo la administración de los obreros y/o del partido socialdemócrata («comunista», para el caso es exactamente lo mismo) a lo que se agrega, según las versiones una cierta dosis de depuración de las calamidades más evidentes del capitalismo (esto último es evidentemente una utopía reaccionaria).

- Por ello, el programa general de la socialdemocracia consiste en el apoyo de los lados «progresistas» del capitalismo (la industrialización, los aspectos «obreros» del capital...), la lucha por su extensión (!), por las «tareas democrático burguesas», las «tareas nacionales»..., contra los «modos de producción anteriores»..., lo que prácticamente significa la defensa (dada la unicidad contradictoria del capital) del capitalismo a secas y en su totalidad.

- 0 mejor dicho, la socialdemocracia no es otra cosa que la lucha histórica del capitalismo (1) por justificarse ante toda sociedad, por demostrarse como progresista, especialmente para encuadrar a los obreros a su servicio.

- En cuanto a la concepción de transición al socialismo, todo consiste en el pasaje de la administración de la sociedad a los obreros, para lo cual concibe distintas tácticas desde la toma del poder (ver «politicismo») a la gestión descentralizada de las unidades de producción (ver «gestionismo») y la realización de un conjunto de medidas para socializar la democracia, distribuir el producto igualitariamente, darle la propiedad a los productores (o al Estado que los representa)... etc

- Dada la concepción de base idéntica, sería absurdo el aceptar la existencia de una ruptura fundamental entre aquellos sectores que consideran que la simple evolución del capitalismo es el socialismo y los que consideran que pretenden diferenciarse de los otros reformistas, por el solo hecho de preconizar una «revolución violenta».

- Dado que el modo de producción, y en especial el modo inmediato de producción, en el cual el trabajo se encuentra subsumido realmente en el capital, se considera progresista la política socialdemócrata hacia el socialismo, nunca ataca la base del capital: «qué se produce», «cómo se produce», objetivo y forma de la producción... Nunca declara la guerra al motor de dicho modo de producción (el valor, la ganancia, la tiranía sobre el valor de uso...), sino, que sin excepción y en todas sus variantes, preconiza un conjunto de medidas que lejos de atacar la esfera de la producción, ataca la distribución y su expresión jurídica: el derecho «real».

Ideologías economicistas y politicistas del pasaje al socialismo

-El socialismo revolucionario, en sus sucesivas y cada vez más potentes reafirmaciones históricas, se ha ido delimitando programáticamente como la necesaria imposición despótica de los intereses del proletariado contra todos los criterios de valorización del capital, contra el valor mismo, lo que sólo puede concretarse como dictadura orgánicamente centralizada de las necesidades de los productores contra toda sociedad mercantil (2).

- Frente a esa realidad, necesariamente totalizadora, la socialdemocracia, en coherencia con la concepción general que hemos esquematizado, adopta como recetas de «transformación socialista» dos grandes esquemas, que aparecen como formalmente opuestos y que denominaremos aquí «gestionismo» y «politicismo».

- El gestionismo, el economicismo, que parte de un rechazo romántico del centralismo, del partido único, del Estado, se pronuncia por la autonomía, por la libertad, si no del individuo al menos de cada fábrica, cooperativa, sindicato, comunidad, soviet, asamblea, consejo obrero. Según los partidarios de esta ideología, la garantía se encuentra en la participación de las bases, en la democracia «directa», «obrera», en las asambleas, en el hecho de que los obreros son la mayoría y que quieren el socialismo.

- El politicismo que parte de una admiración imbécil de la «revolución» francesa, reduce la revolución a la toma del poder político (en forma violenta o pacífica, según las variantes) y a la realización de un conjunto de reformas: nacionalizaciones, desarrollo de las fuerzas productivas, distribución más equitativa del producto social, gratuidad de los artículos de primera necesidad... Para los partidarios de esta ideología, todo se reduce al «partido» que detenta el poder político, y asimilan la «revolución socialista» al poder controlado por un partido «proletario» más el desarrollo de las fuerzas productivas, o más sucintamente: la electrificación más el poder de los soviets.

- En la comprensión de la contrarrevolución, y por lo tanto de la revolución (la teoría revolucionaria sólo puede serlo plenamente si capta las leyes invariantes de la contrarrevolución), ambas concepciones resultan fundamentales. En todas las tentativas históricas de la revolución, ambas concepciones socialdemócratas (gestionistas y politicistas) aparecen combinadas y actúan objetivamente (independientemente de la voluntad de sus protagonistas) contra la revolución.

- Conceptualmente, ambas desviaciones tienen como común denominador el mismo punto de partida: consideran que el socialismo es la prolongación del capitalismo bajo la administración de los obreros o, dicho de otra forma, que el socialismo es la extensión depurada del capitalismo y purgada de sus elementos nefastos (los patrones, la miseria, la falta de desarrollo de las fuerzas productivas, desigualdades...). En realidad, el socialismo de estas concepciones es el capitalismo sin todos sus problemas inherentes, el capitalismo no como realidad contradictoria, sino como ideal de igualdad, de libertad, de fraternidad..., de democracia. De ahí la reivindicación de la «democracia social», la «verdadera democracia», en oposición a la democracia «política» (en realidad la democracia practica, histórica, ¡la única posible como resultado de la igualdad y la libertad... del mundo mercantil!), e incluso el origen del nombre de la socialdemocracia.

- Por lo tanto, ambas concepciones son tajantemente reformistas y, como tales, se colocan siempre en la primera fila de la contrarrevolución.

- Ellas son el producto histórico de la contrarrevolución y de la liquidación del proletariado como clase social, sobre la base de la separación de la «acción económica» y la «acción política», el sindicato y el partido parlamentario, y teorizan esa separación que el capital impone al proletariado (especialmente a través de su fracción socialdemócrata), entre economía y política, llevando hasta el nivel de proyecto de sociedad lo que constituye una debilidad de los obreros. El hecho de que incluso en las épocas de alza revolucionaria existan restos de esa división entre organizaciones «políticas» («partidos») y «económicas» (sindicatos, consejos, cooperativas...), división que encuentra su expresión máxima en la contrarrevolución misma (en la contrarrevolución no sólo como fase específica de negación del proletariado, sino en tanto que sujeto, que conjunto de fuerzas sociales que cumplen la función social de dividir a los proletarios y a sus intereses totalizadores para liquidarlos como clase).

- En este sentido, la oposición economía-política, organizaciones económicas-organizaciones políticas, gestionismo-reformismo estatal cumple una función social general y decisiva en la reproducción del capital. De ahí esas coincidencias prácticas entre teorías aparentemente tan opuestas, que a veces sorprenden a los militantes jóvenes e inexperimentados. Por ejemplo, todos convergen en liquidar la discusión y la acción política en las asociaciones obreras en nombre de la unidad inmediata del proletariado, y de que esas tareas se realizan en el partido (así, en las asociaciones obreras es común constatar que convergen en el apartidismo los «partidistas» más recalcitrantes).

- Dadas todas esas convergencias reales, que derivan, en última instancia, de una sola y misma concepción socialdemócrata de la sociedad capitalista y de su transformación socialista, no puede extrañarnos que encontremos la coexistencia de ambas desviaciones en una misma corriente ideológica, e incluso en una misma organización. Podemos constatar esta coexistencia en Lasalle (debe recordarse que la socialdemocracia es el heredero teórico y orgánico del partido de Lasalle, y no del de Marx), en Kautsky, Luxemburgo, el trotskismo actual... etc

- Más aún, si analizamos cualquier teoría de la transición originada en la visión socialdemócrata, podremos percatarnos de la necesaria coexistencia del reformismo político y el gestionismo economicista. Así, Lenin, que es considerado como un partidista, como alguien que puso en el centro de todo la toma del poder político (concepción que fue como siempre ligada a una visión totalmente reformista de la transición), hacía entrar por todos lados en su esquema la concepción gestionista, el control obrero de la producción capitalista. Lo mismo se puede decir de Bordiga.

- Llegado a este punto, el lector se demandará acerca de la pertinencia de mantener, durante y para nuestra crítica la separación entre las ideologías economicistas y politicistas, que por todo lo indicado terminan siendo exactamente lo mismo. Nuestra respuesta, es que, a pesar de esa identidad de fondo, continúa siendo totalmente pertinente el realizar la crítica, en ese doble nivel, por un lado contra cada concepción y por el otro demostrando que en el fondo convergen en una misma visión del mundo.

-En efecto, también la economía política se hace vulgar cuando le toca administrar o cuando le quita el carácter histórico a las categorías que ha elaborado, y no por ello no fue necesaria la crítica de Marx de cada una de las grandes concepciones, diferenciándolas por un lado y al mismo tiempo demostrando el carácter cada vez más vulgar de toda la economía política.

- También el materialismo mecanicista, el materialismo fisiologista..., es en el fondo un idealismo, pero a pesar de que Marx puso en evidencia esta identidad, consideró indispensable la realización de una crítica específica tanto de la filosofía especulativa, idealista, como de la crítica de aquel materialismo.

- Por otra parte, la fuerza de las ideologías es justamente el presentar esas falsas oposiciones como las verdades universales. El marxismo vulgar (por ejemplo en su forma estalinista) ha sistemáticamente caído en la idealización de esas oposiciones y en la adopción sagrada de uno de esos polos. Así se ha hecho partidario del monismo materialista, fisiologista (sin darse cuenta como esta antítesis vulgar del idealismo es idealista), liquidando partes enteras de la dialéctica; así ha transformado en religión de Estado la economía política (sin darse cuenta hasta qué punto son los herederos de los economistas vulgares)...; en fin, así se han definido, por ejemplo, por el politicismo, la ocupación del Estado y las reformas como vía hacia el socialismo.

- Además, esas falsas oposiciones, precisamente por ser ideologías de la contrarrevolución, han estado y están profundamente arraigadas en las masas, sobre todo entre los obreros que creen ser socialistas o comunistas por adherirse a las mismas, y su fuerza está precisamente en existir prácticamente en la vida social de los proletarios como tales opciones diferentes, socialismo democrático o socialismo autoritario, consejismo o partidismo..., con la consiguiente desorientación, división y ocultamiento de los verdaderos objetivos de clase.

- Históricamente, esas concepciones que aquí hemos tildado de «economicistas» y «politicistas» se han presentado con un sin número de variables y combinaciones, y trascienden las formas de toda estructura organizada (como toda ideología importante). Así, si nos limitáramos a la estructura formal de la socialdemocracia, constataríamos que ambas ideologías preexisten a dicha organización, y que durante su existencia, el gestionismo y el politicismo desbordan esa organización, ya veces son la característica principal de sectores que se autoproclaman en oposición con la misma. Es el caso, por ejemplo, de Proudhon y sus continuadores, el sindicalismo revolucionario en su expresión soreliana (de Sorel) que debemos clasificar sin temor a dudas entre los precursores del gestionismo y el gestionismo propiamente dicho.

- Pero así como el partido de la revolución trasciende sus formas (por ejemplo, el partido comunista en 1848, como realidad internacional viviente, trasciende la Liga de los Comunistas, así como en general todas las otras sectas revolucionarías), el partido de la socialdemocracia, como liquidación histórica del partido de la revolución social en las telarañas de la democracia, supera la socialdemocracia formal.

- «Economicismo» y «politicismo» serán a continuación criticados en sus expresiones más radicales, más sutiles, incluso en formas en que la contradicción revolución-contrarrevolución aún no nos ha forzado a concretarse. Marx, también en la crítica a Proudhon, muchas veces llegó a situarse en la totalidad de las imbéciles construcciones de éste para poner en evidencia que, incluso así, la sociedad capitalista se reproduciría. Creemos que el dilucidar y explicar las expresiones más sutiles y desarrolladas de ambas concepciones es mucho más útil en nuestro desarrollo político (y en el de nuestros simpatizantes y lectores), que el contentarnos con la crítica de las formas más burdas. Sin embargo, no debe perderse de vista tampoco aquí, la identidad de fondo de la contrarrevolución y olvidar que también las caricaturas existen, que el ejemplo de gestionismo que más gusta a la burguesía internacional es el de Tito, o que podemos encontrar la caricatura suprema de reformismo estatal capitalista bajo la cobertura de transición al socialismo en el modelo de socialismo caribeño a la Fidel Castro.

- Tomando pues las formas más radicales, veremos como gestionismo y politicismo han actuado y actuarán contra la revolución en los momentos decisivos. En esa crítica trataremos de ir hasta los fundamentos y expresiones más extremas de ambas ideologías, lo que no sólo resulta importante para captar los límites de la ola revolucionaria de 1917 a 1923 y de la «revolución en Rusia», sino que proporciona elementos claves de la concepción revolucionaria de la transición al socialismo.

El gestionismo contra la revolución

- La acción del gestionismo contra la revolución, como freno fundamental a la insurrección, se ha verificado como sumamente importante en muchísimos ejemplos históricos: Italia 1920, España 1936-1937...

- Han sido precisamente las corrientes más radicales del socialdemocratismo, el anarquismo gestionista, el seudomarxismo ordinovista, las que proporcionaron la máxima cobertura ideológica y el máximo encuadramiento político de los proletarios radicales para imponer la contrarrevolución.

- En los momentos que es decisivo el ataque al Estado burgués: la destitución del gobierno, el parlamento, el poder judicial, la represión de todos los cuerpos de choque de la contrarrevolución (fascista y antifascista), de la policía y el ejército, en fin, el despotismo obrero generalizado, el terror rojo, esas corrientes entretienen a los obreros en la producción, en la gestión, en 10.000 problemas administrativos de distribución y democrático burocráticos...

- Se le dan todas las posibilidades al Estado para reconstituirse, rearmar sus cuerpos, preparar sus garras, recrear las polarizaciones en el interior de la burguesía (fascismo-antifascismo). Es lo que ha pasado siempre en la historia, es lo que se repetirá siempre que la dirección de las masas proletarias no coincida con su dirección revolucionaria, comunista, y se dejen entretener con la democracia de base, la gestión obrera, los consejos de fábrica, los soviets.

- Incluso una variante mucho más radical que las que hasta ahora se ha hecho fuerte, que admite la necesidad de acabar con el Estado burgués e imponer la dictadura del proletariado, pero que sigue dejando la gestión de la sociedad a las asociaciones de productores, a los comités de fábrica y/o los consejos obreros (es decir, que no comprende por qué no puede haber destrucción del capitalismo sin dirección única del proletariado y sin su Estado (anti-estado) centralizado en partido comunista), es también contrarrevolucionaria y jugará un importante papel en el futuro.

- Si no hay una experiencia directa al respecto se debe sólo a que, por el momento, las organizaciones que en los momentos cruciales de lucha obrera fueron la dirección formal de los proletarios más combativos estaban aún por debajo de dichas concepciones, y a que dicha ideología más radical del gestionismo, sólo puede aplicarse postinsurreccionalmente. Hasta el momento, en la única insurrección triunfante predomino su hermana enemiga: «el politicismo radicalizado».

- Pero no puede dudarse que, de la misma manera que es una utopía reaccionaria suprimir el capitalismo sin atacar su Estado, es también el pretender eliminarlo de acuerdo con la autonomía y la libertad de las asociaciones proletarias. En efecto, suponiendo incluso la máxima utopía de que se haya efectivamente destruido toda fuerza organizada político militar de la contrarrevolución abierta en el mundo y se comience a organizar la sociedad, no sobre la base de un centro y una directiva única, sino a las decisiones democráticas de un sin número de asociaciones, poco tiempo después tendremos otra vez el capitalismo en pleno funcionamiento. Veamos por qué:

- Esas asociaciones, consejos obreros, soviets..., no están unidos orgánicamente a la totalidad, no existe el centralismo orgánico, no existe la dictadura del comunismo organizado en partido contra el valor. Por ello, la producción no puede ser directamente social, sino que es particular (y de hecho privada con respecto al resto de la sociedad). Pero, como necesariamente la producción particular tiene que socializarse, como necesariamente se requiere la centralización de las decisiones, es necesario el cambio y el centralismo democrático.

- A pesar de todos los discursos que puedan hacerse contra la democracia burguesa y por la democracia obrera y contra el valor de cambio, sin el despotismo centralizado orgánicamente por el partido contra el valor, los productos de cada asociación, cada grupo de asociaciones, cada grupo de comités de fábrica, cada congreso de soviets..., de cada región, en tales circunstancias no son sólo productos, sino valores de cambio (y ello a pesar de que se supriman las formas materiales del dinero, como dinero, ¡el dinero seguirá reinando!).

- Si no hay desplazamiento de productos sobre la base de la dictadura contra el valor de cambio, centralmente dirigida por el partido, hay cambio de productos en la que domina la decisión democrática de los productores y, por lo tanto, hay mercancías y tendencia al cambio sobre la base de valores equivalentes. El trabajo abstracto sigue guiando la sociedad.

- Si los productos no pierden el carácter mercantil, si el valor de cambio continúa reinando, todas las atrocidades del capitalismo volverán a reproducirse, y esa nueva sutilidad del gestionismo se revelará como lo que es, un arma de la contrarrevolución, de la reconstitución del capitalismo, no ya contra la insurrección sino para después.

- Viendo las cosas por el lado de cómo se centralizan, se socializan, las decisiones (paralelo siempre a cómo la producción privada-particular se socializa) se llega exactamente a lo mismo.

- La democracia de los obreros (incompatibilidad de hecho, pues si el pueblo gobierna, el proletariado es esclavo), de los soviets, los consejos, las comunas o los comités lleva, exactamente, a lo mismo o, mejor dicho, es la otra cara del mismo proceso de predominancia del valor de cambio. Democracia y sociedad mercantil están indisociablemente unidas.

- Y ello no sólo porque, como ya se ha verificado históricamente, incluso en los soviets, la mayoría está dominada por la ideología burguesa (cf. en Alemania, pero también Rusia, ¡en donde los soviets aprobaron y caucionaron en democráticos congresos toda la política contrarrevolucionaria de los bolcheviques!), sino porque el tipo de centralismo democrático (negación de la organicidad, de la unidad de decisión y acción...) corresponde precisamente a la independencia de los productores y sus asociaciones, a la necesidad de mediatizar, de construir una totalidad sobre la base de lo que está separado, a la conciliación de los diferentes, los productores con sus decisiones in dependientes.

- He ahí la democracia obrera, he ahí la sociedad mercantil bajo cobertura socialista y la explotación del hombre por el hombre seguirá existiendo.

- Agréguesele a la palabra «democracia» el calificativo de obrero y nada cambia, es exactamente lo mismo que eliminar por decreto el papel moneda y creer que se ha eliminado el dinero. En este caso, cualquier otra mercancía asumirá el papel de equivalente general y se transformará en la «nueva» comunidad dineraria. En lo que respecta a la democracia, los «obreros» democráticos terminarán también eligiendo por la votación los nuevos gestionistas del capital.

- En realidad estamos aún en la misma incomprensión de base de la socialdemocracia, que por más que se radicalice no ha llegado aún a comprender el capitalismo mismo, y busca –sin tenerlo claro– hacerlo más obrero, más democrático, es decir, otra vez, conservarlo depurado.

Los teóricos de esta corriente se oponen a los jefes, sin darse cuenta que la propia democracia obrera producirá jefes. Jefes habrá durante toda la fase revolucionaria, y si bien es evidente que los jefes del proletariado pueden representar sus intereses históricos (partido comunista), ellos pueden representar también la contrarrevolución, ¿qué se garantiza con las asambleas, las elecciones libres de los obreros, la voluntad de la mayoría de los obreros? Una sola cosa, que tanto las ideas que dominen como los jefes sean los de la contrarrevolución y ello por varias razones:

1. Porque en toda la fase revolucionaria las ideas dominantes seguirán siendo las burguesas,

2. Porque lo que predomina en ese tipo de organizaciones sociológicamente obreras es precisamente el pueblo, y no el comunismo, los buenos discursos, lo más lógico, la opinión pública, los dirigentes populares, los de los buenos discursos de asamblea.

3. Y el punto más importante, que engloba a los otros dos, porque el capital (que estos socialdemócratas radicalizados siguen sin comprender) aparece en todo esto como sujeto (y no sólo como relación social y cosa) que sigue en vida en la mercancía, gracias a su «medio» propio, la democracia, y es capaz de seguir cooptando como dirigentes de la sociedad a los más aptos para su gestión.

- En síntesis, la democracia, modo y medio de vida del capital, sólo puede producir dirigentes cooptados por el capital, «direcciones», pues direcciones habrá siempre, que conduzcan a su reconstitución.

- El capital como sujeto está, por decirlo así, oculto; los hombres creen dirigirlo y éste termina siempre por dirigir a los hombres. La democracia se ha considerado siempre como un simple mecanismo que pudiera servirle a la clase que lo adopte (democracia burguesa-democracia obrera), cuando en realidad ella está indisociablemente ligada a la disolución del proletariado como clase, a su negación (incluido, evidentemente, el terrorismo estatal, prisiones, cárceles y la conciliación de los ciudadanos independientes), y termina siempre por verificarse (el hecho de que sean los obreros los que la adoptan no cambia nada) como afirmación de la sociedad mercantil del valor de cambio, como mecanismo del capital para popularizarse y cooptar mejor a sus gestionistas, especialmente si son obreros.

- Esta crítica del gestionismo en sus variantes más radicales debe estar permanentemente presente en todas las discusiones que conciernen el período de transición, y especialmente en el análisis de la contrarrevolución en Rusia, pues, frente a la política bolchevique (que, como veremos, no constituía tampoco una alternativa revolucionaria), toda la burguesía se agrupó para hacer una crítica gestionista, según la cual se debía garantizar la «democracia obrera»... Por ello esta crítica es la condición previa para demarcarse de una crítica de derecha.

El politicismo contra la revolución

- En su expresión más radical (el leninismo), la visión politicista adopta elementos de la crítica revolucionaria al reformismo, el pacifismo, el gestionismo, el inmediatismo..., colocando frente a ello en primer plano a la violencia revolucionaria, la toma del poder político, la necesidad de la insurrección, del terrorismo revolucionario, de la dictadura del proletariado...

- Pero incluso esa variante más radical no se sitúa en el proyecto social de destrucción del capital, de abolición del trabajo asalariado y el dinero; de ahí que se haya cantonado a repetir con Lenin que lo que diferencia la revolución del reformismo es el hacer extensivo el reconocimiento de la lucha de clases, y de su desarrollo hasta la revolución violenta y la dictadura del proletariado.

- Es decir, que su defensa de la revolución en ruptura con el reformismo queda exclusivamente reservada al aspecto político, y en todo lo que concierne a la revolución social (a pesar de la terminología utilizada, por ejemplo, por Kautsky), esta corriente continúa siendo profundamente reformista, es decir, partidaria de un conjunto de reformas económicas como las estatizaciones, la redistribución del ingreso...

- Ni siquiera el concepto de dictadura del proletariado es captado en su totalidad, como dictadura social de una clase que se desarrolla contra los criterios de valorización y de desarrollo de fuerzas productivas correspondiente al capital, sino como dictadura de tal o cual «partido político», autodefinido como del proletariado.

- En realidad no se trata sólo de liquidar «los otros aspectos» de la revolución, centrándose en «lo político», sino que, dada la visión politicista, a través de la cual la revolución se limita a lo político, y la ruptura entre reforma y revolución se reduce a la necesidad de la dictadura y el terrorismo obrero, se pierde todo sentido de la totalidad de la dictadura del capital y de la necesidad totalizadora de la dictadura del comunismo orgánicamente centralizado.

- De ahí se llega a la vieja visión parcializadora de la burguesía, y se acepta la independencia de sus diferentes esferas, negando el ABC de la obra de Marx (3).

- Así, Kautsky y Lenin (y los epígonos) son incapaces de comprender que la revolución proletaria es una revolución social (es decir, total), esencialmente diferente a todas las que han existido, y sobre la base del modelo de la «revolución» francesa (que supuso el afianzamiento político de una fracción burguesa que ya controlaba la sociedad contra otra, pero de ninguna manera la destrucción revolucionaria de un modo de producción anterior) limitan la revolución proletaria al cambio en la esfera política.

- Sin lugar a dudas, es por ello que las más variadas fracciones burguesas, en las luchas que entre ellas se libran (guerra imperialista), han proclamado a Lenin, Stalin, Trotsky «como sus teóricos». Por un lado, el esquema de base del leninismo es totalmente compatible con una reforma «revolucionaria» (expresión ésta que el leninismo limita un cambio político violento, seguido por el consiguiente terrorismo). Y por el otro se le puede dar una tintura «obrera», tan indispensable para movilizar a los obreros en la «revolución», y luego para hacerlos trabajar más intensamente en la reconstitución nacional. Por ello, los grandes líderes de esas fuerzas capitalistas (desde Mao Tse Tung a Ho Chi Min, de Fidel Castro a Enver Hoxha) no han debido cambiar ni una letra al esquema de base del reformismo politicista. Ellos también son «revolucionarios», pues como Robespierre, Lenin, Stalin o Trotsky cortan cabezas, y también como ellos llaman a trabajar mucho para desarrollar las fuerzas productivas.

- Para los «politicistas», la «economía» es realmente asunto aparte, y por ello, a pesar de ser tan «revolucionarios» en la «política», no sólo son tan reformistas (contrarrevolucionarios) en lo «socioeconómico» (ningún ataque al capital, sino su centralización jurídico estatal), sino que terminan sin excepción haciendo entrar por la ventana lo que decían expulsar por la puerta: el gestionismo. Todos los leninistas son partidarios del control obrero (en tanto que control contable, administrativo) de la producción capitalista.

- La incomprensión de la totalidad (o, mejor dicho aún, de la contraposición total entre la dictadura del capital y dictadura contra el capital) llega a ser expresión suprema cuando se afirma que se ha realizado la revolución proletaria desde el punto de vista político, que existe la dictadura del proletariado, aunque socialmente no se ha cuestionado el trabajo asalariado y la tasa de ganancia continúa ejerciendo el mando real en toda la economía, es decir, que la dictadura efectiva del valor de cambio contra el valor de uso se mantiene en todos sus términos (4).

- Es importante subrayar que esta concepción socialdemócrata existente ya antes de Marx, había sido totalmente rechazada por éste. Para Marx, la dictadura del proletariado no comenzaba a partir de un cambio gubernamental, político, sino que la dictadura del proletariado empieza como dictadura social, cuando cada productor recibe una parte del producto que corresponde a lo que aportó con su trabajo (cf. Crítica al programa de Gotha, es decir, el programa más importante de la socialdemocracia alemana). Con esto último, nosotros no estamos de acuerdo, pues no hay, desde el punto de vista comunista, nada que justifique una fase en donde el criterio de la distribución sea el trabajo, pero lo que es esencial en la posición de Marx, contra lo que afirmaran Lenin y sus epígonos, es el contenido necesariamente social de la dictadura y de la revolución.

- No tiene, ni para Marx ni para nosotros, ningún sentido hablar de dictadura del proletariado, si la producción sigue siendo dirigida por la ley del valor. La dictadura del proletariado comienza precisamente con el despotismo contra el valor, cuando la sociedad está efectivamente dirigida no por el capital, sino contra él.

- Por lo tanto, aquello que consiste en afirmar que lo que diferencia la revolución del reformismo es la revolución violenta, el terrorismo revolucionario..., es totalmente falso.

- Ésa es una condición necesaria, pero de ninguna manera suficiente. El capital puede y se ha reformado sobre la base de la violencia y al terrorismo «revolucionario»

- Claro que sin violencia revolucionaria, sin dictadura del proletariado organizado en partido comunista, sin terrorismo revolucionario contra toda la contrarrevolución organizada, el hablar de revolución proletaria es una estupidez o un cinismo. Y esto será siempre indispensable subrayarlo, más aún hoy luego de la gigantesca contrarrevolución que aún padecemos y en la cual la ideología dominante empuja a una crítica de derecha, antirrevolucionaria del leninismo: rechazo de la necesidad de la insurrección proletaria, rechazo de la necesidad del terror rojo, rechazo de la necesidad de la dictadura del partido...

- Pero, para delimitar realmente la revolución del reformismo, es necesario, como Marx lo hizo, ubicar en el centro de la cuestión la revolución social, es decir, la destrucción total de la sociedad del capital, la abolición del trabajo asalariado, de la propiedad privada... He ahí lo que realmente diferencia la revolución de la contrarrevolución.

- La insurrección, la dictadura, la violencia, el terrorismo sólo son medios (medios que el proletariado está forzado a emplear), y como tales no contienen en sí una determinación social específica. Son revolucionarios o contrarrevolucionarios en función del proyecto social que objetivamente, independientemente de la voluntad o las declaraciones de sus agentes, sostienen.

- De ahí que sea tan imbécil atribuir a la violencia, al terrorismo, a la dictadura..., una virtud intrínseca, como siendo revolucionarlos en sí, como el considerar que son por naturaleza no revolucionarios. Lamentablemente, ésta ha sido, hasta el presente, la clásica polarización que la burguesía ha logrado mantener en el seno del proletariado para su división.

Dictadura del proletariado - destrucción del Estado burgués

- El proletariado no puede contentarse con tomar el poder, con apropiarse del Estado burgués y ponerlo a su servicio (lo que en realidad es imposible).

- El proletariado sólo podrá realizar su proyecto social revolucionario, destruyendo de arriba abajo el Estado burgués. La dictadura del proletariado no es la ocupación del Estado burgués por los obreros o un partido obrero, sino la negación efectiva del Estado burgués.

- Como todo aspecto central del programa de la revolución, la socialdemocracia tenía que traficarlo. Si a los partidarios del ataque al capital, al trabajo asalariado, la socialdemocracia, los trataba de utópicos y a los de la conspiración revolucionaria de blanquistas, a los proletarios revolucionarios que sostenían la destrucción del Estado burgués los trataba de anarquistas.

- Sin embargo, la lucha invariante del proletariado por la destrucción del capital y el Estado continuó desarrollándose y expresándose contra la socialdemocracia, aunque en algunas partes esa ruptura no llegase a formalizarse (en muchas partes del mundo, las expresiones más claras del comunismo nunca formaron parte formal de la socialdemocracia).

- A pesar de que Lenin nunca rompió con los fundamentos metodológicos de la socialdemocracia en su vida militante, muchas veces, objetivamente al frente del proletariado, se situó también como parte de la expresión teórica de vanguardia de la ruptura del proletariado con la socialdemocracia.

- Así, en continuidad total con Marx y muchos otros revolucionarios y en particular (entre los que iniciaban la ruptura con la socialdemocracia por encontrarse anteriormente en sus propias filas) con Pannekoek, Lenin, en un momento crucial de la revolución mundial (1917), volvió a poner en el centro la necesidad de la destrucción del Estado burgués.

- Claro que esto le valió también el calificativo de anarquista. Como hoy los estalinistas, los socialistas, los trotskistas..., ayer la socialdemocracia formal consideraba anarquista a todo aquel que volviera a poner en su lugar ese aspecto central del programa comunista: la destrucción del Estado burgués. Según ellos, el Estado había que tomarlo, que utilizarlo al servicio de la socialdemocracia y, poco a poco, se iría extinguiendo.

- Lenin reafirma la posición de siempre de los comunistas en El Estado y la revolución, siendo precisamente en esto más explícito que los propios Marx y Engels: El Estado burgués no se extingue, sino que hay que destruirlo; el Estado que se extingue es el Estado de la dictadura del proletariado. Durante la ola revolucionaria 1917-1923, la afirmación «sin destrucción del Estado burgués no hay revolución» fue crucial (y lo será aún en el futuro).

- Esta reafirmación programática fue decisiva en la autonomización del proletariado en esa época, y constituye un aporte fundamental de Lenin, pero como veremos en el conjunto de nuestro trabajo sobre la «cuestión rusa», Lenin no fue consecuente (en especial a partir de octubre de 1917) con dicha posición fundamental, y todos sus epígonos se apresuraron a olvidar que al Estado burgués es necesario destruirlo.

- En la crítica al leninismo, a la concepción socialdemócrata, hubiese sido parcial no subrayar esta tentativa de ruptura de Lenin con su propia visión politicista y socialdemócrata, sin embargo, sería parcial también el dejar las cosas así, incluso en esa obra (El Estado y la revolución), sin duda la más radical, Lenin sigue marcado por su pensamiento socialdemócrata.

- En efecto, aunque se proclama la destrucción del Estado burgués, éste sigue siendo concebido como un instrumento al servicio de una clase, no como la expresión orgánica de las relaciones de producción, de vida, que una clase porta (como organización de una clase en clase dominante).

- Es decir, que la ruptura queda reducida a «la política», pues por un lado, como vimos la dictadura del proletariado no es dictadura contra la ley del valor y el trabajo asalariado, sino mera dictadura política, y por el otro, se mantiene la concepción del Estado como instrumento, que incluye implícitamente la posibilidad de cambiar su dirección para servir a una política diferente.

- Si el Estado fuese un instrumento, como un fusil o un martillo, cualquiera podría tomarlo y utilizarlo para sus intereses (5). Esta posición del Estado como instrumento, con la que Lenin no rompió totalmente ni en El Estado y la revolución, sería abiertamente sostenida por los bolcheviques desde que se instalaron en el Kremlin, y sería decisiva, como veremos, para que el capital los transforme en sus mejores agentes.

- En realidad, como el Estado no es un simple instrumento, sino la estructuración en fuerza organizada de la reproducción de la sociedad; como el Estado del capital no es otra cosa que el capital organizado en Estado, ninguna dictadura política puede destruirlo.

- El Estado burgués no se destruye políticamente. Aunque la dictadura sea realmente una dictadura total contra todas las instituciones y antiguos gestores del capital (cosa que los bolcheviques ni siquiera tuvieron ni el coraje, ni la perspectiva de realizar), el Estado (siempre que no se haya destruido la ley del valor que manda en la sociedad) seguirá existiendo, independientemente de los que pretenden dirigirlo, como Estado que reproduce el capital.

- Para destruir el Estado del capital hay que destruir el capital, es decir, la base de donde surge. Este ABC del marxismo no lo comprendió ningún socialdemócrata (¡ningún bolchevique!). Hablar de dictadura del proletariado, de destrucción del Estado burgués sin una dictadura contra la ley del valor es un sin sentido.

- Sin el ejercicio social de la dictadura del proletariado, sin la dictadura contra el capital, el Estado capitalista seguirá reproduciéndose, sean cuales sean los hombres que tiene en su dirección y cualquiera sean sus intenciones (como en el caso de los bolcheviques desde octubre de 1917).

Contra el utopismo

- No faltarán aquellos que, luego de nuestra crítica de la concepción socialdemócrata de transición al socialismo, quisieran encontrar una receta mágica, positiva, de transformación socialista, y por qué no, una descripción de cómo nos imaginamos la sociedad futura. La autodefensa socialdemócrata llegará incluso a tacharnos de utópicos, idealistas, por no «tener nada concreto que proponer».

- Precisamente por rechazar el idealismo, el utopismo (también hoy contra la corriente, pues ante la descomposición de la sociedad presente el utopismo tiende a ponerse otra vez de moda!), no tenemos ninguna receta, ni ningún molde preconcebido al que quisiéramos adecuar la sociedad futura.

- Pero también hoy, como hace más de un siglo, sabemos perfectamente cómo no será la sociedad futura, sabemos claramente que tenemos que negar revolucionariamente toda la sociedad presente, suprimiendo la propiedad privada, el trabajo asalariado, el capital, el Estado, la familia, la religión, lo que implica, hoy, como hace un siglo, actuar en contraposición real, práctica (es decir, también teórica) con respecto a todas las formas de perpetuación y reforma de la actual sociedad, lo que incluye en forma especialísima la contraposición con respecto a todas las falsas concepciones de la transición.

- Quien pretenda que esto no es una clarísima perspectiva de futuro, que no constituye la definición de un proyecto social, no ha comprendido nada del materialismo dialéctico e histórico. La negación es una definición y, además, es la única definición materialista existente ya como negación inevitable de la sociedad presente.

- La diferencia entre utopismo y comunismo revolucionario no está en que el primero define y el segundo no; sino en que mientras el primero define a partir de un conjunto de deseos y una concepción moral, el comunismo define a partir de la abolición en acto de la sociedad presente.

- La concepción comunista de la transición surge de la crítica (teórico práctica) que realiza el proletariado constituido en partido de toda la sociedad presente, así como de todas las falsas concepciones de la transición. La transición histórico real entre el capitalismo y el comunismo será antes que nada una negación activa, organizada y cada vez más consciente del capital y todas sus adaptaciones para intentar perpetuarse (reformas).

- Por ello, en las batallas históricas ya ocurridas, el programa revolucionario se ha ido afirmando siempre en tanto que conjunto coherente de negaciones: dictadura del proletariado para la abolición del dinero, del trabajo asalariado, del carácter privativo de los medios de vida (lo que incluye los medios de producción en sentido estricto), de la democracia..., crítica de las falsas concepciones de la transición (verdaderas barreras contra la revolución, para rearmar el capital) de Proudhon, Lasalle, Berstein, Kautsky..., Lenin, Trotsky, Stalin, Mao Tse Tung, Ho Chi Min, Fidel Castro...

- Éste es el lugar que ocupa en nuestro trabajo global sobre la cuestión rusa (o, más en general aún, sobre el período más alto de la revolución y la contrarrevolución registrado hasta el presente en el mundo entero) el resumen crítico que hemos hecho acerca de la concepción socialdemócrata de transición al socialismo.

- Como tal es patrimonio del proletariado y su partido, en su lucha por constituirse y afirmarse para abolir de arriba abajo toda la sociedad burguesa.

La socialdemocracia y la cuestión rusa

- Nunca, ni en ninguna parte, tuvo tanta importancia la concepción socialdemócrata de transición al socialismo como en Rusia a partir de 1917, pues fue por primera vez en esas circunstancias que un partido formado en esa escuela controlaba, decidía e imponía (casi solo, a pesar de la relación de fuerzas y las contradicciones sociales) la política económica y social que regía todo un país. En todos los textos que siguen veremos la importancia de esas decisiones centrales, guiadas por la concepción cuyos fundamentos hemos criticado.

- Pero si, como veremos, los bolcheviques aplicaron una política estrictamente de desarrollo capitalista nacional, ello no sólo fue una consecuencia implícita inevitable de la concepción socialdemócrata, sino que para el caso ruso la socialdemocracia internacional defendía explícitamente ese proyecto de defensa y desarrollo del capital como LA alternativa (!).

- En efecto, la idealización del capitalismo realizada por la socialdemocracia internacional, propia a su visión general (ver al principio de este texto), le impedía reconocer el capitalismo real en Rusia, en especial cuando ese capitalismo se mostraba en su forma más bárbara e «incivilizada»: miseria absoluta, extrema, en la mayor parte del territorio, despotismo generalizado del Estado zarista...

- En la miseria del proletariado ruso, la socialdemocracia solo veía la miseria, los pobres, la enorme masa de «campesinos» y no la subversión proletaria revolucionaria en preparación.

- Ni el proyecto social internacional de la revolución, cuyos signos anunciadores en Rusia pudieron constituirse por lo menos desde principios del siglo xx, ni el sujeto de la misma, eran comprendidos por la socialdemocracia internacional, incluida la rusa. Para la socialdemocracia en Rusia no tenía sentido plantear la revolución proletaria y el socialismo (ahora dejamos de lado el hecho de que «incluso el socialismo» social democrático sea, como vimos, socialismo burgués, es decir, mera reforma y extensión del capitalismo), sino que lo que estaba al orden del día era una revolución burguesa, las tareas democrático burguesas.

- Peor aún, Rusia era, en especial para el centro internacional socialdemócrata, un país bárbaro por excelencia, el enemigo número uno del progreso y la civilización. Por ello, en las contradicciones intercapitalistas, la socialdemocracia se mostraba sin excepción del lado de las potencias capitalistas europeas, lo que constituye un elemento interpretativo fundamental de la contrarrevolución, que ha sido totalmente oscurecido por el mito de la traición de 1914 (6). Por ello, toda la socialdemocracia internacional y la rusa adoptaron con tanta facilidad la posición derrotista del lado ruso (el zarismo era considerado por todos –incluidos bolcheviques y mencheviques- como una traba al capitalismo que ellos preconizaban), de la misma manera que habían justificado (salvo algunos sectores marginales como Luxemburgo, Jogiches...) toda lucha nacional capitalista contra el zarismo, en nombre del derecho a la autodeterminación, basándose en textos de Marx y Engels (7)).

- Esa tesis de la barbarie rusa, opuesta al progresismo del capital alemán, fue una constante desde principios de siglo hasta 1917, y a partir de esa fecha sigue jugando un papel fundamental en las políticas nacional (el modelo de los bolcheviques fue el capitalismo alemán) e internacional (acuerdo Brest Litovsk, de Rapallo...) preconizadas y aplicadas por los bolcheviques.

- Por encima de todo, la socialdemocracia había llevado su visión nacional (y no mundial) del desarrollo del capitalismo a su extremo lógico, según ellos por un lado la revolución del proletariado debía realizarse país por país, por el otro, dado que ésta dependía de la contradicción relaciones de producción-fuerzas productivas, era lógico que no se pudiese aspirar a la revolución proletaria ahí donde las fuerzas productivas están «menos desarrolladas» y que mecánicamente el esquema de la revolución proletaria, fuese la consecuencia de tal desarrollo. Por lo tanto, sólo país por país, desde la adelantada Alemania hasta la atrasada Rusia, podría irse planteando la revolución proletaria.

- Si en Alemania o Inglaterra la revolución proletaria no se había realizado, no tenía ningún sentido plantearla en Rusia, y hacerlo significaba aventurismo, anarquismo... Hasta qué punto esta concepción dominó incluso en la socialdemocracia rusa nos lo da el hecho de que la misma se haya considerado en general satisfecha con la seudo «revolución» de febrero de 1917 (8) y haya apoyado al gobierno provisional y su política imperialista de «paz» (hasta la llegada de Lenin y las Tesis de abril), y más claro aún en el hecho de que haya sido exactamente sobre la base de esa idea y esa argumentación («debemos esperar la revolución en Alemania») que una fracción importante del Partido Bolchevique (los «viejos bolcheviques» que sostenían las posiciones de siempre de los bolcheviques, principalmente dirigidos por Kamenev y Zinoviev) se haya opuesto a la insurrección, la haya traicionado, denunciado y saboteado, y que incluso en los días siguientes a la victoria insurreccional, proponía abandonar esa «empresa aventurera» o intentar reconstituir un gobierno con la unidad de todos los partidos.

- La importancia real del movimiento del proletariado en Rusia puso más de una vez esa teoría reaccionaria en cuestión y llevó a algunos militantes de la socialdemocracia rusa, directamente empapados con esa realidad, a reconocer, incluso desde principios de siglo, la posibilidad de la revolución proletaria sin una larga etapa de «democracia burguesa», condición previa inevitable según la ideología de la socialdemocracia internacional.

- Fue el caso primero de Parvus, luego principalmente de Trotsky, que contra la corriente pusieron en evidencia que no tenía sentido el concebir nacionalmente, país por país, las contradicciones, que empujaban a la revolución, y no tenía ningún sentido hacer depender linealmente el desarrollo económico de un país, las posibilidades del proletariado de ese país de colocarse en el centro de la lucha. Esto último dependía de otros factores «subjetivos», como la experiencia de lucha, la organización, la conciencia..., y concluían que el proletariado en Rusia era la fuerza revolucionaria decisiva.

- Esta teoría, que influenciaría fuertemente el movimiento revolucionario internacional, desde principios de siglo (1903) hasta nuestros días, incluida la fracción de los bolcheviques que sostendría la necesidad de la revolución proletaria y dirigiría la insurrección, a pesar de su aparente radicalidad, no constituía una ruptura de fondo.

- Se seguía prisionero de la religión de que el capitalismo «debe» desarrollarse país por país, de que cada burguesía nacional debe desarrollar su país, que, si no lo hace, es por su debilidad y que en este caso es al proletariado (junto al «campesinado» o no, según las variantes) a quien corresponde realizar las tareas burguesas (lo que es una idealización apologética e integralmente religiosa del capital).

- Ello llevaba a aceptar un cambio en cuanto al sujeto de la revolución a venir –se aceptaba al proletariado como tal (9)–, lo que suponía también un cambio táctico en el partido socialdemócrata, pero no en cuanto al contenido social de la revolución futura: había que realizar las tareas democrático burguesas.

- Peor aún esa concepción, que finalmente aparecía «revolucionaria», con relación a la oficial de la socialdemocracia, en los hechos serviría para justificar aún mejor, en nombre del proletariado, el desarrollo nacional burgués. Aunque el proletariado tuviese la fuerza de imponerse a la burguesía, no podría aplicar su programa social, sino el programa social de su enemigo histórico (10).

- Era el eslabón que faltaba para la apología explícita del capitalismo de Estado y el capitalismo a secas, en nombre del proletariado, lo que en los hechos se tradujo en Rusia en la liquidación física –siempre en nombre del proletariado– de toda oposición a las tareas burguesas en Rusia, que requerían un aumento brutal de la tasa de explotación para lograr una nueva fase de industrialización que llegaría a su apogeo durante el estalinismo.

- Para terminar esta crítica general de la concepción socialdemócrata, decisiva para comprender la «cuestión rusa», debemos explicitar que la escisión en la socialdemocracia rusa, entre bolcheviques y mencheviques, no se refería a la concepción de fondo, al proyectó social que había que impulsar en la revolución a venir.

- Sostener que entre los bolcheviques y los mencheviques, a principios de siglo, se produjo una escisión entre revolución y reformismo implica permanecer prisionero de la visión reformista, politicista, de la socialdemocracia. En los hechos, ambas fracciones, bolcheviques y mencheviques, continúan defendiendo el mismo proyecto para Rusia: la realización de las tareas burguesas.

- El conjunto de textos (fundamentalmente el ¿Qué hacer?) y la actitud organizacional de los bolcheviques, que condujeron a la «ruptura» del partido socialdemócrata, no cuestionaron ese reformismo general de principio (aunque los bolcheviques tuvieran una visión más violenta, más «revolucionaria» de cómo llegar a ese reformismo), sino que se limitaban a aspectos de la estructura organizativa.

- Sin duda la visión menchevique de la organización de revolucionarios se sitúa en una perspectiva de típico partido socialdemócrata, sindicalista y parlamentario, y la de los bolcheviques, en cambio, (a pesar de no romper tampoco con el parlamentarismo y el sindicalismo) se corresponde con la trayectoria insurreccionalista y conspirativa, de defensa intransigente (contra la corriente y sin miedo a perder popularidad) de las posiciones revolucionarias propias de todos los grupos revolucionarios del pasado y el futuro.

- Es por ello que de los bolcheviques podía surgir, luego de otra profunda crisis organizativa durante 1917, una fracción capaz de servir al proletariado durante la insurrección y de constituirse en su dirección y jamás podía el proletariado esperar esto de los mencheviques (11).

- Estamos en el mismo problema abordado cuando criticamos la visión politicista, radical y su tan cacareada ruptura con el reformismo. No existe tal ruptura de base. Esa estructura organizativa, apta para la defensa de ciertas posiciones contra toda la corriente, para la organización y centralización de los combates que el proletariado desarrolla, para la dirección de la insurrección..., constituye una condición necesaria, imprescindible, para servir al proletariado y dirigir su victoria insurreccional; pero no es suficiente para llevar adelante una verdadera revolución comunista y constituir, en los hechos, la vanguardia de la centralización internacional del proletariado.

- El límite fundamental del movimiento del proletariado, de su propia constitución en fuerza internacional, en partido, en lo más alto de la ola revolucionaria de 1917-1923, es el no haber producido una vanguardia constituida sobre la base de una ruptura general con toda la socialdemocracia, ante lo cual una organización como los bolcheviques, totalmente dominada por la concepción socialdemócrata del mundo y de su transformación (12), se ubicaría en la dirección formal del proletariado, no sólo en Rusia, sino en el mundo entero.

- Los resultados serían los siguientes:

- En Rusia, los bolcheviques se constituirían en gestionistas del capital nacional, en directores del Estado burgués y en jefes sanguinarios de toda la represión contra la lucha proletaria y comunista.

- En el terreno internacional, los bolcheviques, basándose en la necesidad del proletariado de constituirse en fuerza organizada mundialmente, formalizaron una estructura (Tercera Internacional) que lucharía por poner, desde un principio, al servicio del capital y de las necesidades del Estado nacional Ruso,  que se concretizaría a través de la liquidación de las posiciones de fracciones comunistas internacionalistas, y que llegaría a su nivel supremo con el frente popular, el socialismo en un solo país..., las purgas y la guerra imperialista.

NOTAS

1. Es más correcto expresar así la realidad, pues el verdadero sujeto no es la «socialdemocracia», sino el capital en tanto que partido político para sus obreros.

2. Estas afirmaciones programáticas no deben considerarse sólo en tanto que proyecto social de una clase, de un partido, sino que son el desarrollo necesario de la guerra al valor que toda lucha obrera implica (contraposición inmediata con la tasa de ganancia), como implica al mismo tiempo la centralización orgánica como manera de ser.

3. Entre otras cosas que el modo de producción determina el modo de distribución, que el derecho (u otras ideologías) son la expresión formal de relaciones de fuerzas económicas, que la política, a pesar de poder tener una relativa autonomía, está determinada, en última instancia, por la economía...

4. Los epígonos de Lenin han llevado esta aún más lejos (aunque a veces de forma revertida). Así, para Trotsky, puede existir un Estado obrero en donde la sociedad esté dirigida contra los intereses obreros, un modo de producción socialista coexistiendo con un modo de distribución burgués, relaciones de producción socialistas determinando un derecho burgués...

5. Incluso los instrumentos están socialmente determinados y no son neutros, pero el debate al respecto sobrepasa este texto y la crítica a la socialdemocracia, que jamás comprendió que las fuerzas productivas existentes son las del capital, y aunque constituyen una base para la revolución (para la reducción de la semana de trabajo, por ejemplo) deberán, en última instancia, ser totalmente sustituidas por otras, cuya concepción esté ligada a las necesidades humanas y no a la valorización del valor.

6. Desconociendo el apoyo implícito o explícito a la política nacional imperialista que la socialdemocracia realizara desde su origen hasta 1914.

7. Como es sabido, Marx y Engels defendieron al respecto la posición burguesa nacionalista: el apoyo al armamento y la guerra del lado prusiano. Engels llegará incluso a preconizar abiertamente la posición «patriótica» adoptada por la socialdemocracia en 1914: «En 1891, cuando parece inminente el estallido de una contienda bélica entre Alemania, por un lado, y Rusia y Francia, por el otro, Engels asegura a Bebel y otros dirigentes socialista que si Alemania es atacada, 'todo medio de defensa es bueno'; ellos deben 'lanzarse contra los rusos y sus aliados sean quienes sean'. Podría ocurrir incluso, sostiene Engels, que en ese caso 'nosotros seamos el único partido belicista verdadero y decidido». Engels, citado por Pedro Scaron en La introducción a Marx y Engels. Materiales para la historia de América Latina. MEW, tomo XXXVIII, página 176, 188.

8. En realidad, la canalización estatal y burguesa (sustitución del zarismo por un gobierno de toda la burguesía) eran de hecho el intento general del capital de desviar y liquidar la verdadera revolución proletaria que había emergido.

9. Sin embargo se le identificaba al obrero urbano ocupado de las grandes ciudades. Esta visión sociológica es típica en la socialdemocracia. Por ello, no sólo se definía la clase en sí y no por su dinámica de lucha (por su proyecto social y su constitución en partido), sino que se desconocía completamente el potencial socialista del proletariado agrícola, base del ejército zarista y su descomposición subversiva. A la mayoría de este último se le atribuía la categoría de «campesino» y como perspectiva la consigna «tierra para el que la trabaja».

10. La posición de Trotsky de la «revolución permanente» (a pesar de las expresiones formales es diferente de la posición de Marx), según la cual el proletariado podría hacer en un mismo movimiento las tareas burguesas y su propia revolución, olvida precisamente que las tareas burguesas son la negación brutal (e incluso terrorista) del proletariado y su proyecto, pues consisten en la dictadura efectiva de la valorización del valor contra toda tentativa de resistencia proletaria.

11. Lo que está indisociablemente ligado a que sólo la fracción Lenin fue, al menos hasta octubre de 1917, consecuente con el derrotismo revolucionario.

12. Dejando incluso de lado aquí el hecho de que el mito del «partido» infalible y del de los «viejos bolcheviques» haría que se mantuviera la unidad formal de una organización formal totalmente contradictoria, que no coincidía en absoluto con la vanguardia real del proletariado que había realizado la insurrección, en la que se impulsaba como grandes jefes a traidores del día anterior (¡Zinoviev!), y que se transformaría en un vivero personalista e individualista de lucha por el poder en la que todos se terminarían arrancando los ojos.


CO15/16.2 La concepción socialdemócrata de transición al socialismo.