Durante meses, la población del sur de Líbano fue masacrada por la artillería del Estado de Israel. De «30.000 a 40.000 muertos» dicen las cifras oficiales. ¡Cómo si l0.000 más o menos importaran poco! ¿Porqué diablos entonces se hace tanto ruido con los 3.000 o 4.000 muertos en los campos de «refugiados» de Sabra y Chatila? ¿Porqué se realiza esa sutil dramatización; esa publicidad (!) acerca de esa masacre particular, mientras que se silencia sistemáticamente la obra sanguinaria del capital, que cotidianamente asesina, encarcela, hace reventar de hambre, tortura...?!

¿Es necesario repetir que todos los días, esos subproductos del capitalismo que son los «accidentes» de trabajo, las hambrunas, las guerras..., matan a decenas y decenas de miles de proletarios?

¿Es necesario repetir que por las propias contradicciones del capital, las guerras son cada vez más frecuentes, que las mismas emergen cada año, en diferentes regiones, y que son los proletarios los más directamente afectados por ellas?

¿Es necesario repetir que si el engaño para el reclutamiento de los proletarios en uno y otro frente de la guerra imperialista no resulta suficiente, y si aquellos desertan y organizan actos de derrotismo revolucionario, todas las fuerzas burguesas paran la guerra y actúan conjuntamente en la exterminación de esos bastiones obreros?

¿Es necesario repetir que el bombardeo de Beirut tenía como objetivo principal el diezmar al combativo proletariado de Beirut, que las armas utilizadas las bombas de fragmentación que acribillaban a los sitiados cuando salían de los refugios, las armas químicas que quemaban la piel y carcomían la carne, los explosivos de artillería y el fósforo, las pelotas con gases venenosos tienen como objetivo evidente el de eliminar y castrar al máximo de vidas humanas?

¿Es necesario repetir que la OLP completaba la obra de sus queridos enemigos sionistas, reprimiendo e impidiendo toda tentativa de huida de la ciudad, lo que permitía encerrar mejor al proletariado entre los dos fuegos?

¡Mientras que por un lado el ejército del Estado de Israel, pertrechado por EE UU con las mejores y más imponentes armas, tiraba contra todo lo que se movía; por el otro, las fuerzas represivas de la OLP utilizaban a la población civil como escudo, el amontonamiento de cadáveres parecía justificado ante los ojos de todas las fracciones burguesas! !Porqué, entonces, de golpe, la burguesía grita «horrorizada», cuando, continuando su implacable lógica asesina, la guerra burguesa continúa y se produce la exterminación de los proletarios de los campos de Sabra y Shatila?

Dicha masacre particular no tiene ninguna razón particular, sino la razón universal de la barbarie creciente del capital, cuyo desarrollo implica hoy la masacre cada vez mayor de proletarios. La concentración de la propaganda sobre esa masacre particular, que tiene por objetivo evidente el focalizar a la opinión pública sobre la misma, intenta constituirse así en alibí del genocidio incesante y creciente que la burguesía realiza cotidianamente en el mundo entero para mantener su dominación de clase.

Al poner en un primer plano exclusivo esa masacre particular, toda la prensa burguesa hace un caso especial, una excepción, una cuestión de matones, un error, un exceso de la guerra..., un crimen de guerra! ¡Cómo si el crimen no fuese justamente la guerra misma, la guerra contra el proletariado!

Bien al contrario de remarcar todo el horror de la guerra burguesa, todo el bombardeo publicitario hecho entorno a esa masacre, la banaliza, la hace normal. Al igual que los ganadores de la segunda gran guerra internacional montaron la tremenda campaña acerca de los campos de concentración y exterminación nazi para banalizarla y hacer olvidar los millones de muertos en los frentes, en los bombardeos de ciudades enteras, como Berlín, Nagasaki, Hiroshima...; hoy, la publicidad hecha sobre los asesinatos de Sabra y Shatila se utiliza para banalizar la guerra perpetua con la que el capital descuartiza al proletariado en el Líbano, el Salvador, Honduras, Guatemala, Irán-Irak, Afganistán..., haciendo olvidar que es precisamente para liquidar los centros de fomentación de las revueltas obreras, que la burguesía lleva adelante su guerra.

Desde EE UU a URSS, de Yasser Arafat a Amin Gemayel..., todos juegan a la indignación, se arrancan alguna lágrima, gritan que es un escándalo, que «no encuentran las palabras» para describir ese horror que ellos mismos han banalizado. Todos esos agentes mercenarios del capital intentan, hoy, retirar sus manos de ese baño de sangre al que contribuyeron directa o indirectamente.

Incontestablemente, el ejército israelita fue, ayudado por las tropas del comandante Haddad y las milicias falangistas de Ataeb, las fuerzas que ejecutaron esa masacre. La invasión de Beirut oeste y el rastrillaje de los campos de refugiados formaban parte de los minuciosos planes del Estado Mayor de Israel desde tiempo atrás. El ataque de la embajada de Israel en Londres y el asesinato de Bechir Gemayel (probablemente orquestado por los propios servicios secretos de Israel) no fueron otra cosa que pretextos para la segunda fase de la operación llamada de «Paz [sic] en Galilea», es decir, el desencadenamiento del rastrillaje general del sur de Líbano. Desde hacer recular a los fedayines de la frontera israelí a exterminar a los «refugiados» de los campos de Sabra y Shatila, el Estado de Israel lleva a cabo el mismo plan de «estabilización» de ese «centro de subversión» propicio para las «infiltraciones de la URSS». Una vez que el ejército, las organizaciones militares y el personal del gobierno de la OLP fue evacuado, que la ciudad fue formalmente entregada al ejército libanés descompuesto, que las fuerzas multinacionales de «interposición» fueron repartidas, y que la fuerza de los estados árabes de «disuasión» volvió al valle de Bekaa, era evidente que el plan Habib y la cumbre de Pes entregaban la ciudad al ejército israelita, que sin perder un instante rastrilló toda la ciudad y en particular los campos, y procedió a la revisión sistemática de las ruinas de los bombardeos, en busca de los depósitos de armas, encarceló a los hombres, procedió a interrogatorios (acompañados, claro está, de la tortura imponente y masiva) y exterminó, fusiló a los proletarios que consideraba subversivos para sus intereses. Ya en 1948, cuando Begin era jefe de la organización terrorista judía Irgun, dirigió la masacre de los habitantes del pueblo Deir Yassine a los efectos de empujar, al éxodo masivo de palestinos. De la misma manera, en 1953, Sharon fue responsable directo de la masacre del pueblo de Qibya. Históricamente, la creación del Estado de Israel corresponde a la necesidad del capital mundial de colocar en la región un supergendarme, dada la fuerte concentración proletaria con una larga tradición de lucha, que amenaza la estabilidad del desarrollo del capital.

A través del brazo armado de Israel, es el capital mundial el que asesina a los proletarios de Beirut, Saida, Nabatieh, Tyr...

Pero luego de haber escandalizado a la opinión pública internacional, la burguesía no podía dejar seguir operando al ejército de Israel. Y, hoy, toman su relevo los más sanguinarios gendarmes del capital: los marines yanquis que han intervenido decenas de veces en América Latina para aplastar de forma sanguinaria las insurrecciones obreras, los paracaidistas franceses que saltan en África cada vez que el orden contrarrevolucionario es amenazado, los cuerpos de elite italianos especialmente entrenados para los combates callejeros y la lucha antiinsurreccional..., a quienes nos presentan como los portadores de la «pacificación», los salvadores de las «pobres víctimas» contra las «locuras asesinas de Begin y Sharon»! Pero, como era de esperar, esas fuerzas multinacionales de interposición no hicieron otra cosa que continuar la operación de rastrillaje que hasta el momento llevaban adelante los milicos israelitas (como unos años atrás, había intentado, sin éxito, el ejército libanés, y luego el ejército sirio): allanamientos casa por casa de todas las habitaciones de Beirut oeste, búsqueda de depósitos de armas, arrestos, interrogatorios y/o expulsión de todos aquellos que no tienen los papeles en regla o que son considerados sospechosos de no plegarse a la «reunificación de Líbano»... En fin, hacer todo lo que está a su alcance para que el ejército libanés sea de nuevo capaz de hacer reinar el terror sobre todo Beirut.

Evidentemente que para justificar su guerra, para esconder su naturaleza antiproletaria, la burguesía habla exclusivamente de los «refugiados palestinos», a los que amalgama descaradamente a la OLP.

Como siempre, negando la lucha proletaria y llenándose la boca con el «derecho a la autodeterminación de los pueblos» es como ella hace la vista gorda, apoya y actúa en la masacre de los proletarios, que, en realidad, no son «palestinos» sino de los orígenes más variados: «libaneses», «sirios», «turcos», «armenios», «kurdos», de Arabia Saudita, «paquistaníes» y, por supuesto, «palestinos»..., concentrados en Beirut este y el sur de Líbano. En realidad, los «campos de refugiados» no son otra cosa que el amontonamiento de la masa de proletarios expulsados de sus lugares de origen por la desocupación y la miseria, en busca de mejores condiciones de vida, es decir, migrando en función de las necesidades del capital. Esos proletarios que en Líbano son considerados «extranjeros», sin distinción de nacionalidad, se encuentran como es lógico fuera de la legalidad libanesa, sin papeles... Frente a ellos, la OLP significa el encuadramiento sistemático de esos campos, la vigilancia, la tentativa de imponerles la legalidad y la prevención contra las revueltas obreras. Como todo otro Estado, la OLP es una organización de la burguesía en clase dominante, donde sus diferentes partidos y fuerzas se hayan estructurados en poderes legislativo y ejecutivo que disponen de un aparato represivo, que cobra impuestos, realiza exportaciones e importaciones, obliga a los niños a ir a sus escuelas, y a los jóvenes a hacer el servicio militar, que tiene su justicia, su religión de Estado, que asegura la sumisión de «sus refugiados» al trabajo asalariado, al capital..., y ello en todo el territorio controlado por ella.

Como en todo otro caso, los fabricantes de la opinión pública, y sobre todo en la medida que la OLP ha sido reconocida progresivamente a nivel internacional por sus pares, es decir, los otros estados, se han llenado la boca con la famosa «representatividad de la OLP» y tratan por todos los medios de hacer creer que la suerte e intereses del proletariado «palestino» está ligada al de sus explotadores, al de la OLP. Dejemos de lado esa ficción jurídica, por la cual los explotados renunciarían a sus intereses y a su acción directa para mandatar a la clase que es su enemigo histórico, denominada «representación», pero subrayamos lo que en los últimos meses no puede ser más ocultado: el brutal antagonismo de intereses entre proletariado («palestino» o no) y la OLP. Al principio del ataque israelita, todas las organizaciones político-militares de la OLP se presentaban como las defensoras de la población civil contra la agresión de Israel, pero el interés de proteger sus aparatos militares y burocráticos detrás de los cuerpos de hombres, mujeres y niños es demasiado evidente y, por eso mismo, reprimían toda tentativa de escapar de las zonas bombardeadas. En el juego de la guerra imperialista OLP-Israel (por no hablar ya de todas las otras grandes potencias que están detrás de ambas fuerzas), el defender instalaciones y ejércitos con el escudo de la población civil es considerado lo más normal del mundo. Si no se tratase de esto, si realmente la OLP hubiese tenido un mínimo interés no en proteger exclusivamente sus fuerzas estatales, sino a la población sitiada, es evidente que no hubiese negociado su propia y exclusiva evacuación la del personal militar y del Estado palestino, sino que hubiese asegurado justamente la evacuación de la población. ¡¿O es que acaso los de la OLP ignoraban que el Estado de Israel había planificado arrasar?! Como es evidente, todas las organizaciones de la OLP (desde las derechistas a las más izquierdistas) se pronunciaron precisamente por lo contrario, por abandonar a la población, a la que habían impedido salir, al asesinato del Estado de Israel y a las fuerzas cristianas. Por ello, no debe llamarnos la atención que mientras el Estado de Israel festejaba el triunfo y afilaba sus garras, que penetraban en los campos, en los cuerpos del proletariado, que vivía en Beirut oeste, la OLP festejaba los acuerdos (plan Habib) que le permitían una retirada ordenada de sus aparatos estatales, y declaraba que desde su punto de vista era un triunfo; y en realidad lo es. ¡Viva la OLP!, que al proletariado lo parta un rayo o los milicos israelitas, franceses o yanquis...! Fue una vez más la línea real de todos los Estados árabes, y la OLP en primera fila. Triunfo de Israel, triunfo de la OLP, triunfo de los marines yanquis, de los paracaidistas franceses, de la nación libanesa..., y en toda esa fiesta nacional y patriótica, como siempre, el que sale descuartizado es el proletariado.

Para los proletarios, sea cual sea el color de su pasaporte (¡si tiene!), su nacionalidad es el capital. Como decía Marx, en 1845: «La nacionalidad del obrero no es francesa, ni inglesa, ni alemana; es el trabajo, la esclavitud libre, la venta de sí mismo. Su gobierno no es francés, ni inglés, ni alemán, es el capital. Su atmósfera natal no es francesa, ni inglesa, ni alemana, es la de la fábrica. El único suelo que le pertenece de verdad no es ni el francés, ni el inglés, ni el alemán, es el que está algunos metros bajo tierra».

La resistencia proletaria contra la guerra es de plano (sin ningún tipo de mediación) internacionalista, contra todos los ejércitos burgueses presentes. El proletariado no tiene patria, sea cual sea el lugar en el que él esté sometido al capital mundial, que lo encadena cada vez más al trabajo y lo priva, cada vez más, de los mínimos medios de subsistencia. Baja de salarios, desocupación, trabajo intensivo..., en el Líbano, Israel, Siria..., en Estados Unidos, Cuba, Chile, Argentina y Nicaragua... En todas partes del mundo, el capital nos reserva el mismo destino que en el sur de Líbano: exterminación de parte de la masa de fuerza de trabajo excedentaria, de la «sobrepoblación», sobre todo si ella es consciente de que no tiene nada que perder más que sus cadenas, y se organiza para rechazar ese destino, para romper esas cadenas, destruyendo el Estado del capital.

Beirut, capital bancaria e industrial, concentra una importante masa de proletarios, de la cual la mayoría son emigrantes de las regiones vecinas. Cientos de miles de ellos son expulsados al paro, lo que llevó a que sea práctica habitual el no pagar más el alquiler, ni el agua, ni la electricidad, la ocupación de locales para vivir, la organización de las recuperaciones, el armamento... Ni el Movimiento Nacionalista Libanés, con sus Consejos por localidad, ni las falanges cristianas ‑conocidas por el terror blanco que hacen reinar sobre Beirut‑, ni la OLP con todo su aparato y sus diversas bandas de mercenarios, habían logrado restablecer el respeto a la propiedad privada, el orden burgués.

Fue frente a esta permanente agitación social, cada vez más viva, que se había incrustado incluso en las filas del ejército libanés, que la burguesía mundial envió los ejércitos de Israel, la OLP, Siria, Estados Unidos, Francia, Italia... Su objetivo: liquidar la posibilidad de enfrentamientos violentos entre ese proletariado en efervescencia y el gobierno, incapaz de reconstituir la unión nacional, es decir, imponer el terrorismo de Estado al proletariado, y liquidar toda voluntad de lucha antes de que el movimiento asumiese su propio contenido y pasase a la ofensiva revolucionaria.

Para lavar su culpa universal, la burguesía se vio obligada a encontrar un culpable particular, un chivo expiatorio. Begin y Sharon fueron designados, y la burguesía logró así otro objetivo: canalizar el odio a la guerra hacia una campana pacifista, basada en el derecho; la creación de una comisión de investigación, el cambio del gobierno en Israel o cualquier otra diversión. Señalados Begin y Sharon, la burguesía en su conjunto reconstituyó su imagen de virginidad. Pero, preguntémonos, si Peres hubiese estado en el lugar de Begin ¿qué hubiese pasado con los proletarios de Beirut? ¿Hubiese cesado la guerra? ¡De ninguna manera! ¡Peres gobernante hubiese hecho exactamente lo mismo! Es decir, aplicado la política de austeridad y guerra dictada por los intereses del capital. Al principio de 1976, cuando era ministro de defensa, las fuerzas cristianas a sueldo de Israel, realizaron la masacre de los proletarios del campo de La Cuarentena, enclavado en Beirut este. En el verano de ese mismo año, también en Beirut este, esas mismas fuerzas cristianas, ayudadas por las milicias falangistas y con la complicidad del Estado sirio, tomaron por asalto el campo de Tell-EI-Zaatar y ejecutaron a miles de proletarios. Subrayamos que Siria es hoy aliado de la OLP y que fue el rey Hussein de Jordania, también hoy aliado de la OLP, quien orquestó, con la ayuda de la burguesía palestina, la impresionante masacre ‑el famoso «septiembre negro» de 1970‑ de decenas de miles de proletarios cuya presencia y luchas desestabilizaban la dominación burguesa en Jordania.

No hay nada que esperar del gobierno de ningún país; los gobiernos de todos los países cambiarán de composición, de ministros o presidentes, pero no son nunca otra cosa que los representantes del capital mundial, cuya única perspectiva es la guerra permanente que destruye cada vez más proletarios en su camino.

Contra esta afirmación sanguinaria de la barbarie capitalista, el proletariado también tiene una sola perspectiva: actuar efectiva y prácticamente para imponer la derrota de la burguesía, la derrota de sus planes de austeridad, la derrota de todos sus ejércitos.

Para los proletarios que viven en Líbano, el derrotismo revolucionario implica directamente el desertar de todo frente burgués, dirigiendo sus armas contra todos los ejércitos burgueses en presencia: el de Israel, el de Líbano, el de la OLP, el de Siria, el de EE UU, el de Francia, el de Italia.

Para los proletarios en Israel, Siria, Francia, Italia, Estados Unidos, América Latina o África, en el campo pro-americano o pro-ruso, el derrotismo revolucionario, única verdadera solidaridad con los proletarios masacrados en Líbano, consiste en luchar por la destrucción de la movilización de «todas las fuerzas de la nación» verdadera movilización para la guerra, en sabotear la producción, rechazando el «no pierdan un minuto de trabajo», en negarse a cargar los envíos de armas, en el rechazo organizado y violento de todo esfuerzo nacional de guerra, de todo sacrificio..., en la lucha contra el ejército mediante la rebelión, los motines, el sabotaje de todo movimiento del ejército, en la fraternización con los proletarios sometidos al uniforme de los otros ejércitos...

En todo el mundo, apoyar a los proletarios directamente confrontados con la guerra, implica organizar la lucha, atacar a «su propia» burguesía. Como el ejemplo de la guerra en Líbano lo demuestra perfectamente, es el capital mundial quien en cada guerra localizada enfrenta al proletariado internacionalista. A nosotros, en cualquier lugar del mundo en que nos encontremos, nos corresponde subvertir la correlación actual de fuerzas, transformando así la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria para destruir el capital y todas sus guerras.

Cada uno contra su propia burguesía, todos contra el capital

Septiembre de 1982

 

 

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Nota

Para un desarrollo de estas cuestiones lea nuestros artículos: «Liberación nacional, cobertura de la guerra imperialista», Comunismo, números 2 y 3; «Contra la guerra imperialista: La revolución comunista mundial», Comunismo, número 9; «El proletariado no tiene patria», «La guerra y la paz contra el proletariado», «Memoria obrera: Las causas de las guerras imperialistas», Comunismo, número l0; «Sobre las guerras: ¡Campañas antimisiles, antinucleares, pacifistas...! Cada paso hacia el desarme del proletariado significa un paso hacia la guerra imperialista generalizada», suplemento número 1 a Comunismo en España.

 


CO11.1 Líbano: El proletariado no tiene patria